theysayimtooyoung
Beatríz Balmaceda
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Unbowed, unbent, unbroken. Solo querría decirles eso. Decirles: yo tuve un reino y lo llamé hogar, y fue tan inmenso como el más pequeño de los detalles. Una puta barbaridad. Así debía de ser mi cuento.
Don't wanna be here? Send us removal request.
theysayimtooyoung · 1 year ago
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ON DEATH
Daphne de Maurier My Cousin Rachel / unknown / Hozier Work Song / Stephen King / Henrik Uldalen Flutter / Zbigniew Herbert At the Gates of the Valley / Oscar Wilde The Canterville Ghost / Ilya Kaminsky Música humana
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theysayimtooyoung · 2 years ago
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Yes, it was love.
And you tore it apart.
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theysayimtooyoung · 2 years ago
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‘Can I ask you a question?
Did you ever have someone kiss you in a crowded room
And every single one of your friends was makin' fun of you
But fifteen seconds later, they were clappin' too?
Then what did you do?
Did you leave her house in the middle of the night? Oh
Did you wish you'd put up more of a fight, oh
When she said it was too much?
Do you wish you could still touch her?
It's just a question’
I AM STILL IN THIS MOMENT & I AM NEVER LEAVING
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theysayimtooyoung · 3 years ago
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No es una mujer cualquiera, no cuando te mueve el piso en un verso. No cuando sabe describir perfectamente cómo le beso. Mi miedo a no ser suficiente o quizá no gustarle podía conmigo cuando estaba lúcida, nunca se lo dije, porque no es una mujer cualquiera. Es mujer fuego, mujer que te vuelve animal sediento de su piel.
Tráiganme un par de copas vacías y un vino que no terminará de abrirse. Y es que la miro y lo que veo no es una mujer cualquiera, es mujer fuerza.
Mujer… ven. Que me muero por fundirme en tus labios cuando tú lengua me reclame más tuya que mía. Y lo he sido desde, quizá, antes de ese intercambio nervioso de lápices puertas adentro de un museo, en el que con solo rozarte ya me sabía más a ti, a tu saliva bendita, a tu pacto sagrado, que a mi. Y es que sin quererlo me encuentro frente al espejo y ya hasta mi piel huele a ti, a la mezcla de tu perfume y sudor. A tus palabras que se quedaron tatuadas en mi piel como promesas que ni el tiempo lograría romper.
Mujer, amor mío, amada de mis entrañas y la mujer de mi vida, si los años y la buena vida me lo permiten, esta vez seré yo quien con su índice perfile tu rostro mientras le beso los labios, los devoro como si fuese a encontrar en ti el secreto prohibido que la tierra tiene escondido.
Rubia, sureña, manías de tabaco y papel, no necesitas pretender ser mi dueña, cuando hasta en mis sueños mi mano se enlaza a la tuya. Dímelo, respóndeme en besos que no veías la hora de cerrar la puerta de ese taxi, que las escaleras tuviesen piedad del deseo incontrolable de tus caricias y las mías, reconocer tu cuerpo, hasta tus marcas de nacimiento conocer. Que no se me pierda rastro de ti, que tus costillas sean la única cordillera que venere y que sea en tu mar para encontrarme la paz arrebatada hace tantísimo tiempo. Ya no somos dos niñatas jugándonos la vida entre miradas cruzadas. Ahora mirándote mi aliento se mezcla con el tuyo, y no soy yo con mi mala costumbre de fumar hierba, sino el ambiente que se crea a tu lado, contigo. Muriendo, por ti me quemo. Recorro el infierno de tu ausencia y vuelvo. Vuelvo a ti. Al hogar en tu pecho. A abrazarte antes de dormir.
Así solo sea de vez en vez, así sea en la oscuridad, entre licores y humos de rebote. Así sea solo para nosotras dos.
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theysayimtooyoung · 3 years ago
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Berglzimmer - one of the apartments in Hofburg palace, painted in 1766 by Johann Wenzel Bergl for Empress Maria Theresia | Hofburg Palace, Vienna, Austria | photo by Alexander Eugen Koller.
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theysayimtooyoung · 4 years ago
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A Welsh Funeral, Bettws Church, 1852, David Cox
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theysayimtooyoung · 4 years ago
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Quise escribirte, aún sin saber donde es que esta narrativa vaya a llevarme. Quizá lo más parecido a la divina comedia, un viaje por los peores infiernos pero desatados esta vez en mi mente y contigo como acompañante y única persona capaz de sufrir las atrocidades que vienen conmigo. Y es que estoy harta, y el hartazgo me ha armado lo suficientemente bien para saber que ya no queda vuelta atrás, que te tomo del brazo y no te suelto hasta haber terminado, hasta que entiendas que ahora hablo yo.
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Beatríz ya no temblaba de rabia como lo hacía en su juventud, se había vuelto fría y calculadora cuando se trataba de problemas de esa calaña, problemas que se volvían personales al tocar los límites y creer que se saldrían con la suya. Pero estaba acostumbrada, a lo largo de su vida había conocido suficientes lobos vestidos de ovejas, víctimas solo en sus mentes retorcidas, porque nadie más cree su papel, al menos no por mucho tiempo. Los había conocido en su vida diaria, en la universidad y el trabajo, incluso había salido con algunos de ellos, prometiéndoles amor eterno, amor real, hasta que le acabaron hundiendo en una tina llena de mentiras innecesarias y luego volver arrepentidos una vez que logras sacar la cabeza del agua.
Y sí, te hablo a ti, que pendiente de mí estás, que intentas entrometerte en mi vida como si fueras un tema realmente a tratar, como si tuvieras cabida ya en este lugar donde sólo se siente tu presencia, la presencia de lo indeseable si así prefieres llamarlo. Porque no tengo motivos para pedir perdón, y estoy cansada de buscar excusas para ver el bien en años de piedras que iban y venían cada vez que tenías oportunidad, pintándome como si fuese qué carajos. Desde este punto pareces uno de esos locos que se inventan sectas de la nada, juntando un rebaño que pueda esparcir la peor de las mentiras, las innecesarias, las que ni al caso, las que son pura ficción, las que solo crea tu cabeza.
Darling i'm trying to be good, i'm holding on to it, trying to not look at you. Porque a estas alturas tú bien sabes que mi rabia hacia tí podría convertirte en piedra. Y no, no te preocupes, que no vivo con rencores, no vivo pensándote, si no fuese porque intentaste meterte en mi vida otra vez seguramente seguirías siguendo algo del pasado, una canción más en esas cartas a quienes no se quedaron, a quienes nunca debieron estar, porque míranos tú y yo ahora, tú intentando armar una guerra que no nos llevará a nada. Este es nuestro último cruce de palabras, el último viaje.
Y comienza contigo tomándome la mano, prometiéndome cosas que no eran más que mentiras, ¿O es que de verdad tuviste corazón todo este tiempo? Siento que dejé guiar mis pasos por un cuerpo sin alma, cuando decías que estaríamos bien bajo el techo de un museo en Madrid. Pero mis piernas acabaron de entumecerse entre Estados Unidos y Francia, con un toque de acentro británico y una mezcla de sabores internos que nunca nos dejamos probar y menos mal, después de ti le agarré miedo a intoxicarme por labios endulzados con veneno, con palabras rebuscadas para que todos glorifiquen la persona que quieres llegar a ser, solo eso. Y lo pienso, de verdad que sí, ¿Cómo es que cabe tanta maldad en un solo cuerpo? ¿En tu mente? 13 no es para ti, nada de mí es para ti y ya me cansé de escribirle a todo eso que no lo merece. A todo eso que retrasa, que no deja avanzar, que destruye todo a su paso, que no sabe de verdad ni de lealtad y es lo que más pides. Careces no solo de lo que quieres y no tienes, sino que es más allá. Tus juegos mentales van más allá y yo ya me los aprendí todos. Este es el final. Esta es la línea que tú ya no vas a cruzar porque ni rezándome vas a recibir un hola de mi parte, ni un cómo estás, o qué estás haciendo. Nada. El final.
Tú por tu lado y yo por el mío
y mi sendero no has de cruzar.
un paso a la derecha, tres hacia atrás
y ¡BOOM! Como comida de osos
atrapada quedarás.
No me conoces, no sabes nada de mí ni mis reacciones, no sabes cómo herirme, solo sabes molestar como si fueras una mosca. Y es que no lo entiendes, que a mí ya nada puede dolerme, ni falsas verdades que puedas crear en tu cabeza retorcida. Nada. Y esto es solo una probada. Un mini recuerdo de que te huelo aunque no quiera y eso me aborrece. Así que mantén tu distancia, que si hay que hablar, seré yo quien tome la palabra.
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theysayimtooyoung · 4 years ago
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“Ya no quiero pedir disculpas por ser yo misma, ni caminar mirando al suelo pidiendo perdón por mi existencia. Me ha costado coserme las heridas, los recuerdos escuecen y no soy capaz de leer lo que escribí ayer. Le escribo cartas al pasado rogando no recibir respuesta porque entierro todo lo que me lastima. No voy a ser la niña triste por siempre porque mi destino no es llorar en las esquinas. Voy a cambiar el rumbo y a aceptar que soy lo que soy porque no existe nadie más así, me guste o no, les guste o no.”
— María Celeste R.
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theysayimtooyoung · 4 years ago
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I think about you all the time.
I think about you kissing my neck and my thighs, I think about you on top, letting me recognize your shape. But I also think about me tasting the forbidden parts of you, places I've never been to before. Rounding your tights and claiming them my homeland.
A land my hands can't get off to once they started. By midnight I can't control my passions, but you know how to deal with me, you know how to make me scream at the same time as you do, looking into each other eyes, shaking under our names.
So I taste again the forbidden parts of you, and I call your name to repeat mine on a sweet symphony I'll never forget.
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theysayimtooyoung · 4 years ago
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No logro comprender tal poder.
No logro entender como tras tanto tiempo sigues rondando mi mente como el primer día, como el primer momento en el que te vi y hablamos, y el corazón se me detuvo. Me debatía entre quererte con cuidado y quererte con fuerza y magnitud. Quien quiere asustar a la persona con la que por primera vez te sientes real. Ahora cada duda me parece una ridiculez, porque al fin y al cabo quererte se ha vuelto tan real que sonrío y confío, y lo hago de verdad.
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A veces pienso que amarte ha sido una mezcla de todas las emociones existentes. He sentido todo por ti. Me he derretido ante tus palabras y cada verso que escribes para mí, porque el mundo me da vueltas de solo saber que alguien me piensa como lo haces tú.
He tenido sueños contigo. Sueños en los que no logro reconocer tu rostro pero si todo de ti cuando tus manos acunan mi rostro para besarme, por eso sabía y se siente que se trata de ti. ¿Los has tenido tú? Espero que sí, al menos una sola vez y quedarme en tu memoria como lo estás tú, que te veo en cada paso que doy hacia adelante y tú aun no lo sabes.
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theysayimtooyoung · 4 years ago
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Parece fácil escribir cuando no se tiene preparado el punto al cual se quiere llegar, y es que eso de improvisar me va bien últimamente. Ahora, que necesito menos sustancias para poder hacer que mis sentidos se liberen por fin, ahora que se como decirlo sin temblor en el labio inferior.
Te pienso a diario. Te pienso cuando me cepillo el cabello y durante el té de media tarde. Te pienso en las mañanas y por lo general antes de ir a dormir, como anoche, que acabé soñando contigo. Ojalá hubiese manera de prepararse para los sueños, de vez en cuando. Habría aprovechado más tus caricias bajo la luz dorada de los rayos del sol que se colaban por la ventana.
De día no me creo el ser motivo para tus letras y si por la noche no te escribo y borro por miedo a deshacer la protección que hemos hecho a nuestro alrededor, pero estamos juntas en esto sin siquiera acabar de entenderlo y poniéndolo en papel parece todo tan claro. El tiempo preparado, la historia y el arte, el jardín de las delicias y tú boca que devora con habilidad mi ser.
Estoy segura de saberlo dicho una vez, quizás más, para ti; no existe en el espacio algo que me guste tanto como tú.
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theysayimtooyoung · 5 years ago
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“She’s strong and clear-eyed and unafraid. Can you miss someone you never knew? I miss her.”
— Jeanette Winterson, from “Frankissstein,” originally published c. Mary 2019
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theysayimtooyoung · 5 years ago
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Mary Shelley’s memorial album with locks of her friends hair.
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theysayimtooyoung · 5 years ago
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—Hay veces en las que rápido no significa menos doloroso.
Y no supo si realmente se refería a su respuesta sobre el divorcio o a cómo habían acabado las cosas entre ellas. Porque sí, intentó hacer un corte limpio y rápido y sólo le quedó a medias. Se aclaró la garganta, esperando que se entendiese por la primera opción, aunque ya lo dudaba. Si bien sus músculos no se habían relajado por completo, la tensión se disipaba según pasaban los minutos, y es que había algo en todo ello que le recordaba a los primeros años estando juntas, conociéndose, contándose más de lo necesario, quizás. Recordó, también, la primera vez que se vieron en medio de un ataque de frustración y vergüenza. Era demasiado obvio que habían quedado cabos sueltos, sentimientos que parecían hacerse camino entre la tierra que los cubrió alguna vez, aunque quizá no tenía derecho.
Respiraba rápido, quizá demasiado, pero necesitaba distraerse con algo que no fuese echarle de menos al hueco vacío que había dejado entre sus brazos. Quizá verle yéndose había sido suficiente para acabar de destrozarse, se conocía a la perfección —o al menos eso le gustaba pensar— y ese impulso más allá de la locura jamás lo vio venir. Su cuerpo se quedó inmóvil y se sintió como una niña regañada, poco le importó que la gente estuviese pendiente a la escena frente a ellos, temblaba nuevamente y los latidos le retumbaban la cabeza.
Sólo había bastado con una mirada y Bea ya se había hecho la idea completa de lo que pasaba por su cabeza. Le odiaba. Quizá ella también de odiaba un poco. Le sostuvo la mirada, era lo único que podía hacer en esa situación, tampoco quería más problemas. Su cuerpo dió un salto en cuanto el vaso cayó al basurero, sus ojos se cerraron con fuerza como si tuviese miedo de algo, por mas estúpido que pareciera. Se le habían llenado los ojos de lágrimas y sólo de cerca pudo verle bien. Qué más quería. Negó un par de veces, presionando los labios entre sí. Quiso decir que la quería a ella. A ella y hacer las cosas bien, sin miedo de cargarlo todo otra vez, quería "arreglar las cosas", porque en su cabeza aún existía la mínima posibilidad de arreglarlo, ya fuese por su perseverancia o por una corazonada.
—Yo... —miró a un lado, soltando el aire que había guardado en sus pulmones. — No sé si es simple casualidad o algo más, pero no puedo dejar que las cosas sigan así. No puedo irme otra vez, no puedo dejarte otra vez sin intentarlo.
En cuanto acabó se sintió una estúpida por no haberlo dicho antes, peor agradeció que al menos ahora el nudo en la garganta fuese bajando poco a poco. Me seguía costando tres vidas decir lo que sentía y pensaba en el momento, y luego de haber terminado simplemente se había encerrado en si misma. Nadia le inspiraba, como nadie. Y aunque había estado con Maas después, no llegó a sentir ni la mitad de lo que sentía por ella. De plano había dejado de escribir y sólo habían quedado espacios en blanco que se llenaban con tristeza, lágrimas y sufrimientos. No había nada en Maas le llevase a escribir. Pero eso no se lo podía decir, o no ahora.
—No te disculpes. Está bien. Está todo bien. —y lo estaba, pues no decía mentiras, y aunque la rabia se le notaba a kilómetros, esperaba que no fuese suficiente para mandarla a la mierda. —Déjame invitarte el almuerzo y un café, por lo menos. Lo que quieras. Tengo el auto estacionado afuera. —¿Le hacía sentir mejor? Aún no lo sabía, seguía en el limbo. Por lo menos habían cruzado palabras, por lo que mal encaminada no iba, o eso quería creer. Pensó en sugerir ese mismo lugar para comer algo, pero ha habían llamado lo suficiente la atención y la idea era tener un momento de tranquilidad. —Puedes decidir a donde ir, para que te sientas cómoda.
Tomó el resto de bolsas y se acomodó la cartera en el hombro. Quería preguntarle un montón de cosas, si realmente había estado bien, cómo seguían las cosas con su papá, y su vida en general, pero no quería ser imprudente. Recordó las viejas charlas que tenían y cuando no sabían cómo seguir, pero el silencio tampoco era desagradable, con ella nada lo era. A Beatríz me gustaba escucharle hablar de lo que fuese, por lo que trató de rescatar la frase lo mejor que pudo, esperando que no fuese un punto más para que todo se fuese a la mierda y Nadia cambiase de opinión respecto a acompañarle.
—Cuéntame algo, lo que sea.
Pidió, con el deje infantil de hace años cuando le pedía que le hablase sobre su día y de cómo habían ido las cosas en el trabajo, o algo interesante que había llegado a ver o escuchar. Cualquier cosa era válida para ella.
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Valparaíso, Chile.
2021.
— Yo sólo te digo —soltó Nadia, guardando la tarjeta de crédito en su billetera, mientras un expectante José Miguel bebía su frapuccino—, los veintidós, después de terminar la carrera… Locura.
Le dio un sorbo a su café vienés, ambos se largaron a reír.
Si alguien le hubiese dicho, tres o cuatro años atrás, que tendría una buena relación con su hermano, se hubiese largado a reír tan fuerte que el estómago le hubiese dolido. Le veía como un chiquillo insufrible, demasiado intruso, demasiado desagradable, pero como dice «El Principito», lo esencial es invisible a los ojos. José Miguel Domínguez era como cualquier joven de su edad, descuidado y risueño, despreocupado… En algunas cosas era parecido a su hermana.
En otras, no tanto.
— ¿Qué decís tú que tengo que hacer? —dijo el chiquillo, mirándole mientras avanzaba fuera de la cafetería—. ¿Busco trabajo al tiro, o me tomo un tiempo?
Nadia nunca se había tomado un tiempo, siempre había hecho las cosas al tirón. Como si tuviese que demostrarle a alguien más, quizá a su padre, que era capaz de todo lo que se le ocurriese. No se tomó su tiempo luego de estudiar, estudió dos cosas al mismo tiempo… Saltó de un trabajo al otro, de un jefe al otro, hasta que colapsó. No quería eso para su hermano, por más que en un momento de sus vidas le hubiese detestado, casi. Arrugó la nariz, dándole otro sorbo al líquido. Se aclaró la garganta.
— Yo no me tomé ningún tiempo —soltó, con las llaves del auto en la mano—, y me terminé quemando. Tú, niñito, perdonando la expresión, haz las weás que quieras por este segundo semestre. Empieza a buscar trabajo el próximo año.
— Anotado —ella le sonrió.
Valparaíso nunca había sido una ciudad que visitase con frecuencia, sobretodo desde que había dejado a Beatríz fuera de su vida. Era curioso, sin embargo, pensar en ese nombre luego de años. «Años», pensó. Tenía veintitrés cuando le conoció, veintisiete cuando estuvo con ella, sentimentalmente hablando. Ahora había cumplido treinta, tres años habían pasado desde que habían terminado, y vaya que eran tres años. Matrimonio, divorcio. Adoraba a Joaquín, todavía, aunque hacía un año que lo habían dejado por cosas que no eran necesarias de discutirse; el divorcio acababa de finalizar antes de llegar allí. Nunca tuvieron hijos, eso sí. Aunque estuvieron a punto.
Era una visión nostálgica, extraña.
A primeras impresiones era una ciudad bonita, pero no hubiese ido de no ser por la graduación de José Miguel. Por Beatríz, porque le recordaba a ella. ¿Qué había sido de Beatríz, después de todo eso? Probablemente seguía con el susodicho, la razón de la discordia. Quizá seguía en Zaragoza… O quizá, quién sabía, había vuelto a Chile.
— … Por eso yo creo que mejor lo dejo hasta ahí —la voz de su hermano se escuchaba a lo lejos, Nadia entre cerró los ojos—. No sé…
— ¿Ah?
— Te hablaba de que la Maca y yo estábamos mal, que pensaba en dejarlo hasta ahí… Pero no sé.
— Ah, ya.
— ¿Qué opinai tú?
— ¿Te conté alguna vez de la Beatríz?
— ¿La niña con la que viviste y conociste en el Prado? ¿La del papá lunático? —ella se rió, asintiendo—. Sí, me acuerdo.
— Con ella pasé por algo así, las cosas se pusieron raras y terminamos. Yo me casé con el Joaco, ella se quedó con otra persona. A veces es mejor terminar, supongo… Si realmente es lo que quieres y crees que te hará bien.
— Es que la quiero ene, ¿cachai? Pero se ha puesto tan rara.
— La gente es así, Jose —replicó—, lunática a ratos. Piensa en esto: si terminaras con ella, le vieras con otra persona… ¿La echarías de menos, te darían celos?
— Más que la cresta.
— Ahí tenís tu respuesta.
Nadia era más pequeña que él, pero con tacos podía llegarle un poco más arriba del hombro. Quién diría que midiendo 1,78 se sentiría pequeña. Le rodeó con su brazo, atrayéndole a su cuerpo en un gesto hermanable. Él arrugó la nariz, sonriendo.
Y ella seguía pensando en Beatríz y como, posiblemente, no le vería nunca más.
José se quedó mirando fijo un poco más allá, donde gente transitaba y se movía como manchas indiscretas. Ella seguía absorta, pensando en sus desgracias y cómo le había cambiado la vida tan rápido. Siguieron caminando, sólo que José Miguel no dejaba de mirar a ese espacio, donde estaban las escaleras mecánicas. Ella le miró de momento, como pensando qué era lo que tanto le llamaba la atención, pero pensó en seguir y seguir, para subir al auto e irse al departamento.
— Qué chucha la mina… —su hermano se largó a reír.
— ¿Ah, qué? —tenía el bolso colgando del hombro, le pesaba ligeramente—. Qué onda.
— Hay una mina caminando de un lado al otro allá, nos ha mirado como cinco minutos bien fijo.
Posiblemente era alguien que les confundía con otros, probablemente. Pensó en evitar lo que su hermano le decía, en obviar sus palabras e irse; no obstante, algo le hizo fijarse, un poco, en aquella figura.
Era menuda, de pelo oscuro y medio pálida. Se estaba mordiendo una uña, o eso podía entender desde la distancia. Había entrecerrado los ojos para verla. Llevaba ropa casual, como todo el resto. Tenía el cabello largo, eso sí… Largo hasta la cintura. No le había visto la cara, sólo la mano, pues se volteó para dar la espalda. Y pensó Nadia, ¿quién en su sano juicio haría eso? Mirar y esconderse, como niños asustados. Le pidió a su hermano que se quedase allí, él aceptó entre risas y se quedó plantado mirándole caminar hacia la figura desconocida, que ya había llamado la atención lo suficiente como para provocarle curiosidad y una leve incomodidad.
Mientras caminaba pensaba qué podía estar pasando, topándose con gente y soltando «por favor», «permiso» y «gracias» como rezo. Sujetaba la cartera con fuerza, los tacos sonaban fuerte y parecían sincronizarse con sus oídos. El corazón, mientras, se le había acelerado sin querer, como cuando estás cada vez más cerca de un peligro inminente. La joven seguía ahí, quieta, ahora mirando un escaparate… O pretendiendo hacerlo, probablemente. Nadia seguía caminando, aún no la alcanzaba. Y cuando estaba cerca, más cerca, se quedó como pegada al suelo. Era Beatríz.
Tenía sentido.
El tiempo le había cambiado, pero ¿cómo no lo había notado cuando le vio mirando? Seguía teniendo la misma figura, como historiadora del arte debía saber de figuras… Reconocerlas. Quizá no quería reconocerla, quizá y no quería admitir que fuese ella. ¿Y si fuera ella qué? No entraría en su vida así, como Trinidad siempre hacía. Ella quizá sólo se le parecía, o quizá sólo les miró sin intención de acercarse al final.
Terminó tomando la decisión más tonta.
«Espérame en el departamento, yo pido un uber. Te cuento después, te amo», le envió a su hermano.
Y aclarándose la garganta, tocándole el hombre apenas como un murmullo, dijo.
— Mirar fijo a la gente es malísima educación.
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theysayimtooyoung · 5 years ago
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On June 24th, 1798, Maria Christina of Austria, Duchess of Teschen, died at the age of 56.
She was buried in Tomb 112 in the Imperial Crypt, and an elaborate cenotaph was commissioned for her by her grieving husband Albert, and was built inside the Augustinian Church.
Among the carvings included in the monument are a medallion of Maria Christina with the inscription Uxori Optimae Albertus ( “The best wife of Albert”) below it.
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theysayimtooyoung · 5 years ago
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Se clavó las uñas en el dorso de la mano con un movimiento sutil, lo suficiente para que ella no de diera cuenta, o al menos eso esperaba. Seguía pareciendo parte de un sueño, y seguramente lo sería si no hubiese sido por la punzada de dolor en su piel o la estupidez que tanto le distinguía. Aun así, las ganas de llorar seguían ahí, latentes como su pecho, como si quisiera explotar su caja torácica, quebrar sus costillas y rasgar su piel hasta, por fin, caer al suelo y dejar de latir de una buena vez. Respiró hondo por la nariz, calmando los nervios, o intentándolo, pues su mirada fija iba contra sus intentos de parecer tranquila.
Bea le recorrió el rostro con la mirada, captando y guardando en su memoria hasta el más mínimo detalle, su cabello, sus ojos, la forma de su nariz y sus labios. Se veía hermosa y no pudo evitar maldecir en su cabeza por no haber formado parte de ello. Dio una vista rápida a su cuerpo y sonrió al verte siempre impecable, eso no cambiaba, tampoco sus gestos o su manera de mirar. Quizá se vestía demasiado juvenil para ya sus casi treinta. Desvió la mirada de ella en cuanto miró el celular, pero alcanzó a ver por el rabillo del ojo la sonrisa que se había formado en sus labios. «Debe ser él.» pensó. Y tuvo que morderse el labio interior para no soltar un puchero de niña pequeña.
—Oh... ¿Tu hermano? ¿El José? —la sorpresa se pudo notar en su voz, por supuesto que sí, después de todo, hasta donde se había quedado, no podía verlo ni en pintura. Volvió a sonreír, esta vez un poco más relajada. —Felicidades para él, entonces. A veces parece que tiene más color, hoy más que antes, eso sí, aunque el olor a pipí sigue intacto. ¿No fuiste a Conce?
Soltó una carcajada leve, era cierto. Valpo era prácticamente su segundo hogar, más incluso que Viña, por eso mismo casi se sentía con el deber de decir la verdad aunque no se lo pidieran. Habían borrachos durmiendo en cada esquina, y de día era casi imposible pasar por ciertos lugares. Bufó por lo bajo, riéndose de sí misma y el ridículo que estaba haciendo frente a ella. —Triple no. Nos separamos después de unos meses y... Bueno, me vine para acá después de un trato con Salvador, así que no, mucho menos lo estoy esperando.
Y dudaba profundamente llegar a siquiera plantearse verle la cara otra vez.
—¿Y tú cómo estás? Me dijeron que te casaste.
«Qué se había casado, que estaba bien y que no se acordaba de ti.» pensó. Era una de las frases que había escuchado cuando había preguntado por ella, como si estuviese esperando el momento adecuado para hablarle, aunque desde su punto de vista, jamás lo encontró por el miedo. Se sintió tonta de haber preguntado eso y si se veía desde fuera seguramente parecían dos niñas haciendo preguntas que parecían de cortesía cuando en realidad pedíamos una respuesta positiva. No se dio cuenta cuando ya había dejado de temblar, pero la sensación de estar en un plano diferente seguía, seguramente por el nudo en la garganta que se le había puesto. Había mucho que quería decirle, mucho que le habría gustado hacer, pero de sólo pensar en empezar a soltar palabra, se le enredaban en la cabeza y la lengua se mantenía inmóvil dentro de su boca.
Quizá había sido estúpidos pensar que de libraría de su recuerdo volviendo al país natal de ambas, y recién ahora, años después, se daba cuenta. Aunque seguramente había sido porque nadie en su sano juicio pondría un pie en Villa Alemana, sólo porque no todos sabían encontrarle el encanto y tampoco había mucho que ver ahí, pero ya no estaba en Villa Alemana, tampoco había ido a comprar a Quilpué. Sólo había faltado eso para sacarle de la película de ideas y arrepentimientos que le pasaba por la cabeza; su voz. Se hundió en su lugar, y ahí mismo se dio cuenta de que no había movido ni el meñique de los pies.
—Está bien... —asintió para ella misma, seguramente quería alejarse de ella tan pronto como fuese posible, o quizá verle le traía memorias que para ella eran mejor olvidar. No podía culparla, tampoco. En cuanto se acercó, dejó caer bolsas y cartera, por más breve que hubiese sido, para Bea fue como si hubiese entrado a otro planeta de un sólo pestañear. Sus brazos le rodearon con cuidado, como si tuviese miedo de romperle, y fue instantánea la lágrima que le rodó por la mejilla cuando sus labios dieron con ella. Quiso decir «Igualmente», lo gritó en su mente porque ni ahí podía decir algo más sin largarse a llorar. Y ya suficiente vergüenza le había hecho pasar.
Antes de que se diera cuenta había dado un par de pasos hacia adelante cuando Nadia comenzaba a alejarse. El impulso que le torturaba las noches que se moría por escribirle volvía como invitado especial a la escena.
—¿Es sólo eso, entonces? —elevó la voz, lo suficiente para llamar su atención —y quizá de algunos más—, no sabía de donde mierda sacaba fuerzas para hablar. —Después de años sin vernos nos encontramos aquí como si fuese una broma del universo y sólo es para decir que es de mala educación mirar fijo a alguien. —temblaba como enferma del chape, dio una vista rápida hacia atrás sólo para asegurarse de que sus cosas seguían ahí y volvió a verle, necesitaba una excusa, algo lo suficientemente fuerte para no morir en el intento, y ahora que pensaba en ello, no le había visto dar ni un sorbo al vaso que llevaba en la mano. —Debe estar desabrido, ya. Y no creo que esté el día para tomar café helado. Justo iba a comer algo, éjame invitarte. Estaré en silencio si así lo quieres, sólo... —no supo que decir. O qué decir primero.
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Valparaíso, Chile.
2021.
— Yo sólo te digo —soltó Nadia, guardando la tarjeta de crédito en su billetera, mientras un expectante José Miguel bebía su frapuccino—, los veintidós, después de terminar la carrera… Locura.
Le dio un sorbo a su café vienés, ambos se largaron a reír.
Si alguien le hubiese dicho, tres o cuatro años atrás, que tendría una buena relación con su hermano, se hubiese largado a reír tan fuerte que el estómago le hubiese dolido. Le veía como un chiquillo insufrible, demasiado intruso, demasiado desagradable, pero como dice «El Principito», lo esencial es invisible a los ojos. José Miguel Domínguez era como cualquier joven de su edad, descuidado y risueño, despreocupado… En algunas cosas era parecido a su hermana.
En otras, no tanto.
— ¿Qué decís tú que tengo que hacer? —dijo el chiquillo, mirándole mientras avanzaba fuera de la cafetería—. ¿Busco trabajo al tiro, o me tomo un tiempo?
Nadia nunca se había tomado un tiempo, siempre había hecho las cosas al tirón. Como si tuviese que demostrarle a alguien más, quizá a su padre, que era capaz de todo lo que se le ocurriese. No se tomó su tiempo luego de estudiar, estudió dos cosas al mismo tiempo… Saltó de un trabajo al otro, de un jefe al otro, hasta que colapsó. No quería eso para su hermano, por más que en un momento de sus vidas le hubiese detestado, casi. Arrugó la nariz, dándole otro sorbo al líquido. Se aclaró la garganta.
— Yo no me tomé ningún tiempo —soltó, con las llaves del auto en la mano—, y me terminé quemando. Tú, niñito, perdonando la expresión, haz las weás que quieras por este segundo semestre. Empieza a buscar trabajo el próximo año.
— Anotado —ella le sonrió.
Valparaíso nunca había sido una ciudad que visitase con frecuencia, sobretodo desde que había dejado a Beatríz fuera de su vida. Era curioso, sin embargo, pensar en ese nombre luego de años. «Años», pensó. Tenía veintitrés cuando le conoció, veintisiete cuando estuvo con ella, sentimentalmente hablando. Ahora había cumplido treinta, tres años habían pasado desde que habían terminado, y vaya que eran tres años. Matrimonio, divorcio. Adoraba a Joaquín, todavía, aunque hacía un año que lo habían dejado por cosas que no eran necesarias de discutirse; el divorcio acababa de finalizar antes de llegar allí. Nunca tuvieron hijos, eso sí. Aunque estuvieron a punto.
Era una visión nostálgica, extraña.
A primeras impresiones era una ciudad bonita, pero no hubiese ido de no ser por la graduación de José Miguel. Por Beatríz, porque le recordaba a ella. ¿Qué había sido de Beatríz, después de todo eso? Probablemente seguía con el susodicho, la razón de la discordia. Quizá seguía en Zaragoza… O quizá, quién sabía, había vuelto a Chile.
— … Por eso yo creo que mejor lo dejo hasta ahí —la voz de su hermano se escuchaba a lo lejos, Nadia entre cerró los ojos—. No sé…
— ¿Ah?
— Te hablaba de que la Maca y yo estábamos mal, que pensaba en dejarlo hasta ahí… Pero no sé.
— Ah, ya.
— ¿Qué opinai tú?
— ¿Te conté alguna vez de la Beatríz?
— ¿La niña con la que viviste y conociste en el Prado? ¿La del papá lunático? —ella se rió, asintiendo—. Sí, me acuerdo.
— Con ella pasé por algo así, las cosas se pusieron raras y terminamos. Yo me casé con el Joaco, ella se quedó con otra persona. A veces es mejor terminar, supongo… Si realmente es lo que quieres y crees que te hará bien.
— Es que la quiero ene, ¿cachai? Pero se ha puesto tan rara.
— La gente es así, Jose —replicó—, lunática a ratos. Piensa en esto: si terminaras con ella, le vieras con otra persona… ¿La echarías de menos, te darían celos?
— Más que la cresta.
— Ahí tenís tu respuesta.
Nadia era más pequeña que él, pero con tacos podía llegarle un poco más arriba del hombro. Quién diría que midiendo 1,78 se sentiría pequeña. Le rodeó con su brazo, atrayéndole a su cuerpo en un gesto hermanable. Él arrugó la nariz, sonriendo.
Y ella seguía pensando en Beatríz y como, posiblemente, no le vería nunca más.
José se quedó mirando fijo un poco más allá, donde gente transitaba y se movía como manchas indiscretas. Ella seguía absorta, pensando en sus desgracias y cómo le había cambiado la vida tan rápido. Siguieron caminando, sólo que José Miguel no dejaba de mirar a ese espacio, donde estaban las escaleras mecánicas. Ella le miró de momento, como pensando qué era lo que tanto le llamaba la atención, pero pensó en seguir y seguir, para subir al auto e irse al departamento.
— Qué chucha la mina… —su hermano se largó a reír.
— ¿Ah, qué? —tenía el bolso colgando del hombro, le pesaba ligeramente—. Qué onda.
— Hay una mina caminando de un lado al otro allá, nos ha mirado como cinco minutos bien fijo.
Posiblemente era alguien que les confundía con otros, probablemente. Pensó en evitar lo que su hermano le decía, en obviar sus palabras e irse; no obstante, algo le hizo fijarse, un poco, en aquella figura.
Era menuda, de pelo oscuro y medio pálida. Se estaba mordiendo una uña, o eso podía entender desde la distancia. Había entrecerrado los ojos para verla. Llevaba ropa casual, como todo el resto. Tenía el cabello largo, eso sí… Largo hasta la cintura. No le había visto la cara, sólo la mano, pues se volteó para dar la espalda. Y pensó Nadia, ¿quién en su sano juicio haría eso? Mirar y esconderse, como niños asustados. Le pidió a su hermano que se quedase allí, él aceptó entre risas y se quedó plantado mirándole caminar hacia la figura desconocida, que ya había llamado la atención lo suficiente como para provocarle curiosidad y una leve incomodidad.
Mientras caminaba pensaba qué podía estar pasando, topándose con gente y soltando «por favor», «permiso» y «gracias» como rezo. Sujetaba la cartera con fuerza, los tacos sonaban fuerte y parecían sincronizarse con sus oídos. El corazón, mientras, se le había acelerado sin querer, como cuando estás cada vez más cerca de un peligro inminente. La joven seguía ahí, quieta, ahora mirando un escaparate… O pretendiendo hacerlo, probablemente. Nadia seguía caminando, aún no la alcanzaba. Y cuando estaba cerca, más cerca, se quedó como pegada al suelo. Era Beatríz.
Tenía sentido.
El tiempo le había cambiado, pero ¿cómo no lo había notado cuando le vio mirando? Seguía teniendo la misma figura, como historiadora del arte debía saber de figuras… Reconocerlas. Quizá no quería reconocerla, quizá y no quería admitir que fuese ella. ¿Y si fuera ella qué? No entraría en su vida así, como Trinidad siempre hacía. Ella quizá sólo se le parecía, o quizá sólo les miró sin intención de acercarse al final.
Terminó tomando la decisión más tonta.
«Espérame en el departamento, yo pido un uber. Te cuento después, te amo», le envió a su hermano.
Y aclarándose la garganta, tocándole el hombre apenas como un murmullo, dijo.
— Mirar fijo a la gente es malísima educación.
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theysayimtooyoung · 5 years ago
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Habían un montón de cosas que Beatríz Balmaceda querría hacer bien, o al menos mejor. Aún cuando las circunstancias parecían ahogarle y el repasar mil veces hasta el cansancio, la desesperación o finalmente quedarse dormida seguía ahí, intacto en su rutina de principio a fin. Si lo pensaba a profundidad seguramente nunca se habría comportado como una malcriada cuando le llevaron obligada a España, quizá eso le habría ayudado en los años que siguieron a irse antes, a volver a casa antes. Aunque tampoco había mucho que pudiese hacer por eso y justificaba en cierta parte su comportamiento sobre esa situación en particular. No conocía a Salvador Balmaceda, y muchas veces perdió siquiera el interés en llegar a saber más allá de lo que su madre en vida le había contado de pequeña. 
 Dos años y medio llevaba ya en Chile y aún se sentía como si fuese un milagro. Los recuerdos le atormentaban en las noches de invierno cuando estaba demasiado agotada para que su cuerpo me dejase dormir, muchos arrepentimientos le perseguían incluso cuando salía de casa y bebía con amigos con los que se reencontró. Estaba bien, sí, pero en Madrid había llegado a estar mucho mejor.
Inés Rojas le acompañaba, ayudándose entre ellas con las bolsas que se empeñaban en colgar de sus brazos hasta sentirlos adormilado. Aún a sus 29 seguía fumándose un pito cada vez que se aburría de no hacer nada, o simplemente porque era más divertido, incluyendo las veces que terminó abrazando su cuerpo en el sillón viejo de la ventana por irse en una mala volá. Aunque esas no fuesen tan divertidas. O no en lo absoluto. El olor a cigarro era algo que seguía sin poder procesar, el cigarro y el arte. Y vaya que era un chiste pensar que se había graduado de historia con una sonrisa de oreja a oreja y ahora ponía una pared entre ella y su nuevo enemigo. 
—¿Tengo mucho olor? —la pregunta de Inés le terminó de sacar una carcajada tonta, lenta quizás. Se acercó para oler y negó entre risas.—pucha, es que siento olor a pescao' no más.
—Y hablando de pescao', ya debería irme. El Dani va a llegar temprano hoy y le quería dar una sorpresa —debió haberlo sabido, pero jamás se le cruzó por la cabeza que las compras excesivas eran por eso. Asintió sin decir palabra y su amiga acomodó las bolsas, entregándole las bolsas correspondientes; sólo ropa y libretas que seguramente no usaría. Bea hizo lo mismo, y se despidieron con un beso en la mejilla poco después de dejarla en la entrada de la estación. —. Oye, y ánimo, que todo pasa por algo, y si no, se soluciona después de un vinito.
Quiso pensar que era verdad pero sólo se rió, rodando los ojos como si se tratase de algo obvio, y en efecto era algo que ella aconsejaría. De nada servía ya hacerse bola antes de tiempo. Se quedó parada mirando el celular y levantando la cabeza de cuando en cuando para verle sacar las llaves del auto y comenzar la marcha. Sus hombros cayeron como si llevase un montón de peso encima, kilos y kilos de malas decisiones, preocupaciones y demás. 
Últimamente le había echado más de menos del necesario a Nadia. Habían noches en las que las ganas de enviarle un mensaje para preguntarle cómo estaba, pero en cambio, sólo había llegado a hablar con su prima, que algo sabía del tema y le había /intentado/ dejar más tranquila diciendo que estaba bien y feliz, se había casado y aunque causó una de sus peores borracheras, se alegraba. En cierta parte. Habían cosas de las que se arrepentía profundamente, como habían terminado las cosas con Nadia por su cobardía estaba en el primer puesto de la lista. Maas, abajo. Simplemente no había funcionado, no calzaban, su manera de ver las cosas chocaba constantemente con la suya, se separaron luego de seis meses, quizá menos, y terminó volviendo a la casa de su padre con la cola entre las patas, por supuesto. Poco después había logrado que le dejara volver a Chile. Era un trato que incluía a una tercera persona, un niñero, había pensado Bea, pero al año Manuel tuvo que volver con su familia en España y la chilena se quedó en casa de su abuela hasta el día de hoy. Vivía sola con muebles viejos y botellas de vino vacías como si fuese una metáfora de su vida.
«¿Cómo va la Guille? ¿Ya comió? Avísame cualquier cosa, por favor. » Escribió a Javiera, su prima, que hacía turno en el hogar donde vivía su abuela.
Se quedó media hora deambulando por el lugar, haciendo compras estúpidas que seguramente acabaría regalando. No recibió respuesta pero tampoco se puso a darle vueltas al asunto. Tenía hambre y le dolían los pies, el efecto de la marihuana se iba pasando poco a poco pero le sonaban las tripas. Se giró para ir al patio de comidas de la estación, las bolsas le pesaban y las terminó tomando como pudo para no terminar tirando todo. Fue a las escaleras, apoyándose en la barandilla de la misma por simple inercia. Echó una mirada rápida por todo el lugar, lo que menos quería era encontrarse con alguien que pudiese reclamarle por los ojos rojos, en cambio, se quedó tiesa, inmóvil a más no poder, como si hubiese visto el fantasma de su madre o algo incluso peor. Le temblaba el cuerpo, las manos, los labios. Se llevó las manos a la boca sin poder reaccionar, las escaleras seguían subiendo y un grupo de adolescentes le pasó por el lado entre risas, mirándole con extrañeza. Debía ser parte de la volá, quizá no se le estaba pasando en lo absoluto, o haber estado pensando en ella de hace tiempo le estaba jugando una mala pasada. Pero estaba ahí, de pie a metros de distancia y no a kilómetros. En Chile y no en España. En Valpo y no en Madrid. Se me revolvió el estómago y juró que iba a vomitar de puros nervios, pero logró moverse una vez que quedaban un par de escalones antes de que llegara su "turno" de avanzar.  
—Por la re chucha. Por la cresta. Por la mierda. 
 Se agarró de las bolsas y se volteó para bajar corriendo aunque las escaleras iban hacia arriba. Sentía que no avanzaba por más gente que esquivaba y por más insultos que recibía. Pero se detuvo. Quizá no era real. O quizás sí y era una señal, algo que debía suceder para poder solucionar o cerrar definitivamente las cosas. Volvió a subir, disculpándose nuevamente pero maldiciendo en un tono bajo. Se quedó inmóvil otra vez y la situación se repitió un par de veces, subía y bajaba hasta que un grupo de gente le acabó empujando hacia arriba, sin darle la posibilidad de escapar como la cobarde que era.
«Ya, tranquila. Piola. Si total, no te ha visto, no importa, puedes ir por el elevador o por las escaleras de emergencias aunque activase la alarma. No. Pésima idea, se daría cuenta al tiro.» Se repitió constantemente como un mantra aunque incluso en su cabeza la voz le temblaba, no le quitaba la vista de encima porque no podía. Se llevó el pulgar derecho a la boca, mordisqueando sin parar y cuando se planteaba el acercarse (casi inconscientemente) su mirada dio con la de ella. Nadia. Era ella, por supuesto que sí. Le reconocería donde fuera, así hubiesen pasado veinte años. Era como si le hubiesen levantado para luego tirarla al suelo otra vez y sus cordones de las zapatillas de enredaron en la maldita máquina. Tironeó el pie hasta liberarse, escondiéndose en el camino, ocultando el rostro como si fuese una ladrona, una asesina a sangre fría y fue hacia la izquierda, porque no había otro lugar al que ir. Juraría que todo se quedó en silencio, incluso el ruidillo de tanta gente hablando entre sí quedó en segundo plano. Sólo se escuchan unos pasos que intentaba esquivar a toda costa. Su vista fue directo al afiche de la feria medieval de la quinta, lo hacían todos los años y siempre se prometía ir pero acababa olvidándolo. 
Una de las promesas que se había hecho cuando todo había acabado era no volver a buscarla. Sabía de sobra que más de alguno llegaba a buscarla tiempo después de haber terminado. Ella no quería ser parte de ello, no quería ser otra persona más que llenara su vida de toxicidad, pero mientras de mordía las uñas le entraron ganas de llorar, de correr hacia ella y abrazarla, pedirle perdón hasta que se quedara sin voz, decirle que la había necesitado, que la había cagado. Cuando el taconeo estuvo detrás de ella fue imposible contener el temblor de su cuerpo. ¿Debía voltearse? ¿Hacerse la loca? ¿La desinteresada? ¿Dejarse llevar por los impulsos? Un escalofrío le recorrió la espalda cuando le tocó y su voz, suave y casi inaudible, llegó a sus oídos. Beatríz cerró los ojos con fuerza y se mordió el labio hasta que sintió una punzada de dolor. Su cuerpo reaccionaba por su propia cuenta y llegó a darse cuenta cuando ya estaba frente a ella. 
 —Es... mhm... parte de un experimento nuevo que «vi» en la radio —se excusó de la manera más estúpida que pudo y estaba de más estaba decir que la seguridad en ella misma se había ido corriendo—. O sea, no. Por un momento pensé que eran imaginaciones mías. —confesó, con las mejillas tomando un color rosa tras cada palabra que decía. 
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Valparaíso, Chile.
2021.
— Yo sólo te digo —soltó Nadia, guardando la tarjeta de crédito en su billetera, mientras un expectante José Miguel bebía su frapuccino—, los veintidós, después de terminar la carrera… Locura.
Le dio un sorbo a su café vienés, ambos se largaron a reír.
Si alguien le hubiese dicho, tres o cuatro años atrás, que tendría una buena relación con su hermano, se hubiese largado a reír tan fuerte que el estómago le hubiese dolido. Le veía como un chiquillo insufrible, demasiado intruso, demasiado desagradable, pero como dice «El Principito», lo esencial es invisible a los ojos. José Miguel Domínguez era como cualquier joven de su edad, descuidado y risueño, despreocupado… En algunas cosas era parecido a su hermana.
En otras, no tanto.
— ¿Qué decís tú que tengo que hacer? —dijo el chiquillo, mirándole mientras avanzaba fuera de la cafetería—. ¿Busco trabajo al tiro, o me tomo un tiempo?
Nadia nunca se había tomado un tiempo, siempre había hecho las cosas al tirón. Como si tuviese que demostrarle a alguien más, quizá a su padre, que era capaz de todo lo que se le ocurriese. No se tomó su tiempo luego de estudiar, estudió dos cosas al mismo tiempo… Saltó de un trabajo al otro, de un jefe al otro, hasta que colapsó. No quería eso para su hermano, por más que en un momento de sus vidas le hubiese detestado, casi. Arrugó la nariz, dándole otro sorbo al líquido. Se aclaró la garganta.
— Yo no me tomé ningún tiempo —soltó, con las llaves del auto en la mano—, y me terminé quemando. Tú, niñito, perdonando la expresión, haz las weás que quieras por este segundo semestre. Empieza a buscar trabajo el próximo año.
— Anotado —ella le sonrió.
Valparaíso nunca había sido una ciudad que visitase con frecuencia, sobretodo desde que había dejado a Beatríz fuera de su vida. Era curioso, sin embargo, pensar en ese nombre luego de años. «Años», pensó. Tenía veintitrés cuando le conoció, veintisiete cuando estuvo con ella, sentimentalmente hablando. Ahora había cumplido treinta, tres años habían pasado desde que habían terminado, y vaya que eran tres años. Matrimonio, divorcio. Adoraba a Joaquín, todavía, aunque hacía un año que lo habían dejado por cosas que no eran necesarias de discutirse; el divorcio acababa de finalizar antes de llegar allí. Nunca tuvieron hijos, eso sí. Aunque estuvieron a punto.
Era una visión nostálgica, extraña.
A primeras impresiones era una ciudad bonita, pero no hubiese ido de no ser por la graduación de José Miguel. Por Beatríz, porque le recordaba a ella. ¿Qué había sido de Beatríz, después de todo eso? Probablemente seguía con el susodicho, la razón de la discordia. Quizá seguía en Zaragoza… O quizá, quién sabía, había vuelto a Chile.
— … Por eso yo creo que mejor lo dejo hasta ahí —la voz de su hermano se escuchaba a lo lejos, Nadia entre cerró los ojos—. No sé…
— ¿Ah?
— Te hablaba de que la Maca y yo estábamos mal, que pensaba en dejarlo hasta ahí… Pero no sé.
— Ah, ya.
— ¿Qué opinai tú?
— ¿Te conté alguna vez de la Beatríz?
— ¿La niña con la que viviste y conociste en el Prado? ¿La del papá lunático? —ella se rió, asintiendo—. Sí, me acuerdo.
— Con ella pasé por algo así, las cosas se pusieron raras y terminamos. Yo me casé con el Joaco, ella se quedó con otra persona. A veces es mejor terminar, supongo… Si realmente es lo que quieres y crees que te hará bien.
— Es que la quiero ene, ¿cachai? Pero se ha puesto tan rara.
— La gente es así, Jose —replicó—, lunática a ratos. Piensa en esto: si terminaras con ella, le vieras con otra persona… ¿La echarías de menos, te darían celos?
— Más que la cresta.
— Ahí tenís tu respuesta.
Nadia era más pequeña que él, pero con tacos podía llegarle un poco más arriba del hombro. Quién diría que midiendo 1,78 se sentiría pequeña. Le rodeó con su brazo, atrayéndole a su cuerpo en un gesto hermanable. Él arrugó la nariz, sonriendo.
Y ella seguía pensando en Beatríz y como, posiblemente, no le vería nunca más.
José se quedó mirando fijo un poco más allá, donde gente transitaba y se movía como manchas indiscretas. Ella seguía absorta, pensando en sus desgracias y cómo le había cambiado la vida tan rápido. Siguieron caminando, sólo que José Miguel no dejaba de mirar a ese espacio, donde estaban las escaleras mecánicas. Ella le miró de momento, como pensando qué era lo que tanto le llamaba la atención, pero pensó en seguir y seguir, para subir al auto e irse al departamento.
— Qué chucha la mina… —su hermano se largó a reír.
— ¿Ah, qué? —tenía el bolso colgando del hombro, le pesaba ligeramente—. Qué onda.
— Hay una mina caminando de un lado al otro allá, nos ha mirado como cinco minutos bien fijo.
Posiblemente era alguien que les confundía con otros, probablemente. Pensó en evitar lo que su hermano le decía, en obviar sus palabras e irse; no obstante, algo le hizo fijarse, un poco, en aquella figura.
Era menuda, de pelo oscuro y medio pálida. Se estaba mordiendo una uña, o eso podía entender desde la distancia. Había entrecerrado los ojos para verla. Llevaba ropa casual, como todo el resto. Tenía el cabello largo, eso sí… Largo hasta la cintura. No le había visto la cara, sólo la mano, pues se volteó para dar la espalda. Y pensó Nadia, ¿quién en su sano juicio haría eso? Mirar y esconderse, como niños asustados. Le pidió a su hermano que se quedase allí, él aceptó entre risas y se quedó plantado mirándole caminar hacia la figura desconocida, que ya había llamado la atención lo suficiente como para provocarle curiosidad y una leve incomodidad.
Mientras caminaba pensaba qué podía estar pasando, topándose con gente y soltando «por favor», «permiso» y «gracias» como rezo. Sujetaba la cartera con fuerza, los tacos sonaban fuerte y parecían sincronizarse con sus oídos. El corazón, mientras, se le había acelerado sin querer, como cuando estás cada vez más cerca de un peligro inminente. La joven seguía ahí, quieta, ahora mirando un escaparate… O pretendiendo hacerlo, probablemente. Nadia seguía caminando, aún no la alcanzaba. Y cuando estaba cerca, más cerca, se quedó como pegada al suelo. Era Beatríz.
Tenía sentido.
El tiempo le había cambiado, pero ¿cómo no lo había notado cuando le vio mirando? Seguía teniendo la misma figura, como historiadora del arte debía saber de figuras… Reconocerlas. Quizá no quería reconocerla, quizá y no quería admitir que fuese ella. ¿Y si fuera ella qué? No entraría en su vida así, como Trinidad siempre hacía. Ella quizá sólo se le parecía, o quizá sólo les miró sin intención de acercarse al final.
Terminó tomando la decisión más tonta.
«Espérame en el departamento, yo pido un uber. Te cuento después, te amo», le envió a su hermano.
Y aclarándose la garganta, tocándole el hombre apenas como un murmullo, dijo.
— Mirar fijo a la gente es malísima educación.
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