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LA SECUOYA ROJA segunda parte
Pajarillos cantando, solo escuchaba eso, a varios pajarillos piando en la más absoluta oscuridad. No había diferencia entre tener los ojos abiertos o cerrados. También sentía el colchón húmedo y mi cuerpo pringoso, la cara, todo. Atusé mi pelo, me restregué los ojos y me levanté. Parecía que me había pasado un camión por encima, me dolían todos los músculos del cuerpo. Fui palpando las paredes del cuartucho para encontrar la puerta. No sabía si era de noche o de día. Encontré la manivela, y al abrirla, la claridad entró en el habitáculo. Tuve que guiñar los ojos porque a pesar de su suavidad, me dañaba la vista. Saqué la cabeza e intuí que estaba amaneciendo, la espesura del bosque de secuoyas tampoco dejaba entrar la luz abiertamente. Miré hacia dentro y vi que junto al colchón, había tiradas una cantimplora de metal y una vasija de barro rota que el día anterior no estaban allí, además de cierto desorden. Todo era muy extraño.
Salí y observé mi cuerpo, lo tenía lleno de rasguños, de arañazos, como si me hubiese peleado con un tigre. Me senté en una piedra a los pies de la majestuosa secuoya roja y reposé la espalda sobre su tronco. Estaba desnudo y hambriento. Era inútil buscar alimento en mi mochila, no me quedaba nada. Lo que hubiera dado en ese momento por una tostada con aceite de oliva y un café amargo. Sin embargo, en mi petate solo encontraría licores, el de Tiburcio y el tequila de los padres del pequeño Arizona, nada recomendable para empezar el día con aquella extraña resaca.
Tenía que largarme de allí pero no tenía fuerzas ni ganas. Necesitaba asearme, desprenderme de esa capa pegajosa que envolvía mi cuerpo. Miré hacia la copa del árbol y me quedé pensando. De repente, los pajarillos cesaron su canto y se oyó un tumulto a lo lejos. Bajé la cabeza y entre los sucesivos troncos rojizos, adiviné una nube de polvo que se dirigía hacia mí. Seguía sin fuerzas para moverme, así que me quedé como estaba. Poco a poco, la nube se fue haciendo más nítida y vi que lo que se acercaba era un puto rebaño de cabras y ovejas guiado por un pastor. Cuando aquel ejército estaba a tres metros de mí, se detuvo y su capitán se me quedó mirando en silencio, como esperando una respuesta. Yo solo podía ofrecerle mi sucia desnudez.
-Buenos días —dijo el pastor que mordía una ramita—. Te veo más repuesto, aunque estás hecho una mierda.
Me pregunté quién coño sería aquel tío que me hablaba como si me conociera.
-Toma, te he traído agua y jabón para que te limpies, y algo de comer —dijo acercándose—. Ah, y aquí tienes tu ropa, estaba empapada y ahí dentro no iba a secarse nunca.
-¿Quién eres? —pregunté—. No te recuerdo.
—No me extraña —dijo esgrimiendo una tierna sonrisa—. Anda, aséate y come algo.
Con un trapo de algodón fui limpiando mi cuerpo bajo la atenta observación de su mirada. El pastor no me quitaba ojo de encima mientras extendía un manta gigante en el suelo y abría una cesta de la que sacó un termo de café, una hogaza de pan, aceite, miel, jamón y fruta.
-¿Cuál es tu nombre? —pregunté mientras me lavaba las ingles.
-Eso es lo de menos.
-Yo me llamo Matt —dije intentando forzar empatía.
-Soy un simple pastor —dijo sirviéndome una taza de café—.
No conseguí que me dijera su nombre pero me daba igual. Me sentía bien compartiendo manta con aquel atractivo pastor de brazos peludos, y devorando su generoso desayuno.
Se quitó el sombrero de paja y descubrió un pelo a mechones grandes y desordenados. Tenía los ojos muy grandes, algo achinados y negros. Y su rostro estaba salpicado de una interesante barba poco poblada como la de un adolescente descuidado, pero el pastor tendría unos 30 años, como mínimo. Llevaba un pañuelo al cuello y vestía una camisa de cuadros rojos sin mangas y unos vaqueros desgastados. Me dieron morbo sus botas de cuero cubiertas de barro, claro que siendo pastor, no podía ser de otra manera. Yo, simplemente estaba sentado frente a él completamente desnudo, muy a gusto.
Cerré los ojos y aquel café amargo me supo a gloria, lo sentí correr por mi esófago, me dio la vida. Comí de todo lo que me trajo. Hasta me llamó la atención para que no me atragantase, estaba muerto de hambre.
-¿Te encuentras mejor? —me preguntó amablemente, y yo asentí con la boca llena—. Esta secuoya sí tiene nombre, se llama "La Torre de California" —quiso amenizarme el desayuno con una curiosa historia—. Un hacendado americano emigró a estas tierras y se trajo varios ejemplares hace ya 200 años. Habrás visto que no hay mucha más vida por aquí cerca. El tipo quiso recrear los bosques de su de California natal que tanto iba a extrañar, pues no pensaba volver por allí nunca más. Por lo visto huía de un mal de amores. Un puto cobarde de los que piensan que alejándose de los problemas le van a doler menos.
-¿Y qué fue de él? —me entró la curiosidad.
-Dicen que a pesar de sus riquezas, se hizo ermitaño y se construyó esta humilde casita donde enloqueció. Acabó colgado de la primera rama que ves.
-Claramente no le sirvió de nada huir de su frustración —añadí yo mirando hacia arriba.
—Dicen que este lugar está maldito, que se aparece los días de tormenta y que es justiciero con aquellos que ofenden al amor verdadero.
-¡Joder! Entonces, no vendrá nadie por aquí, aunque veo que tú no le tienes miedo.
-Son leyendas para adolescentes. Un día me decidí romper el misterio y me encontré con este maravilloso cuartucho. No le dije nada a nadie, pero me lo apropié por mis cojones. Mi granja no queda cerca y me viene bien como refugio cuando estoy de trashumancia.
-Veo que no tienes miedo a nada —dije admirando su actitud ante la vida.
-A algunas cosas sí, pero no seré tan torpe de desnudar mis debilidades, para desnudez ya tenemos la tuya —dijo mirándone el nabo.
Mi prepucio redundante brillaba como de costumbre. Que aquel pastor buenorro me estuviera alimentando y observando con tanto interés, había estimulado mi glándula seminal sin ni siquiera empalmarme. Un descarado gotarrón me asomaba por el pellejo. Ni corto ni perezoso, acerqué la taza a mi nabo, escurrí la gota de mi prepucio en su interior y mirándolo fíjamente a sus enormes ojos negros, apuré el último sorbo de café amargo enriquecido con mi esencia.
-No olvides limpiarte por detrás —dijo el pastor recomponiéndose el paquete.
El cabrón, como no había dejado de observarme en ningún momento, llevaba la cuenta de cada uno de mis movimientos, y efectivamente, yo no había podido asearme por detrás. Los brazos y la espalda no me daban de sí. Las contracturas eran tremendas, y él se dio cuenta de mi torpeza.
-Trae, déjame que te ayude —dijo ofreciéndose.
Le di el trapo de algodón y me tumbé boca abajo sobre la manta. Con suma delicadeza, limpió mis heridas y me sacó aquella mugre pegajosa de la espalda. Cuando bajó a las lumbares, sentí una gran excitación y se me abrieron las piernas de forma instintiva. Como al acostarme me puse la polla y los huevos para abajo para no aplastármelos, sabía que al abrir las piernas, el cabrón del pastor lo tendría todo a mano.
Continuó con la limpieza de mi agradecido culo. Las pasadas eran más fuertes que las que me dio en la espalda. Yo sentía como mi rabo crecía y la punta del prepucio me humedecía uno de los muslos al rozarse con él. Pero el pastor estaba dedicado a mi culo, no me la tocó. Continuó lavándome la raja. Me la abrió con una mano y pasó el trapo delicadamente , de abajo a arriba. Lo enjuagaba y volvía a pasarlo. Aquello me hizo chorrear más todavía, me estaba dando en mi punto débil y mi rabo se empalmó por completo. Era una señal evidente de mi rápida recuperación. El cabrón tenía mi polla dura y goteante a mano pero seguía sin hacerle ni puto caso. Deseaba tanto que me la tocara que estuve a punto de decírselo, pero no me atreví. Su actitud era tan directiva, tan segura y tan sensual que no quise estropear sus eróticas caricias con mi necesidad instintiva genital. Lo dejé hacer sin más. Eso sí, mi erección, mi goteo y mis tímidos gemidos me delataban y sabía que en cualquier momento pasaría a una mayor intensidad.
Pero no fue el asunto tan rápido. El puto pastor dejó en paz la raja de mi culo y se tumbó junto a mí. El pelo me tapaba la cara y él, delicadamente me lo retiró para que pudiese verlo.
-Ahora sí estás completamente limpio —dijo en un tono de voz tan suave como las caricias de sus manos.
-Gracias —dije agradecido, aunque con el fuego encendido entre mis piernas—. Muchas gracias por todo.
Mi cara expresaba paz y gratitud con una inocente sonrisa, pero no quería que aquello acabase así, joder.
-Tienes la piel muy castigada —me decía mientras pasaba un dedo dibujando algo lentamente sobre mi espalda—. Tus músculos están agarrotados, necesitas cuidarte un poco más.
En el fondo, tenía razón, de alguna manera estaba descuidando mi cuerpo a la suerte de lo que quisieran hacer con él. Sentí una especie de pena por mí mismo.
El pastor se incorporó, se quitó el pañuelo que llevaba al cuello y lo abrió.
-Déjame darte lo que necesitas ��y cubrió mi cabeza con su pañuelo rojo.
En verdad, sentía que toda mi sangre circulaba como un tornado entre mi ombligo y mis muslos, no tenía fuerzas para mover ninguna otra parte de mi cuerpo, así que, bajo la única visión de un cielo completamente encarnado, dejé que mis sentidos del tacto y el oído fueran mis únicos receptores del placer.
Escuché cómo su camisa caía al suelo y el sonido metálico de la hebilla del cinturón. También adiviné que desabrochaba los botones de sus pantalones, que se descalzaba sus sucias y morbosas botas y cómo el pantalón resbalaba por su velludas piernas. Se había desnudado y mi nabo volvió a secretar otra untuosa gotita de vida. De repente, sentí cómo se sentaba encima de mí con las piernas abiertas, sus muslos peludos aprisionaban a los míos. Y entonces, note su aliento en mi nuca. Era cálido, suave.
-Voy a darte más besos en este momento que todos los que te han dado en tu vida —me susurró al oído.
Produje más líquido preseminal con esa frase que con el mejor masaje prostático que me habían hecho nunca. Tenía el muslo izquierdo completamente empapado, ufff.
Yo solo suspiraba. Cuando noté sus labios sobre mi cuello, gemí un poco más fuerte producto del impacto. Fue como una corriente eléctrica. Y después de un beso húmedo y sonoro, vino otro, y otro, y otro. Me besó un hombro, la escápula, sentí especial sensibilidad en toda la zona del trapecio. Siguió besándome de izquierda a derecha, de arriba abajo. Disfruté de un beso en cada vértebra de mi columna. Yo me estaba deshaciendo de gusto por el capullo. Sentía toda la piel de su cuerpo erizada. El pastor se desplazó un poco más abajo y siguió besándome las costillas, las lumbares y los hoyuelos del sacro. Aquello me dio otra descarga brutal de endorfinas. Noté sus pies junto a los míos, se había bajado más para tener mejor acceso a mi culo. Entonces siguió besándome las nalgas por varios sitios. Sus labios estaban muy calientes, ufff. Con sus grandes y trabajadas manos, me abrió la raja y comenzó a besarla desde el sacro. Fue descendiendo por ella a golpe de labios ardientes. Me sorprendió que cuando llego al ojete, no me lo comió, se limitó a besarlo como me había besado el hombro o una vértebra. No le dedicó especial atención. Sus besos fueron bajando por mis muslos. Claramente evitó besarme la polla e incluso la mancha de chorreo en mi muslo izquierdo. Llegó hasta mis pies, que también besó con la misma calidez.
Yo tenía todo el cuerpo erotizado, el muy cabrón había conseguido que cualquier poro de mi piel tuviera la misma capacidad de transmitirme placer. Entonces volvió a subir a la posición de inicio. Ahora era el turno de su lengua. Siguió el mismo recorrido que con los besos, pero esta vez, la humedad y el calor eran mucho más evidentes. Me lamió de arriba abajo, la nuca, los hombros, recorrió mi columna enterita, cada centímetro de mis nalgas y cómo no, sentí también su lengua en mi raja peluda. Qué delicia, qué jugosidad. Escuché con mayor claridad que en ninguna otra zona el sonido de su saliva restregando mi vello anal. Sentí mi anillo blandito, se me abrió al ponerse tierno. Jugó con mis pliegues y me metió la lengua hasta la mitad, uffff. Siguió dándome lamidas por las piernas volviendo a evitar mi rabo hasta que me empapó los putos pies. Y vuelta a empezar. En esta ocasión usó sus labios y sus dientes como herramienta seductora, pero no hiriéndome, qué va. Sus mordiscos eran tan delicados como un beso y lo suficientemente fuertes como un tímido pellizco. Esa lenta elevación de la intensidad me estaba volviendo loco. Yo no paraba de jadear y de emitir quejidos como un perrito nostálgico. El tío pinzaba mi piel, la sostenía entre sus labios o sus dientes unos segundos y luego la soltaba. En mis nalgas fue donde más se entretuvo, por supuesto. Esos mordisquitos en el culo me sabían a gloria, me hacían chorrear más y más. El beso en el ojete ya fue un morreo, una comida en toda regla. Joder, qué labios, qué lengua. Me intentaba mordisquear los labios anales y yo se los ofrecía expulsándolos todo lo más que podía hacia afuera. Escuchaba la jugosidad del asunto y sus murmullos de disfrute al saborear mi ojete, algo que me excitaba todavía más. Y mi nabo, venga a soltar otro gotarrón, ufff. Cuando me mordió los gemelos y los dedos de los pies uno a uno, no sentí menos placer.
Y llegó lo que me imaginaba. Subió de nuevo a la posición inicial y me susurró al oído divinas palabras.
-Preparar el lienzo es imprescindible para que una pintura sea de calidad.
Entonces noté que se separaba de mí, ya no sentía ni la presión de su cuerpo ni el calor de su piel sobre la mía. Me tuvo desconcertado unos segundos, hasta que posó la punta de su nabo sobre mi nuca. Un puntero caliente y mojado que dibujaba dios sabe qué sobre mi piel. Me restregó la polla por cada centímetro. Podía sentir su miel en hilos que se conectaban, tejiendo sobre mi espalda una telaraña en la que me sentía deliciosamente atrapado. No le había visto la polla, pero debía tenerla con poco prepucio porque según el trazo que hiciese notaba unos roces lisos y otros rugosos. Eso sí, tenía el rabo durísimo porque, aunque intentaba rozarme con la mínima presión, a veces me pegaba un puntazo y la notaba con más contundencia, seguramente cuando perdía el equilibrio. Debía estar en paralelo con respecto a mi cuerpo, suspendido en el aire y apoyado únicamente con las manos abiertas, los pies de punta y manejando su pincel a golpe de cadera.
Su rabo recorrió ondeando sobre las apófisis espinosas de mi columna hasta llegar al nacimiento de mi raja. Allí se detuvo. Jugó a frotarse con mayor intensidad secretando más cantidad de líquido preseminal, me dejó un charco en la rabadilla. Luego volvió a sentarse sobre mis muslos y pasó a otro tipo de trazo. De repente noté que me dibujaba algo parecido a un corazón en cada nalga y después, empezó a darme sueves pollazos como si hubiera cambiado a un pincel de brocha gorda. Bufff. Qué puta maravilla, qué dureza de rabo. Estaba loco porque me la metiera, mi ojete estaba lubricando pura baba, pero no, no me la metió. Cesaron los tiernos pollazos y se encajó en mi raja para atravesarla sin meter nada. Solo se rozaba. Mi vello le hacia cosquillas y gemía de gusto. Cuando llegó al ojete, presionaba un poco pero no llegaba a entrar más que la puntita del glande, nada, y eso que yo lo abría para que se colara, pero el cabrón tenía muy controlada la presión que debía ejercer para no adelantar acontecimientos. Entonces, su polla siguió el camino hacia mis pies tejiendo su telaraña de miel por mis piernas. Se empeñó en lubricar mucho el hueco entre el dedo gordo y el segundo de mi pie derecho, y metió la polla en el agujero. Entraba y salía lentamente, me estaba follando el pie literalmente. Desde allí, posó sus grandes manos sobre mis gemelos y fue subiendo por mis muslos hasta que alcanzó mis mollas del culo. Las abrió y noté un hilo de saliva caer por toda mi raja hasta que se encajó en mi ojete superabierto. Los dedos de ambas manos reptaron hasta allí sin dejar de manosearme el culo, parecía que estuviese amasando pan. Entoces comenzó a urgar en mi ojete hambriento, ahora sí. Me lo volvía a ensalivar y metía más, un dedo, luego dos. Me lo abría horizontalmente y me lo besaba, joder, que manejo tenía el cabrón. Después fueron tres y luego cuatro, dos de cada mano, qué gustazo. Cada vez los metía más adentro y los movía en círculo, hacia los lados y rítmicamente hacia dentro y hacia fuera. Y llegó el momento clave. Me metió dos dedos de una mano y profundizó todo lo que pudo. Buscó mi punto gozoso y empezó a dar golpes repetidos y rapidísimos que me llevaron a un nivel sideral de placer. Joder, creí que me moría del gusto allí mismo, tirado en el suelo de un puto bosque de secuoyas, rodeado de cabras y ovejas que no paraban de balar y viendo un universo rojo, rojo como debía estar ya mi ojete a esas alturas. Sentí que mi cuerpo se diluía, como si no fuera mío. Mi polla, dura como una piedra, empezó a soltar un chorro largo de líquido, como si me estuviera meando sin control. Yo no podía parar de gemir, mis gritos se habían unido al tormentoso balido de las tiernas ovejillas.
El cabronazo del pastor me hizo aquello hasta tres veces seguidas con sus tres respectivos parones para mi recuperación y con mis tres respectivos chorros largos de líquido prostático. Sabía muy bien lo que hacía, sabía sacarle partido a mi culo como un verdadero maestro.
-Ahora quiero que te sientas libre, que hagas lo que quieras —me susurró con su aliento jadeante.
Yo no dije ni una palabra, no estaba dispuesto a estropear aquella maravilla. Mi silencio e inmovilidad eran una señal de permiso para seguir a su libre albedrío, y él supo interpretarlos enseguida.
Así que se tumbó sobre mí todo lo largo que era. Juntó su pecho con mi espalda, sus piernas por dentro de las mías, y sus brazos solapados a mis brazos para cogerme las manos. Aún así, yo seguía siendo más largo que él todavía, y su boca jugaba con mi cuello, podía escuchar su sensual respiración. Ahora sí, no fue con sus manos, no con sus labios ni con su boca ni siquiera con sus dientes, pero si fue con su propio rabo con lo que rozó el mío. Noté su tronco duro entre mis muslos, como una espada que busca su estrecha funda. Lejos de sentirme aplastado, me sentía fundido con él a falta de un última conexión. Se quedó quieto durante unos minutos, la única parte que movía de su cuerpo durante aquellos instantes era su boca. Me besaba y me lamía el cuello con pasión mientras apretaba sus dedos entrelazados a los míos. Entonces, al escuchar mis murmullos de gozo, comenzó a moverse, solo meneaba sus caderas lentamente. Su rabo duro subió hasta mis cojones y se hundió en ellos, qué rica sensación. Como los tenía aplastados, la presión de los empujones de su capullo era aún más placentera. Una vez sorteados mis huevos hinchados, siguió subiendo con el meneo hasta que su glande se topó con mi jugoso y peludo ojete. Uff, estaba deseando que terminase de acoplarse. No hizo falta usar las manos para nada. Yo expulsé mi anillo carnoso hacia fuera, y con la presión de su propio cuerpo, su nabo entró en mi culo sin el mayor de los problemas. En pocos meneos de cadera ya lo tenía dentro. Se me abrieron las carnes, a pesar de estar encarcelado bajo su cuerpo. Se me erizó todo el vello. Apretó más fuerte mis manos y entró hasta el fondo. Yo solo emitía sonidos placenteros, no tenía más que decir, solo disfrutar de su manera de follarme. Sus caderas fueron tomando protagonismo incidiendo en golpearme bien por dentro. Sabía dónde hacerlo para darme el mayor de los placeres. Me petaba con suavidad pero con contundencia al final del empujón. Y otra vez consiguió que soltara un chorro continuo de líquido prostático que noté atravesar mi ardiente uretra. Joder, estaba en sus manos, mi orgasmo estaba muy cerca, no podía controlar la maestría de sus pollazos y sus consecuencias. El pastor no dejó de moverse, de petarme, de follarme y de gemir por el gustazo que le daba tenerme atrapado entre su cuerpo y la puta manta de picnic.
-Antes te he alimentado por la boca —me dijo entre gruñidos—, ahora te alimentaré el alma.
¡Joder! Era lo más bonito que me habían dicho follando. Comparar mi ojete con la entrada de mi alma fue la gota que colmó el vaso. Entre terribles temblores y contracciones anales se deslechó en mis entrañas al mismo tiempo que yo me deslechaba sobre sus muslos y su manta.
En un balar estruendoso nos convertimos en dos cabrones más del rebaño que nos rodeaba. El orgasmo parecía infinito, me sentía pleno de su rabo, preñado de su leche misteriosa, fundidos en uno.
Al disiparse el éxtasis, el pastor detuvo sus caderas y se quedó pegado a mí. Su cipote seguía erecto dentro de mi culo reventado. Pareciera que no quería salir de allí por nada de este mundo. Todavía estuvimos así unos minutos hasta que su nabo se puso morcillón y poco a poco fue saliendo de mi ojete. Era una puta gozada sentir como iba resbalando hacia fuera, parecía un pescado resbaladizo en la mano. Y por fin, salió del todo y el pastor cayó hacia un lado. Entonces, me destapó la cara y vio en mis ojos las consecuencias de su magnífica faena. Yo no podía más que mantener los ojos entornados. Se me caía la baba y mi respiración era muy pausada.
-¿Estás preparado para seguir tu camino?
Me confundieron sus palabras. Era la primera vez que uno de mis amantes del camino me animaba a largarme.
-Sí, creo que con tu alimento y cuidados tendré energía suficiente para continuar —dije sin mostrar mi confusión.
La puerta del cuartucho estaba a nuestros pies y el rebaño andaba esparcido por todas partes. Una de las cabras entró en la secuoya, su carácter no es ajeno a la curiosidad. El pastor y yo la mirábamos juguetear con todo lo que había revuelto por el suelo.
-Ayer, cuando entré al cuartucho estabas dormido. Al principio pensé que eras un vulgar ladronzuelo —dijo acariciando mi costado tumbado junto a mí—, pero me quedé observándote un rato, hasta que de repente, comenzaste a convulsionar de una forma enloquecida, dabas unos saltos increíbles y decías cosas rarísimas.
-Tengo lagunas. Sería una pesadilla —dije. Y de golpe, empecé a recordarlo todo.
-No, no fue un mal sueño. Tenías los ojos abiertos como platos y la cara endemoniada. Intenté sujetarte para que no te hicieses daño pero me fue imposible.
-¡Qué vergüenza!
-Con los brazos abiertos tiraste todas las herramientas que había colgadas, caíste sobre ellas y sinceramente, creo que yo también te hice algún que otro rasguño al inmovilizarte.
-Claro, todas estas heridas no las tenía ayer antes de entrar a la secuoya.
-Intenté darte leche de cabra recién ordeñada para calmarte, pero de un golpe, tiraste la vasija de barro al suelo.
-Así que la capa pringosa que tenía sobre el cuerpo era leche de cabra —deduje—. Entonces, ¿la cantimplora también es tuya?
-Sí, lo último que se me ocurrió fue regarte con agua para ver si se aplacaba del todo esa furia irracional, y funcionó. De ahí que estuvieras empapado.
-Lo siento tío, lo siento mucho.
-Tuvo que pasarte algo raro, algo que comiste, no sé. El caso es que, como vi que te volvías a dormir, te dejé descansar hasta esta mañana.
De repente, la cabra que había entrado en la secuoya, empezó a dar coces a todo lo que había por el suelo, embistió el colchón y lo destrozó. El pastor se alarmó bastante y ambos, desnudos, nos pusimos en pie mirando a la cabra loca.
-¿Qué le pasa? —pregunté—. Eso no es normal, ¿no?
-¿Tú qué crees? —dijo irónicamente—. Me recuerda a tu delirio de ayer.
-La leyenda, eso es la leyenda —dije ansioso—. La secuoya está maldita.
-¿Qué leyenda ni qué cojones?
El pastor entró en la secuoya, enganchó a la cabra como pudo y la inmovilizó.
-Rápido, échale agua.
Yo cogí el barreño que había usado para lavarme y se lo tiré por encima. Enseguida, la cabrita se calmó. El pastor observó aquel desastre mientras acariciaba a la cabra, y entre tanto trasto por el suelo, se quedó mirando el frasco de aceite de eucalipto macho que usé para calmar mis síntomas febriles y las rozaduras de mis piernas. Lo cogió, lo olió y me miró sorprendido.
-Esto es aceite esencial de eucalipto macho. Dime que lo diluiste antes de ponértelo.
Yo me quería morir. La cabra había chupado de aquel frasco y se había vuelto majareta. En aquel momento se me vinieron a la cabeza las palabras que me dijo Óscar cuando me lo regaló, "ten cuidado, aquí tienes un esquema con las diluciones, si te lo aplicas concentrado es neurotóxico".
-Ahora lo entiendo todo. No, no lo diluí.
-Tuviste un brote psicótico producto de la intoxicación —dijo sabiamente el pastor—. Sufriste una alucinación transitoria, seguramente muy amenazante, que te hizo desvariar.
Un poco avergonzado por lo ocurrido, propuse al pastor recoger la cabaña y adecentarla para dejarla tal y como la encontré. Así lo hice mientras él reagrupaba su rebaño.
Ya vestidos y con todo en orden, quise reiterarle mis disculpas y agradecerle sus cuidados.
-No puedo ofrecerte nada para compensarte, pastor —dije esperando su perdón.
-No espero nada de ti. No necesito nada de ti. Espero que recapacites sobre todo esto, te será útil.
El pastor me ató su pañuelo al cuello, y con una palmada en el culo, me dio permiso para marcharme. Él tomó el camino opuesto.
-Muchas gracias por todo, pastor —dije de espaldas, despidiéndome ya a unos cuantos metros.
-Por cierto, mi nombre es Eduardo —dijo gritando.
¡Joder! Eduardo. Cuando quise darme la vuelta, ya no había ni rastro de él ni del rebaño. Solo decenas de troncos de secuoyas rojas, y al fondo, la Torre de California, aquella que había dado cobijo a un delirio bastante cargado de verdad.
Ya solo quería salir de allí, dejar atrás el espeso sombraje del bosque de secuoyas rojas y dejar que un nuevo sol iluminase mi camino.
... CONTINUARÁ...
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LA SECUOYA ROJA primera parte
Rebusqué en mi mochila el mapa que Ramón me dibujó en una servilleta con la intención de orientarme en el espacio, pero fue inútil. El mapa terminaba en un frondoso bosque que dejé atrás hacía varios días, pero me hizo sonreír porque recordé cuando me lo dio con una mezcla de ilusión y ternura. No pude evitar abrir la cajita de latón donde guardaba sus calzoncillos lefados que aún mantenían un hilo de su aroma. A media mañana, tres días después de dejar el inmenso embalse de Alberto, me detuve bajo un olivo perdido en medio de la nada para refrigerarme con un trago del licor de higos de sicomoro que Tiburcio me regaló. Cerré los ojos y esnifé los gayumbos durante al menos un minuto rememorando el olor de su culazo, ufff. Cuando los abrí, el cielo se había nublado de tal manera que parecía el ocaso. De repente, una gran tormenta cayó. Truenos tremendos, rayos bestiales. Me asusté. No era seguro permanecer bajo aquel viejo y solitario árbol. Guardé los calzoncillos y salí corriendo de allí hacia una zona más boscosa que divisé a lo lejos. Era un bosque de árboles gigantes, majestuosos. Llovía como si fuera el día del juicio final. Saltaba intentando evitar los grandes charcos que se habían formado, hasta que me adentré en la espesura y todo se volvió más oscuro todavía. Lo bueno es que apenas notaba la lluvia, lo malo es que estaba completamente empapado.
Los troncos de aquellos árboles eran enormes, anchísimos y de color rojizo. Estaba inmerso en un magnífico bosque de secuoyas rojas, secuoyas gigantes. Anduve varios minutos hasta que me llamó la atención una de ellas que era especialmente grande. La rodeé acariciando su rugosa corteza hasta que mi mano se topó con algo parecido a una manivela. Estaba fascinado, aquella secuoya tenía cerca de 8 metros de diámetro y casi 100 metros de altura, pero lo más increíble es que tenía una entrada. Giré la manivela y abrí la puerta, que chirrió como quejándose. Dentro solo había oscuridad, pero entré para refugiarme hasta que parase la lluvia.
El olor de aquella especie de cueva escarbada en el tronco de la secuoya era muy peculiar, como a azufre. Saqué de mi mochila una vela y la encendí para observar el espacio interior. A quien fuera, se le había ocurrido una magnífica idea. Todo estaba muy ordenado, había aperos de labranza colgados de las paredes, una carretilla, semilleros y hasta máquinas arcaicas de fumigación. No era más que un cuartucho de enseres para trabajar la tierra. Eso me hizo pensar, que no lejos de allí, debería haber una granja o tierra para cultivar.
Me desnudé por completo, pues mi ropa estaba empapada, y me acurruqué en una esquina donde había una especie de colchón improvisado. El relleno parecía lana. Tenía muchísimo frío y las piernas llenas de rozaduras, entonces me acordé del remedio que Óscar me relagó y unté mis heridas con el aceite de eucalipto macho. También me fregué el pecho con aquella esencia, pues me costaba respirar y me había entrado una tiritona de miedo. El cansancio, el hambre y el malestar que iba "in crescendo" me sumieron en un profundo sueño. Aquel desagradable olor a azufre quedó difuminado cuando el intenso aroma a eucalipto inundó la pequeña y camuflada casa de aperos.
Tuve un sueño extraño, lo recuerdo como si lo estuviera viviendo ahora mismo. Era un sueño muy nítido. Ramón cabalgaba desnudo a lomos de Elana. Era ella, seguro, la yegua del Rubio. Sin embargo, de su pecho, en lugar de crecer su hermoso cuello y su cabeza, surgía el tronco y la cara de Ramón, mi bello Ramón del acebuche, Ramón hecho centauro. Venía hacia mí con su amplia y pícara sonrisa. Pero todo se torció cuando antes de alcanzarme, brotó del suelo una hoja, que luego fue arbusto, hasta convertirse en árbol, un gran roble que se lo tragó y desapareció. Me desperté sudoroso, sobresaltado y tembloroso. Me costaba trabajo respirar y estaba ardiendo, una fiebre muy alta me tenía paralizado.
La vela seguía encendida, y en la penumbra, vi como al cobertizo de la secuoya, entraba un ser extraordinario. Sus brazos estaban hipermusculados, su tronco era un torso exagerado con cuatro carnosos pezones. Tenía las piernas peludas y muy fuertes, muy marcadas, venosas. Su aspecto era humanoide, pero la cabeza era reptiliana, como la de un puto avatar. A aquel monstruo le colgaban tres pesados cojones y dos enormes pollas, una con pellejazo y la otra descapullada. Yo traté de incorporarme, pero alargó una garra, me la clavó en el pecho y me contuvo.
-¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí? —pregunté muerto de miedo.
-Soy el Edusaurio de este bosque. ¿Cómo te atreves a preguntar? Has osado perturbar la tranquilidad de este sagrado lugar con tu sucia presencia.
-Perdona, no era mi intención, Edusaurio.
-¡Cerdo! ¡Arrodíllate y pide perdón de obra, las palabras no sirven de nada!
Obviamente le hice caso. A pesar de que mis rodillas estaban laceradas, no estaba yo en posición de negarme.
-Huyes vilmente de tus mierdas y encima vas dejando muertos por el camino.
-Yo no he matado a nadie, de verdad.
-No solo hay muerte cuando se apaga un cuerpo, la condena a la sometes a los amantes que encuentras en tu camino, es mucho más terrible. Dejas una huella imborrable en sus almas y desapareces cuando te viene en gana.
El monstruoso ser era una especie de verdugo con el que debía redimir mis pecados carnales. No le faltaba razón, pero yo no desaparecía de sus vidas con la sensación de dejarlos desolados.
-Elige cuál te quieres comer primero —dijo poniéndome sus dos pollas delante de la cara, cada una a la altura de un ojo—. Es el único privilegio que te voy a conceder.
La polla con pellejo era lisa en su tronco, mientras que la circuncidada era muy venosa. Me acercaré a la bifurcación de los rabos y cerré los ojos para olerlo todo hundiendo mi nariz entre las tres pelotas. Uffff, era el olor a macho más fuerte que había sentido en mi vida. Saqué la lengua, e instintivamente la deslicé por el pollón con pellejo en toda su extensión hasta el prepucio. Con la punta de la lengua, urgué entre los pliegues húmedos y llegué hasta el glande encapuchado. Qué textura, qué sensación más rica. Su miel preseminal sabía a frutas del bosque. Apreté los labios con la intención de ir retirando el pellejo, pero otra vez su garra, esta vez en mi espalda, me detuvo de nuevo.
-No te atrevas a hacer eso —dijo con su voz de ultratumba—. Si quieres mamar bola a pelo tienes la otra.
Fui obediente y dirigí mi boca al capullo desnudo del que ya goteaba otro hilo de jugo preseminal. Le pegué la lengua por debajo para recoger el preciado líquido y luego abracé el voluminoso glande con los labios para saborearlo. Qué cosa más rica. Parecía un champiñón gordísimo y dulce. Lo disfruté un buen rato hasta que quise atreverme con el resto del pollón, así que avanzó garganta adentro y me la metí hasta más de la mitad. Era muy gruesa. La lisura del glande contrastaba de puta madre con la rugosidad del tronco. Mis labios se entretuvieron en sentir el torrente sanguíneo que corría por el maremágnum venoso de su rabo. Entonces, percibí sus garras abrazando mi cabeza y empezó a moverse para follarme la boca. Mi garganta estaba muy bien entrenada, pero aquella monstruosa polla era demasiado grande y estaba empezando a provocarme arcadas.
-Te haré potar si es necesario —dijo el Edusaurio—. Ninguna humillación será suficiente para resarcir a tus víctimas.
Allí me encontraba yo, en el tronco de una secuoya roja gigante, follado por la boca por otro gigante y siendo morbosamente castigado sin reconocer mis culpas.
Empezó a brotar de mis comisuras bucales un torrente se saliva y jugo, y el cabronazo no sacó su pedazo de rabo hasta que vio que iba a ahogarme. Yo hiperventilaba ansioso y chorreando como un puto boxer.
-¡Cómene los huevos! —me exigió.
Empecé por el huevo central. Era más gordo y redondo que los otros dos. Le llené las pelotas peludas de mis babas intentando meterme las tres en la boca, pero era misión imposible. El cabronazo rebuznaba de placer con mis lamidas y succiones. Tenía un escroto delicioso.
De repente, sentí mi frente mojada. Miré hacia arriba, y sus dos pollas me estaban babeando el careto. Parecían los grifos de una cafetera doble, ummmm.
Pero aquel monstruo quería más.
-¡Basta ya de mamar!
El Edusaurio se dio la vuelta y arqueó las piernas. Su espalda estaba llena de bultos musculosos y su espina dorsal era muy pronunciada. De cada vértebra le crecía una especie de pincho que, a la altura del sacro, se convertía en un rabo escamoso y fuerte como un látigo.
-¡Cómeme el culo, perro!
Y yo, muy obediente y profundamente encantado, dirigí mi careto hacia aquella raja inmensamente peluda. Como de costumbre, inicié mi protocolo a la hora de tratar un culo. Cerré los ojos e inspiré profundamente. Era la mejor manera de conocerlo y saber a qué me enfrentaba. El aroma de su raja hirsuta lo identificaba como un puto "alphasaurio". Me ayudé de mis manos para abrir sus voluminosas nalgas también peludas y llegar hasta su maravilloso ojete. Parecía un sol de color morado y rutilante. Lo besé y me respondió abriendo sus pliegues carnosos. Qué delicia, qué jugosidad. Lo lamí, el cabrón no paraba de gemir. Se pajeaba los rabos a dos manos mientras le devoraba el anillo del culo. Pero no pude continuar con mi protocolo. En cuanto notó que mi lengua intentaba penetrar, se cerró de golpe y sentí un fuerte latigazo en la espalda. Su gran rabo trasero reaccionó castigando mi atrevimiento y el Edusaurio se dio la vuelta muy enojado.
-¡Pedazo de mierda! ¿Tú qué te has creído?
Me escupió en la cara y de un tortazo me dio la vuelta. Quedé a dos patas con el culo en pompa y la cabeza en el suelo. Entonces, noté como restregaba la polla con pellejo sobre mi ojete, me lo estaba lubricando a saco con su presemen. Estaba aturdido por la hostia, pero podía sentir cómo me dilataba por la humedad y el roce. Se me abrió el culo como nunca, y su pollón circuncidado penetró en mis entrañas sin resistencia. Buaaah, era muy ancho y hasta podía sentir las venas deslizándose por mi agujero hacia dentro y hacia fuera. El Edusaurio roncaba como un buey a cada golpe de nabo. Mi polla iba a estallar, la tenía durísima y chorreando, pero no me la toqué en ningún momento. Creí que no podría sentirme tan petado nunca más, pero me equivocaba. El monstruo, sacó su rabo descapullado, lo juntó con el pellejero y metió ambos poco a poco. Joder, eso sí que costó encajarlo. Creí que me iba a partir en dos, pero afortunadamente, gracias a que mi ojete lubricaba muchísimo, pronto surgió una simbiosis especial entre mi culito y sus pollones, y se confabularon para hacerme sentir el mayor de los placeres. Yo estaba sudando como un cerdo, mi cuerpo se balanceaba al ritmo de los empujones de sus potentes caderas. Los tres huevazos del Edusaurio golpeaban los míos cada vez que me metía sus dos pollones hasta el fondo. Estaba deshecho de placer. Mi nabo, duro como el mármol, goteaba ya chorros de líquido blanquecino sin presión, me estaba deslechando poco a poco. Aquella bestia me apaleaba con sus garras las mollas del culo en señal de castigo y posesión, las notaba hirviendo. Uffff. Aquella mala bestia siguió bombeando cada vez con más fuerza, pero empezó a darme pollazos secos al advertir por mi forma de gemir, que mi polla estaba a punto de entrar en erupción. Cinco fueron los pollazos que activaron el volcán de mis cojones. Sin habérmela tocado en ningún momento durante aquella divina tortura, mi cipote comenzó a soltar lechazos como si fuera un surtidor de salsa blanca. Uffff, temía perder el conocimiento, pero pude disfrutarlo al máximo. El Edusaurio siguió petándome fuerte hasta que cayó la última gota de mi lefa sobre el raído colchón de lana. Después, sacó sus rabos de mi culo, y de un zarpazo en la cadera, me volvió a dar la vuelta cayendo acostado boca arriba. Se cogió cada polla con una garra y se pajeó aceleradamente.
-Deberás untarte el cuerpo entero con mi jugo para que tu piel absorba mi esencia y cale en ti el arrepentimiento —dijo mientras se le nublaban los ojos de placer.
Entonces, emitió un gruñido monstruoso que tuvo que oírse en todo el bosque. Me lefó de forma indiscrimidada. Ambas pollas soltaban lefazos a discreción. Me llenó la cara, el pecho, los brazos y las piernas. No hubo miembro de cuerpo que no quedase regado. Fue una puta locura.
Atendiendo a mi virtud de la obediencia ante un alpha superior, esparcí los lechazos restregándomelos por cada centímetro de mi cuerpo.
-Soy fiel cumplidor cuando un macho de tu calaña me ordena barbaridades —dije terminando de hidratar mi pecho con su lefote—. Espero que esto me ayude a entender tu mensaje.
-Recuerda esto, Matt. Cuando te des cuenta de que la huida es tu mayor error, estarás preparado para recorrer el camino hacia tu verdadero destino.
Entre el éxtasis y sus palabras, me quedé descolocado del todo. El Edusaurio, con sus pollas ya desinflándose, empezó a mearme todo el cuerpo y el careto para dejarme marcado con su olor a macho. No le bastó con lefarme.
Regado de meos, aturdido y sumido en un inmenso estado de placer, entorné los ojos y vi como aquel extraño ser abandonaba el trastero de aperos bajo la secuoya roja gigante.
Otra vez estaba solo, reventado y con la única compañía de una vela titilante a punto de apagarse. Saqué fuerzas de flaqueza para soplar sobre la llama, y en la dura oscuridad de aquel cuartucho, volví a dormirme profundamente.
... CONTINUARÁ...
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EL SICOMORO segunda parte plus
La mezcla racial entre Dimitri y Carlos era pura dinamita. El cubano no tenía fondo. Era capaz de mamarle la polla al ruso desde la cabeza hasta el pubis sin ayudarse de las manos. Se la tragaba entera sin soltar una lágrima.
Alberto volvía a degustar mi polla con la ventaja de saber qué cosas me volvían loco. Me agarró el nabo tieso, y en lugar de descapullarlo, lo primero que hizo fue tirar hacia él para juntar todo el pellejo posible entre sus dedos y urgar con su lengua a través de mi prepucio. Me salió un gran chorro de líquido para su suerte.
-¡Rotación! —volvió a solicitar Anuar.
Todos los perdedores mamones siguieron sus instrucciones y se movieron a la derecha. Alberto dejo mi polla dándole un último rechupeteo a mi prepucio y fue a probar el rabaco negro de Anuar. Intentó estrujarlo para sacarle el pellejo pero era algo imposible. De normal tenía medio capullo seco asomando, así que se dedicó a mamar su delicioso glande.
Eneko tenía ganas de sentir la nariz de Berto sobre su pubis después de haberlo comentado yo en voz alta, y no era una cuestión difícil, porque al no tener el rabo muy largo, la nariz del italiano chocaba enseguida con el matojo al tragarse el ancho cipote del vasco.
Por su parte, el querubín Fausto pasaba de la flauta dulce de Eneko a la flauta travesera de Dimitri. Sus pequeñas manos hacían más gigante aún el pollón del ruso. La abarcaba con ambas manos y todavía podía chupar la mitad del rabo.
-Suéltame la polla y cómetela sin manos —dijo Dimitri enganchándole las muñecas para separarlas de su polla.
Fausto intentaba tragar el máximo de carne, pero su expresión de agobio y sus lágrimas hablaban por sí solas de su limitada capacidad para encajarla.
Por fin era mi turno con el bueno de Carlos. El cubano cogió mis pelotas con ambas manos y tiró hacia abajo para que mi polla se pusiese más tiesa de lo que ya estaba. Me chupó los cojones con su enorme lengua, y luego se metió el rabo, que me descapulló arrastrando con fuerza sus carnosos labios a ras de la suave piel.
-Joder, Carlos —no pude evitar expresar mi sensación de placer—. ¡Qué bocaza tienes, cabrón!
-Papi, no hay nada que me guste más que desenvolver regalos, y una polla con prepucio es el mejor que se me puede hacer.
Las pollas y los cojones del equipo Flecha estaban ya superbabeadas, nos caían jugosos hilos de saliva que terminaban mojando nuestros pies. Además, estábamos tan excitados, que peligraba la subida de apuesta que hizo Carlos durante la carrera, poner el culo. Si seguían mamando a ese ritmo, nos íbamos a correr sin encular. Entonces, propuse la última rotación con algo que facilitaría las folladas.
-¡Rotación, chicos! —y añadí mientras ocupaban su nuevo puesto—. Aprovechad la saliva que cae de nuestros cojones para lubricar vuestros ojetes y ponerlos a punto.
Y así lo hicieron. Hasta ese momento, todos los perdedores seguían llevando sus pantaloncillos blancos, pero a mis órdenes, se los bajaron hasta las rodillas y arquearon la espalda para que se les abriese el culo en pompa. El banco no era muy ancho, así que sus culos les colgaban por detrás. Recogieron saliva de los cojones de su ganador correspondiente y se dedearon el ojete mientras probaban la última ronda de pollas.
La boca de Carlos entraba en sintonía con su otra mitad, su piel mulata echaba de menos un rabo negro entre tanto blanco lechoso.
-Uhhhh, papi. Esta tranca sí que sabe rica, es puro chocolate.
-Te gusta, eh, come rabo, anda —dijo Aunar metiėndole los dedos por las comisuras de la boca para abrírsela del todo—. Métete los dedos en ese culito café con leche, que te voy a rellenar bien.
Entre la barba de Alberto y la pelambrera púbica de Eneko, apenas podía distinguirse bien dónde estaba la polla del vasco, pues el nieto de Tiburcio intentaba comérsela enterita sin sacarla. A esas alturas, después de pasar por el pollón de Dimitri, el de Anuar y el mío, su garganta estaba desfondada y lo que necesitaba era ensancharla. Para eso, la tranca gordísima de Eneko era ideal. El culo de Alberto venía entrenado del día anterior, así que no le costó meterse un par de dedos casi desde el principio.
-Joder, cómo la chupa el italiano de los cojones —susurró Dimitri cerrándo los ojos—. Si lo llego a saber, hubiera empezado contigo.
Berto degustaba la tremenda polla del ruso con el mismo estilo y sensualidad que había tenido con las anteriores. Era más pausado, disfrutando cada pliegue de los cojones, cada surco del glande. Verlo era una puta delicia, se comía las pollas como quien se come su helado preferido. Su culo peludo hacía más ruido jugoso que ninguno, pero precisaba de más saliva, así que no tuvo reparo en coger un poco de mis cojones, que los tenía chorreando, pues Fausto salivaba como un puto boxer. Me gustó su valentía, pues en lugar de agarrarme la polla para evitar que le reventase la garganta, el enano se llevó ambas manos al culo para abrírselo al máximo y meterse los dedos a pares. Yo, por deferencia, intenté que no me potara la polla manejando su cabeza y midiendo hasta dónde podía llegar.
Sus culitos ya estaban suficientemente lubricados y deseosos de rabo. Nuestras pollas estaban a punto de explotar, así que no podíamos retrasar más el momento si queríamos recibir el premio completo.
-A ver, chicos, me gustaría probar todos los culitos pero no creo que pueda hacerlo, yo estoy que me corro —quise ser sincero—. Propongo que elijáis uno.
A todo esto, el equipo Diana no dejaba de mamar y dedearse.
-Yo quiero mi venganza completa y quiero el culo de Fausto —dijo Aunar pegándole pollazos a Carlos en la frente.
-Yo quiero en culito del monitor —dijo Eneko mirando a Alberto, que seguía mamándole la polla—. Sospecho que necesitas ensanchar ese diminuto ojete que tienes —y Alberto le sonrió.
-Pues yo quiero el culo del mulato —dijo Dimitri—. Mi nabo blanco en su culo moreno hacen buena pareja, seguro.
-Entonces, la suerte está echada —dije mirando al italiano—. Me flipan los culazos peludos como el tuyo, Berto.
Sacamos las pollas de las bocas del equipo Diana y nos pusimos detrás de nuestro culito elegido. Ellos se subieron de rodillas al banco y apoyaron las palmas de las manos en la pared de las duchas. Esos cuatro culos en pompa eran una maravilla, cuatro perros en celo deseando ser petados por nuestras cuatro flechas ganadoras.
Junto a mí, Dimitri enculaba a Carlos, pero gracias al poder de sus caderas, daba la sensación de que le estuviera haciendo una paja con el ojete. El ruso apenas se movía.
Eneko tuvo que ir poco a poco. El anillo rosado de Alberto, a pesar de que yo me lo había follado 24 horas antes, no podía comerse el rabaco de Eneko en un primer intento, mi polla no era tan ancha como la suya . A pesar de la fama de brutos que tienen los vascos, Eneko supo tratar con mimo el culito de Alberto con una buena comida previa hasta que logró metérsela enterita.
Lo de Aunar follándose a Fausto fue un escándalo. Él tan grande, tan negro y con esa pedazo de polla agarrando las cachas del culo del angelote blanco, aquello era una puta maravilla. A Fausto le costaba tragar polla por la boca, pero por el culo le cabía un trolebús. Qué manera de follar.
Yo estaba encantado con el culo peludo de Berto. Gemía a media voz con la misma sensualidad que nos la había chupado a todos. Se estremecía cuando le sacaba la polla a falta del glande y expulsaba su ojete carnoso para que volviese a metérsela de una atacada.
Cuatro flechas de carne clavadas en cuatro dianas hambrientas. Estábamos todos sudando y gimiendo. Aceleramos la follada porque el orgasmo ya era incontrolable. A mí, en el momento de mayor sensibilidad de mi rabo, se me ocurrió alargar la mano y abrir la ducha que estaba sobre el cuerpo de Berto. Los demás, al ver que aquello hacía parecer al italiano aún más perrako de lo que era, hicieron lo mismo.
El equipo Diana aullaba bajo la lluvia con sus culos reventados. El equipo Flecha empezamos a preñar gritando descontrolados. No podíamos parar de petarlos, nuestros rabos seguían duros y el equipo Diana aprovechó para pajearse antes de que se la sacáramos. Se corrieron los cuatro al mismo tiempo sobre el banco que tan felices los hizo aquella noche.
Destrozados físicamente pero con el alma plena de felicidad, nos dimos una última ducha, y haciendo el menor ruido posible para no despertar a Tiburcio, subimos a las habitaciones a dormir.
-Ha sido increíble Matt —dijo Alberto abrazado a mi pecho—. Cómo te voy a echar de menos.
-Tú siempre tendrás un lugar privilegiado en mis recuerdos. Además, cualquier día puedo volver, ¿no?
-Claro que sí, siempre serás bienvenido.
Nos dormimos enseguida, abrazados plácidamente, pero por la mañana, yo volví a encontrarme solo en la cama. Metí mi ropa limpia en la mochila y bajé para despedirme de Tiburcio.
-Los chicos se han ido de excursión al bosque —dijo el abuelo sirviéndome el desayuno—. Es una pena que no hayas podido despedirte de Alberto.
-No te preocupes, anoche lo hicimos por todo lo alto.
-Lo sé, lo sé —dijo con una pícara sonrisa—, vuestros gritos se escuchaban en todo el valle. Menuda orgía organizaste, cabronazo.
Me quedé de piedra, no esperaba una respuesta así del viejo.
-Sí, sí, Matt. No tienes que disculparte. Los chicos son jóvenes, tienen ganas de follar continuamente, es normal.
-Alberto y yo.... —Tiburcio me interrumpió.
-No necesito explicaciones, Matt, de verdad. ¿Sabes lo que sí me gustaría?
-Dime —estaba dispuesto a compensarle de cualquier manera por lo bien que me había tratado—. Haría lo que fuera por ti.
-Me gustaría comerte la polla y que te corrieras en mi boca —me dijo con cara de deseo—. Por cierto, aquí te he preparado unas cosillas para que el camino se te haga más ameno —y como el que no quiere la cosa, me acercó una bolsa.
Yo no tenía palabras frente a lo que acababa de escuchar. Me quedé pensando unos segundos, y a la única conclusión a la que llegué, fue que tenía que ser fiel a mí mismo y que debía cumplir con lo prometido.
Me levanté de la mesa, la rodeé hasta ponerme a su lado y cogí la bolsa que me ofreció para meterla en mi mochila. Luego me quedé mirándolo en silencio y me bajé la bragueta. Esa fue señal suficiente para que Tiburcio, que seguía sentado en su silla de cocina, urgase en mi pantalón y me sacase la polla. No tardó en metérsela en la boca y empezar a mamar como un cosaco. Joder, me la puso dura enseguida. Veía mi rabo entrar y salir de aquella frondosa barba blanca y más ganas de petarle la boca me entraban. Le agarré la cabeza y se la follé a saco hasta que me corrí tal y como él me pidió. Se tragó desde el primer chorro hasta la última gota tras escurrir mi prepucio. El cabrón se relamía tal y como lo hizo su nieto en la piragua.
Me guardé el nabo y salí del caserón, pero antes de coger la pasarela de madera que me llevó a aquel maravilloso embarcadero, me acerqué al viejo sicomoro y cogí un trozo de su corteza desgajada como recuerdo material de aquella curiosa familia, Tiburcio me dio su permiso desde el umbral de la puerta.
-Solo quiero preguntarte una última cosa —no quería quedarme con las ganas.
-Dispara —dijo el viejo sin miedo.
-¿Por qué dijiste que Alberto me estaba esperando el día que llegué?
-¿Por qué pensaste que me refería a él?
El cabronazo me noqueó con su respuesta a la gallega.
-Enigmático pero muy directo cuando quieres conseguir algo. De tal palo, tal astilla.
Ambos sonreímos y no hubo más palabras. Me fui. Aún me quedaba un buen trecho para salir de aquel inmenso embalse, que antes de conocer, confundí con el mar.
... CONTINUARÁ...
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EL SICOMORO segunda parte
Cuando desperté, me encontré solo en la habitación. El sol entraba por la ventana, me estaba cegando. No sabía cuánto tiempo había dormido, pero todas las horas en aquella cómoda cama, no eran suficientes para recuperarme del cansacio acumulado desde que dejé la casa de Jeff y Raúl. Mi polla recordó aquella sesión en el cuarto mágico y su dureza no me permitía bajar al salón para desayunar. Como la habitación de Alberto tenía un lavabo con un espejo, me arcerqué en pelotas y empecé a meneármela. Me acordaba de Óscar y su tremenda tranca. Aún conservaba su frasco con esencia de eucalipto macho. También me vino a la mente el martirio que Fede y el cazador me infligieron bajo el aromático algarrobo, qué delicia. Los días con Luis y el Rubio bajo el gran roble, me llevaron al borde del orgasmo, pero el impresionante y tragón culazo de Ramón en el acebuche, hizo que soltase unos lefazos que pringaron el espejo donde me reflejaba. Qué delicia de pajote, de alguna manera, disfruté de algunos de los amantes que hicieron mi periplo mucho más agradable en la habitación del último. Pero a pesar de lefar el lavabo y el espejo, mi rabo seguía durísimo. Necesitaba mear, pero la erección no me lo estaba poniendo fácil. Apreté cuanto pude, y al fin noté una sensación de quemazón por mi uretra hasta que empecé a mear el lavabo. Fue una gran meada a consecuencia de la sidra.
De repente, escuché voces por la ventana. Eran demasiadas voces como para ser una conversación entre Alberto y Tiburcio. Me asomé, y vi a seis jóvenes charlando y gastando bromas bajo el sicomoro. Todos iban vestidos con una especie de uniforme. Llevaban un polo azul marino, pantalón corto blanco y una mochila amarilla. Me lavé por partes en el lavabo lefado y meado, y bajé a la cocina a desayunar.
-Hombre, Matt —dijo Tiburcio invitándome a la mesa—. Ya están aquí los chicos de la universidad.
-Ah, sí. Algo me dijo ayer Alberto.
Una buena taza de café y unas tostadas calientes era todo lo que necesitaba para acabar definitivamente con la resaca.
-Alberto les está explicando todo lo que van a hacer. Van a quedarse hasta el lunes.
-¿Y qué día es hoy? —pregunté desorientado.
-Hoy es viernes, Matt. ¿Hasta cuando te quedarás tú?
-Pensaba irme mañana. He de seguir mi camino. Además, no tengo más dinero.
-Calla, no seas tonto. No te preocupes por eso. Desde hace meses no he visto a mi nieto tan contento como esta mañana.
Alberto entró al caserón con el grupo de universitarios e hizo las presentaciones antes de instalarlos en sus habitaciones. Los seis se pusieron en fila de mayor a menor altura, parecían los hermanos Dalton, todos vestiditos iguales y supermonos. Para colmo, sus nombres también seguían un orden alfabético, era curioso:
Anuar, el más alto, era un bellezón de piel negra con el pelo rapado y una figura esbelta espectacular.
Berto, un italiano muy gracioso, llamaba la atención por el gran tamaño de su nariz. Llevaba el pelo moreno repeinado hacia atrás con mucha gomina. Era muy atractivo, la verdad.
Carlos era mulato, cubano para más señas. Tenía una boca de escándalo, menudos labios. Era el que más relajado se veía por la torsión de sus caderas.
Dimitri, el cuarto, no era el típico ruso, lo tenía todo excepto la altura. Flacucho, rubio rapado, ojos azules y labios rojos. Su nuez era la más prominente, pero eso, alto, lo que se dice alto, no era.
Eneko, un chico de Bilbao bastante neutro en su expresión, tenía el cabello negro, los ojos negros y la piel blanca. Era el más ancho de hombros y piernas, y tenía un morbo curioso, era el que más paquete marcaba en aquellos pantaloncillos blancos universitarios.
Fausto, el más bajito de todos, no llegaba al metro sesenta. Paticorto, con el pelo anillado color cobre y cara de ángel, sus hechuras estaban muy proporcionadas a su altura.
Como no podía ser de otra manera, hice un escaneo rápido de cada uno de ellos e imaginé sus potenciales sexuales. Alberto hablaba y hablaba, pero yo no escuché ni una palabra. Uno a uno, en fila india, lo siguieron escaleras arriba para llevaros a sus habitaciones, momento que mis ojos hicieron el visionado final de cada uno de sus culitos en pantalón blanco. Todos diferentes pero igualmente sugerentes.
Alberto no esperó para comenzar con las actividades. Fue un espectáculo verlos salir a todos en bañador pitufo, también uniformados con los colores de la universidad, unos speedo con la parte trasera amarilla y la delantera bicolor en blanco y azul marino. Fueron a dar una vuelta en uno de los pequeños barcos de pesca por el embalse. Yo me abstuve de participar, preferí quedarme con Tiburcio preparando la comida de aquellos jabatos de último curso.
-Deberías haberte ido con ellos, yo me las apaño solo.
-No hombre, estoy seguro que puedo aportar más en la cocina. A Alberto se le ve muy suelto en el agua dulce. Yo soy más de mar abierto.
Congenié mucho con el viejo. Hicimos un gran banquete de bienvenida. Cuando llegó la expedición del embalse, comieron como cachorros hambrientos. Después fueron a descansar a sus habitaciones y Alberto y yo estuvimos charlando bajo el sicomoro.
-¿Qué tiene de especial este árbol? —pregunté acariciando el relieve descascarillado de su tronco.
-Mi abuelo le puso su nombre al caserón como señal de respeto. El viejo sicomoro estaba ya aquí antes de construir la casa. Creo que fue su tatarabuelo el que lo trajo desde Egipto hace más de 100años. Estas tierras siempre han sido de mi familia hasta que el gobierno las expropió para construir el embalse. A cambio, además de una miseria de dinero, le dejaron construir la casa, el embarcadero y manejar la explotación del negocio que quisiera poner. Y mira, aquí estamos.
-A tus 28 años, ¿esta es la vida que quieres?
-¿Crees que esta es mi vida? En temporada baja nos vamos a la ciudad, no queda lejos de aquí en coche. Tengo más vida que el embalse, tío. ¿Y tú? ¿Qué coño haces dando tumbos por el mundo y sin rumbo a tu edad? —Alberto me devolvió la cuestión con un guantazo sin manos.
-Perdón, no te estaba juzgando. Ayer, cuando te observaba borracho y desnudo en tu cama, después de follar en la piragua, me pregunté cómo te apañabas para desahogar el fuego interior que tienes.
-¿Crees que me mato a pajas? —dijo cogiéndome el paquete—. Mira Matt, lo de ayer fue algo que nunca olvidaré, nadie me ha follado como tú, pero tranquilo, que yo no me aburro.
-Los chavales de la universidad no tienen mala pinta —dije pellizcándole un pezón.
-Veo que ya vas entendiendo. En casi todas las expediciones que vienen al Sicomoro, hay algún tío que termina deslechándose en mi cama, y mira —dijo señalando un par de montañas al otro lado del embalse—, entre aquellas colinas, se llega a un bosque donde la caza habitual es el cruising. De vez en cuando, cuando me pica el culo, cojo mi barca y me voy a cazar. Siempre hay quien me lo rasque.
Alberto tenía su vida sexual muy bien montada. Cuando deseaba caña, siempre se buscaba la manera de recibirla.
-Un día que estaba cachondo como un perro, me adentré en el bosque, me senté en el suelo apoyado en el tronco de un árbol, y esperé a que apareciese algún nabo inquieto. Me hice un cartel con un cartón que ponía "SE CHUPA", y lo clavé en el tronco. No tardó en aparecer el primero. Se sacó el rabo, y sin mediar palabra me puse de rodillas a comérselo. Pero antes de terminar con él, se sumaron dos más. Ese día tenía unas ganas locas de mamar rabo, pero no uno solo, me apetecía comerme varios a la vez. Me pusieron perdido de lefa.
-Joder, tú si que sabes venderte, cabronazo.
-No hay nada como un mensaje directo, jajaja.
La jornada vespertina consistió en una carrera de piraguas por equipos. En esta ocasión sí me apeteció participar, quizá fue porque la piragua me traía buenos recuerdos. Alberto y yo seríamos los capitanes de los equipos y elegimos a tres universitarios cada uno. Mi equipo, estaba compuesto por Anuar el negro, Dimitri el ruso y Eneko, el vasco de piernas recias. Lo llamé "Equipo Flecha" para animarnos a lograr la mayor velocidad. Alberto hizo equipo con Berto, el italiano de nariz prominente, Carlos, el cubano de caderas cachondas y el pequeño Fausto ricitos de cobre. Sus ideas cachondas no podían estar ausentes. Congregó a su equipo para hablar en secreto y desvelaron el nombre de su equipo de una forma morbosa y divertida. En la línea de salida, se pusieron de espaldas a nosotros y de rodillas y al unísono, gritaron haciéndonos un calvo:
-Somos el "Equipo Diana".
Nos reímos a morir. Sus cuatro culos redondos parecían decirnos "clavadnos vuestras flechas".
-¡Todos a sus puestos, chicos! —gritó Alberto.
-Un momento —dije yo—. Deberíamos apostarnos algo, ¿no?
-Buena idea —dijo Berto.
-¿Qué os parece si el equipo que pierda hace las camas del ganador? —sugirió Dimitri—. Es algo que no soporto.
-Qué cutre —comentó Eneko—. Mejor que saque las canoas del agua y las limpie, eso sí que es un coñazo.
-Dejaos de tonterías —exclamó Anuar—. El equipo que pierda se la mamará a los ganadores.
-Eso. Y además, habrá rotación, todos probarán las pollas de todos —apostilló el pequeño Fausto.
Los demás nos miramos un tanto confusos pero nadie dijo que no, entonces Carlos el cubano sentenció.
-A ver, todos sabemos la fama que tiene "Aventuras Sicomoro". El que viene virgen, vuelve resabiado.
-¿Estamos todos de acuerdo? —preguntó Alberto orgulloso de su negocio.
Todos asentimos mirándonos con media sonrisa.
-Muy bien, pues 3, 2 1... ¡Adelante!
Comenzamos a remar como locos. A mí me daba lo mismo mamar que ser mamado, pero se notaba que en mi canoa había superioridad de activos. Se lo tomaban muy en serio. Sin embargo, el equipo Diana, estaba más a las risas y el cachondeo. Aún así, íbamos muy igualados. Desde el equipo Diana, Fausto gritaba:
-Vamos chicos, ¿no os apetece ver como Anuar me come el rabo?
La verdad es que la imagen no tendría precio. Ese pedazo de negro de casi dos metros comiéndole la picha al angelote de cabellos rizados tenía que ser todo un espectáculo.
-No cantes victoria, pequeñajo —dijo Anuar—. Te voy a reventar la garganta hasta agravar tu voz angelical.
Por un momento, la piragua naranja, la del equipo Diana, tomó la delantera para entusiasmo de sus ocupantes.
-Joder, dadle caña —gritó Eneko desde la piragua azul—. Estos mamones necesitan nuestra leche. ¿No veis la cara de comerabos que tienen?
Nunca hubiera pensado que aquellos niñatos pudieran ser tan descarados. Tenían las hormonas descontroladas.
-Subo la apuesta —propuso Carlos dando fuertes brazadas—. El equipo perdedor, no solo mamará, también pondrá el culo.
-¡Joder con el cubano! —dijo Berto—. Nunca había visto a un pasivorro como él con tantas ganas meterla.
-¡Vamos chicos! —arengó Dimitri—. ¡A por ellos! ¡A ganar! ¡Están pidiendo rabo a gritos!
Nos coordinamos de tal forma, que nuestras brazadas superaron en pocos metros a la piragua naranja del Diana. La boya de meta estaba ya muy cerca y llegamos a sacar unos cuantos metros de ventaja. Así, el equipo Flecha se hizo con la victoria.
Tras la carrera, estuvimos gozando de un baño antes de volver al Sicomoro. Allí nos estaba esperando Tiburcio con una gran comilona, pero antes debíamos pasar por las duchas para quitarnos el olor a agua embalsada. Hubo un ademán por parte de Anuar de cobrarse la apuesta. Tenía a Fausto de espaldas en la ducha contigua y le dio una patada en las corvas, cayendo de rodillas frente a mí.
-¿No tienes ganas de mamar, enano? —dijo el negro—. Empieza por Matt, tiene buena tranca.
-¿Qué haces cabrón? —exclamó Fausto intentando levantarse.
Tuve que ayudarlo para que no resbalase. Creí que no era el momento.
-Anuar, no te pases —le reprendí el gesto brusco—. Tiburcio se ha pasado toda la mañana cocinando para nosotros y no se merece que le hagamos esperar. Ya habrá ocasión de cobrar lo que nos pertenece.
Anuar me miró con cara de pocos amigos y siguió quitándose el jabón. A pesar de tener un buen pollón negro como el carbón, Dimitri la tenía más grande, un rabaco blanco recto y con poco prepucio le colgaba sobre dos pelotas rosas bien gordas.
Disfrutamos de los manjares de Tiburcio hasta altas horas de la tarde. A la comida le siguió una deliciosa tarta de queso horneada, y con el café y los licores caseros del abuelo, nos dieron las tantas.
Yo no tenía el cuerpo para más deporte, pero Alberto se debía al compromiso de las actividades programadas, así que salió de nuevo con los chicos a practicar paddle surf mientras yo dediqué mi tiempo a charlar con Tiburcio.
-Quédate unos días más, Matt —suplicó el abuelo—. Si no lo haces por Alberto, hazlo por mí. Él suele estar muy ocupado con los campamentos, ahora empieza la temporada alta, y yo a veces no doy abasto con las comidas, ya estoy viejo.
-Créame que me encantaría quedarme, pero no puede ser.
-No deberás pagar nada, al contrario, recibirás un sueldo, no mucho, pero te será de utilidad cuando decidas irte —insistió Tiburcio—. Ah, y trátame de tú, cojones.
-Tiburcio, tu oferta es muy tentadora, pero seguro que habrá algún chaval perfectamente preparado para ayudarte con todo esto.
-Sí, bueno. Siempre contratamos a alguien. Me caes bien, ¿sabes? Me viene bien tu compañía, y para Alberto puedes ser de gran ayuda, últimamente lo veo descentrado.
-Eso ya es chantaje emocional, abuelo —dije entre sonrisas—. Alberto sabe apañárselas muy bien solo. Sabe cómo conseguir lo que quiere.
Me vino a la cabeza la imagen de su nieto tragándose tres rabos bajo el cartel de "SE CHUPA" en el bosque del cruising.
Me costó zanjar la conversación pero la verdad es que Tiburcio era un viejo de puta madre, de esos que tienen el alma joven y da gusto aprender de sus historias.
Tras la ducha de los universitarios y la cena preparada a cuatro manos por un servidor y el dueño del Sicomoro, volvimos a disfrutar de una noche estrellada al calor de la lumbre junto al árbol centenario que daba nombre a aquel precioso lugar.
Aunque el día había sido intenso, yo estaba más bien descansado, y los chicos, que estaban entre los 22 y los 25 años, tenían energía suficiente como para organizar la orgía que estaba pendiente. Ellos estarían un par de días más allí, pero yo quería partir por la mañana temprano, así que guiñé un ojo a Alberto y me comprendió a la primera.
-Chicos, sé que estáis muy a gusto, pero hemos de ir a descansar —dijo Alberto cortando el buen rollo que había.
-¿No podemos pasar de la excursión de mañana? —sugirió Fausto.
-Ni de coña. —respondió Carlos el cubano—. Tengo mucha curiosidad por ver qué se cuece en ese bosque del que tanto habla Alberto.
Qué cabrón. Alberto les había preparado una excursión al bosque del cruising con la excusa de recolectar hierbas aromáticas con las que elaborar licores en un taller posterior con el maestro Tiburcio, gran alquimista en sus viejos tiempos.
-Quedaos un rato más, tenéis juventud suficiente como para aguantar un par de horas. Yo ya me retiro.
Habiéndose ido el abuelo, teníamos vía libre para dar rienda suelta al morbo y cancelar la deuda de las piraguas.
-Chicos, ha llegado la hora —dijo Alberto impaciente—. Estamos de suerte. En las habitaciones íbamos a armar mucho follón, pero en los vestuarios podemos hacer lo que queramos.
Todos nos levantamos y entramos por la puerta lateral.
-Coged un par de bancos y llevadlos a las duchas —pedí al equipo perdedor que obedeció sin rechistar.
El equipo Flecha, despelotado, nos pusimos de pie entre la pared y los bancos, y el equipo Diana se sentó para pagar su fracaso. Anuar dio el pistoletazo de salida cogiendo la cabeza rizada de Fausto y metiéndole el nabo negro morcillón en la boca. A pesar del rifirrafe en las duchas de la mañana, Fausto no podía negarse. A Eneko le tocó Carlos, a Dimitri Alberto y a mí, el italiano.
Berto comenzó por olisquearme las ingles y lamerme los cojones. Sujetaba mi polla medio dura acariciando mi prepucio. En un par de minutos, en el equipo Flecha estábamos totalmente empalmados. Los perdedores succionaban nuestras pollas con mucha maestría, cualquiera hubiera pensado que estaban deseando perder la carrera tras conocer el castigo.
Alberto disfrutaba tragándose el tremendo rabo de Dimitri intentando llegar hasta las pelotas pero era demasiada polla para su pequeña boca.
-Eres un puto monitor tragón —decía el ruso asiéndole la cabeza—. Traga, cerdo.
Eneko, cuyo rabo era bastante ancho, aunque no muy largo, no tenía problemas para follarle la boca hasta los cojones al mamón de Carlos. La boca del cubano era descomunal. Con todo el nabo dentro, aún sacaba la lengua para lamerle los cojones peludos sin en mínimo atisbo de arcada.
-Eso es, mírame, puto mamón —decía sudando de gusto el vasco—. Te gusta mi pollón, eh...
-Está delicioso, papi. Nunca había probado una tan gorda —afirmó Carlos.
A mí me encantaba cómo en el intento de Berto por tragarse mi polla entera, me clavaba su tremenda nariz en el pubis, igual que cuando me chupaba los cojones y la hundía en mi escroto. Su nariz era un preciadísimo órgano sexual a la altura de cualquier polla. Era un puto morbazo gozar de su boca y sus lametazos, aunque más morbo me daba mirar como los otros tres perdedores devoraban las pollas de mi equipo.
-¡Rotación! —solicitó Anuar.
Por orden, ahora Berto debía ocuparse de la polla del negro y los otros tres, correrse un puesto a la derecha. Berto lo hacía con una sensualidad suprema, daba gusto verlo engullir aquel pedazo de carne carbonizada con la punta de color fresa ácida.
Fausto tenía otro reto, encajar el ancho de polla de Eneko. La sujetaba con ambas manos como si fuera un bocadillo. Era como un puto angelote tocando la flauta celestial. Nada más que el glande del vasco, era como un fresón reventón en su boquita.
(Por razones decespacio, Tumblr no permite más de 100 párrafos, así que este capítulo sigue en una segunda parte plus).
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EL SICOMORO primera parte
Ya había perdido la cuenta de los días que habían pasado desde que salí de mi casa para no volver a ella nunca más. No podría decir si aquella falta de memoria era por el cansancio, por el calor o por el hambre. Siempre que dejaba un generoso hogar que me acogía, salía de allí limpio, descansado y bien alimentado, pero a los tres días ya tenía el estómago dado la vuelta, vacío. A los tres días, sentía mis piernas pesadas, me dolían todos los músculos del cuerpo de maldormir en cualquier rincón que pudiera parecerse a una cama. A los tres días olía a choto, a guerrero, a mochilero hippy trasnochado. Precisamente, a los tres días de haberme despedido de Arizona y de sus padres humanos, sufrí una gran frustración. Iba caminando por un sendero de tierra, abrigado por dos extensas masas boscosas, que subía en cuesta hacia un pequeño cerro partiéndolo en dos. Siempre me ha gustado esa sensación de sobrepasar cualquier objeto que me tape el horizonte y descubrir lo que habrá detrás. Es algo emocionante. Aquella sensación me ayudó a subir con más ánimo hasta que la vista me ofreció la imagen que estaba buscando obsesivamente. Agua, una gran cantidad de agua. Aceleré el paso por la emoción, y la masa de agua se hacía cada vez más grande. Pensé, "por fin, el mar". El sol reflejaba en él convirtiéndolo en un espejo, y cuando llegué a la cima del cerro, una nube eliminó el reflejo del sol y se encendió mi decepción. Lo que creía que era el mar, era un puto embalse monstruoso construido entre montañas. No tuve otra opción que encaminarme a rodearlo para ver qué habría más allá de aquel imponente lago artificial. Decidí ir hacia la derecha. No sé por qué. Anduve cerca de media hora por la pasarela de madera que recorría el contorno sin encontrar ni rastro de vida humana. Entonces llegué a una curva, y tras ella descubrí una enorme casa de madera blanca con los marcos de puertas y ventanas en azul griego con un precioso embarcadero de unos quince metros en forma de L. Había un par de pequeñas barcas de pescador, una moto de agua y un patinete. Aparentemente no había nadie, pero me llamó mucho la atención el gran sicomoro que había junto al caserón. Aquel maravilloso árbol era muy frondoso de hojas de un verde oscuro que llamaba a cobijarse. Sin pensarlo me dirigí hacia él, y a pocos metros, vi que había alguien sentado en una silla de enea, disfrutando de su sombra en aquel abrasador paraje. Era un hombre mayor de barba y cabellera blancas como las nubes. Vestía pantalones de lino y camiseta de tirantes, todo blanco. Era bien parecido. A la altura de su cabeza, a más o menos un metro, colgaba del sicomoro un botijo de barro albino que me quedé mirando de forma instintiva.
-Pégale un buen trago —dijo el viejo de blanco con la mirada perdida en el gran pantano—. Por la cara que traes, debe hacer horas que no has bebido —me leyó el pensamiento y las ganas.
Entonces me acerqué y bebí un trago largo sin desperdiciar ni una gota. Al echar la cabeza hacia atrás, vi que sobre el dintel dela puerta principal del caserón, estaba grabado en la madera el nombre del majestuoso árbol que lo acompañaba, SICOMORO.
-Aquel es Alberto —dijo Tiburcio, que es como se llamaba el abuelo, señalando hacia el agua—. Te estaba esperando.
No terminaba de comprender qué es lo que quería insinuarme aquel hombre. ¿Por qué estaría esperándome Alberto, si no lo conocía de nada? Guiñé los ojos para ver con más nitidez qué estaba señalando aquel viejo y vi algo chapoteando en el agua. Algo que se acercaba hacia el embarcadero. Cuando estuvo a pocos metros, ya estaba claro que era una persona nadando, era Alberto. Salió del agua de un salto por el mismo embarcadero, y lo que duró su paseo hasta el sicomoro hice un escaneo de su cuerpo, cuyos andares eran todo un regalo para la vista. Se veía fibrado, como nadador habitual que era. Sobre su piel blanca no se veían muchos vestigios de vello, lo llevaba recortado. Dos pequeños pezones adornaban sus pectorales y su barbita recortada le daba una madurez aparentando solo veintitantos años. Cuando estuvo a pocos metros se detuvo y se me quedó mirando fijamente mientras rascaba su pelo corto y moreno para aligerarlo de agua. Me llamaron la atención sus enormes ojos con buenas pestañas y un par de gruesas cejas muy pobladas.
-Abuelo, ¿quién es? -No lo sé. Acaba de llegar —dijo mirándome por primera vez—. No parece muy hablador, a ver si contigo se digna a presentarse.
Me sentí fatal. Estaba dando la impresión de ser un bicho raro. Entonces me apresuré a romper aquel prejuicio.
-Sí, disculpen. Mi nombre es Matt y vengo desde muy lejos. Hace meses que dejé mi casa y bueno, aunque solo estoy de paso, necesito hospedarme en algún sitio limpio y cómodo.
-No te vendría mal ducharte, afeitarte y lavar tu ropa, supongo —dijo Alberto recolocándose el paquete.
-Jajaja —soltó una carcajada el abuelo—. Comer bien tampoco le vendría mal, ¿verdad? Jajaja.
Yo no sabía qué decir. Habían nombrado todas las necesidades que tenía en ese momento excepto una, que me surgió al fijarme en el diminuto bañador negro, con un 91 estampado a un lado, que Alberto no paraba de tocarse.
-Tengo algo de dinero.
Ambos se miraron con complicidad y el viejo se levantó.
-Pegaos un ducha que yo voy calentando la olla —dijo el abuelo entrando al caserón.
—Sígueme, Matt —dijo Alberto.
Yo le seguí sin decir nada. El bañador era igual de diminuto por detrás. Para lo fibrado que estaba tenía un culito muy gracioso, más bien gordito. Las mollas del culo le salían por los lados, y aunque intentó ocultarlas sacándose la tela de la raja del culo, el minibañador no daba para más.
Me llevó hacia una puerta en el lateral y entramos a los vestuarios. Tenía dos zonas diferenciadas, en la entrada había bancos y taquillas, después un pasillo donde se ubicaban los aseos y al fondo estaban las duchas comunes.
-Antes de subir a la habitación será mejor que te asees —dijo Alberto abriendo una taquilla para darme gel de baño, una cuchilla y una toalla. Él también cogió una.
-Gracias —aunque mejor, le hubiera agradecido con un pollazo en la cara que se arrodillarse para quitarme las zapas.
-Puedes dejar ahí mismo tu ropa. Mañana llegará un grupo de universitarios, pero como ves, estamos solos —dijo yéndose hacia las duchas meneando su hermoso culito apresado en el bañador de natación.
Yo me desvestí, y seguí sus pasos ya completamente en pelotas. Cuando llegué a las duchas, Alberto todavía se seguía ocultando tras el bañador, pero cuando escuchó el chorro de mi ducha, se giró y me miró de arriba abajo. Yo no me corté un pelo y me quedé quieto para que me observara con detenimiento. Noté que mi rabo crecía y engordaba demostrándole que aquel momento me resultaba profundamente morboso. Entonces, Alberto se dio media vuelta, y como una gata en celo, arqueó su preciosa espalda sacando culo al mismo tiempo que se bajaba el bañador. La raja de su culito, que se le marcaba a través del bañador, se hizo carne, y al agacharse del todo para sacárselo por los pies, se le abrieron las cachas del todo, y me enseñó la parte más tierna y rosada de su cuerpo perfectamente rasurada. Me entraron unas ganas tremendas de clavar las rodillas en el suelo de teselas blancas mojadas y comerle el culo de manera brutal, la oportunidad estaba a menos de un metro y medio, pero me reprimí. Para entonces mi rabo estaba completamente empalmado y duro. Me giré cuando Alberto volvió a darse la vuelta, así que no me vio la polla en todo su esplendor. De alguna manera, quise jugar a darle una de cal y otra de arena. Aunque mi nabo había reaccionado ante aquella belleza, mis tripas mandaban, estaba muerto de hambre. Por el rabillo del ojo, veía cómo el muchacho intentaba llamar mi atención colocándose en mi ángulo de visión, pero yo seguí dándole la espalda. Quizá, ya decepcionado, apagó su ducha y ni siquiera se quedó allí para secarse, se fue directamente a la zona de los bancos. Yo me quedé unos minutos más, disfrutando bajo el chorro de la ducha tibia.
Antes de ir a la zona de cambio, me entretuve 5 minutos en afeitarme en los aseos. Cuando salí hacia los bancos, con mi toalla atada a la cintura, Alberto ya se había vestido. Lo vi sentado en un banco frente al mío. Mis ropas habían desaparecido y en su lugar, había un camiseta blanca, un pantaloncillo corto rojo, unos calzoncillos blancos de slip y en el suelo, unas chanclas de playa. No pude evitar acordarme del ferroviario al que tras mamársela me prestó ropa de objetos perdidos de la estación.
-Son cosas que se va dejando por aquí la gente que viene de campamento. Pondré tu ropa a lavar —dijo asiendo una bolsa—. Cuando salgas, entra por la puerta principal —y se marchó con su delicioso contoneo.
Entonces fui yo el que me quedé con un palmo de narices. Me hubiera gustado provocarlo quitándome la toalla de frente y que se hubiera tirado al suelo para devorarme la polla, pero me quedé con las ganas por gilipollas.
Al entrar al caserón, el abuelo estaba terminando de montar la mesa. Me dijo que me sentase, pero escuché ruido en un cuartillo anexo a la cocina, y la curiosidad me llamó. Me acerqué disimuladamente y sin entrar, observé lo que allí sucedía. Alberto se disponía a lavar mi ropa, pero antes quiso deleitarse con mi aroma personal. El muy cabrón, estaba oliendo mis gayumbos y se la estaba cascando. Con los ojos cerrados esnifaba mis calzoncillos mientras masajeaba enérgicamente su polla erecta. Aquella situación era tremendamente morbosa. El abuelo no paraba de contarme cosas sobre el embalse mientras el nieto, extasiado de placer, soltaba lefazos sobre mis calcetines. Cuando terminó, con mis calzoncillos aún en la boca, exprimió las últimas gotas de leche que goteaban de su rabo y lo restregó a conciencia para dejarse el nabo limpio del todo. Después, metió toda mi ropa en la lavadora y yo fui a sentarme a la mesa totalmente excitado antes de que pudiera verme. Como no podía ser de otra manera, enseguida noté un chorrillo de líquido preseminal salir de mi polla y mojar mis calzoncillos anónimos. Cuando Alberto se sentó a la mesa, yo le lancé una sonrisa que no supo interpretar.
Durante la comida, un buen guiso de trucha, estuvimos conversando de todo para conocernos mejor.
Tiburcio, el abuelo, se había quedado al cuidado de Alberto cuando sus padres decidieron cruzar el charco para buscar fortuna lejos de aquel oasis en medio de aquel desierto. Ambos tenían una gran conexión. Al construir el embalse, Tiburcio pudo mantener su casa convirtiéndola en hospedaje de grupos juveniles en busca de aventuras silvestres, pero con el tiempo, Alberto se convirtió en el monitor de las actividades acuáticas.
-Esta tarde podríais dar un paseo por el lago —sugirió el abuelo.
-Me parece buena idea —dije entusiasmado.
-Claro, sacaré la piragua doble. Te gustará —susurró Alberto guiñándome el ojo.
Después de la deliciosa comida preparada por Tiburcio, y de una larga siesta, que recompuso todos mis músculos y mis huesos, salimos a remar en tándem. Alberto capitaneaba la nave desde proa y yo seguía sus instrucciones en la retaguardia. A mi juicio, no habíamos avanzado mucho, pero se me ocurrió mirar hacia atrás, y el caserón había desaparecido, solo veía agua y montañas. Cuando miré de nuevo hacia delante, Alberto estaba de rodillas frente a mí mirándome con ojos provocadores. Bajó la cabeza en actitud sumisa y comenzó a besarme los pies. Estaba claro lo que quería. Aunque él tomó la iniciativa, yo fui guiando su deseo. Levanté mi pie derecho para ponérselo en la cara. Me lo lamía con gusto. Chupaba cada uno de los dedos e intentaba meterse el máximo en la boca, pero no podía. No la tenía tan grande como para zamparse mi 45 ancho.
Yo estaba medio reclinado en la canoa, con la piernas semiabiertas y gozando de ver a Alberto degustando mis putos pies. Me puso tan cachondo verlo tan sumiso, que el rabo se me salió del bañador. En cuanto lo divisó, quiso tirarse a comérselo, pero lo detuve con la planta del pie en toda la cara. Me apetecía que siguiera un poco más currándose mis pies mientras lo tentaba pegándome tirones de prepucio para sacarme líquido. Me puse un poco en el dedo gordo del pie y se lo llevé a la boca para que me lo limpiase. De repente, me descapullé y sentí la brisa del embalse sobre mi glande. Necesitaba una boca caliente de inmediato.
-Quítame el bañador, pero hazlo con la boca —y Alberto obedeció sin rechistar.
Abrí las piernas y las descolgué por fuera de la piragua. Con la punta de mis pies podía tocar el agua. Alberto quiso quitarse el bañador pero no dejé que lo hiera en ese momento.
-Tú cómeme el rabo y los cojones con dedicación. No tengas prisa.
Las palmas de sus manos sobre mis muslos abiertos me proporcionaban una sensación muy morbosa, como cuando alguien hambriento coge un trozo de carne para comérselo con las manos. Se las aseguré con las mías para que no las despegase, y le di la orden guiñándole un ojo. Alberto abrió la boca y fue a besarme directamente las pelotas. Mi polla, torcida hacia la izquierda, recorría su bonita cara desde el bigote hasta el pelo dividiéndola en dos. Sus maravillosas cejas me rascaban la base del nabo, nunca había sentido algo así. Me excitaba tanto aquello, que mi polla daba saltos golpeando su frente. Otro suntuoso hilo de líquido salió de mi uretra y resbaló por su frente. Quiso comérselo, pero lo detuve. Cogí un poco de aquel líquido y le unté las cuencas de sus espectaculares ojos grandes. Parecía que hubiese llorado. Entonces, mi capullo no podía más. Me lo cogí y lo dirigí hacia su boca. Se lo metió y comenzó a mamármelo con furor. Alberto tenía unas orejas muy graciosas y en la izquierda llevaba un pendiente. Las tenía un pelín despegadas de la cabeza, así que se las agarré y las usé de asas para follarle la boca con más fuerza. Cuando le metía casi todo el rabo en la boca, se resistía empujando con las manos sobre mis muslos para retirar su cabeza, pues le daban arcadas, pero en el fondo quería que le reventase la garganta. Sus gemidos lo reclamaban. Al ver que no llegaba a tragársela del todo tirando de las orejas, le cogí directamente la cabeza y entonces, mi rabo sí desapareció por completo en su boquita de labios finos. Qué gustazo sentir su barba cosquilleando mis cojones. De sus ojos congestionados empezaron a brotar lágrimas y de su boca una buena cantidad de saliva espesa.
En una de las arcadas le retiré la cabeza y lo dejé respirar.
-¡Qué rico está tu rabo, Matt! —dijo Alberto con la respiración agitaba y babeando—. Ya me gustaría que me follaran la boca así todos los días.
Sus lágrimas se mezclaban con el líquido de mi nabo que yo había untado en las cuencas de sus ojos.
-Acércate —le dije.
Me besó y jugamos con nuestras lenguas. Saqué la mía y me la chupó como había hecho hacía unos segundos con mi capullo. Entonces, le cogí la cabeza y lo separé unos centímetros de mi cara. Quise observar aquellas maravillosas cejas hiperpobladas, sus pestañas frondosas y sus enormes ojos marrones. Notaba su aliento acelerado en mi cuello. Saqué la lengua y lamí las cuencas de sus ojos. La mezcla de sus lágrimas y mi líquido preseminal habían resultado de un maridaje perfecto para el paladar. Qué deliciosa experiencia. El muy cabrón no cerró los ojos mientras se las lamía. Eso me hizo gotear por el rabo más y más. Lo notaba resbalar por mi muslo izquierdo.
-¡Oh, sí! —suspiraba Alberto—. Deseo que me folles como nadie me ha follado.
-No puedo follarte sin comerte esa preciosidad de ojete. Esta mañana te lo he visto en la duchas y he estado a punto de hacerlo. No voy a quedarme con las ganas.
Alberto se retiró tras darme otro jugoso beso y se puso de pie en la canoa. Tenía mucha experiencia en mantener el equilibrio, así que no le resultó difícil darse la vuelta y bajarse poco a poco el bañador para revivir la secuencia del vestuario. Colocó sus pies a cada lado de mis caderas y fue agachándose hasta ponerme el culo sobre la cara. Su hermoso y redondo culito fue abriéndose y mostrándome su mejor parte.
-¡Joder, que anillo más bonito! Parece un chicle de fresa. Ummmm
Como siempre, lo primero que hice, fue pegarle mi nariz para grabar a fuego su olor en mi memoria. Tal y como tenía grabados los olores de Fede, de Jaime o del Rubio. Para mí era algo esencial. Después disfruté de su sabor a lametazos, a besos, a chupeteos.
-Qué rico te sabe, perrazo. Ummmm.
-Sí, cómemelo bien. Necesita un poco de trabajo para encajar un pollón como el tuyo.
Es verdad que no era un ojetazo. Sus pliegues no se extendían mucho desde el agujero. Pero con el currazo de lengua y dedos que le hice, no tardó en abrirse lo suficiente como para follármelo.
Mientras le comía el culo, jugaba con su rabo gordo y sus huevos más gordos todavía. Pero me intentaba detener de vez en cuando.
-No me pajees tanto. Voy a correrme si sigues así.
Entonces, retiré su hermoso culito de mi cara y avanzó medio metro para que al agacharse pudiera clavarse mi polla a la perfección. Y así lo hizo. Se agarró a los bordes de la canoa, y en cuclillas, puso su ojetillo sobre mi capullo. Él mismo fue metiéndoselo a su ritmo. Yo seguía con mis piernas por fuera de la barca y recostado disfrutando del paisaje. Mis 180 grados de ángulo de visión incluían una enorme masa de agua cercada por numerosas colinas de matorral bajo, un cielo rojizo al atardecer y el culo de Alberto sentándose en mi nabo.
Cuando pudo ensartarse el capullo, se relajó y comenzó a hacer sentadillas suaves. Su anillo estaba tan prieto, que notaba un roce extra en mi polla.
-¡Joder, Albertito! Tu culo es la puta hostia —exclamé al ver cómo se tragaba cada vez una mayor porción de mi nabo—. Así, así, vamos. Nunca has cabalgando en una piragua, eh.
-Creo que no voy a querer levantarme nunca de aquí, hijo de puta. ¡Fóllame!
Alivié su esfuerzo de subir y bajar, moviendo mis caderas. Empecé a petarle el culo sujetándole las nalgas con las manos.
-Uffffff. ¡Cómo tragas, cabrón!
Alberto gemía como un puto perro y yo le daba cachetadas en el culo. Me gustaba ver la marca rojiza de mis dedos sobre sus inmaculadas mollas del culo.
De repente, pudiendo únicamente ver su espalda y su culito saltándo sobre mi polla, me fijé en mi muñeca. Allí seguía la pulsera que con tanto cariño me regaló el Rubio. Su recuerdo se hizo presente en Alberto. De espaldas, no sabría distinguirlos. Era como follarme a los dos al mismo tiempo. Una puta locura.
-¡Joder, Matt! Me estás sacando la leche sin tocarme —la voz de Alberto me devolvió a la realidad.
Entonces lo detuve y le saqué el rabo del culo.
-Date la vuelta —efectivamente, de su polla gorda, le goteaba un líquido más blanco que trasparente, pero no era una corrida—. Ahora sí que vas a correrte del todo —le dije.
Simplemente se clavó de nuevo en mi rabo resbaladizo en el sentido contrario. Se lo metió hasta el fondo de una sentada, hasta que sus huevos gordos se posaron sobre mi vello púbico. Tenía entre mis piernas un puto nido de pájaros en el que había tres hermanos, dos por romper el cascarón, y uno de 17 centímetros con la cabeza medio descapullada y babeando. Y entonces, empezó a moverse de arriba abajo acelerando poco a poco. Yo no podía evitar fijarme en su cara descompuesta de placer.
-Ahora no vas a llorar por el nabo, vas a escupir.
Lo agarré de un hombro con una mano y de la nalga contraria con la otra. Lo clavé del todo sobre mi polla y comencé a darle empujones rítmicos sin sacarla de su culito ni un ápice. Sabía que le estaba dando en el centro de la diana.
-¡Joder, qué me estás haciendo! —exclamó Alberto cuando miró su polla chorreando un líquido blanquecino que salía lentamente—. Me estoy deslechando sin orgasmo.
Yo seguí dándole golpes cada vez más potentes, hasta que le vino el éxtasis, y la cascada de jugo lechoso se transformó en una fuente de chorros enérgicos de color marfil.
-¡Diooooooos! ¡Me corro vivo!
Yo seguí petándole el culo hasta que me llenó la tripa y el pecho de su deliciosa lefa.
Alberto no quería levantarse, parecía que se hubiera quedado pegado para toda la vida. Disfrutaba anonadado, con los ojos cerrados ondeando su cuerpo al vaivén de la piragua. Pero mi rabo necesitaba escupir la lefa de mis cojones hinchados, así que lo descabalgué y se arrodilló entre mis piernas. El pobre no tenía fuerzas ni para mamármela, así que lo enganché de la frente para que me mirase y abriese la boca, y me pajeé hasta que solté unos lechazos tremendos sobre sus cejas, su nariz y su barba. Varios de ellos entraron hasta su garganta directamente. Como si fuera un pincel, le metí la polla, aún dura en la boca, para que me la dejase limpia, y después, lo eché sobre mi pecho para que descansase tras un trabajo bien hecho.
Así nos quedamos un buen rato, yo recostado en la piragua y Alberto tumbado sobre mi pecho, a la deriva en aquel inmenso embalse de los cojones que llegué a confundir con el mar.
Al rato, su semen había hecho las veces de pegamento y nos costó un poco separarnos. Se puso de pie y dijo:
-Será mejor que nos demos un baño para limpiarnos todo esto —y probó un poco de sus restos con la punta de los dedos.
Yo también humedecí uno de los míos con lo que había escupido sobre mi pecho y probé su lefa gustosamente.
-Lástima que se haya desperdiciado con lo rica que está —dije relamiéndome—. Venga, sí. Démonos ese chapuzón.
Tambaleé la piragua de tal forma, que Alberto no pudo evitar caer al agua por la borda. Yo esperé a que sacase la cabeza y me lancé sobre él para volverlo a hundir. Estuvimos dándonos un baño muy agradable disfrutando del agua dulce, hasta que decidimos volver al caserón, donde Tiburcio nos esperaba preparando una deliciosa barbacoa.
Alberto y yo escuchábamos entusiasmados las anécdotas que su abuelo nos contaba al sabor de varias botellas de sidra junto a las ascuas de la fogata.
-Se está durmiendo —dijo Tiburcio al ver cómo su nieto se acomodaba en el tronco del sicomoro.
-Sí, el paseo en piragua ha sido muy intenso —dije tras echarme el último culín.
-Anda, llévatelo. Su habitación es la primera al subir. Hay dos camas. Yo me quedaré recogiendo.
Entre la borrachera y el sueño que tenía, tuve que cargar con Alberto metiéndole el hombro debajo del sobaco y subimos a su habitación. Lo dejé en su cama y yo me tumbé en la de al lado. Me quedé un rato observándolo de espaldas, velando su sueño, hasta que el mío se adueñó de mi conciencia.
...CONTINUARÁ...
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EL AGAVE tercera parte
Amaneció un día soleado, aunque había estado lloviendo toda la madrugada. Lo sabía porque tuve que levantarme un par de veces para atender a Raúl. La habitación que me asignó Jeff estaba reservada para las enfermeras que hacían el turno de noche y el enfermo hizo uso del avisador luminoso que siempre estaba conectado. Mi plan funcionó mejor de lo que supuse porque de adiestrar perros no tengo ni idea, pero lo de enfermero se me da bien, por lo visto. A pesar de los desvelos, me levanté con energía suficiente como para preparar un buen desayuno después de una revitalizante ducha.
-Esta gente con dinero tiene de todo, la despensa y el frigorífico están a reventar —me dije a mí mismo ante tanta abundancia de todo.
Jeff bajó de su habitación al olor de la cafetera y despertó a Raúl con un tierno beso de buenos días. Desayunamos como una auténtica familia, Arizona incluida, que no podía contenerse a la hora de pedir cosillas por debajo de la mesa.
La hora del aseo fue curiosa. Como era sábado, debería ser Jeff el que lo hiciera, pues las enfermeras no vendrían hasta el lunes, pero cuando iba a disponerse a prepararlo todo, Raúl sugirió que fuera yo el que lo hiciera.
-Me gustaría que vieras cómo lo hace Matt, es maravilloso, Jeff.
Su marido se puso cómodo y estuvo observando cómo le hacía la higiene completa a Raúl. Cuando lo tuve completamente limpio, en lugar de taparlo lo dejé en bolas con las piernas abiertas y flexionadas con toda la entrepierna al aire.
-¿No lo vistes? —preguntó Jeff extrañado.
-Ayer comprobé que después de la higiene con jabón le gusta que se lo haga con saliva —dije provocando el ambiente.
-La verdad es que tenía el humor cambiado. Últimamente estaba un poco cascarrabias —dijo Jeff asintiendo.
Cogí la sonda y la levanté posando su polla morcillona sobre el pubis. Bajé y comencé a comerle los huevos. Los succionaba uno a uno y los lamía con gusto. Subía hasta la polla y volvía al escroto para meter la punta de la lengua entre los pliegues de piel. Entonces, el rabo de Raúl se puso duro del todo y fui a deleitarme con su capullo. Me encantaba la cara de placer que se le ponía cuabdo pasaba mi lengua por el surco profundo de su glande. Lo besaba en toda su dimensión mirando a Jeff a los ojos, y este me respondía tocándose el paquete, pero el muy cabrón no se sacó los huevazos. Me hubiera gustado, la verdad.
Después bajé hasta la raja del culo y cuando iba a meterle la lengua, Jeff me detuvo.
-No, el culo no —dijo levantándose y tirando de mi cabeza hacia atrás.
-Ey, pero qué pasa —exclamé sorprendido.
-Jeff, tengo unas ganas que me muero —dijo Raúl desesperado—. Llevo 3 meses sin que me entre nada por el ojete, estoy que no puedo más.
-Lo hicimos una vez, ¿no te acuerdas? —dijo Jeff ofendido.
-Sí, claro que me acuerdo, pero eso fue al principio, fueron un par de minutos y tuvimos que dejarlo. Ahora me siento mucho más preparado. Sabes que me encanta.
-Si lo que temes es que se haga daño en la espalda, tranquilo, no va a moverse —dije para tranquilizar los temores de Jeff—, ni siquiera lo moveré.
Jeff clavó los puños en el colchón, miró fíjamente la entrepierna de Raúl y me dio permiso con un gesto.
Aparté las nalgas morenas y peludas de Raúl y expuse su delicioso ojete a mi lengua. Lo traté con el cuidado que se merecía pero sin dejar de estimularlo con cierto vicio. Me ponía muchísimo que Jeff estuviera observando como le lamía el anillo carnoso, cómo introducía la punta de la lengua y cómo lo besaba babeándolo. Raúl vivió la escena con los ojos cerrados. Al tener la sensibilidad en la zona disminuida, prefirió anular el sentido de la vista para potenciar la percepción del tacto de mi boca sobre su culo. Eso hizo que Raúl jadease y se removiese un poco sobre la cama, algo que alertó a Jeff.
-Ya vale, creo que ha sido suficiente —dijo apartándome de nuevo.
Yo no quise insistir más, pero Raúl lo miró con desaprobación.
Para evitar el mal rollo sugerí pasar la mañana en el jardín. Como la cama disponía de ruedas, salimos a disfrutar del trocito de naturaleza que se habían construido alrededor del casoplón.
-¿Por qué se llama el Agave? —pregunté por curiosidad.
-Sígueme, ahora lo comprenderás —respondió Jeff.
Dejamos a Raúl disfrutando del sol y seguí los pasos de su marido hacia la parte trasera de la casa. Quedé impresionado cuando vi que detrás de una valla de madera había un terreno muy extenso cuajado de agaves. Decenas de hileras de varios cientos de metros.
-Raúl es pastor luterano y yo soy ingeniero, pero teníamos un capricho común, fabricar nuestro propio tequila.
-Claro, entonces el tequila "Calavera del Colorado" es vuestro —dije acordándome de los tragos de la noche anterior.
-Así es. Es una producción pequeña, pero nos da muchas satisfacciones.
Me estuvo explicando todo el proceso de fabricación del tequila y noté que estaba más relajado, no como cuando le comí el culo a su marido. Volvimos al porche para acompañar a Raúl y este preguntó:
-Además de los agaves, ¿le has mostrado a Matt nuestra habitación secreta?
-No creo que sea adecuado —respondió Jeff con tono serio—. La próxima vez que venga por aquí y tú estés en perfectas condiciones, él hará los honores como maestro alpha, pero ahora no lo considero oportuno.
Yo no dije ni pío, sabía a qué habitación se refería. Al fondo del salón había una puerta forrada con la misma tela que la pared, estaba perfectamente camuflada, sin embargo, la cerradura indicaba que allí debía haber algo importante porque era la típica de puerta blindada. Ante mi silencio, Raúl me guiñó un ojo, y en una de las ocasiones en las que Jeff se ausentó para traer un aperitivo, me dijo dónde podría conseguir la llave. El resto de la jornada fue muy relajada. Después de la comida, decidimos echar una siesta, pero yo tenía más curiosidad que sueño, así que me hice con la llave y entré en aquella misteriosa habitación. Me quedé más sorprendido aún que con los agaves. Aquello era como un puto taller mecánico pero en lugar de las herramientas habituales, había un arsenal perfectamente organizado de juguetes y artilugios para disfrutar del sexo no convencional. La habitación secreta de Christian Grey era un bazar chino de todo a cien comparado con aquel cuarto de paredes negras. Me llamó especialmente la atención un columpio de cuero también negro que colgaba del techo con unas largas cadenas. En un burro, había unas veite perchas con trajes látex, cuero y neopreno además de varios tipos de arneses. Sobre una gran repisa, había botes de lubricante tamaño XXL, succionadores de polla y dildos inflables. Debajo, un par de cajas con cuerdas de todas las texturas. En una pared había hierros incrustados de los que colgaban cadenas y en otra, varias máscaras y mordazas de sometimiento. En una esquina arrumbados, había diferentes potros hechos con maderas para sujetar a sumisos hambrientos. Bajo un trapo blanco, que retiré con cuidado, había una máquina de sexo, una "fucking machine", de esas que simulan los movimientos repetitivos de una follada al ritmo que tú le pongas. Junto a ella, había una maleta con dildos adaptables para cada ocasión. También disponía aquella cueva del sadismo de un fregadero, una ducha doble, y un frigorífico. Y por supuesto, a lo largo de la tercera pared, un panel donde ordenadamente por tamaños podrías escoger el dildo de la forma y el color que quisieras.
Excitado por aquel despliegue de oportunidades, me desnudé y me coloqué unas pezoneras. Cogí una cuerda y me la fui pasando por el cuello, la espalda, los sobacos y de allí a las ingles para pasármela por debajo de los huevos y hacerme una especie de "jock strap", dejándome la raja del culo libre. Con otra cuerda más fina me até los cojones separando cada huevo y di tres vueltas a mi rabo que ya lo tenía duro como una piedra y goteando. Pillé un bote de lubricante y escogí un dildo de tamaño medio. El día anterior follé las bocas de mis anfitriones y le peté el culo a Jeff, pero a mi ojete no le hizo caso ninguno de los dos maromos, y ya me picaba de las ganas. Así que me recosté en uno de los potros, me unté bien de lubricante y me metí aquella polla de silicona negra que me abrió los poros de todo el cuerpo. Joder, qué bien me entraba. Me sentía atado y pellizcado por diferentes zonas y sin embargo, mi ojete se dilataba cada vez más. Pero no quería hacerlo rápido, me apetecía una follada lenta para sentir lo más detalladamente posible las sensaciones anales. Por eso tampoco me tocaba la polla, ya algo enrojecida por la presión de la cuerda. De repente, se abrió lentamente la puerta, pero no paré. Lo primero que vi fue la estructura metálica de la cama de Raúl y después su cara con una amplia sonrisa. No podía decir lo mismo de la expresión de su marido. Arizona, cómo no, también entró a olisquear.
-Veo que no has tenido paciencia para esperar a tu próxima visita —dijo Jeff.
-A Jeff le atrae más la plantación de agaves, pero para mí, esta habitación es mi trocito de cielo en la tierra donde doy rienda suelta a mis fantasías —explicó Raúl—. Solemos invitar a algún conocido de vez en cuando para que haga de maestro de ceremonias en largas sesiones.
-Es una puta gozada de sitio, la mejor habitación de la casa, desde luego —dije sin dejar de petarme el ojete—. Raúl necesita esto, lo que yo estoy sintiendo ahora mismo.
-No creo que sea lo más adecuado —dijo Jeff intentando quitarme la idea de la cabeza.
-Pero con cuidado no pasará nada —suplicó Raúl—. En el columpio tendré la espalda inmóvil.
-Jeff, puedes estar tranquilo —dije intentando mediar—, sabiendo lo que hay, intentaremos no correr riesgos.
Por la sonda no había problema, podíamos colgarla de columpio, y con el gotero tampoco, ya que hasta la noche no tendría que meterse más medicación, así que Jeff, en un gesto de aprobación, se acercó a la puerta, echó a Arizona de la habitación y la cerró con un pasador de hierro.
-De acuerdo, pero antes habrá que brindar con Calavera del Colorado —dijo el americano sacando tres vasos de chupito y una botella del congelador.
Los ojos de Raúl se encendieron de ilusión. Yo me saqué el dildo de culo y Jeff preparó protocolariamente unos tequilas. Brindamos por una buena sesión y luego me pidió ayuda para prepararlo todo. Colocamos con mucho cuidado a Raúl en el columpio cogiéndolo en bloque con la ayuda de la sábana bajera. Sin más preámbulo, Jeff empezó a darle de comer su rabo blanco y sus tremendas pelotas peludas, yo continué con la comida de culo que dejé a medias tras el desayuno. Después de tanto tiempo, es cierto que el ojete de Raúl estaba un poco cerrado, pero las lamidas de la mañana le habían hecho recordar su capacidad de dilatación de tal manera, que cuando fui a amorrarme de nuevo, pude ver cómo estaba bastante suelto. Se lo comí durante un buen rato. Gordito y peludo, aquel culo estaba delicioso, joder. Luego cogí el bote de lubricante y un dildo en forma de cono más bien pequeño de tamaño, y le entró de puta madre. Con la polla de Jeff en la boca, Raúl emitía unos gemidos de ultratumba. Su ojete se aflojaba cada vez más. Muestra de ello es que ya iba ofreciendo menor resistencia y tragando más centímetros de silicona en forma de polla.
-¿Crees que está preparado? —dijo Jeff todavía dándole rabo por boca.
-Yo creo que sí. Tampoco quiero agrandarle mucho el ojete, que quiero que sienta el grosor de nuestras pollas en toda su dimensión —dije sacándo el pequeño dildo.
Jeff hizo lo mismo con su nabo. Bajó hasta la cara de Raúl y le pidió que lo besara.
-Quiero que sientas mis besos en una conexión especial con la polla de Matt. Quiero que sea el enfermero el que te desvirgue después de tanto tiempo.
-Bésame —susurró Raúl, ya medio ido por el placer.
Aquel romántico momento me hizo gotear de inmediato. El culo de Raúl estaba ya suficientemente lubricado, pero yo agregué de mi caldo pincelándolo con mi prepucio chorreante. Me retraje el pellejo y puse mi cabeza brillante en contacto con el anillo palpitante de Raúl. Solo del roce, gimió mientras besuqueaba a Jeff. Fui empujando poco a poco pero estando pendiente de cualquier movimiento inadecuado. El roce era evidente. El diámetro de mi rabo era el doble que el del dildo con el que había estado jugando, pero a pesar de notar cierta resistencia, entraba muy bien. Raúl y Jeff seguían en un beso cada vez más apasionado y gemían al unísono. Raúl ordeñaba a Jeff y mi petada se enfurecía. Los tres estábamos en una conexión mantenida y aliñada por el tequila. Parecíamos una perfecta cadena de montaje. No quise hacer más filigranas por no menear mucho a Raúl, pero no quería dejar de intercambiarme con Jeff para que ambos supiéramos cómo era estar en el lugarvdel otro. Así que, saqué el rabo del culito de Raúl y Jeff metió el suyo. Yo me fundí en un beso muy húmedo y jadeante mientras Raúl me ordeñaba. Entonces, Raúl apartó sus labios por unos segundos, y dijo:
-Quiero que me preñéis ambos.
-Eso está hecho, cabronazo —dije cogiendo una cuerda de la pared y atándola a los cojones a Jeff.
Volví a los besos con Raúl, él al ordeñamiento de mi rabo y Jeff a la follada de su marido. Entonces, en un momento de máximo placer, alertado por los gemidos de Raúl, tiré con fuerza de la cuerda, estrangulando los cojonazos de Jeff de tal manera, que no pudo evitar deslecharse dentro de Raúl. Gritaban como putos descosidos. El orgasmo del americano duró más de un minuto, claro que a ello contribuyó que yo no paraba de pegarle tirones de los huevos.
Jeff dejó que la polla saliese al quedarse floja y entonces, me cedió el puesto de nuevo. Pero esta vez, Raúl quiso relamerle el nabo flojo a Jeff mientras este acariciaba su polla sondada. Raúl solo gemía y decía:
-Soy feliz, soy muy feliz.
Raúl columpiándose al ritmo de mis embestidas, loco de placer y relamiendo las pelotas y la picha floja de su marido; yo metiéndole el rabo hasta los huevos; y Jeff pajeando suavemente el rabo duro de Raúl ensartado por la sonda. Será una imagen que nunca borraré de mi memoria.
Antes de lefarlo, agarré la botella de tequila y me pegué un buen trago, que mantuve en la boca para no dejar escapar ni un suspiro en el momento de mi orgasmo. Así, toda la fuga de energía me saldría por la polla. Cuando llegó el momento, casi me caigo al suelo del gusto que sentí. Parecía que no iba a dejar de lefar. Sentía mi semen salir a chorros por mi uretra rellenando a Raúl como a un pavo en Navidad. Raúl me acompañó con su corrida antes de que yo terminase con la mía. Y entonces, Jeff acercó su boca a la polla de Raúl y fue recogiendo con la lengua las tímidas gotitas que surtían de la uretra petada de su marido.
Deseaba sacar mi nabo de su culo por la propia presión del esfínter cuando se queda la polla floja, como pedí a Jeff que hiciera cuando tenía el turno de la petada, pero tuve que sacarla dura como una piedra porque aquello no se me bajaba. Fue una experiencia demasiado morbosa.
Dejamos que Raúl estuviera acostado en el columpio todo el tiempo que estuvimos los tres en bolas bebiendo tequila y hablando de muchas cosas. Aquella habitación mágica tenía mucho magnetismo, invitaba a no abandobarla jamás.
Pero aquello no podía ser. Yo debía seguir mi camino y ellos volver a su rutina para la más pronta recuperación de Raúl.
Me pidieron por activa y por pasiva que me quedase.
-Es la primera vez desde el accidente que he sentido todo en mi entrepierna como antes. Seguro que con tus cuidados me recuperaré antes.
Jeff le quitó la idea de la cabeza. Él también deseaba que me quedara, pero lo del chantaje emocional no le pareció oportuno.
Devolvimos a Raúl a su cama, lo sacamos al salón hospitalizado y lo aseé por última vez, mientras Jeff preparaba una sabrosa comida de despedida. Tal y como ocurrió con otros muchos anfitriones anteriores, Jeff y Raúl me proporcionaron ropa limpia, comida para un par de días, una botella de tequila, cómo no, y algo de dinero. Yo me negué a esto último, me parecía un abuso, pero ellos insistieron encubriendo su generosidad con la excusa de mis servicios prestados de enfermería.
-Matt, siempre te estaré agradecido por lo que me has hecho sentir —dijo Raúl con lágrimas en los ojos y una amplia y carnosa sonrisa.
-Ya sabes que siempre que pases por aquí, tendrás comida, sexo y tequila —exclamó Jeff entre carcajadas—, y por supuesto, a dos buenos amigos.
-Sois muy generosos conmigo. Solo puedo deciros que nunca os olvidaré, y amenazo con volver por aquí algún día, seguro.
Jeff se quedó con Raúl en el salón y Arizona, que no se separaba de mí, me acompañó al jardín. Al fin y al cabo, fue con el precioso labrador con el que crucé sin permiso aquella puerta.
-Espero verte pronto, Arizona —dije achuchándolo.
Tampoco olvidaría nunca los sollozos de Arizona que se fueron apagando solo con la distancia del camino.
...CONTINUARÁ...
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EL AGAVE segunda parte
La jornada fue muy fructífera. Largas conversaciones con Raúl y entretenidos ratos de esparcimiento con Arizona me hicieron sentir como en casa. Jeff llamó a Raúl por teléfono en varias ocasiones, y este le soltaba una mentira más gorda en cada llamada. Antes de la puesta de sol, sentí el motor de un coche. Me asomé por una ventana y vi cómo se bajaba un tipo trajeado y con el pelo café claro cortado al uno, supuse que sería Jeff. Anuncié su llegada a Raúl y me pidió que me mantuviese a su lado junto a la cama articulada. Se abrió la puerta y entró maldiciendo a Arizona.
- Lo sabía, por eso quería recogerlo yo. No sé qué porquería de adiestrador será ese tío que no le ha enseñado a respetar mis petunias.
- Hola, cariño —dijo Raúl al verlo en el quicio de la puerta del lujoso salón hospitalizado—. No te enfades. Arizona es solo un cachorro, y precisamente para eso has contratado a un adiestrador, para que aprenda a respetar.
- Hola, soy Matt, la porquería de adiestrador —dije temiéndome lo peor.
- Así que eres tú —me miró extrañado—. Pero yo no contraté a ningún adiestrador —dijo mirando a Raúl—. En la estación me dijeron que habían venido a recogerlo de parte de mí, entonces supuse que habías descubierto la sorpresa y te adelantaste.
- Nada que ver, Jeff. Siéntate y te cuento la historia —dijo Raúl dando una palmadita sobre el colchón.
- ¿La historia? —exclamó sin entender nada—. ¿Y la enfermera?
Yo no sabía dónde meterme.
Jeff era norteamericano, de mediana estatura, 1,75 más o menos. Sus incipientes arrugas decían que estaba entre los 40 y los 50 años, pero se mantenía en forma. Tenía unos hermosos ojos grises y brillantes, los labios finos y la piel blanca, un tanto enrojecida por el sol. Tenía buena pinta, y hacía buena pareja con Raúl, desde luego. Por mi parte, me excusé y dejé que Raúl lo pusiese al tanto de todo.
- Si me disculpáis, voy a preparar la cena.
De tanta ida y vuelta para atender a Raúl ya me conocía perfectamente la planta baja de la casa. Preparé una rica cena para los tres y al volver al salón, Jeff ya me miraba con otros ojos y me sonreía.
- Así que no solo secuestras a mi perro, que me ha destrozado el jardín, sino que también usurpas la identidad de dos profesionales —dijo tirando de ironía—.Por no hablar de las mentiras que me ha colado mi marido por teléfono y de la follada de boca que le has pegado.
¡Joder! Yo quería salir de allí corriendo. Creí que iba a matarme cuando se levantó y vino hacia mí. Tras mirar el carrito donde traje la cena dijo:
- Supongo que te quedarás a dormir.
- Lo haré encantado, si es lo que desea, Jeff —dije tragando saliva.
- Perfecto —dijo sentándose a la mesa de roble que había junto a la cama de Raúl—, pero no me llames de usted, que de postre te vas a comer mi polla.
Cenamos los tres al mismo tiempo, Jeff y yo en la mesa y Raúl en su cama, mientras Arizona intentaba rascar algo de comida mordisqueando nuestras piernas. Tuvimos una conversación que fue subiendo de temperatura poniéndome al día de sus gustos sexuales. Tomé buena nota, pues me gusta ser agradecido con quien me da cobijo, algo que en mi periplo de las últimas semanas viene siendo habitual.
Terminada la cena, Jeff sirvió unos tequilas y ambos nos sentamos en un sofá justo en frente de la cama de Raúl. No había querido cambiarse de ropa, seguía con su traje impecable. Después del segundo trago, abrió las piernas y sacó el contenido de su paquete. Sobre un par de huevazos bien gordos, peludos y colganderos, yacía un rabo blanco no muy grueso y con prepucio. Parecía un nido de pájaros estrangulado por la bragueta.
- A Raúl le encanta observarme cuando disfruto, y a mí me pone muy burro que me mire fíjamente —dijo Jeff dando el pistoletazo de salida.
No me lo pensé. Para que Raúl tuviera campo de visión, me coloqué al lado de Jeff y bajé a explorar aquella maravilla. Si mis manos me ofrecen sensaciones increíbles, con la boca y el olfato, soy capaz de percibir una variedad de estímulos muy superior. Posé mis labios sobre el pajarito, lo besé desde el nacimiento hasta el pellejo. Me embriagó el aroma de sus cojones. Por muy aseado que fuera, después de todo el día trabajando, de su pubis emanada un intenso aroma hormonal que me puso a cien. Besé sus redondas y voluminosas bolas, las lamí, degusté su sabor americano y enterré mi nariz en su mata de vello y sus ingles húmedas. Joder, aquello me dio un subidón más fuerte que el puto tequila. Entre tanto beso y lamida, el pájaro creció de forma exponencial, nadie hubiera dicho que se alargaría tanto, es lo que tiene estar enmarcado en un escroto tan grande, que la polla parece más pequeña de lo que es. Seguí lamiéndola hasta que alcanzó sus 17 centímetros de eslora y procedí a mamarla de arriba abajo. Me había quedado con ganas de ensartarme la polla de Raúl, pero no pudo ser por estar sondada, estoy seguro de que esto era obra del karma, me merecía un rascado de garganta y me vino de la polla de su marido. Jeff achinó sus ojos grises en cuanto sintió el calor de mi boca en su rabo y comenzó a suspirar.
- Qué cabrones —exclamó Raúl desde la prisión de su colchón—. Os estáis tomando la revancha, jajajaja.
Lo miré de reojo mientras seguía mamado a Jeff y Raúl se estaba acariciando la punta del capullo completamente empalmado. Molaba muchísimo ver aquel nabo con la pajita clavada. Jeff se desabrochó la camisa y dejó su torso al aire. Parecía un oso con tanto pelo, no había discontinuidad entre el pecho y la barriga, todo fundido con el pubis. Con mi mano izquierda, erotizaba sus pezones y con la derecha jugaba con sus pelotas. Daba gusto tenerlas entre las manos, parecían huevos de pato, ufff, menudas pelotas. Noté que se sobreexcitaba al apretárselas. Las cerraba en el puño y hacía presión acelerando la mamada. Raúl me dio alguna que otra instrucción.
- Cógele los huevos solo por la piel y deja las pelotas debajo del puño —y así lo hice soltándole el rabo—. Ahora aprieta y tira para abajo.
¡Joder! Jeff tuvo una reacción espectacular. Guiñó los ojos y estiró su cuerpo con aparente dolor, pero los ánimos de Raúl me hicieron no cejar en el tirón.
- ¡Vamos, tírale fuerte! ¡Aguanta! Eso lo enciende de gusto.
Efectivamente, Jeff me miraba suplicando, pero sus manos no intentaban apartar las mías ni su cuerpo se cerraba para proteger su escroto ahorcado por mi mano ejecutora. Todo lo contrario, su voz quejicosa pedía más y más en el fondo. Era una especie de demanda encubierta en plan "no me tires tanto que al final me voy a correr sin que me toques la polla". Más se quejaba, pues yo más le tiraba al tiempo que mordisqueaba sus pezones. Cuando sus quejidos se convirtieron en gemidos, Raúl me llamó la atención.
- ¡Para, Matt! ¡Suéltale los huevos!
Como si fuera un resorte, abrí las manos y las aparté de su cuerpo. Jeff entonces, se retorció como una serpiente y pegó unos alaridos de impotencia brutales. Pareciera que se quejaba por haberlo dejado al precipicio del orgasmo al detener la estimulación escrotal y de sus tetillas.
- Jeff está muy interesado últimamente en el "edging" —apuntó Raúl—, me estoy haciendo un maestro del control de la eyaculación.
- De eso yo sé un rato, no te preocupes, pero está bien que me hayas avisado —dije agradecido.
Era algo de lo que no habíamos hablado durante la cena. Raúl era el kinky de la relación. Le gustaba el cuero, el neopreno y disfrutaba con bue fisting, pero Jeff era más vainilla, había tenido malas experiencias con el kink y solo aceptaba el "ball busting" como recuerdo excitante de aquella época de exploración de nuevas prácticas sexuales.
Mi rabo pedía guerra, lo tenía encarcelado en mi pantalón, y conociendo la versatilidad de Jeff, supuse que darle por culo podría ser un buen recurso para seguir jugando a aquel reto de resistencia a la corrida. Aprovechando que había detenido mis maniobras bucales y manuales, me puse de pie y me platé frente a Jeff. Poco a poco fui bajando mis pantalones y mis calzoncillos hasta que excarcelé mi ansioso rabo duro. Cuando Jeff lo vio saltar y vio su curvatura dijo:
- La tienes más torcida que la mía, y con más pellejo, joder —le gustó por su sonrisa.
Se acercó a mis cojones y los estiró con suavidad, luego abrió su pequeña boca y la chupó como un polo de fresa. Jugó con mi prepucio un buen rato hasta que me descapullo y su lengua hizo que mi glande se volviese aun más grueso y violáceo por la humedad, el calor y el roce. Raúl, que seguía masturbándose con delicadeza, dijo:
- Matt, hazlo —me vio las intenciones.
Entonces, aparté la cabeza de Jeff de mi pubis y le di un pequeño empujón hacia atrás. Cayó recostado en el sofá. Yo me arrodillé y sin quitarle del todo el pantalón, se lo bajé hasta la mitad de los muslos. Sus piernas eran fuertes y definidas, además de muy peludas. Se las levanté y quedó su culazo superpeludo coronado por sus enormes cojones expuesto hacia mi cara. Me ponía muchísimo verlo en aquella postura. El tío que quería darme de mamar como revancha hacia su marido, ahora estaba indefenso como un pollo asado pero trajeado. Con aquella delicia de culo hice lo mismo que cuando se sacó la polla y los huevos al principio. Lo olisqueé durante un rato con inspiraciones profundas y besos húmedos, hasta que no pude más y empecé a devorarlo. Qué rico estaba, qué untuoso, qué carnoso, qué peludo, qué sabroso. Mi lengua subía desde la rabadilla hasta el perineo y volvía a bajar. La zona de su ojete estaba el triple de caliente que el resto de la raja y me entretenía lamiendo su esfínter como lo haría Arizona con un cuenco de leche. Jeff contraía y dilataba el ojete a su atojo y me daba pistas sobre lo que quería que le hiciera. Cuando lo contraía le daba lamidas más fuertes e incluso le rozaba con mi barbilla rasposa, y cuando lo abría, intentaba mordisquear y succionar el grueso anillo además de meter la lengua a saco. Se lo dejé bien preparado y hambriento de rabo. Sus gemidos me decían claramente que me lo follara, pero Raúl lo hizo verbo.
- Matt, ahora. Si yo pudiera no dudaría en petar ese ojete, sé muy bien cómo le gusta, pero tu polla sabrá como hacerlo igualmente. Dale caña.
Como mi capullo es un poco tímido, aunque Jeff me lo había descapullado para comerme el gajo, mi gran prepucio había vuelto a cubrirlo. Me gusta acariciar el ojete húmedo con el pellejo baboso antes de petarlo, así que aparté la espesura de vello que ocultaba el agujero de Jeff, lo acerqué y me lo meneé para darle latigazos sonoros y así lubricarlo un poco. Después desenfundé mi glande y lo encajé en el orificio. Poco a poco fui metiendo mi nabo hasta que desapareció la mitad. Encontré un poco de resistencia, así que agarré los cojones de Jeff y tiré de ellos hacia mí. Un alarido de gusto se escapó de su boca jadeante y aproveché la inspiración posterior para meter tres cuartos de mi polla y suavemente comencé a moverme. Sus gemidos ya fueron acompasados con la entrada y la salida de mi rabo. Qué culito más jugoso, redondo y superpeludo, uffff. Me encantaba tirar de sus cojones cuando le petaba el culo hasta el fondo. Que llevase el traje puesto me ponía más cachondo aún. Me recordaba a un jefe que tuve en uno de mis trabajos que era un tirano, y ahora yo estaba resolviendo mi frustración por no matarlo follándome a Jeff.
- ¿Lo estás gozando, amor? —preguntó Raúl superexcitado.
- Ufffff, sí, muchísimo —dijo con la voz entrecortada por el placer—. Lástima que no estés en condiciones de probar este rabaco.
Pensé que no había sido bonito aquello que dijo, porque precisamente ese era uno de los deseos más potentes que tenía Raúl, y además, yo le había prometido hacerlo realidad. Me dio rabia y la descargué tirándole más fuerte de los cojones y follándomelo con más potencia.
- No te adelantes a los acontecimientos. Raúl tendrá su ración de rabo si lo desea, solo hay que hacerlo de la forma adecuada para no lastimarlo. Pero no se lo niegues —le dije parando la petada.
- Tú ocúpate de follarme y no te metas en nuestros asuntos —dijo para provocarme claramente.
Todavía empujé mi cuerpo con más ganas y además de apretarle más las pelotas, se las retorcí.
- ¡Joder! ¡Vas a hacer que me corra, cabrón!
Entonces, añadí a la petada y a la tortura testicular una paja. Le cogí el rabo y lo masturbé rápido durante unos segundos, luego paré en seco y me aparté de él sacándo mi nabo. Jeff se retorció como la primera vez ante el borde del orgasmo.
- Estás hecho un maestro, Matt —dijo Raúl sobando sus pequeñas pelotas y disfrutando de cómo me follaba a su marido—. Creo que se merece otra jugada por la tontería que acaba de decir.
Me puse de pie y coloqué a Jeff de lado sobre el sofá.
- Sigue agarrándote las piernas, no pierdas la postura —indiqué al pollo trajeado.
Aunque seguía con el culo en pompa y de lado, mantenía las piernas abiertas, entonces, le agarré las pelotas y la polla y las pasé entre los muslos obligándolo a cerrarlos de tal forna que yo podría seguir petándole el culo mientras sus huevos y su rabo eran accesibles para mí e invisibles para él.
- ¡Vamos, dale caña otra vez! —gritó Raúl
Le metí un pollazo que vio las estrellas, al tiempo que apretaba todo el conjunto genital. El cabrón de Jeff, sudaba ya como un cerdo y sus jadeos eran cada vez más sonoros. Sin dejar de meter polla, comencé a darle palmaditas suaves en los huevos. Quería ir de menos a más para comprobar su umbral del dolor. Tampoco quería pasarme. Como vi que iba aceptando los golpecillos, aumenté la fuerza y le di otra tanda de palmadas. Esta vez se quejaba con más gana. Iba combinando el "ball busting" con la masturbación. Cuando veía que se acercaba el orgasmo paraba, y cuando se relajaba, continuaba. Me lo estaba pasando de puta madre.
- Al final no te has salido con la tuya —dijo Raúl que disfrutaba como un puto voyerista—. Querías lefarle la boca a Matt y al final será él quien te lefe el culo.
- Es que su polla es demasiado buena como para perdérsela —dijo Jeff.
Pero ahora era Raúl el que se equivocaba. Había sido un gran colaborador para poder complacer los gustos de Jeff, y se merecía un premio, así que la corrida sería para su boca, y la de Jeff, tal y como empezó el juego, sería para la mía.
Viendo que Jeff ya había estado al borde del abismo orgásmico en más de diez ocasiones, saqué mi polla y me senté en el suelo para poder tratar sus bajos de forma oral y manual. Seguí comiéndole la polla, tirándole de los cojones y metiéndole un dildo de bolas que él mismo me ofreció. Lo sacó de entre los cojines del sofá, fue toda una sorpresa. Se lo metía entero y lo iba sacando poco a poco. Luego volvía a metérselo y lo sacaba rápido. Aquél juguetito era una puta gozada.
Con toda aquella estimulación al mismo tiempo, la cosa no podía tener otro fin, así que cuando tiré del dildo a la vez que de los cojones y teniendo su polla en mi boca, Jeff empezó a lefármela de forma inhumana. ¡Joder, cuánta lefa! Fue inpresionante. Notaba la boca llena, y aunque no estaba dispuesto a dejar escapar ni una gota, me fue imposible, mi postura retorcida en el suelo no era la ideal, estaba demasiado a favor de la gravedad, creándose una charquito de su delicioso semen a los pies del sofá.
Jeff, sin levantarse del mismo, recompuso su postura y quedó derrotado abierto de piernas mirándo con los ojos entreabiertos y la cara roja como un tomate a su amado Raúl, que le devolvía su mirada morbosa.
Pero yo no había terminado mi faena, así que me acerqué a la cabecera de la cama y me pajeé fuerte para lefar la boca de Raúl por segunda vez en el día. Llegándome el orgasmo, dejé que siguiera él con su boca y sus manos mientras yo terminaba de pajear su polla durísima y ya roja de tanto frote.
- Traga, Raúl, traga —dije mientras lefaba su garganta.
Y su cuerpo convulsionó de nuevo sin echar más que unas tímidas gotas de lefa por culpa de la sonda. No es lo mismo, claro. Su corrida de la mañana ya estaba en la bolsa mezclada con la orina, había ido saliendo a lo largo del día.
Me senté exhausto junto a Jeff, y este sirvió unos tequilas para rematar la velada.
La nota de humor la puso Arizona, que tras observar con la inocencia de un perro como tres perrakos humanos se enzarzaban en un "sindios" de follisqueo, se acercó en busca de caricias y sin darnos cuenta, limpió a lametazos la lefa de Jeff que no pude aguantar en mi boca.
Terninamos tarde, y Jeff, muy amablemente, me indicó dónde podía pasar la noche, en un cuarto de puta madre que había entre la cocina y el salón. Así que cada mochuelo deslefado a su olivo.
Iba a venirme de puta madre descansar en aquella cama. Mientras se cerraban mis ojos, pensé que al día siguiente debía partir de nuevo, pero antes tendría que darle a Raúl lo prometido.
...CONTINUARÁ...
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EL AGAVE
primera parte.
La estación de ferrocarril estaba bastante concurrida. Para mí era algo un tanto extraño porque llevaba varias semanas sin ese bullicio típico de los lugares públicos y me sentía demasiado observado, algo que para un puto voayeur como yo no es del todo cómodo. Mis pintas tampoco contribuían a pasar desapercibido, no eran de lo más agradable a la vista, la verdad. Aunque Enrique me regaló un par de mudas, ya tenía necesidad de una buena lavada tanto la que llevaba puesta como la que estaba hecha un ovillo en mi mochila.
Mis caminatas eran de varios kilómetros diarios pero parecía que no avanzaba a penas, así que pensé que sería buena idea colarme en el próximo tren que pasase por allí para adelantar en mi ruta hacia el mar. Poco a poco se fue despejando la estación, pasaron tres trenes durante toda la tarde pero no pude subirme a ninguno de ellos porque no tenía ni una moneda y tampoco pude despistar al revisor que me observaba, si cabe, mucho más el resto de viajeros. Fue ya anocheciendo, con la estación completamente vacía, cuando el revisor se me acercó y me dijo:
- Llevo todo el día echándote el ojo. ¿Qué hace alguien como tú por aquí?
- Espero el próximo tren —dije para sacarle información a sabiendas de que podría descubrir mi mentira.
- Hasta pasado mañana no pasará un tren de pasajeros —dijo con desdén—, será mejor que te largues de aquí, debo cerrar la estación y esto no es un lugar para okupas sin techo.
El hambre y el cansancio ya habían hecho mella en mí y no tenía ninguna intención de abandonar aquel sórdido aunque útil cobijo. Tenía que convencer como fuera al ferroviario para que me dejase en paz. Era un tipo de unos 50 y tantos años y bien parecido, con bigote tipo mejicano y pelo grisáceo. El uniforme le quedaba un poco estrecho y su paquetón bien marcado me iluminó en cuanto a una posible solución a mi problema.
- Necesito ir al aseo antes de salir —dije echándome la mochila al hombro.
- Está bien, pero rapidito que está mi mujer esperándome con la cena caliente —dijo recolocándose el paquete.
Entré a los servicios y me metí en uno de los váteres. Me desnudé por completo y espere sentado a que el revisor abriese la puerta. Cuando vio que tardaba tanto, entró gritando.
- ¡A ver, qué pasa! ¿Te has colado por la taza?
- ¿Cuánto tiempo hace que tu querida mujer no te hace una mamada en condiciones? —pregunté para provocarlo.
Entonces, frenó su intención de sacarme de allí a rastras, se ve que lo que vio le hizo cambiar de opinión. Ahí estaba yo en pelota picada sentado en el váter con las piernas abiertas y con el rabo duro haciéndome un pajote suavemente. Él se quedó paralizado y comenzó a sudar como un cerdo. No podía apartar la vista de mi entrepierna. Un gotarrón de líquido preseminal resbaló desde mi glande violáceo por todo el tronco de mi nabo al bajar mi prepucio, y para mayor provocación, lo cogí con la punta del dedo y me lo llevé a la boca, me relamía con gusto y miraba su paquete con deseo. Hubo unos segundos de indecisión en los que el pobre no pudo reprimir una erección perfectamente visible en su prieta bragueta, entonces miró hacia la puerta de los servicios para cerciorarse de que allí estábamos él y yo solos y se abrió el pantalón. Yo me incorporé hacia su cuerpo y saqué un tremendo rabo gordo y morenazo de sus calzoncillos antiguos. Era de cabeza gorda y venas reventonas. Me lo metí en la boca y le hice una mamada espectacular. No usé las manos en ningún momento, preferí rodear con ellas sus muslos para empujarlo hacia mi cara y sentir el capullo en toda su dimensión follándome la boca. El muy cerdo gemía con ronquera y sudaba la gota gorda con aquel uniforme gris corbata incluida. Él no quiso tocarme en ningún momento, tenía los brazos en cruz apoyándose en las paredes del cubículo y la vista hacia el techo. Su buen rabo no tardó en escupir una espesa lefa que disfruté mientras me pajeaba yo también. Yo tampoco tardé mucho en lefarme los muslos, me excitó muchísimo su rápido cambio de opinión y por qué no decirlo, saber que se acordaría de mi mamada cuando tuviera el plato de sopa humeante delante cocinado por su amable y paciente esposa.
Una vez que le dejé el capullo impecable se vistió, se acercó al lavabo que había enfrente, sé refrescó la cara y recompuso su uniforme mirándose al espejo. Yo seguía en bolas comiéndome mi propia lefa repartida entre los pelos de mis piernas y mis manos. Sin darse siquiera la vuelta me dijo:
- En un par de horas pasará un mercancías, hará una parada técnica de 5 minutos. Los últimos vagones irán cargados de ganado. Por cierto, en el armario de la entrada hay ropa olvidada, cámbiate, das un poco de asco —y se fue sin más.
Me dejó encerrado en la estación con un buen plan de escape y el regusto de su lefa madura en la garganta, y tal y como me informó, 2 horas más tarde escuché el pito del mercancías que se acercaba. Entonces, me agazapé delante de una marquesina de publicidad para no ser visto por el maquinista, y cuando la locomotora pasó a mi altura giré y me puse detrás. Esperé a que se detuviese y tuve mucha suerte. Efectivamente, los tres últimos vagones venían cargados de animales. El antepenúltimo traía cerdos, el penúltimo corderos y el último iba con animales domésticos en sus jaulas individuales. Escogí ese último con la excusa de hacerme pasar por adiestrador de alguno de ellos, todos tenían muy buena pinta, estaban muy bien cuidados, así que me arriesgué y me colé por la trampilla del techo. Los pobrecillos lloraban al verme pero no hubo problemas, ya que el ruido infernal del motor disipaba toda posibilidad de ser descubierto. El convoy se puso en marcha y me acomodé rumbo a un destino incierto.
Para ir sobre seguro, elegí hacerme amigo de un precioso labrador con carita de buena persona que estaba en una jaula especialmente lujosa. Si pretendía pasar por adiestrador para unos ricachones, qué mejor serlo de los que más lo aparentarían por cómo trataban a su perro. No solo me gané su confianza con caricias y las migajas de comida que me quedaban en la mochila, sino que pude aprenderme los datos de su futuro dueño que figuraban en un sobre plastificado que la jaula llevaba pegado en el frente para su identificación. Gracias al cambio de simpatía del ferroviario tras la mamada, pude asearme con tiempo y cambiarme de ropa con algunas prendas que rebusqué donde me indicó. Estaba más o menos presentable.
Tras varias horas de viaje, en las que me dio tiempo a echar hasta un sueño largo, el tren empezó a perder velocidad y me preparé para aparecer en el andén sin levantar sospechas. Salí por el techo y me quedé enganchado al culo del tren. En cuanto se detuvo, salté a la vía y me puse junto al vagón esperando a que un operario que se acercaba mirándome, abriese la puerta de descarga.
- ¿Espera a alguien? —dijo mientras abría el candado—. Aquí solo hay animales.
- Sí, bueno, no es una persona, es un perro, soy el adiestrador de Arizona, un labrador muy coqueto que ya tendrá ganas de verme, seguro.
El buen mozo, que tendría unos 25 años, me miró extrañado y me dio la espalda para correr la puerta. Mi mirada, como un acto reflejo, se quedó clavada en hermoso culito, uffff. Un buen culazo respingón totalmente ajustado a los vaqueros que me hicieron babear por el nabo. Todavía me sabía la boca a la lefa del otro ferroviario y me hubiese encantado combinar ese sabor entrerrando mi boca en aquella profunda raja bien marcada. Me entraron unas ganas de comerle el culo, ummm. Pero no tenía tiempo para seducirlo, fue una lástima. Me sacó de aquella tentación el propio Arizona, en cuanto me vio, se puso a lloriquear y a menear el rabo de alegría. Aún así, el mozo buenorro no terminaba de fiarse de mí.
- Este no es el protocolo —dijo cogiendo el sobre plastificado con la información del perro.
- Claro, lo entiendo. Es que el Sr. Montenegro está siempre muy ocupado y me pidió el favor de venir a buscar a su nueva adquisición.
En esto, se acercaron tres personas que venían a recoger a sus canes y aquello me tranquilizó, vi que no era tan extraño lo que estaba haciendo. Aun con desconfianza, el guapo ferroviario permitió que me llevara a Arizona, que agradeció enormemente la liberación de aquel lujoso a la par que aparatoso jaulón.
Fui dando un paseo por la ciudad durante varios minutos y preguntando a los transeúntes conseguí llegar hasta el domicilio del Sr. Montenegro. Era un casoplón estilo indiano colonial, con un gran jardín repleto de plantas y árboles aunque también tenía una gran explanada de césped y hasta una fuente de piedra coronada por un adonis de bronce que tiraba agua por la polla a modo de meos, era maravilloso. La puerta de forja estaba abierta. Junto al timbre había un forjado incrustado en la piedra con el nombre de la finca, "El Agave". Llamé por educación, pero en vista de que no salía nadie, entré y cuando llegué a la puerta de la casa, me sorprendió que también estuviera abierta. Antes de golpearla, escuché una voz que procedía del interior.
- Pase, pase.
Hice caso y pasé con Arizona. Mientras iba por un largo pasillo hacia lo que parecía un gran salón, escuché de nuevo:
- Como se imagina, yo no puedo salir a abrirle. La enfermera de noche ha tenido que irse pronto y le he dicho a mi marido que dejase las puertas abiertas para que usted no tuviese impedimento.
Al entrar al salón, vi que era una improvisada habitación de hospital. Un tipo de unos 37 años estaba tumbado en una cama articulada con gotero y sonda incluida. Cuando me puse en su ángulo de visión se sorprendió.
- Vaya, qué novedad —exclamó con una amplia sonrisa en los labios—. ¡Un enfermero! No diré que no es una alegría, ellas me cuidan muy bien, pero siempre es un gusto que te atienda un chico tan guapo. Además, veo que vienes con una hermosa compañía, qué perrita más tierna.
El tío no se cortó un pelo, estaba encantado y yo le seguí el juego. Su marido no vendría hasta la noche y me di cuenta de que no tenía ni idea de la llegada de la mascota.
- Él es Arizona, es macho. Lo dejaré suelto por el jardín, si no le importa.
- En absoluto. Solo espero que respete las petunias de Jeff, mi marido, las quiere más que a mí. Por cierto, me llamo Raúl.
- Encantado —dije estrechándole la mano—. Mi nombre es Matt.
Salí al jardín y solté a Arizona, estaba feliz correteando por el césped. Volviendo al lujoso salón hospitalario sonó el teléfono. Era de la agencia de enfermeras, no habían podido localizar a ninguna libre pero me hice pasar por Jeff y dije que me pasaría el día entero en casa y no sería necesario que viniera nadie.
Resuelto el tema, me senté junto a la cama de Raúl y estuvimos hablado un buen rato. Raúl era un tío muy alto, le salían los pies por la cama, como a mí. Tenía el pelo rizado color café, como sus ojos, y la boca grande con unos gruesos y carnosos labios, de esos que te abrazan el nabo como una maroma cuando te la están mamando. Hacía calor y Raúl estaba casi desnudo, solo le tapaba la entrepierna una sabanilla blanca ya muy arrugada. Tenía un poco de sobrepeso pero sus brazos y piernas estaban musculados. Hasta la cintura no tenía vello, pero sus piernas eran bastante peludas. Raúl tuvo un accidente muy grave en el que quedó afectada su columna vertebral. Tenía poca sensibilidad de cintura para abajo y necesitaba asistencia total. Creyendo que yo era el enfermero de turno, me pidió que le cambiase el pañal, y aunque yo nunca había hecho algo así, como no le hago ascos a nada, lo hice de forma muy natural, la verdad, no se notó mi falta de experiencia, actué usando la pura lógica. Mientras lo hacía, noté que no paraba de observarme, sobre todo cuando lavaba su raja. Tenía el culo superpeludo, impresionante. Repasaba sus cojones, que eran más bien pequeños, con la esponja y se deleitaba mirando mis manos. Su polla, a pesar de su estado, engordó lentamente pero al fin y al cabo creció.
- A ver si tú tienes más delicadeza con mi pene, las enfermeras me restriegan muy fuerte y no tienen mucho cuidado.
Asiéndole el rabo ya casi duro del todo le dije:
- Tranquilo, yo también tengo uno y sé cómo tratarlo.
- Así me gusta —susurró mientras acicalaba su rabo moreno atravesado por la sonda vesical—. Esto es otra cosa, ummmm.
Su polla circuncidada, que mediría unos 16 centímetros, estaba completamente tiesa, y la verdad, a mí me apetecía seguir acariciándola. Me gustaba su tacto. Raúl se percató en seguida de mi tentación y fue explícito:
- A lo mejor con la lengua me harías una limpieza más profunda, las gasas son un poco ásperas.
Aprovechando su tremenda erección, usé mis manos para juguetear con sus pequeñas pelotas y comencé a saborear su glande. La sonda representaba un impedimento para poder metérmela en la boca, pero le hice un buen trabajo de lengua. Su textura era todavía más deliciosa que al tacto de las manos. De repente, vi cómo algo de líquido transparente surtía entre la uretra y la sonda, el cabrón estaba gozando con mi boca, y yo con su aparatoso nabo. Raúl no cesaba de jadear y de susurrar palabras que no lograba entender del todo. Me agarró el paquete y yo me desabroché los pantalones para ofrecerle mi polla.
- Hace demasiados días que no me llevo un rabo a la boca —dijo Raúl desesperado—, necesito comérme uno más que cualquier medicamento —y yo le di la medicina que le hacía falta.
Me comió el rabo con unas ganas locas, sentía los pinchazos de sus dientes, pero una vez que le cogí la cabeza con ambas manos, su boca y mi rabo se entendieron a la perfección. Estaba claro que necesitaba una buena follada de boca, y yo bien que se la estaba dando. Se le saltaban las lágrimas, no sé si de alegría o de asfixia, pero él seguía tragando polla a pesar de las arcadas. Yo mantuve una mano en su cabeza y con la otra me limité a pajear su rabo sondado. Raúl solo sacó mi polla de su boca en una ocasión para decirme:
- No lo hagas tan rápido que hace muchos días que no me corro y quiero que sea mientras me trago tu lefa.
Raúl puso sus condiciones, y yo como buen falso enfermero seguí sus instrucciones. Así que desaceleré el pajote y aceleré la follada de boca. Lo surrealista de aquella situación me tenía excitadísimo, quería reventarle la garganta y que mi lefa le saliese por la sonda. Verlo allí lleno de tubos, lejos de asustarme, me producía un morbazo espectacular.
- Voy a correrme, Raúl. Te vas a enterar de lo que es una buena lechada. Siento los cojones muy cargados, así que te vas a hartar, cabronazo.
Sabía que aquellas palabras le pondrían más cachondo, y además, aceleré el pajote. Yo estaba a punto. Cuando me empecé a correr, la saqué un poco para que pudiera sentir los lechazos golpeando su paladar y que los pudiera saborear. Entonces, noté que su cuerpo convulsionaba como si tuviera un orgasmo pero no salía nada. Solo algo de lefa revasó entre la uretra y la sonda como cuando se desborda un vaso de agua, lentamente. Me gustó aquello y me entretuve observándolo mientras Raúl continuaba deleitándose con mi polla todavía tiesa.
Tras la hora del baño y el cambio de la ropa de cama, con guarreo incluido entre medias, seguimos charlando largo y tendido. Después de lo sucedido con nuestras pollas, fui sincero con él y supo quién era el verdadero Matt, de dónde venía y cómo había llegado hasta el Agave, su casoplón.
- Matt, me tienes que ayudar en una cosa. Verás, Jeff es bastante conservador comparado conmigo, llevamos varias semanas sin sexo. A pesar de que tengo poca sensibilidad anal, deseo brutalmente que me folle y que juegue con mi culo, pero le da miedo hacerme daño.
- Tranquilo, si hay algo que se me da bien es darle la vuelta a las situaciones difíciles —le dije agarrándole la mano—. Como que me llamo Matt, tu culo tendrá su merecido antes de que me vaya.
...CONTINUARÁ...
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EL EUCALIPTO MACHO.
Tal y como me recomendó el cabrón de Luis, no me separé del cauce del río que surcaba el valle, el mismo río en el que los tres jugamos, hablamos y follamos hasta la extenuación. No me faltó el agua y tampoco la comida. Entre las cosas que metió en mi mochila, incluyó un arte de pesca para poder alimentarme. Después de la garganta en la que me despedí de ellos, vino un bosque inmenso de pinos, luego una gran árida estepa, y al quinto día vi el primer camino de tierra expresamente hecho para el tráfico rodado. Eso me dio esperanzas de encontrar civilización. Conforme avanzaba por aquella vía, todo tenía más aspecto de haber sido tocado por la mano del ser humano, los huertos cultivados con perfectas hileras de hortalizas eran una prueba irrefutable.
Le había cogido el gusto a aquello de la supervivencia, pero no podía negar mi deseo por un baño relajante y una cama mullida. De repente, me encontré con una plantación de calabacines bien hermosos. No quise abusar y tampoco me interesaba llevar más peso, así que me hice con tres piezas de buen tamaño y volví al camino. Justamente en ese momento, escuché el motor de un coche y esperé junto al borde por si el conductor aceptaba llevarme al pueblo más cercano. Entonces, vi aparecer un Jeep de esos militares descapotables. Por un momento pensé:
- Pero si solo has hurtado tres putos calabacines, Matt —me dije para tranquilizarme—. Si es el dueño del bancal lo entenderá perfectamente.
El Jeep verde se detuvo bruscamente al llegar a mi altura. Cuando se disipó la polvareda que se formó con el frenazo, vi al volante a un tío con gafas de sol, atractivas entradas y atuendo playero, que mirándome con unos preciosos ojos claros por encima de las gafas, me dijo:
- Tú no eres de por aquí, ¿verdad?
- No, soy del este —contesté—. Vengo caminando desde más allá de las montañas y me gustaría llegar al pueblo más cercano cuanto antes —dije intentado que se apiadara de mí.
- ¡Anda! O sea, que eres un aventurero.
- Si quieres llamarlo así —dije intentando empatizar—. Si fueras tan amable de llevarme.
- Claro que sí, hombre. Anda, monta —me dijo con confianza—. Me llamo Óscar —se presentó tendiéndome la mano.
- Yo soy Matt, encantado.
El trayecto fue bastante ridículo, no estuve en el coche más de cinco minutos, pero lo agradecí.
El tal Óscar era entrenador del equipo de natación del pueblo, muchachos entre dieciocho y veintiún años. Él rondaría los cuarenta y cinco pero estaba estupendo, sobre todo me llamaron la atención sus muslos y sus brazos, eran fuertes y trabajados, con una capa de vello no muy tupido y de color claro, parecía medio "guiri". Iba camino del polideportivo que quedaba al final del pueblo donde se celebraba el campeonato regional, pero a mí me dejó en el centro, junto al albergue, y me dijo que allí encontraría lo que buscaba.
Pero qué equivocados estábamos. Salí de aquel cuchitril descorazonado pues no quedaban camas. Los equipos del campeonato venidos de lejos lo ocuparon por completo. Frustrado y agotado, me vi en un banco de la plaza del pueblo acurrucado hasta que desperté ya de noche y sobresaltado.
- ¡Ey, Matt! —gritó Óscar desde el Jeep—. ¿Pero qué coño haces ahí?
- Hola Óscar —respondí recomponiendo mi postura—. Todo ocupado, me toca hacer noche aquí.
El entrenador se quedó pensativo durante unos segundos y me dijo:
- De eso nada. Te vienes a mi casa.
- ¿En serio? —pregunté incrédulo.
- Sube antes de que me arrepienta.
No me hice de rogar y subí aliviado al coche militar. Óscar vivía en una casa aislada a unos quince kilómetros del pueblo. Cuando llegamos, nos recibió una manada de siete simpáticos perros de razas mezcladas bajo un enorme y robusto eucalipto. Más que ladrar, era como si lloraran de alegría. Meneaban sus rabos con energía y me lamieron las piernas como si fuesen de helado. Al entrar a la casa, mi atención se centró en el intenso aroma a eucalipto que lo envolvía todo.
- Se ve que les has gustado —dijo Óscar—, aunque no me extraña, con la roña que traes debes tener un sabor delicioso para ellos.
- Joder, qué vergüenza —dije observándome delante del espejo de la entrada.
- La verdad es que estás hecho polvo. Esas greñas y esa barba habría que sanearlas, esa piel rascarla bien y esas ropas.... —dudó y dijo—, mejor quemarlas, eh, jajaja.
- No creo que sea buena idea, son las únicas que tengo —dije intentado salvar lo poco que me quedaba.
- No te preocupes, creo que ya han cumplido su función con creces. Yo te dejaré algo mío. Pero antes, te daré de comer, tienes pinta de estar hambriento.
Y así fue. Me dejé llevar por su hospitalidad, así que me preparó una cena sencilla a la par que deliciosa, me pegué una ducha impresionante y me afeité la cara.
- Pareces otro, Matt —dijo repasándome de arriba abajo—. ¿Necesitas algo más? No sé. ¿Una copa? ¿Un masaje?
- Es que soy otro, tío. Gracias, Óscar —empezó a abrumarme tanta atención, pero lo vi tan dispuesto que me tiré al barro—.Te diré que tengo los músculos destrozados y un masaje me haría tocar el cielo.
Junto al baño había una habitación a tal efecto con una camilla blanca y estanterías con toallas, cremas y aceites de todo tipo. Yo solo llevaba puesta una toalla a la cintura y me pidió que me tumbara. Encajé la cara en la almohadilla agujereada y empecé a relajarme.
- Lo primero que voy a hacer es echarte un aceite de eucalipto que hago yo mismo. No hay nada como tener la materia prima en la puerta de casa —dijo frotándose las manos con un buen chorro.
- ¿Además de entrenador eres farmacéutico?
- Soy fisioterapeuta, aunque antes me licencié en químicas. Nunca ejercí, pero algún provecho tengo que sacarle al titulo, ¿no? —y continuó ilustrándome sobre las maravillosas propiedades del eucalipto—. Es antiséptico, te vendrá muy bien para las rozaduras y heridas que tienes, sobre todo en las piernas —iba diciendo mientras inspeccionaba todo mi cuerpo—, también es antiinflamatorio, genial para los dolores musculares. Por no hablar de sus propiedades refrescantes, purificantes y estimulantes.
A mí, todo eso me daba igual. Yo estaba deseando que me arrancara la toalla, que me sobara el cuerpo entero y que follaráramos hasta deslecharnos mutuamente. Pero no, él seguía con su retahíla y respetándome.
Óscar empezó a untarme aceite por todo el cuerpo. La suavidad de sus manos y cómo las movía me iban induciendo, cada vez más, en un estado de relajación profunda. Entonces, me preguntó si podía retirar la toalla que cubría mi culo tragón, y yo otorgué en silencio, pues más que relajado, estaba ya inmerso en un estado de somnolencia. Fue lo último que recuerdo. Al despertar, mis muñecas y mis tobillos estaban atados a las cuatro patas de la camilla. Tampoco podía mover la cabeza, me la había inmovilizado con unas correas elásticas y además me había colocado una mordaza con enganches abrebocas que me impedían hablar o cerrarla. No había necesidad, si quería follarme lo hubiera dejado con mucho gusto, pero el sexo fue uno de los temas que no tratamos ni en el trayecto ni durante la cena. Inmóvil y sin poder expresarme verbalmente no tuve otra opción que dejarme hacer.
Comenzó el masaje con la parte alta de mi espalda, podía sentir su paquete rozando el vértice de mi cabeza. Noté que estaba empalmado, pues al estirar sus brazos para llegar hasta mis nalgas, me la clavó con más fuerza. Volvió a subir arañando mi espalda y de pronto, vi aparecer la cabeza de su rabo por debajo de la almohadilla donde tenía encajada la cara. Menudo cabezón, era un glande gordísimo. Óscar flexionó un poco sus rodillas para orientar su rabo hacia mi boca y me la coló dentro. Yo no pude mamársela a gusto, no tenía margen de maniobra. Mi boca era una puta cloaca donde meter lo que quisiera sin pedirme permiso. Su rabaco, grueso y descapullado, entraba y salía intentando penetrar lo más profundo posible en mi garganta, cosa que estimuló exageradamente mis glándulas salivales creando un charco a sus pies.
No paraba de hablar. Mientras me taladraba la boca, me dijo que venía muy cachondo del campeonato, que el olor a cloro de la piscina, el aroma de los geles de ducha y sus chavales con los Speedo marcando culito y paquete, le habían revolucionado la testosterona.
- Siempre que me encuentro a chicos nuevos, me gusta imaginarme cómo tendrán la polla antes de bajarse el bañador —dijo con una voz de sátiro impresionante—. A veces acierto y otras me sorprendo.
Se ve que la recreación mental del vestuario lo puso hipercachondo y tuvo que sacar la polla con urgencia porque si llega a seguir follándome la boca, se hubiera corrido demasiado pronto.
Así que cambió de zona y continuó masajeando mis piernas, no sin antes colocarme un cojín grande bajo la pelvis, de tal forma que se me quedó el culo en alto, la raja abierta y el nabo y los cojones totalmente accesibles entre las piernas por detrás. Sentí su aliento sobre la rabadilla, después su lengua inició el recorrido desde allí surcando el valle entre las cachas de mi culo. El roce con los pelos de mi raja sí podía escucharlo. Cada dos o tres centímetos se detenía y hacía círculos con la puntita de la lengua. Llegó a mi ojete y ayudándose de las manos me abrió el culo, hundió su cara en él y luego, como si fuera un cepo, cerró con fuerza mis nalgas apretándolas para dificultar su propia respiración. Mi rabo ya estaba completamente empalmado mojando la sabanilla de la camilla. Él liberó su cara de mi culo y siguió explorándolo. Cogió líquido preseminal de mi prepucio y lo usó como lubricante para introducirme el dedo índice de cada mano mientras con la palma mantenía las mollas abiertas.
- Este ojete está currado, eh. Se nota que le das caña, perrako —y yo le respondí como pude relajando el esfínter—. Ufff, eso es, me encanta. Sácalo así. Cómo se te abre, parece una boca de labios carnosos —y me lo besó como si estuviera besando mi propia boca.
De repente, sentí que introducía algo más gordo que los dedos. Noté como un artiligio penetraba mi ano y se quedaba encajado. Era un plug, claramente. Me lo dejó metido y se fue a los pies de la camilla. Posó su torso entre mis piernas y empezó a lamerme los cojones.
- Me gustan tus pelotas rosadas. Son gordas —decía levantándolas una a una a lengüetazos—, y que polla más babosa tienes, menudo pellejazo te gastas, estás poniendo perdida la sábana.
Estiró mi rabo hacia atrás todo lo que pudo y se la metió en la boca. Me lo chupó con mucha delicadeza, primero se entretuvo con mi prepucio sorbiéndolo como si fuera una gominola, después lo retrajo y siguió con pasadas suaves incidiendo es los surcos de mi glande. Eso hizo que me removiera, y ante aquella inquietud intentó domarme dándome palmadas en el culo. Me excité muchísimo. Mi ojete se contraía y se me clavaba más el plug aumentando mi placer. Óscar se animaba mucho más con mis gemidos, cuanto más sonoros eran, más fuertes eran las palmadas y más profunda era la mamada. Notaba su nariz hundirse en mis cojones.
- El plug es solo el aperitivo. ¿Sabes lo que significa la palabra aperitivo? —yo no podía responder con claridad pero él me dio la explicación—. Significa abrir el apetito, así que seguro que a tu culito le apetece un buen trozo de carne —y me lo sacó suavemente.
Hubiera preferido que antes de petarme me hubiese follado un poco más la boca, de tenerla tanto tiempo abierta se me había secado completamente, todo lo contrario que el ojete, que me chorreaba a tope. Óscar se subió a la camilla y se acostó sobre mi espalda. Así sentía su torso caliente y sudoroso, su rabo acoplado a mi raja y su lengua resbalando por mi nuca y mi cuello.
- No te esperaba, pero ha sido una suerte encontrarte —me susurró al oído—. Eres el mejor consuelo para aliviar la derrota de mi equipo en el campeonato.
Entonces, Óscar comenzó a menearse hacia delante y hacia atrás restregándome el nabo por la raja en toda su longitud. Me estaba poniendo brutalmente perrako, y efectivamente, deseaba ese trozo de carne en mi interior, así que aproveché el paso de su glande por mi anillo para abrirlo todo lo que pude y como si fuera una bola de billar, se coló en mi agujero. Lo tenía tan abierto que de un golpe, se coló más de la cuenta y sufrí un jodido espasmo inesperado. Un dolor extremo que me paralizó. De forma automática, mi ojete se cerró, apreté fuertemente las nalgas y Óscar no pudo seguir entrando.
- ¿Qué te ha pasado? ¿Aún no estabas preparado? —dijo con ironía mientras yo emitía alaridos rogando que la sacara—. Relájate, respira. Tranquilo, Matt —pero el cabrón no la sacaba.
Poco a poco, gracias a que al menos no se movía, se me fue calmando el dolor hasta que desapareció por completo y volvió el hambre de carne en movimiento. Mi señal fue clara, fui yo el que empezó a menear el culito y Óscar enseguida se unió al ritmo.
- Ves como no ha sido para tanto, perrito —me susurró al oído—. Voy a liberar tu boca y espero que seas colaborador como hasta ahora.
Con su polla dentro de mi culo, quitó la cinta elástica que sujetaba mi cabeza al cabecero y luego me liberó de la mordaza.
- Gracias Óscar, tengo la boca seca —dije con lengua de trapo esperando aunque fuera un traguito de agua para humedecer mi mucosa bucal.
Pero ni de coña. Óscar alargó su brazo hasta un carrito que había con todo tipo de material y agarró un dildo de silicona con cojones incluidos y me lo insertó en la boca a la vez que reinició la petada de mi culo. No solo me hizo salivar, aquel maravilloso dildo me provocaba unas arcadas de puta madre. Me sentía follado por ambas partes con un maestro de la penetración forzada. Qué buenos pollazos me pegaba, me la clavaba de tal manera, que notaba intensamente como me recorría por el rabo un presemen más espeso de lo normal. No era la primera vez que me pasaba. Era como si su rabaco estuviera exprimiendo mi próstata, uffff.
Después de unos minutos en aquel loco vaivén de pollazos por boca y culo, Óscar sacó ambos y se despegó de mi espalda. Sin decir nada, salió del cuarto de masajes y volvió al minuto.
- ¿Dónde has sido, a mear? —pregunté por curiosidad— Yo también noto mi vejiga llega, podrías desatarne un momento —rogué.
- Déjate de gipolleces y traga —dijo metiéndome la polla en la boca sin opción a réplica—. Si quieres mear, lo haces y punto.
Ahora Óscar me follaba la boca de lado. Con la mano derecha me sujetaba la cabeza para evitar que la retirase, lo que le dejaba la libertad de metérmela hasta el fondo. Con la mano izquierda, me azotaba el culo, pero no era con la palma, era con algún objeto romo que no atinaba a idetificar. No era flexible como un dildo y tampoco duro del todo como un palo de madera.
- ¿Sabes en qué consiste la ley del Talión? —preguntó sin darme de nuevo opción a responder verbalmente—. Pues me veo obligado a aplicártela.
Para que no pudiera hablar mientras me untaba el ojete de aceite de eucalipto, subió uno de sus muslos sobre mi cara mientras mantenía su polla dura obturando mi boca con la ayuda de su buen par de pelotas gordas de escroto rasurado.
Sobre la piel, el aceite de eucalipto es fresco y revitalizante, pero en la mucosa anal se siente como una piparra endiabladamente picante. Luego, volvió a apalearme las mollas del culo con aquel misterioso objeto, pero los azotes apenas los sentía, era mucho más potente el picor de ojete. Se fue calmando un poco el escozor cuando Óscar comenzó a pasar aquel instrumento por mi raja de arriba abajo, hasta que terminó por encajarlo en mi agujerillo en carne viva. Aquello era bastante más ancho que su polla, uffff, no sabía si iba a poder tragármelo, pero viendo cómo era de insistente, intenté relajar el esfínter para sufrir lo menos posible, y por qué no, disfrutarlo al máximo. Y así fue. Poco a poco fue entrando, Óscar lo empujaba cada vez con más fuerza hasta que mi ojete cedió y pudo encajar el grosor de aquel objeto. Entonces, me liberó la cara y continuó follándome la boca con un ritmo pausado, el mismo que llevaba con mi culo.
- Eres un perako, no puedes negarlo, te comes lo que sea —dijo orgulloso de su hazaña—. La próxima vez que robes en un huerto, intenta que no sean melones o sandías.
El muy cabronazo me habia pillado y me estaba aplicando la ley del Talión con uno de los putos calabacines que cogí de aquel huerto. El muy cerdo se animó mucho más cuando se dio cuenta de que yo había pillado la situación y entonces, aceleró el bombeo de su polla en mi boca y del calabacín en mi culo.
¡Joder! Me sentía tan placenteramente saturado que mis sentidos estaban hiperdesarrollados: el aroma a eucalipto inundándome el cerebro; la vista de su pubis empotrándose contra mi cara; el sonido de sus gemidos de cabronazo rebotando en mis oídos; el gusto de su grueso capullo en mis papilas gustativas y el tacto del mismo en mi garganta junto a la fuerza de su brazo en mi entrepierna clavándome el puto calabacín.
Me dio tanta caña, que llegó un momento en el que sentí que mi polla iba a reventar, la tremenda follada verdulera me produjo un orgasmo anal que desató la corrida de mi polla. Él no podía vérmela, pero supo que me corría por mis alaridos ahogados por su rabo.
- ¿Te estás corriendo, cabrón? —dijo acelerando más todavía ambas petadas.
Con aquella brutal estimulación mi esfínter vesical se relajó de tal manera que empecé a mearme sin poder remediarlo. Él seguía bombeando por ambos huecos de mi desinhibido cuerpo.
- ¡Joder, te estás meando! —exclamó flipado—. Eres un puto cerdako. ¡Me voy a correr, Matt! ¡Voy a preñarte esta boca tragona que tienes, mamón!
Y Óscar me disparó su rica lefa apretándome la cabeza fuertemente contra su pubis. Yo quería degustarla con mi lengua, pero tan solo pude disfrutar de las últimas gotas cuando la saco para que se la limpiara, aún con el calabacín clavado en el culo.
El cabrón de Óscar retiró su polla de mi boca, me sacó el calabacín del culo y cortó las bridas que me ataban a la camilla. Después nos duchamos juntos y descubrí una pequeña y curiosa marca en la piel que cubría su capullo. Me dijo que era una marca que se le había hecho con el paso de los años a base de juguetear con su rabo metiéndolo en lugares estrechos y húmedos, aunque su coloración se debía a una quemadura por tomar el sol en bolas y por la que tuvo que ser atendido en el hospital. Menudo pieza era Óscar, su rabo era algo más que una simple polla, era un juguete multiusos capaz de darle placer de mil y una formas.
Finalmente, me invitó a pasar la noche en su mullida cama concediéndome otro de mis deseos.
Dormí hasta bien entrado el mediodía y me sorprendió con un espectacular desayuno campestre. Luego me mostró todas las zonas de su morada y el espectacular huerto donde crecían diferentes variedades de hortalizas, y cómo no, me presento al gigante eucalipto macho que presidía la entrada de la finca. Cuarenta metros de altura, metro y medio de diámetro y cinquenta años de edad. Era impresionante, te sentías como un hormiguilla a sus pies. Cuando llegamos por la noche, no pude apreciar su hermosura por la oscuridad de la luna nueva. Entonces, abracé su tronco y le susurré:
- Cabronazo, no podré olvidarte fácilmente, llevo tu esencia en cada poro de mi piel.
Óscar me escuchó y se sorprendió de que quisiera irme tan pronto. Insistió en que me quedara unos cuantos días con él, pero para mí había sido suficiente.
- Está bien, Matt. No insistiré, veo que eres un alma libre y no voy a retenerte a la fuerza —dijo con ironía.
- No seas cabrón, Óscar —dije acordándome de las bridas.
Fue una experiencia brutal, pero no estaba dispuesto a seguir asumiendo su forma de canalizar la frustración como entrenador. Generosamente, Óscar me llenó la mochila de comida y además añadió un frasquito de aceite de eucalipto para aliviar los resfriados, los dolores y las heridas que surgieran en mi larga travesía.
- Deberás tener cuidado, este frasco contiene aceite esencial. Para aplicarlo tendrás que diluirlo —aconsejó Óscar dándome un papelito con cifras de diluciones—, de lo contrario puede resultar neurotóxico.
Y así me fui, desprendiendo un intenso aroma a eucalipto y con el culo reventado pero contento, en busca de mi siguiente destino.
...CONTINUARÁ...
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EL ROBLE
tercera parte.
- ¿Has cazado alguna vez? —me preguntó el Rubio susurrando para no despistar a los conejos.
- No, la verdad es que esto es nuevo para mí.
- El momento de atraparlos es igual de importante que el de la espera. Se pierden más piezas por la impaciencia que por impericia.
El Rubio trataba de enseñarme a cazar para poder sobrevivir cuando no estuviera con ellos. Mi estancia en la cabaña del roble era un hotel de cinco estrellas con servicio de habitaciones a pesar de la escasez, comparado con lo que iba encontrando en mi camino hacia el mar. La poca experiencia en asuntos de supervivencia se hizo notable a los pocos días de dejar mi casa. Había perdido ya cerca de cinco kilos, y no es que me sobraran muchos más, la verdad.
- Ahí, Matt —me indicó el Rubio—, a tu izquierda.
Un precioso conejillo surgió de entre los matorrales y se me quedó mirando. Parecía que me olfateaba moviendo sus bigotillos. Me dio mucha pena, pero el ruido de mis tripas me hizo reaccionar y salí corriendo detrás de él. Corría que se las pelaba, zigzagueaba entre matas y piedras, hasta que tuve el valor de tirarme en plancha y atraparlo con el salabre.
- ¡Genial, Matt, ya tenemos el desayuno!
Luis había salido con Elana bien temprano hacia la venta a por provisiones y todavía tardaría en llegar. Durante el resto de la mañana, el Rubio y yo estuvimos charlando de muchas cosas. Nos bañamos en el río y me contó que su ilusión era volver al norte y construir de nuevo su rancho, aunque fuera en otro sitio. Su amor por los animales era brutal. Me habló de reses, aves y caballos, de los cuidados que necesitaban, de lo feliz que era junto a Luis cuando le ayudaba a esquilar las ovejas, algo que antes hacía con la ayuda de un recio y cachondo esquilador de brazos potentes y buen rabo, que por supuesto cató con gran placer hace un par de veranos. Se quedó prendado de la forma en la que agarraba a las ovejas y pensó: "si es capaz de dominar así a un animal que lucha por escapar, ¿qué no haría conmigo teniendo en cuenta que yo no opondría resistencia alguna?".
Ya de vuelta al roble, no fui capaz de matar al conejo, eso fue faena del Rubio. Ver como lo despellejaba, con su aspecto angelical, fue todo un shock, desde luego. Lo partió en cuatro y lo puso a la brasa tras untarlo con las pocas gotas de aceite que quedaban en un frasco, y lo aromatizó con tomillo y romero cogido del mismo campo. Mientras lo degustábamos le conté mi experiencia con Ramón y me dijo que le dio pena cómo lo dejé allí, en aquellas circunstacias.
- No lo conozco, pero creo que sería perfecto para ti —dijo con tono melancólico—. Espero que algún día vuelvas a reencontrarte con él.
- Te aseguro que Ramón me dejó marcado, lo llevo en mi recuerdo y una parte de él en mi mochila.
El Rubio mostró curiosidad por aquello que dije. Se levantó, se acercó a mi petate y lo abrió. Revolvió las cuatro cosas que llevaba y sacó una pequeña caja de latón.
- ¿Es aquí donde llevas a Ramón?
- Tú mismo.
El Rubio abrió la caja y se asombró al ver sus calzoncillos. Ya no estaban húmedos pero pudo confirmar que aún conservaban su aroma llevándoselos a la cara e inhalándolos con sumo interés.
- ¡Joder! Insisto, fuiste un gilipollas yéndote tan pronto.
Me hizo gracia que se lo tomara como algo personal, pero eso me hizo pensar que el Rubio era un pequeño bicho pasional y emocional a partes iguales.
Me levanté y me dirigí hacia él. Cuando lo tuve delante me quedé mirándolo unos segundos con ojos compasivos.
- Por mucho que me mires así, sigues siendo un cabronazo —reiteró.
A lo que solo me salió decir:
- Pues este cabronazo se está meando.
Iba a salir del roble para echar la meada pero no pude dar más que un paso atrás. El Rubio me agarró de la camiseta y me detuvo. Se arrodilló a mis pies y me abrió la bragueta. Escarbó en ella para sacar mi rabo flácido y se lo metió entero en la boca. Yo, desde mi perspectiva, solo veía una preciosa melena rubia clavada en mi pantalón. Ni rastro de mi polla. Eso sí, la sensación era bien distinta. Sentía todo mi nabo bien caliente resguardado en su boca. Me dejé llevar por lo que parecía que era su costumbre en lo que a meos ajenos se refiere y apreté para regarlo por dentro. Podía escuchar el sonido de su laringe al tragar, y el muy perrako no abrió la boca ni para respirar, se notaba que estaba bien entrenado porque la meada fue larga. Al terminar, la sacó pero se entretuvo unos segundos en limpiar hasta la última gota. Para entonces, con tanta chupada y por el morbazo de la situación, mi polla ya había crecido bastante. El Rubio no quiso desaprovechar la ocasión y continuó mamándomela con su estilo personal. Me retraía el prepucio para dejar mi capullo al aire y lo rodeaba con su maravillosa lengua traviesa. Con la punta, surcaba los pliegues de mi glande por encima y por debajo, intentaba colarse en mi uretra, y de repente, volvía a enfundarme el capullo para deleitarse con mi abundante pellejo. Me lo mordisqueaba, lo succionaba y metía la lengua en busca del glande de nuevo.
- ¡Joder, Rubio! —expresé con toda sinceridad—. Tienes una boquita prodigiosa.
Sus ojos turquesa asentían con orgullo, y su boca desbocada me comía los cojones mientras me pajebaba, algo que le prohibí pues me hubiese corrido demasiado rápido.
- Sabes que me muero por follarte ese regalo de culito que tienes —dije agarrándolo del pelo.
- Y yo porque me preñes con tu deliciosa lefa —me respondió.
El Rubio se levantó, se desnudó por completo y luego me desnudó a mí. Me abrazó fuertemente y yo le correspondí con la misma fuerza. Al separase, me miró con deseo y me besó. Yo me dejé llevar pero en unos segundos me separé.
- No sé, Rubio, creo que esto no está bien —dije con sincero arrepentimiento—. Luis es un tío de puta madre y no se merece esta traición.
- ¿Pero, qué dices? —preguntó extrañado—. ¿Qué traición? Luis yo nos queremos muchísimo, ambos sabemos que el uno para el otro es lo más importante, pero también sabemos que nuestra sexualidad va más allá de nuestros cuerpos, por esos los compartimos sin pudor.
- No, si eso ya me quedó claro desde que os conocí, pero esto es algo diferente, él no está presente.
- ¿Y qué te crees, que no se lo voy a contar? —dijo sonriendo con picardía.
Para mí, su respuesta fue como un visto bueno para continuar con lo habíamos empezado, así que lo subí a horcajadas y me rodeó el tronco con sus preciosas piernas. Nos besamos intensamente y formé una buena cantidad de saliva que recogí en la mano para untársela en el culito y en mi rabo. Entre que él se aferraba a mi cuello y mi espalda con fuerza y que pesaba poco, no era mucho el esfuerzo que tenía que hacer para follárnelo de pie, la verdad. Descapullé mi rabo y con el tacto fui buscando su tierno hueco. Cuando mi capullo se encajó, dejé que se entendiera a solas con su culo y sujeté al Rubio con los antebrazos por debajo de los muslos y con las manos agarradas a las mollas del culo. Y entonces, comenzó a bajarse poco a poco. Primero pasé el esfínter externo, y luego el interno, que costó un poco más de lo normal por la contracción de su postura. Una vez sorteados ambos anillos anales comenzó la fiesta. Subía y bajaba lentamente, cada vez tenía más polla adentro. Su rabo me acariciaba desde el pecho hasta el ombligo, me mojaba con su líquido preseminal, y sus cojones rosados se sentaban sobre mi pubis cuando la petada era completa. Entonces gemía como un perrako, se le ponían los ojos en blanco de gozo. Me gusta mordisquearle un pezoncillo cuando subía y aguantar la mordida hasta que se desprendía de mi boca al bajar. Él me besaba el cuello, la oreja, la boca. Era una puta gozada tener al Rubio cabalgando sobre mi nabo como si fuera un jodido koala. Me flipaba ver su melena rubia en movimiento. A pesar de su bajo peso, empecé a sentir cierto cansancio en mis piernas y no quise arriesgarme al agotamiento. Además, me apetecía follármelo en otras posturas. Había cerca del tronco del roble otro tronco cortado que hacía las veces de taburete, así que me acerqué y posé la espalda del Rubio sobre él. Era lo suficientemente ancho para su comodidad. El culito quedaba en el aire y yo me puse de rofillas frente a él con sus piernas sobre mis hombros. Joder, que maravilloso era tenerlo ahí delante metiéndole rabo, abierto de piernas disfrutando a saco. Me apeteció masturbarlo mientras se lo metía, pero esta vez fue él el que me lo prohibió.
- No, joder, que me corro enseguida.
- Tranquilo, bicho —dije cogiéndole la polla y los cojones con una sola mano a modo de asidero—. Lefarás cuando yo diga, ¿no?
- Claro que sí Matt, sabes que mi máximo placer está en servir al macho que tenga a bien follarme —dijo en un tono más sosegado—, pero me gustaría disfrutar más de tu rabo y correrme sin tocarme, cuando tu polla haga explotar la mía.
Empaticé con él y me excitó mucho más su propuesta, y para evitar la tentación de pajearle, le dihe que se pusiera de pie apoyado en el árbol.
- Eso es, ahora saca ese culito, ponlo en pompa.
Ufffff, no pude evitar la tentación de enterrar mi cara en la raja y comerle el ojete, que para entonces ya estaba bastante abierto. Le chorreaba bastante y eso lo hacía más sabroso. Subí y abrí las cachas del culo. Sin tocar mi rabo curvado y con el prepucio echado, lo acerqué de nuevo al gujero y fue entrado sin resistencia. Ummmm, qué gustazo cogerlo del culo y empotrarlo contra el viejo roble. El Rubio se deshacía de gusto.
- Mira, mira —me dijo mostrándome el antebrazo—, me has puesto la carne de gallina con ese pollazo.
Su piel estaba tan erizada como sus gemidos, parecía un gato en celo. Entonces, me apeteció verle la cara. Le saqué el rabo y lo acosté en el suelo. Puse unas cuantas ropas bajo su sacro para que me ofreciese su raja abierta sin esfuerzo. Sus piernas estaban en el aire pero no necesitaba que se las agarrase. Otra vez de rodillas, entre en su cada vez más jugoso y baboso anillo. Ufff, el único contacto entre nosotros era el de mi polla con su culo, eso me la ponía más dura todavía. Pero quería besarlo, quería ver el fuego en los colores fríos de sus preciosos ojos, así que me abalancé sobre su cuerpecillo y lo besé con ímpetu mientras seguía follándomelo.
- ¡Yeeeeeeeeee!
El Rubio y yo nos sorprendimos por la voz de Luis que acababa de entrar en el roble. No habíamos escuchado nada, ni siquiera los cascos del trote de Elana. Nuestros gemidos de placer lo ensordecieron todo, pero el susto me sacó de aquel paraíso y del propio culo del Rubio. Luis dejó caer los sacos de las provisiones al suelo y yo me senté agarrándome las piernas para tapar mi rabo tieso y chorreante. Lo miré con ojos de disculpa, pero él no decía nada, y el Rubio tampoco modificó su postura, seguía con las piernas abiertas en alto y ofreciendo raja. Con mucha calma, Luis cogió una lata de cerveza de uno de los sacos y se dirigió al taburete de tronco que había quedado tras la cabeza del Rubio, se descalzó y se despelotó por completo. Después se sentó en el tronco, se abrió la cerveza, le dió un trago largo y se encendió un cigarro.
- Parece que ha habido suerte con la cerveza, ¿no? —dije para romper el hielo.
- Quita esa cara de gilipollas que se te ha quedado y vuelve a lo que estabas haciendo —me ordenó con seriedad.
Sus palabras habían salido directamente de sus cojones, que reposaban colganderos sobre el tronco. Podía verlos en todo su esplendor porque su rabo ya miraba hacia el frente. Yo no quise añadir nada y me limité a cumplir sus órdenes con mucho gusto, así que desenfundé mi prepucio, apunté al anillo del Rubio y le metí la polla de una atacada. Este pegó un espasmo y su piel volvió a erizarse gemido incluido.
Volviendo exactamente donde lo habíamos dejado me eché encima de él y fui a besarlo, pero de repente, algo se interpuso entre nuestros labios. Uno de los maravillosos pies de Luis tapó nuestras bocas. El mensaje estaba claro. El Rubio y yo seguimos follando mientras lamíamos al unísono el delicioso pie de Luis. El cabrón estaba con las piernas semiabiertas, con la cerveza en una mano y el cigarro en la otra. Bebía y daba caladas con mucha calma y su rabo ya tenía un hilo trasparente colgando por la excitación. Era un puto sueño estar petándome al Rubio en presencia del cabrón de Luis y compartiendo la comida de pies. Luis alternó los pies y cuando acabó con el último sorbo de la lata y apagó el cigarro, nos ofreció un pie para cada uno. Los lamíamos y los chupábamos, mientras él se tocaba los cojones y el rabo a dos manos. Cuando se le antojó, retiró sus deliciosos pies y se vino detrás de mí. Él seguía en silencio y yo a lo mío, seguir petando al Rubio. Entonces, sentí como me pisaba el culo. Uno de sus pies, completamente ensalivado, se introdujo entre mis nalgas hasta que el dedo gordo empezó a entrar en mi ojete. Ufff, joder, Luis me estaba follando con el pie, ¡qué puto placer! Estuvo insistiendo y yo colaboraba en clavármelo más cuando retiraba la polla del culo del Rubio. Me lo estaba dilatando a marchas forzadas.
Después, se arrodilló y dijo:
- Ponte en cuclillas —y sin sacarla, le hice caso—. Rubio, por fin vas a sentir dos nabos jutos dentro de ti.
- Adelante, si crees que ha llegado el momento, que así sea.
Luis acopló su rabo gordo a la base del mío y fue empujando poco a poco para penetrar el anillo ya bastante reventado. Aún así, no fue fácil. Después de dos intentos infructuosos, logró meterlo y el Rubio se quejó de dolor. Yo le susurré:
- ¿Estás bien? Si te duele las sacamos.
Entonces Luis exclamó:
- Nada de cuchicheos. El Rubio sabe lo que tiene que hacer.
Tras unos segundos inmóviles, Luis empezó a moverse hacia dentro y hacia fuera sin forzar el ritmo. No estuvimos mucho tiempo así, yo tampo estaba precisamente cómodo, y tras salirse mi polla Luis decidió cambiar de tercio.
- Habrá que seguir probando —dijo para consolar un poco la frustración del Rubio.
Pero aquello no podía acabar así. Luis reorganizó el trío y colocó al Rubio abrazado de nuevo al tronco del roble, me cogió el nabo y lo metió en el culito de su amado, y después, urgó en mi raja con su capullo para petarne sin miramientos. Allí estábamos, éramos un trenecito cargado de pasión que chorreaba fluidos, sudor y gemidos por los cuatro costados. Yo estaba absolutamente en las nubes petando al Rubio y sintiendo el rabazo de Luis en mis entrañas. Nos metimos mucha caña, el ritmo era frenético, y aquello era lo que el Rubio estaba buscando para correrse sin tocarse. Dicho y hecho. El rubiales empezó a gritar extasiado al ver que deslechaba sobre el tronco a golpes de mi rabo. Yo al ver aquellas gotas caer sobre sus pies, también disparé mis trallazos de lefa preñándolo como él quería. Luis por su parte, aumentó más y más el ritmo y a ello unió varios cachetazos en mis nalgas. Se corrió gruñendo cono un puto macho alfa. ¡Qué pollazos me dio con cada espasmo!
Rendidos y deslechados, nos tumbamos sobre unas esterillas sin perder el contacto entre nuestros cuerpos. Hicimos un triángulo perfecto apoyando nuestras cabezas en los muslos.
- Chicos, ha sido un placer encontraros, nunca olvidaré estos tres días.
- ¿Te vas ya? —preguntó el Rubio sobresaltado.
- Debo continuar mi camino. No quiero resultar desagradecido, pero sí, he de marcharme.
Entonces, se deshizo el triángulo y el Rubio salió del roble. Luis cogió los sacos y empezó a llenarne la mochila de vituallas.
- No es necesario, Luis, de verdad.
- Nosotros tampoco somos desagradecidos. Hace dos días comimos gracias ti, ¿recuerdas?
Para colocar las cosas, sacó la caja de latón con los calzoncillos de Ramón. No mostró interés.
- ¿No tienes curiosidad por saber qué hay en esa caja?
- Hay unos calzoncillos usados —dijo sin darle más importancia—. Los descubrí el primer día cuando rebuscaba comida. Y por cierto, olerlos me puso muy cachondo, seguro que su dueño es un buen perrako como el Rubio.
- Desde luego. Él te contará la historia—sabía que lo haría—. Por cierto, me has preñado pero no he conseguido degustar tus lefazos, me llevo esa espinita clavada.
- Clavada te llevas mi polla —dijo con sorna—. Además, así tendrás una excusa para volver a vernos.
- Eres un cabronazo —y nos reímos.
Con la mochila ya arreglada, salimos del roble y en la entrada de la choza estaba el Rubio.
- Toma, me gustaría regalarte esto —dijo poniéndome una pulsera hecha con sus propias manos—. Ahora no se marcan las reses, pero este será el hierro de nuestra ganadería cuando podamos levantarla de nuevo.
Era una pulsera preciosa. Una tira de cuero con un disco de madera tallada que encerraba sus iniciales fundidas, R y L.
- No sé qué decir, me parece un detalle precioso.
- Cuando viajes al norte, busca este hierro. Allí nos encontrarás.
Me acompañaron cruzando el bosque de fresnos hasta una especie de acantilado por el que descendía una impresionante garganta. Comencé a bajar y al rato me di la vuelta. Allí seguían, Luis y el Rubio sobre Elana junto a un enorne y solitario ciprés en lo alto del risco. Elana pegó un brinco y se puso a dos patas, el eco del valle me trajo su relincho y ambos alzaron las manos en señal de despedida. Luego se dieron la vuelta y desaparecieron de mi vista. Me di la vuelta y continué caminando con las directrices que Luis me aconsejó.
Siempre los llevaré en mi recuerdo, la lefa de Luis en mi ojete y la pulsera del Rubio en mi muñeca.
...CONTINUARÁ...
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EL ROBLE segunda parte.
Me encontraba inmerso en el bosque de fresnos. Seres inhumanos sin rostro cuchicheaban cosas ininteligibles, se reían señalándome. Había decenas de patas de caballos trotando a mi alrededor. Me sentía mareado y una sensación de asfixia me estaba matando. Entonces, me deperté de aquella pesadilla tosiendo y palpándome el cuello para comprobar que realmente había sido solo eso, un puto mal sueño.
Entonces caí en la cuenta de que mis manos estaban libres. Miré mis tobillos y vi que, aunque seguían rodeados por cuerdas, estas estaban cortadas.
- ¿Rubio? —lo llamé sin obtener respuesta—. ¿Luis? —igualmente nadie contestó.
Me vi solo en la cabaña del roble. Al ponerme de pie me golpeé la cabeza con una de las ramas. Del ancho y robusto tronco nacían muchas de ellas. Estaban curvadas de tal manera que terminaban tocando el suelo formando así un especie de iglú de madera, lo que hacía de aquel espacio un lugar ideal para refugiarse. Sinceramente, mi primer pensamiento no fue escapar. Estaba libre, nadie me vigilaba. Podía haber cogido mi mochila con las migajas de comida que dejaron y haber terminado con aquel cautiverio, pero no. Mi primer impulso fue buscar a mis captores. Mi curiosidad era mucho más fuerte que mis deseos de libertad.
Salí del roble y anduve entre los fresnos marcando sus troncos para facilitar el camino de vuelta en caso de no encontrarlos. Tuve suerte, porque escuché como agua corriendo y seguido, relinchar a un caballo. Me dirigí en aquella dirección. Pronto llegué a un riachuelo flanqueado por dos hileras de enormes cipreses. Al otro lado de la orilla, el Rubio, en calzoncillos blancos, cabalgaba al galope su caballo de lado a lado, y Luis permanecía quieto sobre una gran roca con una especie de caña. Aquello era una auténtica escena bucólica que, si mis manos hubieran tenido la virtud de la pintura, hubiera retratado para la posteridad.
Me acerqué a Luis y me senté junto a él. Estaba pescando.
- ¿Pican mucho? —pregunté mirando la cesta que ya contenía un par de truchas medianas.
- Queda poco para que termine la temporada, pero sí, aún hay buenos ejemplares —respondió ofreciéndome un cigarro mientras él se encendía otro.
Él también estaba en calzoncillos. Hacía calor, la verdad, y las aguas transparentes invitaban a darse un baño.
- ¡Mira, otra! —exclamó Luis sacando una trucha más—. Esta noche cenaremos pescado. ¡Jajaja! Como todas las noches.
- ¿Cómo conseguís sobrevivir en este sitio? ¿Y los cigarros?
- Hay una venta a tres o cuatro kilómetros de aquí, y un pequeño pueblo un poco más allá. El Rubio y yo nos turnamos una vez a la semana para el abastecimiento de provisiones. Hacemos trueque, nada de dinero. Pequeños trabajos y pescado a cambio de comida y algo de ropa. Y si hay suerte, pillamos tabaco y hasta alguna cerveza —sonrió y aspiró el cigarro—. A Elana le encanta ir por allí, sobre todo cuando el ventero le da zanahorias tiernas.
- ¿Elana?
- Sí, la yegua del Rubio—fumó pensando si confiarme más información. Pero tras un par de caladas, prosiguió—. Nunca nos ha gustado robar. Teníamos nuestros trabajos y nuestro rancho, pero todo se fue a la mierda cuando aparecieron los terratenientes para hacer urbanizaciones y nos arrebataron la vida tranquila que habíamos construido. No huímos de la justicia, no somos delicuentes, pero no íbamos a consentir que ninguno de los dos sufriera daño alguno. Lo más importante es tenernos el uno al otro.
- Amenazas de muerte, supongo.
- E intentos. Quemaron el racho y murieron todos los animales. El Rubio estaba dando una vuelta con Elana y eso los salvó. Vino corriendo a rescatarme y conseguimos huir a tiempo, pero nuestras cicatrices llevamos en el alma —se quedó en silencio y concluyó—, y en el cuerpo.
Luis se giró y vi un par de punzadas ya cicatrizadas en su costado.
- ¡Qué injusto, joder! —dije lleno de rabia.
- Cuando lo veo así, disfrutando de la naturaleza —dijo mirando al Rubio con extrema ternura—, me parece algo increíble.
El Rubio y Elana parecían una sola criatura, un centauro de oro y plata. Hacían giros, quiebros y piruetas a dos patas. Cuando se percató de mi presencia, puso rumbo hacia nosotros a trote ligero.
- La verdad es que se ve muy hermoso —dije lo que me salió del alma al verlo venir.
- Sí, míralo. Su melena al viento, su cuerpecito menudo. Por no hablar de sus artes amatorias —dijo Luis con absoluto deseo—. Es como un adonis, parecía inalcanzable cuando lo vi por primera vez.
- Pero lo has conseguido. Incluso, veo que, a pesar de esa admiración, tu trato hacia él es autoritario y dominante.
- Así es. Ambos nos ofrecemos aquello que deseamos.
El Rubio llegó hasta la roca, bajó de su hermosa yegua gris y la acarició con agradecimiento.
- Venga bonita, bebe y come esa hierba fresca, que te lo has ganado —y ella le correspondió relinchando de alegría—. Hola Matt, ¿has descansado? —dijo ofreciéndome una bonita sonrisa.
- Claro, estaba rendido, y después de tus servicios no hay nada más reconfortante que una buena siesta.
- Es que desoués de correrse es lo que toca, ¿verdad, Luis? —dijo dándole un beso en el hombro.
- Chicos, quería daros las gracias por haberme dejado libre.
- En seguida supimos que no eras peligroso, pero quisimos ser prudentes —dijo Luis levantándose.
- ¿Hace un baño? —preguntó el Rubio descalzándose los gayumbos.
Luis siguió los pasos de su amado rubiales y yo no quise quedarme atrás. En pelotas, nos metimos en el agua, que aunque estuviera muy fría, se agradecía. Aquella tarde era infernal.
Estuvimos riendo y hablando de muchas cosas. También jugamos como niños a la lucha libre y a darnos chapuzones.
El atardecer enrojeció el cielo y conectamos con su energía. El agua nos llegaba por las caderas y el Rubio se abrazó al cuello de Luis, y este lo sujetó por las corvas y la espalda. Se besaron sin pudor delante de mí y entonces, Luis abrió un ojo y me miró. Lentamente se fue acercando hasta que no tuve más remedio que extender mis brazos y coger al Rubio como si fuera a pasármelo. El muchacho extendió su brazo sobre mi cuello y estiró las piernas sacando a flote su hermoso ombliguillo y su delicioso pubis. Luis y yo lo sosteníamos entre nuestros brazos y lo girábamos para escuchar el sonido del agua resbalando por su precioso cuerpo. El frescor del agua había encogido sus pelotas haciéndolas minúsculas. Su escroto tenía el aspecto de un cerebro de cordero, no se apreciaban los huevos, toda la superficie era una cúpula de piel estriada y endurecida. Su polla también se había vuelto tímida y descansaba sobre el frondoso pubis.
- No te cortes, Matt —dijo Luis imaginándose mis intenciones.
Me acerqué a sus cojoncillos y exhalé mi aliento cálido sobre ellos. Me encanta sentir su textura arrugada e ir deshaciéndola con el calor de mi boca. Besé aquel delicado pellejo con mimo. Luego lo lamí con la lengua y resurgieron poco a poco sus pelotas ovaladas. De reojo vi que su rabito fue creciendo y engordando acercándose a su ombligo. Ya con los cojones bastante blandos, subí con mi lengua para probar su nabo, y me lo metí en la boca. Lo dejé atrapado, quieto. Quería que sintiese el calor de mi garganta. El Rubio seguía con los brazos en cruz sobre nuestras espaldas y mirando como el cielo se iba anaranjando. La música de fondo de aquella estampa eran sus susurrantes gemidos.
De repente, noté que algo rozó mi prepucio. Mi polla, completamente dura, estaba chocando con el rabo tieso de Luis. Ambas buceaban bajo la espalda del Rubio. Entonces quise cambiar de nabo y me sumergí para mamárselo. No me hizo falta su permiso esta vez. Aguanté la apnea todo lo que pude. El contraste del agua fría y su rabo caliente era maravilloso. Sus cojones también estaban arrugados. Se los comí un buen rato pero en el medio acuático me fue imposible descolgárselos. Salí a respirar entre las piernas del Rubio. Por fin tenía su riquísima raja a mi merced. Él mismo se estaba acariciando el anillo. Lo hacía magistralmente. Bajaba con tres dedos y al subir metía uno, luego volvía a bajar y lo bordeaba para abrírselo, momento que aproveché para clavarle la punta de la lengua. Una vez que sintió mi cara pegada a su raja, sacó su mano y me dejó el camino libre. Lo besé, lo lamí con mucho gusto, le daba unas pasadas de lengua con fuerza para que mis papilas gustativas rozasen los cuatro pelos de su ojal y los pliegues. El Rubio se retorcía de placer en los brazos de Luis y gemía con más fuerza.
Mis dedos también quisieron jugar en su interior, pero la saliva se diluía con el agua, así que salimos del río y nos echamos en la orilla. El Rubio se puso a cuatro patas y Luis arrodillado enfrente de él, le follaba la boca con su rabo gordo mientras yo, sentado en el puto suelo, seguía jugando con su maravilloso culito. Me dieron unas ganas tremendas de palmotear las mollas y así lo hice. Un dedo se había quedado corto, así que le metí otro alternando las bofetadas de una a otra cacha. Su palidez se fue tornando del color del atardecer. El cabrón de Luis me animaba a que siguiera azotándo y comiéndole el culo a boca llena.
- Cuando creas que esté preparado, me avisas —dijo tomándose el derecho del primer turno.
- Rubio, ¿tú qué dices? —le pregunté con tres de mis dedos metidos en su culo—. Yo lo veo en su punto.
- ¡Folladme ya, por favor!
El Rubio estaba deseoso de sentir nuestras pollas duras. Entonces, Luis me cedió el sitio de la mamada, y se puso en cuclillas para clavársela de una atacada. Se ve que le dolió bastante a pesar de la dilatación, porque casi se ahoga al intentar gritar con mi polla en la boca. Luis comenzó a bombearle el culo a buen ritmo y de vez en cuando también le daba un palo en las nalgas. Yo tenía el rabo incandescente y con ganas de metérla, pero mi extremo gusto por comer culo me hizo probar suerte con el de Luis. Así que me fui por detrás, lo cogí de las caderas y me arrodillé. La vista era espectacular, podía ver la follada en primer plano, los cojones chocándose con la entrada y su culo moreno abierto pidiéndome lengua. Me amorré a su ojete y por un momento se detuvo. Me cogió la cabeza y la apretó hacia sí. Yo pensé que quería mayor roce, pero cuando vi que no cedían sus fuerzas me imaginé que quería impedir que respirase. Ese juego loco me excitó muchísimo y más ganas me dieron de comérselo. Reinició la follada y yo saqué mi lengua para restregársela por la raja coindiciendo con la subida y bajada de su culo.
Pero el Rubio reclamó polla para su boca y dijo:
- ¡Es increíble, dos pollas y yo con la boca vacía! ¿Es que nadie tiene piedad de mí?
- Matt, dale rabo, que con tanto jadeo va a marearse —me ordenó Luis sin dejar de petar.
- Pero yo quiero lefa y también quiero metérsela —reclamé sin vergüenza.
- Eso tendrá que esperar. Ponte en 69 —volvió a ordenarme Luis—. Además, hace tiempo que no se corre en caliente. Lo agradecerá.
No tuve otra que obedecer, así que me colé entre las piernas de ambos. En el trayecto, me restregué por la cara el delicioso culo de Luis, sus cojones ya colganderos y la base de su polla que entraba y salía del dulce anillo. Luego me topé con las pelotas rosadas del Rubio, hasta que me metí su nabo en la boca al mismo tiempo que él se metió el mío y cesó la hiperventilación. Las tres pollas estaban a cubierto entrando y saliendo de nuestras mucosas. Del culo del Rubio caían gotas de saliva y líquido preseminal que Luis bombeaba hacia fuera y que, a modo de gotera, terminaban en mi frente mientras yo engullía con sumo gusto el rabo del rubiales. La petada de Luis fue cada vez más fuerte y un gruñido anunció su tremenda corrida. Saber que ya había deslefado en su interior excitó al Rubio sobremanera y terminó corriéndose en mi boca. Disfruté su lefa muchísimo, la degusté con pasión. El sabor de su interior y la mamada que me estaba dando fueron más que suficientes para que mi polla terminase explotando en su garganta. Luis, ya corrido, se arrodilló entre mis piernas y juntó su polla con la mía para que el Rubio las limpiase hasta que se nos bajase la erección, pero fue imposible. Su boca, maestra en mamar, seguía excitándonos, así que solo pudimos bajar la empalmada con otro refrescante baño.
Ya de vuelta a la cabaña del roble, Luis preparó los pescados en espeto y estuvimos charlando toda la noche hasta que el sueño nos invitó a acomodarnos y soñar con el día siguiente. Yo tardé un poco más en dormirme. Verlos acurrucaditos me produjo una tremenda sensación de paz, pero también un poco de miedo. Me sentí demasiado a gusto con ellos, y eso era peligroso teniendo en cuenta las razones de mi huída. No quería volver a caer en las garras del amor. Así que intenté recrear en mi mente la tarde en el río para no pensar. Lo último que recuerdo es que me dormí con una sonrisa.
...CONTINUARÁ...
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EL ROBLE
parte primera.
Seguí un mapa casero que Ramón me dibujó en una servilleta de papel mientras nos tomábamos aquel último café. En una de las esquinas figuraba el nombre de su bar. Me hizo gracia porque rodeó el logotipo con un corazón y lo usó como punto de partida de la ruta. Sentí cierta ternura al verlo de nuevo. El destino final no era el mar, sino un gran bosque que pintarrajeó en la esquina opuesta. Pero antes debía atravesar una sierra y luego una amplia estepa salpicada de pequeños caseríos abandonados donde podría encontrar refugio. Tras tres días con sus tres noches, en las que me animaba esnifando los aromáticos calzoncillos de Ramón, llegué a ese bosque repleto de hermosos fresnos. Era impresionante. Desde fuera se veía cual oasis en medio de un secarral de mata baja. Una vez dentro empecé a escuchar pajarillos y el suave baile de sus hojas. Fue muy agradable porque hasta entonces solo oía el arrastre de mis sucias botas. Pero al rato, otro sonido se sumó. Parecía el trote de un caballo. Quise encontrarlo entre la espesura de los fresnos, pero no atinaba a saber de dónde procedía. Escuché un relincho tras de mí, me giré y vi las patas de un caballo moverse de forma nerviosa. Me acerqué pero desapareció. A lo pocos segundos volví a escucharlo y lo vi en otra posición, pero sucedió lo mismo, se esfumó. Al repetirse varias veces la escena, pensé que el jinete que lo montaba estaba claramente intentando confundirme, así que no hice caso y continué mi camino. Sin embargo, ya estaba metido en una trampa. De repente, una mano me tapó la boca, otra me retorció un brazo por la espalda y me golpearon las corvas haciéndome caer al suelo. No perdí el conocimiento, pero sí la visión. Me cubrieron los ojos con una venda y me ataron de pies y manos después de quitarme la mochila. Me subieron con mucho esfuerzo a la grupa del caballo y después de unos minutos, me bajaron y me arrastraron hasta dejarme recostado en una lugar sombreado y cómodo. No veía nada pero en el suelo había paja o algo similar. Escuché una conversación con tanta terneza entre ellos que disipó mi miedo a que pudieran hacerme daño. Hablaban del gran botín que habían obtenido al robarme la mochila y nombraban con ilusión cada uno de los alimentos que sacaban de mi petate. Justo fue tan generoso que aún me quedaban muchas cosas. Luego se callaron. Solo escuchaba como sus mandíbulas devoraban la comida. Ruidos de bocas llenas y crugir de tripas. Debían estar muertos de hambre.
- ¡Yeeeh! ¿Cómo te llamas? —preguntó uno de ellos.
- Matt. Me llamo Matt.
No dijeron nada más. Escuché la hebilla de un cinturón y roces de ropa.
- ¡Espera, quítale la venda, Rubio! —dijo la misma voz—. Quiero que vea cómo lo haces.
Me deslumbré por completo, y cuando se acomodaron mis ojos vi a un muchacho hermosísimo. Tendría unos veintitrés años. Un rubiales con melena lacia, grandes ojos de color gris azulado, cejas pobladas, piel blanca e imberbe.
- Perdona por el asalto —me dijo con una voz más aguda que la que había escuchado hasta el momento—, y gracias por la comida. Espero que te guste nuestro obsequio.
Se retiró y volvió junto a su compañero que estaba con el torso desnudo apoyado en un anchísimo tronco con las piernas abiertas y el pantalón desabrochado. Era moreno de piel y de cabello oscuro y corto, con un pequeño tupé. Tenía los ojos algo rasgados y la cara angulosa adornada por una incipiente perilla que no tendría más de tres días. Parecía unos diez años mayor que el rubito. Este se arrodilló frente al moreno y lentamente fue bajándole los pantalones hasta los tobillos. Un buen rabo flácido pero hermoso se descolgó sobre el saco de piel color ceniza que empaquetaba el par de pelotas. El capullo lo tenía prácticamente fuera y terminó de salir completamente en el momento en que el Rubio lamió sus pezones.
- Y tú, ¿cómo te llamas? —pregunté con el mismo descaro con el que él me miraba.
- Luis —dijo estirándose del escroto.
Yo miraba alternativamente sus ojos color miel, las maravillas que el Rubio le hacía con la boca en el sobaco y los pezones, su polla que ya estaba crecida del todo y las preciosas curvas del más joven sirviendo a su macho.
Mi polla no tardó en empezar a gotear como de costumbre. Me había empezado a crecer en el pantalón en la dirección opuesta a la habitual. Se ve que el traslado me la retorció y tenía la necesidad de colocármela bien, pero mis ataduras me lo impedían. Esta vez había sido invitado como vouyer de honor a presenciar como dos forajidos se daban placer sexual tras llenar sus escuálidas barrigas.
El Rubio bajó arrastrando su lengua por el centro del torso de Luis hasta que se hizo con su polla en la boca. Sublime forma de mamarla. A cada lamida, a cada metida, la embadurnaba de brillante saliva caliente. Pronto adquirió un color violáceo hacia la punta. Luis se encendió un cigarro. Me miraba a mí, miraba como el Rubio se la mamaba y luego pegaba una calada cerrando los ojos. El cabrón estaba disfrutando como un bellaco. La mamada era cada vez más profunda, el Rubio estaba muy bien entrenado, era capaz de engullirla entera, hundía su nariz en el espeso pubis negro y sacaba la lengua para lamerle los cojones al mismo tiempo. Aprecié que esto excitaba muchísino a Luis porque se retorcía aún más ante esa maniobra. Pero se ve que no quería que acabase ahí la cosa, así que agarró de la melena al Rubio para sacarle la polla de la boca y se levantó dejándolo a cuatro patas. Yo creí que iba a encularlo, pero no. Luis se acercó a mi lado y se sentó. Me ofreció fumar de su cigarro y yo le di un par de caladas. Me encantó el tacto de sus dedos sobre mis labios. Después le hizo una señal cómplice a su rubio y este se acercó a nosotros gateando, me abrió la camisa y me bajó el pantalón. Mi polla se liberó como un resorte y como había goteado muchísimo, salpiqué liquido sobre el muslo de Luis que estaba pegado al mío. El moreno recogió el líquido con un par de dedos y humedeció los labios del Rubio que ya tenía las dos pollas agarradas con sus blancas manos algo pegajosas por el azúcar de la manzana que había comido de postre.
- ¡Bésame, Rubio! —ordenó Luis.
Y él lo besó con sus carnosos labios rosados humedecidos por el elixir de mis pelotas.
Yo me quedé mirando fíjamente la unión de sus labios y los hilos de humedad que se formaban entre sus lenguas. El jugososo sonido de sus besos era música para mi polla. Luis volvió a dirigir la cabeza del Rubio agarrándo su melena y la clavó en mi nabo. Él también tenía su punto de vouyer, disfrutaba mirando cómo su camarada jugueteaba con mi abundante prepucio chorreante mientras se terminaba el cigarro.
- ¿Te gusta, Rubio? —preguntó Luis—. Disfrútala como si fuera la mía. Sabes que somos un equipo y quiero que estés bien alimentado. Hoy tendrás ración doble de lefa.
- Es diferente, pero muy rica —dijo el Rubio sin dejar de lamerme el capullo como si fuera un helado—. Este pellejo extra es una pasada. Ya sabes que me encanta servirte así.
Si no hubiera estado atado, mis manos hubieran volado para acariciar y sobar su precioso cuerpo que se contoneaba como buen perrako al alternar la mamada de mi polla a la de Luis y viceversa. Desde mi posición solo podía ver el principio de la rajita este las mollas blanquitas del culo. En ese momento, deseaba con todas las ganas poder ver su culito desde detrás, olerlo, besarlo, comerlo y follarlo, pero seguía siendo imposible estando atado. Además, Luis era claramente el que manejaba la situación, y al patrón no se le piden licencias en plena operación. Así que me limité a disfrutar del panorama y de la dulce manada del Rubio.
Tragaba cada vez con más gana, nos lamía las pelotas y rodeaba nuestros capullos con su lengua rebelde. Cuando mamaba un rabo, pajeaba el otro. Aquello fue subiendo cada vez más de temperatura hasta que mis gemidos se fueron haciendo más notables. Entonces, Luis se ladeó juntándo su rabo al mío para que el Rubio tuviese los dos capullos al alcance de su boca. Él también estaba a punto de lefar.
- No quiero que se escape ni una sola gota —dijo con la voz entrecortada por la cantidad de saliva espesa que se había acumulado en su boca.
- Me corro —dije con cierta dificultad por el gustazo.
Luis acercó todavía más el nabo y lo colocó sobre el mío. Yo empecé a soltar grandes chorros directamente al paladar del Rubio y antes de cesar mis disparos, Luis atacó con su artillería reforzando la lluvia de rica lefa que ya inundaba la boca del muchacho de ojos grises azulados. Tras la corrida, Luis recuperó su postura y el Rubio seguía asiendo ambos nabos. Nos miró con mucho morbo y con la intención de que viéramos que iba a hacer manteniendo la boca abierta. Entonces, deglutió nuestra mezcla de lefas cerrando los ojos y relamiéndose del gusto. Después, rechupeteó ambos rabos para dejarlos completamente limpios mientras se pajeaba. No tardó ni un minuto en correrse sobre el suelo como buen perrako que era.
Yo no supe qué decir, estaba exhausto. Luis se levantó, se quitó a palmotazos las briznas de paja que se le habían quedado pegadas al culo y a las piernas, y se subió el pantalón. Salió fuera del recinto sin decir nada.
No me había fijado antes en el lugar donde estábamos, era una especie de choza adaptada a un árbol con forma de araña gigante.
- ¿Te gusta nuestra cabaña? —preguntó el Rubio—. Es un viejo roble. Aunque lo veas aquí solitario entre cientos de fresnos, es el rey del lugar. El más viejo pero el más fuerte.
- Sí, está muy bien, la verdad. Parece un lugar perfecto para esconderse si huyes de alguien —dije con toda la intención.
- Cuando Luis y yo tuvinos que escapar de nuestro rancho en el norte, estuvimos vagando por tierras desconocidas durante meses. Ningún lugar nos ofreció la mínima seguridad hasta que encontramos este inmenso roble —contaba mientras se subía el pantalón.
- ¿Huir? ¿Por qué? ¿De quién?
- ¡Yeeeeeh! Eso no es asunto tuyo. Una cosa es que te coma la polla y otra muy distinta, que te revele nuestros secretos —dijo mientras me vestía—. La confianza es así de caprichosa.
- De acuerdo, perdona la indiscreción.
- Estás perdonado.
Me resultó tan atractiva esa mezcla de sumisión y servicio que minutos antes nos había prestado a Luis y a mí, con la chulería de aquel momento, que me sedujo como para saber más acerca de él. Pero resolver la incomodidad de mi situación era prioritario.
- Oye, Rubio. ¿Te importaría desatarme? No voy a ir a ninguna parte, se nota que no sois mala gente, es que no puedo más.
De repente, entró Luis y dijo:
- De eso nada. ¡Rubio, ni se te ocurra!
- Claro Luis, no iba a hacerlo.
- Matt, no sabemos lo que escondes ni qué cojones haces por aquí, pero ya tendrás tiempo de explicarte. Ahora dormiremos una larga siesta.
- Después de comer y follar, nos gusta reposar los placeres —dijo el Rubio con media sonrisa.
- Si Matt necesita mear, ya sabes lo que tienes que hacer, Rubio.
La verdad es que me estaba meando vivo, y no dudé en expresar mi necesidad. El rubio se agachó de nuevo, me sacó el rabo de la bragueta, que aún seguía morcillón, y se lo metió en la boca. Apreté y le di de beber mis meos disfrutando de las vistas. El rubio me miraba con satisfacción no dejando escapar ni una gota. Una vez que se me acabó el chorro, me retrajo el prepucio y me la limpió con sumo cuidado hasta dejarme la polla impecable, me la guardó y se fue con Luis.
Hubiera tenido una animada charla con ellos para conocerlos un poco más, pero cuando los vi acurrucados frente a mí, me dio cosa romper aquel momento tan romántico. Luis yacía bocarriba sobre una improvisada cama de paja y harapos, y acariciaba la espalda de su rubio que abrazaba su pecho y sus piernas, y encajaba la cabeza en el cuello de su macho.
A pesar de mi incomodidad, el cansancio me pudo y me contagié de su profundo sueño.
...CONTINUARÁ...
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EL ACEBUCHE.
No tenía buena pinta aquel aquel bar a la entrada del pueblo al que llegué para tomar algo tras tres días caminando. No me apetecía probar suerte en casas de vecinos después de la experiencia del cortijo navideño, así que, hasta que no estuve cerca de lo que se pareciese en algo a la civilización, no paré a descansar más de tres horas seguidas, que aprovechaba para echar una larga siesta.
El Acebuche, como digo, no tenía buena pinta, pero al fin y al cabo era un bar. La fachada estaba desconchada y el cartel medio doblado, no quería imaginarme cómo estarían los vasos y los cubiertos, pero mi culo, ya repuesto del pollón de Goyo, se moría por sentarse en una silla; por no hablar de mi garganta, que pedía a gritos una cerveza fresca. La polla de Fede no era ningún pollón pero llevaba un piercing, y al no haber tenido el control en mis manos para frenar la profundidad de la follada de boca, se ve que me irritó la faringe al golpeármela sin compasión.
Esperaba que tras la barra hubiera un hombre mayor, antipático y sudoroso, pero al entrar no vi a nadie. Me acerqué observado el local. No se veía aseado, tal y como esperaba; estaba bastante oscuro y se escuchaba una radio de fondo, parecía un partido de fútbol.
- Buenas tardes —dijo una voz relativamente joven que no atinaba a saber de dónde procedía— ¿Qué desea?
Me di la vuelta, y junto a la puerta ví la silueta de un hombre a contraluz con mandil y una escoba en la mano.
- Buenas tardes, me gustaría tomar una cerveza.
- Pues está usted en el lugar perfecto —dijo con voz amigable entrando hasta la barra—. No suele venir mucha clientela a esta hora, así que aprovecho para barrer el patio trasero. ¿Quinto o tercio?
- El que tengas más fresco. Hace un calor insoportable.
El paseillo que hizo desde la puerta a la barra fue suficiente para repasarlo desde todas las perspectivas. Pelo anillado rubio, anchos hombros, estrecho de caderas y fuertes brazos y piernas. Los vaqueros le hacían un culo estupendo, por cierto. Cuando lo tuve enfrente, me quedé prendado de sus ojos grises y su voz, que era llamativamente grave para la cara de querubín que tenía. En seguida, me imaginé que debía tener unos veintiocho años y par de pelotas bien gordas.
- ¿Y qué le trae por aquí? —preguntó el muchacho—. No es habitual la visita de forasteros.
- Bueno, voy buscando el mar. Vengo de lejos y voy parando en diferentes lugares.
- Ahora que no nos escucha nadie, le diré que este pueblo se ha ganado a pulso la fama de antipático —dijo bajando volumen de su potente voz mientras yo le daba el primer trago a la cerveza.
- ¡Dios, qué buena está!
Me extrañó que siendo de aquel lugar le diese mala publicidad. El joven, bayeta en mano, prosiguió con su discurso.
- Este es un pueblo medio muerto. Aquí la gente es muy mayor. Los jóvenes se largan en cuanto pueden.
- ¿Y tú? —me atreví a preguntarle—. ¿Este es el futuro que has elegido?
- Me llamo Ramón —respondió muy serio—, y sí, este es mi futuro, aunque no lo he elegido yo —dijo mirando de reojo hacia su izquierda.
Se escuchó el sonido de una persiana de canutillo y giré la cabeza. Del almacenillo atestado de cajas con cascos de refrescos vacíos salió el hombre mayor, sudoroso y obeso que yo esperaba encontrar detrás de la barra de aquel cochambroso bar.
- ¿Quién va? —preguntó aquel personaje.
- Padre, es un forastero que está de paso. Dice que va buscando el mar.
- Me llamo Matt. Es el primer bar que he encontrado en varios kilómetros. Tienen buena cerveza.
- Tanto gusto, yo soy Justo, para servirle.
Entonces entendí el cambio de humor del querubín de culo bonito. Cuando el viejo se acercó para saludarme, la tenue luz del expositor de bebidas iluminó su rostro en la oscuridad y vi que estaba ciego. Ramón no podía huir de allí y dejar abandonado a su padre invidente y tan mayor. Comprendí su desmotivación y alergia al pueblo.
Justo fue realmente simpático conmigo. Quiso que me sentara en una mesa e hizo que Ramón sacase unas viandas que me revitalizaron el cuerpo y el alma. Luego se marchó a descansar y quedamos Ramón y yo compartiendo la sobremesa.
- Por cierto, tutéame Ramón, por favor.
- De acuerdo, Matt. Así que vas buscando el mar —dijo el rubio atusando sus ricitos y abriéndose la camisa—. Ahora que lo dices, me vendría de lujo una baño en la playa. Este calor empieza a ser insoportable.
- Sí, un baño en la playa estaría genial —dije mirando su pecho con cuatro pelos rubios sin ningún pudor—. Verás, no sabría decirte un por qué en concreto. Soy hombre de mar. Nací junto al mar y siempre he vivido en ciudades con puerto o playa.
Dos gruesas gotas de sudor recorrieron su piel blanca desde el cuello hasta desaparecer por dentro de su camisa. Entonces, noté como mi rabo empezó a chorrear al imaginarme recoger aquellas gotas con la lengua e investigar más allá de su camisa y su mandil.
- Mira Matt, el mar no queda cerca de aquí, pero yo tengo un remedio casero para combatir este calor de muerte. Ya verás, es infalible. Acompáñame.
Seguí sus pasos sin pensármelo. Me dio la sensación de que el rubio se me había insinuado con el gesto de la camisa y su seductor tono al preguntarme, pero no quería hacerme ilusiones. Comer y beber me habían despertado las ganas de follar, pero no quería equivocarme. Me llevó hasta la parte de atrás. Atravesamos varias estancias, entre ellas, una especie de garaje con herramientas y seguido, un gallinero que daba a un patio con el suelo de cemento rodeado de macetas llenas de hermosas plantas. Enfrente, se extendía un espeso huerto de acebuches y grandes olivos. Ramón se quitó la camisa y el mandil, se fue a una esquina y se agachó para trastear una boca de riego.
- ¡Joder! No sé qué le pasa a esto ahora —dijo enojado al no poder poner en marcha el agua—. Si solo tienes esa ropa, será mejor que te la quites.
Yo solo estaba mirando aquellos vaqueros medio sucios que hacían un arco perfecto coronado por unas fuertes nalgas. Me acerqué por detrás aprovechando que no cambiaba la postura y me arrodillé asiendo sus potentes muslazos. Entonces, Ramón se incorporó, se desabrochó el pantalón y dijo:
- Quiero que sepas que vas a darme el momento más excitante de los últimos cuatro años de mi vida. Haz que sea inolvidable.
Subí mis manos hasta su cintura y agarré los pantalones. Fui bajándolos lentamente. No quería perderme ni un centímetro de su piel caliente y húmeda. Pegué mi nariz a la parte más baja de su espalda y fui bajando al mismo ritmo que lo iba desnudando. Pronto aparecieron las montañas de sus glúteos. Mi barbilla sintió la depresión de su raja y automáticamente se me abrió la boca. Necesitaba saborear el salado comienzo de aquel maravilloso y profundo valle de carne tersa y pálida. Ahí me detuve un instante mientras le bajaba los pantalones hasta los tobillos. Las cachas del culo fueron un imán para mis grandes manos. Las agarré con fuerza y fui abriéndolas lentamente. Pero antes de mirar, cerré los ojos e introduje mi nariz entre ellas para que el aroma de su piel más íntima penetrase en mi cerebro a través del sentido más potente, el olfato. Su raja estaba ligeramente poblada de suave vello, pude sentirlo cosquillear mi nariz al bajar más y más. Su olor a macho se fue haciendo intenso. Noté que se agachó y eso ayudó a que su culazo se abriese mucho más. Entonces pegué mis labios a su ojete. Ummmmmmm, qué textura más jugosa. Estaba caliente y ligeramente humedecido por el sudor, lo sentí como un anillo perfectamente redondo. Lo besé varias veces. Era como besar unos labios sedosos pero con la esencia masculina del perrako que era, estaba claro. Pero Ramón no solo se agachó para facilitarme el acceso a su culo, no. De repente, noté que sus manos manipulaban mi cinturón en busca de mi polla, que ya la tenía reventando mi bragueta. No pudo sacarle ni una gota al grifo del patio, pero al sacar mi nabo se mojó inmediatamente las manos con el chorreo que salió de mi largo prepucio.
- ¡Dios, qué maravilla! —exclamó al pringarse las manos—. Esto es pura miel para mis labios.
Entonces, abrí los ojos y pude ver aquella raja que estaba besando. Era tal y como me la había imaginado con el resto de los sentidos. Saqué la lengua y escarbé en aquel carnoso anillo. Se abría con cierta facilidad. Ramón estaba muy caliente, su sonora respiración lo delataba. Mientras yo devoraba su culo a lamidas cada vez más fuertes, él me pajeaba de una forma especial. Me retiró el prepucio con una mano y me masajeaba el capullo con la palma de la otra mano cerrada. El frote era tan intenso que me hacía chorrear más y más líquido transparente. Ramón se incorporó de nuevo y se dio la vuelta. Su polla estaba frente a mí. Tiesa, no llegaba a medir más de nueve centímetros, pero me miraba tentándome a metérmela en la boca. Cuando fui a sucumbir, Ramón me lo impidió y me cogió las manos para que me levantase. Me besó el pecho y se puso a jugar con mis pezones. Uffffff, qué boca más caliente. Mamaba mis tetillas sin descanso con sus labios, su lengua y sus dientes con los que me daba suaves mordisquillos. Bajó relamiendo la línea central de mi torso hasta que se metió mi polla en la boca.
- ¡Buaaaaaahhhh! ¡Qué boquita tienes, caniche! —dije acariciando su pelaje ensortijado.
De repente, se escuchó la puerta del patio. Yo me asusté e intenté retirarme de su boca, pero aquel perrako tenía demasiada hambre para deshacerse de mi pedazo de carne llorona. Ni se inmutó. Siguió mamando sujetándome las piernas para que no escapara. Me lo temía. En el patio apareció Justo ayudado por su bastón y camuflado tras un sombrero de paja.
- ¿Estás ahí Ramón? ¿Por qué has cerrado el bar? Están a punto de venir los de la partida.
- Sí padre, estoy aquí —dijo Ramón sacándose mi rabo de la boca—. Aún falta media hora —y volvió a mamármela.
No me lo podía creer. Justo estaba a no más de cuatro metros de nosotros y su hijo estaba amorrado a mi nabo como un puto cervatillo.
- Estoy intentando sacarle agua a este grifo, pero no termina de salir con potencia —dijo el muy cabrón masturbándome las veces que no me la estaba mamando.
- Lo que tienes que hacer es abrir la llave de paso del patio, Ramón —dijo muy sabiamente ignorando el aquelarre que estaba sucediendo ante sus ojos—. Yo voy a sentarme un ratillo aquí, parece que se está más fresco.
Me relajé al ver que no había peligro, incluso me dio morbo ver como el viejo Justo se secaba el sudor con su pañuelo de tela mientras su hijo trabaga polla como un mamonazo.
- Si sigues dándole al grifo de esa manera va a explotar —dije para seguir el sucio juego.
- ¿Estás ahí Matt? —preguntó Justo—. Pensé que te habías marchado ya. ¡Ramón, hazme caso hombre!
Y Ramón le hizo caso. Dejó mi rabo y se fue a abrir la toma general del patio. Luego abrió el grifo, y de la manguera salió un chorro suave, sin mucha potencia, ideal para refrescarse. El querubín de ojos grises se me acercó y me abrazó. Nos fundimos en un beso apasionado y luego puso la manguera sobre nuestras cabezas a modo de cascada. Fue una sensación bestial. Seguíamos calientes como perros pero el agua fresca aliviaba con creces aquel puto calor asfixiante.
- Podías regar las plantas, Ramón —sugirió Justo—, las pobres también pasan calor.
- Claro, padre —dijo guiñándome un ojo.
Ramón me llevó hasta la valla que separaba el huerto del patio. Estábamos enfrente de su padre, a unos pocos metros. Me pidió que lo ayudase a guardar el equilibrio para ponerse de puntillas y sacar el culo por la valla. Me temí sus intenciones. Tomó la boca de la manguera y se la aplicó al ojete, y a los pocos segundos, empujó con fuerza . Así varias veces. Los acebuches estarían muy cotentos, desde luego. Me dio el mando de la maguera y fui rellenando aquel maravilloso culazo conforme lo vaciaba. Era como una rica fuente natural.
Vacío completamente, Ramón se dio la vuelta y apoyado en la valla, subió una de sus piernas. No había duda, quería rabo.
Yo aproveché para comerle un poco más el culo, pues estaba fresquito y mojado, bien jugoso. Me retraje el prepucio, solté un buen lapo en mi nabo y lo encajé en el rosado anillo de Ramón. ¡Joder, qué bien entró! No costó nada al principio. Entró el capullo por completo. Luego se frenó. El agua había hecho desaparecer cualquier lubricación. Así que volví a escupir sobre el mismísimo ojete, pero seguía sin ser suficiente. La mejor saliva es la del fondo de la boca y la que se produce con las arcadas, así que le metí tres dedos en la boca a Ramón para que salivara con espesor y la apliqué a la unión de mi polla con su ojete. Ahora sí, uffff, cómo entraba. Ramón se tapaba la boca con la mano o se mordía el antebrazo para que su padre no se extrañara por los gemidos. Yo bombeaba mi capullo en su precioso culito manejándolo con una mano mientras regaba nuestros cuerpos con la otra. El morbo de tener a su padre de espectador ignorante, me procuraba aún más excitación. Quería preñarlo, deseaba rellenar el hermoso culo de Ramón con mi manguera. Entonces, puse la del agua mirando al cielo, le coloqué el dedo para hacer presión, y convertí el chorro suave en una fina lluvia bajo la que ambos vibrábamos al son de orgasmos simultáneos. Su rabo empezó a lefar el charco sobre el que estaban nuestros pies y el mio rellenó sus entrañas con lefa de tres días.
No cesó la llovizna todo el tiempo que tardó mi rabo en desinflarse y ser escupido por el culo de Ramón. Preñado y contento, se acercó al grifo y lo cerró.
- Padre, qué bien sienta un remojón a media tarde —dijo para mayor cachondeo.
- ¡Déjate de remojones y atiende el bar, que estarán los clientes desesperados.
Pero la puerta del bar estaba igual de solitaria que lo había estado la vida sexual de Ramón desde hacía cuatro años. Ramón movió su culito reventado hasta la barra y sirvió dos cafés.
- Supongo que te marcharás ya mismo —dijo con su grave y sensual voz ahora más sedosa—. Recuerda que si no encuentras el mar, aquí se pasa bien con una simple manguera.
- Imposible olvidarte, Ramón, imposible —dije con cierta tristeza—, pero he de marcharme.
- Espera, toma —dijo dándome una bolsa llena de comida—. La ha preparado mi padre. Él no puede ver el mundo que le rodea, pero siempre ha sabido apreciar las necesidades de las personas.
- No sé cómo agradecéselo.
- Llevándotelo, sin más. Ahí se ha quedado, regando los acebuches, como si les hiciera falta después de mi riego cular, jajaja.
- ¡Jajaja! Pues, dale las gracias de mi parte.
- ¡Ah! Y toma.
Ramón se metió la mano en el bolsillo y sacó los calzoncillos que llevaba puestos cuando lo desnudé. Me los llevé a la cara y supe que podría rememorar su aroma cada vez que cerrase los ojos.
Me fui hacia la puerta, me di la vuelta y allí estaba Ramón detrás de la barra, con una inmensa sorisa, con su culito lefado y con sus graciosos ricillos tirándome un beso al aire.
Me fui atravesando el pueblo que seguía igual de vacío que lo encontré al llegar, pero esta vez me acompañaba el perfume de Ramón en la mochila.
Faltaría una hora para el atardecer. Me encanta observarlo mientras sucede.
...CONTINUARÁ...
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EL ALGARROBO parte segunda.
De las cachas me fui a la raja. Antes de tocarla con los labios, quise sentir su aroma, su dulce aroma. Mi nariz surcó inspirando aquel canal tapizado de fino vello. ¡Qué maravilla de culito! Al olor sumé su sabor. Ummmm, riquísimo. Su textura era tersa y suave. Me entretuve en el anillo un buen rato. Lo besé, lo lamí, lo succioné, lo babeé y me lo comí salivando como si yo fuera la viva reencarnación de un hermano del mismísino Sansón. Me hubiera gustado tener las manos libres para abrirlo, meterle los dedos y jugar un poco con él, pero no me era posible. Mis brazos estaban tensos, atados al majestuoso algarrobo.
- ¡Fede! —exclamó Goyo—. ¡Meada de mono!
Me quedé extrañado, pero yo seguía comiendo. Sin embargo, Fede, sin decir palabra, se bajó de mis rodillas y me dejó con la miel de su ojete en los labios. Trepó por el algarrobo y llegó hasta una de las ramas fuertes que había a un par de metros sobre mi cabeza. Entonces, abrió las piernas con el culo en pompa y se sacó el nabo del suspensorio rosa. Me miraba y se reía. Goyo por su parte, me agarró del pelo y me echó la cabeza hacia atrás, de tal manera que no podía cerrar la boca. Y en pocos segundos, vi cómo un chorro de dorado líquido surtía de la polla del argentino, regándome de arriba abajo. Goyo intentaba controlar mi cabeza para que la meada de Fede entrase en mi boca pero tuvo el mismo éxito que un escanciador de sidra borracho, la mitad dentro y de la otra mitad, un tanto sobre mi cuerpo y el otro al suelo. Me escocían las heridas del torso con aquella caliente lluvia dorada y especialmente, notaba arderme las que me hizo Sansón con sus garras en la espalda, pero a pesar de todo, ese resquemor me hacía sentir realmente poseído.
Una vez comido y meado, Goyo ordenó de nuevo a Federico bajar del algarrobo y utilizó otra cuerda para atarlo a mis piernas.
- ¡Gaucho, al pilón!
Fede se colocó pegado a mí, frente a frente. Mientras Goyo ataba nuestras piernas hasta los gemelos, él se entretuvo lamiéndome las salpicaduras de sus propios meos que humedecían mi rostro y mi pecho. Tenía una boca prodigiosa. ¡Qué sensación más placentera la de sentir su lengua paseando por mi piel! Mi polla, totalmente endurecida estaba clavada en su ombligo depositando en el hoyito una buena cantidad de viscoso y transparente líquido preseminal. Ya empezaba a notar los cojones colganderos y duros golpeando la cara interior de mis muslos.
Aseguradas las cuerdas, Fede abandonó las lamidas de cara para hacerse cargo de mi nabo. Su boca caliente y húmeda abrazó mi prepucio sin descapullarlo con la intención de saborearlo y jugar un rato con él. En cuclillas, no tenía otra opción que agarrarse a mis nalgas para no caerse hacia atrás, así, la apertura de mi raja era inevitable. Todo lo tenían calculado. Mi culo quedaba a expensas de lo que Goyo quisiera hacer con él. La mamada de Fede fue subiendo de intensidad. No es fácil retirar un prepucio generoso haciendo uso únicamente de los labios y la lengua, pero Fede era una máquina de mamar. Pronto sentí el calor de su boca hambrienta quemándome el capullo, y yo le regala más miel de mi próstata. Notaba perfectamente cómo discurría por mi uretra. El muchacho gozaba tragando rabo como un verdadero perraco. Entonces, sentí un calor y una humedad similar en mi ojete. Goyo aprovechó la exposición de mi raja peluda para comerme el culo y atemperarlo. La dilatación no iba a ser un problema, pues el plug había hecho bien su trabajo, así que insistió en lubricármelo a saco escupiendo y metiéndo la lengua bien adentro. La sentía como una culebra rabiosa. Yo estaba inmóvil pero más excitado que nunca. Tenía a un mamón amorrado a mi capullo y a un cazador ablandándome el culo como dios.
Cesó la comida de ojete y me volvió a coger del pelo para poner su cara junto a la mía.
- Como ves, sabemos muy buen cómo tratar a las visitas —dijo Goyo con sarcasmo—, sobre todo a los putos fisgones que perturban la tranquilidad de nuestros dominios.
- Un trato inmejorable —dije siendo totalmente sincero.
- ¿Notas algo entre las piernas?
Efectivamente lo notaba. Su pedazo de rabo traspasaba mis piernas llegando a tocar mis cojones por detrás. Aquello fue un regalo para Fede, que sin dejar de atender mi polla, apartó mis pelotas para encontrarse con la de Goyo y juntarla con la mía para lametearlas y chuparlas a dos carrillos.
Yo estaba cada vez más excitado. El torso peludo de Goyo pegado a mi espalda, su aliento en mi cuello, su rabo junto al mío siendo engullidos por el muchacho argentino, uffff. Todo ello hacía que los tres fuéramos uno.
Entonces, Goyo, sin despegar ni su torso de mi espalda ni su cara de la mía, echó hacia atrás sus caderas. Lo noté porque su rabaco hizo el camino de vuelta entre mis piernas volviendo a golpear mis pelotas. Y sin separar el glande de mi piel, fue subiendo por el perineo hacia mi raja hasta que se topó con mi ojete.
- ¿La notas? —preguntó lo evidente.
- Sí, la noto —respondí algo obvio.
- ¿La notas, eh perro? —repitió presionando un poco más.
- Sí, cabronazo —me atreví a decirle sin importarme las consecuencias.
- ¿La notas, vouyer de mierda?
Y para evitar el desgarro, porque su polla era muy, pero que muy gorda, relajé el esfínter todo lo que pude y su tremendo capullo se coló en mi ojete hasta el gran surco entre el glande y el resto del nabo. Aguantó la ataca y me susurró:
- ¿La notas, eh capullo, la notas?
- ¡Sí! —grité de placer.
- ¡Pues más la vas a notar!
Y me pegó un pollazo que vi las estrellas. Me metió toda la polla de golpe. ¡Dios, qué dolor! Creí que me había partido en dos.
- ¡Pará, mi amor! —gritó Fede sacándose mi polla de la boca—. ¡No ves que lo vas a matar!
Goyo se detuvo sin sacar el nabo de mi culo y asomó su cabeza por mi costado para mirar fijamente a Fede. Aun con mi culo reventado pude tener sensibilidad para darme cuenta de que el argentino la había cagado.
- ¿Te digo yo cómo tienes que mamarla? —preguntó Goyo con tono muy agresivo—. Sí, porque yo si te puedo decir cómo tienes que mamarla.
Los ojos de Fede parecían de cristal. Se quedo callado. Él también sabía que la había cagado.
- ¿Te digo yo cómo tienes que poner el culo? —y continuó respondiéndose—.Sí, porque tú solo lo eliges si yo te doy la oportunidad de elegir.
Entonces Goyo cogió a Fede por lo pelos, y todavía con su nabo dentro de mi culito peludo, le clavó mi polla en la boca y empezó a empujarlo con mucha rabia. La barbilla del muchacho me daba en los cojones. Se la estaba tragando entera. No parraba. Entonces, el muchacho empezó a dar arcadas y un espeso líquido se desbordó por su boca mojándome el rabo, los cojones y los muslos. casi le hace potar. Aquello me puso más cachondo todavía. Fede tosía e intentaba recuperar el aliento con verdadero esfuerzo mientras pedía perdón al cabrón del cazador.
Después de aquel improvisado pero, al fin y al cabo morboso incidente, Goyo volvió a reanudar el ritmo de su follada. El tiempo de parada con el nabo dentro había dilatado mis adentros lo suficiente como para sentir placer, puro placer. Su gran rabaco entraba y salía con un roce perfecto, podía notar hasta sus venazas sorteando la estrechez de mi anillo anal. ¡Qué gustazo! Me daban escalofríos, se me erizaron los pezones y la piel de todo el cuerpo. No quería que parara. Por su cuenta, Fede se amorró otra vez a mi polla y así estuve durante varios minutos, mezclando sudores, gemidos y fluídos. Vamos, fundamentalmente gozando como un puto perro resolviendo su celo.
Mi excitación estaba llegando al clímax, mis pelotas, ya duras y dolorosas, necesitaban descargar, y entre gemidos y alaridos, disparé unos buenos chorros de lefa en la garganta de Fede. Cuando este se percató de la entrada de mi leche por su garganta, se retiró un poco para ver cómo salían los chorrazos, pero sin dejar de apuntar al centro de su boca. No quería desperdiciar ni una gota. No era tarea fácil, pues las embestidas de Goyo me meneaban cada vez más el cuerpo entero.
De repente, los gruñidos del cazador se hicieron cada vez más sonoros anunciando la preñada de mi culo. Entonces, me agarró fuerte del pelo con una mano y con la otra me abrazó el abdomen. Me pegaba pollazos impresionantes en busca de una corrida salvaje.
- ¡Aaaaarrrrgggghhhh! —gritó poseído por el gozo de deslecharse.
No paró de empujar mientras seguía gimiendo y corriéndose. Debía ser un espectáculo verlo como vouyer, pero en este caso, yo participaba en la escena.
Cesaron sus movimientos de pelvis y antes de sacarla me susurró:
- Buen perraco, sí, buen perraco. Y ahora aprieta ese culito todo lo que puedas.
El cabrón temía que mi ojete hubiese quedado tan dado de sí, que al sacarla se me caería su rica lefa. Pero no, él no conocía mi capacidad anal para dilatar y contraer a partes iguales independientemente del grosor del pollón que me folle.
No cayó ni una gota.
En silencio, se agachó para desatar a Fede de mis piernas y una vez liberado, le dijo:
- Cachorro, a pesar de tu rebeldía, te lo has ganado. Anda, bébete mi leche.
Yo en seguida supe lo que tenía que hacer. Una vez que sentí el aliento de Fede soplando mi culo, relajé mi ano para dejar salir aquella miel blanca, descarga de pasión y rabia. Fede la degustó con amor y obediencia.
Goyo se fue del porche sin decir adiós. Nos dejó extasiados a los tres, a Fede, a mí y a ese maravilloso y robusto algarrobo testigo y partícipe de aquel violento y pasional ajuste de cuentas por vouyer.
Fede me desató del árbol y recogió las cuerdas.
- Ya ves cómo es el jefe, no se lo tengas en cuenta.
- No tranquilo, no puedo decir que esto para mí haya sido un castigo, la verdad.
- Bueno, a mí me has caído bien, pibe.
- Y tú a mí, Fede —dije devolviéndole la sonrisa que me regaló—. Por cierto, muy rico tu culo. Delicioso.
- Lo mismo pienso yo de tu polla. Espectacular —dijo yéndose hacia dentro del cortijo.
Fede se detuvo en la puerta y me dijo:
- Ah, por cierto. Las órdenes son que ya no entres en la casa para nada. Te sacaré una toalla, una palangana con agua para que te limpies, tu ropa y tu mochila.
Me quedé callado y acepté sin cuestionar la poca generosidad de Goyo. Sabía que si hubiera sido por Fede me hubiera quedado el fin de semana entero, pero así estaba bien. La polla de Goyo y sus formas follando eran una maravilla, pero su carácter en general no terminó de agradarme, pensé que un cabrón decesa calaña era solo apto para perracos como Fede, agradecidos y obedientes. Así que esperé a que Fede me trajera el agua, la toalla y mis cosas. Me aseé, me vestí, y me fui caminando por el sendero que el día anterior me condujo hasta una de las noches más acojonantes a la par que apasionantes de mi puta vida.
El sendero me llevó hasta una carretera comarcal y de allí salí a la nacional. Otra vez sin rumbo, mal herido, pero muy bien follado.
...CONTINUARÁ...
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EL ALGARROBO parte primera.
No sabía qué hacer. Mi cerebro decía: ”quédate quieto"; pero mis piernas decidieron ponerse a salvo sin ningún sentido. ¿Dónde iba a esconderme en un lugar que no conocía y prácticamente a ciegas?
Salí de jazminero, que en su momento me hizo un buen papel de trinchera pajillera, y me fui hacia la espesura de lo que parecía un huerto de naranjos. Estuve sorteando árboles pero me costaba mucho correr. El terreno estaba recién regado y escuchaba el chapoteo y como se me hundían las zapatillas en el barro, pero no podía detenerme. Allí, entre ramas que me arañaban la cara, los brazos y el pecho, me sentía completamente perdido teniendo en cuenta que el cazador y su perro conocían perfectamente la zona.
Estaba exhausto, la corrida me había aflojado las piernas y escuchaba los ladridos de Sansón cada vez más cerca.
De repente, sentí el empujón de unas garras que se clavaron en mi espalda y ya no recuerdo más.
Lo siguiente fue verme en una cama desconocida, con un tremendo dolor de cabeza y con el cazador y el muchacho sentados junto a mí, uno a cada lado.
Se miraban con cierta complicidad y una media sonrisa que me confundía.
Quise ser prudente y lo primero que hice fue pedir perdón.
- ¿Nos vas a decir quién coño eres tú y qué hacías en la ventana? —dijo el cazador.
- Me llamo Matt. Iba por la carretera y vi luz aquí. Pensé que podrían darme cobijo para pasar la noche, y cuando vi a —entoces miré al muchacho para que dijera su nombre.
- Federico, me llamo Fede —respondió con un pronunciado acento argentino.
- Bien, cuando vi a Fede desnudo acariciándose sobre el sofá, no me pareció elegante llamar a la puerta.
- Claro, te pareció mucho más elegante quedarte a ver cómo me comía la polla y cómo le petaba el culito, ¿no? —dijo el cazador irónicamente.
- No, claro que no.
- Pero nos viste, boludo. Ahí yo estaba solo. Viste todo, no me jodas.
- Sí, está bien. Lo vi todo. Por eso pido disculpas.
- ¿Te hiciste una paja, maricón?
- Bueno....
- Claro que se hizo la paja, Goyo —dijo Fede a su macho—, cuando lo bañé tenía restos de semen en el calzoncillo, por las bolas y la pija. Le babeaba como un caracol, carajo.
- ¿Me has bañado?
Entonces miré bajo las sábanas y estaba completamente en pelotas.
- Cuando entré al huerto seguí los ladridos de Sansón y cuando llegué, estabas inconsciente en el suelo —contó Goyo, el cazador—. Menos mal que Sansón estaba bien comido.
- Te diste tremendo golpe en la cabeza —prosiguió Fede—, estabas herido en la espalda, magullado y lleno de barro hasta las orejas. Así que Goyo no tuvo otra que cargarte hasta la casa y me indicó que te aseara, te curara y te acostara.
- No sé qué más deciros, chicos. Muchas gracias.
- No nos des las gracias —exclamó Goyo yéndose hacia la puerta—. Cuando te recuperes, ya nos lo cobraremos —y salió del cuarto.
- La verdad es que no tengo mucho dinero, pero trabajaré en lo que sea.
- No te apures, Matt. Las deudas con Goyo no son lo que te imaginas. Acá la plata no te hará falta —dijo Fede levantando su hermoso culo de la cama—. Descansa pibe, luego vendré a mirarte las heridas.
Me quedé pensativo, absorto en la lámpara rústica del techo. La vergüenza inundaba cada rincón de mi mente recordando la escena que presencié a través de la ventana, pero una dura erección me trajo a la realidad. No tenía fuerzas para pajearme, así que me di la vuelta y me quedé dormido.
Cuando abrí los ojos, tenía delante el maravilloso culo de Fede casi en pompa vistiendo un suspensorio rosa que combinaba a la perfección con el pálido color de su piel, y en la parte baja de la raja, entre los mofletes de culo a la altura del ojete, asomaba la base de un plug con una especie de diamante gigante y brillante. Estaba preparando los apósitos para curarme. Entonces, me di la vuelta por pudor, pero Fede estaba empeñado en que no me sintiera mal.
- Dale, Matt. No seas vergonzoso —dijo entre risas.
- No, tranquilo, si cada uno en su casa va como quiere.
- A ver esas heriditas —dijo retirando la sábana y descubriendo mi cuerpo desnudo—. Goyo es un señor, mi señor, todo un caballero. Si no fueta por él, no sé dónde andaría en estos momentos.
- Entiendo que el cortijo es suyo.
- Sí, claro. Yo lo conocí haciendo cruising en los cañaverales que hay cerca del pueblo. Era su primera vez, y le gusté tanto que no dudó en traerme a casa, y tras follarme como quiso, me invitó a quedarme para siempre con él.
- Tiene que ser duro ser maricón en una casa de campo aislada del mundo sin vecinos.
- Nada que ver, boludo —dijo sorprendido por mi comentario—. Él ha follado todo lo que ha querido. Tiene coche, y la ciudad no está muy lejos, pero ya estaba cansado de culear a desconocidos. Necesitaba a alguien que atendiese sus exigencias y deseos sin contrariarlo. Y yo, eso es lo que mejor he sabido hacer siempre.
- Hacéis buena pareja. Y si me lo permites, te diré que en el sexo, parece que os compenetráis perfectamente.
- Sí con eso no hay duda —dijo mientras me pidió que abriese las piernas—. No te asustes. Las heridas van de maravilla, y bueno, espero que entiendas esto.
Fede se echó lubricante en una mano y la llevó hasta mi culo. Me embadurnó el ojete y me metió dedo insistiendo pero suavemente. Yo no entendía nada. Mi culo estaba perfectamente, no había sufrido daño alguno.
- ¿Sabés lo que es esto? —preguntó enseñándome un plug.
- Sí, claro. Tú llevas uno igual en el culo.
- Goyo me ha pedido que te lo meta en el orto —y lo hizo sin contemplaciones—. Me imagino sus intenciones, pero no me preguntes, yo solo cumplo órdenes. Ni se te ocurra quitártelo hasta que Goyo lo diga.
Yo no impedí que lo hiciera. Aquel artilugio entró por mi esfínter sin mucha resistencia y se quedó instalado. Inmediatamente mi polla creció y salió una gotita de líquido transparente.
- Bien, veo que eres un buen puto —dijo cogiendo la gotita y llevándosela a los labios—. Ummm, delicioso.
Y volví a quedarme solo. Despejado por tantas horas de sueño y con el culo petado esperando nuevos acontecimientos. En un par de horas ya estaba desesperado, no necesitaba más reposo. A pesar de lo extraño de la situación me habían caído bien, sobre todo Fede, pero debía emprender de nuevo mi camino. No pintaba nada allí, así que salí de la cama y bajé las escaleras desnudo. No había rastro de mi ropa en la habitación, así que supuse que mi mochila debería estar abajo. Cuando llegué al salón, allí estaba otra vez el puto árbol de Navidad. Fede apareció y me pilló olisqueando la estancia.
- ¿Dónde crees que vas, pelotudo? —su tono no era tan amigable como cuando me estaba curando las heridas—. A ver, date la vuelta.
Quería comprobar si me había quitado el dilatador anal.
- Bien, puto, bien. ¿Y qué hacés acá abajo? Goyo lo dejó bien claro. Que no te movieras, quiere que te repongas cuanto antes.
- Y agradezco vuestra preocupación, pero yo solo pasé por aquí para pasar la noche, y ahora he de seguir mi camino.
- ¿Espiar como un macho se folla a un puto significa para ti pasar la noche? —dijo con sorna—. Mirá que no termino de acostumbrarme a todas las expresiones en castellano, pero esta es la más absurda que escuché nunca.
- Disculpa, solo quiero irme. Dime cómo pagar mi deuda y lo haré con mucho gusto.
- Sí, te aseguro que te gustará, no lo dudes. Andáte al sofá y no te muevas. Goyo está a punto de llegar y no quiero que te vea de pie.
Accedí a sus exigencias por no meterme en más problemas. Fede era un chico de mediana estatura y, aunque fibrado, no tenía ni media hostia. Podría haberle dado un mamporro y salir por patas aprovechando que el macho alpha no estaba en el cortijo, pero el atizador de chimenea que el argentino llevaba en la mano y mi desnudez, hicieron que me relajara hasta la llegada de Goyo.
Al rato, escuché los ladridos de Sansón y pensé que mi estancia en aquel cortijo perdido llegaba a su fin. Pero nada más lejos de la realidad.
Se abrió la puerta del cortijo y entró Goyo con el perro. Fede se apresuró a recibirlo pero su señor ya había dejado media docena de perdices muertas sobre la mesa. El argentino las cogió y halagó el éxito de la caza.
- Sos increíble —dijo exhibiendo las piezas—. Tu escopeta y tu polla son infalibles, ¿cierto?
- ¿Lo dudabas? —dijo asiéndole una cacha del culito respingón con la mano abierta—. ¿Que hace este aquí? ¿Ya está recuperado?
- Sí, yo creo que estoy perfectamente ya —dije con ánimo de acabar cuanto antes con aquel teatro—. Dime lo que tengo que hacer y os dejaré tranquilos.
Goyo no respondió. Se acercó al sofá donde yo estaba y con un gesto de rotación de mano me hizo entender que me diera la vuelta. Y así lo hice. Me puse a cuatro patas y sentí como cogía el plug y cómo me lo sacaba lentamente. Una vez que lo tuve fuera, me puso sus fuertes manazas en ambas nalgas y me abrió la raja a tope.
- ¡Empuja, maricón!
Yo abrí el ojete a todo lo que me daba el esfínter. Me pidió que me lo tocara y así lo hice. Tenía un agujeraco grandísimo, podía meterne un dedo sin a penas rozar mi anillo estriado y carnoso.
- Ese orto no es virgen, eh... —dijo Fede sorprendido por la dilatación de mi ano.
Goyo soltó mis nalgas, y mi ojete atrapó mi dedo sin remedio, y dijo a su muchacho:
- Prepáralo todo, lo tiene a punto de caramelo.
- En seguida, Goyo —dijo llevándose las perdices a la cocina.
Y allí me quedé yo. Solo, en un moderno y navideño salón en pleno mes de junio, a cuatro patas y con un dedo como presa del improvisado cepo en el que se convirtió mi culo peludo. A los pocos segundos, me sentí tan ridículo que recompuse mi postura. Miraba el plug lubricado pensando en lo que podía esperarme y me relajé para enfrentarme a ello con las pocas fuerzas que me quedaban. Quería hacerme el fuerte, pero en el fondo estaba reventado.
No pasó más de media hora en la que, sin dirigirme la palabra, ambos anfitriones entraban y salían de la casa llevando algún que otro apero. Solo llegué a identificar lo que parecían cuerdas. Entonces, Fede se acercó por fin a mí y con su dulce acento, me habló del por qué del árbol de Navidad entrando el verano mientras me ataba una soga primero al cuello y luego a una muñeca, dejando un par metros sobrantes.
- Todavía no me acostumbro a celebrar la Navidad con frío —explicaba el argentino—, al menos así, siento por momentos que estoy en mi tierra. Siempre me ha gustado colocar los adornos del árbol en pelotas, y aquí en diciembre eso es imposible.
Yo me dejé hacer y seguí sus pasos tirado por la correa como un perro hacia el porche del cortijo. Me llevó hasta un gran algarrobo que daba buena sombra al lugar y pasó la cuerda alrededor del tronco para terminar atándola a mi otra muñeca.
Entonces, apareció Goyo. Escuché sus pasos y llegó hasta mí para comprobar los nudos de las cuerdas. Estaba completamente desnudo, y solamente calzaba sus botas de caza y un sombrero tipo cowboy. Aún tenía el rabaco flácido, pero con todo el capullo fuera, gordísimo. El cazador volvió a situarse a mi espalda e indicó a su muchacho que me diera de comer.
Fede, obediente como el que más, me pidió que flexionara un poco las rodillas y dándome la espalda, se apoyó en el tronco del algarrobo y subió, primero un pie y luego el otro a mis rodillas, de tal manera que su precioso culo quedó a la altura de mi cara.
- ¿No tienes hambre? —preguntó Goyo—. Me ha dicho Fede que a penas has desayunado. Así que, come y no rechistes.
La verdad es que no tenía en absoluto hambre de comida, y aunque el argentino me estaba destrozando las rodillas laceradas, no iba a negarme a saborear su culito redondo y turgente. Lo había deseado tanto la noche anterior tras el cristal que no podía creerme que lo tuviera en frente, todo para mí, ummmmmm.
Me acerqué para observarlo con detenimiento. Las cachas blancas y voluminosas me invitaban a mordelo con moderación pero con contundencia.
- ¡Ay, ay! —se quejaba tontamente Fede—. Este loco va a dejarne marcas de guerra. Se nota que tiene hambre.
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EL JAZMINERO.
En mi huída, salí sin rumbo con la sola compañía de mi pequeña mochila y un puñado de ilusiones sin nombre. Aunque, ahora que lo pienso, había algo dentro de mí que me decía, "ve hacia el mar, a algún lugar cerca de la costa", así que me orienté por la puesta de sol. Iba con tanta energía que caminé hasta bien entrada la madrugada. Los caminos secundarios parecen peligrosos por la noche, y lo son. Un par de veces tuve que tirarme a la cuneta porque dos desgraciados quisieron jugar conmigo a ver quién aguantaba más sin torcer la marcha. No me atropellaron de milagro.
Cansado de patear sin descanso y magullado por evitar una muerte tan absurda como injusta, llegué hasta lo que parecía un cortijo en medio de la nada.
Estaba adornado con guirnaldas de bombillas de colores. Para ser junio era algo muy extraño. No era un puticlub la ornamentación era más típica de diciembre.
Me acerqué con cautela hasta una de las ventanas por la que tintineaba una luz que cambiaba de color. Mi sopresa fue cuando lo que vi allí dentro era un gran árbol de Navidad con todo tipo de adornos, a cuál más extravagante. No se veía a nadie en aquel gran salón. Era muy moderno, nada que ver con lo que uno espera de un olvidado cortijo de secano. Desde la ventana podía ver la chimenea, un gran sofá con chaise longue, una mesa de comedor y una gran escalera de madera que subía a la planta de arriba.
De repente, un ruido rompió el sonido de la noche. Se escuchó como si fuera un portazo, pero no vi a nadie. Luego volví a escuchar de fondo el timbre de las cigarras que recobraron su protagonismo. Entonces, la sombra de una silueta fue creciendo contra la pared hasta que apareció nítidamente la persona que seguramente dió aquel portazo. Era un chico que andaba desnudo por la casa. Llevaba una bandeja con fruta fresca y vino espumoso. No solo llamaba la atención por su sonrisa, de la que ignoraba el motivo, sino por su hermoso cuerpo de piel blanca y lisa. Hubo un momento en el que me asusté porque pensé que me había visto. Se dirigió a la ventana pero antes de llegar, se dió la vuelta y se agachó para dejar la bandeja sobre la chaise longue. Su culazo hermosísimo se abrió ante mis ojos. Las voluminosas y tersas nalgas de aquel muchacho se abrieron mínimamente para mostrar un pequeño hilo de vello moreno que perfilaba su rica raja. A pesar de que tenía los muslos torneados, la inclinación de su cuerpo me permitió ver también un par de pelotas redondas y rasuradas, preciosas. Mi espuritu de vouyer estaba encantado y ya no notaba el cansancio, sino cómo me empezaba a gotear el nabo mojando mis calzoncillos. El muchacho dejó allí la bandeja, muy cerca de la ventana y se fue por detrás del sofá para sentarse al otro lado. Se acostó frente a una chimenea con falso fuego y empezó a tocarse su hermoso cuerpo. Pasaba los dedos por su pecho con delicadeza, hacía circulitos en cada pezón, los pellizcaba y los humedecía con saliva. Bajó por sus abdominales hasta el pubis y se entretuvo acariciándose el vello con una mano mientras que con la otra se sobada los cojones y el rabo, que ya lo tenía morcillón. Gastaba el muchacho un buen prepucio que subía y bajaba suavemente. Yo ya no podía más y cuando iba a sacarme la polla para liberarla de mis pantalones y hacerme un buen pajote, escuché el ladrido de un perro que se acercaba. Me acojoné por unos instantes. Pronto se hizo audible también la voz del que sería su dueño, que intentaba tranquilizarlo para que dejase de ladrar. Pero no lo conseguía. Iba a descubrirme, seguro. Cada vez estaban más cerca y yo procuré no moverme. El jazminero que se enredaba por la reja de la ventana me daba suficiente cobijo, pero seguro que el can estaba detectando mi olor. De repente, vi que el muchacho erotizado en el sofá, dejó de tocarse al escuchar lo ladridos, pero su actitud no fue de vergüenza, sino que esbozó una de sus ilusionantes sonrisas. Estaba claro que esperaba aquella visita. El hombre que venía con el perro, Sansón lo llamaba repetidamente, tiraba con fuerza de la correa para evitar que se le escapara. Portaba en el hombro contrario lo que parecía una escopeta de caza. Me acojoné más todavía. Imagínense, yo, un puto vouyer empalmado y chorreando por el nabo acribillado a balazos por mirar al cachondo de su novio o lo que fuera.
Sansón sabía que allí había un extraño, pero por suerte, aquel hombre se fue directo a la puerta de la casa y llamó con tres golpes rotundos.
El muchacho del cortijo desapareció de mi vista y fue abrir la puerta. No sabía que estaba pasando, solo imaginé lo que sería aquel encuentro. Un cazador de buena envergadura, sudoroso y cansado recibido por un bello muchacho deseoso de servirle todo lo que se le pudiera ofrecer.
Pero mi imaginación se tornó realidad cuando ambos aparecieron en escena. El muchacho enganchado con sus piernas rodeando la cintura del cazador y comiéndoselo a besos. Aún llevaba el perro cogido con la correa y la escopeta al hombro. Era una verdadera gozada observar aquel encuentro. Yo ya me sentía a salvo e hice lo propio con mi polla. Me la saqué y comencé a masturbarme con mucho gusto. El cazador se dirigió hacia el gran sofá y tiró al muchacho que cayó a plomo quedando tumbado a merced de aquel macho. Soltó a Sansón que se dirigió a un comedero que había junto al árbol de Navidad, y dejó la escopeta con cuidado sobre la mesa de comedor. Entonces, subió una bota al sofá y el muchacho lo entendió perfectamente. Empezó a desvestirlo. Primero una bota y el calcetín, luego la otra bota, y cuando ya estaba descalzo, se sentó en un sillón de madera y le ofreció los pies para que se los lamiera, y así lo hizo, con mucha dedicación, mientras el cazador se encendía un cigarro.
Cuando acabó con los pies, el muchacho se arrodilló frente a su hombre y le abrió la bragueta. El tío ya estaba empalmado, pues se le veía un bulto bastante grande. Abrió las solapas del pantalón y los calzoncillos, y salió un pedazo de rabo descomunal. ¡Joder, menudo pollón! Estaba descapullao y además de grueso tenía una cabeza gorda y roja que el muchacho no tardó en lamer como si fuera un helado que se derrite, aunque aquel nardo seguro que estaba incandescente, no como la falsa lumbre de la chimenea. Yo, de forma instintiva, aceleré el ritmo de mi pajote mientras el muchacho engullía aquel pollón con gusto y tesón. A pesar de lo grande que era, se lo intentaba meter hasta los cojones. Grandes cojones de toro, por cierto. El cazador daba caladas gustosamente a su cigarro con una mano mientras que con la otra orientaba y presionaba la cabeza del muchacho si veía que se despistaba entreteniéndose en lamerle los huevos.
Desde mi perspectiva no podía ver la raja abierta del mamón pero la redondez de su culo me tenía loco. Me entraron unas ganas de petarle el culo mientras mamaba, uffffff.
Una vez satisfecho el cazador, apartó la cabeza del muchacho de su polla agarrándolo por el tupé y se le quedó mirando con la boca abierta, momento que aprovechó para acercarse a su cara y echarle un buen lapo en el careto. El muchacho se relamió, y seguranente bajo las órdenes del cazador, se tumbó sobre el sofá sin menearse. El machote se desvistió por completo y se tumbó sobre su amado para lamerle el pecho, la cara, meterle los dedos en la boca, comerle los pezones, uffff. Ese monento fue de lo más erótico. Y encima, con las luces del puto árbol de Navidad de fondo. Otra vez aceleré la marcha de mi pajazo.
El cazador, cogió al muchacho por lo tobillos, asió ambos con una sola mano y se los colocó en el hombro derecho. Se ensalivó su tremendo rabaco y se lo metió sin más dilación. El muchacho echó la cabeza hacia atrás en un gesto de dolor que sin embargo no fue coherente con la reacción de su polla, de la que empezó a manar un hilo transparente que le llegó sin romperse hasta el abdomen. En seguida, su gesto de dolor desapareció para dejarae llevar por la petada que cada vez era más tosca. Así, colgado por los pies del hombro de su hombre, parecía un muñeco de trapo. El cazador lo embestía cada vez con más fuerza. Le abrió las piernas y se tumbó sobre él para besarlo y lamerle la cara. Luego se la sacó, se arrodilló sobre el muchacho y le metió la polla en la boca para follársela con un ritmo muy similar al de la petada. El muchacho derramaba ríos de saliva por la comisura de los labios y daba alguna que otra arcada, pero tenía aguante, porque aquello era para que hubiese potado.
Cuando se hartó de follarle la boca, lo puso a cuatro patas y le dió otras cuantas folladas mientras lo agarraba de los brazos. Parecía un potrillo el día de su doma. Mi nabo ya estaba que explotaba, iba a correrme si no dejaba de tocarme.
El cazador la sacó de aquel culo tragón y se acostó en el sofá con las piernas abiertas frente a mí. Podía ver con claridad sus potentes muslazos, sus cojones gordos y su rabo tieso hacia arriba. Bien me hubiera gustado cabalgarlo en ese momento, pero no, claro está que no fui yo. Me contenté con ver al muchacho ponerse de pie sobre él con las piernas abiertas y bajar en cuclillas hasta que se clavó en el rabo sin tocarlo. Entró a la primera. Aquel abierto y jugoso ojetazo era muy intuitivo al tacto de un buen pollón, estaba claro. Gozoso y chillando como un buen perraco, brincaba sobre la polla del cazador metiéndosela hasta los cojones y sándola casi entera. Aquél bombón de culo era una puta máquina. Mi mano aceleró sin remedio y sin marcha atrás, tenía la polla que me iba a reventar. Pensaba que el festival acabaría pronto, pero estuvo saltando un buen rato. Ni corto ni perezoso, se dió la vuelta y se volvió a clavar. Ahora lo tenía frente a mí. Podía ver, no solo la clavada sino también sus huevos chocando con los del cazador, su rabo tieso dando bandazos a diestro y siniestro y su cara de inmeso placer que era lo que más me excitaba.
Sus alaridos traspasaban el cristal de la ventana, lo escuchaba perfectamente. Sentí cómo iban en aumento hasta que vi cómo sin tocarse, el muchacho empezó a soltar chorros de rica lefa que se esparcían por todas partes como si fuera un aspersor de césped. ¡Impresionante! Menuda corrida. Pero el tío no paró, continuó saltando hasta que vi como los cojones del cazador se contrajeron rítmicamente y sus muslos se tensaron. Claramente estaba rellenándole el culito de deliciosa lefa de macho al muchacho. Este se detuvo unos segundos. Se levantó, se dió la vuelta y se puso a cuatro patas frente a la ventana. El cazador se incorporó y se vino detrás de él para mirarle el culo con detenimiento. Me imaginé lo que iba a suceder y terminé por machacarme la polla de tal manera que mis chorros de leche se estrellaron contra la pared del cortijo y regué de paso el puto jazminero. No pude evitar gemir mientras me corría al ver como el mucho tiraba por su jodido y húmedo ojete, la lefa recién exprimida del rabo del cazador, que muy gustoso recogió en la mano para ofrecérsela al muchacho en la boca y restregársela por la cara. Algo que agradeció con otra de sus preciosas sonrisas.
Todo había sido una puta gozada cuando el miedo volvió a apoderarse de mí. Pasé de ver aquella morbosa y cerdaka escena a tener las fauces de Sansón pegadas al cristal de la ventana, ladrando como si fuera a comerme. Mis gemidos me delataron y la reacción de Sansón alertó al cazador que se giró y me sorprendió paralizado.
.....CONTINUARÁ....
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