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23. It happened in a bus.
Siempre me han fascinado los largos trayectos en el transporte público, y desde tiempos inmemorables he ido cosechando el hábito de imaginar los destinos de mis acompañantes de trayecto, las razones de sus viajes y, en consecuencia, la situación actual de los mismos.
Algo así fue lo que hice en el viaje que estoy a punto de narrar de manera falsamente omnisciente. Pero, por favor, que el lector que se encuentre en el sillón leyendo este pasaje en esta momento no se sienta alterado en su introspección a la historia a causa de este breve inciso. Sin más dilación, doy paso a una de mis más recientes fantasías.
Avanzaba la segunda semana del mes de agosto, y un autobús se estacionó en una clásica parada para viajeros bajo el caluroso sol del mediodía, que reflejando en el suelo de la carretera, sumía a aquellos valientes que se decidieron a bajar del vehículo en el más tedioso de los calores, manifestado antes pronto que tarde en las pequeñas gotas de sudor que adornaban sus frentes a medida que el tiempo que permanecían fuera del vehículo aumentaba.
Las necesidades vitales de parte de los ocupantes del autobús obligó a los mismos a dirigirse al interior del recinto, pero nuestra protagonista, Alicia, optó por permanecer en el interior del auto, protegida de cualquier insolación que aguardase pacientemente por su próxima víctima. Aprovechaba el silencio que había dejado la ausencia de sus acompañantes para telefonear brevemente a su madre, a quien horas atrás había prometido que llamaría cada determinado tiempo durante el trayecto.
Alicia se dirigía a Mallorca, a reunirse con un grupo de otras tres chicas a cuyos rostros la joven asociaba el término de amistad para disfrutar del fin de sus vacaciones veraniegas a lo grande.
Revisando los últimos Whatsapps recibidos en su iPhone 6, Alicia levantó la cabeza en un acto reflejo cuando escuchó que alguien regresaba a ocupar su lugar en la estancia. Y entonces le vio. Un joven esbelto, con una altura ligeramente superior al metro ochenta y que prometía una maravillosa musculatura bajo aquella camiseta blanca de tirantes. Era inevitable para cualquier joven no dedicar un mínimo de tiempo a apreciar semejante regalo del destino. La morena no fue la excepción.
Él apenas se percató de su presencia, y seguido por otros tres chavales de similar composición, se dirigió a los asientos posteriores del autobús, lugar que desde el instituto había sido el asociado a los populares, esos a los que todos hubieran cedido el asiento de haberles visto venir en búsqueda de un lugar en el que posar sus trabajadas nalgas de acero.
En una inesperada jugarreta del mismo destino que había puesto a tan atractivo joven en aquel autocar, el llamativo Adonis tropezó a causa de unas playeras mal acordonadas. Y mira que llevar los cordones sueltos solía ser guay, eh. Y de esta forma, cayó de bruces el rey de Roma justo delante del asiento de Alicia, causando que la misma se sobresaltara y que sus colegas soltaran alguna que otra carcajada a sus espaldas.
─ ¿Estás bien? ─ inquirió la joven, levantándose de su asiento para ayudar al recién caído a levantarse.
─ Sí, sí. Gracias. De hecho… no sé lo que ha pasado ─ respondió, perdiéndose al instante en los dulces ojos marrones de la atractiva chica.
No hizo falta un mayor intercambio de comunicación, las sonrisas bobaliconas hicieron su aparición estelar en el rostro de ambos casi al instante.
Sin embargo, el momento de éxtasis duró hasta que Lucas, así se llamaba el chico, se percató de las continuas y cada vez más elevadas risotadas por parte de sus humildes y cuanto menos cariñosos acompañantes.
Él se irguió y ayudó a la recién conocida a hacer lo mismo, dedicándole una última sonrisa hasta al fin continuar con su camino. Alicia cerró los ojos y sonrió, en esta ocasión con mayor fuerza y por qué no decirlo, con mayor honestidad, a sabiendas de que ya ninguno de los testigos del acontecimiento previamente ocurrido podía observarla.
El viaje duró unas cuatro horas más, y pese a que en la parada destinada a la comida los dos jóvenes en cuestión intercambiaron un par de miradas cómplices entre sí a través del comedor, nada extraordinario propio de un cuento de hadas sucedió.
Finalmente llegaron a Mallorca hacia la hora de la siesta, y Lucas fue de los primeros, si no el líder, en salir del autobús que tantas horas había soportado su chulería de adolescente, corriendo junto con sus secuaces hacia las cristalinas olas, impacientes por comerse el mundo. O por lo menos alimentar los sueños que involucraban dicha acción y que habían confeccionado durante los dos últimos años de instituto.
Alicia le observó alejarse, consciente de que nunca más volvería a verle, comprobando una vez más que las historias con finales románticos de las novelas que tanto la aficionaban no eran más que eso, finales fantásticos con un inexistente grado de verosimilitud.
No se desanimó, ni nada por el estilo. Ella acostumbraba ya a recibir decepciones amorosas y aquello logró sacarle de la rutina, logró recordarle que siempre hay alguien nuevo que te mirará como un extraño agradecido, como Lucas la miró a ella en un mal tropezón.
Y continuó su camino. Ambos lo hicieron.
¿El final? El propio título refleja lo que yo, como humilde narradora, sé. Todo esto pasó en un autobús, en unas horas compartidas por completos extraños para llegar a un fin común. Pero eso eran, extraños. Y lo seguirían siendo toda su vida. De hecho, si a la mañana siguiente hubiese tenido lugar la casualidad de que se encontrasen en la playa, probablemente ni se hubieran reconocido.
Pero qué bonito es el amor en la juventud cuando es pintado por alguien con el don de embellecer la compleja realidad con simples palabras.
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22. 100 letters.
Las mismas que el cantante de Maroon 5 afirmaba haber escrito para que jamás llegasen a las manos de su destinatario en Misery, o aquellas que Halsey afirmaba saber que iban dirigidas a ella, pero que por una u otra razón nunca llegaron, no hubo tiempo para eso.
En una nublada y fría mañana de domingo, amaneciendo con el peor de los mareos y sentada al lado de un trozo frío de tortilla y un café que parece seguir su mismo camino, me detengo y pienso sobre mis propias cartas. Las mil millones de líneas que he invertido en ilusiones vacías. Echo la vista atrás, y me pregunto si realmente hubiera invertido mi tiempo en escribir nada para personas que a fecha y hora de hoy no valen absolutamente nada.
Si hubiera conocido tantas decepciones, tantas mentiras y tanta indiferencia, todo habría sido distinto. Pero me sucede que pese a ello, a pesar de toda la gente que me ha fallado y ha jugado conmigo hasta encontrar un nuevo divertimento, en el plano artístico o profesional, a gusto de cada uno queda el nombre, me ha beneficiado indudablemente. No me considero una nueva Taylor Swift ni la segunda versión de Adele en ausencia de un tono de voz lo suficientemente bueno como para dedicar mi vida a la canción, pero ciertamente, las tres hacemos lo mismo. Una es criticada por hacerlo, la otra es aclamada y luego estoy yo, que lo considero como un mero desahogo personal. Una especie de reflexión conmigo misma.
Me he comido mi orgullo mil veces, y ninguna ha sido con la persona correcta. No debería haberlo hecho jamás. Pero el tiempo es un tipo tan divertido que ha preferido que me dé cuenta de ello ahora, sentada aquí con un corazón vacío y cerrado a cal y canto, en lugar de un mes atrás, cuando debería haberme callado y haber dejado que las cosas fluyeran, pero sola.
Elijo mal, es cierto. Pero nadie puede atreverse a lanzarme la primera piedra. A menos que nunca se hayan sentido atrapados por las garras tan atrayentes del amor, claro.
He sido estúpida, por supuesto. Y seguramente continúe siéndolo unas cientas de veces más. Pero al final del día, lo único que permanece a mi lado y sé que no faltará son mis ideas, mi creatividad, y mi originalidad. Y para ellas va mi carta número ciento uno.
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21. Time is a funny thing.
Menuda basura de día, pensé al salir de mi casa a las siete de la mañana tras una estupenda noche de descanso refugiada entre mis sábanas del crudo frío invernal. Y todo porque la noche anterior había descubierto que mis auriculares habían llegado al fin de su vida útil.
Y así, enfurruñada y sintiendo que el mundo entero conspiraba en mi contra me aventuré en el nuevo día que apenas comenzaba. Los primeros reflejos del amanecer batallaban con los últimos coletazos de la noche atormentadora, convirtiéndose en los claros ganadores al empujar paulatinamente a la oscuridad con tal de dar paso a la luz.
Pero yo estaba demasiado ocupada cagándome en todo como para prestar atención a semejante maravilla. Porque se me habían jodido los putos auriculares.
Pasé la mañana como acostumbraba a hacerlo, agarrada de la mano de la monotonía, enlazando una mañana tranquila con la serenidad que prometía el horario vespertino. Sin embargo, nadie podría decir que me veía feliz, porque ni siquiera yo habría considerado aquella idea. Estaba demasiado ocupada. Demasiado centrada en mí. Yo, me, mi, conmigo. Constantemente. Sin parar.
Llegaron las cinco de la tarde, y gracias a Dios pude emprender el camino de regreso a casa al horario esperado. Habría matado de haber sido retenida por más tiempo aquel día. Pero cómo desearía que así hubiera sido.
Salí a la calle y me aferré a mi abrigo, mi única protección del centenar de enfermedades que aguardaban por su próxima víctima. Aceleré el paso con la única idea en mi mente de llegar a mi departamento y darme una ducha de agua caliente. Ahí estaba otra vez. Yo. Pensando en mí. Qué cosas.
Y de pronto, como quien no quiere la cosa, la vi. A ella, a Marta, ex compañera mía del instituto. Habían pasado unos años, pero su rostro angelical de no haber roto un plato jamás era inconfundible, daba igual en qué circunstancias el travieso destino decidiese envolverla. Crucé la carretera, dispuesta a juntarme con ella y charlas animadamente durante un rato. Algo mínimamente bueno que salvaría mi día de mierda.
Ella sonrió cuando me vio, y yo correspondí. Después de los adecuados saludos, el cuánto tiempo y los madre mías me dispuse a darle dos besos, y menuda fue mi sorpresa cuando la chica a la que había considerado una de mis mejores amigas en la juventud se apartó. No supe cómo reaccionar, no entendía qué había visto en mí que tanta repulsión le había generado. Otra vez pensando en mí.
Llegó la correspondiente explicación, pero hubiera deseado no haberla recibido. Me espetó una de las frases más crueles que cualquier ser humano podría escuchar envuelta con la característica dulzura de su melodiosa voz.
— Llevo dos meses de quimioterapia.—
Cinco palabras. Once sílabas. Nada más. Y mi día dio un giro de ciento ochenta grados. Y dejó de ser solamente yo. De hecho, el ego poético desapareció fulminantemente. Mil dudas acudieron a mi mente, y yo permanecía parada sin saber qué hacer, o qué decir. Supe que aquella era una reacción a la que se había visto habituada en las últimas semanas cuando me sonrió con timidez y me dijo que no me preocupara. Yo seguía perpleja. No era capaz de asimilar que una persona tan llena de vida como lo era Marta estuviese luchando una batalla de gigantes. No podía. Ni quería.
Intercambiamos un par de frases más que abandonaron mis labios por pura inercia. Quedamos en que me escribiría cualquier día de aquellos, y le expresé mi alegría al respecto, permitiéndome la cordialidad de prometerle una invitación a café que quedaría pendiente hasta que ella quisiera. Me sonrió y yo también, y se fue. Y yo tardé Dios sabe cuánto tiempo en procesar todo aquella hasta que finalmente me sentí lo suficientemente segura como para continuar caminando.
Ya no me importaba nada. Ni mis auriculares, ni mi aburrida rutina, ni el asqueroso frío, ni los putos catarros que acechaban. Menuda porquería. No dejaba de pensar en Marta.
Y entonces caí. Aquella mujer cuya silueta ya era prácticamente indivisible había sonreído más veces en dos minutos que yo en todo el día. Ella, que estaba luchando contra una enfermedad terminal. Yo, lloriqueando por unos malditos auriculares. Patético contraste. Patético egoísmo. Jodido destino y putísima vida.
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20. On my own... I’m on my own again.
No pretendo escudarme bajo una falsa fachada de tía dura ni engañar a nadie diciendo que no me afecta. Porque es evidente que lo hace. Que el daño está presente y quema a cada minuto más que el anterior. La incertidumbre me ha dejado hecha polvo y poco a poco siento cómo me estoy consumiendo en una soledad de mi propia autoría.
¿Y sabes qué es lo peor? Que soy consciente de que si ahora volviese y me diese una mínima explicación, por más que fuese falsa y la mentira se oliese a kilómetros, estoy segura de que le perdonaría. Porque soy estúpida y porque le quiero demasiado. Supongo que ese es mi mayor problema. No sé cuándo debo empezar a encariñarme ni hasta qué momento debo permanecer con la guardia levantada. Y me puedo imponer las normas que sea a la hora de iniciar una nueva relación, pero bien por la sensación del momento o por la confianza ciega que elijo depositar en los demás, siempre salgo herida. Da igual dónde me meta.
Y joder, es hora de aprender. De aprender que mienten como unos hijos de puta. Especialmente cuando el muy cabrón te dice clavándote la mirada que él no será como los demás. Que se quedará pase lo que pase, que te abrazará todas las noches y que te protegerá de cualquier fuerza superior que pretenda perjudicarte. Y ahí es cuando caes a sus pies. Cuando te lo tragas todo y pasas por alto que esa fuerza negativa que terminará hiriéndote no es ni más ni menos que el atractivo hombre de imponentes ojos verdes que tienes plantado delante tuyo.
De pronto, crees que lo tienes todo. El chaval dota de un brillo especial a tu mirada durante los próximos días, y sientes que nada puede ir mejor. Y en efecto, es así. Porque cuando más segura estés de que le tienes y de que él te tiene, de que esto puede durar y de que es algo basado meramente en los principios de sinceridad, es cuando él decide marcharse.
Y ahí te quedas, tal y como cuando empezaste. Sola y muerta del asco. Con la cabeza alborotada por las dudas que nadie más que él es capaz de responder. Pero él ya no está. Y tú te has perdido. Y no sabes encontrarte. Y ahí, amiga mía, empieza el problema. Las horas pasan con una lentitud inaguantable, sientes la incontrolable necesidad de gritar, llorar, arañar, destrozar. Y sabes perfectamente que debes reprimir ese deseo de destrucción porque pase lo que pase eres una mujer del siglo veintiuno que jamás se dejará ver como un ser vulnerable. Eliges seguir adelante, pero Dios, ojalá alguien supiera por el infierno que estás pasando.
¿Llorar? En algunas ni siquiera es planteable como opción. No hay tiempo, o quizá no hay valentía para hacerlo. Y argumentando desde la experiencia propia he de decir que no resulta algo tan extraño que las ganas de llorar como un cachorro perdido lleguen un par de semanas más tarde, cuando al fin pasas una noche tranquila en casa, te pones a pensar y caes en todo lo que has tenido que soportar durante tanto tiempo.
Me enerva que tenga que acabar así. Y no solamente una vez, que es bastante llevadero. Son dos, tres, cuatro, cinco, diez, veinte veces. Y te empiezas a adaptar a esta forma de vida en la que siempre eres un plato de exquisita comida que alguien debe engullir con la máxima velocidad posible para volver cuanto antes a sus obligaciones pendientes.
Y es asqueroso. Odio sentirme tan sola.
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19. Go.
Te odio. Qué hijo de puta eres por desaparecer a estas alturas. Por hacerme sentir cómoda como para abrirme y después largarte sin dejar rastro. Por ningunearme. Por pisotearme y por ser el milésimo en hacerlo en ausencia total de culpa.
Maldita inocencia. Debería haberlo sabido. El alma de un jugador no se disipa ante la dulzura de una soñadora.
Estoy en caliente, he de admitirlo. Y podría decir mucho más. Pero ahora he desaparecido. He enmudecido. Me siento incapaz de articular una sola palabra. Ira mezclada con tristeza, debe ser.
Quizá mañana vea las cosas de otro color o quizás las vea con matices aún más dramáticos que ahora.
Solamente sé que te odio. Por ilusionarme gratuitamente o por, permite que me repita, ser un completo hijo de puta.
Te odio.
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18. Twenty one days.
El primer día, no sales de la cama.
El segundo te atormentas con preguntas patéticamente retóricas.
El tercero vuelves a llorar.
El cuarto sales de casa en busca de provisiones para sobrevivir.
El quinto empiezas a responder a los mensajes y las llamadas de los de tu círculo.
El sexto te flagelas y revisas tus recuerdos.
El séptimo sientes rabia.
El octavo borras todo tipo de lazo existente.
El noveno sales a dar un paseo y se dice pronto, pero por primera vez en mucho tiempo logras sonre��r.
El décimo visitas a tu familia.
El undécimo sales por la noche y te emborrachas.
El duodécimo te quedas en casa recuperándote de la resaca.
El decimotercero vuelves a organizarte.
El decimocuarto pasa volando.
El decimoquinto vuelves a la vida normal.
El decimosexto bromeas con tus compañeros del trabajo.
El decimoséptimo recuperas tus hobbies.
El decimoctavo haces catarsis.
El decimonoveno consuelas a una amiga, que curiosamente es el reflejo de tu quien tú eras hace tan solo diecinueve días.
El vigésimo te homenajeas con una botella de whiskey escocés.
El vigésimo primero has perdido la cuenta.
Y así, en veintiún días, sigues adelante.
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17. Wrote this instead of wishing you a happy New Year.
La falta de tiempo nunca será, bajo ningún concepto, una excusa.
He pasado un final y un comienzo de año nefastos. El domingo acabé borracha y cuando desperté a la mañana siguiente tenía una resaca de los mil demonios, pero igualmente me preocupaba por ti e incluso te felicité el año. Pero seguramente mientras todo eso pasaba tú estabas partiéndote de la risa en ausencia total de culpa. No hay reciprocidad alguna. Y eso me jode. Siempre te he querido y creo que lo he demostrado por muy difícil que me resulte hacerlo. Te he dicho mil veces que te quería y en verdad lo sigo haciendo, pero me siento tan ninguneada que no me vale la pena seguir haciéndolo. Me dices que me echas de menos pero nunca me escribes, ni siquiera cuando te he visto conectado y con oportunidad de hacerlo. Y luego me dices cuando por fin te dignas a responderme que me quieres pero no es cierto. Porque si lo hicieras, créeme que harías el esfuerzo. Buscarías ese minuto del día para saber qué tal me va, como he hecho yo siempre. Pero se ve que ni eso me merezco.
He sido paciente, A. Y espero que te des cuenta de ello. No puse pegas a que no estuvieras presente durante tus exámenes finales, pero cuando han llegado las vacaciones siento que me has hablado únicamente cuando te has aburrido o para quedar bien conmigo cuando me sentía mal y te lo hice saber. Y llámame exigente de mierda o lo que quieras, pero yo necesito algo más.
Decir que estoy cansada de que en las relaciones se me trate como a una mierda es quedarme corta. Y de verdad, apreciaría que por una vez en tu vida fueses sincero conmigo.
Dime la verdad, ¿me has querido alguna vez?
¿Te he llegado a importar?
¿Has jugado conmigo?
¿Qué no tengo que tanto has echado en falta?
¿Por qué el esfuerzo no tiene recompensa?
¿Qué me queda ahora?
¿Qué hago?
¿Qué es lo que quieres?
Mejor dicho, ¿quién?
¿Por qué no he podido ser yo?
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16.
La gente de mi época es reconocida bajo el sobrenombre de “aquellos que viven en constante deseo de la inmediatez”. Término largo, pero definitivamente acorde a quienes somos.
Lejos de ser una afirmación tan repetitiva y molesta, tal y como resulta para mis coetáneos, a mí me gusta aceptarlo como un rebuscado halago.
La inmediatez es, universalmente reconocida como un fin primordial por el que los investigadores más prestigiosos del globo luchan por alcanzar y aplicar directamente a todas nuestras actividades diarias. No entraré en detalles sobre lo negativo que puede llegar a resultar, pero sí admitiré que estas incansables búsquedas mi propia generación así como las posteriores tenderemos siempre a lo rápido, lo inmediato, lo veloz.
Mediante esto no pretende desvalorar la calidad de las nuevas invenciones, pues sou la primera en valerme de sus habilidades extras. Pero en un mundo cada vez más movido por la tecnología y caracterizado por el control robótico el ser humano debe aprender a adaptarse a su uso, antes que sentarse de brazos cruzados en el viejo y desgastado sillón de su casa mientras lanza críticas y pullas con respecto a las nuevas invenciones. Porque eso es contribuir a la extinción de la raza.
Pensemos, por un momento, en el fenómeno teórico de la selección natural. En el mundo animal son siempre aquellos ejemplares de una especie que sobresalen por encima de los demás los que lideran las manadas, tienen la oportunidad de dejar descendencia y contribuir a la futura mejora de los suyos.
¿Y qué es el ser humano más que una especie de animal más desarrollado? Lástima que, entre otras diferencias leves del hombre con respecto a los animales encontremos esa habilidad de hablar, hablar y no callar ni debajo del agua. Criticando esto, criticando aquello. Criticando, criticando, criticando.
Dejemos de ser tan ingenuos como para despreciar los hallazgos que propios seres humanos han sido capaz de traer a la vida y reconozcamos lo privilegiados que somos por compartir un tiempo acotado de vida en esta generación, en la que podemos gozar de gran parte de nuestro tiempo libre gracias a la presencia de estos instrumentos tan repudiados por tantos.
Miremos al futuro, sin dejar en el olvido el pasado, y buscando la máxima evolución en el presente.
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15.
No es ningún secreto para cualquiera que me conozca que la Navidad nunca ha sido mi celebración favorita. No por el hecho de que sea comercial ni por tener que soportar, para la desgracia de muchos, el calor del hogar familiar, sino por las grandes batallas que protagoniza mi pensamiento y que se extienden a lo largo de las últimas semanas del año.
Sin embargo, y pese a mi característica negatividad habitual, hoy me enorgullece hacer balance de manera positiva, afirmando rotundamente que 2017 ha sido el mejor año de mi vida. No por lo que cualquiera podría intentar adivinar, ya que en el ámbito amoroso no he terminado de sentar cabeza, la salud ha jugado con mis cercanos un par de veces y mi vida profesional se ha convertido en el Coliseo romano contemporáneo, abatiendo mis huesos durante largas tardes inmersa en mis escritos para llegar a casa a las tantas de la madrugada con el frío y la lluvia impregnando mi alma.
Alguien a quien considero una figura muy inteligente me expresó hace no demasiado tiempo que el ser humano se hace a base de golpes, y no ha sido hasta ahora que me he dado cuenta de que estaba totalmente en lo cierto.
Todo aquello por lo que podría haber deseado el treinta y uno de diciembre a las once de la noche no se ha dado a pedir de boca, pero he crecido tantísimo a nivel personal. He evolucionado a tal magnitud que solamente por ello me permito clasificar estos últimos trescientos sesenta y cinco días como los más fundamentales a lo largo de mi corta existencia. La madurez está dejando su huella en mi persona, y me enorgullece saber que poco a poco voy aprendiendo y creciendo de acuerdo a mi edad. Y me alegro de ello además.
He tenido discusiones, reuniones con seres queridos y abandonos que me han sentado como una puñalada en la espalda por parte del que habría considerado mi mejor socio, pero siempre he sabido superarlos. También he gozado del privilegio de encontrar en mi camino a varias personas que lograría rescatar de la bazofia en la que se está convirtiendo este mundo. Por x o por y, estoy agradecida, al fin y al cabo.
Y todo esto me ha llevado a darme cuenta de que todos esos rituales que tanto veneramos en la noche de hoy cada año, todos esos deseos por los que rezamos intensamente para disfrutar de la vida al año siguiente no son más que un mero reflejo de la cobardía que sentimos por no afrontar la vida. Por eso, esta Nochevieja no planeo pedir ningún deseo ni seguir ningún ritual, porque he aprendido a bailar con la vida, incluso en el más complicado de los vals. Y gracias a mí misma y a haberme animado a vivir y a lanzarme por el precipicio he descubierto que soy capaz de todo lo que me proponga, siempre y cuando sea algo que realmente anhele. Por eso, y por todo lo que me he demostrado única y exclusivamente a mí misma, cierro este año con una inusual sonrisa de oreja a oreja y un gracias al destino por haberme permitido evolucionar sin prisa pero con constancia.
Y solamente me falta algo que hacer para cerrar esta etapa completamente en paz conmigo mismo. Agradeceros a vosotros. A todo aquel que ha estado a mi lado, a todos los que han inspirado cualquiera de las publicaciones de estos últimos doce meses, porque de una manera o de otra, habéis logrado dejar vuestra huella en mi corazón, por pichones o por hijos de puta. A todo aquel que se ha tomado el tiempo de leer una de las líneas en las que tanto cariño he puesto al redactar, porque nada me halaga más que sentir que alguien en un futuro andará un camino que se entrecruce con el mío y le tocará vivir una situación calcada a la mía. Por compartir muchas alegrías, decepciones, lecciones más, y por generar nuevos recuerdos inolvidables.
Gracias, 2017, aunque hoy me toque dejarte atrás, prometo que nunca te olvidaré. Y querido 2018, entre risas, alcohol, luces y una larga madrugada protagonizada por el baile te recibo como sé que te mereces. Estoy preparada.
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14.
Hablaba solo para acallar las voces inexistentes.
Lo hacía cuando estaba a solas en la cocina, rebuscando entre las páginas del libro de recetas de su propia autoría, buscando afablemente con esperanzas de encontrar algo con lo que satisfacer los estómagos de las dos cosas que más amaba en esta vida: su amada y su hija.
Lo hacía también cuando iba de camino al trabajo a la temprana hora de las siete de la mañana durante todo el frío invierno, buscando evadirse de la realidad que le había tocado, rodeado por borrachos vacíos durante su indeseable trayecto.
Lo hacía incluso en sueños, cuando se encontraba a sí mismo debatiéndose entre situaciones complicadas impuestas injustamente por la vida. O por el destino. O como se le quiera llamar eufemísticamente.
Hablaba solo incluso cuando no lo hacía. En los diálogos que mantenía con sus familiares o cercanos no era capaz de pronunciar una frase sin finalizar su intervención murmurando unas últimas sílabas. Sílabas que nunca nadie lograba descifrar, pero que siempre parecían incomodar.
Hablaba solo para alejar a la soledad, que parecía querer inmiscuirse en su día a día sin siquiera haber sido invitada.
Hablaba solo para que sus pensamientos reales no salieran a la luz. No por temor a lo que aquellos que lo escuchasen pudiesen opinar o decir, sino porque prefería evitar daños innecesarios.
Hablaba solo para acallar las voces inexistentes.
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13.
Siempre me he caracterizado por ser curiosa y por llevar mis investigaciones y mis búsquedas de la verdad hasta el final. Pero hoy, en lugar de retarme a mí misma para buscar la respuesta de cualquier acertijo rebuscado, mi mente ha diseñado otros planes para mí.
He comenzado a preguntarme qué es realmente el amor, en su estado más puro y más crudo. Y sé que parece algo sencillo a lo que cualquiera podría intentar dar forma a partir de conceptos subjetivos, pero para mí es mucho más complicado.
En mi propio quebradero de cabeza, he optado hasta por buscar su significado literal en el diccionario de la Real Academia Española, pero incluso su definición más aceptada me resulta vacía si no se ha llevado a la práctica.
“Sentimiento hacia otra persona que naturalmente nos atrae y que, procurando reciprocidad en el deseo de unión, nos completa, alegra y da energía para convivir, comunicarnos y crear.”
Y por supuesto, no niego que la definición sea lo más cercano a encasillar el amor en simples palabras, pero es tanto más que un diccionario en papel jamás podría recoger.
Desde fuera, y en un primer momento, uno asegura que experimentar el amor es equiparable a traer a la realidad todos esos cuentos de hadas que alguna vez nos han narrado nuestros padres buscando que conciliásemos de una vez por todas el sueño en una larga noche. Pero seamos sinceros, esto es el mundo real y no es nada de eso. Sin embargo, si el sentimiento es puro y es real, llegaremos, curiosamente, a sentirnos en nuestro propio cuento de hadas, una narración de autoría propia que continuamos redactando de manera improvisada día tras día, cada vez que tenemos presente a esa persona indicada.
¿Para mí? Desde siempre he sido independiente y he celado mi espacio personal, pero ni siquiera en mi mayor deseo de permanecer sola sería capaz de negar la fuerza del que considero el sentimiento más potente y, a su vez, más frágil.
Es esa sensación de inquietud cada vez que permaneces más tiempo del que te gustaría alejado de ese alguien especial, cuando las preguntas sobre qué estará haciendo o si estará bien parecen ser las únicas dispuestas a aliviar nuestra soledad.
Es el brillo en los ojos del otro como consecuencia del primer ‘te quiero’ o el primer beso.
Son las ganas de reencontrarte con la persona con la que llegaste a casa la noche anterior, incluso habiendo pasado horas y horas juntos encerrados en casa, porque todo el tiempo del mundo parece saber a poco.
Es chocar accidentalmente las cabezas en el momento previo al sexo pero que pese a ello el deseo no se camufle o desaparezca, sino que aumente entre risas.
Es saber que la puerta está constantemente abierta, pero aun así no tener ni la más mínima intención de marcharte.
Es encontrarte en la mitad de un paseo imprevisto por el parque en invierno y morirte de frío, pero preocuparte por tu pareja y que sea ella quien permanezca caliente.
Es encontrar ropa del otro en el armario del uno, y que cada vez sea más. Son las peleas que surgen a partir de roces cotidianos y que terminan en besos y sexo de reconciliación.
Son los aniversarios que no suponen una carga extra para la agenda de ninguno, porque ambos desean cumplir más tiempo juntos.
Son los lloros desconsolados de uno que no ha logrado sus objetivos y las palabras de apoyo del otro, que conoce y no duda del potencial de su compañero.
Son los nervios previos a conocer a los padres de tu pareja, como si fuera el examen más importante que puede ofrecerte la universidad de la vida.
Es, bajo todo concepto, respetar al otro sin disyuntivas.
No es pelearse eternamente por elegir quién cuelga la llamada primero, pero sí es enviar un mensaje de buenos días cuando se sabe que al otro le espera una jornada dura.
Es preparar un desayuno en la cama mientras el otro duerme aunque sea un día normal, por el simple hecho de hacer sentir especial a quien queremos.
Es el arte más complejo de todos, porque es incontrolable como la acuarela, impulsivo como el óleo y fuerte como la escultura.
Es, en definitiva, mejorar la vida del otro y hacerle querer ser mejor persona. Apoyarlo hasta en sus sueños más descabellados, prometiendo que estarás ahí en el éxito y en el fracaso, juntos. Eso que mueve el mundo y que todos buscamos sin saber qué es a ciencia cierta.
Y lamentablemente, después de incontables ejemplos que pueda plasmar o no aquí, todo lo que pueda añadir sigue quedándose corto como significado para una palabra que, pese a ser tan corta, transmite tanto.
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12.
Here’s something I’ve learned about people.
We think we know someone, but the truth is that we only know the version of them they have chosen to show us. We know our friend in a certain light, but we don’t know them the way their lover does. Just the way their lover will never know them the same way that you do as their friend. Their mother knows them differently than their roommate, who knows them differently than their colleague. Their secret admirer looks at them and sees an elaborate sunset of brilliant color and dimension and spirit and pricelessness. And yet, a stranger will pass that same person and see a faceless member of the crowd, nothing more. We may hear rumors about a person and believe those things to be true. We may one day meet that person and feel foolish for believing baseless gossip.
This is the first generation that will be able to look back on their entire life story documented in pictures on the internet, and together we will all discover the after-effects of that. Ultimately, we post photos online to curate what strangers think of us. But then we wake up, look in the mirror at our faces and see the cracks and scars and blemishes, and cringe. We hope someday we’ll meet someone who will see that same morning face and instead see their future, their partner, their forever. Someone who will still choose us even when they see all of the sides of the story, all the angles of the kaleidoscope that is you.
The point being, despite our need to simplify and generalize absolutely everyone and everything in this life, humans are intrinsically impossible to simplify. We are never just good or just bad. We are mosaics of our worst selves and our best selves, our deepest secrets and our favorite stories to tell at a dinner party, existing somewhere between our well-lit profile photo and our drivers license shot. We are all a mixture of selfishness and generosity, loyal and self-preservation, pragmatism and impulsiveness.
Let me say it again, louder for those in the back... We think we know someone, but the truth is that we only know the version of them that they have chosen to show us.
There will be no further explanation. There will just be reputation.
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The Trick To Holding On.
Let go of the ones who hurt you Let go of the ones you outgrow Let go of the words they hurl your way as you're walking out the door The only thing cut and dry In this hedge-maze life Is the fact that their words will cut but your tears will dry
They don't tell you this when you are young You can't hold on to everything Can't show up for everyone You pick your poison Or your cure Phone numbers you know by heart And the ones you don't answer any more
Hold on to the faint recognition in the eye of the stranger As it catches you in its lustrous net How quickly we become intertwined How wonderful it is to forget All the times your intuition failed you But it hasn't killed you yet Hold on to childlike whims and moonlight swims and your blazing self-respect
And if you drive the roads of this town Ones you've gone down so many times before Flashback to all the times Life nearly ran you off the road But tonight yout hand is steady Suddenly you'll know The trick to holding on Was all that letting go
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11.
Entre otras noticias de menor importancia, he podido ver por primera vez cuál ha sido la elección de los directivos de TIME para la edición de este año, y no podría sentirme, siendo mujer, más conforme con las protagonistas de la misma. Sin embargo, toda la alegría que ello haya podido sembrar en mi aún adormilado cuerpo a las nueve de la mañana se ha visto ligeramente empañada por la cantidad de comentarios que he tenido que soportar por parte de tantos ignorantes que se creen los representantes primeros de la cultura y el raciocinio. Una amplia selección que abarcaba desde críticas a una de las caras más reconocidas de la década hasta la desacreditación de la seriedad de la propia revista por haber otorgado el título de persona del año única y exclusivamente a mujeres.
Y me veo en la obligación de mencionar el caso de Taylor Swift, a quien en el último año no pocos se encargaron de tirar piedras a la cara por una manipulación que vivió por el rapero Kanye West, acompañado por su primer secuaz, Kim Kardashian. Parece que dicho suceso movilizó tanto a la población que se generó una nueva tendencia: odiar y descalificar a una joven de veintisiete años por algo que, tal y como se probó después, no era cierto. Y ya se sabe, todos somos feministas, pero cuando una mujer exitosa es expuesta poco y nada dudamos de si deberíamos unirnos a la caza colectiva. Swift sufrió, según he podido leer, acoso sexual durante una junta con sus fans tras uno de sus conciertos durante el pasado año, cuando uno de los invitados, que casualmente trabajaba en conocida estación de radio, decidió que estaba en su derecho de pasar su mano por debajo de la falda de la artista. Porque quería y podía.
La ex cantante de country impuso una demanda, como debería esperarse, contra dicho hombre de Cromañón. Ganó, de hecho, el juicio. Pero pese a que la celebridad luchase por sus propios derechos y libertades de los que goza por el hecho de ser humana, muchos han preferido denigrarla por su participación con TIME en lugar de apoyarla por exponer su caso ante la plataforma tan poderosa con la que cuenta.
Pero la cosa no termina aquí. Hace unas semanas atrás se barajaba que el mismísimo presidente de Estados Unidos pudiera ser el rostro elegido para la condecoración que supone ser la portada de la tan esperada publicación. Y no falta el alma en pena que, movido por la ignorante ira, ha despotricado cuanto ha querido contra el género femenino por haber sido, y no pongamos esto en duda, el mayor perjudicado a lo largo del año. Y aún están los que pretenden igualarnos a alguien tan rastrero que, paradójicamente, reside en la Casa Blanca a fecha de hoy. No me hagan reír.
No solo me alegra, por el entorno en el que me desenvuelvo, que medios de comunicación con tanta repercusión social nos otorguen a nosotras, las mujeres, la posibilidad de darle voz a las aberraciones que se cometen diariamente contra nosotras por ese simple hecho. Por ser mujeres. Me enorgullece. Me hace sentir que realmente nos estamos abriendo un camino entre tanta basura condensada en el marco de una sociedad pseudo igualitaria. Y que lo estamos haciendo por méritos propios. Y como suele decirse, a todo aquel que le genere molestia, ajo y agua.
Porque esas mujeres que dan la cara cerrando el año representan a aquella mujer que a comienzos de año se armó de valor para buscar ayuda entre sus cercanos y abandonar a aquel hijo de puta que encontraba en ella su punching ball personal. Y también a aquella que comenzó a salir con otro descerebrado que pese a no ponerle jamás un dedo encima la dejó muerta por dentro. Y representan también a aquellas que luchan cada día por la custodia de sus hijos, por su propia educación o por el derecho a llevar una vida digna. A todas las mujeres que por x o por b se levantan cada mañana, porque hay fuerza en cada paso que dan.
Me representan a mí. A ti. A todas. Y que se sepa que estamos aquí para dar la cara.
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10.
El año va, gradualmente, acercándose a su fin. No me malinterpretéis, nunca he sido esa clase de persona que se aferra a la opción de crear propósitos a cumplir de cara al año que entra. Por el contrario, siento que me caracterizo más por realizar una reflexión personal a medida que las semanas del mes más retardado se suceden.
El año va, gradualmente, acercándose a su fin. No me malinterpretéis, nunca he sido esa clase de persona que se aferra a la opción de crear propósitos a cumplir de cara al año que entra. Por el contrario, siento que me caracterizo más por realizar una reflexión personal a medida que las semanas del mes más retardado se suceden.
En primer lugar, la confianza que tengo en mi persona ha ido en aumento considerablemente, y aunque el último diciembre éste también figuraba como mi principal logro, prácticamente nada había logrado para entonces si lo comparamos con lo que poseo hoy. Es algo gradual y dificultoso, que a su vez cuesta una cantidad infinita de tiempo. Algo progresivo, al fin y al cabo. Y me alegra que siga pasando el tiempo y que, a su vez, yo siga aumentando el respeto y la admiración que siento por mi propia persona, sin ánimos de sonar egocéntrica.
Hablando de mi amigo el egocentrismo, personaje que suele aparecer cada año por estas fechas casi sin que yo le invite a pasar para cobijarse del frío. Finalmente puedo decir, o eso creo, que éste año, dicha característica -que no quisiera clasificar como virtud o defecto- no se sentará en mi mesa a cenar. Ahora es cuando, echando la vista atrás, me doy cuenta sin necesidad de forzar la vista de la cantidad de oportunidades que perdí por elegir mantener mi ego o mi orgullo, casi equivalente en cuanto a cifras a la cantidad de personas que mi yo del pasado se tomó el lujo de dejarse por el camino sin titubeos.
¿Y qué sería del ser humano si permaneciese siempre rodeado por el mismo ambiente, con las mismas personas, los mismos factores? Presumo, ahora sí, de no conocer dicha sensación. Cierto es que he dedicado gran parte del año a mantener mi círculo más íntimo y a reforzar los lazos que mantengo con los integrantes del mismo, alejando a todos aquellos que dejaron de aportarme nada hacía tiempo atrás. No busco ni deseo sonar cruel con esto, pero mentiría si dijera que no ha sido un proceso de lo más liberador. Las ganas de realizar una llamada o de enviar un mensaje me invaden de vez en cuando, no lo niego, pero nada iguala la sensación de madurez que siento cuando me impido hacerlo, pensando las cosas en frío, siendo que antes ni siquiera se me hubiera pasado por la cabeza eso de reprimir mis impulsos repentinos, justificándolo con la importancia de seguir aquello que el corazón nos dice cuando de personas queridas se trata. Menuda ingenua.
También ha sido un año marcado por, buscando una denominación apropiadamente irónica, el celibato en el aspecto amoroso. Me he demostrado a mí misma que no necesito a nadie a mi lado, sea hombre o mujer, para ser feliz. Puedo tener todo aquello que necesito en la vida por mí misma, es cuestión de encontrar mi propia voz y llenar el vacío. Decir que me he convertido en una experta del tema es, sinceramente, quedarme muy corta, pero menudo logro el mío.
El balance es, como conclusión, totalmente positivo. Sin embargo, no me cierro a nada. Quizás dentro de un año, en un arrebato de nostalgia por quien solía ser no demasiado tiempo atrás, vuelva a éstas palabras y me entre la risa floja por lo estúpida que resultaba es. Es, de hecho, lo más probable. Pero me congratula saber que cierro otro año habiéndolo aprovechado todo lo posible para crecer como persona, en todos los aspectos, incluso en aquellos que no he sido capaz de recordar e insertar aquí hoy. Me muero por ver qué me aguarda ahí fuera.
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