#relatos gays
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somos-deseos · 4 months ago
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Relato: El amor también es dejar ir.
Me gusta imaginar una vida contigo llena de posibilidades y muchos desafíos, porque pasaríamos todos estos momentos juntos. No imaginé que el amor aparecería y tocaría a mi puerta tan pronto, pero entonces llegaste sin previo aviso y me dejaste vulnerable a cualquier sentimiento que me permitieras sentir. El dolor de cabeza es fuerte cuando me detengo a recordar esos lugares y momentos dónde mi corazon eligió quedarse y aunque sé que existe la posibilidad de salir lastimado, insiste en recibirte y dejarte hacer lo que quieras. No tengo control sobre mis pensamientos y mi imaginación cuando se trata de nosotros, porque es una serie de planes y sueños que quiero vivir contigo aunque sé que nuestra historia no sucederá, eres demasiado bueno para mí y cuando miro la persona en la que me convertí frente al espejo entiendo por qué muchas personas decidieron dejarme atras, lo único que quedó de mí fue un cuerpo sin alma, sin esencia y solo un caparazón que cubre mis cicatrices y si la posibilidad existiera, incluso "yo" huiría de mí mismo.
Me permitiré sentir lo que tenga que sentir, te amaré, te extrañaré, sentiré la necesidad de llamarte y enviarte un mensaje, haré planes, sonreiré al pensar en ti y escucharé tu voz, sentiré mi corazón se acelera cuando llega una notificación tuya o una llamada. La parte de amarte y saber que este sentimiento se quedará dentro de mí es desesperante, pensar en ti con alguien más y vivir nuestros sueños y nuestra historia es triste, pero tu felicidad es la mía también, no importa si me dolerá muchísimo.
Pondré una sonrisa en mi rostro y me diré que “Me permití amar de nuevo y me sentí vivo como nunca antes, amé, deseé, pesé, soñé, añoré, extrañé y sentí puro amor y a través de eso”. Me siento agradecido por todo lo que me dio y ahora seguiré adelante como siempre y quién sabe, al final podremos reírnos de todo, amar es dejar ir, cuidar, proteger, desear cosas buenas, renunciar por tener la conciencia de que no se puede hacer feliz a esa persona, lamentablemente no es fácil, pero no podemos aferrarnos a algo que no es nuestro y con eso espero que estés donde estés y con quien estés estarás a tu lado , te hacen feliz como nunca has podido hacerlo, todo lo que vivimos quedará guardado en lo más puro de mi corazón y llevaré el sonido de tu voz como un recuerdo vivo que me hará compañía en el camino. Seguiré, un camino que recorreré solo.  
Un corazón anónimo ᯓ ᡣ𐭩.
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relatosvarios · 2 months ago
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El profe enfermero de Rancagua.
La siguiente historia es una experticia agradable de contar y con un lindo recuerdo.
Nuevamente conozco un muchacho por la aplicación de citas, muy guapo, alto, con algo de vellos en su cuerpo, linda sonrisa y muy amoroso.
Luego de días de conversación y coqueteos varios me invita a su casa donde me comenta que estará solo unos días ya que su roomie no se encontrará en casa.
Llegando el día me preparo para salir, tomar el bus para llegar a la estación y luego tomar el tren con dirección al sur. Ese día estuvo nublado como antesala para dormir bien acompañado y abrazado.
Llegando a la estación de trenes el estaba esterando con el mismo entusiasmo que tenía de conocerlo en persona. Nos dimos un fuerte abrazo y tomamos un transporte que nos llevara a su casa.
Ya en casa pedimos algo para comer y conversar un poco más de cada uno, luego de la comida subimos algo segundo piso para ponernos mas cómodos y poder sentir el placer de estar con el otro.
El se había preparado ya que llevaba puesto una ropa interior que dejaba al descubierto su rico culo peludo como a mi me gusta, nos debemos completamente, mi lengua todo casa centímetro de su piel y su culito muy rico de comer. El se entregó completamente a mis juegos y logré penetrarlo a ritmo lento para luego terminar con gran agitación de orgasmo.
Esa noche dormimos abrazados hasta la mañana siguiente, al otro día amanecimos bastante editados y el justo estaba detrás de mi espalda sintiendo su pene erector, comencé a menear mi culo para luego ser penetrado por el. Se sintió rico ya que me sentí seguro como me tomo y era rico como me metío su pene (la medida justa y a mi gusto). Luego de un rato lo penetré yo, lo tomé de un posición donde lo hice llegar al orgasmo, se sentía su jadeo y movimiento de todo su cuerpo que llegó a estremecerse.
Terminado todo, tomamos un rico desayuno viendo algo por internet, nos duchamos y nos fuimos al centro de la ciudad ya que servía mi guía para mostrarme algunos lugares.
Caminamos por las principales calles, compramos algo al paso para comer e hicimos la hora para tomar el bus y volver a casa. Fue una tarde muy agradable donde hablamos de nuestras vivencias y experiencias en todo sentido.
Te recuerdo con mucho cariño bonito.
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eldiariodelarry · 1 year ago
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Clases de Seducción II, parte 17: Alianzas
Temporada 1
Temporada 2: Parte 1, Parte 2, Parte 3, Parte 4, Parte 5, Parte 6, Parte 7, Parte 8, Parte 9, Parte 10, Parte 11, Parte 12, Parte 13, Parte 14, Parte 15, Parte 16
Olivares tomó un bus comercial de regreso a la ciudad de Antofagasta después de haber ido a dejar a Sebastian hasta el regimiento de Arica.
Al llegar a la Perla del Norte de Chile, al mediodía siguiente, se tuvo que presentar en el regimiento para retomar sus labores.
—Olivares —lo saludó el Capitán Rodriguez apenas Matías cruzó la puerta del galpón principal del regimiento.
—Mi Capitán —se cuadró Olivares frente a su superior, con evidente cansancio en su semblante.
—Lo estuve llamando durante la mañana —le comentó el Capitán—, ¿por qué no le contesta a su superior?
Matías el día anterior le había entregado su viejo celular a Sebastian para entregarle novedades sobre Rubén. Si bien en el momento de tener esa idea no pensó en cómo obtener la información, ya que desconocía cualquier tipo de dato sobre Ruben (nombre completo, dirección, etc), pensó que se las arreglaría en el camino.
—Disculpe, Capi —respondió Matías, recordando que tampoco había considerado que podrían contactarlo cuando le entregó su celular a Sebastian—, perdí mi celular.
—¿Lo perdiste? —preguntó ceñudo el superior.
—Sí —respondió Matias intentando sonar lo más convincente posible—, me quedé dormido anoche en el bus y me di cuenta cuando venía para acá que ya no lo tenía.
—Vamos a la comisaría —le dijo Rodriguez, poniéndose de pie—. Tiene que hacer la denuncia del robo.
—¡No! —dijo rápidamente Matías, de manera bastante sospechosa—, no es necesario, Capi —agregó, con más calma para sonar más despreocupado—, igual tenía pensado comprarme uno nuevo esta semana con mis ahorros.
Rodriguez miró a Olivares en silencio de forma seria por un par de segundos, levantando la ceja derecha.
—Olivares, si no quiere hacer una denuncia es su problema —le aclaró el hombre—, pero nosotros tenemos que ir a la comisaría. Me llamaron porque al parecer tenemos otro fugado.
—¿Otro más? —preguntó desganado Matías, sabiendo que siempre lo mandaban a él de chaperón de los soldados que se arrancaban de sus respectivos regimientos.
—Así es, Olivares —confirmó el Capitán.
Matías y Rodriguez se subieron al sedán negro del Capitán y tomaron rumbo a la tercera comisaría de la ciudad, donde se comunicaron con el Sargento a cargo.
—¿Por qué demoraron tanto en venir? —les preguntó el Sargento tras las presentaciones correspondientes.
—Estábamos atendiendo otro asunto de mayor importancia —respondió Rodriguez—. Además, la espera le enseñará al joven que arrancarse del regimiento no es cosa fácil.
—Tampoco es que sea delito, Capitán —aclaró el Sargento—. Nosotros lo retuvimos simplemente porque no tenía documento de identidad, y no nos quiso dar mayor información de su procedencia.
—Pero nada de eso es delito, sargento —comentó Matías, con algo de indignación—. No querer decirles de dónde viene no es delito, y la identidad la pudieron corroborar pidiéndole su RUN.
—Olivares —el Capitán le llamó la atención discretamente a Matías.
—¿Y por qué lo trajeron en primer lugar? —quiso saber Matías, ignorando la llamada de atención de Rodríguez.
—Recibimos una denuncia anónima de alguien que aseguraba que esta persona se había arrancado del servicio militar.
—Buen trabajo, Sargento —reconoció el Capitán Rodríguez, y el sargento trató de disimular una sonrisa de orgullo.
—¿Cómo pueden asegurar que efectivamente es la persona correcta, si no les ha dicho de dónde viene? —preguntó Matías, algo preocupado.
Efectivamente, el Sargento había admitido que tenían detenido a alguien que no había cometido ningún delito, y tampoco estaban seguros de estar frente a la persona que supuestamente se había arrancado de un regimiento.
—Bueno, la mochila que traía evidentemente era de indumentaria militar, y en el interior cargaba su uniforme —respondió algo molesto el carabinero.
—Gracias Sargento, nosotros continuamos desde aquí —intervino Rodriguez, dando por cerrado el cuestionario de Matías, lanzándole una mirada seria y fulminante al muchacho.
El par de militares ingresaron a la sala de detención y pidieron abrir la celda donde estaba ubicado el joven desconocido que había sido denunciado como un fugado del servicio militar.
El joven levantó la vista y Olivares se dio cuenta que tenía una notoria cicatriz en la frente y otra en el mentón, que le daban un aspecto intimidante, pero a la vez atractivo.
—¡Soldado! —habló con fuerza Rodríguez—, su aventura de fin de semana ha terminado.
—Hoy recién es viernes —murmuró con hastío el joven.
Olivares miraba en silencio la interacción.
—Bueno, como sea soldado, desde hoy en adelante todos sus días serán lunes —respondió Rodríguez—. Un eterno y tedioso lunes.
Rodríguez se acercó a la banca donde estaba sentado el joven, quien se puso de pie sin esperar que el hombre lo tocara de alguna forma, y comenzó a caminar en dirección a la salida de la celda, asumiendo su destino.
—Nos dirigiremos al regimiento, para averiguar de qué castillo se escapó la princesa —le anunció Rodríguez—, y luego Olivares se asegurará de enviarte de regreso, de donde no volverás a salir en mucho, mucho tiempo, ¿entendido?
El joven desconocido simplemente asintió.
Olivares se sentó en el sedán negro en la parte trasera, al lado del soldado en fuga, quien fue todo el camino mirando por la ventana, en silencio, permitiéndole a Matias apreciar la perfecta definición de su mandíbula, que comenzaba a mostrar el crecimiento leve de su barba tras dos días sin afeitar.
Al llegar al regimiento, Rodriguez se dirigió a su oficina a revisar en la base de datos del servicio militar dónde estaba designado el joven desconocido, a quien le había pedido anotar su RUN en un papel.
—Vaya, vaya —murmuró Rodríguez al salir de su oficina—, así que el soldado Javier Gutierrez se arrancó del mismo regimiento en Arica que nuestro querido Guerrero.
Olivares al escuchar la mención a Sebastian miró de inmediato al joven.
Javier mantuvo una expresión neutra en el rostro.
—¡Olivares! —le llamó la atención Rodríguez—, asegúrese que este soldado llegue a su regimiento en buenas condiciones.
A Matías no le encantaba la idea de volver nuevamente a Arica. Esta vez sería peor incluso, ya que tendría que ir en bus comercial, en vez de avión (ya que los pasajes de avión los había asegurado el padre de Sebastian el día anterior).
—¿Es necesario que vaya hasta allá con él —preguntó Matías, notando de inmediato la cara de furia de Rodríguez—… mi Capitán?
—Su labor es asegurarse que llegue al regimiento que le corresponde —insistió Rodríguez, sin cambiar su indicación.
A pesar de que quería hablar con el amigo de Sebastian, Matías no estaba muy convencido de ir nuevamente a Arica.
—¿Alguna posibilidad de que nos envíen en avión? —Matias dudaba que la respuesta fuera afirmativa, pero no perdía nada con intentar.
Rodríguez lo miró con seriedad, lo que fue suficiente respuesta para Matías.
—¿Puedo hablar con don Rolando para que lo lleve en el bus? —insistió Matías, recurriendo a la última alternativa que le quedaba.
El Capitán se quedó pensando unos segundos. Don Rolando era el conductor del bus militar que se había llevado a Sebastian desde Antofagasta hasta Arica (y que había recogido a Javier en el camino) al inicio del servicio militar.
—Bueno, si tiene la disponibilidad, al tener su formación militar debería actuar como escolta —accedió Rodríguez.
Matías sonrió satisfecho, y tomó las llaves del sedán negro que Rodríguez le estaba extendiendo.
—Vamos —le dijo a Javier, poniendo su mano en su hombro como si fueran amigos de toda la vida.
—Olivares —le llamó la atención Rodríguez, por la cercanía demostrada con el muchacho, provocando que Matias se alejara instintivamente.
Matías llevó a Javier hasta el sedan negro, y lo hizo subirse en el asiento del copiloto.
—Soy Matías —se presentó, extendiéndole la mano.
Javier no contestó, pero le dio la mano a modo de cortesía.
Matías se sintió algo estúpido por intentar demostrar una personalidad amigable con aquel desconocido, pero no perdía nada con intentarlo. Encendió el motor del vehículo y salió del estacionamiento, tomando rumbo por la costanera.
—¿Conocías a Sebastian? —le preguntó Matías a Javier, para romper el hielo.
Matías miró de reojo a Javier, quien iba pegado mirando por la ventana del vehículo.
—Te vi cuando lo fuiste a buscar a su casa —respondió Javier con la voz apagada después de un rato—. A ti y al otro viejo culiao.
—¿Estabas ahí? —preguntó Matías sorprendido—, ¿adentro de la casa?
—Estaba en la calle —aclaró Javier—. Los vi cuando llegaron y cuando se llevaron al Sebita. ¿Cómo pueden ser así de conchesumadres?
Matías se sintió interpelado.
—La verdad no tuvimos alternativa —le aclaró—. De hecho, tuve que llevarlo hasta Arica también, hablé harto con él. Me contó que su amigo Rubén había tenido un accidente, y le prometí que iba a averiguar cómo estaba.
Javier por primera vez dejó de mirar por la ventana y miró fijamente a Matias.
—Vamos, entonces —le dijo Javier—, vamos al hospital a ver cómo está el Rube.
Matías lo miró sonriendo, como si Javier acabara de leer su mente.
—Vamos —accedió, y pisó el acelerador para llegar lo antes posible a su destino.
La pareja de soldados se dirigió al hospital primero a ver si podían obtener información, pero no tuvieron nada de suerte.
—No puedo entregarles información de ningún paciente, porque no son familiares directos —le explicó la señorita del mesón de atenciones.
—¿En serio no puede hacer nada? —insistió Matías, empleando sus habilidades blandas para poder acceder de forma amable a la información—. O quizás, no darnos detalles de su diagnóstico ni nada, pero por último saber si todavía está acá en el hospital, o si lo dieron de alta.
Matías le sonrió con amabilidad a la señorita del mesón, quien se mostró dispuesta a ayudar.
—Voy a revisar si me arroja alguna información el sistema, ya que ni siquiera me están dando el RUT del paciente —le dijo con acidez la mujer.
Matías miró a Javier, quien sonreía ilusionado ante la expectativa de obtener respuestas.
—Me aparece que tengo a dos Ruben Castillo atendidos en los últimos cinco días —les informó la mujer—, y ambos aparece que fueron dados de alta.
—¿Alta?, eso quiere decir que se fue a su casa sano y salvo, ¿cierto? —preguntó Javier—, ¿o es posible que lo hayan enviado a otro centro más especializado o algo así?
—Alta significa que se va a su casa, con tratamientos orales, no tienen mayor complicación —le indicó la mujer, tranquilizando a los muchachos.
El par de soldados agradecieron la ayuda de la mujer, a pesar de que no les quiso decir la dirección de Rubén.
—¿Te acuerdas donde vive el Seba? —le preguntó Javier a Matías.
—Sí, me acuerdo, ¿por? —respondió Matías.
—Porque el Seba y el Rubén son vecinos, y el otro día estuvimos con el Seba en la casa del Rubén —le contó Javier—. Vayamos a su casa a verlo.
—¿Cómo no lo mencionaste antes? —le preguntó Matías.
—Porque primero teníamos que venir al hospital a ver qué onda.
—Estás ganando tiempo, ¿cierto? —preguntó a modo de broma Matías, sin esperar respuesta.
El par de soldados se subieron nuevamente al sedán negro y tomaron rumbo a la casa de Sebastian.
Javier le indicó a Matías exactamente cuál era la casa de Rubén, y tocaron el timbre. Después de unos segundos salió un joven de unos veintitantos años.
—¿Rubén? —preguntó Matías, algo confundido porque pensaba que el amor de Sebastian era más joven.
El joven negó con la cabeza.
—¿Quién lo busca? —preguntó el joven.
—Somos amigos de Sebastian —se presentó Matías, venimos a ver a Rubén.
—Lo siento, pero Rubén no está en condiciones para recibir visitas —les dijo el joven.
—¿Está bien? —preguntó Javier—. Sabemos que tuvo un accidente, y queríamos saber si está bien o no, para avisarle al Seba
El joven se acercó a la reja suavizando la expresión.
—Si, está bien —respondió el joven—. Con unas esguinces y moretones, pero bien. El Rube quiere descansar bien, así que pidió no recibir visitas.
—Entendemos —dijo Matías—. Con saber que está bien nos quedamos tranquilos.
El joven se despidió tras agradecer la preocupación, y volvió a entrar a la casa cerrando la puerta tras de sí.
—Misión cumplida —comentó Matías al subirse de vuelta al sedán negro.
Javier asintió.
—Hora de volver a la realidad —respondió Javier con pesar.
—Ahora te toca hacer lo más importante —Matías intentó animarlo—, tienes que entregarle la información a Sebastian.
Matías condujo el vehículo hasta un sector residencial del lado norte de la ciudad y se detuvo frente a una casa específica y tocó la puerta. Al rato salió un hombre al borde de la tercera edad que lo saludó con afecto: era don Rolando, el conductor del bus militar.}
Matías le preguntó si tenía disponibilidad de trasladar a Javier hasta el regimiento de Arica, y Rolando lo sorprendió al decirle que coincidentemente tenía que transportar un cargamento al mismo recinto, pero que saldría a la mañana siguiente.
Javier aceptó a regañadientes su destino, y volvieron ambos en el sedán negro hasta el regimiento de Antofagasta para que Javier pudiera pernoctar.
—Si se queda acá una noche más no me interesa —le dijo Rodríguez a Matías cuando volvieron—. Sería una noche extra fuera de su regimiento, lo que le extendería su castigo solamente.
Matías se despidió de Javier con un afectuoso abrazo cuando Rodríguez no estaba mirando.
—Gracias por ayudar al Seba —le dijo Javier durante el abrazo.
—No todos somos malos acá —respondió Matías separándose de él, dándole unos golpecitos en los hombros a Javier—. A algunos nos gusta hacer el bien cuando podemos.
Matias le guiñó el ojo a modo de despedida y se dio la vuelta camino a la salida del galpón.
Felipe llegó a la casa de Roberto con una amarga sensación de vacío. Notó que la casa estaba en completo silencio, indicando que aún no llegaba nadie. Sentía que estaba completamente solo en el mundo, y tenía la convicción que se merecía estar solo, sin nadie a su alrededor a quien arruinarle la vida.
Tras la visita a su padre en la clínica, donde sus progenitores le dejaron muy en claro que ni en aquella situación de vida o muerte iban a aceptar su naturaleza, quedó con una sensación de rabia, pena y soledad mezcladas, tan fuerte, que le provocaron un profundo dolor de cabeza.
Se había dirigido a la casa de Ruben para hablar con su pololo, contarle lo que le había ocurrido, pero él mismo había pedido no ver a nadie tras su accidente. Pensó que podría haber tenido algún privilegio por ser su pololo, pero la negativa de su suegro le demostró que no.
Sentía que eso último se lo merecía, por haber actuado de tan mala manera con su pololo en el último tiempo, llegando incluso a coartar un posible contacto con Sebastian, al llamar a los carabineros para avisar que el compañero del servicio militar con quien se había fugado se encontraba en el hospital.
Llegó a pensar incluso que ese último acto había tenido algún peso kármico en la reacción que tuvieron sus padres frente a su visita en la clínica: la vida lo estaba castigando por la forma que se había comportado.
Felipe se quitó los zapatos, el pantalón y la polera, y se acostó en su cama, tapándose con las frazadas. Cerró los ojos para despejar la mente e intentar olvidar lo que había vivido ese día, y volvió a abrirlos cuando escuchó la puerta abrirse al entrar Roberto a la habitación.
—¿Y tú?, ¿no tenías turno hoy? —le preguntó Roberto a modo de saludo.
“Conchetumare”, pensó Felipe, mientras se sentaba en el borde de la cama.
Había olvidado por completo que le correspondía trabajar esa tarde, pero prefirió evitar agobiarse la mente con una preocupación más.
—Mañana diré que estaba enfermo —respondió sin ganas Felipe.
—¿Qué te pasó? —Roberto notó de inmediato que algo andaba mal. Felipe no solía faltar a ningún compromiso, laboral o académico.
—Fui a ver a mi viejo a la clínica —le contó Felipe, y Roberto se acercó de inmediato y se sentó a su lado en la cama.
—¿Cómo está él? —preguntó Roberto, temiendo visiblemente que la respuesta fuese la más trágica posible.
—Muriendo —respondió Felipe, intentando sonar lo menos emocional posible. A pesar de su tono, Roberto le dio un abrazo y no lo soltó más—. Mi visita no fue muy bienvenida —continuó—. Estaban con un pastor, que les dijo que si mi viejo quería irse al cielo no podía volver a tener contacto conmigo, aunque se estuviera muriendo.
—Viejo culiao —murmuró Roberto, con total indignación en sus palabras.
—De verdad pensé que su situación actual podía haber cambiado algo en él, en los dos —le contó Felipe—. Pensé que por estar al borde de la muerte iba a querer recuperar el tiempo que había perdido. Lo peor de todo es que después de eso lo único que quería era hablar con el Rubén, estar con él, contarle la hueá, pero no pude.
—¿Por qué? —preguntó extrañado Roberto.
—Porque su viejo me dijo que no quería recibir visitas —explicó, y luego dio un largo suspiro mientras miraba el par de zapatillas que estaban tirados en el suelo a un metro y medio de la cama.
—Entiendo que no quiera recibir visitas, después de lo que le pasó —razonó Roberto—, pero igual uno esperaría que te diera algún tipo de privilegio.
—Bueno, no es como que me lo merezca en todo caso —comentó Felipe, sin ganas.
Roberto no dijo nada, coincidiendo con el comentario.
—Asumo que aún no han podido hablar después de lo de su cumple —dijo Roberto, y Felipe negó con la cabeza.
—Ayer cuando llegó del hospital estaba con una onda como súper optimista, de dejar atrás todo lo malo y la hueá —le contó Felipe—, pero con lo de hoy creo que lo nuestro ya terminó.
—Ya, pero no pienses eso —lo tranquilizó Roberto—. Entiende que tuvo un accidente igual grave, necesita tranquilidad. Quizás ya mañana o pasado puedan hablar con calma.
Felipe asintió, dando un suspiro.
—Necesito desahogarme.
Roberto lo miró, se puso de pie y se paró frente a él.
—Pégame —le ofreció Roberto.
—¿Cómo te voy a pegar, hueón? —rechazó de inmediato Felipe.
—Bueno, si no me quieres pegar a mí, tienes un saco en el patio que podría servirte —sugirió, ahora hablando en serio.
Felipe pensó un par de segundos la idea de Roberto, y luego se puso de pie dispuesto a bajar al patio. Tomó los guantes de box que tenía guardados en el cajón del escritorio y bajó con el objetivo de descargar todas sus emociones en ese saco colgante.
Salió al patio mientras se acomodaba los guantes, y apenas tuvo frente a su cuerpo el saco, le dio un fuerte golpe de puño. Comenzó de forma normal dándole golpes casi de rutina, y luego poco a poco fue aumentando la fuerza de sus golpes, hasta provocar que el saco se soltara de una de sus amarras.
Cuando el saco se tambaleaba colgando de un gancho menos, Felipe se percató que sus guantes estaban rotos de igual forma por la fuerza de sus golpes. Se los quitó y pudo ver que en los nudillos tenía heridas provocadas por los golpes.
Detestaba tener heridas en las manos, y la misma situación de haberse provocado el daño a sí mismo le generó aún más frustración y rabia consigo mismo.
Comenzó a lanzarle patadas al saco de box que seguía meciéndose sostenido por las amarras que le quedaban, y luego volvió a golpearlo con sus puños desnudos, provocando mayor daño en sus nudillos.
Después de unos minutos el saco de box cedió de sus amarras y cayó con un golpe sordo al suelo, y Felipe se arrodilló sobre el saco y siguió golpeándolo con menor fuerza esta vez, solo con la poca energía que le iba quedando en su cuerpo.
Cuando ya no le quedaban fuerzas en sus brazos, pegó un grito desgarrador, liberando toda la angustia que llevaba acumulando en los últimos meses, lo que provocó que empezara a llorar desconsoladamente.
Felipe intentaba frenar el llanto para mantener la compostura, pero no podía. Las emociones que se había esforzado tanto en mantener dentro suyo por tanto tiempo por fin estaban saliendo a la fuerza.
De repente Felipe sintió unas manos que lo tomaban para ponerlo de pie y luego un fuerte abrazo de contención. Era Roberto que había estado probablemente viendo todo su patético espectáculo en el patio de su casa.
—Todo va a salir bien —le dijo Roberto al oído, con la voz quebrada por la emoción, acompañándolo en su llanto.
Felipe estaba seguro de que su amigo no tenía como asegurar eso, pero prefirió creer que así sería.
A Sebastian le correspondía nuevamente dormir en ese pequeño cuarto oscuro lleno de quizás qué tipo de animales e insectos.
Al igual que la noche anterior, no pudo dormir casi nada, pero esta vez, fue producto de los pensamientos que rondaban en su cabeza.
Estuvo constantemente pensando en las palabras de Julio y sus secuaces respecto a Simón, y lo que supuestamente le había pasado.
Si bien no fueron específicos en contarle qué le había pasado a Simón, Sebastian pudo deducir que le habían hecho algo, aprovechando su ausencia y la de Javier.
Ahora era Sebastian el que se encontraba completamente solo, sin el apoyo de Javier ni de Simón, dejándolo completamente vulnerable al igual que su compañero iquiqueño.
Según las palabras de Andrés, el capitán había dicho que Simón tuvo una crisis de pánico simplemente, pero podía estar cubriendo al trío de imbéciles.
“¿Pero por qué haría algo así el capitán de un regimiento?”, Se cuestionaba Sebastian intentando buscar una lógica a sus teorías: Para no exponer que no tenía realmente bajo control a su pelotón de soldados.
Eso tenía sentido.
Se imaginó a Simón completamente desfigurado por los golpes que le propinaron Julio, Luis y Mario, según habían insinuado, y le dio una profunda pena y rabía, pensando que había tenido que pasar por eso simplemente por quedar completamente solo, tras haberse fugado con Javier.
“Ojalá que esté bien”, se repetía en la mente, con angustia, no pudiendo evitar sentir algo de culpa por la situación.
No se dio cuenta cuánto tiempo había pasado cuando escuchó la puerta abrirse de forma sonora, y la voz de Ortega desde afuera dijo con fuerza:
—¡Soldado Guerrero!, puede volver a las barracas para asearse.
Sebastian sin perder tiempo se levantó de inmediato y salió a la intemperie, donde aún estaba oscuro, se cuadró frente a Ortega y corrió rumbo a las barracas. Se lanzó sobre su cama, con la esperanza de dormir al menos unos minutos.
Estaba acostado dando la espalda al resto del dormitorio cuando sintió unas manos presionando con fuerza su boca.
—Bú —pudo identificar sin lugar a duda la voz de Julio en su oído, mientras Luis y Mario lo ataban de brazos y piernas y le ponían un bozal en la boca para que no pudiera gritar.
Sebastian intentaba con todas sus fuerzas soltarse y emitir algún sonido, pero nada salía de su garganta, estaba completamente silenciado.
El trío de abusadores comenzó a darle golpes de puño en el cuerpo y la cara.
—¿Qué se siente recibir el especial Simón? —preguntó con sarcasmo Luis, mientras sacaba una navaja suiza de su bolsillo y se la entregaba a Julio.
—¿Quieres saber por qué la Simona no dijo nada de lo que hicimos? —le preguntó Julio, acercándose a Sebastian.
Sin esperar respuesta, Julio se montó encima de Sebastian, blandió la navaja y la acercó a su rostro.
Posó la punta de la hoja con una leve fuerza, suficiente para cortar la piel, y la deslizó por la frente de Sebastian.
Las lágrimas cayeron por las sienes de Sebastian, y el corazón le latía a mil por horas, sin creer que nadie a su alrededor hubiese despertado con lo que estaba pasando.
Julio tras hacer el corte en la frente, tomó con fuerza la navaja y la enterró en el bozal, y sin dudar un segundo, la arrastró con fuerza hacia donde estaba la comisura del labio de Sebastian, provocando un corte completo hasta casi llegar a la oreja.
Sebastian se retorció de dolor y comenzó a gritar con todo lo que le permitía su cuerpo, hasta que cayó de bruces al costado de la cama.
Tenía los brazos y las piernas liberadas. Se llevó las manos a la cara y no había rastros de ningún corte ni de ningún bozal. Todo había sido un mal sueño.
—¿Estás bien? —la voz adormecida de Andres desde un par de camas a la derecha lo sorprendió.
—Si, todo bien —susurró Sebastian, intentando contener el llanto.
Se percató que el corazón le latía con fuerza y estaba completamente sudado. Se quedó de pie unos segundos al lado de la cama, mirando al resto de la habitación. Todos dormían plácidamente, incluso el trío que lo atormentó en sueños.
Se volvió a recostar en la cama, sin poder volver a dormir hasta que sonaron las trompetas indicando la hora de levantarse.
Rubén despertó el viernes cerca de las nueve de la noche.
El cansancio acumulado, y los medicamentos para el dolor habían actuado de forma sinérgica ayudando a que pudiera dormir con facilidad.
Se levantó con dificultad con el único propósito de ir al baño, ya que en realidad seguía cansado y no tenía hambre ni ganas de hablar con nadie.
Al volver del baño se cruzó con su papá y su hermano que estaban en el living viendo un partido de fútbol en el cable.
—¿Cómo dormiste, hijo? —le preguntó Jorge.
—Bien —respondió Rubén, sin querer entrar en detalles.
—¿Te preparo algo para comer? —ofreció Darío, con demasiado entusiasmo como para estar ofreciendo una comida.
—Bueno —aceptó Rubén, fingiendo una sonrisa amable. A pesar de que no tenía hambre, no quería rechazar un ofrecimiento de su hermano.
Si bien, no lo soportaba la mayoría del tiempo, tenía que admitir que, en el último tiempo tras aceptar su homosexualidad, la actitud de Darío había cambiado en un ciento porciento. Se mostraba más atento que nunca, y al haber viajado desde Santiago solo porque tuvo un accidente, sentía que le debía retribuir sus buenas intenciones.
Dario le preparó un par de huevos revueltos con pan tostado, y se lo sirvió a Rubén en la mesa del comedor.
—¿Quieres compañía? —le preguntó su padre, entendiendo que Rubén ya había manifestado temprano ese día su intención de estar solo.
Rubén se encogió de hombros. No iba a responder que sí, ya que obviamente quería estar solo, y tampoco podía responderle que no, a su padre que había estado obviamente preocupado por él después del accidente.
De todas maneras, Jorge entendió el significado de su respuesta, y volvió al sillón a ver fútbol con Darío.
Rubén se comió las tostadas con huevo revuelto de Darío en menos de diez minutos. A pesar de creer que no tenía hambre, al parecer su cuerpo estaba pidiendo que lo alimentara.
Después de comer se acercó aparatosamente al living para darle un abrazo a su padre y su hermano a modo de buenas noches, y se fue a su habitación a seguir durmiendo.
Esa noche soñó nuevamente con la voz que le decía “vengo por Sebastian”, lo que le dejó una sensación amarga de que su amigo estaba en peligro.
Si bien, estaba sumamente molesto por la forma en que se habían dado las cosas cuando se fue al Servicio Militar, aún se preocupaba por él. De igual forma, se tranquilizó pensando que esa voz era solo un sueño sin ningún significado profético.
Al día siguiente estuvo toda la tarde viendo televisión en el living de su casa. No tenía ganas de ponerse a chatear por MSN ni hablar por celular con nadie, simplemente quería estar solo.
Su padre, que se había ido a trabajar antes de que él despertara, volvió durante la tarde con una grúa que llevaba el Aska que le había regalado para su cumpleaños.
Rubén sintió que se le aceleró el corazón al ver el vehículo al cual su padre le había dedicado tanto tiempo y trabajo, visiblemente dañado por su irresponsabilidad al manejar.
Intentó ocultar la culpa y la pena que le provocaba ver el resultado de su inmadurez, ante su padre que por su parte igual intentaba mantener una actitud positiva frente a la evidencia del accidente.
—¿Lo vas a restaurar? —le preguntó Rubén a su padre.
—Voy a ver si se puede hacer algo con esto —respondió su padre.
—¿No será demasiado esfuerzo para algo que quizás no vaya a funcionar? —Rubén quiso sugerir que no se esforzara en recuperar el vehículo.
—Hijo, entiendo que te pueda resultar algo chocante, o traumante ver el auto así, y seguir viéndolo, pero creo que un vehículo siempre nos va a ser necesario acá en la casa, y no tenemos plata para comprar uno nuevo. Al menos mi jefe del taller me permitió usar todas las herramientas de allá para intentar repararlo —le explicó Jorge, dándole unas palmaditas en el hombro a Rubén, y le sonrió, mientras sus ojos expresaban otras emociones.
A pesar de que Rubén no quería ver más el Aska, porque le recordaba su irresponsabilidad, su fragilidad y el trauma de haber tenido el accidente, aceptó la decisión de su padre. Si era lo que él quería hacer, no se lo iba a impedir después de haber arruinado su trabajo de años.
Durante la tarde, Rubén llamó por teléfono a Catalina, para poder desahogarse.
—¿Estás bien? —le preguntó ella, tras contestar la sorpresiva llamada de su amigo.
Rubén simplemente respondió con un suspiro.
—¿Quieres que vaya a verte? —le preguntó Catalina, preocupada. Si bien le había sorprendido la decisión de Rubén de permanecer sin visitas, no se sentía cómoda manteniendo tanta distancia después del accidente.
—No sé —respondió finalmente Rubén después de unos segundos—. La verdad no sé qué quiero.
—Si no sabes qué quieres, no es necesario que pienses en eso —le dijo Catalina—, quizás sea mejor enfocarte en qué necesitas.
��Necesito salir, dar una vuelta, respirar —comenzó a decir Rubén.
—¿Y qué te detiene? —le preguntó Catalina.
—Apenas puedo caminar —respondió Rubén con sarcasmo en la voz.
—Ya, pero qué te detiene realmente —insistió ella, ignorando el tono de voz.
Rubén dio un suspiro.
—No sé —respondió en primer lugar—. Siento que, si salgo, voy a preocupar mucho a mi papá y mi hermano. Bueno, sobre todo a mi papá.
—Bueno, yo creo que es natural que se van a preocupar, pero no por eso te vas a limitar a vivir tu vida
Se generó un silencio entre ambos, que Catalina interpretó como que había algo que Rubén se estaba guardando.
—¿Hay algo más? —preguntó ella.
—Creo que tengo miedo —admitió Rubén, con la voz temblorosa.
Catalina se quedó en silencio para dejar que Rubén se explayara.
—Ayer fui a buscar al Seba a su casa, y cuando venía de vuelta me saqué la chucha —le contó—, y aparte de la vergüenza que me dio en el momento, después me puse a pensar qué hubiese pasado si justo pasaba un auto mientras estaba tirado en el suelo, o qué pasaría si salgo ahora a la calle y pasa un auto y me atropella…
—Rube, debes entender que los accidentes pasan —lo interrumpió Catalina—, lo que te pasó a ti fue algo súper fuerte, y sí, creo que es súper normal que quedes con algunos miedos asociados a eso, pero no puedes limitar tu vida en base al miedo.
—Es más fácil decirlo que hacerlo —comentó con ironía Rubén, y Catalina se rió.
—Lo sé —admitió ella—. No me puedo ni siquiera imaginar cómo te sientes realmente. Incluso yo me siento rara con lo que te pasó, y eso que no lo experimenté físicamente —hizo una pausa para respirar—. Tu mente va a estar dándole muchas vueltas al accidente por mucho tiempo yo creo. Podrías considerar ir a un psicólogo, digo, si sientes que tu mente no logra procesar todo lo que pasó.
Catalina hizo una pausa, y Rubén supo que era para que él dijera algo, pero no supo qué decir. Inmediatamente pensó que no tenía dinero para ir a terapia, y mucho menos quería molestar a su padre con más gastos después de haber arruinado el único medio de transporte independiente que tenían.
—¿Te molestaría si te pregunto qué onda con Felipe? —le preguntó Catalina, después del silencio de Rubén.
—¿Qué onda de qué? —Rubén se hizo el loco.
—Ay Rube, no te hagas —Catalina endureció el tono, como una madre retando a su hijo pequeño—. Tuviste el accidente después de conversar con tu pololo que te había ignorado por varios días antes de tu cumple.
—No fueron varios días —la corrigió Rubén.
—Ya, da lo mismo cuanto tiempo fue —aceptó Catalina—. Igual si no quieres contarme nada de esa noche lo entiendo, no te voy a presionar.
—Gracias —le respondió Rubén, y Catalina entendió de inmediato.
—No es que no te vaya a contar nunca —explicó Rubén—, es solo que no quiero contártelo por teléfono.
—Entiendo —aceptó ella—. Siquiera, ¿siguen pololeando, al menos?
Rubén dio un suspiro.
—No sé —respondió finalmente.
Ambos se quedaron en silencio por un par de segundos.
—¿Te puedo decir algo, Rube? —le preguntó Catalina, y Rubén aceptó—. Creo que el principal miedo que te limita a salir de tu casa es enfrentar tu situación con Felipe.
Rubén tuvo una sensación de vértigo al escuchar las palabras de su amiga.
—Te sientes seguro en tu casa porque no puede llegar allá y entrar a incomodarte —continuó ella.
—No me incomoda —acotó Rubén.
—Como digas, incomodidad o no, no lo tienes que enfrentar —continuó ella—. En cambio, si sales de tu casa, a dar una vuelta por ahí, ¿cuál sería tu excusa para no ir a verlo y hablar con él?
—Ninguna —aceptó Rubén finalmente. Su amiga había dado en el clavo—. ¿Podemos juntarnos el lunes? —le preguntó él.
—Por supuesto, donde tú quieras —accedió Catalina.
Rubén accedió por fin suspender su aislamiento para juntarse con su amiga.
—Deberías haber estudiado psicología en vez de enfermería —le comentó en broma a Catalina antes de colgar el teléfono.
—Está en mis planes apenas termine enfermería —respondió Catalina, aunque Rubén no supo si lo decía bromeando o en serio.
Sebastian estaba agotado.
Ya era el segundo día que pasaba sin dormir gracias al castigo, y el quinto sin poder dormir desde su escape del regimiento.
Lo que le había dicho Julio la tarde anterior le seguía dando vueltas en la mente, dándole crédito a su versión de que habían golpeado a Simón, a pesar de que “oficialmente” el joven iquiqueño había tenido una crisis de pánico.
—¿Por qué insistes tanto, Sebastian? —le preguntó Andrés mientras almorzaban—, ya te dije que le dio una crisis de pánico.
—Pero ¿estás seguro? —insistió Sebastian—, ¿lo viste?
—No po, si yo estaba durmiendo —respondió Andrés, visiblemente cansado de la insistencia.
Sebastian se dio cuenta que estaba siendo demasiado insistente, así que no siguió presionando a Andrés.
Si bien no le caía tan mal, Andrés nunca había sido de su total agrado. Tenía claro que no era una mala persona, pero su excesivo entusiasmo por el servicio militar le provocaba un profundo rechazo. A pesar de todo eso, era la única persona con quien podía conversar en ese momento, ya que todos los demás le caían peor.
—Estará bien —le dijo Andrés después de un largo minuto de silencio, para darle un poco de ánimo—. Solo debes tener fe.
Justamente lo que menos tenía en ese momento.
Sebastian continuó ese día con una profunda sensación de soledad, incluso peor que en sus primeros días en el regimiento, ya que en aquella ocasión, al menos había llegado aceptando su destino, habiéndose despedido de Rubén en sus propios términos (de los cuales ahora se arrepentía, pero para él en ese momento tenía todo el sentido del mundo); ahora, en cambio, volvió contra su voluntad, después de que su escapada haya sido completamente en vano, sin poder lograr su objetivo de ver a Rubén, y sin saber su estado de salud después del accidente.
…El accidente.
Había tratado de no pensar mucho en Rubén y su accidente, porque desde ahí adentro no podía hacer mucho para obtener información, pero la imagen ficticia de su mejor amigo atrapado entre los fierros del clásico vehículo de su vecino se le venía a la mente de tanto en tanto, provocándole una sensación de vértigo y ganas de vomitar.
La alternativa no era mucho más optimista: preocuparse de lo que realmente le había pasado a Simón. Pero al menos, ahí en el regimiento podía pretender obtener información al respecto.
Lo único que le faltaba era que Javier estuviera en problemas o algo por el estilo.
“Espero que estén todos bien”, pensó.
—¡Guerrero! —le gritó el Teniente Ortega a Sebastian, cuando se estaba formando para asumir su castigo nuevamente—. Espere aquí unos minutos.
Sebastian se quedó de pie, expuesto a la frescura de la noche, completamente solo después que los demás soldados ya se habían dirigido a sus puestos para realizar la guardia.
Ortega lo dejó unos diez minutos en soledad afuera de su nueva “habitación”, hasta que escuchó acercarse unos pasos: era el Teniente, seguido de un rostro moreno muy familiar: Era Javier, esgrimiendo una sonrisa socarrona.
El corazón se le aceleró a Sebastian de pura emoción, e intentó contener una sonrisa, pero no lo logró.
—¡Guerrero!, encontramos a su pololo —le gritó el Teniente, sonriendo con satisfacción por su propio comentario.
—Te extrañé tanto, amor —fueron las primeras palabras que le dijo Javier, provocándole una risotada a Sebastian al ver la cara de desagrado del teniente.
El comentario burlesco del teniente le había explotado en la cara.
—El par de maricones —murmuró Ortega con rabia—. Por hueones, sáquense la chaqueta y los pantalones.
—¿Qué? —preguntaron Sebastian y Javier al mismo tiempo.
—Acá no formamos maricones —respondió el teniente—, a ver si el frío los convierte en hombres.
La pareja de amigos obedeció a regañadientes, sabiendo que no tenían alternativa, mientras el teniente abría la puerta metálica del lugar que Sebastian ya había asumido como su dormitorio.
Javier apenas se sacó el pantalón, lo enrolló como una pelota y se la tiró en la cara a Ortega, desafiándolo con la mirada.
El teniente enfurecido se acercó a Javier, le dio un puñetazo en el rostro y lo empujó por la puerta hacia adentro, cayendo de bruces al frío suelo.
—¡Javier! —gritó instintivamente Sebastian, pero se quedó inmóvil.
Ortega miró a Sebastian sin decir nada, intimidándolo con su semblante desquiciado, y el puño levantado.
—¿Algo más? —le preguntó a modo de amenaza.
Sebastian le sostuvo la mirada canalizando toda la furia que sentía, pero no dijo nada.
—Muy bien —aprobó el teniente, y empujó con fuerza a Sebastian por la puerta, tropezando y cayendo sobre Javier.
Ortega cerró la puerta con tal rapidez que los muchachos no alcanzaron a verse mutuamente antes de quedar totalmente a oscuras.
—¿Estás bien? —le preguntó Sebastian.
—De maravilla —respondió Javier con sarcasmo.
Sebastian instintivamente buscó el rostro de Javier con sus manos, con la idea de sentir la gravedad del puñetazo que le había dado Ortega.
—¿Cómo estás tu? —quiso saber Javier, intentando sonar compuesto, pero Sebastian notó en su voz que estaba aguantando el dolor.
Le pasó los dedos por el rostro y sintió un líquido espeso brotando de su mejilla, y un quejido sordo proveniente de la boca de su amigo.
Sebastian se sacó la polera, que al menos estaba limpia, la envolvió y la presionó contra el rostro de Javier.
—Conchetumare —se quejó Javier.
—Sorry, pero tengo que hacerlo para detener la hemorragia —le dijo Sebastian con preocupación.
Javier soltó una risita.
—¿Qué? —quiso saber Sebastian.
—Buena po, doctor House —se burló Javier.
—Ándate a la chucha —se rió Sebastian, y presionó con más fuerza el rostro de su amigo, quien se rió entre quejidos.
—¿Pá qué te picai?
—¿Quién se picó? —Sebastian se hizo el loco.
—¡Conchetumare! —exclamó en un grito Javier, poniéndose de pie tan rápido que Sebastian no alcanzó a quitar la mano que hacía presión en su rostro.
Iba a preguntarle qué había pasado, pero luego sintió sobre su pierna desnuda “algo” caminando a toda velocidad.
Se puso de pie de inmediato al igual que su amigo y lo abrazó.
—Sentí una hueá —le dijo Javier.
—Yo igual —coincidió Sebastian, que ya sabía que ese espacio estaba plagado de bichos y ratas.
Javier se rió de improviso.
—¿Qué? —le preguntó Sebastian.
—Nada —respondió rápidamente Javier—. Fui a buscar a tu amorcito.
Sebastian había quedado marcando ocupado con la risita repentina de su amigo, pero lo dejó pasar para saber más respecto a la última frase.
—¿Qué?, ¿Cómo estaba?, ¿Está bien? —quiso saber Sebastian, impaciente.
—O sea, no lo vi a él —aclaró Javier—. Fui hasta el hospital, y lo vi, pero estaba durmiendo, así que no le pude decir nada —omitió la parte de los gritos—. Después me pescaron los pacos y llamaron a los milicos para que me fueran a buscar. Resulta que el hueon que me fue a buscar, fue el mismo hueon que te trajo hasta acá. Me dijo que te había prometido ir a buscar al Rube, así que lo convencí de que me dejara acompañarlo antes de mandarme de vuelta.
Ambos amigos seguían abrazados, y Sebastian escuchaba atentamente la aventura de Javier.
—Fuimos hasta su casa y hablamos con el hermano. Nos dijo que estaba bien, pero no quería ver a nadie —finalizó su relato—. Está bien —repitió, como para asegurarse de que sus palabras se grabaran en la mente de Sebastian—, se está recuperando.
El corazón de Sebastian se detuvo por un segundo, y comenzó a llorar de alegría al saber que Rubén estaba bien, y abrazó con más fuerza a Javier, expresando su emoción.
—¿Fue muy grave? —quiso saber Sebastian.
Javier dudó.
—No sé —respondió finalmente—. Lo importante es que ahora está bien.
El alivio que sentía en ese momento era indescriptible. Estaba tan contento de saber que Rubén estaba bien, que no se había percatado que estaba temblando, quizás de emoción, o quizás por el frío insoportable que sentía al estar casi desnudo.
—¿Vamos a tener que dormir parados como los caballos o hay alguna cama en esta hueá? —preguntó Javier, cambiando de tema.
Sebastian notó que también estaba temblando.
—Hay un catre de metal nomas, sin colchón —le informó Sebastian, soltando su abrazo y tomándolo de la mano para guiarlo en la oscuridad hasta el catre.
—Estoy cagao de frío —comentó Javier, siguiendo a Sebastian en la oscuridad.
—Yo también —coincidió Sebastian—. Oye, el Simón no está —le contó, cambiando de tema.
—¿En serio? —preguntó Javier, demostrando su sorpresa en su tono de voz—, ¿Qué le pasó?, ¿se arrancó igual?
—El Andrés dice que le dio una crisis de pánico.
—Chucha —murmuró Javier—. ¿Habrá sido porque se sintió solo después que nos fuimos? —supuso Javier, y Sebastian pensó que tenía sentido.
—Puede ser, pero el Julio me dijo que él y los otros dos hueones le habían sacado la chucha.
—¿Y tú le crees? —preguntó Javier, medio en serio y medio con sarcasmo.
—No sé, ¿por qué?
—No creo que hayan sido capaces de hacerlo. Esos hueones son re cobardes.
Sebastian a pesar de las palabras de Javier, seguía creyendo en las palabras de los bravucones.
—Oye, estoy cagao de frío —insistió Javier, recostándose en el catre.
—En la madrugada se pone más helado —le contó Sebastian, con desgano—. Nos vamos a morir de hipotermia.
—Ok, doctor House —le dijo Javier, bromeando nuevamente.
—Sigue hueveando y vas a dormir en el piso con las cucarachas —le dijo Sebastian, poniéndose nuevamente su polera y recostándose al lado de su amigo.
—Ya, no te enojes —Javier se acomodó en el catre y Sebastian notó que se acostó de lado en su dirección—. ¿Te molesta si hacemos cucharita?, por el frío, digo.
Sebastian trató se recuperar dominio de su mandíbula que temblaba por el frío, antes de responder.
—Bueno —aceptó, esperando no morir de frío.
—Nos vamos turnando durante la noche quien abraza a quien —le informó Javier—. Yo empiezo.
Sebastian se dio vuelta, dándole la espalda a su amigo, y se dejó abrigar por su calor corporal.
—La hueá —murmuró Javier, divertido, antes de que Sebastian pudiese lograr conciliar el sueño—. El viejo culiao se va a morir cuando abra la puerta mañana y nos vea durmiendo así.
A Sebastian le hizo gracia la idea de que las medidas homofóbicas del teniente le estallasen en la cara.
—Eso si es que logramos quedarnos dormidos —le dijo Sebastian, pensando en que él no había logrado dormir mucho en ese lugar.
—Te quiero mucho amiguito, pero no voy a hacer otras cosas para entrar en calor, así que mejor durmamos nomas —bromeó Javier.
Sebastian no respondió, y sorprendentemente pudo conciliar el sueño al poco rato.
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mithrilpen · 11 months ago
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Mi erección ya estaba gritando - Relato erótico gay
Un día llegas al gimnasio como otro día cualquiera y en las duchas acabas más mojado que nunca. Y no sólo de agua.
Nota: un día fui al gimnasio a entrenar y vi el mejor culo que he visto en mi vida. Este relato se lo dedico a ese chico que me dejó babeando todo el día. Cualquier parecido con la realidad (por favor que alguien me avise. Es para un amigo...), es mera coincidencia.
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Después de aparcar, saqué las llaves de la ranura del coche y me quité el cinturón de seguridad. Cuando salí por la puerta noté el ambiente fresco de la mañana aun cuando el sol se sentía cálido. Como siempre que voy al gimnasio, me puse los AirPods y después de sacar la mochila del asiento trasero, fui caminando hasta la entrada del gimnasio. 
Durante el camino, como cada vez que vengo, lo primero que pensé fue que ojalá no hubiera tanta gente entrenando. Me da una pereza terrible tener que esperar para poder usar las máquinas. Recuerdo que cuando estaba apuntado en otro gimnasio se formaban colas largas para usar máquinas. Parece que esto es algo usual en los gimnasios de Madrid y no debería sorprenderme, pero joder, es horrible. Menos mal que el último al que me apunté abrió hace poco y por ahora no se está mal: parece que hoy no habrá tantas personas. 
Después de guardar la mochila y terminar de prepararme, comencé a calentar en la cinta de correr. Fue entonces cuando miré hacia delante y ví el mejor culo que he visto en mi vida. Su dueño era un chico alto, pelo moreno, tenía un cuerpo muy bien esculpido y trabajado, más o menos de mi altura, y aparentaba unos 30 o 35 años. Llevaba puestas unas mallas con las que se le marcaba todo. Parecía que también acababa de llegar y se disponía a usar la bicicleta estática. Mientras se me caía la baba, le ví mover sus piernas bien esbeltas caminando de un lado a otro: iba, hablaba con la chica de administración y volvía. Al cabo de un rato, se subió a la bicicleta y comenzó a pedalear. 
Joder. 
No podía apartar mi mirada de su trasero redondo y respingón cada vez que caminaba. Miré hacia los lados disimulando para que nadie se diera cuenta de que me estaba muriendo por dentro, pero de vez en cuando era inevitable mirarle de nuevo.
Acabé mi calentamiento en la cinta, maldije para mis adentros al tener que alejarme de mi crush instantáneo y comencé mi tabla de ejercicios de hoy: pectorales, hombros y tríceps.
La mañana fue transcurriendo sin ninguna novedad hasta que me tocó la parte que más pereza me daba, los hombros. Miré la tabla de ejercicios y decidí comenzar por el ejercicio press militar con barra, que consiste en levantar una barra pesada por encima de la cabeza. 
Cuando fui a buscar la que me interesaba, me di cuenta de que alguien se la había llevado, así que decidí buscar quién la tenía y preguntarle si le quedaba mucho. Y es entonces cuando le vi a él usándola. Por supuesto, no pude evitar mirarle ese melocotón celestial otra vez. 
Por favor, que alguien me quite los ojos y me salve de esta tortura.
No dudé en acercarme:
– Perdona, ¿cuánto te queda con la barra? – Si no supiera disimular, mis babas estarían encharcando el suelo hace rato.
Cuando se giró y me miró, de repente me vino la sensación extraña, súper ligera, de que conectamos. Noté que su mirada recorría mis labios y, por un momento muy rápido, le vi morderse el labio inferior. Algo se había estremecido en mis adentros. 
– Me queda un rato, porque la necesito para otro ejercicio – me respondió, agitado por el ejercicio.
Por cierto, tenía los ojos de color marrón claro y facciones marcadas. Era posible que mi juicio estuviera nublado por la primera impresión que tuve de él y su impresionante trasero, pero joder, qué guapo me parecía.
– ¿Podríamos turnarnos? – Le pregunté.
De repente, lo que noté antes se esfumó porque junto al sudor que le caía por la cara, le vi expresión de fastidio.
– Venga, vale – me dijo, agitado.
Y así de fácil el culo perfecto que tenía en un altar, se cayó a lo más profundo del infierno. 
Menudo idiota, pensé.
Le di las gracias algo molesto, cogí la barra y comencé mi ejercicio. Me di cuenta de que me estaba mirando cuando le miré de reojo e inmediatamente me dijo:
– No lo estás haciendo bien, porque la barra tiene que quedar por encima de tu cabeza – dijo suspirando impaciente.
– Pues venga, hazlo tú y veo cuál es la técnica – no pude evitar decirlo con cierto mal humor.
Quizás fui muy directo, porque de repente se puso en pie, dispuesto a ayudarme.
– Mira – fue entonces cuando cogió la barra e hizo el ejercicio tal y como me había corregido, para demostrarme cómo se hacía –. Ahora tú. A ver, que te vea.
Dejó la barra en el suelo, la cogí y me dispuse a hacer el ejercicio otra vez, cansado de la repetición anterior. Debió notar mi cansancio, porque se puso detrás de mí (demasiado cerca, diría) y empezó a ayudarme a levantar los brazos en la dirección indicada. 
– Así, ¿ves? – Me susurró.
A pesar del esfuerzo y cansancio, no pude evitar sentir un chispazo por todo mi cuerpo. Era una locura: por un lado, me había fastidiado su reacción y por otro, todo me ponía a cien. No estaba entendiendo nada, pero menos mal que llevaba puesta una camiseta larga y ancha, porque mi erección ya estaba gritando.
Después de eso, seguí haciendo el ejercicio con sus correcciones y, muy a mi pesar, noté la diferencia. Pero mi orgullo iba por delante, no lo podía admitir. 
Durante su turno, no parábamos de intercambiarnos miradas. Si no hubiera tenido esa reacción de fastidio al principio, juraría que me estaba haciendo una radiografía a todo el cuerpo. Así como yo no podía apartar mis ojos de ese trasero de los dioses.
Acabé de usar la barra, se la dejé, me despedí fríamente y me fui para continuar con mi entrenamiento. 
Al contrario de lo que se pueda pensar, el malhumor que me había provocado me motivó con los siguientes ejercicios y, cuando ya había acabado toda la tabla y el estiramiento, me dirigí a las duchas. 
Cuando llegué a la puerta del baño tenía todo el cuerpo cubierto de sudor y me encontraba agitado. Al entrar, vi que sólo estaba él, sentado y sin camiseta, justo antes de las duchas. Le vi mirarme y sacó una media sonrisa. Esto me enervó porque ya no sabía qué estaba pasando, me estaba sintiendo muy confundido. Me puse en el banco opuesto al suyo y de espaldas porque si le seguía mirando, el grito de mi erección se haría visible y lo último que quería en ese momento era pasar vergüenza. Y menos por él. 
Preparé mi ropa limpia en el banco, saqué mi toalla, el champú y el jabón y comencé a desvestirme. No pude evitar sentir su mirada clavada en mi dirección. Me bajé los calzoncillos, me puse la toalla alrededor y cogí lo que necesitaba para irme a la ducha lo antes posible. 
Debido a que soy de erección fácil, uno de mis requisitos para apuntarme a un gimnasio es que las duchas sean individuales y cerradas y este las tenía. Es por eso que me sentí aliviado de haber tomado esa decisión. 
Cuando abrí el agua escuché que alguien estaba hablando del otro lado de la puerta:
– Oye, perdona, me he dejado mi jabón ahí dentro.
No cabía duda, era él. Al escucharle se me aceleró todavía más el corazón. Con los nervios, no me había fijado que se habían dejado un bote de jabón en una de las repisas de la ducha. Lo cogí y cuando estaba abriendo la puerta, de repente la empujó rápido para meterse conmigo dentro.
– ¿Qué coño haces? –le grité en susurros, aunque en el vestuario no había nadie más. 
En el fondo me está encantando.
Había entrado tal y como le vi fuera de la ducha, todavía no se había quitado las mallas cortas de hacer ejercicio.
– ¿Te crees que no me he dado cuenta de que te la he puesto dura?
Bajé la mirada para ver su paquete y yo también debí provocarle el mismo efecto: la tenía tan dura y apretada en sus mallas que era imposible no verla. Me resultó muy difícil no reírme, de lo nervioso que me encontraba.
– ¡Pero qué dices!
– Deja de disimular, guapo. No me has quitado el ojo desde que estabas calentando.
Estaba ocurriendo todo tan rápido y había tanta tensión, que el único impulso que me salió fue el de besarle. Ya habría tiempo para arrepentirnos.
Mi beso fue bien recibido, porque no opuso resistencia. Es más, me empujó hacia la pared mientras nos besábamos. Nuestras lenguas estaban enfrascadas en una lucha de la que ninguno de los dos iba a ganar. Estaba alucinando. De repente, noto su mano acariciando mi erección y no pude evitar gemir.
– Espera, que aquí nos van a pillar – le dije entre susurros y jadeos.
– Puf, estamos muy cachondos…
Se pegó todavía más a mí y noté cómo nuestras pollas se rozaban cada vez más. Sin dudarlo, llevé mis manos a su culo. Si ya era un manjar a la vista, tocárselo fue indescriptible. 
Joder, estoy tan caliente que me da igual lo que ocurra fuera. 
De repente, escuchamos que alguien entraba al vestuario y nos quedamos inmóviles. Se llevó el dedo índice a sus labios, haciendo el gesto de silencio y nos quedamos atentos a los sonidos de fuera. Le vi abrir un poco la puerta para mirar y escuché la puerta de fuera volviéndose a abrir.
– Se han ido. Vente conmigo – me dijo, susurrando.
Salimos de la ducha, cogió unas llaves que tenía en su mochila y me agarró de la mano. Cruzamos todo el vestuario y me dirigió a una puerta que ponía “Privado” en rojo. Abrió la puerta con las llaves y, cuando entramos, vi que dentro había más duchas. Supuse que son las que utilizan las personas que trabajan aquí.
– ¿Qué es esto? ¿Cómo puedes entrar aquí? – Le pregunté mientras volvía a cerrar la puerta.
– No importa – y me plantó otro beso. 
Otra vez me llevó hacia una de las duchas y cuando llegamos, decidí encender el agua para quitarnos el sudor.
Mientras nos besábamos, sus manos recorrieron mi cuerpo, así como yo hice con el suyo. Estaba tan cachondo que incluso acariciar sus músculos era placentero de por sí. Llegué con mis manos a su culo y aproveché que tenía los dedos húmedos para jugar con su agujero y empezar a dilatarle. Pero me apartó la mano con suavidad y cerró el agua de la ducha.
Decidí ir un paso más allá: empecé a recorrer su cuello con mis labios con suavidad y fui bajando poco a poco por su pecho. A pesar de que estábamos dejándonos llevar por la lujuria, me tomé mi tiempo en besar cada rincón de su cuerpo. Cuando comencé a lamer sus pezones, le escuché gemir. De vez en cuando le daba pequeños mordisquitos porque me encantaba oírle disfrutar. Después fui bajando tranquilamente por sus abdominales y su pelvis, como si quisiera imprimir en 3D todo su cuerpo, hasta que llegué a mi objetivo.
Le bajé las mallas hasta quitárselas y tenía su mástil enfrente de mi cara. Se la cogí de la base, apretando, separé mis labios y con su mano fue guiando mi cabeza hasta metérmela entera en la boca.
– Joder – suspiró, mientras me empujaba lentamente hasta llegar al fondo de mi garganta.
Empecé a subir y bajar con mis labios una y otra vez por su erección. Noté que le temblaban un poco las piernas, así que se apoyó en la pared. Fue entonces cuando sus caderas comenzaron a moverse al ritmo de mis movimientos. A lo largo de mis 30 años he comido muchas pollas, pero no recordaba ninguna que me hubiera gustado tanto como la suya.
– Eres bueno chupando pollas… Si sigues así, no aguantaré mucho…
Solté su miembro haciendo un chasquido con mis labios y subí a besarle de nuevo. 
– Necesito follarte – le dije con labios hambrientos.
– Vas a tener que ganártelo…
– ¿No te parece suficiente ya?
Se quedó mirándome por un momento, sin poder disimular, mordiendo su labio inferior como había hecho antes, cuando cruzamos nuestras primeras palabras.
– Venga, dilátame – era todo lo que necesitaba oír.
Se giró y aproveché para frotar mi polla entre sus nalgas mientras fui besando cada músculo de su cuello y espalda, como si quisiera conocerle a través de mis labios. Después, fui bajando poco a poco y cuando llegué, mis ojos no podían creer la semejante maravilla que tenían delante. Debí quedarme mirando su culo con cara de tonto bastante rato porque me dijo:
– ¿Te gusta lo que ves?
– Tío, me pones muchísimo… 
Recorrí sus nalgas con mis labios, dándole besos cortos por donde pillaba, deseando que ese momento no acabara nunca. No soporté más esa tortura, así que se las abrí y empecé a lamerle con suavidad. Escuchar sus gemidos era placer para mis oídos, así que decidí aumentar el ritmo.
Después de un rato, me levanté y volví a subir hasta su cuello. 
– Voy a empezar con un dedo, ¿vale? – Le susurré.
– Haz lo que sea, pero date prisa porque no sé si podré soportarlo mucho más…
Mientras introducía el primer dedo, fui recorriendo su cuello a besos. Empecé a jugar con mi dedo para que su esfínter se fuera dilatando poco a poco y cuando fui notando que estaba menos apretado, le metí dos. Parecía que le estaba encantando la forma en la que jugaba con su próstata, porque me dijo: 
– Ya estoy listo, pero espera.
Salió de la ducha y se dirigió hacia una repisa donde había muchas cosas. Cogió una caja, sacó un condón y luego un lubricante. Yo estaba sorprendido.
– Veo que lo tienes todo preparado… 
Me sonrió mientras abría el envoltorio y volvía de nuevo a la ducha. Me dio un beso y me puso el condón con suavidad. Cogí el lubricante, me eché un chorro en la mano y, tras lubricarle a él, me eché más para lubricar el látex de mi polla hasta que quedara bien resbaladiza.
– Venga, deprisa… – En ese momento ya no me importaba nada más, sólo necesitaba meter mi polla palpitante en ese culo que tanto deseaba.
Se giró de cara a la pared, arqueando su espalda, le cogí de la cintura y empecé a empujar muy lentamente la punta para que su culo se acomodara poco a poco a mi polla. Cuando noté que se relajaba, comencé a meterla un poco más, hasta que pude llegar al final.
– Oh, Dios… – jadeó, cuando comencé a embestirle más y más. 
Al principio fueron movimientos suaves, pero cuando le vi moverse hacia atrás buscando más, empecé a penetrarle con más fuerza y profundidad. El sonido de nuestras respiraciones era tan fuerte que se podían oír por toda la habitación. Menos mal que en el vestuario de fuera también se escuchaba la música del gimnasio porque si no, nos hubieran pillado.
Miré hacia abajo donde se unían nuestros cuerpos y vi cómo mi polla se metía en tremenda maravilla.
– Puf, no te imaginas lo que me excita ver mi polla hundiéndose en tu culo… – Le dije, y aceleré mis embestidas.
Al decirle eso su cuerpo se tensó y mientras lo follaba, comenzó a masturbarse. Parecía que estaba tan caliente que no pudo durar mucho más, y vi que su polla empezó a eyacular semen por toda la pared.
– ¡Joder! No puedo aguantar más… – dije entre jadeos.
En cuestión de segundos no tardé en eyacular y llenar el condón dentro de él mientras jadeaba con fuerza. 
Apoyé mi cabeza en su marcada espalda mientras le tenía agarrado de su cintura. Necesitábamos recuperar nuestro aliento. Mi cabeza no paraba de dar vueltas después de tanto placer.
Una vez mi polla estaba fuera de él, me saqué el condón y volvimos a abrir el agua de la ducha para limpiarnos.
– ¿Trabajas aquí? – le pregunté. De repente recordé que estábamos en una habitación de uso privado del gimnasio.
– Soy el gerente que lo dirige – responde, guiñándome un ojo.
No me esperaba esa respuesta así que no supe qué responderle. Debió darse cuenta porque siguió hablando:
– Por cierto, ¿cómo te llamas?
– Martin, ¿y tú?
– David – sonríe.
– Pues David, he tenido el mejor sexo desde hace mucho tiempo… – y le planté un beso mientras envolvía su culo entre mis manos. 
Si hubiese sido por mí, no lo hubiera soltado nunca jamás.
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je-nesais-pas · 3 months ago
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El moreno de Grindr
Sábado en la tarde. Aburrido y sin panorama. Abro la app amarilla y scrolleo. Nada. Pasan horas y nada. De pronto me habla un perfil. Me manda foto y aparece un chico moreno, apuesto, un poco de barba, delgado. Le respondo y luego de un intercambio quedamos en que vendría.
Llegó, estaba mucho mejor que en las fotografías. Le ofrecí una cerveza y nos sentamos a platicar en el sillón. De pronto me toma el cuello y me da un beso. Luego otro y otro. Besaba muy bien. Le giraba la cabeza para que me besara el cuello, lo que hacía muy bien. Me hizo sentarme sobre él, de frente, y nos seguimos besando. De pronto comienzo a bajar por su cuello, su pecho, mientras le voy abriendo la camisa. Le quito el cinturón y comienzo a abrir el paquete que me esperaba jugoso. Tenía un boxer blanco y se notaba que estaba muy bien dotado. Comencé a besarlo a través del bóxer y ya se sentía bastante grande. Se lo quito. Era grande. Unos veinte centímetros probablemente, grueso. Comienzo inmediatamente a comerlo. Le paso la lengua por todas partes, lo huelo, lamo las bolas, subo hasta la cabeza y vuelvo a bajar. Él, en éxtasis. Me empuja la cabeza hasta el fondo pero no era necesario porque yo ya me lo estaba tragando todo.
Entonces se para, me pone en cuatro en el sillón y comienza a golpear mi cola con su herramienta, mientras me decía: "te gusta" y me daba nalgazos. Yo sólo asentía. Entonces saca un condón, busco lubricante y me lo pongo inmediatamente. De un momento a otro ya lo tenía todo dentro. No cabía en mí cómo podía estar aguantando ese monstruo, mientras comenzaba a embestirme cada vez más fuerte y rápido. Me daba nalgazos y se movía delicioso. Luego nos damos vuelta, y comienzo yo a cabalgarlo. Tenía todo el control. Me siento encima y aprieto mi culito para verlo retorcerse de placer. Comienzo a saltar, primero suave y luego rápido. Él sólo gemía. Estuvimos así un buen rato.
Luego me vuelve a poner en cuatro y me dice al oído que me va a llenar de leche. Eso me hizo sentirme aún más sumiso y le levanté aún más la cola. Me tomaba de las caderas y me empujaba hacia él rápidamente. Su respiración se hizo cada vez más rápida y comenzó a agacharse encima mío, terminó con su boca comiendo mi nuca mientras me bombeaba toda la leche dentro. Al mismo tiempo acabé yo, y sentía en mi culito cada contracción de su pico dentro de mí.
Nos quedamos ahí un buen rato tomando aire. Luego le presté la ducha, terminamos las cervezas y nos despedimos de besos con la promesa de repetir.
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polemicoanonimo · 4 months ago
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O peludo do casarão
Havia um cara com quem eu trocava ideia há meses, nunca havíamos nos encontrado e só ficavamos no papo. Era interessante termos demorado tanto pra nos vermos pessoalmente, já que ele faziabpós muito perto do meu trabalho. Foi num final de ano, naquele clima de festas e com mais tempo livre nas atividades, que decidimos nos ver.
Marcamos num café, e o papo fluiu bem e com muita putaria, assim como os papos virtuais. Ele então me chamou pra ir até a casa dele que era la perto, o tesão estava alto e eu topei. Fomos caminhando, conversando enquanto nos olhávamos com muuto tesão, mas nao nos tocávamos, pois ambos prezavam pelo sigilo.
Ele morava em um casarão clássico em uma rua nobre do bairro, ele morava com outras pessoas que nao estavam lá naquele momento. Entramos em um salão enorme muito bem decorado. Nos olhamos e logo nos beijamos. Comecamos tirando a roupa la mesmo, eletirou a camisa e revelou seu peito peludo. Fiquei doido e cai de boca naquele peitoral. Fomos tirando nossas roupas até ficarmos so de cueca e deitamos no sofa nos roçando e beijando. Aquele pau duro sob a cueca roçando no meu corpo.me deixava doido. Ele estava com a barba por fazer e passava seu rosto áspero em mim enquando beijava minha boca e pescoço.
Me chemou pra subirmos ate o quarto, falou isso ebquaanto tirava a minha cueca me deixando totamente nu, eu logo tirei a dele pegando no seu pau pentelhudo, tamanho normal, mas grosso e uncut. Mais uma vez ele falou pra subirmos, aceitei e o segui até o segundo andar. Subimos por uma escada de madeira bonita, antiga e conservada. Fomos até seu quarto, todo de madeira, passando pelos corredores clássicos e com carpete.
No quarto ele me deitou na cama e caiu de boca no meu pau, chupabdo maravilhosamente bem e elogiando a grossura. Engolia todo, beijava meu pau e depois passava pelo seu corpo peludo. Então ele subiu em cima de mim e colocou seu pau na minha boca. Gr9sso, pentelhudo, era uma sensaçãongostosa chupar e sentir aqueles pentelhos roçando no meu rosto. Ebtão se deitou ao contrário no meu lado e começamos a fazer um 69, ficamos assim um bom tempo, ele me chupava e pefava na minha bunda e eu na dele.
O tesao estava muito alto e ele pediu pra me comer. Pegou a camisinha, colocou e eu deitado de frente pra ele, elevpu as minhas pernas na posicão frango assado. Começou a meter devagar, doía e ele controlava. Tentamos um bom tempo até entrar tudo e usamos muito gel. Quando entrou... ele foi socando devagar, segurava.minhas pernas no alto e então começou a estocar forte, o prazer que eu sentia era enorme. Ele parou e me colocou de 4, metendo mais e mais forte dando uns tapas na minha bunda. Antes que gozasse elemparoube me colocou novamente na posiçã inicial de frango assado. Meteu e meteu... enquanto eu via aquele homem peludo e suado arqueaando seu corpo, deixando o peitoral peludo mais proeminente e gemendo de prazer. Ele gozou e gemeu alto, seu corponcaiu sore o meu e ficamos assim, abraçados.
Quando ele tirou o pau de dentro de mim o meu cu ainda latejava de tesão. Deitou-se ao meu lado e rimos um pouco donsexo qie acabamos de fazer. Ele me chamoubpara tomarmos um bamho e eu aceitei. Fomos até um quarto menor onde tinham alguns armários e outra cama, ele pegou 2 toalhas no armário e me deu uma. Seguimos para o banheiro, o box era enorme e havia 2 chuveiros. Entramos, colocamos a água quente e ao espalhar o sabonete ele veio me dando um beijo e pegando no meu pau. Ajoelhou e me chupou ate que eu avjsei que ia gozar. Ele tirou meu pau da boca de pediu ora gozar na cara dele. Assim o fiz, gozei na cara e no peitoral peludo dele. Ele se levantou, terminamos de tomar banho juntos, ainda nos beijando e nos tocando.
Quando terminamos saímos do box e nos secamos, fomoes pelados pela casa, ele pegouba toalha e guardou no cesto de lavar. Descemos até onsalãonprincipal e nos vestimos. Quandonolheino relógio percebi que haviam se passado algumas horas. Nos vestimos e saímos juntos, fomos caminhando até o café onde nos encontramos. Lá nos despedimos e seguimos nossos caminhos. Logo depois disso eu mudei de emprego e de cidade, uma pena. Nunca mais nos encontramos, mas foi uma boa foda.
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m-i-t-o-r-m-e-n-t-o · 5 months ago
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No sé si alguien lo vea son las 2 de la madrugada…
No diré nombres ni el mío los nombres son otros
Me llamo Cesar y vivo con una pareja ambos hombres armando y Osbaldo .
Esa pareja me esta apoyando ya que me quede sin trabajo y me detectaron VIH positivo contaré desde que los conocí
Todo empezó en un antro donde yo estaba trabajando y ellos llegaron tenía que hostear con la gente así que les fui a hacer salud, su platica estaba padre y me quede con ellos la mayor parte, cuando termino me invitaron a otro antro que es como el after para esto ya estábamos algo pedos y nos fuimos al after.
De dio la mañana y me despedí y me fui a mi departamento todo normal.
Otro día fui a otro antro y me los vuelvo a encontrar y fue como nos pasamos números tomamos y así después empezamos a escribirnos y pues quedamos en salir a un antro a divertirnos, se dio el día y paso la noche me los lleve al departamento mío por qué ya era muy noche y pues paso lo que tenía que pasar hubo un trío con los esposos
El chiste que me metieron a vivir con ellos, y por no pagar más renta acepté….
Que creen que paso que me enamore de uno y ah estado pasando de todo con él cuando el otro no está, sexo besos de todo como si yo fuera su esposo pero pues soy el amante…
Todo estaba bien hasta que hoy se enteró, no tiramos la envoltura del condon que usamos y pues les seguiría contando pero no nos ah reclamado como tal solo está enfadado les estaré contando más de lo que pase 😁😁
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reportsgaysbr · 9 months ago
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RELATO 01
Meu primo e eu treinamos fut no campo perto de casa. Na época Depois do fut a gente veio aqui em casa se banhar pq tava muito calor e a gente ficou muito suado . No caminho pra casa ele começou a comentar que a rola dele tava crescendo e que tava ficando peluda, ele perguntou se a minha cresceu na idade dele, falei que sim e ele pediu pra ver, mostrei só os pelo pra ele ficar curioso.... chegando em casa fui tomar banho primeiro e como sempre deixei a porta aberta, ele entrou e subiu no vaso para espiar, e eu vi ele ae ele abriu  a porta do box e perguntou se poderia banhar junto comigo, ele entrou de cueca e tava claramente dura, mandei ele tomar sem cueca pq eu tava sem e seria injusto, quando ele tirou dava pra ver q ele tava com muito tesao, a rola dele era bem veiuda mas não muito grande, tinha uns 13 cm e a cabeça tinha um pouco de prepúcio. Ele começou a falar q minha rola era muito grande "tenho 17cm". E do nada botou a mão pra conferir, perguntei se ele queria chupar, ele nem pensou e caiu de boca e ficou batendo uma pra ele, a boquinha dele era tão gostosa, depois ele se levantou e mandou eu ir pro quarto. Achei q ele tinha ficado sem graça e nao tava mais afim. 5 minutos depois ele chegou de toalha, sentou na cama e começou a passar a mão no meu pau, ele tirou a toalha e começou a me mamar, e falou q queria sentar mas nunca tinha feito, falei q ia com calma e ele ficou de 4, no começo fui com calma mas dps meti com força e ele gemia gostoso, depois ele ficou sentando e eu deitado, até ele gozar na minha barriga e ele tomar meu leite.
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putosbreves · 6 months ago
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Soy cuatro habitaciones simultáneas. Residimos en el cuerpo del unificado en la multiplicidad de todos sus “yo” que creyó tener. Sos vos. Esto ya lo sabés pero sólo ahora sabés que no es posible creer semejante dispersión. Yo soy la comunión entre tu afuera y tu adentro, soy la ajena distancia, también, entre tu intimidad y tu externa propiedad. Yo, que soy cuatro, ahora, habito obedeciendo.
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allmenislands · 2 years ago
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Los Relatos Gays de Ruffo Rosso: Heteros Curiosos de Barrio buscan... 
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diegomelu · 9 months ago
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Segunda, 04 de Março de 2024 às 20:12
Oieee! E quem depois de muito tempo apareceu? Eu mesmo, Diego Melo rs.
Gente que loucura, o Tumblr literalmente virou meu diário online onde conto um pouco de momentos que aconteceram na minha vida, inclusive estava lendo um pouco e notei o quanto evolui como ser humano, infelizmente ainda não consigo contar que “venci na vida” esse ainda segue sendo meu objetivo. Desde que comecei a escrever por aqui já fazem mais de 10 anos.
Só para atualizar vocês, desde a última mensagem informei que tinha entrado em uma empresa que era de “Vendas e Marketing” e mais uma vez sai, mas sai não com ingratidão apesar de todos defeitos que a empresa tinha, mas sai grato por tanto aprendizado onde me fez crescer ainda mais em conhecimento profissional na área do Marketing Digital que é a área que eu sempre amei. Resumindo o motivo da minha saída a empresa acabou voltando 100% pro presencial e foi onde tudo começou a desandar, profissionais que deveriam ser profissionais não agiam como tal e foi ladeira abaixo, ninguém mais queria continuar na empresa e começaram a pedir as contas.
Enfim, depois que sai da empresa em Agosto de 2023 fui viajar pra aproveitar as férias que não havia tirado, e fui pra onde? Nada de novo haha… Fui pra Pernambuco em Setembro onde pude comemorar meu aniversário com meus pais e amigos e posso falar uma coisa? Foi o melhor aniversário da minha vida, eu fui muito feliz.
Final de Setembro pra início de Outubro voltei novamente pra São Paulo e começou a saga da busca de emprego, e papo sério… Que difícil está voltar ao mercado de trabalho, empresas exigindo muito e salário baixo, tá mega ruim e o problema é que as contas estão chegando então não tem como eu ficar parado, em meio ao desespero em Janeiro de 2024 inicie um trabalho como PJ em uma agência de marketing chamada Bowie, chegou realmente no momento certo e sou muito grato, tenho uma liberdade de fazer o meu trabalho onde não tive em nenhuma empresa tá sendo incrível a experiência e o melhor é 100% home office então consigo fazer tudo da minha casa, o ruim do trabalho PJ é a instabilidade pois como não existe nenhum vínculo automaticamente você nao está preso a empresa, mas tá sendo incrível pra aprender mais e seguir buscando algo com mais tranquilidade na minha área como CLT.
Outra coisa que não mencionei é que nós mudamos (eu e minha irmã) agora moramos em um apartamento, na mesma região, mas muito melhor o ape, ele é a nossa cara e foi tão incrível quando encontramos, por que deu tudo certo e foi muito rápido o processo, esse mês vai fazer 1 ano que nós mudamos, nossos 2 gatinhos tão amando também, agora eles tem janela pra ver o mundo rs.
Mas vale ressaltar que minha sanidade anda um pouco abalada em morar com minha irmã, ela é uma pessoa extremamente “folgada” não tem empatia e muita das coisas que ela faz vem me irritando muito como ex: Escutar a TV com volume altíssimo e se não bastasse isso fica dando gargalhadas altíssimas também, como ela não consegue ter a noção de que isso pode incomodar? Outro ponto é que ela tem mania de juntar louça na pia e ficar esperando eu lavar. E o lixo que ela quase nunca sabe o dia dela e fica me perguntando, sendo que cada um tem o seu dia então se eu tenho a responsabilidade de lembrar meus dias por que ela também não consegue fazer o mesmo?… É sobre isso que vem me abalando muito e sinto que não tenho mais condição mental pra aguentar.
Minha condição financeira segue uma “grande merda” e preciso dar um ponto final nisso pois estou cansado, afinal estou chegando aos 30 e já tô mega abalado por isso, sei que já conquistei muita coisa, mas parece que pela sociedade impor que precisamos ter uma casa, um carro etc.. parece que não tenho nada.
Esse foi mais um desabafo, acho que agora um pouco mais maduro e evoluído comparado aos meus registros anteriores hahaha ❤️🫰🏻
Até a próxima (como se tivesse alguém aqui rs) espero voltar aqui, não sei quando hahah mas quero voltar digitando/falando que demorou mas EU CONSEGUI VENCER 🙏🏼
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relatosvarios · 2 months ago
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El estilista y el Uber.
Está historia inicia como todas, se conoce un muchacho desde las aplicaciones de cita, su conversación para conocer los gustos, luego se dan el número para seguir avanzando por WhatsApp.
Luego de unos pocos días enviándose audios, saludándose y contando su día a día, el estilista me invita a pasar la noche a su casa.
Recuerdo ese día ya que en la noche comenzaba la segunda temporada de Gran Hermano. Llegué a su casa, nos servimos algo rico para beber, pedimos unas pizzas, todo muy entretenido pero mi amigo ya se le estaban pasando los tragos y estaba ya con ganas de avanzar a la etapa entretenida.
En la cama comenzamos a calentarnos con besos y caricias, nos desnudamos, nos corrimos manos por todas partes, estábamos en plenos sexo oral con la posición del 69 y ocurrió lo menos pensado. El muchacho succionó mi testículo izquierdo de manera tan brusca que me produjo un fuerte dolor y me cortó toda la excitación. A todo esto ya eran las 1:30 de la madrugada.
Pensarán que después de esto de mi parte no pude seguir y me dió un impulso de volver lo mas pronto a casa, me vestí y me dirijo a la puerta, claramente a el no le gustó mi forma de actuar, una vez a fuera de su departamento dío un gran portazo jajaja. Bajando el ascensor me envía un audio descargando todo su malestar (es entendible).
Llego a recepción para solicitar un Uber y volver a casa, después de unos minutos vienen a buscarme. Yo con todo el malestar de la situación y con mi testículo izquierdo aún resentido por la succionada jajaja me subo para ir a casa.
En eso el conductor del Uber me comienza a hablar de su vida, yo le hablo de la mía y en algún punto me comenta si venía de una fiesta, le cuento mi situación (omitiendo el problema de mi ida temprana). En eso el me mencionada que siempre a tenido una fantasía o curiosidad de estar con un hombre y ver como es el sexo. A todo esto el es hetero con esposa e hijo.
Que me contaron a mi, se me prendió el morbo y le di la opción de juntarnos en ese mismo instante en alguna parte, de su parte no accedió dando una mala excusa, pero que en algún momento se iba animar. Tampoco quiso que dejáramos algún contacto para concretar la cita. Pero como dicen se cierra una puerta y se abre una ventana, ya que al momento de que me sucedió esta historia el futuro me tenía algo preparado (para otra historia).
Yo quedé igual con bajón, llego a mi casa y me la corro para poder terminar la noche aunque sea dándose amor propio jajaja.
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eldiariodelarry · 2 years ago
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Clases de Seducción II, parte 16: Culpa
Temporada 1
Temporada 2: Parte 1, Parte 2, Parte 3, Parte 4, Parte 5, Parte 6, Parte 7, Parte 8, Parte 9, Parte 10, Parte 11, Parte 12, Parte 13, Parte 14, Parte 15
Sebastian y Matias tomaron un móvil del ejército que los estaba esperando en el aeropuerto de Arica para transportarlos hasta el regimiento.
Olivares ya no insistía en sacarle tema de conversación a Sebastian, y él lo agradecía. Sabía que después de todo lo que habían conversado, habían llegado a tal confianza entre ambos que los silencios ya no eran incómodos.
Al llegar al regimiento, Matias se presentó como el escolta de Sebastian, y los hicieron pasar a ambos a la oficina del Capitán Guerrero.
—¿Lo hizo pasar muchas rabias, Cabo? —le preguntó el Capitán a Olivares.
—No, Capitán —respondió con sinceridad Matías—. Él sabe que cometió un error, y está arrepentido.
Sebastian levantó la ceja levemente, sorprendido por las palabras de Matias, porque claramente estaba mintiendo: de lo único que estaba arrepentido era de haberle creído a su padre.
El Capitán resopló sonoramente, en señal de incredulidad ante las palabras de Matias, y miró directamente a los ojos a Sebastian, quien ya había recuperado su semblante inexpresivo.
—¿Es cierto eso, soldado? —le preguntó directamente.
Sebastian se demoró una milésima de segundo más de lo necesario para sonar convincente.
—Si, capitán —respondió finalmente.
—Parece que el pequeño paseo no le sirvió para sacar la voz de hombre y hablar fuerte, Guerrero —comentó con sarcasmo el capitán.
—Está cansado —lo defendió Matias—, no ha dormido nada desde hace dos días, me comentó.
—Bueno, se habría evitado ese problema si no se hubiese arrancado —argumentó con lógica el Capitán—. Como sea, muchas gracias por su servicio, Cabo Olivares —agregó, a modo de cierre de la conversación para despedir a Matias, y luego se dirigió a Sebastian—. Y usted, Guerrero, vaya a las barracas a darse una ducha y a vestirse. Lo espero en la armería en cinco.
Sebastian obedeció al capitán, y salió de su oficina apurando el paso. Al cabo de unos segundos se percató que el capitán no venía detrás de él y caminó con normalidad hacia las barracas.
—Oye —Sebastian escuchó la voz de Matias acercarse a él por la espalda—. Recuerda guardar bien lo que te pasé —le dijo, dándole unas palmaditas fraternales en el hombro, mientras disimulaba la falta de aliento.
—Gracias —Sebastian no atinó a decir nada más. Estaba abrumado por la amabilidad y empatía de Matías.
Olivares le sonrió, como indicándole que era lo mínimo que podía hacer, y luego dio la media vuelta y se fue.
Sebastian dio un suspiro de alivio, al saber que no estaba totalmente solo en el mundo. Aun había gente buena que valía la pena conocer y potencialmente a futuro poder llamar amigos.
Siguió caminando hasta llegar a las barracas, donde se dirigió rápidamente al baño para lavarse la cara y mojarse el pelo, y luego se fue al dormitorio, abrió su casillero y sacó su ropa de militar, aprovechando en el momento de guardar disimuladamente el celular que le había pasado Matías, envolviéndolo con un par de calcetines limpios. Se vistió rápidamente y al salir del dormitorio para dirigirse a la armería se cruzó con Andrés, quien lo saludó con alegría.
—¿Dónde estabas? —le preguntó, dándole un abrazo.
—Fui a comprar cigarros —respondió con sarcasmo.
Andrés se rió.
—Qué bueno tenerte de vuelta —le dijo el muchacho—. ¿Llegaste con Javier? —Sebastian negó con la cabeza—. Uy, su castigo va a ser más pesado entonces.
Como si a Sebastian le hubiese hecho falta ese comentario. El recordar que su amigo probablemente no volvería, y que tenía todo un castigo por delante, por su ausencia de dos días del regimiento le hizo revolver el estómago.
—Oye, hay algo que tienes que saber —le dijo Andrés, pero Sebastian no tenía ganas de seguir con la conversación.
—Sorry, Andrés, ¿podemos hablar después?, el capitán me está esperando —le dijo Sebastian, y sin darle tiempo para responder, se alejó del lugar.
Al llegar a la armería, estaba el capitán Guerrero junto a Ortega esperándolo.
—Guerrero, llega justo a tiempo —le dijo el capitán, con sorpresa, provocándole una leve sonrisa de satisfacción a Sebastian—. Sígame.
El Capitán comenzó a caminar por el amplio terreno del regimiento, sorprendiendo a Sebastian, que pensó que lo encerrarían en la armería a contar casquillos nuevamente, como la vez anterior.
Caminaron hasta una de las torres de vigilancia, que en la base tenía una puerta de metal cerrada con un candado. El Capitán le indicó a Ortega que abriera el candado y Sebastian esperó ansioso a ver qué había dentro.
Al abrir la puerta, desde donde estaba de pie, Sebastian solo vio profunda oscuridad, hasta que Guerrero iluminó una parte del interior con su linterna.
—Bienvenido a su dormitorio —le dijo el hombre, mientras alumbraba específicamente un viejo catre metálico sin colchón ni sábanas, con solo una gruesa malla de resorte del mismo material para soportar su cuerpo.
Aparte del catre, Sebastian solo pudo divisar que tanto el suelo como la pared eran de un color gris cemento, sin pintar.
Sebastian no dijo nada, e intentó mantener una expresión seria en el rostro.
—Aquí tendrá mucho tiempo para pensar en lo que hizo —comentó Ortega, y Sebastian lo odió por eso.
Lo que menos quería era pensar en todo lo que había pasado en las últimas 48 horas, el haberse escapado, con el único propósito de ver a Rubén, el enterarse que había tenido un accidente, y ser obligado a volver sin poder saber su estado. De todas maneras, aunque no lo quisiera, sabía que iba a pensar en todo eso durante la noche.
Guerrero le hizo una seña con la mano para que Sebastian ingresara a la habitación, y él obedeció. Cruzó el umbral de la puerta intentando acostumbrar la vista para descifrar qué más había dentro, pero la oscuridad se apoderó de todo el lugar rápidamente cuando Ortega cerró la puerta, y Sebastian solo pudo escuchar el candado cerrarse al otro lado.
Caminó lentamente en dirección hacia donde estaba la cama y se quiso sentar, sobresaltándose levemente al sentir el frío metal del catre. Dio un suspiro, y decidió tratar de descifrar qué más había en esa habitación. Volvió hacia la puerta y desde ahí comentó a caminar con ambas manos apegadas a la pared a modo de guía.
El corazón le dio un vuelco cuando sintió un chirrido al llegar a una de las esquinas del lugar. “Ratas”, pensó Sebastian, con un escalofrío recorriéndole la columna, justo en el momento que sintió que algo pasó por encima de su mano derecha, caminando por la pared hacia el suelo.
Sebastian dio un salto y se alejó lo más rápido que pudo de la pared, sacudiendo las manos y tratando de ubicar el catre, donde se recostó en posición fetal y con el corazón latiéndole a mil por hora, y con lágrimas cayéndole por los ojos, las que no tardaron en desencadenar un llanto real.
Rubén despertó con un profundo dolor en la mayor parte de su cuerpo. Apenas podía mover la cabeza gracias al cuello ortopédico, el que no evitaba que le doliera, y simplemente agregaba una gran incomodidad a su estado.
Pasó una pésima noche, entre dolores y sueños raros, no pudo conciliar el sueño como habría deseado para descansar de todo lo malo que había pasado en las últimas horas.
Se levantó a duras penas y salió de su habitación hacia el comedor, donde su padre estaba tomando desayuno con Darío, quien había llegado esa misma mañana desde Santiago.
Su hermano tenía los ojos llorosos y sonrió aliviado al verlo despierto. Darío se levantó con ímpetu y le dio un largo abrazo.
—¿Estás bien, enano? —le preguntó Darío, mirando cada moretón en las zonas visibles del cuerpo de Rubén, quien asintió, y usó toda su energía para esbozar una sonrisa—. No sabes lo asustado que estuve —le dio un abrazo con suavidad.
Rubén quiso decir alguna palabra para bajarle el perfil a todo el asunto, pero sabía que no tenía cómo, y que sería un estúpido por intentar hacerlo. Simplemente trató de responder con optimismo.
—Tranquilo, que al menos a mi no me pasó nada —dijo finalmente, algo avergonzado al saber que el regalo que le había hecho su padre había quedado prácticamente inutilizable.
Rubén se fue a servir un poco de cereal con leche fría, y se percató de la expresión de Darío, que tenía una actitud de querer ayudarlo, pero tampoco quería agobiarlo con su ayuda. Al menos eso intuía Rubén, y en el fondo lo agradecía. No quería que lo vieran como alguien frágil en ese momento. Seguía siendo funcional.
Mientras comía en silencio, pensó en el sueño que había tenido la noche anterior: “Vengo por Sebastian”, la frase en boca de una voz masculina que se repitió en sus sueños durante toda la noche.
Estaba seguro que el sueño estaba condicionado por la noticia que le había entregado su padre. Le había dicho la noche anterior antes de dormir que Sebastian lo había ido a saludar para su cumpleaños, pero ya había vuelto al regimiento, según lo que había dicho el padre de su amigo.
A pesar de todo, la frase de su sueño le generaba una sensación preocupante, como si ese “vengo por” fuese una especia de búsqueda para matar.
—Voy a ir a la casa del Seba —comentó Rubén, a ninguno en particular, tras llevarse a la boca la última cucharada de cereal.
Su padre levantó la vista, pero no dijo nada para impedirlo, aunque Rubén sintió que quería hacerlo. A pesar de lo que Jorge le había dicho, Rubén esperaba que el padre de Sebastian le hubiese mentido, y que en realidad Sebastian estaba en ese momento en su dormitorio, aun indeciso si ir a verlo finalmente o no.
—¿Quieres que te acompañe? —le ofreció Jorge.
Rubén negó con la cabeza, aunque luego dudó de su respuesta, al pensar que no sabía cómo podría moverse por un trayecto tan largo con muletas. Apenas sabía cómo usarlas.
Finalmente se mantuvo firme con su respuesta. Se las ingeniaría.
Prefería ir solo, y no interactuar con Sebastian frente su padre o su hermano.
Quería mucho ver a Sebastian. Deseaba verlo con todas sus fuerzas, pero casi todas esas ganas de verlo eran para enfrentarlo, para gritarle por haberse marchado en la forma que lo hizo, por haber terminado con su amistad de toda la vida por razones estúpidas y sin sentido, y por haberlo dejado sufriendo su partida, quitándole todos los buenos pensamientos que pudo haber atesorado de no haberse marchado de esa forma.
Rubén salió de la casa en dirección al domicilio de su mejor amigo, mientras Darío lo observaba desde la reja.
Al llegar a la casa de Sebastian, después de andar a duras penas con ambas muletas, abrió la reja aparatosamente y se acercó a golpear la puerta de entrada, como hacía siempre.
—Rubén, qué sorpresa —lo saludó el padre de Sebastian, con un muy falso tono cordial.
—¿Está Sebastian? —preguntó Rubén, esbozando una sonrisa a modo de saludo.
—Sebastian está en el regimiento, en Arica —le contó el padre.
—Mi papá me dijo que estuvo aquí el otro día —desafió Rubén. No iba a aceptar que le mintiera.
—Si, estuvo aquí antenoche —admitió el hombre—, pero como se había arrancado del regimiento, lo vinieron a buscar y se lo llevaron. Ayer vino tu papá y le conté lo mismo.
Rubén sintió una impotencia enorme. Después de haber estado tan cerca de verlo y de decirle todo el rencor que había guardado por meses, Sebastian se había marchado nuevamente.
—¿Y como supieron que estaba acá? —interrogó Rubén, algo molesto.
El padre de Sebastian soltó una risita burlona y despectiva.
—Es protocolo del regimiento ir a buscar a los que se fugan a sus domicilios particulares —argumentó.
Rubén se mordió el labio por la rabia. Tenía sentido lo que había dicho el padre de Sebastian. Y realmente no tenía pinta de que estuviera mintiendo. No le daba la impresión de ser una especie de psicópata que tendría a su hijo encerrado en algún dormitorio de la casa, atado de pies y manos y con una mordaza en la boca.
—¿Y no dejó nada para mí?, ¿ningún recado? —preguntó Rubén, aferrándose a la última esperanza que le quedaba para tener algún tipo de contacto con Sebastian.
—Nada —el hombre se encogió de hombros y negó con la cabeza.
Rubén miró fijamente a los ojos al padre de Sebastian, intentando buscar alguna señal de que estaba mintiendo, pero finalmente tras largos segundos de silencio, aceptó la realidad.
—Gracias —dijo finalmente Rubén, asumiendo que su mejor amigo ya no estaba en la ciudad, y ya era imposible hablar con ��l.
Dio media vuelta y salió a la calle nuevamente rumbo a su casa, con una velocidad bastante imprudente para haber recién empezado a andar con muletas, lo que le provocó un tropiezo mientras iba cruzando la calle, cayendo de bruces al asfalto.
—Cresta —murmuró con rabia, tomando una de sus muletas y lanzándola con fuerza lo más lejos posible.
Le dolía todo el cuerpo y estaba ahí tirado en mitad de la calle, humillado, solo.
Se quedó tirado por largos segundos, mirando el cielo despejado, intentando vencer las ganas de llorar por la rabia. Cuando pudo dominar sus emociones se puso de pie, tomó la muleta que tenía a su lado, y con dificultad se fue a buscar la que había lanzado lejos, que se había torcido por el golpe.
Al voltear la esquina de su casa, vio a Darío que lo seguía esperando, y no le dijo nada, solo sonrió aliviado al verlo regresar en buen estado.
Felipe salió de clases al mediodía y se fue rápidamente a la clínica donde sabía que estaba internado su padre.
Tenía un profundo sentimiento de culpa después de todo lo que había pasado, el accidente de Rubén, las discusiones que habían tenido, y por último la llamada que había hecho para que fueran a detener al amigo de Sebastian, evitando por todos los medios que Rubén tuviera algún tipo de contacto con su mejor amigo.
Intentó convencerse por mucho rato que lo había hecho por el bien de su pololo. Esa persona era un total desconocido, y su presencia en el hospital donde estaba internado Rubén podría significar un riesgo para él.
Sin embargo, muy en el fondo, tenía claro que lo había hecho por celos y egoísmo. Rasgos que no eran propios de él, o al menos eso prefería creer, así que se propuso tomar las acciones necesarias para enmendar las causas que le habían provocado actuar de la forma que lo había hecho últimamente, y determinó que la principal razón era la relación con sus padres.
Tomó la micro con premura al cruzar la calle de su liceo para no darle tiempo a la posibilidad de arrepentirse.
Se bajó de la micro a dos cuadras de la clínica, porque sabía que en esa calle vendían ramos de flores, ideales para subirle el ánimo a los pacientes que permanecían ingresados en el centro de salud.
Recorrió varios puestos donde vendían flores, sin poder decidirse por ninguna. Las encontraba todas muy bonitas, ideales para llevarle a su padre, pero no era capaz de comprar alguna. Sabía que su inconsciente estaba aplazando el momento de verlo, y abriendo la posibilidad de desistir de su decisión, y sin quererlo Felipe lo estaba permitiendo.
Pero fue fuerte. Y se mantuvo firme con su decisión.
Compró un ramo de margaritas sin importarle mucho el precio, y se dirigió con determinación hacia la clínica.
Al cruzar las puertas de acceso la duda se apoderó de él al no saber dónde estaría su padre. No tenía detalles del piso, habitación o unidad en la que se encontraba. Esa pequeña duda hizo tambalear su determinación, proponiéndose ir mejor otro día, cuando supiera exactamente dónde estaba.
No.
Iba a ingresar ese mismo día, en ese mismo instante.
Se acercó al mesón de recepción, procurando mantener una actitud segura.
—Buenas tardes, ¿sabe cómo puedo encontrar la habitación de mi padre? —le preguntó a la señora al borde de la tercera edad que atendía el mesón.
—¿Cuál es el nombre de su padre? —le preguntó la mujer, con atención.
—Guillermo Ramirez —respondió Felipe.
Le pareció raro decir el nombre de su padre en voz alta, considerando que era el mismo nombre que tenía él de nacimiento. Un nombre que hace años se había prometido enterrar y olvidar.
Después de un par de tecleos en el computador que tenía la señora en el mesón, y un par de llamados telefónicos para contactarse con la unidad, le indicó a Felipe que su padre estaba en el quinto piso, ala sur, habitación 510.
Felipe agradeció la amabilidad de la señora, y caminó con paso decidido hacia las escaleras, prefiriendo esa via en lugar del ascensor porque le daría más tiempo para pensar.
Subió peldaño a peldaño, tomándose su tiempo, con la mente dándole vueltas al hecho de que estaba a punto de ver a su padre voluntariamente, después de todo lo que había pasado. Pensaba que ya había dado por olvidada a su familia, o ex familia en ese caso, que ya había cortado todo tipo de conexión con ellos a raíz de la forma en que lo habían rechazado. Pero se dio cuenta que estaba muy equivocado, inconscientemente seguía teniéndolos presente en su interior, por mucho que odiara la idea.
Llegó al quinto piso y comenzó a recorrerlo sin mucho apuro, mirando las señales al costado de cada puerta para ver qué numero de dormitorio tenía, hasta que encontró la que buscaba: 510.
Felipe se asomó al dormitorio y notó que en el interior habían dos camas separadas por una cortina plástica. En la cama que estaba más cerca de la puerta había un anciano acompañado de quien seguramente era su esposa: ambos hablaban en bajo volumen tomados de la mano, y en sus miradas conectadas entre sí se podía apreciar el infinito amor que se tenían.
La segunda cama, que estaba al otro lado de la cortina y junto a la ventana, Felipe no veía quien la ocupaba y quien se encontraba de visita, pero estaba seguro que era la cama de su padre. De hecho, no había otra alternativa, ya que era el dormitorio que le había indicado la señora del mesón.
Ingresó a la pieza, saludó a la pareja de ancianos con cortesía, y caminó con paso decidido hasta la otra cama, donde había un hombre sumamente delgado y demacrado recostado de espaldas: era su padre.
Felipe quedó impactado por el aspecto físico que mostraba su padre, y el cambio radical que había tenido desde la última vez que lo había visto hace un par de semanas. La piel del rostro le marcaba la forma del cráneo, como si ya no tuviese nada de materia grasa para darle forma al rostro.
El hombre estaba acompañado de la madre de Felipe, un hombre de lentes ópticos vestido con pantalón de tela, camisa blanca y chaleco de lana (a quien Felipe no conocía, pero suponía quién podía ser), y una mujer que usaba una blusa floreada y pantalón de color café.
—Hijo —dijo su padre al verlo, con una leve expresión de sorpresa—, viniste.
Felipe asintió con seriedad, mientras su madre se ponía de pie para acercarse a él.
El hombre desconocido se aclaró la garganta para llamar la atención.
—Mucho gusto, soy el Pastor Ortiz —se presentó el hombre—, y ella es mi esposa, Marta.
Felipe asintió serio, incómodo por la presencia de aquel hombre que se quiso presentar antes de permitirle hablar con su propia madre.
—Yo soy Felipe —dijo sin dar más detalles, y por la reacción del pastor, que se esforzó por ocultar su cara de desagrado, Felipe se dio cuenta que sabía perfectamente quien era él: el hijo homosexual.
—Marcela —dijo el pastor dirigiéndose a la madre de Felipe—, creo que, para asegurar la salvación de Guillermo, es mejor evitar el contacto con las fuentes de pecado.
—¿Qué? —preguntó molesto Felipe.
Había entendido perfectamente qué había querido decir: Él era a los ojos de ellos la fuente de pecado, que podría poner en riesgo el destino celestial de su padre si es que se atrevía a perdonarlo.
La madre de Felipe se volteó a ver a su esposo sin decir una palabra. Después de unos segundos de comunicación no verbal, la mujer se volvió a sentar en la silla contigua a la camilla sin mirar a los ojos a Felipe.
—¿Esto es en serio? —preguntó enfurecido Felipe—, ¿y quien chucha se cree que es usted para venir a decidir a quienes puede ver o no mi papá?
—Es el Pastor jefe de la Iglesia…
—Me importa un pico que sea el mismísimo Papa —Felipe interrumpió a su madre—. El viejo se está muriendo.
—Guillermo, compórtate que tenemos visitas —lo retó su madre poniéndose de pie nuevamente, refiriéndose al pastor y su esposa—. Es un sacrificio que debemos hacer por la salvación de tu padre. No puedo creer que seas tan egoísta…
Felipe estaba sin palabras. Tenía un nudo en la garganta tan fuerte que le provocaba dolor físico, y pensó que incluso podía ser visible para los demás. Miró a su padre quien le devolvía la mirada triste, pero resignado.
—¿Yo soy egoísta? —desafió a su madre con sus propias palabras—, ¿eres tan cara de raja de decirle eso al hijo que abandonaste cuando tenía quince años?
—Tu sabes que lo que insistes en hacer está mal —argumentó la mujer.
Felipe miró fugazmente al pastor, quien tenía una mueca de satisfacción en el rostro, como si se sintiera orgulloso de lo que estaban haciendo los padres de Felipe.
—¿Y tú no piensas decir nada? —le preguntó a su padre, quien simplemente se encogió de hombros.
—Hijo, no me quiero ir al infierno —se excusó el hombre.
Con esas palabras Felipe sintió como una puñalada en el pecho. No podía creer que, después de todo lo que había pasado entre ellos, y ahora con la enfermedad de su padre, siguieran prefiriendo sus creencias por sobre su propio hijo.
La situación le provocaba mucha pena, pero se obligó a no llorar, y producto de reprimir esa emoción, la furia empezó a dominar su estado de ánimo.
—Lo único que queremos es que recapacites —intervino su madre
Felipe no quiso escuchar más a su madre, y la interrumpió acercándose a su padre, evitando el bloqueo de su madre.
—Deseo de todo corazón que te vayas al infierno —le dijo a su padre, mirándolo a los ojos, lleno de furia—. Tú y todos ustedes —se dirigió a todos los presentes.
El rostro de su padre se desfiguró por la pena, mientras que su madre se llevó las manos a la boca sin poder creer lo que su hijo había dicho.
Felipe salió de la habitación con el ramo de flores en la mano, pero se devolvió casi de inmediato para entregárselo al compañero de cuarto de su padre.
—Espero le guste —le dijo al desconocido, con un tono bastante agresivo.
La anciana estiró la mano para recibir las flores.
—Muchas gracias, hijo —le dijo la mujer, con expresión de lástima, mientras que el anciano dijo lo mismo, pero apenas audible.
Felipe no dijo nada más, bajó la mirada y se marchó.
Bajó corriendo las escaleras, para alejarse de ahí lo más rápido posible. La rabia y la pena lo estaban inundando y no quería llorar ni liberar la furia con violencia.
Salió de la clínica chocando con la gente a su paso, todo con el afán de abandonar el lugar con rapidez, como si acabara de plantar una bomba y necesitara arrancar antes de que explotara.
Hizo parar la primera micro que vio pasar en la calle, y se subió sin importarle el recorrido.
Felipe pensó que era una pésima persona, y sobre todo un pésimo hijo. Desearles el infierno a sus padres era lo peor que podría haberles dicho. Se arrepintió casi de inmediato por haberlo dicho, pero la rabia fue más fuerte.
“Merezco que me pasen todas las cosas malas de mi vida” pensó. Por eso sus padres lo habían abandonado. Tuvieron buen ojo, él no era una buena persona, por mucho que había intentado ser un joven maduro y bueno, simplemente su maldad era demasiado grande para permanecer oculta, que incluso llegó a manchar su relación con Rubén.
Felipe se bajó de la micro lo más cerca posible de la casa de Rubén. Tenía que verlo. Necesitaba verlo.
Con el corazón acelerado y la respiración entrecortada, caminó más de diez cuadras hasta la casa de su pololo y gritó desde la reja para anunciar su llegada.
—Vengo a ver al Rubén —le dijo Felipe a Jorge apenas salió a abrir la puerta.
—El Rube está durmiendo —le dijo su suegro—. Y la verdad dijo que no quería ver a nadie.
Felipe se sorprendió por lo que escuchaba.
—¿En serio? —preguntó, intentando ocultar su decepción—, ¿incluso yo?
Jorge asintió.
—Necesita descansar —le explicó Jorge—, descansar de verdad, después de lo que pasó.
Felipe asintió resignado.
—¿Te puedo pedir un favor, Jorge? —le preguntó Felipe, sintiendo unas ganas incontrolables de gritar por la impotencia—. ¿Me avisas cuando Rubén esté listo para recibir visitas, para venir a verlo?
—Por supuesto Felipe —respondió su suegro.
—Y otra cosa —Jorge escuchó atento—. Dile al Ruben que lo amo.
La ultima palabra salió un poco débil, quizás por el hecho de que nunca se la había dicho a Rubén, o porque sentía que las energías de su cuerpo se estaban acabando, pero una cosa era segura: realmente lo sentía.
Felipe se dio media vuelta y comenzó a caminar resignado a su realidad. Su pololo no quería verlo, justo en el momento que más lo necesitaba. Aceptó su destino, por la culpa que sentía por haber actuado tan mal en el último tiempo. Estaba pagando todo el daño que había hecho.
Después de enterarse que Sebastian había vuelto al regimiento, Rubén se sintió aun más desganado de como ya se sentía antes.
“Me voy a acostar, estoy cansado” le había dicho a su hermano después de explicarle que no había podido ver a su mejor amigo.
Su energía solo le permitió fingir buen ánimo para su hermano y su padre, pero por eso mismo evitó mantenerse en el comedor conversando con ellos.
Se acostó en la cama mirando el cielo raso de su dormitorio, pensando en lo poco oportunos que habían sido todos los hechos ocurridos los últimos días.
Intentó convencerse que, quizás había sido para mejor: después del accidente sentía un impulso incontrolable de complacer a los demás, de mantener una fachada de optimismo y vibras positivas, producto de la culpa y vergüenza que le provocaba haber tenido el accidente. No quería mostrarse deprimido o pesimista frente a su padre o hermano, y tampoco quería hacerle sentir a su pololo que había sido su culpa.
Pero con Sebastian era distinto. Quería que supiera lo molesto que estaba con él por la forma en que se había marchado, lo mucho que había sufrido con su partida.
Cuando despertó de una siesta de un par de horas, Rubén le dijo a su padre que no quería ver a nadie. Se sentía cansado física y mentalmente por todo lo que había pasado últimamente: sus peleas con Felipe, el accidente, la pérdida del automóvil en que su padre había trabajado por años. Por eso mismo necesitaba estar solo.
—Necesito descansar bien —argumentó Rubén, y su padre sin agobiarlo a preguntas aceptó su decisión.
—Igual quiero que sepas que estamos para lo que necesites —le hizo saber su padre.
Rubén siguió acostado en su cama, soportando los dolores que seguía teniendo en todo el cuerpo, y sintiendo ansiedad cada vez que pensaba que quizás esa posición en la que estaba acostado le podría hacer quizás más daño que bien.
Sebastian escuchó la puerta del dormitorio abrirse de par en par. No había dormido prácticamente nada, escuchando demasiado cerca los chirridos de lo que pensaba eran ratas, e intentando aguantar el frío que hacía en ese lugar.
El cielo aun estaba oscuro así que supuso que aún era más temprano de las seis de la mañana.
—Soldado Guerrero, puede ir a las barracas a asearse —le indicó Ortega, de quien solo divisó su silueta.
Sebastian se levantó y sin responderle salió del lugar y se dirigió a las barracas, donde sus compañeros seguían durmiendo. Pasó al baño a lavarse las manos y la cara, y luego se fue a recostar a su antigua cama, para ver si podía recuperar algo del sueño perdido. Sin embargo, apenas apoyó la cabeza en la almohada, las bocinas comenzaron a sonar dentro del dormitorio anunciando la hora de levantarse.
Se levantó nuevamente y vio que todos sus compañeros hacían lo mismo que él, con mucho más ánimo. Miró hacia la cama de Javier, que obviamente estaba vacía, y sintió un poco de pena al recordar que no estaba ahí con él. Luego miró hacia donde dormía Simón y se dio cuenta que tampoco estaba ahí. Se preguntó qué le había pasado, y asumió que estaba en la guardia nocturna, y que se sumaría al resto en la formación de la mañana, pero no apareció.
—Tuvo un ataque de pánico, creo —le respondió Andrés cuando Rubén preguntó dónde estaba Simón.
—¿Cómo?, ¿Tuvo uno?, ¿o crees que tuvo uno? —presionó Sebastian para obtener una respuesta concreta.
—Es que nunca supimos qué pasó. Una noche le tocó hacer la guardia, como casi siempre, y al otro día ya no estaba. El capitán dijo que fue un ataque de pánico, pero en verdad varios dudan que haya sido eso.
—¿Y tú qué crees que le pasó? —Sebastian quiso saber su opinión.
—Yo creo que el Capitan nos dijo la verdad —respondió Andrés, y Sebastian pensó que su opinión era bastante predecible.
Sebastian no le preguntó a nadie más al respecto porque simplemente no tenía ganas de hablar con nadie. Sentía que todo su mundo se estaba desmoronando lentamente: estaba solo en el regimiento, con la incertidumbre del estado de salud de Rubén, y ahora con el desconocimiento de la situación de Simón. Solo esperaba que tanto Rubén, como Simón y Javier estuvieran bien y a salvo.
A pesar de todo, su preocupación por Rubén era lo principal. Sabía que había tenido un accidente automovilístico con potenciales consecuencias mortales, mientras él estaba encerrado en el regimiento.
Se escabulló hacia el dormitorio en las barracas todas las veces que pudo durante el día para revisar el celular que le había pasado Matías, en busca de algún mensaje con novedades sobre Rubén.
—Hasta que volvió La Novia Fugitiva —comentó Julio a las espaldas de Sebastian, haciendo que se sobresaltara.
Eran cerca de las seis de la tarde, y la hora de la cena se acercaba.
Sebastian se dio media vuelta y vio a Julio, Luis y Mario mirándolo desde la puerta del dormitorio, que acababan de cerrar tras ellos.
Se puso nervioso. Había evitado hablar con ellos durante todo el día porque no los soportaba: eran unos matones homofóbicos que ni siquiera se esforzaban en ocultarlo.
—¿Qué pasó?, ¿te comieron la lengua los ratones? —le preguntó Julio, buscando una respuesta, provocando las risas forzadas de sus dos amigos.
Sebastian se puso serio y no respondió, se dio media vuelta dándoles la espalda, guardó el calcetín con el celular en el fondo del casillero, y luego cerró la puerta de su casillero.
Se volvió para salir del dormitorio, pero el trío de idiotas estaba a menos de metro y medio de distancia de él, sobresaltándolo porque ni siquiera había escuchado sus pasos acercarse.
—¿Qué tenías ahí? —preguntó Mario con prepotencia.
—¿Qué te importa? —respondió Sebastian, sintiendo una breve ráfaga de euforia.
“No son más que tres pobres idiotas que hablan mucho pero no hacen nada. Perro que ladra no muerde”, se decía Sebastian en su mente.
—Esas no son formas de responder —le dijo Julio acercándose, y Sebastian aprovechó la oportunidad para evadir el contacto físico y pasó por su lado, derecho hacia la puerta—, ¿o acaso quieres terminar como la Simona?
El corazón se le detuvo a Sebastian. Las palabras de Julio indicaban que la ausencia de Simón se debía a que le habían hecho algo. La rabia se apoderó de sus impulsos, y se acercó rápidamente para enfrentar a Julio.
—¿Qué le hiciste a Simón? —le preguntó, quedando a escasos centímetros del rostro de Julio.
Los tres matones soltaron una risa burlesca.
—¿Qué crees que le hicimos? —le preguntó con sorna Luis.
—Es interesante igual lo vulnerable que queda la gente cuando se les va su guardaespaldas —comentó Mario con sarcasmo.
—Cuando los maricones se quedan sin defensores, es súper fácil sacarles la chucha, a tal nivel que son físicamente incapaces de decir qué pasó realmente —añadió Julio.
Sebastian se imaginó a Simón internado en un hospital, completamente desfigurado, imposibilitado de hablar.
El corazón se le aceleró tanto que pensó que los matones lo escucharían desde la distancia en que estaban. Su cuerpo temblaba de terror, y quedó completamente paralizado, incapaz de responder, o de siquiera aventar un golpe a alguno de los abusadores.
—Así que ten harto cuidado, princesa —continuó Julio, dándole una palmada agresiva en el trasero a Sebastian, que se mantenía inmóvil—, porque en cualquier momento te toca a ti.
Sebastian se mantuvo dándole la espalda a la puerta, escuchó cómo la abrían para salir, y el murmullo de las voces lejanas de los demás soldados entró de forma casi inmediata.
Bajó la cabeza, y miró sus manos que estaban empuñadas y le ardían. Las levantó tembloroso, mientras lágrimas de impotencia y miedo caían por su rostro. Abrió los puños y las palmas las tenía bañadas en sangre. Había presionado con tanta fuerza que se había herido con sus propias uñas.
Se dio media vuelta para mirar hacia la puerta, para comprobar que Julio, Luis y Mario ya se habían ido: efectivamente se habían marchado, y él se encontraba completamente solo.
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matheusalvarengah · 1 year ago
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Quietinha pra morrer velhinha...
Querido diário,
É muito bom fazer fofoca e isso edifica a vida da gente, sim. Qual é? É só comentar sobre a vida dos outros, saber das coisas e é divertido e não tem que ter um "porquê" exato para isso. No entanto, recenetemente eu passei por uma situação que me fez pensar melhor em algumas coisas.
Lara é uma amiga da época do Ensino Médio que viveu por muito tempo, até mesmo depois da escola, aquele típico relacionamento de "montanha russa" com o atual marido dela. Os altos e baixos eram causados pelas traições e mentiras dele e vinganças e discussões por parte dela. Os dois, hoje em dia, vivem um relacionamento aparentemente perfeito. É claro que têm brigas e discussões, o que é bem comum em relacionamentos, só que ele a trata super bem com o carinho e respeito que ela merece. Os dois parecem ter evoluído muito. Só que... Recentemente, uma fofoca começou a surgir entre a galera do Ensino Médio e pelo o nosso bairro de que ele a estava traindo. Parece que alguém que a conhece o flagrou com outra em um bairro super afastado do ciclo social da gente, onde ninguém desconfiaria que ele poderia estar. Eu não sabia se comentava ou não com ela sobre esse assunto e ela parecia que sabia do que estavam falando. Quando a tal menina que flagrou Pedro, o marido de Lara, de mãos dadas com outra na praça, chegou em Lara para falar do que estava acontecendo, a mesma a interrompeu dizendo: "Gisele, eu não quero saber.".
Segundo Lara, se ela é traída ou não, ela prefere não saber porque no final do dia ele volta pra casa para ela, para sua família e para os braços dela, dormir com ela. Ele a trata bem e os dois vivem um relacionamento muito bom e os filhos deles são felizes, então ela não precisa saber.
Indignada, Gisele perguntou para mim e as garotas: "Como ela pode não querer saber? Isso não é viver uma mentira? E se ela sabe que ele a trai, como isso não a magoa?".
Veja bem, eu tenho as minhas opiniões igual a Gisele e todas as outras pessoas que fofocaram sobre o assunto têm. Eu posso comentar isso com as minhas amigas, só que naquele momento de indignação de Gisele por Lara se recusar a saber o que ela tinha para contar sobre Pedro me fez perceber que: Quando uma pessoa é adulta, ela sabe exatamente o que está fazendo! Todo mundo tem poder de escolha e todo mundo consegue reconhecer o que é melhor ou não para si mesmo e não importa o que achamos ou deixamos de achar, porque não é da nossa vida. Isso não é da nossa conta... Eu poderia dizer para Lara: "Não é melhor abrir o relacinamento, já que vocês vivem esse tipo de vida..." Mas seria melhor para quem? Para eles ou para mim? Porque eu não estou casado com o Pedro e não compartilho do mesmo coração e alma de Lara. Isso não vai mudar nada na minha vida!
Com isso, eu concluo que, ás vezes, ninguém precisa saber o que realmente pensamos. A gente não precisa dar sempre "pitaco" na vida alheia, então é melhor guardar nossos "conselhos" pra quem realmente se importa. Porquer, querendo ou não, isso não tem nada a ver com a gente.
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otroputito · 2 years ago
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Javier - 1era Parte
Atrás habían quedado los días cuando me babeaba con mis compañeros de trabajo, haciendo rankings de hasta 10 puestos con Lorena y actualizandolos todos los meses. Ingresos nuevos hacían que Martín bajara un puesto, el pantalón que se habia comprado Francisco lo hacía subir a la segunda posición donde Alejo estaba inamovible desde que había empezado crossfit y se le marcaban los pectorales debajo de la camisa.
En solo dos años muchos se fueron, se priorizó contratar más mujeres o vaya a saberse cual fue el motivo pero la mercadería masculina empezó a decaer. Muchos coders y devs sin el más absoluto sentido de la estética, con mucha remera de superhéroe y cara de no haber tenido sexo jamás en la vida empezaron a poblar la oficina. De repente a nuestro alrededor todo era charla a los gritos sobre videojuegos y series, comandos y vaya a saberse que otra cosa pero dicha a los gritos, en un océano de esmegma y Axe fragancia chocolate.
Por fortuna, por mi posición no me era necesario tratar directamente con esa marea insípida de seres subnormales, así que mi trabajo diario me distraía de su presencia. En mis ratos libres me escapaba a coger con Lucho o una pareja de colombianos que habia conocido en Brasil, todos viviendo cerca de la oficina y haciendo respectivos home office. La máxima locura que se me había ocurrido era que hagamos un cuarteto alguna tarde de fin de mes, cuando la carga laboral es nula y podía poner a Lorena a cubrirme toda la tarde. Ella sí que necesitaba distraerse, soltera y muy permeable a la rutina diaria de la oficina y el ruido de, como ella los llamaba, "Los Superamigos Imbéciles".
Y yo la entendía: eran de 10 a 12 personas (Recursos Humanos se vio obligado a contratar dos mujeres) que se movían juntos de un lado para el otro. Almorzaban juntos, iban a la sala de reuniones juntos, iban al baño de a pares, se sentaban juntos en una misma hilera y hasta se enfermaban juntos. Curiosamente, Los Superamigos Imbéciles eran una masa amorfa de seres necesarios y a la vez irrelevantes. Cualquier intento de integrarlos a alguna actividad grupal de sinergia o incluso invitarlos a cumpleaños dentro de la oficina era en vano. Su ausencia de todos los afters era legendaria y ni siquiera el CEO de la empresa se molestaba en fingir interés en saludarlos. Ellos tenían su propio lider, su propia idea de after (creo que implicaba algun tipo de stream o videojuego) y hasta su propio idioma. Lorena los detestaba y hasta pensaba que era recíproco. Yo en cambio los miraba como un grupo inmenso de boy scouts, ya que su energía no era nunca negativa. Eran incogibles pero entre ellos emanaban buena energía y si bien solo demostraban ser leales a su grupo, era un grupo inofensivo del cual a mis ojos no resaltaba nadie perjudicial ni tampoco atractivo. Hasta una tarde en particular.
Roberto era el CEO y nos reunió a todos en el SUM del edificio para comunicarnos una novedad. El lugar quedaba en la terraza, solo se utilizaba para eventos inútiles como la visita de algun cliente importante o una sola fiesta de fin de año. Dicha fiesta terminó con vidrios rotos, por ende el SUM era un lugar a evitar y que ya nadie tenía en cuenta para nada. Ni Lorena, mi confidente y chismosa nivel premium sabía que nos iba a decir Roberto pero las caras de todos eran largas.
—Para mi es que va a haber recortes y despidos.
—El Q cerró con 120%, no hay manera. Seguro anuncia que tiene cáncer.
—Boluda, como va a anunciar algo así en el SUM?
—Ahi vienen estos boludos, te juro que no los soporto...
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Las voces de Los Superamigos Imbéciles ya se escuchaban retumbando en las escaleras, gritando cosas sobre el Valorant, el Age Of Empires y la serie del anillo de algo. Haciendo chistes sobre el motivo de la reunión pero solo entre ellos, llenando el lugar con sus estruendos y mirándose unos a los otros, como un ciempiés nerd y ruidoso dando vueltas sobre su eje. Era llamativo como un grupo de gente tan ñoña era tan expresiva y extrovertida, supongo que la unión hace la fuerza. Lorena se refugió en su celular para no mirarlos pero yo quedé un poco shockeado, ya que el SUM es de vidrio y esa era la primera vez que los veía en la luz del día. Acné, pelos grasosos y opacos, jorobas sobresaliendo de sus camisas leñadoras, el sol de la tarde iluminando las partículas de saliva que escupían al hablar. Todos me parecían desagradables y a la vez me daban curiosidad, como ver macacos en un zoológico. Pero un rayo de ese mismo sol le pegó en la cara a él, obligándolo a levantar un brazo para cubrirse y desviar mi mirada hacia su figura.
Jean clásico, remera negra lisa, callado. Con un corte de pelo digno de un actor de los 90s, gesto adusto pero ameno y cercano. Javier no formaba parte del bullicio nerd y de las 12 o 15 almas de su sector, era el unico sin nada que acotar. Se refugió en un rincón como para no ser visto y eso mismo hizo que no pudiera apartar mis ojos de él. Como una flor de loto que crece en el pantano, este chico rodeado de imbéciles incogibles me parecía bastante atractivo. Un tatuaje en su antebrazo y otro en su biceps me intrigaban, no podía parar de escudriñar cada centímetro para saber su significado, mis ojos estaban clavados en él. Por primera vez en la historia sentí el impulso de acercarme a Los Superamigos Imbéciles para socializar pero en realidad quería llegar a él. El impulso fue escalando, no solo llegar a Javier ahora tambien queria abrazarlo, besarlo, chuparle la verga, chuparle el culo, por fin un varón que me parece lindo en la oficina que cojamos en el baño, que salgamos corriendo de la mano luego que vayamos a--
—Ahi viene.
Lorena me sacó de mi trance para avisarme de la llegada de Roberto. Con tono pausado y cauteloso, nos fue contando algo que al unísono nos estaba llegando por email a nuestros celulares. La startup que fuimos en su momento evolucionó a pasos agigantados y estamos orgullosos de ahora formar parte de la familia de no sé que otra empresa por lo cual etcétera y ectétera. Lo entendí todo, no era mi primera vez siendo testigo de un merge entre compañías. No me importaba, era un rumor, mi puesto ya era senior, me daba igual. Solo me interesaba mi nuevo juguete, mi nueva distracción. Sin darme cuenta lo estuve viendo fijo una y otra vez, sin disimulo, no podía controlarme. Aunque nadie lo notaba yo sabía que debia detenerme, no tenía sentido. Pero con cada mirada sobre Javier me gustaba más y más, noté que sus ojos eran verdes, que su cuello era perfecto, como al cruzarse de brazos era notorio que algun tipo de ejercicio habia pasado por ese torso, noté que sus pestañas estaban naturalmente arqueadas, incluso que pestañeaba demasiado y que había cierto brillo en sus pupiUPS!!
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Durante un microsegundo sus ojos se cruzaron con los míos. Una electricidad me recorrió todo el cuerpo, empezando por mi cuello y terminando en mis pies. Quedé congelado, tieso. Por suerte, Lorena no se dio cuenta de nada, concentrada en el chisme.
—Esa tarde se la da en la pera, seguro.
Roberto estaba anunciando que en vez de fiesta de fin de año, esta vez ibamos a pasar todo el día en una quinta con pileta y barra libre. Ese dia no habría que trabajar y podiamos festejar entre todos esta unión y darnos la bienvenida a la familia de etcétera y etcétera. Volvimos todos a nuestros escritorios, entre susurros, chismes y salidas a fumar un cigarrillo, todos googleando el sitio web de la quinta y viendo que nos ofrecían. A mi me interesaba investigar otra cosa así que me metí en la web interna y a puro copy paste, me sumergí en lo que pude encontrar sobre mi nerd favorito.
Resulta que Javier no era tan nerd como parecía: tatuaje pequeño sobre los Rolling Stones, a quienes fue a ver en Londres. Como 14 contactos en común en Linkedin, estudios de informática en una privada, en el email de presentación interno se definía como hincha de River pero en sus redes sociaes no había ninguna publicación al respecto. Nada sobre videojuegos, series ni películas. Tuve que escarbar demasiado y utilizar cierto software interno para poder encontrar cierta esperanza: le gustaba el rugby. No jugarlo pero si verlo y puntualmente, en su Twitter le daba muchos likes a fotos de jugadores argentinos y australianos en pleno partido. Uno encima del otro, sobre todo fotos donde los cuádriceps eran protagonistas, fotos donde discuten mirandose a los ojos con la cara muy cerca uno del otro, el afiche de una película gay mostrando esto último. El no tuiteaba nada, solo hacia retuits y ponía me gusta. Señales confusas pero señales al fin. La principal esperanza llegó desde su Facebook, cementerio de fotos de hace una década para varios: en ninguna aparecía ninguna novia y en una con sus amigos, sonreía en la playa tomando una cerveza al atardecer. Sus amigos eran ignotos, lo importante era ver su hermosa sonrisa y en un episodio delirante sentir que estaba dedicada a mi. Y que, al igual que sus fotos preferidas, los cuadriceps eran los protagonistas.
A eso le siguió un trabajo de hormiga para averiguar más y acercarme a él de la manera más orgánica y natural posible. Giré mi escritorio para que cuando dejaran abierta la puerta de mi sector lo pudiera ver reflejado a el de 2 a 5 de la tarde, cuando el sol se ponía de ese lado de la oficina. Pedi una auditoría interna de su sector para definir su edad, stalkeé ex compañeros de su facultad para ver si Javier aparecía en alguna foto de algún evento. Intenté averiguar quienes de los Superamigos tenían pareja, preguntando por todo el grupo así como un todo como para que no fuera tan obvio. Hacía lo posible por coincidir con él en el baño pero solo logré un saludo seco y un comentario inocuo.
—Buenas...
—Hola.
—¿Me pasas para secarme?
—Si, ahi va.
Rocé su muñeca derecha unos segundos para agarrar las toallas de papel. Y ese minúsculo intercambio entre nuestras pieles y nuestros ojos alcanzaron para masturbarme esa misma noche.
Esto alcanzaba el nivel de obsesión y se estaba volviendo la letra de una bachata. Por fortuna, llegó el verano y Javier se tomó vacaciones. Esto era algo bueno y algo malo, mi obsesión se tomaba un respiro y yo podía volver a mi rutina habitual....pero al estar ausente quizás Javi (en mi mente yo ya le decía así) no iba a ir al evento de fin de año. Lorena era mi fuente principal.
—¿Sabes si los Superamigos van a ir?
— Ni idea, no les gusta el aire libre y uno está de vacaciones con la novia.
—....
—A mi me da pena por Roberto, me dijo Antonella que va a ser su ultimo dia en la empresa porque lo sacaron del puesto. Catorce años de trabajo para nada, viene un mexicano y te compra...
Me chupaba cinco huevos Roberto y su futuro. En mi mente solo rebotaba "novia...novia....ovia....". Javi tenía novia. Otra vez enamorándome de heteros como un idiota, otra vez shippeandolos en mi mente con mi entrepierna, otra vez lo mismo. ¿Que esperaba, que todo fuera como en mis fantasías de puto adicto al amor? Ya fue, adios para siempre Javi, jamás seremos lo que pudimos ser y nunca te vas a enterar de todo el amor que podría haberte dado. Y tampoco voy a poder enterrar mi lengua en tu culo ni lamerte el pene, claro está.
Llegó el día y había sido un año lindo, lo mejor era concentrarse en el evento y exprimir todo el alcohol que la empresa pudiera darme. El plan era trasladarnos todos en unas combis, comer asado y luego elegir entre varias actividades: la pileta, paintball, jugar al ping pong, un bowling y pelotudeces así. Hicimos todos nuestras mochilas y felices nos juntamos a esperar el transporte en la esquina de la oficina. Lorena me chusmeaba sobre tal o cual, sobre quien venía y quien no. La esperanza (y en mi caso también, la dignidad) es lo último que se pierde y yo lo buscaba a él entre todos.
—Pensé que ibamos a ser más, somos pocos...
—Es que algunos van directo en auto porque les conviene más, como Cami que se quedó en lo del novio nuevo ese. Bah, "novio"...para mi el flaco tiene novia y Cami es la segunda.
Yo solo asentía ya sin escuchar a Lorena, rezando a todos los santos para que Javi se apareciera por su cuenta en la quinta. Emprendimos viaje en una especie de combi gigante con el aire acondicionado en nivel glaciar, tomando el alcohol que por algun motivo apareció y cantando reggeatones de hace 20 años. Roberto estaba emocionado y varias veces tuvo que mirar a otro lado para barrer lagrimas de emoción. Mi empatía hacía él era nula, habiendo escuchado muchas veces chistes homofóbicos y comentarios políticos cuestionables por la misma boca que hoy sonreía y cantaba "Yo soy tu gatita" abrazado a sus empleados.
Luego de 2hs de viaje contemplando la ruta soleada y con dos empleados en oficial estado de ebriedad, llegamos a destino. El personal de la quinta nos recibió y nos indicó cuales eran las reglas y normas de convivencia para ese día: la quinta cerraba a las 19hs, el transporte nos esperaba media hora antes. Quienes quisieran irse antes lo podian hacer siempre en sus propios vehículos y estaba prohibido el consumo de drogas dentro de las instalaciones. Fuera de eso, podíamos hacer lo que quisiéramos dentro de lo propuesto y en el área del lugar porque "somos todos adultos y responsables". Roberto acotó algo que no entendí y todos rieron. Yo solo estaba pendiente de la entrada de autos, con mi esperanza intacta.
El asado se demoraba y algunos propusieron que nos metiéramos al agua mientras tanto.
—¿Vos venís?
—No sé si tengo traje de baño, después me fijo.
Mentira, estaba adentro de mi mochila y era el putishort mas putishort posible. No dejaba nada a la imaginación, se me marcaba desde el glande hasta creo que el hoyo de mi culo cuando se mojaba, nada dejado a la imaginación, nada se perdía. Como mi esperanza. Pero quería dejarlo para más adelante y fingí interés en la charla de un grupo sobre el destino de la empresa y que marca de caja navideña era la mejor. Compenetrado en la discusión, no noté como habían llegado 4 autos juntos.
Los Superamigos habían sincronizado sus Ubers para llegar al mismo tiempo desde distintos puntos de la ciudad, hasta habian armado una playlist colaborativa para el recorrido, según me enteré luego. Fueron bajando uno a uno de los vehículos, dejando que el sol alumbre sus deformes figuras por primera vez en mucho tiempo. Mi alma se estaba por hacer añicos hasta que del último coche, lo vi bajar a él.
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Tiré una media sonrisa disimulada pero por dentro sentí fuegos artificiales. Javier descendía usando un short de baño celeste y por suerte, por arriba de la rodilla. Las piernas mas hermosas de todo el lugar, con pelos que al reflejo del sol al ras se transformaban en chispas cada vez que caminaba. Unos gemelos torneados y perfectos, unos cuadriceps trabajados vaya a saberse de qué manera y un culito divino, parado y firme, evidenciado cuando se inclinó a recoger vaya a saberse que cosa. Probablemente mi corazón.
Solo cinco segundos de verlo así me bastaron pero lo supe, era ahora el momento y no más tarde. La cancha debía reconocerse y había que plantear el juego, no había que rendirse de antemano. Salí disparado hacía el vestuario.
—Ya vengo, me cambio y vengo.
Saqué mi minishort de la mochila, me lo puse y esperé los minutos necesarios para que se bajara mi repentina erección.
"Lorena, pensá en Lorena....Lorena almorzando FIDEOS y con la boca abierta....Lorena!"
No tenía que bajarse del todo: mi pene tenía que quedar algo gomoso para poder marcarse en la tela de mi short de puta. Me había dado buenos resultados tantas veces, si mi estrategia de juego y mi teoría eran correctas esta vez no iba a ser la excepción. Respiré profundo, sali del vestuario y encaré hacia las mesas donde estaba el grupo.
Tanteé lo que pude, cual asiento estaba vacío y cual ocupado. Mi grupo de charla navideña se habia disuelto en parte así que tenía varias herramientas. Los Superamigos se habían ocupado su mesa especial y gritaban cosas referentes a naturaleza y alergias varias. Mi hombre estaba sentado a la derecha de una de las cabeceras, mi jugada sería obvia pero no por eso sería menos efectiva.
—Ah bue, alto shorcito....sale un chapuzón ahora?
El comentario inadecuado de un compañero irrelevante recibió una negativa, una evasiva y una sonrisa seca de mi parte. Me concentré en agarrar una silla y ubicarla estratégicamente para quedar en el campo visual de mi objetivo. Me senté con mis piernas separadas en V, ya sabía que hacer en el momento esperado, no era ahora mismo pero podría ser en cualquier instante. El sol del mediodía estaba a mi favor, solo faltaba que algo virara la atención de Javier hacia mi zona.
Que pase algo...pero ya, algo como qué, que hago?
Un tenedor empezó a sonar a mis espaldas, chocando contra un vaso de vidrio. Con la camisa abierta y ya manchada de vino tinto, Roberto estaba de pie intentando enunciar palabras mas o menos coherentes.
—A ver, a ver...si...si...su atención por favor! Je je...a ver...
Perfecto, un discurso del pelotudo este. Es ahora.
Tres, dos...uno.
Flexioné mis pies imaginando que pisaba dos pelotas de tenis con los talones, mientras mis glúteos se balancearon en la silla dos segundos. Funcionó. Fue durante esos segundos que todos miraron a Roberto pero Javier estuvo mirando atónito mis piernas. Además de para poder cabalgar verga sin cansarme, las sentadillas del gimnasio me estaban dando un resultado extra. Sentí los ojos de Javi recorriendome, sin poder evitarlo. Relajé las piernas pero seguí marcándo cuádriceps lo más que pude, sin que resultara evidente. Javi no pudo evitar levantar las cejas, asombrado.
Mientras Roberto empezaba su discurso improvisado, fingí que miré hacia el sol. Lo miré un segundo y los ojos de Javier seguían en mi.
Sonreí.
El también sonrió, cómplice. Como quien recuerda una travesura o se da cuenta de un código oculto que nadie más de los presentes puede ver. Luego de esto desvió la mirada y la sonrisa desapareció. Pero no importaba.
La bola ya estaba en el campo de juego.
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allmenislands · 2 years ago
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Relatos gays >> Rumanos, Compañeros de Piso y Futbolistas Confusos
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