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El infierno
Tenemos una idea preconcebida de cómo es el infierno,
un lugar bajo tierra, lleno de fuego y demonios.
Hoy conocí el infierno, y es muy distinto a cómo lo imaginaba:
No es un lugar, si no un estado, un momento.
El infierno es aquí y ahora, en la tierra;
rodeado del resto de los seres vivos.
Un lugar en el que mi madre no existe
Un lugar en que no hay proyectos
Un lugar en el que no hay amor
Un lugar en el que reina el odio y la indiferencia
Un lugar en el que no hay esperanza en un mañana
Tomé una postal del infierno, de mi infierno, para recordarlo:
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Luna
A diferencia del sol, la luna nos ilumina entre nosotros,
cuerpos de carne y hueso, vida mortal,
pero a la vez nos permite admirar toda la inmensidad del cielo.
Cielo que a veces nos brinda el espectáculo completo:
cubierto de estrellas, sin dañar nuestros ojos.
El tiempo que queramos, que necesitemos para sanar.
Para encontrar el balance.
Y una noche en la que empezaba a ver la luz,
etapa en la que estaba tan intenso que quemaba,
apareciste delante de mis ojos, Luna Llena.
Pero esta vez encarnada, en forma humana.
Te presentaste ante nosotros; simples mortales,
vestida de un negro que bailaba perfectamente
con el dorado intenso de tu cabello.
Quizás ni siquiera el ojo humano estaba listo
para ver tu belleza en su totalidad.
Es una experiencia a la que la vida nos limitó:
a verte de forma parcial. Pero yo me quedé fascinado.
Te ví en un primer instante y no pude quitarte la mirada.
Ni siquiera una vez pasada la noche, Luna Llena.
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Portadores de luz
El portador de luz, analizado desde el punto de vista de un reikista, es aquel que se encuentra a disposición del otro para brindarle un poco de su propia luz. De su energía, en el momento que ese otro la necesita.
Pero, ¿Qué ocurre en un escenario en el cual el portador de luz necesita un cargador?
Extrapolemos este escenario a uno de la vida cotidiana:
Dos amigos van por la ruta, cada uno en su coche. Deciden tomar la ruta. Con sus idas y vueltas. Partes aburridas, curvas, salidas.
Un desafío en cierto punto, ya que sabemos que nuestro cuerpo frágil puede sucumbir ante una situación adversa.
Deciden encarar este trayecto una noche particularmente nublada, cielo cerrado donde apenas se llega a ver a un pie de distancia.
Uno de los dos, el cual se queda sin nafta en una parte del trayecto, distante del punto de partida y distante del destino, se dispone a pedirle prestada a su amigo, ya que no hay estaciones de servicio a kilómetros.
El otro, asume una responsabilidad que no está listo para aceptar, ya que simplemente cuenta con la reserva del tanque. Escenario similar al de su amigo.
Entonces, ¿qué hacemos ante esta situación? Y cito la respuesta de un ser de luz que me iluminó desde mi nacimiento:
“Lo que hago yo es tratar de no perder la calma, de que el resto tampoco la pierda y buscar una estación de servicio si me quedo sin nafta. Camino o hago dedo hasta llegar a una estación de servicio para pedir ayuda y volver al coche.”
La respuesta de este ser de luz puede ser aceptada. Pero, ¿qué se requiere para poder llevar a cabo esta tarea?
Paciencia
Tiempo
Calma
Todos estos elementos son los mismos que necesita el portador de luz para sanar, para recuperar su energía.
Paciencia ante un escenario adverso, el cual puede estar atravesando el portador de luz.
Tiempo para sanar las heridas y ponerse nuevamente de pie. Una leve ventisca puede amagar con apagar una antorcha, pero si la sujetamos con fuerza el tiempo necesario y el viento pasa rápido, el fuego retorna a su forma original, con toda su intensidad y brillo.
Calma ante esta situación adversa, o un mismo desequilibrio entre luz y oscuridad producido por diversos factores de la vida. El portador de luz sabrá la forma de recuperar el balance que es tan necesario en la vida entre luz y oscuridad.
Una vez que consideramos estos tres factores y suponemos que el portador de luz ya recuperó su energía y puede volver a sanar al otro, retomamos el relato:
El amigo que asume la responsabilidad de brindarle nafta a su compañero de ruta inicia el recorrido. Un recorrido en el que sabe que estará solo físicamente, pero siempre acompañado en espíritu por su amigo (incluso recibiendo mensajes directos por el celular cada tanto, dada la tecnología de la que disponemos hoy).
Sabe que el camino será largo, el frío de la noche y la niebla dificultan su paso, así y todo sigue a paso lento, pero firme, dispuesto a llegar a una estación de servicio.
En el trayecto se limita a pensar, a reflexionar. A contemplar la inmensidad del cielo, el brillo de las estrellas en medio de la nada y el silencio de la ruta; hasta que finalmente llega a la “bendita” estación, lo cual le brinda una sensación de calma y realización. Allí es asistido, hasta se da el lujo de tomarse un café caliente con una medialuna para recuperar energía física y volver sobre sus pasos, para volver a donde se encuentran los autos, y su amigo.
La vuelta se hace más llevadera, incluso dado el peso del bidón de nafta, ya que el peregrino sabe que ya cumplió con la mitad de su tarea, simplemente le queda retornar. Pero un retorno exitoso, a sus fines; y cargado del azúcar dado por esa suerte de desayuno que se tomó en la estación de servicio, se da el encuentro con su amigo.
Se ven ambos autos parados. El amigo fumando, algo impaciente, hasta irritado. El peregrino, al finalizar el recorrido, se limita a darle un abrazo a su amigo, cargado de energía la cual le transmite al paciente. Este receptor al principio no entiende muy bien qué es lo que pasa, simplemente se limita a abrazar a la otra persona de vuelta, recordando que siempre un abrazo de un amigo es bienvenido. De repente, y con la continuidad del abrazo, esas primeras sensaciones de impaciencia e irritabilidad se van yendo, abriendo puertas a la comprensión, al amor, al afecto.
Luego de este abrazo, tanques llenos de por medio, ambos continúan por la ruta, la cual ya no resulta tan oscura. Dado el tiempo que tomó el trayecto necesario para la carga de combustible dadas las circunstancias adversas, el sol asoma y ambos se toman un tiempo para ver y disfrutar el amanecer mientras manejan. Cada uno en su auto, a su manera. Escuchando la radio, tomando un mate, fumando un cigarro.
Cada tanto intercambian pulgares arriba al bajar la ventanilla, signo de que está todo bien (o más que bien) hasta que finalmente llegan a destino.
Una vez llegan, sanos y salvos, se disponen a darse un segundo abrazo. Este surge de manera más natural, de ambas partes.
Agradecen, cada uno a su manera todo lo que implicó llegar a destino en ese momento determinado, todo el riesgo que implicó embarcarse en la ruta.
Se disponen a seguir su recorrido. Cada uno por su cuenta, paseando por lugares distintos pero dentro de la misma ciudad turística a la que acudieron.
Deciden deliberadamente visitar lugares distintos ya que cada lugar le remite a uno u a otro experiencias distintas, dada su historia de vida particular.
Se reúnen nuevamente y disfrutan unas vacaciones juntos. Compartiendo risas, abrazos, recuerdos, llantos, duelos.
Llega el momento de volver, de retomar cada uno a su hogar. A retomar la rutina, pero esta experiencia hace que esta rutina sea más llevadera, ya que en los momentos más oscuros se remiten a los lindos momentos compartidos en estas vacaciones
¿En qué está inspirado todo esto?
En una experiencia personal que les cuento brevemente:
En su momento, yo me dispuse a capacitarme como reikista al igual que mi madre. Mi madre es Maestra de reiki de Tercer Nivel, domina a la perfección los 3 símbolos sagrados del Reiki pero me dijo que no podía trasmitirme estos conocimientos en ese momento particular ya que se sentía baja de energía.
Esto fué a comienzos de su enfermedad, la cual hasta ese momento no había sido detectada.
Al principio sentí frustración, porque sentía que era un acto egoísta de su parte. Pero con el tiempo y la madurez entendí la importancia de estos tres factores que hablamos anteriormente: paciencia, tiempo y calma. Para curar y ser curado.
Con el tiempo, acudí a otra maestra de reiki, Adriana Castro (a la cual le agradezco y le mando un abrazo a la distancia) la cual me introdujo al arte y la disciplina del reiki de primer nivel, así como a las técnicas del chi kung.
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Fernando
Llega un punto en que todo dolor se convierte una espiral.
Una espiral que a su final comienza a girar al revés:
Como del vacío creció el universo;
del dolor y la muerte,
surge la vida y la esperanza.
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