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Todo pasa
Andrés caminaba por las calles lentamente. La ciudad estaba gris, los bares y café habían cerrado un par de horas atrás. Volvía de la casa de su mejor amigo Fede. Era de capital pero todos los años visitaba la costa, cuando la chica de la cual estaba enamorado murió dejó toda su vida para empezar otra vez. Pasaron un buen rato pero rondando las dos de la madrugada sabía que era hora de volver a casa. Sacó las manos del abrigo color café y se acomodó la bufanda tejida por su tía y devolvió las manos a los bolsillos. Cada paso que daba le dolía, no quería volver pero tenía que hacerlo. En temporada alta o baja le encantaba estar fuera de casa: se sentía libre. De vez en cuando hablaba de libertad con sus amigos: contaban como en ciertos lugares se sentían libre o con ciertas personas. Para Andrés cualquier lugar era libertad lejos de su casa. Una ráfaga de viento lo sacó del trance, estaba en frente de su casa. Había un camino de piedras que llevaban hasta la entrada: “Muy pintoresco”, le dijo su padre cuando lo terminó. No era la gran cosa, pero estuvo orgulloso de su propio trabajo y era razón suficiente para cuidar el aspecto del camino, incluso trece años después que los abandonara. Lo que en ese tiempo había sido una bonita casa ahora caía en ruinas: el pasto creció por abandono, le prohibieron cuidar el camino de piedras y le faltaba muy poco a la casa para perder el color ocre por completo. Sin importar la hora las luces seguían prendidas, escuchaba el televisor desde la vereda y junto con ella unas risas que le provocaban escalofríos, no del miedo sino del asco. Se agachó fingiendo atar sus cordones, si lo llegaba a ver parado sin más le reprocharia y Dolores, su madre, quedaría callada a su lado. Volvió a componerse en su lugar, sacudió su cuerpo y emprendió paso hacia la entrada.
Abrió la puerta como si no fuera la de su casa. En el sillón, con una cerveza en la mano y su madre incómoda entre ellos se encontraban Diego y sus amigos. Miraban el televisor riendo a carcajadas, como lo supuso. Revolvió su pelo negro e intentó pasar desapercibido. Recibió un carraspeo de desaprobación de parte de Diego pero lo ignoró siguiendo de largo. En la cocina, el olor a carne podrida lo envolvió, Dolores lo había seguido hasta ahí con la excusa de buscar más cervezas para los hombres. Se sentó en la mesada justo al lado de la heladera. Todo se había gastado con el paso del tiempo, la heladera, el sillón, su relación. Tiró su pelo para atrás, sacó unas cervezas del freezer y le dio una a su hijo. La abrió con ayuda de la mesada y disparó para su cuarto. En él, se acostó en su cama terminando su bebida. En la cama del al lado estaba su hermana, su contextura era más pequeña que la suya pero las facciones de su rostro eran parecidas. Dormía tapada con varias frazadas y los brazos estirados hacia arriba. Andrés y su madre siempre le gastaron bromas por su forma de dormir; pataleaba, se cruzaba de brazos y se volvía un tomate lleno de rabia.
Se había quedado dormido. Cuando se despertó Dolores envolvía su mano con la de ella. Echada en el suelo, con sangre en su pómulo derecho, sollozaba esperando a que Andrés se despertara. Laura había salido temprano al trabajo, no podía darse el lujo de relajarse los fines de semana.
—Dale Dolores, no llores que me hace mal.— con la otra mano rodeo su nuca formando una especie de abrazo.
Decirle aquello a veces la calmaba y a veces no. A veces su amor por Diego era más fuerte que el que le tenía a sus hijos, así lo veía Laura. Andrés solo creía que Dolores había tenido la mala suerte de tener un carácter débil y conocer a un hombre igual pero que sabía aprovecharse de la situación. La levantó y la sentó en su cama; busco alcohol y algo para limpiarla. Curaba una herida que provocaría otras. Cuando Diego volviera de trabajar entraría con su actitud de macho y haría un comentario despectivo sobre como su hijo le curaba las heridas. Y eso le cortaría el corazón, ¿Por qué sus hijos y su marido no podían convivir? Seguía llorando, ¿ Y si el no volvía? ¿Si se enamoraba de otra mujer? ¿Si la dejaba? Mujeres muy hermosas habitaban el barrio, su marido también era muy bello a sus ojos. No le costaba a Dolores imaginar como Diego podría irse con alguna de ellas. Viviana, su vecina de enfrente, era alta, rubia y delgada, pudo agarrar a su propio hijo mirarla mientras salía para ir al trabajo. Sin embargo, Andrés y Laura pensaban lo contrario; para ellos era una mujer hermosa en todos los aspectos. Pero como todos, necesitaba alguien que le sume y no que le reste a su vida.
Abrieron y cerraron la puerta brutalmente. Laura había llegado a su casa unos quince minutos atrás, salía de bañarse mientras terminaba de secar su pelo. Dolores terminaba de ordenar la casa y Andrés acomoda a las cosas de su hermana. Laura era de pelo castaño igual que su madre, intentó apresurar el paso ya que sólo iba envuelta en una toalla, según los cálculos de todos no iba a llegar hasta las diez de la noche.
—¡Ja, así te queria agarrar!— frenó en seco y quedó inmóvil. Él miraba todo desde el cuarto, la tensión de su hermana, su madre decidió ignorar todo. Diego caminaba al rededor de Laura sin decir nada, Andrés dio zancadas hasta la puerta de la habitación—. Chs— lo frenó levantando su índice, paro un segundo y volvió a su andanza como si recordara algo. Tomó a su hermana por los hombros y dio un portazo—. ¡Tus hijos son unos atrevidos!
Fue como un deja vu a partir de ahí. Laura se sentó en la cama, aún envuelta en la toalla, y lloro con su hermano abrazandola. No sabía por que lloraba exactamente. No sabía si era por el mal momento, por que su madre no hizo nada para defenderla, por que si su padre no se hubiese ido todo eso no estaría pasando. Entonces se dio cuenta que lloraba de la rabia por que estaba enojada con la vida y le daba más cólera aún no poder hacer nada.
Andrés acariciaba el rostro de su hermana. Después de cambiarse, el cansancio le ganó. Ella no lo aceptaba como protector, le gustaba defenderse sola, pero sabía que lo necesitaba de vez en cuando. En la oscuridad una luz entró por la puerta.
—A comer pibes. Decí que tu vieja me insistió, por mi se hubiesen ido a dormir sin comer.— la puerta volvió a cerrarse.
Tenía bien en claro de lo que él era capaz y de lo que no. Pensó en no salir, ¿Pero para que crear más problemas? Por hoy había sido suficiente. Se sentó frente a su mamá, tenían una mesa chiquita de cuatro. Los hermanos se turnaban para comer en la cocina, a Diego le gustaba ver la televisión sin que nada ni nadie le estorbara. Dolores dejó el plato frente a él y le sirvió jugo.
—Pobre y manco bebé, ¿Y papá que hacia? ¿te daba en la boca? —se burlaba mientras cambiaba de canal. Apretó sus cubiertos y su madre intentó tranquilizarlo con la mirada. El, sin embargo, tenía la suya clavada en el cuchillo. Su padrastro carcajeo—. Era para lo único que servía tu viejo, para darle de comer a vos y a tu hermana en la boca. Era un inútil igual que ustedes.
—Vos sos el menos indicado para hablar de él, no lo conociste. —se atrevió a contestar. Le dolía muchísimo que hablarán de su padre.
—Yo conocía a tu papá mejor que vos y ella juntos —señaló a Dolores, dejó el control remoto y acercó demasiado su cara a la de Andrés—. Laburaba conmigo en el taller. Más de uno le habrá ido a reclamar por un auto mal arreglado. ¿Sabes que hacia? Nada, ignoraba, era una basura inútil.—continuó apretando los cubiertos con tanta fuerza que su mano empezó a temblar.
—Diego…—Dolores quiso decir algo.
—¡Vos cállate, si yo no hubiese aparecido estarían viviendo a bajo de un puente! ¡El era un trastornado hijo de…!
No pudo decir otra palabra, se estaba ahogando con su propia sangre. Llevó sus manos al cuello y miró a su hijastro horrorizado. El líquido oscuro salpico a su madre y todo lo que había encima de la mesa para después recorrer su pecho. Dolores estaba shockeada, tenía sus ojos y su boca bien abiertos, luego de unos segundo reaccionó.
—¡Andrés! ¿Qué hiciste?—gritó en susurros. Sus ojos color miel se cristalizaron y un sentimiento de vacío enorme apareció en su pecho. Aún sentada en la mesa, las lágrimas desaparecieron junto con el sentimiento. ¿Realmente todo eso era una desgracia? ¿Podría la muerte de su marido restar a su vida mucho más que su existencia?
Soltó el cuchillo y el horror y el asco invadieron su cuerpo. La expresión de su madre cambio a confusión e indiferencia. Rodeó la mesa y se paró frente a su hijo. Intentó decir algo pero parecía que las palabras de habían ido con Diego. ¿El había hecho aquello? Le quitó la vida a una persona, a la persona que más odio durante años. ¿A caso el lo asesino sin más? ¿Sin sufrimiento alguno?
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Mr. Blue sky
Gradualmente creía saber por que tenía esos extraños comportamientos, gradualmente culpaba a su madre que siempre le había exigido un cuerpo bonito y unos gustos acorde a su sexo. Lloraba continuamente, amanecía con sus ojos como dos soles y nadie se percataba de eso. Una noche se preguntó si alguien sufriría algo al no estar ahí, ¿Quien no ha abierto su corazón a la soledad de la noche? Su soledad tenía voz y una personalidad bien pronunciada. Le hacía creer que el día que su existencia acabara todo el mundo prepararía un banquete. Nadie iba a sufrir. Todo el mundo se vestiría de colores vivos, abrían flores preciosas por todo lados. El pastel rosa se encontraría sobre su vientre con sus manos al rededor. Pero a pesar de todo la voz decía ser su amiga.
Con el tiempo se fue extendiendo cada vez más, ya no era la soledad de la noche, se había convertido en su compañera de trabajo. La primera vez, hablaba con su vecina, quien vivía en el piso debajo suyo al mismo tiempo que pasaba sus productos por la caja. Había comenzado con el famoso relato de como había terminado en Buenos Aires siendo originaria del desierto de Sahara. Había contado esa historia miles de veces, ¿Pero cómo podría interrumpir a tal anciana que solo recibía sus visitas y las del portero? Elena tenía padres europeos, que tras un largo nudo habían terminado en el desierto, tras las rejas.
—Mamá no paraba de sentir mareos, los policías decían que era por que una mujer de tan alta clase no estaba acostumbrada a un entorno tan desagradable...—Contaba Elena.
》El uniforme no te favorece.《
Sus comentarios eran tan repentinos que no le daban tiempo a parpadear. Guadalupe miro hacia bajo, desde la punta de sus zapatos hasta el maquillaje básico que llevaba puesto. Jamás había pensado en eso, era su uniforme y ya. Le pagaban por llevarlo puesto y atender en la caja. Salía con el del supermercado para ir hasta su departamento. ¿Iba haciendo el ridículo todos los días durante seis cuadras? Para cuando volvió a la realidad, un hombre le pasaba la mano por el frente. Elena se había ido.
Guadalupe solía juntarse con sus amigos los sábados a la noche. Se reunían en una casa y a partir de ahí planificaban las salidas. En la mayoría de los casos preparaban comida y decidían ir a recorrer lugares que no conocían de capital. Si había algo que tenían en común era que ninguno tenía más de un año viviendo en la zona. El único era Federico, había nacido ahí e innumerables veces había intentado acercarse a ella. La quería.
—Tengo un regalo para vos—. Le soltó uno de esos sábados a las tres de la mañana. Caminaban por Florida, era una de las calles favoritas de todos —. Lo tengo en casa, no es algo con lo que podría andar de acá para allá. Si querés...— no terminó la frase. Guadalupe asintió con dulzura. Era tan boba a veces.
—¡No es algo con lo que pudiera andar de acá para allá!—. Se burló Mara, quien tenía un par de cervezas encima.
—No vayas a lastimar a mi princesa por que te rompo el coño —. Félix los tomo por el cuello, era español y en muy poco tiempo se habían vuelto cercanos con la chica.
》Ellos desperdician su tiempo y lo sabes《
Su sonrisa se desvaneció poco a poco. ¿A caso podría alguien fingir tan bien? Félix se había cansado de decirle lo mucho que la quería y Federico no era de quienes hacían cosas que no querían. Muchísimo menos Mara.
La voz sentía satisfacción cuando Guadalupe volvía a su departamento, ubicado en la calle a Avellaneda, y lloraba desconsoladamente. Pero ella no era del todo estúpida, además de su tono agresivo percibía los detalles que poco a poco la irían matando si no los paraba. ¿Pero qué más podría hacer?— se decía así misma—. Iba a llegar el día en que todo eso acabara con su existencia y no tendría que preocuparse por quien fingía y quien no. Esa noche, como a las cinco de la mañana, después de retractarse y negar la oferta de Fede, volvió a su casa. Se sentía cansada, completamente confundida, ¿Sería verdad todo aquello?
•
Uno, dos, tres timbres y Fede no atendía.
—¡Joder, Federico!—. A las tres de la tarde se había armado un tumulto de gente al rededor del edificio de su amiga. Mara lloraba con la misma continuidad que él llamaba a Federico. Apenas recibieron la noticia intentaron entrar al edificio pero los bomberos se lo impidieron —Mara, continúa llamando a Fede.
Le dejó el celular y en la primera oportunidad que tuvo paso por la entrada del edificio para recorrer por las escaleras hasta la terraza.
—¡Federico!—dijo algo aliviada la rubia pero al instante volvió a angustiarse.
—Mar, ¿que pasa?—apenas se levantaba, tomo un sorbo de su café, podía distinguir que era la voz de su amiga y con suerte.
—¡Necesito que vengas ya al edificio de Guadalupe!
—¿Pero paso algo?—confundido volvió a tomar de su taza—. Le pasó algo a Guadalupe—. Fue una afirmación con destellos de esperanza.
Esperaba que la rubia lo tranquilizara y negara lo dicho. Por lo contrario, Mara empezó a llorar otra vez. Salió disparado, sentía que cada cuadra tenía miles de metros, deseaba con todas sus fuerzas llegar ahí y que todo sea una broma. Una muy buena broma.
—¿Dónde está?—se inclinó poniendo una mano sobre su rodilla y la otra en su pecho. La madre de Guadalupe señaló a la terraza del edificio.
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—Guada, Guada por favor...— Félix estiraba una de sus manos hacia su amiga la cual estaba al borde del edificio—. No hagas esto...No se que es lo que pasó contigo en este último tiempo que te llevó a estar aquí pero lo podemos solucionar—. Empezaron a caer lágrimas por sus ojos.
—¡Mentís!— apretó sus puños—. ¡Seguro nunca me quisiste y nunca me vas a querer!
—¡Mierda! ¿Quién fue el gilipollas que te metió esa idea en la cabeza? Desde que me acerqué a ti a principio de curso fuiste indispensable para mi—. Dio un paso hacia adelante, casi cinco metros los separaban.
—Me dijiste que no habías metido tus útiles y no te habías dado cuenta. Necesitabas lápiz, lapicera, resaltador, usas muchas cosas para escribir—. Recordó.
—Y me los obsequiaste —. El miedo que Félix sentía era abismal, ahí arriba solo se escuchaban el uno al otro—. Pero dijiste que tú los tendrías por si volvía a pasar lo mismo, y a partir de entonces comenzaste a cuidar de mi como si fuera tu hermano.
Guadalupe empezó a caminar por el borde del edificio, ¿Qué era lo que realmente debía hacer? Félix parecía ser sincero, ¿Y si se había equivocado al creer todo lo que la voz le decía?
—¿En serio vas a creerle, Guada?—una mujer rubia apareció detrás de su amigo, tenía exactamente el mismo tono de voz que la de su cabeza—. Tuvo tiempo para preguntarte por que te aparecías en la facultad con los ojos hinchados. No hizo nada y siente culpa por que llegó muy lejos.
—Basta, basta, ¡Basta!— de cuclillas a punto de precipitarse, tapó sus oídos.
—¡El está mintiendo y los que están a bajo también! —. La voz se acercó con las manos en los bolsillos de su campera —¿Te das cuenta que tan lejos pueden llegar las personas? ¡Si te vas ahora ya no te tenés que preocupar más por quien te quiere y quien no!
—¡Es mentira, el me quiere, me lo dijo muchas veces!
Félix estaba algo confundido, aprovechó para acercarse unos pasos pero se detuvo al instante. Estaba hablando con alguien, quien evidentemente solo ella podía ver.
—No la escuches—. Guadalupe paró en seco y se enderezo en su lugar.
—¿Lo sabes?—preguntó ella
—Lo sé ahora. El punto es... — suspiró — podemos ayudarte, no escuches a esa voz que ronda en tu cabeza por que no es real, nosotros si —. La voz le daba miradas asesinas a Félix, lograba convencer a Guadalupe y eso no le gustaba.
Todo había pasado muy rápido, un bombero entró de manera brusca en la escena. Abrió la puerta que conectaba a la terraza con los demás pisos produciendo un gran estruendo. Guadalupe, en su estado débil, se asustó y con ayuda de su desorden mental, quien tocó su hombro precipitándola aún más, cayó. Al principio intentó sostenerse de cualquier cosa pero fue inútil.
Guadalupe caía completamente inmóvil. Félix se asomaba gritando su nombre, la voz sonreía con satisfacción pero ninguno llamaba la atención de la chica. Miraba el cielo azul que se había ocultado durante tanto tiempo detrás de grises nubes y tormentas, sonrió.
¡Señor cielo azul! Por favor dinos, ¿Por qué te tuviste que ocultar tanto tiempo? ¡Tanto tiempo! ¿Dónde fallamos? —Mr. Blue sky.
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