No creas jamás lo que te cuento y desconfía de lo que siempre digo; pero no por mentirosa sino por humana.
Don't wanna be here? Send us removal request.
Text
¿Dónde están los que no están?/Where are the absent ones?
Pasó una luna, pasaron dos y pasaron tres. Los días y las noches sembraron la apatía. Nadie congeló un momento en sus vidas para doler conmigo. ¿Cómo detener a los comensales en la oleada de restaurantes en la Condesa? ¿Cómo detener a los perros paseando con sus dueños en el parque México? ¿Cómo detener a los vendedores ambulantes en los pasillos del metro? ¿Acaso el viento de un casi milagroso día soleado emborracha de indiferencia? Finalmente, ¿qué es el dolor de unos en el inmenso ecosistema en que vivimos? ¿qué contrapeso hace su llanto entre tantos minutos ajenos? Y, ¿qué podemos hacer? ¿Debemos condenar?¿Basta con “no perdonar��?¿Ardemos?
Hace casi tres días que se llevó a cabo la marcha del 2 de Octubre desde distintos puntos hacia el Zócalo. Voy tarde para hablar del tema. En mi defensa, me ha tomado muchas horas volver a esa realidad cíclica y tranquila de los que no están. De los inermes.
Para hoy lo dicho, dicho está. Lo hecho, fotografiado está. Sin embargo, aún quedan aristas en la oscuridad.
La marcha del dos de octubre olía a esquites. En medio del gas lacrimógeno, las rocas, los pies huyendo y las madres rogando “mijito ya no vayas” se imponían las señoras vendiendo elotes con salsa, crema, queso y limón. Próximas las seis de la tarde, había también vendedores de helados.
¿De dónde salió el gas? No lo sé. De una esquina, a la derecha de la tarima de los oradores. ¿Fue provocado por los manifestantes? No puedo asegurar una respuesta. Desde mi perspectiva el gas rompía grupos de personas casi quietas, hacía llorar miradas perplejas y alertaba a quienes llevaban cámaras. Por un segundo, a todos nos fue cercenada la garganta. Se nos ahogó la voz. Tosimos. Lloramos.
Un poco después de las seis el micrófono anunciaba el fin del evento, igual que anunció las voces que lo acompañaron y la llegada de la Policía Federal. Al dar pasos atrás, nuestros ojos chocaron con la llegada de hombres con rocas en las manos.
Para algunos era momento de retirarnos.
Caminamos hacia el Palacio de Bellas Artes, en medio de un grupo de civiles que llevaban niños de las manos y bebés en los brazos. Al final de la calle se imponía una barrera color verde que nos forzaba a hacer una fila interminable que tenía como destino un corredor pequeñito, rodeado de Policías con escudos.
“¿Qué hay del otro lado?”, pregunté a una señora. “Nada, no sé, yo creo que los están madreando”, respondió.
A nuestra izquierda se encontraba la fila de Policías. “No importa güey, cualquier cosita te les vas encima cabrón”, decía uno de ellos al principio de la fila. Al final, un Policía obeso comía galletas con desdén mientras los ojos intimidados y asustados de los seres humanos en la fila lo miraban. “No mames pendejo, ¿porqué los pasas por aquí?”, le preguntó un hombre de camisa blanca al Policía obeso. No hubo respuesta.
Terminó. Nos alejamos de aquello. Quizá nos sentimos cobardes por la pronta retirada. Quizá odiamos a quienes lanzaron el gas sin mirar a quién. Quizá temimos por los periodistas agredidos. Quizá nos dolió el llanto ajeno.
“¿Cómo te sientes?”, nos preguntamos Natalia (periodista valiente y crítica) y yo. “Herida y enojada”, respondieron nuestros ojos.
* * *
One moon, two moons and three moons posed in the sky and died. Days and nights gave birth to the apathy. Not a single person in the surroundings froze a moment of the day to feel the pain with me.
How could I stop the hungry men and women from eating in the sea of restaurants in “La Condesa”? How could I stop dogs and owners from taking a walk at Mexico Park? How could I stop the people at the Subway station from selling useless things and candies? Is it possible that the warm wind of a miracolously sunny day in Mexico City makes people get drunk with indifference?
In the end, what does it mean that some people is feeling hurt in comparison with the huge ecosystem we inhabit? How much do orphan tears weight in other people’s minutes?
So, what can we do? Should we condemn the “guilty” ones? Is it enough to deny our forgiveness to those who murdered? Shall we all burn in anger?
It has been almost three days since the “October 2nd” protest in Mexico City, from different starting points to the Zocalo square. I am late for writing about it. On my defence, it took me too many ours to come back to the quiet and round reality of the absent ones. The reality of the unharmed. The reality of a warm bed and unaltered dreams.
Until now every word has been said and every action has been photographed. Nevertheless, there’s still some edges of the polyhedron that remain untouched.
The protest at the Zocalo square smelled like boiled corn. In the middle of tear gas, flying rocs, running feet and desperate mothers begging their sons not to go further; old ladies selling boiled corn with hot sauce, cream, cheese and lemon imposed themselves.
Tear gas was everywhere. Where did it come from? I can’t tell. From one corner, I guess, next to a man with a microphone that summarised in words the concerns and the strength of the protesters. He asked them to remain calmed in spite of the gas.
Were the protesters being violent so Police was throwing the gas to tame them? I couldn’t tell either. What I can tell is that from my perspective people was walking calmly. Just walking. They weren't carrying weapons, they weren’t being violent. Still, the gas was thrown without discrimination. It attacked the protesters, the journalists, the mothers with babies and the ladies selling corn. For minutes the voice of every human being in the square was silenced. Our eyes cried and our throats hurt. We couldn’t speak. We ran.
A little after 6 pm, the man of the microphone announced that the protest was over, just like he previously announced the arrival of the Federal Police and asked for calm. We took some steps back and we saw men arriving with rocks on their hands.
At the end of the street we all faced a huge metal barrier. It was there to make us form a thin thin line that ended in a human corridor guarded by policemen and their plastic shields. “Never mind, dude, the slightest thing and you jump over them”, said one of the policemen to another one.
At the end of the line, a fat policeman ate cookies. “What the hell is wrong with you? Why did you make them walk through here?” asked a man wearing a white shirt to the fat police while he held a portable radio. The fat policeman kept eating silently as people looked at himrs with fear in their eyes.
It’s over. We are now very far in time and distance from that.
I was there with Natalia, a brave and truthful journalist. Maybe at that time we felt cowards for leaving when there was people being hurt. Maybe we hated the policemen who threw tear gas without stopping a second to ask themselves “who is here?” Maybe we were afraid for the safety of the other journalists and cameramen. Maybe our souls cried because of what we saw.
“How do you feel?”, we asked each other. “Seriously offended and deeply angry”, answered our eyes.
3 notes
·
View notes
Text
Cómprame una cama.
Mi amor, en tí se me están yendo los años. Gasto mis días jóvenes en provocarte sonrisas que no tienes merecidas; le desgarro las horas a los días para cumplirte los caprichos y le arranco a la noche los minutos para no llorar el desencanto.
Mi amor, ¿será que esta noche podemos sólo hablar de sexo? Sí. Creo que hoy te compraré una cama, porque estoy cansada de comprarte las peleas. Enciéndete conmigo y prende fuego a tu futuro. Propongo que te aferres al suspiro, ignores todas esas luces rojas y por una vez no te detengas. Prende fuego de una vez.
Mi amor, ¿es que acaso te estás yendo? Veamos cuántos metros logras avanzar. Al final, la diferencia entre un mirador y un precipicio no es la altura, sino el balance de tus pies cuando ves el Sol de cerca.
Ten cuidado, mi amor, que si avanzas siquiera un paso más dejaré de ser tu mirador y un pájaro sin alas no sobrevivirá jamás en el vacío.
0 notes
Text
The ignominy of breathing.
-We are silhouettes of inflexible pasts, shivering presents and runaway futures.
-Speaking of pasts...What have you done to stay alive?
-Doesn't matter. I am breathing.
-Did you kill anyone to stay alive?
-Maybe. Human beings can be easy targets.
-Did you lie?
-Didn't you? Where is this coming from?
-I never trust the ones that death has left behind before I find out the price they payed to live.
-Are you saying I'm going to betray you?
-Have you betrayed someone before?
...
1 note
·
View note
Text
Hola Ana Cecilia, la especialidad en periodismo hace mucho tiempo que dejó de ser una necesidad y ahora es una realidad en las redacciones de los medios de comunicación. Creo la actualización es de vital importancia para cualquier área. Saludos, Elizabeth
4 notes
·
View notes
Text
Mujeres.
Aquí se paga por mirar, por sentir. El hombre a cargo no tiene el control. Lo tiene el reptil color petróleo que le mira de frente. El hombre a cargo gira la vista y la mano. Por exigir monedas que en nada beneficiarán al animal pierde la vida. En menos de seis segundos la chica francesa junto a él la pierde también. Aunque esa segunda muerte no es un ajuste de cuentas. Tan solo un impulso, una mordida perdida...un daño colateral. Disculpen las molestias.
Así son las mujeres. Alargados seres sin cadera, de movimientos fuertes y cuerpos flexibles. Reptiles de sangre fría. Las mujeres son serpientes que se alimentan de cuerpos enteros y digieren a sus víctimas sin masticar.
0 notes
Text
Anuncio de ocasión.
Se busca para guarda espaldas ángel desempleado con disponibilidad de horario, buen manejo de idiomas y dominio intermedio o avanzado de armas de fuego.
0 notes
Note
¿Hacia donde irá Ana? Me parece perdida en un mundo sin descanso y sueños diurnos
Ana esta perdida. Da vueltas en círculos en su propia vida y comienza un poco a perder la línea que divide realidad de fantasía. Va, si toleras un poco el suspenso, hacia un vehículo deportivo rojo y una carretera helada.
0 notes
Text
El mundo despierto.
¿Con qué sueñan los que no duermen? Los que no duermen no descansan pero si que sueñan. Sueñan con jornadas malpagadas, con amores impronunciados y con deudas inconclusas.
A los que no duermen se les duermen las manos, en señal de que pronto han de claudicar a semejante mal trato.
Los que no duermen piensan en ausencias y se ahogan en silencios que aún sin quererlo los terminan envolviendo en un cataclismo de minutos malvividos que evocan cicatrices y heridas abiertas.
Pocas bromas por favor. Conozco una mujer que hace un año que no duerme, al menos no como dormimos todos. Ella es un espectro de ojos despiertos que camina con la inercia de quien busca huir de sus temores, aunque cuando observa su reflejo en el espejo, finge bien que no le teme a nada.
En sus sueños, Adán y Eva son dos personas reales, pero contrarias al estereotipo de género que ha sido desde siempre impuesto por los que si duermen. Así, en el vapor de los sueños de Ana, Adán es un hombre que se entrega al delirio y al sentimiento, mientras que Eva es una mujer de miembros fuertes que trabaja y vive eternamente exhausta.
En el rostro de Ana, la chica que nunca duerme, yace agazapada una sonrisa que se carga hacia el lunar sobre sus labios, justo por debajo de la mejilla derecha. De esa sonrisa no hay que fiarse, pues tan hermosas como hipócritas son cada una de las líneas que delimitan su silueta.
En ese mundo, al que Ana llama ‟mundo despierto”, el tiempo tiene la obligación de transcurrir más rápido cuando es de noche, pues de otra manera la cama se convertiría en una ilusoria cámara de tortura que encadena al alma etérea, jaloneando por horas el hilo de plata que tiende a luchar para romperse en pro de la liberación del ser hacia la luna.
Entretanto, por la noche, el despierto no comprende lo que ocurre. Recibe sin asimilar estímulos de luz, calor, sombra y frío que al amanecer no significarán más que un parpadeo de ojos hinchados.
Cuando la mañana madura un poco y es momento de ducharse, el tiempo en el mundo de Ana fluye más despacio, permitiendo que ella y el resto de los habitantes del mundo despierto tomen un descanso. Ellos descansan al rayo del sol, con el café de la mañana, que suele ser si no por desvelo por predilección adquirida un líquido espeso y amargo, como un hoyo negro expuesto en el corazón del medio día.
Con cada sorbo mejoran el semblante, recuperan el equilibrio y les vuelven las ganas de andar. La paz que hace dormir a un niño, ellos no la recuperan nunca.
Luego viene el alimento, que impide que sus cuerpos desfallezcan o el corazón comience a gestar sentimientos estériles. La mente manda, duele. Ordena a las manos que se aferren a los cubiertos, a los ojos que dejen ya su tortuoso palpitar y a las piernas que aborten su desfile de espasmos innecesarios.
No todo se puede, pero se hace un buen intento. Las horas gatean justo en la línea de fuego de una batalla constante entre la voluntad de un espíritu cansado y la porfía interminable de un cerebro siempre pensante.
A las tres de la tarde se produce el primer golpe. Ana la que no duerme, cabecea. Su barbilla roza su clavícula un par de veces pero no se posa en definitiva languidez jamás. Sus ojos parecen desear cerrarse por siempre. Con esfuerzos que no pueden ser medidos en papel, Ana separa sus párpados superiores de los inferiores y los muslos de la silla. Se marea. Da un paso. Camina.
La cabeza le retumba. Le viene un chapuzón de recuerdos cotidianos. Piensa en el alquiler que no ha pagado, en la perra que olvidó pasear por la mañana, en las llamadas prometidas nunca hechas y en todas esas actividades que dejó pendiente porque estaba muy cansada para realizarlas.
Pasan tres horas, más o menos, que Ana enfrenta con firmeza hasta que vuelven los cabeceos y el estómago se le revuelve un poco. La garganta se le aprieta sin motivo. Arde. Quema. Se le cuajan las palabras aún no dichas.
Estando allí no falta mucho. Un par de horas más y Ana estará camino a casa, sorteando el tráfico desbocado hasta cruzar un túnel, una tienda pequeña de abarrotes, la casa del perro de ojos miel y la reja que es idéntica a la suya. Se estacionará en el garaje del piso que habita su cuerpo y apagara el motor de su vehículo color grisáceo, verdoso o azulado según la presencia o ausencia de luz de sol.
Encontrará en el salón un par de amigos. Quizá Mariana. Tal vez Matías con la cerveza en la derecha y un tabaco en la izquierda. Hablará con ellos un par de minutos, escuchando de sus bocas lo de siempre. Intercambiarán lo relevante ocurrido en la oficina, en la alcoba y en su vida de pareja. Mariana hablará mal de su mujer. Matías mal de su hombre. De familia se habla poco, más que nada por respeto.
Aprovechando el primer silencio largo, Ana anunciará retirada asegurando estar rendida y subirá la escalera blanca hasta llegar a las penumbras de su espacio privado. Cerrará la puerta de su habitación color lavanda y dará las buenas noches a su perra, que prefiere dormir al costado izquierdo de la cama.
Ya entre las sábanas se revolcará mil veces, sentirá que su cuerpo se funde entre las telas y que en su cabeza repiquetea una gota como de tortura inglesa. Todo por al menos ocho horas, que es lo que dura la noche para ella. De nuevo llegará el alba y Ana no habrá dormido minuto alguno.
La chica que no duerme pasará un día semejante al anterior pero más doloroso, largo y tenso. Sentirá que cada una de las aristas de su frágil cuerpo estallan en mil pedacitos de cristal aguamarina. Pero no hay que preocuparse tanto. Llegará la tercera noche y dormirá.
Ana dormirá. Siempre duerme a la tercera noche. Esa es la noche en que no sueña para sólo descansar. Se olvida de las jornadas de trabajo malpagadas, de la perra que debió pasear, del alquiler que no ha pagado y de todo lo demás que obstaculice el milagro de un sueño profundo y reparador.
Así, las horas de la tercera noche y los minutos del cuarto día pasarán rápido, casi desapercibidos. Ana sonreirá mostrando sin hipocresía ni asimetría su enorme dentadura y atreverá con el mundo miradas sinceras y cargadas de energía.
Darán las ocho de la noche del cuarto día. Ana pasará a través del túnel, la tiendita de abarrotes, la casa del perro de ojos miel y la reja idéntica a la suya. Ana apagará el motor y bajará.
Esta vez la casa tampoco estará sola. En la puerta esperará Leyla, su perra hiperactiva. En la estancia Jesús recibirá a Ana con un beso suave. Ambos se irán pronto. Leyla correrá hasta la cocina por croquetas. Jesús dará las buenas noches y conducirá hasta otra casa, su casa o la de su madre.
Esa noche Ana cenará un pan con mermelada, para suavizar su regreso al mundo despierto, donde por dos días será esclava de sus pensamientos.
0 notes
Text
Entretanto, GAY.
Si hablamos de preferencia, hablamos de algo reversible. Si pensamos en orientación, pensamos en algo irreversible. Lo cierto es que mientras que la expresión sexual es cuestión de elección, la predilección sexual conlleva factores neurológicos intrínsecos que nada tienen que ver con el debate legal en torno a la homosexualidad. El debate acerca de la concesión de derechos a los homosexuales es incorrecto, olvidando el conflicto real: porqué estos derechos no están siendo respetados equitativa y equidistantemente.
Ante ello, el determinismo biológico es el arma con que las más jóvenes generaciones de homosexuales se defienden de los demonios de la discriminación, la incomprensión y la alienación de todo núcleo.
No obstante, el argumento ‘no es culpa suya’ no basta para crear la utópica atmósfera de tolerancia y compresión que se requiere para dar cabida a la amplísima gama de tendencias sexuales y de género presentes en tiempo real.
Así, la creciente postulación de causas biológicas que hagan a un ser proclive a cierta tendencia sexual utilizada como argumento para la equidad legal no logrará más allá de una declaración de causalidad ambigua que a pesar de examinar de cerca la homosexualidad, no la define o la delimita por encima de concepciones cros-culturales, trans-temporales y generacionales. Mucho menos brinda un pilar de debate válido que ponga en tela de juicio otros fenómenos igualmente complejos como la heterosexualidad, la bisexualidad o la asexualidad.
Por tal motivo, resulta ridículo que las principales interrogantes respecto al paisaje de arenas movedizas que representa el tema de la ‘identidad sexual’ ronden como aves de rapiña a la homosexualidad esperando encontrar un motivo que funja como cimiento de una reforma legal que incluya leyes que permitan el matrimonio, la crianza infantil, la libertad de expresión y los derechos de asociación y privacidad.
Antitéticamente, si se omitiese la bandera del determinismo biológico cuando de homosexualidad se trata, entonces estaríamos hablando de preferencias más que de orientaciones, lo cual, a fin de cuentas haría que el entendimiento con que cuenta la humanidad en torno al género, la identidad sexual, la sexualidad emocional, la psicología y el deseo sexuales retrocediera en el tiempo, resucitando viejos anticristos de la discriminación como los tratamientos diseñados para ‘curar’ la homosexualidad, el maltrato físico como método de ‘castigo’ y la prohibición de expresiones afectivas.
Cuando es cuestión de discutir el deseo, no existe ser humano exento de culpa. Sin embargo, resulta simplista pretender definir la identidad de un hombre o una mujer tomando en cuenta exclusivamente qué les provoca al placer tanto físico como emocional.
En consecuencia, definir la sexualidad de una persona desde la perspectiva jurídica es una tarea hercúlea que carece de fin, pues bajo el mismo cielo existen mujeres heterosexuales que se excitan con pornografía de hombres homosexuales, hombres heterosexuales que se dan placer con pornografía lésbica, lesbianas que estimulan su sexo con imágenes de parejas heterosexuales e incluso seres de género ambiguo que oscilan como flamas de velas entre una identidad y otra.
Dado que la homosexualidad no es un problema, condición anti-natural, amenaza espiritual o acto criminal sino una predilección neurológica que puede o no ser ocultada por el sujeto en cuestión, la discusión no debería orbitar en torno a cómo resolverla, revertirla, evitarla o privar a quienes la ejercen de lo que sí se puede elegir, como lo es el matrimonio, la cantidad de hijos por familia y la empresa a la cual cada ser humano desea dedicar sus esfuerzos.
Lamentablemente, sobre la mesa no se encuentra el debate adecuado. Se habla de si los homosexuales deberían o no tener derechos que por naturaleza humana les corresponden cuando el conflicto debería asentarse en la mera presencia o ausencia de dichos derechos y el motivo por el cual no han sido respetados de manera equitativa en la raza humana y equidistante en los distintos países del globo.
0 notes
Text
Mejor propuesta que protesta.
–Te propongo algo.
–¿Qué?
–Vamos a jugar.
–¿Qué quieres jugar?
–Lego.
–¿Hay reglas?
–No. Sólo vamos a construir algo.
–¿Qué quieres construir?
–Lo que tu quieras. Lo que yo quiera. Da igual. Pero juntos.
–¿Y si queda poco estético?
–No importa. Es nuestro.
**Porque hoy en día la propiedad privada vale más que una tonelada de sobre-preciadas piezas multi cromáticas.
2 notes
·
View notes
Text
Estas no son horas.
Cuando una mujer observa a su hombre, o en determinado caso a su mujer, al teléfono con otra; dos arquetipos surgen de su adormecido y minúsculo universo: o es un hijo de mami o es un hijo de puta. O te interioriza como espejo de un complejo edípico o te objetiviza como el maniquí que no le sirve para amante. Ni siquiera es posible hablar con la superior de la oficina fuera de lo que ella considera horario de jornada laboral.
Eso, significaría que ese ser que consideras tuyo, está recibiendo órdenes externas, lo cual, por más que no queramos admitirlo, daña más profundamente que el miedo al complejo edípico y la castración mental de pensarse inútil en la cama.
Por tanto, esa conversación furtiva con principio inocente deja de serlo en el instante en que ella lo descubre. Entonces, su ego se retuerce hasta dejarse a sí mismo hecho jirones. Pero el peligro no está en la fase de sorpresa, mucho menos en la de dolor. El peligro está cuando ese trapo viejo y raído que lleva años limpiándote el polvo de la espalda se vuelve un látigo, porque los látigos solo sirven para hacer brotar la sangre.
A todo esto, la reacción tradicional es explicar. "Era mi madre", "era mi jefa", "era una amiga". Pero para el energúmeno que te mira con los ojos de quien ya te ha prejuzgado, no existe justificación que valga. Ni la sangre, ni la jerarquía ni la necesidad de consejo son razones válidas. Para ella sólo existe, o debería existir una mujer: ELLA. Ella la original, la única, la irremplazable. La ineludible.
He aquí el dilema: ¿es lo original siempre lo auténtico? No por derecho de antigüedad se da la propiedad privada. El primero es una obligación moral mientras que el segundo es un ideal cuya primera dimensión se dio en una época ajena a la telefonía móvil. Así, viviendo en el ojo de un remolino informático e irremediablemente público, la propiedad privada es más utópica que nunca. Aunque se trate de la carne.
"Oye María, ¿Será por eso que no te atreves a enredarte con mujeres? ¿Te da miedo?", preguntó Mariana.
0 notes
Text
Él.
El amor de él es una gráfica de comportamiento asintótico. Las noches de él son movimientos ensayados de pasiones pasajeras. Los besos de él son una mordida de concreto tras caída libre. Las palabras de él son una bofetada de viento hiper-realista.
A todo esto, los pasos míos junto a él no son débiles, trémulos o falciformes. Son, por el contrario, irremediablemente inmaculados. Pues ante tanta imperfección, hasta mis pecados lucen impolutos.
0 notes
Text
Un trocito de "La picadita".
Perdón, pido de antemano. Porque lo que a continuación enseño es sólo un trozo. Un trozo de una historia, que como muchas, es asquerosamente cruel.
* * *
(...)
Verás: Para prohibirle el taconeo a la Muerte no basta quitarle al sicario la pistola. Si lo haces, Doña Muerte sólo se da una vueltecita seductora. Es como cantarle una canción de cuna que adormezca a la sentencia. Pero no se va.
Entonces, cuando crees que te salvaste, la culpa se te avienta sin dejarte. Se te escurren por la nuca el muerto que no se pudo defender y el que sí se defendió; el muerto que mató y el que dejó vivir; el muerto que mató por perdonar y el que por cobrar murió.
Así es como de fin a fin, el fin no se alcanza nunca. Así es como llegaste tú hasta este mugrero infinito de paredes blancas y oraciones bien mascadas, como chicles revendidos bajo el calor de los semáforos.
(...)
0 notes
Note
¿Consideras que Mariana fue un recipiente del reflejo de tus sentimientos y ya no existe posibilidad de que volverá a pasar?
Mariana nunca ha sido un recipiente. Ella es un para rayos, un muro de contención a cuando tengo la ira desbocada y una claraboya cuando necesito un consejo. Es también de las pocos seres por quienes apuesto mi vida. Pero por fuerza de naturaleza antitética entre ella y yo, ella nunca será (ni otra mujer) el complemento de mi corazón ni de mi sexo.
0 notes
Text
¿Qué decir entre ella y yo?
El aliento de ambas inundó los poros de la habitación. Nos miramos con expresiones fútiles por más de tres minutos. Me gustaría pensar que la encantadora de serpientes era yo y la cobra era Mariana. Pero esa respuesta no la tendré nunca.
Lo que a continuación sucedió no ha de sorprender, pues es así como ocurren el odio y el amor entre mujeres. Sin preludio ni antifaz, deposité mis miedos y mis cicatrices en los labios de ella, que calmaba con su lengua la tormenta entre las dos.
La habitación se ahogó en caricias. Sus paredes palidecieron. Techo y suelo sufrieron una embolia. No los culpo, ese día nos vimos en un cuarto viejo que tenía moral de abuelo. Excepto por las cortinas, que con su formación emocional neoliberal nos protegieron de esas miradas morbosas que se transforman en bocas imprudentes y evolucionan en juicios putrefactos e inflexibles.
Nos tuvimos por dos horas inhalando miedo y exhalando paz hasta caer recostadas una junto a otra, a sabiendas de que en la saliva llevábamos ahora el veneno de nuestra desgracia: una fotografía imperfecta de un encuentro austero, pasional y furtivo. Sexual.
No diré más. Huyeron pesados los días y desde entonces nos miramos sin mirar. No volvimos a atrever caricia o beso. Ya no nos hablamos entre senos ni entre cinturas. Mucho menos entre caderas o entre manos. Nos hablamos sólo entre palabras. O en caso de licores, Mariana y yo nos hablamos entre corazones.
Cuando muera, ¿quién me llorará más lágrimas? ¿Ella? ¿Jesús? ¿O mi perra que no sabe llorar como lloramos los humanos? No importa. A ella y a mí el cielo no nos hizo para amantes. Sólo para amarnos.
2 notes
·
View notes
Note
¿Qué es lo que mas te motiva a escribir?
La necesidad de no volverme loca. Quizá "sobrepienso" el mundo. Pero es más fácil aterrizarme así.
1 note
·
View note
Text
Demonios de invernadero
El racismo es un demonio criado en casa: El respeto y la tolerancia son dos valores que poco enseñamos en México. Por el contrario, preferimos premiar actitudes discriminatorias y que provocan baja autoestima y asociación del éxito con el fenotipo blanco.
Hablar de racismo invoca inequívocamente acentos de cursilería. Nos hace recordar discursos nacionalistas que evocan la memoria mítica del indígena fuerte, inerme y con temple de hierro. No obstante, cuando es cuestión de hablar del racismo en la ideología infantil mexicana la atmósfera se vuelve incómoda. Cada palabra es cáustica para los oídos de los padres, los maestros, los hermanos mayores, los abuelos y las campañas mediáticas.
Aún así, en el racismo a la mexicana la culpa es un pastel repartido en múltiples porciones: los mexicanos hemos aprendido a legitimar las voces del odio, a criar niños que con miradas escupen a quienes no son blancos; olvidando que México es un país de piel morena.
En tiempos más viejos que estos, cierto presidente mexicano publicó un ensayo titulado “La incapacidad el indio”. En él negó que tan controversial título manifestase la inferioridad de la raza. Sin embargo, se atrevió a poner en entredicho que “cada raza tiene su finalidad propia como entre la equina los más finos caballos de carrera y los más toscos frisones tienen la suya”.
Hoy, el racismo en México es distinto. Es un demonio que tiene muchos rostros. Se llama burla, degradación y desprecio. Hoy el moreno, el negro, el “café” son para muchos niños seres sucios que carecen de valor social y que jamás serán considerados como compañeros de juego a incluir en sus partidos de fútbol, en sus fiestas de cumpleaños o en el resto de sus actividades recreacionales.
La primera piedra fue contra los judíos, quienes en los años treintas fueron víctimas de un antiquísimo anti-semitismo en las entrañas de la ciudad de México. Para los años cuarenta, miembros del Partido Acción Nacional se declararon admiradores de Hitler.
Aún así, que la extrema derecha mexicana se proyecte antijudía no sorprende. Lo que sorprende es que hoy el demonio de la discriminación tiene otras aristas. Esa serpiente se metió en lo más profundo de nuestras casas, invadió nuestras comidas familiares y se filtró en el aprendizaje cotidiano de los niños en sus casas.
El bullying racista y la discriminación infantil son fenómenos que causan dolor, tristeza y vergüenza. Ergo, son culebras criadas debajo de la mesa que se gestan cuando decimos a nuestros niños que los “güeritos” son los buenos, los bonitos y los ricos, al tiempo en que les permitimos que degraden y pisoteen a los color “café” con desprecios que forman un estereotipo de belleza monocromático en donde solo cabe el blanco.
Finalmente, los padres, los estudiantes y los profesores debemos concientizarnos del daño que causamos y los prejuicios que provocamos en nuestros niños cuando nos tomamos con ligereza y hasta humor expresiones que denotan intolerancia y falta de aceptación racial; pues el resultado será irremediable: Los niños de hoy serán en unos años adultos carentes de competencias como la sensibilización cultural y la capacidad de integración, volviéndose a fin de cuentas víctimas engullidas por el hoyo negro de la globalización.
https://www.youtube.com/watch?v=n18srOUqlVw
1 note
·
View note