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Últimamente no me saco muchas fotos. Desde hace un tiempo en realidad. No sé muy bien a qué se debe, quizás estoy menos egocéntrico. Siempre me dio espina de mal momento personal, la falta de imagen autorreferencial. Qué sé yo. Extraño mucho tener una cámara. Sacar, editar fotos, sentir placer con el resultado final. Extraño crear. Me siento vacío de sentido. De sentido creativo. Quisiera hacer otro documental. Quisiera documentar. También tener una vida para documentar. Tal vez tendría que irme de viaje -si pudiera. podré-, y vivir una vida divertida, con nuevas experiencias, otras culturas, paisajes de intensos colores. Darle oxígeno a mi luna en sagitario. El fuego sin aire no es fuego. No puede arder. Qué casa vacía es el cuerpo sin crear. Ahora que lo veo, que lo siento, me parece inadmisible no haberlo sabido antes. Tampoco es que sea muy avispado, en general. Igual creo que este silencio ayudó a que emergiera esta verdad. Habrá que escucharla.
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Hoy me pasó algo nuevo: entré a mi tumblr, pensando en releer las últimas cosas que había escrito -datan de un año y pico hacia atrás- y me sorprendí. Me gustó lo que leí. Me gustó mucho. Pensé: qué bien escrito está. Y no es una sensación que suele pasarme, menos últimamente. Menos el último año que estuve haciendo intentos de notas periodísticas -no es lo mío-. No siento que haya aprendido a escribir mejor, no sentí que dieran la libertad de buscarse y expresarse. Pero aprendí, otras cosas, también interesantes. Fui un alumno de ocho, como toda mi vida - ¿mi techo de cristal?-. No hubo una sola persona interesante entre mis compañeros. Me sentí inspirado por tres profesorxs. Será que estoy más cerca de la edad de los segundos que de los primeros. El año pasado no escribí nada acá y poco y nada en páginas privadas. ¿Será porque estuve de bien para arriba? Tal vez perdí el hábito. Las ganas. La inspiración. El deseo estuvo puesto en otros rubros. Pero siempre el arte. El arte nos salva. Cliché. El arte siempre me salva. Verdad. En terapia, el año pasado, trabajé disfrutar del presente. Como buen nostálgico, suelo creer que todo tiempo pasado fue mejor. El veinte veintitrés fue difícil y atareado, pero lo disfruté al máximo. Fue un año de empezar cosas y sostener otras. No pensé mucho en este nuevo año. Tengo la sensación de que va a ser bueno. Expansivo. Tengo ganas de retomar costumbres. Escribir, por ejemplo. Veremos si lo logro.
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Hace un tiempo me choqué en instagram con el perfil de Aniko, una chica que descubrí hace muchos años porque se largó a viajar como estilo de vida, cuando aún no era una opción real para todes. Menos para una mujer. Escribió varios libros también. Me gusta leerla aunque jamás compré un libro suyo. Ahora, en realidad hace meses, me suscribí a unas cartas que manda por mail. Una por mes, vamos por la quinta. Este fragmento es de su tercera carta, que recién hoy leí. Suelo acumularlas, esperando que llegue el momento indicado para leerlas. Afuera quiere llover, es un domingo ya anochecido. Me ilumina tenuemente la cálida luz de un velador y del otro lado, la vela del hornito, que también aromatiza. Siempre, en todas las casas por las que pasé, tuve o me hice un rinconcito así. Me da paz. Últimamente no habito estos lugares, quizás porque a esta hora estoy trabajando y con la luz blanca al palo. Me gustaría terminar más temprano, dormirme antes, sentir que descanso a la noche. Este fragmento me gustó porque me recordó algo que para mi siempre fue una certeza: el tiempo (nuestra vida) se va a cada instante. Es fundamental ser conscientes de qué priorizamos. Este año trabajé como nunca antes y espero que el año que viene sea distinto. Me gustaría tener más tiempo para mí, para reencontrarme. Para generarme y disfrutar de estos espacios, estos rituales. Hacerme el mate, prender la velita, llenar de agua el hornito, tres gotitas de aceite esencial. En general, musica lofi o alguna tranqui que acompañe, hoy me olvidé. Disfruto de esta quietud, es creadora. Permite que sucedan cosas. Si pudiera, este año me desprendería de las ataduras. Las propias, las mentales, las que me impongo en el día a día. Me gustaría cultivar más certeza para el año que viene. Este fue un año extraño, sacrificado, de energía densa. Ojalá el próximo sea más liviano. Ojalá, sea momento de cosecha. De renovar la tierra, sembrar otras cosas que aporten nuevos nutrientes. Que la imagen que tengo coincida con quien soy. O se acerque más. Que el pasado no me atormente. Que sea todo presente.
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Hace dos meses que empecé el gimnasio. Dejé de dar vueltas y me anoté en musculación. Para qué voy a seguir esquivando si lo que quiero es eso.
Resultó la mejor forma de distención. El camino ida y vuelta en bici, el calorcito del sol sobre el cuerpo, el cansancio físico que no permite desvaríos. Cuando estoy ahí no puedo pensar ni esforzándome. En mi mente se repite como un mantra: 1, 2, 3, 4,... 8, 9 , 10. Tardé muy poco en darme cuenta lo parecido que era a una fiesta: la música al palo, las respiraciones, los jadeos, ojos cerrados, venas marcadas, uno dos tres pausa tomar agua, respiración agitada, ojos desenfrenados. Pedirle todo al cuerpo, forzar tu límite, transgredirlo. A veces no puedo evitarlo y me quedo mirando, mientras me recupero y junto fuerzas para la próxima ronda. Me gusta observar los cuerpos, el esfuerzo, la pose bien hecha -qué placer- , la pose mal hecha -espero que no se lastime-. Es raro cuando te cruzas con otros ojos, el gimnasio es una actividad de ensimismamiento. Me gustaría sacarles fotos pero sería muy invasivo y no tengo ganas de preguntar. Agradezco cuando ponen techno, creo que es el dueño. Me cuesta más con otras músicas. Como en las fiestas.
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Lo malo de la angustia es que sea compartida. Que ninguno se sienta en casa. Más seguido de lo que admitiría en voz alta me pregunto si me equivoqué trayéndonos acá. Yo puedo armar y desarmar en un segundo pero ella no. Sigo buscando la punta del hilo. Desenredar la madeja. Encontrar las agujas. Pensar el punto.
¿Cuánto tiempo va a pasar hasta que digamos basta?
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Cada cierto tiempo me canso de mi. Y sin embargo, no tengo otro cuerpo para habitar. Ni otra mente.
Mi cuñada hizo un festival de danza y con J la ayudamos. Me sentí increíble, trabajando tres días sin parar, durmiendo lo mínimo, comiendo una vez al día. Estaba haciendo arte. Aunque no directamente. Estaba trabajando por algo en lo que creo: se sintió tan bien.
Descubrí el mundo de la gestión y me encantó. Pensé que trabajábamos bien con J, pero no sé si ella cree eso. Me desconcierta que puedan existir puntos de vida radicalmente distintos sobre un mismo hecho. Sin embargo, nunca lo olvido. Igual, no me ayuda con la decepción.
Hace tiempo arrastro la necesidad de luchar por algo mío. Hoy pensé: quizás tengo que dejar de hacer cosas por otros -ya que, aparentemente, se los hago saber y eso lo vuelve automáticamente interesado-. A fin de cuentas, quizás el otro es la excusa para no hacer algo por mí. No sé. ¿Si no te ayudas a crecer, cómo funciona? Estos días conocí a una persona de otro planeta. Su humanidad conmovió y atravesó a todo el que tuvo el placer de conocerla. Su danza y su enseñanza tuvieron un relato ancestral. Te hace querer estar cerca suyo, absorber cada palabra, atrapar cada mirada -nunca al azar, siempre presente, intensa-. Hace veinte años está con su pareja, los dos artístas. Dijo: no podría ser de otra forma, nunca se quejó de que viajará, al revés, entiende que mi trabajo es así: el suyo es igual. Sus hijos van a una escuela de arte que no sabía que existía. Tienen la vida que me gustaría tener. ¿Pero qué estoy haciendo por tenerla?
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Observo el vacío adentro mío.
Empieza como un leve escalofrío. Un retorcijon en el estomago. Una incomodidad corporal que se abre paso por cada vena, músculo, órgano. Cuando se asienta lo podés ver: el vacío otra vez.
Ya lo conoces.
Nada te alcanza, ninguna experiencia gratificante dura lo suficiente: se apaga antes de que hayas podido disfrutarlo demasiado.
La imagen es un barco sin capitán en medio de un oleaje violento. Reformulo: el capitán está sentado viendo cómo gira el timón sin sentido. Las gotas golpean su rostro. Impasible. No hay nada más que agua, un barco descontrolado y un capitán ensimismado.
¿Cuánto aguanta el cuerpo viajar sin rumbo?
Algo se rompe por dentro. Quizás algo está roto hace tiempo. El agua inunda el cuerpo y se queda ahí, atascada.
¿La felicidad es en su esencia efímera?
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Conocí el mejor atardecer de Salta -hasta ahora-.
Junio es un mes raro. Hace dos días: el aniversario de muerte de mi abuela. Mañana: cumpleaños de mi padre y su melliza. Tres días más: cumpleaños de Madre. Cinco días más: cumpleaños de hermanos. Muertes y nacimientos de las personas más importantes de mi vida, de una u otra forma. Cada 16 nuevos cuestionamientos. ¿Le escribo a mi tía? La lucha interna entre el orgullo, más que orgullo el aprendizaje de cuando a uno no lo quieren tanto o no lo quieren bien vs el amor que uno le tiene al recuerdo de lo que proyectó en ciertos familiares cuando era niño. La muerte es una realidad más cercana cada año. Demasiados familiares queridos y adultos. Algunos, demasiado adultos. ¿Y si no los vuelvo a ver? ¿Cuántas patadas son suficientes para que uno se aleje? ¿Cuántos abrazos son suficientes para recomponer a uno? ¿Me pensará como yo lo pienso? ¿Se imaginará que quizá, soy el hijo más parecido a él? ¿Lo sabrá? ¿Valdría la pena volver atrás? Borrar, si se pudiera, todo el recorrido. Hacer uno o dos cambios. Modificar todo el futuro. ¿Valdría la pena? J siempre dice algo tan cruel como real: la muerte de mi padre me ahorró decepcionarme del hombre que pudo ser.
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Fan de que hayamos elegido las meriendas - o de que las meriendas nos hayan elegido- como sello indiscutible de nuestro amor. Me gustaría proponerte conocer una cafetería por mes, si no fuera tan tradicional. De costumbres. ¿Quién lo hubiera dicho? Siempre me encuentro en los lugares menos imaginados -y quizás por eso, me encuentro ahí-. Si uno supiera cómo escapar de uno mismo. Ahora siento que no vamos a poder soltar jamás esta cafetería nueva. La mejor de Salta, en mi opinión. Me gustaría también, decirte que la mejor cafetería es esa en la que estamos reunides para tomar café. Y probablemente lo sea. Pero sabes que soy, muy a tu pesar, insoportablemente exigente con la gastronomía. Desearía que el amor sea un café lleno de los buenos momentos vividos. Y el budín, los momentos que vendrán. Pero qué sería de la merienda sin el vasito de soda. Qué sería del amor sin todo lo otro. Si tan sólo pudieramos dejar de ser binarios y aceptar el amor, con toda su complejidad. Siempre mejor con un café.
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Me gusta la forma en que la segunda foto define al amor: ese que se piensa, te invita a reflexionar, te cobija y reconforta en el frío invierno con una taza de café. El amor azul y rojo, porque pasión y emoción.
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A veces no sé dónde meter la angustia. Quizás serviría sacarme algún órgano y así, hacerle un espacio propio. De lo contrario, ella invade todo lo que encuentra. Como el personaje Tristeza de IntensaMente que todo lo que toca, lo convierte en azul. ¿Cuál es el color de la angustia? Lo imagino blanco quebrado. Como la pus que te sale de un granito. Quizás la angustia es tan fácil de sacar como juntar los dedos, apretar y pum. No descubrí el secreto, aún. Pero sí sé cuando está por venir uno de estos estados. Como la marea que se retrae, arma la ola y embiste la costa. De nuevo, inundándolo todo. Algo avisa. Quizás, un pensamiento repetitivo. Tal vez una mala siesta. Una comida mal digerida. Malas decisiones tomadas. Falta un mes para mi cumpleaños y con el tiempo aprendí a temerle a las malas decisiones. Me gustaría escribir sobre otra cosa, pero confirmé que sólo puedo escribir desde la crisis. O mejor dicho: es cuando más necesito hacerlo. De todas formas, no llamaría a esto una crisis. La angustia es más silenciosa. Se sienta con vos a tomar el mate. Te acompaña sin entrometerse pero modificando tu actitud. Me gustaría ser Messi para desmarcarme. Tal vez, sólo necesito una victoria que me haga volver a creer. En algo. En mí, en la vida, en la magia de existir.
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Me desborda el estrés del día.
Son apenas las 15.10 de un sábado nublado. Empecé temprano, como siempre, con la alarma que suena quince minutos antes de que toque timbre Federico, el repartidor de pan. Esta vez llegó cuarenta minutos tarde así que pude hacer mi rutina mañanera sin problema -lavarme los dientes, sacar la basura, cocinar el desayuno de les gates-.
Almendra, la gatita que abandonaron en nuestra puerta hace dos semanas, se cayó de la cama y renguea. La llevé con una veterinaria que la examinó generando unos chillidos que me partían el alma. Debe ser ese el dolor de cabeza que siento, como si miles de agujas me pincharan el cerebro. Le hizo dos placas, más chillidos. Sólo quería abrazarla y traerla a casa cuanto antes.
En el taxi de vuelta, más maullidos. Imagino, ya estaba cansada y asustada. Ahora duerme, y yo todavía no puedo liberar el estrés contenido en el cuerpo.
Me armé un porro con el escaso cannabis que me quedaba -¿cuántas veces le pedí a jose que le escriba a sus amigxs que saben dónde conseguir flores?- y fumé la mitad tratando de que el humo distienda los músculos contraídos.
Me vine al escritorio, aún con el negocio abierto. Afuera, el sol lucha por salir. Adentro, la luz cálida del velador y la música chill me dan sensación de lluvia y me siento mejor así. Supongo que, me siento tormenta por dentro.
Me gustaría frenar. Me gustaría tanto frenar.
Pero no sé cómo ni sé de qué.
Tal vez de la adultez.
¿Esto es la adultez?
Cuando el cerebro se calla o cuando yo soy capaz de distanciarme y observarlo, me doy cuenta de la maldad con la que me trato.
En estos días descubrí que me siento muy frustrado.
No por hoy, no por ayer.
Creo que es una frustración que lleva años acumulándose.
¿Cuánto tiempo podés vivir así?
No hay tiempo para nada y me pregunto si no es acaso esa la trampa en la que siempre intenté no caer.
Qué lindo si pudiéramos ser vulnerables.
No sé en qué momento levanté tantas murallas.
Paula dice no creo que tu cansancio sea por el trabajo, uno descansa del trabajo viendo una serie o a la noche, durmiendo. Me parece que lo que te agota es estar todo el tiempo esperando un ataque.
Y yo, no sé. Tengo la madeja enredada e intento desandar el camino.
Tal vez puse tantas murallas que se armó un laberinto y en alguna parte quedé yo -¿en cuál?-.
Cuando estoy muy enojado me doy cuenta de que en realidad estoy muy triste.
Tal vez no se aleja tanto de lo que decía antes.
¿A qué te podés acostumbrar? Es una frase que está en la ex facultad de humanidades en La Plata. Desde que la leí nunca pude dejar de repetírmela.
¿A qué te podés acostumbrar?
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