24, todo es impreciso, posible e improbable - sitio confidente
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La espera es un hilo que nos une,
tenso y delicado, como el aire antes de la tormenta.
Contamos los días,
pero cada hora se convierte en una eternidad
de miradas compartidas y sueños suspendidos.
Europe nos llama,
pero somos nosotros quienes viajamos en el murmullo de la promesa,
de los pasos que aún no hemos dado,
del susurro de las ciudades que nos esperan.
Y en cada rincón,
me encuentro contigo,
en cada calle,
en cada rincón del futuro que ya sabemos.
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En tu silencio, encuentro un refugio
que no pide nada, que no se va.
Eres la calma de un tiempo que ya no me pertenece,
pero que no se cansa de regresar.
Tu piel, marcada por otros días,
me envuelve sin promesas,
solo con la certeza
de que, aunque el reloj avance,
no me dejarás caer.
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Soy el eco de un sueño quebrado,
la sombra que busca su propio vacío.
Caigo en el abismo de un silencio helado,
soy la herida que abraza lo desconocido.
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abrazos con miradas que dejan huellas en su alma
como si el tiempo se detuviera entre sus manos
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Besé la orilla de todos tus secretos,
como quien ama el peligro y se deja caer.
Ahora soy humo en el eco de tu sombra,
una melodía rota que nunca vas a entender.
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Llámame en la madrugada y dime que no puedes dormir porque estás pensando en mí.
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Ahora sé que hay amores que son sombra,
donde el roce es herida y el abrazo es mentira.
Después de ti,
me entregué a manos vacías que prometían todo
y solo sabían quebrar.
Tuve un amor que era claro,
como el cielo después de la lluvia,
un amor que me llenaba las manos de luz.
Pero él partió, y en su ausencia,
quise creer en otro.
Ahora, rota,
anhelo lo que contigo fue simple y hondo,
esa paz sin preguntas,
esa ternura sin máscaras.
No sabes cómo pesa el recuerdo
de lo que fuimos,
cómo duele comprender
que después de ti, solo hallé espejismos
que apagaron lo poco que en mí
quedaba intacto.
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Arde el silencio en su rincón oscuro,
un lenguaje de cenizas que nadie entiende.
Es el fuego un animal que se consume a sí mismo,
una danza que muerde lo que ama.
De noche lo escucho crujir en mi sangre,
su furia leve, su destierro.
Yo también quemo en secreto,
soy llamas pequeñas que nadie ve,
soy el deseo de ser luz aunque duela,
de arder hasta ser
apenas
nada.
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Ríe el viento cuando te mira,
Ocurre el milagro en cada roce,
Cae el tiempo sin prisa entre nosotros,
Iluminas lo que antes era sombra,
Olvidamos el mundo, y sólo queda el amor.
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Podría ser un juego de espejos rotos,
Ilusiones que nunca se explican del todo,
Nos encontramos entre los silencios
O en el borde de un beso que no necesita palabras.
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Bajo los hualles la sombra dibujaba
un mapa que sólo nosotros entendíamos,
y era ahí, en la quietud rota por el viento,
donde las palabras sobraban.
Nos bastaba el crujido de las hojas,
ese rumor que aprendimos a llamar silencio,
mientras el mundo seguía su curso,
lejano, ajeno, como si no existiera.
Ahora, cuando el aire se vuelve espeso
y el banco está vacío de nosotros,
me pregunto si la ausencia tiene raíz,
si crece, si se enrosca como las ramas
que dejaste enredadas en mi piel.
Quizás, allá lejos,
el hualle sigue contando historias
y nuestras sombras, sin saberlo,
se siguen buscando bajo la luz rota.
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Las palabras se deslizan como gatos invisibles por los bordes del día, y mientras todo parece seguir su curso, un gesto mínimo rasga la trama. Es en ese intersticio, entre lo que creemos saber y lo que callamos, donde empieza el juego. Ahí, justo ahí, una moneda gira en el aire, suspendida en el filo de lo que nunca será dicho, y uno ya no sabe si es azar o destino lo que al final define la caída.
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La noche se desliza lenta, como una canción triste que nunca termina. El aire sabe a melancolía y a recuerdos rotos, como si en cada respiro se pudiera oír el eco de lo que no fue. Me pierdo en el silencio, buscando algo que me devuelva a mí misma, pero solo encuentro sombras. Es extraña la belleza de lo que duele, de lo que no se dice, de lo que arde en lo profundo y deja cicatrices invisibles. Aquí, entre las ruinas de este amor imposible, florezco en el vacío, amando el abismo como si fuera lo único que queda.
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El viento acaricia la noche como si quisiera arrancarle un secreto, pero la ciudad se niega a entregarlo, resguardada en su manto de sombras y luces titilantes. Las calles, por donde alguna vez transitó la esperanza, ahora se hunden en una tristeza inexplicable, como si cada esquina guardara el susurro de un alma perdida. Uno avanza sin rumbo, atrapado en esa corriente invisible que empuja el tiempo hacia delante, pero que en el fondo se siente inmóvil, como si estuvieras condenado a caminar siempre el mismo tramo, una y otra vez.
Y de pronto, en el rincón más olvidado, aparece un destello: el reflejo de una vida que se ahoga entre los adoquines y el eco de un grito que nunca será escuchado. Porque aquí, en este instante suspendido, la realidad se curva, se retuerce y se abre hacia un abismo íntimo, donde cada pensamiento es un ladrillo más en el muro que separa el alma del mundo. Es la prisión invisible de lo cotidiano, la que nos aprieta el pecho sin darnos cuenta, hasta que un día, en un destello febril, entendemos que hemos estado solos todo el tiempo.
Pero hay una extraña belleza en esa soledad, en la desesperación latente, como si, al fin y al cabo, encontrar ese rincón oscuro en nuestro propio ser fuera lo único real.
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A través de los árboles se filtra la luz, como si el cielo quisiera tocarnos. Hay algo salvaje en la calma, algo profundo en el silencio de las hojas cayendo, como palabras que nunca dijimos.
El río canta, pero no para nosotros. Fluye, indiferente, como una historia que nunca llegaremos a entender. Somos parte de este paisaje, aunque a veces lo olvidamos. Caminamos sobre la tierra húmeda, respiramos el aire frío, y por un momento, somos libres.
Las montañas observan desde lejos, como si supieran algo que no nos atrevemos a preguntar. Y el viento, siempre el viento, trae consigo memorias que no son nuestras, pero que sentimos igual.
La naturaleza nos mira, y en su mirada hay una pregunta que no tiene respuesta. Quizás no necesitamos una.
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Es el vacío lo que me queda de ti,
un eco, una sombra,
un susurro que se disuelve en el aire espeso de esta habitación.
Te busqué entre las luces rotas de la ciudad,
donde el ruido del tráfico es la única compañía,
pero tu rostro se ha vuelto un fantasma,
una ilusión que se desvanece con cada cigarro que fumo,
con cada copa que vacío.
El dolor es suave, como el roce de una hoja al caer,
pero se clava profundo.
No hay lágrimas, solo la certeza de que ya no estás.
El mundo sigue, indiferente,
pero para mí todo se detuvo el día que te fuiste.
Te extraño como se extraña el calor en pleno invierno,
como se extraña el sol en una tormenta sin fin.
Y sé que no hay regreso.
Tu ausencia pesa más que cualquier palabra.
Me hundo en ella,
y me pierdo en el eco de tu nombre,
que ya no me pertenece.
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En el cerro Ñielol, el viento susurra,
las hojas doradas caen en silencio.
Recuerdo tu risa, un eco distante,
mientras el sol se oculta tras las nubes.
Caminamos juntos entre sombras,
nuestros sueños flotaban como la bruma,
pero el amor eterno se desvaneció,
dejando solo un vacío en la tarde.
Los árboles guardan secretos,
y la tierra se aferra a nuestras huellas.
Aun así, el cerro sigue vivo,
mientras yo me pierdo en la ausencia.
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