#tw relaciones disfuncionales
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FILE: JEREMY FOX. HABILIDAD: OBSERVACIÓN (3/3) PÁRRAFO: Un momento que haya marcado un antes y un después.
Luisa, sentada en la cama, observaba a Jeremy dormir. Su cabello oscuro caía en mechones desordenados sobre la almohada, y su respiración pausada parecía un eco lejano que serpenteaba en el silencio. Dos años compartiendo el mismo espacio, la misma cama, los mismos sueños, ahora parecían tan lejanos como si fueran propulsados por una nave que viajaba a años luz de distancia. Al principio, todo había sido como una canción susurrada al oído, un concierto de promesas y susurros que endulzaban su alma. Sin embargo, el tiempo transcurrió, y el hombre con el que había querido compartir su vida ya no era el mismo Jeremy que conoció; ahora era distante, ausente, inaccesible. O quizá siempre lo había sido. Sus palabras dulces se convirtieron en puñales escondidos tras sonrisas, sus gestos de afecto eran migajas esparcidas en un mar de indiferencia. En más de una ocasión se cuestionó si la amaba de verdad. Porque todavía lo descubría besando entre sus hebras cada madrugada, con caricias de pulgares que repasaban el camino que sus lágrimas habían dibujado más temprano.
¿Se había vuelto loca?
Aunque convencida de que sí, volvió a dudar de todo cuando, la noche anterior, una discusión estalló como una tormenta repentina que ningún meteorólogo habría podido predecir. El cielo, momentáneamente azul, se cubrió de nubes negras, con palabras como alfileres cayendo de ellas. El espacio de la cocina se había vuelto una batalla campal. Luisa, con las emociones desbordadas, lanzó uno de los platos contra el suelo. Aunque se hizo añicos, Jeremy no se inmutó. En su lugar, la miró con una calma helada, susurrando con incredulidad:
—¿De verdad vas a hacer un drama por esto?
Soltó una carcajada burlona. Luisa escuchaba el eco de un nuevo quiebre, y esta vez no fue a raíz de ninguna porcelana. Era ella. Ella y sus grietas. Ella y las ganas de enterrarle las uñas hasta que admitiera que el problema no era suyo, sino de los dos.
Ahora que él dormía en calma, recordó todas las veces que la miró sin verla realmente, con los ojos fijos en algo más allá de ella, como si siempre estuviera buscando algo que nunca encontraba en su mirada. Si las promesas de ambos pudieran tomar alguna forma tangible, seguramente serían como el humo del cigarrillo que él solía fumar en el balcón, desvaneciéndose en la noche hasta que ya no hubiera cajetilla de la cual hurtar. Hoy no los había. Por fin, han consumido el último.
Con el silencio de la habitación roto por el murmullo del tráfico despertando en la ciudad de New York, tomó una decisión. No le apetecía usar botas para la lluvia, sombrilla, o impermeable. Se había cansado de la humedad que traía esa tormenta, de temblar cada vez que un trueno rompía la noche, de las mantas heladas y esos brazos que, más que amor, solo la anclaban posesivamente a una vida convertida en triste monotonía. Hoy solo veía una sombra, un reflejo de los días soleados que un día vivieron. Hoy quería ir por ellos.
Antes de que los rayos de sol se colaran por las persianas, Luisa ya había recogido sus cosas lentamente, como si cada objeto pesara con cada memoria adherida a él. Antes de salir, se detuvo en la puerta, dedicándole una última mirada al hombre que había amado con toda su alma. Seguiría amándolo, aunque fuese capaz de admitir que no había sido el correcto.
Los primeros rayos del amanecer penetraron entre las cortinas cuando Luisa cerró la puerta detrás de ella. Jeremy, quien siempre había estado despierto, por primera vez no pensó en ir tras ella.
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