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— me dejaste ganar por paloma iv
#poema#poemas#poesía#poetas en tumblr#poetas en español#escritos#poesia#notas#letras#amor#escritores en tumblr#versos
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— my new hair by paloma iv
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biblioteca
¡hola! te doy la bienvenida a mi página. aquí dejo algunos links para que sea más fácil navegar por mi blog
si estás en celular, esta navegación es para ti
⤷ ¿buscando algo corto para leer? quizá te interesen estos posts con inspiraciones del día a día.
⤷ ¿tienes algo más de tiempo? he escrito algunos cuentos que podrían interesarte
también me encuentro en instagram y facebook. aquí hay un poquito más sobre mí.
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navegación móvil
escritos diarios
⤷ lista de escritos
cuentos cortos
⤷ rezagos de luz
Después de un accidente que le costó la vista a Nahuel, ¿qué tanto cambiará su vida? ¿Podrá Paula ser el soporte que él necesita? ¿Cómo puedes ayudar a alguien que siente que lo ha perdido todo?
wattpad — fictionpress
⤷ traición
Francia, 1792. La revolución francesa está en pleno auge y Laurent, un joven de pueblo, no es ajeno a ella. Sin embargo, las cosas cambian cuando conoce a Madeleine, la hija de un allegado a Luis XVI. ¿Podrá mantener sus ideales sin perderla en el camino?
wattpad — fictionpress
⤷ ritalín
"-Sé que a veces las cosas se descontrolan. Tú me descontrolas, amor; te has convertido en mi adicción y mi desespero. Sí, eres mi Ritalín pero también mi éxtasis; mi cocaína y mi anís. Mi desenfreno y mi calma."
wattpad — fictionpress
#textos#escritos#texto#escritor#escritora#escritores#pensamiento#notas#writeblr#pensamientos#literatura#lectura
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escritos cortos
⤷ todos mis escritos
⤷ sus ojos negros no brillan — Su rostro es un pozo de curiosidades que poco a poco se van aprendiendo.
⤷ cerré mis ojos — No sabía cómo podía volverme adicta tan rápido a algo que no había probado antes.
⤷ con la espalda en el suelo — Has pasado tantos años fingiendo muecas de disgusto hacia personas que fumaban cerca a ti y no diciendo nunca a nadie que realmente te encantaba. Has pasado tantos años excluyéndote de tanto que hoy te hace feliz.
⤷ no supo exactamente — Quizá le mintió a ella cuando le dijo que ya no la amaba.
⤷ me encanta cómo — Me encanta cómo no me tomas de la mano y cómo te rehúsas a sonreírme cuando estás sobrio.
⤷ no quiero que te lo tomes a mal — —Probablemente —admitió, terminando su bebida—. Pero hay algo que no entiendo —dijo, aún con un rezago de la risa en su voz. Atiné a levantar las cejas en modo de pregunta. -¿Por qué piensas lo peor?
⤷ me acurruqué — Cierro la puerta de mi departamento frente a mí, y presiento que me va a costar mucho dejar de sonreír así.
⤷ shhh — —Shhh —susurró mientras ella se deshacía en risas mezcladas con suspiros-. Va a venir alguien —advirtió y siguió besando su cuello.
⤷ nunca — Pero ya ves, no hace falta mucho para que volvamos a encontrarnos. “A buscarse” me corrigieron, y tuve que darles la razón.
⤷ como todo proceso — La verdad es que antes de conocerte no me había percatado cuánto extrañaba una conversación con alguien que realmente apreciara el arte, los libros, las series, la libertad o una taza de café amargo tanto como yo.
⤷ entonces lloré — Aunque todo comenzó por un golpe en el lugar equivocado, terminé llorando por mí.
⤷ el correo — Sentí que me estaban haciendo regresar un trofeo que acababa de ganar.
⤷ estás sentada — Sin embargo, ahora sé que escribes sobre él. Lo noto por la forma en la que te detienes cada cierto tiempo, miras la pantalla y sonríes, a veces mordiéndote el labio o suspirando.
⤷ sé un pendejo — Dime que sólo quieres que salgamos a tomar unos tragos, para que cuando esté riéndome de tus tonterías puedas robarme un beso y yo no te lo niegue
⤷ pastillas — Mi relación con él era como la que tengo con mis pastillas para la alergia: era muy fácil acceder a ambos.
⤷ salimos sonriendo, amor — Salimos sonriendo, pero acabas de hacerme llorar por haberme olvidado mi billetera.
⤷ hola, biológico — Me dañaste tanto que llegó un momento en el que ni yo quería quedarme conmigo misma.
⤷ vínculo — Sus días juntos habían estado plagados de amenos ambientes que habían acobijado a una historia que nunca comenzó, y aún así terminó abruptamente.
⤷ no sabes cómo quererme cuando estás sobrio — Al final, siempre despertábamos al día siguiente con una sensación incómoda recordando los sucesos de la noche anterior.
⤷ 22 de abril de 2014 — Escalofríos corren por mi cuerpo y tengo la sensación de que quiero hundirme. Desaparecer unos segundos.
⤷ 11 de mayo de 2017 — Bien, ahora es un all-in. Tú puedes, idiota. Tú puedes. Tiene que ser en un sólo movimiento, que no lo pueda evitar.
⤷ a veces la veía como una niña — Pensó que era suficiente con quitarle la virginidad. Que eso la haría sentir segura, que ya no tendría tantas dudas acerca de su relación. Sin embargo, parecía que el efecto había sido enteramente contraproducente.
⤷ sonrisa — Habías logrado que, en las fotos, por fin yo mostrara mi sonrisa.
⤷ voy a engañarte un día — Lo dices como quien comenta el clima, mientras arreglas la flor que acabas de dejar en mi cabello. No pareces darte cuenta que acabas de remecer mi mundo entero
⤷ tú no me amas — Te quiero de aquí a la luna, hoy y mañana, cada vez que pienso en ti.
⤷ ¿por qué le sonreíste? — ‘¿Por qué le sonreíste? ¿Por qué te quedas después de tu turno? Una vez que cumpliste tus horas, debías regresar a tu casa, no quedarte conversando con él. ¿Quieres seguir en esta relación?
⤷ 8 de enero de 2018 — Mi corazón se regocija por el simple acto de tu presencia, por cómo se hunde mi colchón debajo de ti, por cómo la luz del sol que entra por mi ventana cae en tu mejilla.
⤷ no escribas de mí — No me menciones en ninguno de tus cuentos, ordena, y no puedo hacer más que reír por dentro. ¿Cómo pretende que no utilice los rezagos que dejó?
⤷ avena con leche — Cierras los ojos y en un suspiro vuelves a su habitación, a él besándote cada milímetro del rostro mientras recobras el aliento.
⤷ 4:06 a.m. — Extraño nuestro sentido del humor que creemos que es especial, pero realmente no lo es.
⤷ tatuajes — A pasos seguros, vas acortando la distancia entre los dos y notas cómo comienza a notarse el ejercicio que te comentó que hacía. Cómo el polo que trae puesto hace un pésimo trabajo en ocultar sus tatuajes, pero, oh Dios, agradeces que no lo haga.
⤷ la niña con asma — Siempre creí que moriría por falta de aire
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sobre mí
¡Hola! Si encontraste tu camino aquí, es porque quieres saber algo más personal. Comenzando por lo básico, mi nombre es Paloma. Soy peruana, psicóloga y me encanta tomar café.
Efímera Epifanía es un blog dedicado a la publicación de mis relatos cortos (y no tan cortos). El nombre nació en un poema que compuse hace muchos años, pero que de cierto modo englobaba el sentimiento que surge dentro mío cuando llega a mí la idea precisa para terminar una escena, o para resolver el conflicto de algún personaje.
¡Ojalá te guste lo que leas! :) Y cualquier cosa más, me mandas un mensaje y listo~
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rezagos de luz + info adicional
Rezagos de Luz es una historia que andaba rondando por mi cabeza por años y ha sido lo que me empujó a comenzar este blog para poder compartirlo.
En este tablero de Pinterest pueden encontrar todas las imágenes que se relacionaban de algún punto con la historia de Nahuel y Paula.
Rezagos de Luz está escrito desde la perspectiva de Paula. Podemos observar y sentir con ella las dificultades del día a día para poder entender a su novio. Para darle una ojeada más a su mundo, tiene una cuenta en Instagram.
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La niña con asma
Siempre creí que moriría por falta de aire.
Quizá suene tétrico, pero para una niña con ataques de asma recurrentes, acostumbrada a ser nebulizada hasta tres veces en un día e incluso a la que le tenían que poner medicina por vía para que sus bronquios decidieran trabajar no era una idea tan descabellada.
Nunca se lo dije a mi mamá. No soy tan mala hija como a veces me he hecho creer. Mi última crisis asmática fue cuando tenía catorce años. Ya tenía más de veinte cuando rememorando mi asma, le conté: “Siempre creí que moriría por algo de las vías respiratorias”. Me dijo que eran tonterías y no pude evitar pensar en su costumbre de atacar una idea cuando tiene miedo de que sea verdad. Yo me reí y cambié de tema.
Pero es verdad. Hasta hoy recuerdo lo mucho que me costaba respirar. Recuerdo estar sentada en la sala de nebulizaciones, mi mamá siempre a mi lado, mucho humo blanco saliendo de la mascarilla. “Tienes que respirar hondo, que estás desperdiciando la medicina”, me decía. Quería decirle que no podía respirar profundo, pero eso la iba a asustar más. Entonces hacía el intento. Pero la segunda o tercera vez, ya no podía. Nuestro ciclo se repitió hasta que nunca más necesité nebulizarme.
Una vez, una madre de familia me contó que su niño no quería ir a su terapia de atención. Indagando, descubrí que era porque constantemente oía a su madre quejarse de cómo las terapias eran caras. Cuando pude hablar con el niño, lo confirmé. No quería que su mamá gastara. Le recomendé a la madre hablar de dificultades económicas (que dicho sea de paso, no tenía) con su esposo en lugar de con su hijo. Mi mamá nunca me dijo cuánto costaban las nebulizaciones. Hasta ahora no lo sé. Pero cada vez que no podía respirar profundo, sentía que estaba desperdiciando ese dinero. Me angustiaba. Esa angustia se transformaba en ansiedad y esa ansiedad me impedía respirar. El ciclo se repetía.
“Busca oferta en todo, excepto en salud” dice mi mamá. Suena bien en un principio, pero me recuerda que vivo en un país que mientras más dinero pagues, mejor te atienden. Hasta el día de hoy siempre relaciono dinero con salud y me entristece que muchos se estén dando cuenta de aquella conexión desde niños.
Soy una persona que suele somatizar su estado emocional. Desde los catorce hasta los veinticuatro tenía costumbre de hacer de dos a tres cuadros de faringitis al año. Sobretodo el cambio de estación. A veces esa faringitis era una gripe, una vez fue bronquitis, a veces laringofaringitis. Los nombres cambiaban, pero siempre era a las vías respiratorias. “Son las secuelas del asma” le decía a mi mamá. Yo no tenía problemas con ello. Estaba feliz con tener de dos a tres dolencias al año.
El año pasado; sin embargo, no había llegado ni a mitad de año y ya había tenido cuatro cuadros de faringitis. Aparte, tenía la peor crisis de mi rinitis alérgica en toda mi vida. Los estornudos eran constantes, ya no recordaba lo que era sentir aire entrar por tus dos fosas nasales, me cansaba de subir las escaleras en el trabajo y todas las pastillas me habían dejado de surtir efecto. Fui a tres especialistas. Las pastillas que me dio el primero no funcionaron. El segundo me recomendó una operación que tenía que repetirla cada tres meses en el peor de los casos. El tercero me pidió probar una última medicina antes de optar por la operación. La medicina me calmó por primera vez en casi dos meses, pero me dio también constantes y vívidas pesadillas durante los diez días que tuve que tomarla.
Recuerdo que un día me quebré y me puse a llorar en mi habitación. Hacía años no sentía la frustración de no poder respirar. No sabía por qué mi salud se había debilitado tanto si me alimentaba bien y hacía ejercicio. ¿Por qué de repente pasaba todo eso? Sabía que había peores males que una alergia y yo había podido lidiar con ella tranquilamente desde los siete años, pero aquella crisis de dos meses fue la peor que viví.
En medio de la búsqueda de un alivio para mis alergias, terminé una relación de tres años y medio. Considerando que trabajaba casi diez horas diarias, estudiaba francés en las noches, redactaba mi tesis de pregrado y tenía varias citas médicas, decidí que lo mejor sería contar con ayuda psicológica para tener un apoyo emocional y que la ruptura no desbarate mi día a día.
Eventualmente, las pastillas funcionaron (con pesadillas incluidas), terminé mi curso de francés e incluso apliqué mis instrumentos de tesis. Era diciembre, estaba caminando por los pasillos de un mall buscando regalos cuando me di cuenta que no había hecho mi usual cuadro de faringitis por cambio de estación. Era extraño, considerando que no le había bajado a las gaseosas heladas o a los helados. Decidí ignorarlo y continuar. Sin embargo, luego recordé que no había tenido ninguna molestia para respirar desde que había iniciado mi terapia psicológica. No había tenido ni siquiera un dolor de estómago. En mis veinticuatro años de vida nunca había experimentado seis meses continuos sin ninguna complicación médica.
Entendí que, probablemente, mis constantes afecciones a la garganta no eran más que somatizaciones, reflejo de mi estado emocional. Una vez pude hablar sobre mí, sobre mis preocupaciones y sobre lo que me enfurecía hasta hacerme temblar, pude cambiar ciertos aspectos de mí. La mano que siempre estuvo agarrándome de la garganta, impidiéndome hablar, haciéndome rogar por un poco de aire, había desaparecido. Quizá siempre fue la mía. Quién sabe.
En aquella oficina del segundo piso hablé de todo lo que me molestó de niña, de adolescente, de adulta. Todo lo que me lastimó. Cómo algunas de aquellas situaciones me convirtieron en la mujer que soy hoy y cómo otras sólo existieron para joder. Adopté una mentalidad basada en algo que dijo Sartré: “somos lo que hacemos con lo que hicieron con nosotros”. Y yo decidí ir a terapia y enterrar a todos mis muertos.
Lo más importante es que decidí que aquella mano me suelte y, por fin, me deje respirar.
Quizá no voy a morir por falta de aire después de todo.
* crisis por pandemia del Coronavirus *
… La puta madre.
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Someone: *Talking about a story they are writing, a good plot with great characters*
Someone: And what about you?
Me:
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Tatuajes
Lo ves y te salta el corazón. Igual no debiste haber desayunado tan rápido, te reprendes, mientras frotas tu pecho con una mano. A pasos seguros, vas acortando la distancia entre los dos y notas cómo comienza a notarse el ejercicio que te comentó que hacía. Cómo el polo que trae puesto hace un pésimo trabajo en ocultar sus tatuajes, pero, oh Dios, agradeces que no lo haga. El jean, la manera en la cual se sienta relajado y confiado no hacen más que acalorar el panorama y recuerdas que estás trabajando, que cualquiera te puede estar observando. Sabes que tienes un tiempo libre límite para socializar del cual no te debes pasar.
Él levanta su mirada hacia ti y todo viene de nuevo, los tatuajes, los brazos, la posición, los tatuajes, los tatuajes, los tatuajes…
Te detienes un par de pasos frente a él y exhalas, cansada.
―¿Cómo chucha vas así vestido a trabajar? ―preguntas con las manos en la cadera.
Él sonríe de lado y quieres golpearlo en la cara.
―¿Tan mal me veo?
―Sólo párate. Hay mucho trabajo hoy ―comentas y giras en tu eje, caminando de vuelta a tu escritorio.
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4:06 a.m.
Son las cuatro y seis minutos y te extraño. Estoy en un taxi camino a casa. Te extraño mucho. Extraño nuestro sentido del humor que creemos que es especial, pero realmente no lo es. Y sí, me llegaba al pincho que ni te hicieras tiempo para mí, me causaba enojo que no pusieras de tu parte para sanar conmigo pero, carajo, cuánto te quería.
Sé que un día se irá, algún día dejaré de quererte tanto, tan fuerte, tan fácil como lo hacía. Pero soy sincera, me caga no verte, me caga no poder abrazarte, me caga no sentir tu aroma cerca a mí.
Me caga ver parejas en la calle porque desearía que esos fuéramos tú y yo, pero al mismo tiempo recuerdo que aún estando conmigo, no tenías ni tiempo ni ganas para caminar conmigo en la calle. Contigo todo eran planes que no se cumplían, esperanzas que pronto se derrumbarían, era saber que por mucho que me querías no podrías llevar a cabo las promesas que habías hecho algunos días atrás.
Te extraño, son las cuatro y trece y aún te extraño, pero por favor no vuelvas. No vuelvas porque no quiero tener que decirte adiós una vez más.
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Yo te conozco || Parte (6/6) - Final
Susana saltó cuando la alarma de su celular sonó la mañana siguiente. La apagó rápidamente, intentando evitar despertar a su acompañante, que seguía dormido a su lado. Bruno sólo se acomodó más en la almohada que estaba usando, pero pareció no despertar. Ella pasó una mano por su cabello, intentando arreglarlo. La noche anterior la había dejado tan cansada que no lo cepilló antes de caer dormida. Daba igual, pensó, la última vez que había visto el reloj de su mesa de noche antes de dormir eran casi las cinco de la mañana.
Se apoyó en un hombro y contempló a Bruno, aún durmiendo a su lado. Eventualmente, se habían dirigido a su habitación, donde la cama grande de Susana les había dado la bienvenida. La espalda ancha y desnuda de él invitaba a que ella pasara sus manos a lo largo o al menos plantara un beso entre sus omóplatos. Decidió no hacerlo, recordando que no deseaba que despertara aún. No hasta que ella pudiera terminar de entender en qué situación se encontraban y si eso era algo que ella quería.
Hacía mucho Susana deseaba a Bruno. La primera vez que se dio cuenta fue durante una pequeña fiesta por el lanzamiento de su primer libro. En un inicio, pensó que se debía al alcohol que había consumido esa noche. Sin embargo, mientras pasaban los días, aquella atracción no parecía irse a ningún lado. Ella hubiera intentado hacer algo, invitarle a comer sin utilizar excusas del trabajo, pero el hecho de que él estuviera casado le impidió poner en marcha cualquiera de los planes que fabricaba en su mente. La verdad era que, aunque cada vez que Bruno se acercaba a ella no podía sacarse el olor a caoba de su mente, no estaba enamorada de él y era egoísta intentar terminar un matrimonio por algo que ella no consideraba tan importante.
Sin embargo, ya eran dos semanas desde que Bruno le informó que iba a divorciarse. Sintió que había cruzado la raya cuando puso su mano sobre la de él mientras le contaba acerca de su separación, pero fue su primer instinto. Agradeció que él no alejara su mano si lo había hecho sentir incómodo. ¿Había estado incómodo? El hecho de que hubieran pasado toda la noche buscando nuevas formas de tener sexo apoyaba la hipótesis de que, quizá, él también había estado deseando aquello por bastante tiempo.
Susana observó las cuatro marcas de manos impresas en su espejo de pared. También estaba la posibilidad de que su inminente divorcio lo haya dejado tan mal, a pesar que lo negara, que necesitaba despejarse y el sexo había probado ser una buena solución para ello. Tal vez él había notado la forma en la que ella lo miraba y supuso que no le negaría la entrada si venía a visitarla con un par de rosas. Aquella posibilidad no ofendió a Susana. No le había prometido nada antes de que comiencen a besarse. Ella, al responderle el beso sin cuestionarle sus motivos, había aceptado la posibilidad que esto podía significar algo o no.
Susana suspiró, dándose la vuelta en su cama. Boca abajo, buscó su celular y lo puso en Modo Silencio, de forma que no volvería a sonar aunque aparezca algún video en reproducción automática de alguna red social. Comenzó a revisar las últimas publicaciones de sus amigos en Facebook, revisando de vez en cuando algunas noticias. No pasó mucho tiempo hasta que le llegó un mensaje de María, la secretaria de Bruno, con quien había formado una amistad en los últimos meses.
Susana, ¿ya viste?
La mujer frunció el ceño, confundida.
¿Qué cosa?
Aparecieron unos puntos suspensivos en su pantalla, dándole a Saber que María estaba escribiendo su respuesta. Aquello puso inusualmente nerviosa a Susana. ¿Qué había pasado?
Busca tu nombre en Google Noticias. No te preocupes, esto se va a arreglar. Bruno no contesta su celular, pero él también te va a ayudar.
Sintiendo su corazón latir más rápido, Susana salió de la aplicación de mensajería y abrió su navegador. Rápidamente digitó su nombre en el buscador y presionó la pequeña lupa. Los segundos que siguieron mientras cargaba la página fueron eternos. Siendo recibida por el primer resultado, su página web personal, Susana rápidamente buscó la pestaña de noticias y entró a buscar qué era lo que María iba a intentar solucionar.
Muchos titulares, uno después de otro, aparecieron en la pantalla de su celular.
Susana López apoya a violador
Susana López tilda de “imbécil” a víctima de violación
Susana López: “Yo te conozco, Emi”
El audio que Susana López no quiere que escuches
Emilio comparte audio: ¡Susana me cree!
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Yo te conozco || Parte (5/6)
Había pasado una semana desde que los reporteros la habían esperado afuera del restaurante. Como Bruno había predicho, ya no la seguían a todas partes. Aquella misma mañana ella había ido al supermercado a comprar comida y no había sido detenida por nadie ni le habían preguntado nada.
El tiempo que ella usualmente dedicaba a editar sus novelas o escribir nuevo material estaba ahora enteramente reservado a ver de nuevo una entrevista tras otra en la web, leer artículos y, muy a su desagrado, estar al tanto de los programas de chismes. Cada día obtenía más detalles de la acusación que Valeria había realizado, pero ninguno de esos detalles le ayudaban a aclarar su mente.
Susana se acomodó su bata de seda y salió al balcón de su departamento. Apoyó una mano en la baranda y negó con la cabeza, sin saber qué hacer. Dio una pitada larga a su cigarrillo y exhaló el aire lentamente. Bruno tenía razón, si ella decía alguna palabra a favor de Emilio, todo el activismo que ella había estado realizando se vendría abajo. Sabía claramente que ella no era el rostro del movimiento feminista en Lima, pero era bastante agradable que la invitaran a conversatorios o a dar una que otra charla en alguna universidad.
Algunas personas más cercanas al entorno de Emilio habían pedido que le den el beneficio de la duda, que esperen a que él dé una declaración antes de pedir su crucifixión. Dichas personas habían sido atacadas en las redes sociales, siendo acusadas de desestimar el testimonio de la víctima con su actitud sexista y misógina de dudar de la palabra de Valeria.
Susana se sentía una hipócrita por no ser lo suficientemente valiente para decir lo que pensaba. Bruno tenía razón, ella no debía dar ningún tipo de declaración, pero… ¿cómo alguien habría de enterarse que ella se había comunicado con Emilio? Ella definitivamente no iba a comentarlo y si Emilio no había hecho ninguna declaración hasta la fecha, no iba a hacerlo para decir que había hablado con su ex esposa.
Descalza, caminó rápidamente hacia el sofá, donde tomó su celular. Rápidamente buscó el número de Emilio y sin darse a sí misma tiempo para pensarlo, comenzó la llamada. Volvió a su balcón y miró detrás suyo, asegurándose que no había nadie espiándola. Recordó que vivía sola y aún así su ansiedad no pareció menguar.
La ausencia del quinto timbre le indicó que Emilio había contestado su llamada. Sin embargo, no pronunciaba palabra alguna. Susana entendió. Por lo que él sabía, podía ser un reportero más, dudaba que tuviera su número guardado.
—Aló, soy Susana —saludó. Hizo una pausa mientras observaba los carros pasar en la avenida. Se preguntó por un momento dónde estaba Emilio. Lo imaginó sentado en su cama, mordiéndose las uñas, una señal inequívoca de que se encontraba ansioso.
—Hola —respondió Emilio en un hilo de voz. Susana suspiró.
—Sé que quizá no soy la persona a la que quieres oír en estos momentos. Estás en una situación… —hizo una pausa— jodida.
―¿Crees que lo hice, Susana? ―preguntó Emilio, levantando el tono de voz. Ella no se inmutó. Más que altanería, sabía que su reacción escondía debajo mucho temor—. ¿Para eso me estás llamado? ¿Quieres saber si yo lo hice?
―Sé quién eres, Emilio. Sé de lo que eres capaz y no eres capaz de hacer lo que dicen que has hecho.
―Violarla —aclaró.
—No creo que lo hayas hecho —musitó Susana, respirando profundamente—. No… no eres una persona violenta. Te conozco desde que tenías veinte años, ¿recuerdas?—preguntó, con una sonrisa suave.
Emilio se quedó en silencio al otro lado de la línea.
—Tenías veinte y yo quince —prosiguió ella—. Te admiraba como no tienes idea. Tenías esta banda, el cabello desordenado y eras tan valiente… Yo me moría de miedo en esa época. Era una nena. La química y la intimidad que formamos era increíble.
—Nunca tiramos mientras fuiste menor de edad.
—Lo sé, ¿qué tiene que ver eso? —Susana frunció el ceño y llevó su mano libre a su cadera—. La intimidad no es sexo, no necesariamente. Hablo de la conexión que teníamos. Pueden haber pasados años, pero uno nunca pierde su esencia. Quizá hayas cambiado con el tiempo, pero sé que sigues siendo el Emilio que conocí.
Emilio se calló por un momento y Susana lo acompañó en el silencio. Dirigió su vista de nuevo a la calle, donde transitaban menos autos de lo habitual. Miró al reloj de pared dentro de su sala y se dio cuenta que ya era la una de la mañana. Se acomodó más la bata y tomó asiento en una de las sillas de su balcón.
—No llamabas hace tiempo —dijo Emilio de repente.
—Tú tampoco —le recordó Susana—. Además, sabes que nos hemos distanciado un poco. Yo estoy en lo mío y tú…
—Y yo jodido —contestó él. Ella exhaló, cansada y presionó sus labios juntos.
—Emilio. Emi —comenzó, pasando una mano por su cabello—. Sólo… No sé. Lo siento. En serio lamento mucho lo que estás pasando. Quiero que sepas que yo te creo. Sé que no hiciste nada, no serías capaz.
—Así no lo creas, Valeria ya ha salido en todos los noticieros llamándome violador —contestó él, cansado.
—No me importa lo que esa imbécil diga —lo interrumpió Susana—. Me importan tres carajos. Yo te conozco, Emi. Yo te conozco de verdad, no como la gente a tu alrededor ahora. ¿Ellos conocen al Emilio que practicaba su música hasta que sus dedos sangraban? ¿Al Emilio que buscaba que todos los de la banda recibieran lo mismo si les pagaban? Ustedes eran una familia, ustedes la formaron así —le recordó—. Puedes tener los defectos que quieras, pero no eres un violador. No eres alguien capaz de hacerle daño a una mujer, así que no me importa lo que Valeria o cualquier otra persona diga.
—Bueno, Valeria es… era mi novia, así que creo que la harían más caso a ella que a ti.
—No se trata de a quién intento convencer, sabes lo que significaste para mí. Casarnos fue un error de niños, está bien, pero eso no quita lo que fuiste para mí, lo que fuiste en mi vida. Mi primer esposo. Ya sé que los sentimientos ya se fueron, pero… siempre ha sido grato saber que te ha ido bien —admitió.
—También me alegra saber que tus libros andan bien —comentó Emilio, haciendo que Susana sonría—. Y… no te costaría comentar esas cosas buenas de mí de vez en cuando. Sobretodo en una situación como esta.
—Sabes que es… —comenzó, dudosa. Respiró profundamente, intentando encontrar las palabras precisas para utilizar, mientras jugaba con su cigarrillo entre sus dedos. En esos momentos, consideró una broma de mal gusto que su ingreso principal tenga base en su habilidad para encontrar las palabras precisas para relatar una historia— bastante complicado. Has visto lo que les ha pasado a los demás que han dicho algo a tu favor. No creo que pueda salir a decir algo, Emi. En serio lo siento.
—Entiendo —respondió él. La pausa posterior se le hizo muy larga a Susana, quien comenzó a arrepentirse de no haber planeado la llama con anterioridad—. Ya no importa, Susana. De una forma u otra ya saldré limpio.
—Realmente espero eso —le deseó ella, aún sintiéndose apenada—. Sabes que…
—Espera —la interrumpió—. Si no puedes salir a hablar ni decir nada a mi favor… ¿sabe tu novio que andas llamando a tu ex, el presunto violador? —inquirió.
—¿Novio? —preguntó Susana, confundida—. No ando con novio.
—He estado viendo algunos reportajes en la tele. Te hicieron preguntas en la calle y un tipo te abrazó por los hombros y te llevó hasta un auto. Supuse que era tu novio.
—Ah, no. Ese era Bruno, es mi editor —explicó ella.
En ese momento, sonó el timbre de su casa. Susana frunció el ceño. Era más de una de la madrugada, ¿quién podía tocar la puerta a esta hora? Se puso de pie y caminó hacia la puerta, cerrando aún más su bata y sujetando el celular entre el hombro y su oreja.
—Ha sido mi editor principal desde el primer libro que publiqué, así que somos amigos. Me quería proteger de los reporteros, la verdad todo este tema me tenía mal —comentó.
Llegó a la puerta principal y observó a través de la mirilla, su confusión creciendo aún más después de reconocer quién era. Apagó su cigarro a punto de terminarse en el cenicero que estaba en la mesa junto a la puerta.
—Ah, creí que era tu novio. Lamento que te hayan estado jodiendo con el tema —se disculpó Emilio.
Susana quitó el cerrojo de la puerta y la abrió, mirando extrañada al hombre frente a ella. Una vez estuvieron frente a frente, él le extendió un pequeño ramo de flores que había estado escondiendo detrás de su espalda. La mujer entreabrió los labios, sorprendida. Se quedó en silencio unos segundos, hasta que se percató que aún tenía a Emilio en el teléfono.
—Voy a tener que llamarte luego —se despidió, cortando la llamada. Dejó el celular en la mesa de café que tenía al lado y tomó el ramo, dudosa.
El hombre frente a ella comenzó a pestañear con mayor frecuencia, haciéndole saber a Susana cuán nervioso realmente estaba. Ella observó por unos instantes las flores en sus manos. Eran tres rosas rojas, rodeadas de pequeñísimas flores blancas a juego. Abrió la boca para hablar, pero no supo qué decir.
—No sé si estás confundida o incómoda —dijo él, haciendo una mueca. Susana sonrió levemente.
—No estoy incómoda. Sólo que… no esperaba verte aquí —confesó ella.
—Y yo no esperaba venir. Hasta hace una hora estaba en mi casa y, de repente, tuve este deseo inmenso de venir a verte. A ti, Susana. No a la escritora, a ti.
Susana sintió el calor acumulándose en su rostro y evitó los ojos oscuros de aquel hombre. Se fijó en el atuendo que llevaba. Era extraño verlo sin un terno, o al menos una camisa bien acompañada de una corbata. Usando una polera color vino y unos jeans, aparentaba mucha menor edad. Su vestimenta creaba un ambiente más íntimo entre ellos dos.
—¿Qué haces aquí, Bruno? —le preguntó, sonriéndole. Se mordió el labio, rememorando lo que él acababa de decirle.
Bruno respondió dando un paso al frente y sujetando el rostro de Susana entre sus manos. Ella lo miró, expectante, sintiendo sus piernas temblar ligeramente. El olor envolvente a caoba, característica principal de la colonia que Bruno solía usar, se hizo aún más fuerte ahora que estaban a centímetros del otro. Las manos de Susana se dirigieron al pecho de Bruno, deslizando sus dedos sobre la fábrica de la polera. Tragó saliva y subió la mirada, enfrentándose a los ojos claros de su editor.
En un solo movimiento, Bruno presionó sus labios contra los de ella. Susana fue la primera en mover su boca suavemente sobre la de él, sintiendo un leve sabor a menta. Sonrió internamente. ¿Estaba tan nervioso que había comido una menta antes de venir? Él movió sus manos, poniendo una en la base de la cabeza de Susana y otra en su espalda baja. Ella subió sus brazos hasta su cuello, rodeándolo y continuó el beso.
Susana siempre besaba con los ojos cerrados. Es por ello que sólo pudo oír la puerta cerrarse tras ellos dos y luego, sentir cómo su bata de seda se deslizaba por sus hombros. Luego de dar unos pasos torpes por su sala, sinti�� cómo Bruno la empujaba suavemente sobre su sofá. Lanzó un suspiro placentero al sentir el peso de él sobre ella. Las manos de Bruno comenzaron a colarse dentro de su pijama, siendo ése el día perfecto para haber elegido usar aquel pequeño vestido de algodón.
Mientras Bruno besaba su cuello creando un camino hacia su hombro, Susana pensó en lo natural que se sentía tenerlo tan cerca. Había fantaseado tantas veces con robarle aunque sea un beso que estaba dispuesta a perder sueño aquella noche con el único fin de no tener que volver a imaginar cómo sería él en cierta situación. Bruno estaba aquí, Bruno estaba bajando sus labios hacia sus pechos y Bruno no se iría hasta que ella probara todo de él.
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Yo te conozco || Parte (4/6)
Frunció el ceño cuando su celular se apagó en sus manos. Sabía que debió cargarlo antes de salir a correr para que no estuviera en medio de la calle sin su música favorita. Suspiró y guardó su celular con sus audífonos en su bolsillo. Estiró sus brazos y prosiguió su trote alrededor del parque.
Había logrado comunicarse con Joshua, el bajista de Herederos, el día anterior. Al parecer, él seguía de novio con la misma chica desde que Susana estaba con Emilio. Ubicarla a ella en Facebook fue sencillo y luego de unos intercambios de mensajes, consiguió su número. Sin embargo, sus esperanzas de entender algo más del caso se habían desvanecido cuando Joshua le contó que no había hablado con Emilio desde que había estallado la noticia. Lo había intentado sin éxito por muchos días hasta que decidió darle su espacio.
¿Por qué no salía a declarar? Susana no entendía qué le costaba salir cinco minutos a la puerta de su casa y declarar frente a los reporteros. Si no había hecho nada, no tenía por qué esconderse, ¿verdad? El pensamiento de que Emilio quizá era culpable le revolvió el estómago.
—Cuando él esté listo para hablar, lo hará, Susana —le había dicho Joshua—. Dale su espacio. Creo que realmente lo necesita.
Ella se había callado por unos segundos, meditando su respuesta.
—¿Tú crees que lo hizo? —preguntó en voz baja.
Joshua rió en voz baja y cortó la llamada.
Esa misma noche, Herederos había publicado un comunicado en todas sus redes sociales. En ella, mencionaban no haber tenido contacto con Emilio desde que las noticias salieron. Mencionaban conocer a Emilio hace más de diez años, pero al mismo tiempo entendían que debido al incremento en violencia contra la mujer que vivía el país actualmente, no podían desestimar el testimonio de Valeria. Terminaban el comunicado llamando a la justicia para que resuelva el conflicto, pruebe la verdad y castigue a quien lo merezca.
Era todo el apoyo que le podían brindar a Emilio en esos momentos.
Ya había pasado cinco días desde que había explotado la noticia y aún Susana tenía miedo de quitarse la capucha. Definitivamente no quería exponerse a ser asediada por reporteros durante su trote rutinario. Esos eran últimamente su únicos momentos de paz.
En ese momento, un auto comenzó a conducir muy lentamente a su lado. Susana volteó el rostro hacía el vehículo, pensando que le iban a pedir indicaciones para llegar a una dirección. No creía que la pudieran haber reconocido desde tan lejos.
—¡Sigue corriendo para que estés más rica! —le gritó el conductor, para luego enviarle un beso volado y acelerar su carro, desapareciendo en la autopista.
Susana se paró en seco. Bajó la mirada hacia su atuendo. Una polera grande y un buzo suelto. Zapatillas de correr. ¿Por qué…? No estaba usando ninguna ropa provocativa. No llevaba puesto maquillaje. ¿Por qué aún así le había gritado de esa forma en la calle? Sintió su sangre hervir con cólera ante las palabras soeces de aquel hombre. Se lamentó no haberle respondido, no haberle gritado alguna grosería para que no se vaya con esa sonrisa de imbécil en el rostro.
Bruno le había recomendado que cuando le suceda eso, simplemente los ignore. Pero, ¿cómo podía ignorar a alguien tan vulgar arruinando su momento de tranquilidad? Si le contaba a Bruno lo sucedido, probablemente le diría que actuó bien al no responderle. Ella nunca podía cerciorarse que era un idiota o una persona violenta la que había gritado. La próxima vez que hablara con Bruno, le contaría lo sucedido y le avisaría que callarse no sirvió de nada. En el futuro, aprendería a responder. Tan pronto como llegó esa idea, trajo consigo una oleada de culpa. ¿Por qué Bruno debería creer en ella? Claro que creería en lo que ella le contara, pero… ¿por qué su historia de acoso es verdadera y la de Valeria era puesta en tela de juicio?
—¿Qué estoy haciendo? —murmuró. Se mordió el labio inferior y jaló su polera hacia abajo, asegurándose que cubría su trasero en su totalidad. Tras una última mirada hacia la pista, se puso la capucha y volvió a su departamento.
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Avena con leche
Caminas descalza sintiendo el frío piso de parqué bajo tus pies. A pesar que una vez te cortaste por caminar así, lo sigues haciendo hasta hoy. Quizá esa es una de tus acciones que más te define.
Prendes la luz de la cocina y abres la refrigeradora. No has comido nada en muchas horas y si planeas terminar aquel trabajo, necesitas reponer energías. Para variar, está casi vacío. Cartones vacíos de leche que sabes que eventualmente tienes que botar, un par de cebollas que solas no ayudan. Encuentras un par de huevos, pero arrugas la nariz al ver la fecha en el sello que llevan encima: han expirado hace ya una semana. Los mueves a la izquierda y encuentras una botella de vidrio llena de un líquido blanco.
Todo se detiene. ¿La tenías ahí?
Sacas la botella y la sostienes con ambas manos, como temiendo que en cualquier momento se rompa. Con los labios entreabiertos y aún sin terminar de comprender cómo ha llegado esa botella ahí, te dejas caer suavemente al suelo, sentándote frente a la refrigeradora aún abierta. La etiqueta, que alguna vez indicó el nombre de la marca de un jugo, está casi completamente rota. Comienzas a raspar sus restos, intentando quitarla por completo sin éxito.
Cierras los ojos y en un suspiro vuelves a su habitación, a él besándote cada milímetro del rostro mientras recobras el aliento. Pasas una mano por tu cabello en un esfuerzo por lucir mejor en los pocos segundos que él se demora en encontrar y colocarse su ropa interior que tiró al suelo hace unos momentos. Una vez de vuelta, encuentra su lugar a tu lado en la cama. Uno de sus brazos se escurre alrededor de tu cintura, atrayéndote más a él mientras sonríes. No sabes cuánto tiempo pasa mientras respiran dispares en conjunto. Nunca creíste aquella exageración romántica de sincronizar sus respiraciones. Cada uno fluía diferente. Debías dejarlo ser. Cada uno es diferente, cada uno ama diferente, así sea que al final tú amaste más.
Te arropas con el edredón, intentando buscar algo de calor. Ahora que ambos se han quedado quietos, puedes sentir tu piel estremecerse ante la baja temperatura. Él vuelve a sonreírte y esta vez ya no alzas una ceja: ya te acostumbraste a que se siga sorprendiendo de tus pequeños gestos.
―¿Tienes frío? ―pregunta sin necesidad.
Tú asientes, no queriendo recalcar lo obvio.
Quita su brazo y se pone de pie. Lo ves caminar en ropa interior unos pasos hacia la mesa en la habitación que sirve de kitchenette. Vierte leche en una olla y la pone sobre la cocina a gas que acababa de prender.
Esperabas que volviera, pero no lo hace, pues ahora se ha puesto a buscar algo más. Ahora supones ese fue siempre fue su estilo. Días después te explicaría a detalle qué proporción usa de cada ingrediente, pero nunca logras hacerlo como él lo hace. Hay algo especial en la forma en la que minutos después te alcanza una taza caliente de algo tan simple como avena con leche, pero tan complejo que una noche regresaste a casa con varias botellas de aquella mezcla bajo el brazo para poder calentarlas cada vez que tuvieras frío y necesitaras algo que te recordara a su sonrisa.
Abres los ojos y sientes la etiqueta áspera bajo tus dedos. Exhalas sonoramente y acercas la botella fría a tu pecho. A pesar de ya haber transcurrido casi un año de la última vez que intercambiaron palabras, insultos de despedida, en noches frías como aquella darías cualquier cosa por volver a sentir tu rostro lleno de besos como tantas veces antes.
Te pones de pie y cierras la refrigeradora. Quizá, una vez más podrías volver a sentir una parte de aquel cariño que por tanto tiempo los unió. Aunque muchos de tus días estuvieron llenos de gritos y amenazas, debes admitir que en los buenos días, él te amaba y hacía temblar cada fibra de tu ser. La forma en la que aparecía en tu casa con una sonrisa y colocaba una flor en tu cabello se había vuelto su manera de hacerte saber que ese día sería un buen día, que reirían de sus chistes internos y pasearían por el malecón fingiendo no recordar la forma en la que te había hecho llorar la noche anterior.
Buscas una olla y abres la botella, comenzando a verter el contenido lentamente. Una última vez, sólo una vez más y dejarías ir su recuerdo para siempre.
Y es ahí cuando llega.
El olor putrefacto.
―¡Conchasumadre! ―exclamas, tirando la botella lejos. Ésta se estrella contra el piso, rompiéndose en cientos de pedazos. Recuerdas que estás descalza, lo cual no hace más que empeorar la situación.
Debiste haberlo pensado, cojuda. ¿No acababas de recordar que hacía casi un año que no se dirigían la palabra?
Vuelves a maldecir mientras recoges los pedazos grandes de la botella rota y los tiras a la basura.
Hora de instalar Tinder.
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Yo te conozco || Parte (3/6)
Susana tenía los ojos fijos en el televisor del restaurante. Una muchacha bastante delgada, de cabello ondulado, negro y largo se encontraba sentada en un sofá, mientras que un hombre se encontraba detrás de un escritorio, a su lado, haciéndole preguntas sobre Emilio.
Debido al ruido del restaurante era casi imposible oír toda la conversación. Hasta ese momento, Susana sólo había entendido que ella había estado tres años con Emilio y que el incidente del que hablaba había ocurrido en víspera de Navidad del año anterior, hacía tan sólo dos meses.
Cuando el entrevistador iba a hacerle la siguiente pregunta, vio a alguien sentarse frente a ella. Volteó y vio a Bruno haciendo un gesto para llamar al mesero, mientras se desabotonaba el saco.
—¿Podría cambiar de canal, por favor? —pidió, ladeando su cabeza hacia el televisor. El mesero asintió y se retiró de la mesa.
Susana cruzó los brazos y miró a Bruno, alzando una ceja.
—Sólo quería saber qué decía.
—Ya salió en el noticiero matinal —explicó él—. Dijo que fue en la víspera de Navidad del año pasado, que se pusieron a discutir por algo que ella no recuerda. Ella le alzó la voz y él la tiró a la cama. Se levantó y él volvió a lanzarla con fuerza a la cama. Se echó encima de ella y ahí ocurrió el intento de violación.
Mientras lo escuchaba hablar, Susana se percató de la vestimenta de Bruno. Se había acostumbrado a verlo con saco siempre que se encontraban, ya sea en la oficina o en algún almuerzo; sin embargo, debía admitir que el color chocolate oscuro del terno que usaba en ese momento combinaba muy bien con los ojos miel de Bruno. Camisa blanca, corbata a juego, cabello recortado y peinado: todo aquello era un mero complemento para la usual presentación impecable de su editor.
—Si sólo dice eso, ¿por qué no podía escuchar?
—Porque esto te tiene tensa hace días y al menos deberías estar tranquila mientras almuerzas —argumentó Bruno, volteando la mirada hacia el televisor, el cual ya sintonizaba otro canal—. Igual vas a buscar la entrevista en YouTube cuando llegues a tu casa, no me pongas esa cara —dijo, sonriendo de lado.
Susana se percató que había estado haciendo un puchero. Suspiró cansada y puso un mechón de su cabello detrás de su oreja. El mesero volvió a su mesa y le entregó la carta a cada uno. Ella comenzó a revisar las opciones que tenía, pero su mente daba vueltas alrededor de lo que Bruno acababa de decir.
La última vez que había recibido un mensaje de Emilio había sido el veinticinco de diciembre del año anterior. Si, supuestamente, acababa de violentar a su novia, ¿por qué habría de comentarle que estaba pasando un buen rato con dicha novia en Colombia? Entendía que quizá no le contaría sus problemas sentimentales, pero no le veía explicación a que él saque el tema de la novia si las cosas no andaban bien. ¿O lo había hecho para tener una coartada en caso ella decidiera hablar?
—Su.
Susana levantó la cabeza y vio cómo tanto Bruno como el mesero la miraban, expectantes.
—Ah, lo siento. ¿Me daría un par de minutos más? —pidió al mesero. Éste se retiró y Susana volvió a fijarse en el menú, intentando decidir qué almorzaría.
—Sigues pensando en eso, ¿no?
—Es que no tiene sentido —se quejó Susana, poniendo la carta sobre la mesa—. Nada de lo que me dices que Valeria ha dicho tiene sentido.
—¿Porque hace diez años Emilio era diferente? —inquirió Bruno.
—La gente cambia, lo sé —dijo ella, volviendo a tomar la carta—. Todos cambiamos, pero nadie cambia su esencia.
El mesero apareció con dos copas de vino y Susana le dictó su orden. Tomó un sorbo de su copa, agradecida de que Bruno haya ordenado aquello con anticipación.
—Bueno, las drogas te pueden volver violento —comentó, una vez que el mesero se había retirado con las cartas.
—Emilio no se droga —lo defendió Susana, frunciendo el ceño.
—Quizá no lo hacía cuando estaba contigo, ¿pero hace cuánto no se hablan más que un intercambio de saludos? —preguntó Bruno. Susana se quedó en silencio durante unos segundos, no dispuesta a darle la razón—. Además, no creo que la denuncia prospere. ¿Por qué Valeria esperó meses para hablar de ello? Pudo haberlo denunciado en el momento.
—Mira, no creo que Emilio lo haya hecho, pero que ella se haya demorado en decirlo no tiene nada que ver con todo esto. Cada persona tiene su tiempo —dijo Susana—. ¿Te imaginas el hecho de hacer público un hecho así de traumático?
—Bueno, en eso tienes razón —admitió, tomando un sorbo de su copa—. Siempre es más jodido para las mujeres.
Eso era quedarse corto, pensó Susana, imitando a Bruno y llevando la copa a sus labios. En general, la situación siempre era un poco más difícil para una mujer y eso era algo con lo que ella había tenido que lidiar desde muy pequeña. A sus opiniones siempre se les daba poco valor, sus sugerencias eran criticadas y sus logros subestimados. Iba desde acciones pequeñas, como silbidos de un carro en movimiento mientras ella paseaba por la calle hasta acciones más grandes, como un conductor preguntándole en plena autopista desde su auto qué mierda hacía una mujer conduciendo.
Sí, siempre era más jodido para las mujeres y era por ello que su cabeza daba vueltas incontrolablemente respecto al caso de Valeria y Emilio. ¿Estaba restándole importancia al testimonio de una víctima por alegar conocer a fondo a su agresor? Bruno tenía razón: ella lo había conocido hace muchísimos años. ¿Era posible que Emilio haya cambiado tanto? En aquella discusión que había terminado con su matrimonio, Susana le había gritado, lo había acusado de esconderle cosas, había tirado cosas alrededor del cuarto hasta llegar al punto de romper las baquetas preferidas de Emilio, aquellas que él iba a llevar al concurso en Argentina. Si a pesar de sus exabruptos, él se había mantenido calmado y no había siquiera levantado la voz. Hasta ese día recordaba cómo, luego de ver una de sus baquetas rotas, se había puesto de pie y había abandonado la habitación.
El mesero volvió a la mesa, colocó un plato de canelones frente a ella y una porción de lasaña frente a Bruno antes de retirarse. Observó cómo el hombre frente a ella tomaba sus cubiertos, listo para comenzar a comer.
Intentó contenerse a sí misma, pero no pudo.
—Sé que llamarlo e involucrarme no me daría una buena imagen, pero… ¿y si es inocente, Bruno? —preguntó Susana. Él hizo una pausa y colocó sus cubiertos en la mesa boca abajo y cruzados, lo cual la hizo sonreír un poco. Le gustaba cómo él siempre mantenía sus modales, a pesar de no encontrarse en un restaurante tan fino.
—Hiciste bastante hincapié en el feminismo y en la lucha por la igualdad en la entrevista que te hizo la revista Cosas el mes pasado, ¿recuerdas? Todo eso se iría directo al drenaje si alguien se entera que estás del lado de un violador.
—Supuesto violador —le corrigió.
—Susana… —suspiró Bruno—, no importa si Emilio lo hizo o no. Lo que importa es que todo el Perú cree que sí lo hizo. Nadie dudaría que a un rockero se le fue la mano. No suelen tener una buena reputación. En serio lo siento —se disculpó—. No digo que no puedes llamarlo, sólo no quiero que salgas perjudicada en un tema que no tienes nada que ver.
Susana asintió y tomó sus cubiertos. Observó cómo Bruno la imitó y ambos comenzaron a comer en silencio. Dudaba que él la hubiera invitado a almorzar para seguir debatiendo del tema, así que decidió cambiar el curso de la conversación.
—¿Y cómo vas con tu asunto? —preguntó. Bruno se encogió de hombros.
—La casa ya está vacía, ella ya se fue. No sé a dónde, pero honestamente no me interesa. Supongo que la veré a la hora de legalizar el divorcio.
—Me imagino que debe ser molesto.
—¿No tanto? —comentó Bruno. Se dio unos segundos para masticar su comida, durante los cuales Susana lo miró extrañada, alzando una ceja—. En parte lo veía venir. No que me engañaría, pero sí que teníamos el tiempo contado. Creo que ninguno de los dos se sentía muy cómodo.
—Entiendo. Al menos te lo estás tomando bien —dijo ella.
—No le veo sentido darle tanta vueltas. Aunque ahora que lo pienso, podemos comenzar un club de divorciados —bromeó, haciendo reír a Susana, quien luego comenzó a toser.
—Eres el peor —sonrió ella mientras tomaba un sorbo de su copa, a lo que él sólo rió.
Una vez que cada uno terminó su platillo, optaron por compartir una tartaleta de fresas, pues Susana alegaba que no podría terminar una por sí sola. Una vez que Bruno se encontraba firmando un pequeño papel luego de entregar su tarjeta de crédito, ella notó que el mesero tenía una expresión consternada.
—¿Pasa algo? —preguntó. El mesero volteó a verla, con la misma expresión en su rostro.
—Lo lamento mucho, señorita. Parece que alguien avisó a los reporteros que usted se encontraba aquí y la están esperando afuera. Creo que quieren preguntarle sobre el caso de Emilio.
Susana gruñó, exasperada. Le agradeció al muchacho, quien se retiró con el POS inalámbrico y la firma de Bruno. Esta vez, él puso su mano sobre la de ella.
—Se van a cansar y te dejarán de seguir. Ya no falta mucho —dijo, en un intento por consolarla. Ella le sonrió levemente y ambos se pusieron de pie.
Una vez llegaron a la puerta del restaurante, Susana se detuvo, intentando prepararse para lo que se encontraría al otro lado. A pesar que había pasado sólo un par de días desde su último encuentro con la prensa, no se sentía lista para volver a pasar por ello. No quería oír a alguien más preguntarle si ella creía su Emilio era culpable o no. Ya tenía suficiente con ella misma martirizándose con esa pregunta a diario.
—¿Estoy peinada? —preguntó Susana. Bruno se puso frente a ella y puso uno de los mechones rubios que caían sobre su rostro detrás de su oreja. Le sonrió.
—¿Lista para ir directo al auto? —le preguntó. Susana asintió y sintió cómo Bruno la rodeaba con su brazo y caminaba rápidamente al auto, protegiéndola de los flashes de las cámaras.
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