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Metáforas de la vida diaria: gingivitis y el amor.
Hace unos meses me perforé debajo del labio inferior, me gustaba el toque que le daba a mi rostro y que nadie que conociera la tuviera (porque tener algo distintivo nos infla el ego y nos hace sentir especiales). El problema empezó cuando empezó a rozar mis encías, con el tiempo comenzaron a sangrar cada vez más, a hincharse, oler mal e incluso perdí parte de la misma. Hasta no llegar a ese punto no me la saqué, y los problemas siguieron hasta que decidí ir a la dentista a hacerme una limpieza profunda que no me hiciera sentir que tenía un banco de sangre podrida en la boca. Menos mal que no besé a nadie.
Llegué a casa con la dentadura limpiecita y sintiéndome en paz por fin, las encías volvieron a sentirse parte de mí y no como un parásito invasor que me incitaba a rascarme con una navaja (resistí el impulso). Aun así y aunque de afuera no se notaba, me dio tristeza haberme quedado sin la mitad de mi encía inferior, y también miedo de que cuando sea vieja se me fueran a caer los dientes de abajo más fácil. Bueno, no sé si funciona así. La cuestión es, que en ese momento me puse a pensar, ¿por qué no me saqué el piercing antes? podría haberme ahorrado muchos problemas, malos olores, incomodidades y la pregunta rondante en mi cabeza de si mi boca olería a mierda o no.
Y la respuesta es: porque me hacía sentir bien conmigo, especial, y aunque en el interior me estaba destruyendo se veía bien en mi boca. Como mi ex.
Sabía que era lo correcto dejarlo ir y sin embargo lo mantuve conmigo hasta que me quitó una parte de mí, y fue cuando por fin me lo saqué de encima que dejó de sentirse como un invasor de mi paz. La dentista (ahora hablando de nuevo de mi gingivitis, claro) me dijo que la razón por la cual la condición empeoraba es porque la gente -yo incluida-, al ver sangrar cierta parte de la encía, deciden mejor no cepillarla, no tocarla por miedo a que se torne peor; y eso terminaba generando el efecto contrario. La sangre queda acumulada y se pudre dentro generando infecciones por la creencia de que si se lidia con la parte fea, las cosas se ponen peor. Y ahí, con toda la boca y mitad de la cara llena de sangre y una luz blanca encima mío encandilándome se me ocurrió que la gingivitis es como el mal amor.
Lo que no se toca por miedo, se pudre adentro tuyo.
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Cuando empecé a ser yo, empecé a ser feliz. Pero antes necesité sentirme un fracaso, y mucho antes, una pieza del rompecabezas que tenía que cortarse para entrar en una imagen a la que nunca perteneció pero a todos les gustaba ver.
Soy lo que siempre quise ser, no soy lo que los demás quieren que yo sea. Decepcionar para no decepcionarse.
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Almas
Siempre me gustó pensar que hay algo más allá de lo tangible, algo más que el cuerpo físico, la carne y los huesos. Pensar que la vida no se trata de nada más que de lo terrenal me angustia; es por eso que comprendo la razón por la que alguien puede llegar a aferrarse a una religión. Me niego a creer en dioses pero descreo más aun en la posibilidad de reducir lo absoluto de la existencia a lo visible.
El ser humano evolucionó y empezó a cuestionar lo que ocurría a su alrededor. Se dio cuenta que muchas cosas no tenían sentido en su razonamiento limitado y así comenzó a atribuir a seres mágicos el funcionamiento del mundo natural. Civilizaciones antiguas dejaban por escrito sus certezas acerca del aun misterio de la muerte, planos más allá de lo terrestre y 'algo' dentro nuestro que se materializa en algún lugar que desconocían pero sabían que existía. El cuerpo puede perecer, lo que se aloja dentro de él no.
Supimos comprender que había algo más allá antes de descifrar el ciclo del agua.
Es inherente a nuestra especie, desde nuestra primitiva existencia, creer inconscientemente en algo interior que escapa a los cinco sentidos. Parte de nuestra curiosidad insaciable, aprendimos a cuidar nuestra espiritualidad y ser devotos fieles del más allá. Hoy somos nuestro propio Dios y el dinero nuestra devoción.
Nunca llegué a creerme que el ser humano en su diminuta existencia tenga la capacidad de resolver las incógnitas del universo. Ni siquiera el cerebro en sus interconexiones erráticas puede ser descifrado, la mayor parte del mar aun permanece inexplorado y las personas se siguen sobreestimando en sus aptitudes para comprender la paradoja de lo invisible.
Lo invisible. Eso es lo complicado del asunto, porque, ¿cómo explico algo que siento tener, más nunca llego a ver? las radiografías son inútiles y aunque rebusque en cada rincón de un cadáver putrefacto nunca voy a encontrar nada del espíritu. Los ojos mortales guiados por el positivismo no son capaces de descifrar lo que no entiende. Entonces es preferible creer, desde el ego, que lo incomprensible es inexistente.
Aquel traje al que le designamos la responsabilidad del 'yo' termina transformado en alimento de la tierra o cenizas entremezcladas con oxígeno. Volvemos a través de un ciclo a ser parte del lugar que abandonamos, la carcasa se descompone y en su podredumbre genera otro tipo de existencia.
¿Y el espíritu?
La esencia invisible abandona el plano y transmuta a donde la conciencia muerta creyó que iría; existen tantos paraísos e inframundos posibles como interconexiones cerebrales. O por ahí no hay nada y estamos destinados a un limbo de oscuridad que vamos a llamar paz eterna (o tormento). Cuando muera les cuento.
¿Es el alma lo que determina al ser o es el ser lo que determina al alma?
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Soledad.
Nos aferramos a lo ajeno para no tener que lidiar con nuestro propio enredo, y todo parece ir bien hasta que eso que abrazamos para no caer se evapora. ¿A dónde -o a quién- va uno cuando todo el tiempo se busca huir de sí mismo?
Las manos impropias que forman el pilar en donde nos construimos se aflojan. Todo se derrumba y no hay nada que nos amortigüe el golpe hacia la realidad vacía, y lo que habíamos apropiado como nuestro resulta que nunca lo fue. El autoengaño pasa de ser analgésico a hematoma.
Parece que lo nuestro no tiene coherencia ni valor si no tenemos con quién compartirlo. Si vagamos solos por el mundo y nadie está ahí para desenmarañar el caótico interior que se enreda con el tiempo, y si al mirar al frente ya no nos encontramos con ojos que validen al son del orgullo nuestros logros, ¿realmente estoy haciendo las cosas bien? La validación externa funcionaba como compás y ahora hay que confiar en el mapa mental.
Pero la mente es traicionera y nuestros puntos de vista terminan atrofiados. Los sentidos se distorsionan y empiezan a guiarse por lo que la psiquis corrupta dicta; todos los órganos están diseñados para hacernos sobrevivir pero el cerebro se carcome a sí mismo como si estuviera compuesto por células cancerígenas en metástasis.
Nuestra esencia no se encuentra en las sombras que atormentan sino en cómo las ahuyentamos.
Dicen que la compañía es fundamental para la supervivencia mientras los coros del fondo nos repiten en sintonía de la ironía que solos nacemos y solos morimos. La compañía es la medicina que contrarresta los efectos tóxicos de los químicos cerebrales.
Pero las luces se apagan y no hay nadie ovacionando el guion escrito por y para uno mismo.
Y cuando la obra ya no tiene público, no vemos otra opción más que bajar el telón.
O mejor que siga, y bailo sola mientras me aplauden los monstruos que un día escondí bajo mi cama.
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La atención.
¿Qué es del ser humano sin la atención ajena? Somos seres sociales por naturaleza, necesitamos ser necesitados para no caer en la profunda desesperación del olvido. Los antiguos egipcios posicionados en las más altas esferas destinaban sus recursos a las pirámides en donde se guardaría su cuerpo porque allí residirían sus más grandes hazañas e historias de vida. Propagandísticas o no, el punto es que su mayor temor era ser olvidados por las generaciones consiguientes; porque la muerte se da en el olvido y no en último aliento de vida terrestre. Los romanos de la Antigüedad Clásica recurrían al damnatio memoriae cuando alguien actuaba deshonrosamente a los ojos de la sociedad. Borraban cada rastro de su existencia porque de nuevo, el olvido, es peor castigo que la misma muerte.
Parece que hoy seguimos un patrón similar amoldado a nuestros tiempos. Si no hay rastro de mí, ¿existo? Los muros piramidales y las paredes de los palacios son hoy una simple pantalla dentro de las redes sociales.
Algunos requieren de la atención más que otros; sujetos que viven a base de la aceptación y elogios externos porque creer en ellos mismos se vuelve tan difícil como no exponerse. La ironía de que la vida material obtiene relevancia cuando se convierte en una imagen efímera.
Es difícil desligarse del mundo moderno que logró convencernos de que nuestro valor como persona es cuantificable a partir de la opinión ajena. Las acciones que determinan la esencia que emana de nuestra humanidad no suman nada a menos que sean visibles al mayor número de ojos posibles (y lo que se hace en la oscuridad nunca ve la luz de la aprobación terrenal). No es simple mantenerse al margen de una realidad en donde todos y todo se expone masivamente; es tan pero tan fácil pintarnos a nuestro antojo que el deseo de mostrar para ser deseado es además contagioso.
Entonces necesitamos que todos vean lo que hacemos, lo que pensamos y la relevancia de nuestras acciones es batería para nuestro ego corrompido.
Nuestra naturaleza verdadera se pierde porque el moho espanta. Nadie quiere nunca que se vislumbre la podredumbre de la manzana y es su mejor ángulo, rojo y maduro, el foco de ese amor por el que tanto nos morimos por recibir.
La necesidad de ser visto y encontrar la validación que dentro nuestro no encontramos, porque el fin siempre es generar una idea del yo en el otro para que deseen nuestra compañía (¿y vos la desearías?) Pero si sólo es el otro quien puede levantarte también puede lograr denigrarte, y ahí no te va a ayudar nadie.
La atención que recibimos nunca termina por llenar lo que no soportamos ver vacío. El grifo sigue abierto pero el vaso está condenado a estar medio vacío eternamente.
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Domingo.
¿Qué hace que los domingos sean tan domingos? Pareciera que hay algo en el aire; intangible, imperceptible a la mirada pero nunca al alma. Una vibra, una sensación de melancolía que danza junto a la nostalgia para concebir el sentir más agridulce que se inyecta en lo interno, llega a la hipodermis y logra calar dentro de los huesos. Vacío, aburrimiento; ¿será el luto por los días que perdemos? el pensamiento anticipado de un mañana al que nos resistimos pero sabemos es inminente a las plegarias inútiles. El tiempo es un tirano inclemente y en la era del control impaciente nos rehusamos a sucumbir bajo su mando inevitable.
La soledad se siente todavía más fuerte que en cualquier otro día mundano. Creo que leí en algún lado alguna vez que es en los domingos cuando más gente comete suicidio. Gloomy Sunday. Es que hay un no se qué atravesándolo todo que hasta estar acostado mirando el techo se siente incómodo.
La incertidumbre de mañana y la pena que un día demasiado tranquilo arrastra.
Miro por la ventana. El día gris se complementa con el moho de los edificios descuidados y el pavimento húmedo de las calles vacías. Muy domingo.
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