#por suerte el peor parado de todo esto ha sido muy orgullo porque ya lo que me faltaba con todo lo que llevo es encima lesionarme
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por supuesto que el ÚNICO día que no me pongo protecciones es el día que me meto tremenda hostia
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textosinlimites · 7 years ago
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Querida Paulina: Han pasado nueve meses. Otros tantos días con calles sin asfalto, jardines sin flores y un altar roto justo al lado de tu retrato. Nueve meses sin verte, nueve oportunidades perdidas, nueve que definen el número de escalones hacia la imposibilidad de olvidarte. En dónde has estado todo este tiempo, no he dejado de preguntarme. La tristeza para mí es directamente proporcional a la distancia que hay entre nosotros; así, sin saber dónde te encuentras, sé que estás muy lejos y que poco a poco te conviertes en inalcanzable. Qué puedo decirte. Intentar escribirte, justo desde este lugar donde las rimas no caben, es otra manera de ganarme el desprecio de mi rostro mirando el paisaje que dejaste tras la ventana, desprovisto de formas, abarrotado de inquietudes; esperando como si alguna vez fueras a volver. Te recuerdo feliz, sublime. Te recuerdo hecha deseo, y más justo a tu lado de la cama, donde dormían las sábanas acariciando tus caderas y el porvenir lejano de mis sueños. Despertaba y estabas ahí, ingrávida, hecha a la medida de la libertad en un día donde no hace falta madrugar. No debe gustarte este sitio, entonces. Yo me he mudado a una ciudad sin más compañía que los recuerdos y sin más equipaje que mis heridas. No voy a negarte que lo he intentado, Paulina. Te lo juro. Pero te he memorizado tan bien, que cuando voy por la calle todavía tengo la sensación de estar dirigiéndome a tu encuentro. Fueron cuatro mujeres. Una tenía tus ojos, otra me llamaba como tú y las dos restantes no sabían traer tu calor de vuelta. Nueve meses no son suficientes para olvidarte; tres mujeres menos, dos habitaciones tampoco y una nostalgia que te llama siempre lo hace imposible. Por las noches miro aquel barranco, y allá, donde el sol se pone a lo lejos, imagino que nos espera otra vida, de esas que nunca tuvimos más que en libros. Hay incógnitas, pero suelo olvidarlas todas. Ojalá tuviera tan mala memoria para ti como la tengo para el resto. También tuve alas y las he perdido. Antes de que te fueras estuve condenado a dos opciones: perderte ganando alas o ganarte perdiendo el cielo. Y aunque nunca fui capaz de decidirme, te adelantaste escribiendo un desenlace para esta historia que apenas estaba comenzando a cobrar forma. Querida Paulina, te recuerdo incluso antes de dormir, cuando me surge el deseo de que arrincones tu orgullo lejos de la daga que amenaza mi cuello, que tu silencio no sea tan pesado y que al menos contestaras las cartas que te envío. La señora Lucía me dice que te las ha entregado todas, así que no te molestes en poner pretextos. Tampoco ha querido decirme dónde estás, así que si algún día llego a descubrirlo, que sepas que el mérito será todo mío. Allá donde te encuentres no espero que seas feliz, pero sí que me recuerdes y que también me eches de menos. Que no hayas aprendido a reemplazar mis manos por otras caricias, mis palabras por otra voz y mis ojos por otra mirada. Que el vacío que nos separa te queme. Que no sepas domar los recuerdos. Que te atraviesen los relámpagos el pecho, pero que nunca encuentres el camino a la salida. Te quise y te quiero, no voy a negarlo. Pero mi olvido tiene un precio. Y ese precio es el remordimiento. Yo sigo escribiéndote, por si acaso. Redactar mis penas con el sabor de un café caliente se ha tornado una rutina en mi vida. El doctor me dice que el exceso siempre hace daño, y esa es una evidencia de que no le he hablado de ti. Te guardo como si lo merecieras, como si el valor de tu cuerpo tuviera un secreto reservado a nosotros. No te equivoques. Mis amigos tampoco te olvidan, ni la almohada, ni las flores en sus macetas, ni la sala de estar, donde hacíamos fiesta cada vez que la soledad perdía y le sumábamos puntos al amor, asesinando los desperfectos. Ahora las fotos me miran desde lejos, como si no nos lo perdonaran. Las canciones hablan de ti, o seré yo, que todo lo relaciono contigo. Me queda un álbum lleno y tres intentos fallidos. No me gusta, pero tampoco esperaba otra cosa si se trataba de tu ausencia. Querida, han sido nueve meses en los que he intentado dibujarme otra cima y redireccionar mi camino hacia un norte distinto. Pero ahí adonde voy te encuentras tú, aunque no te llame y aunque no llegues. No creo en el destino, pero —y esto es peor— sí en que el destino ya no cree en nosotros. Nueve meses y hemos dado a luz a un futuro que se quedó huérfano. Hoy me quedan libretas llenas de tachones, páginas arrancadas de golpe y marcas en las paredes que dejo cuando mi puño se estrella contra mi conciencia. He guardado silencio de lo que hemos vivido; sin embargo, cuando tenga que hablarle a alguien de ti, jamás podré decir que no lo he intentado. Que te quise y te quiero. Y que eres inolvidable. Querido Heber: Han pasado nueve meses, ¿los has sentido? Supongo que lo has hecho, que la despedida que tuvo lugar en nuestros corazones también hizo un poco de mella en tus manos, que a veces volteas a verlas y visualizas las mías enlazadas con tus dedos, guardando el secreto entre ellas, ese que no supimos guardar y que ahora nos traiciona por la espalda con recuerdos que insisten en quedarse como gotas de lluvia, caen poco a poco como lo hacen en la época de primavera, pero eso no quiere decir que ya se fueron, sino que esperan que la tormenta tome su fuerza para arrasar con todo. Te recuerdo conmigo, pleno. Te recuerdo hecho un lío cuando estabas a punto de dormir y no dejabas de decir que no dormirías hasta que yo lo hiciera, menuda mentira, siempre eras el primero en hacerlo, pero cuando te observaba, pedía a las estrellas que me dejaran vivir en tus pestañas, remover las mariposas que entre nosotros existían y poder recitarte todos los poemas que entre voces nos dedicábamos. Me he ido con mi abuela, sabes el cariño que le tengo y lo feliz que me la paso a su lado, lo único que me llevé fue la pulsera que me regalaste y un par de mensajes sin envío, ni remitente, aquí los tengo por si un día vienes a por ellos. Un hombre, solo uno en estos nueve meses y aún no logra que saque de las uñas todos los reencuentros que prometimos realizar por si un día nos desviábamos del camino, ahora me pregunto: ¿Qué camino? Hay preguntas, pero no suelo encontrarle respuesta a todas. Tus amigos me han dicho que me has olvidado, que fueron cuatro mujeres; una de ellas tenía mis ojos, la otra mi risa, y dos de ellas no sabían lo que querían en la vida, supongo que ellas también se perdieron en el misterio que escondes cuando lloras, cuando te rompes y destruyes todo a tu paso. Mi hermana ha salido con una historia bizarra que consiste en un simple: “Buena suerte, mala suerte, ¿Quién sabe?” y me ha callado con un “Cuando suceda, lo entenderás” Quiero creer que lo entiendo, que a veces el destino nos tenía preparados un futuro precioso, pero la vida nos demuestra con un puñetazo en el estómago que somos unos malditos imbéciles y que nunca seremos felices si antes no sufrimos en el proceso. Querido Heber, la zozobra me está matando, no entiendo el porqué de tu partida, el porqué de dejarlo todo a medias sin una solución, sin una salida de emergencia por la cual acceder cuando todo se prendía en llamas, como ahora lo haces tú en un lugar donde ya no te alcanzo. La señora Lucía ha dicho que no te has parado ni una vez por mi casa, le dije que me avisara en cuanto supiera de ti, eso es lo mucho que llegué a importarte: poco más que nada. Es por eso que me guardo en la garganta todas las cartas que me gustarían mandarte y decirte que parece que las lágrimas no tienen fecha de caducidad cuando de desamor se trata, y que sé que no me extrañas y cómo quisiera que lo hicieras, aunque sea un poco. Allá donde te encuentres espero que seas feliz, que no me recuerdes por lo ocupado que te encuentras con tus nuevos amores. Que has aprendido a reemplazar mis manos con otras caricias, mi boca por otra lengua y mi canción por otra melodía. Que exista tempestad en toda tu calma. Que no halles la chica indicada porque la has perdido. Que te arda la garganta cuando quieras pronunciar mi nombre. Que me recuerdes sin querer hacerlo. Te amé y te amo, pero nunca entendiste la diferencia entre el querer y el amar. Intenté explicártelo y ahora sufro con ello. Siempre quise me escribieras algo, aunque fuera un pequeño verso porque sabía que la poesía corría en tus venas, que borboteaba a chorros cuando me mirabas y decías que si fueras poeta, tu musa del martirio sería yo, te respondía que yo no necesitaba ninguna musa, que conmigo misma me bastaba. Nueve, el nueve siempre había sido mi número favorito hasta ahora, hasta que hoy el silencio me ha dicho que se queda para ver cómo nos destrozamos a la distancia, que sé que has probado más camas y que te aseguro que ni mi rostro lo recuerdas, que el retrato que tenías de mi sombra lo has tirado como lo hiciste con toda la tristeza que te grite que sentirías cuando vieras mi espalda en otra calle, en otra casa, en otra vida. Ahora lo único que hago para calmar los besos que llaman en mis libros de poesía es mirar a la ventana, como si fueras a volver un día de estos para poder dejar de maldecirte. Cariño, si me lo permites, quiero intentar olvidarte, que me has demostrado lo mucho que echas de menos lo nuestro sin una carta, sin un mensaje, sin una señal de humo, sin algo que lanzarme. Así que por favor, por mi bien, dame la autorización de hacerlo, has cambiado de libro más de una vez, solo deja que yo cambie de página, déjame saltar al vacío para ver si alguien me atrapa antes de la muerte, quiero ser valiente antes de que llegues con una señal de que todo lo hiciste demasiado tarde. Mi cielo, sabes que a nuestro inesperado encuentro siempre lo llamé casualidad, que quisimos ser dos almas que no deseaban gritar que tenían amor para dar por si algún envidioso rayaba en las paredes que el cariño se acaba demasiado rápido y se queda demasiado poco. Sabes dónde estoy y si no has querido venir a buscarme es porque no se te ha pegado la gana, así que déjate de reproches y de tontas excusas. Heber, aún me duele escribir tu nombre, lo taché más de mil veces antes de ponerlo por aquí, y que si alguien te menciona, no puedo ocultar una gran sonrisa y una lágrima en el corazón. Que te quise y te quiero. Que te amé y te amo. Y que espero que algún día alguien pueda enseñarte la diferencia.
Paulina Mora, colaboración con Heber Snc Nur, “El precio del remordimiento”.
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micaelagutierrez · 7 years ago
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EL PRECIO DEL REMORDIMIENTO
Querida Paulina:
Han pasado nueve meses. Otros tantos días con calles sin asfalto, jardines sin flores y un altar roto justo al lado de tu retrato. Nueve meses sin verte, nueve oportunidades perdidas, nueve que definen el número de escalones hacia la imposibilidad de olvidarte. En dónde has estado todo este tiempo, no he dejado de preguntarme. La tristeza para mí es directamente proporcional a la distancia que hay entre nosotros; así, sin saber dónde te encuentras, sé que estás muy lejos y que poco a poco te conviertes en inalcanzable. Qué puedo decirte. Intentar escribirte, justo desde este lugar donde las rimas no caben, es otra manera de ganarme el desprecio de mi rostro mirando el paisaje que dejaste tras la ventana, desprovisto de formas, abarrotado de inquietudes; esperando como si alguna vez fueras a volver.
Te recuerdo feliz, sublime. Te recuerdo hecha deseo, y más justo a tu lado de la cama, donde dormían las sábanas acariciando tus caderas y el porvenir lejano de mis sueños. Despertaba y estabas ahí, ingrávida, hecha a la medida de la libertad en un día donde no hace falta madrugar. No debe gustarte este sitio, entonces. Yo me he mudado a una ciudad sin más compañía que los recuerdos y sin más equipaje que mis heridas. No voy a negarte que lo he intentado, Paulina. Te lo juro. Pero te he memorizado tan bien, que cuando voy por la calle todavía tengo la sensación de estar dirigiéndome a tu encuentro. Fueron cuatro mujeres. Una tenía tus ojos, otra me llamaba como tú y las dos restantes no sabían traer tu calor de vuelta. Nueve meses no son suficientes para olvidarte; tres mujeres menos, dos habitaciones tampoco y una nostalgia que te llama siempre lo hace imposible. Por las noches miro aquel barranco, y allá, donde el sol se pone a lo lejos, imagino que nos espera otra vida, de esas que nunca tuvimos más que en libros.
Hay incógnitas, pero suelo olvidarlas todas. Ojalá tuviera tan mala memoria para ti como la tengo para el resto. También tuve alas y las he perdido. Antes de que te fueras estuve condenado a dos opciones: perderte ganando alas o ganarte perdiendo el cielo. Y aunque nunca fui capaz de decidirme, te adelantaste escribiendo un desenlace para esta historia que apenas estaba comenzando a cobrar forma. Querida Paulina, te recuerdo incluso antes de dormir, cuando me surge el deseo de que arrincones tu orgullo lejos de la daga que amenaza mi cuello, que tu silencio no sea tan pesado y que al menos contestaras las cartas que te envío. La señora Lucía me dice que te las ha entregado todas, así que no te molestes en poner pretextos. Tampoco ha querido decirme dónde estás, así que si algún día llego a descubrirlo, que sepas que el mérito será todo mío. Allá donde te encuentres no espero que seas feliz, pero sí que me recuerdes y que también me eches de menos. Que no hayas aprendido a reemplazar mis manos por otras caricias, mis palabras por otra voz y mis ojos por otra mirada. Que el vacío que nos separa te queme. Que no sepas domar los recuerdos. Que te atraviesen los relámpagos el pecho, pero que nunca encuentres el camino a la salida. Te quise y te quiero, no voy a negarlo. Pero mi olvido tiene un precio. Y ese precio es el remordimiento.
Yo sigo escribiéndote, por si acaso. Redactar mis penas con el sabor de un café caliente se ha tornado una rutina en mi vida. El doctor me dice que el exceso siempre hace daño, y esa es una evidencia de que no le he hablado de ti. Te guardo como si lo merecieras, como si el valor de tu cuerpo tuviera un secreto reservado a nosotros. No te equivoques. Mis amigos tampoco te olvidan, ni la almohada, ni las flores en sus macetas, ni la sala de estar, donde hacíamos fiesta cada vez que la soledad perdía y le sumábamos puntos al amor, asesinando los desperfectos. Ahora las fotos me miran desde lejos, como si no nos lo perdonaran. Las canciones hablan de ti, o seré yo, que todo lo relaciono contigo. Me queda un álbum lleno y tres intentos fallidos. No me gusta, pero tampoco esperaba otra cosa si se trataba de tu ausencia.
Querida, han sido nueve meses en los que he intentado dibujarme otra cima y redireccionar mi camino hacia un norte distinto. Pero ahí adonde voy te encuentras tú, aunque no te llame y aunque no llegues. No creo en el destino, pero —y esto es peor— sí en que el destino ya no cree en nosotros. Nueve meses y hemos dado a luz a un futuro que se quedó huérfano. Hoy me quedan libretas llenas de tachones, páginas arrancadas de golpe y marcas en las paredes que dejo cuando mi puño se estrella contra mi conciencia. He guardado silencio de lo que hemos vivido; sin embargo, cuando tenga que hablarle a alguien de ti, jamás podré decir que no lo he intentado. Que te quise y te quiero. Y que eres inolvidable. 
Querido Heber:
Han pasado nueve meses, ¿los has sentido? Supongo que lo has hecho, que la despedida que tuvo lugar en nuestros corazones también hizo un poco de mella en tus manos, que a veces volteas a verlas y visualizas las mías enlazadas con tus dedos, guardando el secreto entre ellas, ese que no supimos guardar y que ahora nos traiciona por la espalda con recuerdos que insisten en quedarse como gotas de lluvia, caen poco a poco como lo hacen en la época de primavera, pero eso no quiere decir que ya se fueron, sino que esperan que la tormenta tome su fuerza para arrasar con todo.
Te recuerdo conmigo, pleno. Te recuerdo hecho un lío cuando estabas a punto de dormir y no dejabas de decir que no dormirías hasta que yo lo hiciera, menuda mentira, siempre eras el primero en hacerlo, pero cuando te observaba, pedía a las estrellas que me dejaran vivir en tus pestañas, remover las mariposas que entre nosotros existían y poder recitarte todos los poemas que entre voces nos dedicábamos. Me he ido con mi abuela, sabes el cariño que le tengo y lo feliz que me la paso a su lado, lo único que me llevé fue la pulsera que me regalaste y un par de mensajes sin envío, ni remitente, aquí los tengo por si un día vienes a por ellos. Un hombre, solo uno en estos nueve meses y aún no logra que saque de las uñas todos los reencuentros que prometimos realizar por si un día nos desviábamos del camino, ahora me pregunto: ¿Qué camino?
Hay preguntas, pero no suelo encontrarle respuesta a todas. Tus amigos me han dicho que me has olvidado, que fueron cuatro mujeres; una de ellas tenía mis ojos, la otra mi risa, y dos de ellas no sabían lo que querían en la vida, supongo que ellas también se perdieron en el misterio que escondes cuando lloras, cuando te rompes y destruyes todo a tu paso. Mi hermana ha salido con una historia bizarra que consiste en un simple: “Buena suerte, mala suerte, ¿Quién sabe?” y me ha callado con un “Cuando suceda, lo entenderás” Quiero creer que lo entiendo, que a veces el destino nos tenía preparados un futuro precioso, pero la vida nos demuestra con un puñetazo en el estómago que somos unos malditos imbéciles y que nunca seremos felices si antes no sufrimos en el proceso. Querido Heber, la zozobra me está matando, no entiendo el porqué de tu partida, el porqué de dejarlo todo a medias sin una solución, sin una salida de emergencia por la cual acceder cuando todo se prendía en llamas, como ahora lo haces tú en un lugar donde ya no te alcanzo.
La señora Lucía ha dicho que no te has parado ni una vez por mi casa, le dije que me avisara en cuanto supiera de ti, eso es lo mucho que llegué a importarte: poco más que nada. Es por eso que me guardo en la garganta todas las cartas que me gustarían mandarte y decirte que parece que las lágrimas no tienen fecha de caducidad cuando de desamor se trata, y que sé que no me extrañas y cómo quisiera que lo hicieras, aunque sea un poco. Allá donde te encuentres espero que seas feliz, que no me recuerdes por lo ocupado que te encuentras con tus nuevos amores. Que has aprendido a reemplazar mis manos con otras caricias, mi boca por otra lengua y mi canción por otra melodía. Que exista tempestad en toda tu calma. Que no halles la chica indicada porque la has perdido. Que te arda la garganta cuando quieras pronunciar mi nombre. Que me recuerdes sin querer hacerlo. Te amé y te amo, pero nunca entendiste la diferencia entre el querer y el amar. Intenté explicártelo y ahora sufro con ello.
Siempre quise me escribieras algo, aunque fuera un pequeño verso porque sabía que la poesía corría en tus venas, que borboteaba a chorros cuando me mirabas y decías que si fueras poeta, tu musa del martirio sería yo, te respondía que yo no necesitaba ninguna musa, que conmigo misma me bastaba. Nueve, el nueve siempre había sido mi número favorito hasta ahora, hasta que hoy el silencio me ha dicho que se queda para ver cómo nos destrozamos a la distancia, que sé que has probado más camas y que te aseguro que ni mi rostro lo recuerdas, que el retrato que tenías de mi sombra lo has tirado como lo hiciste con toda la tristeza que te grite que sentirías cuando vieras mi espalda en otra calle, en otra casa, en otra vida. Ahora lo único que hago para calmar los besos que llaman en mis libros de poesía es mirar a la ventana, como si fueras a volver un día de estos para poder dejar de maldecirte.
Cariño, si me lo permites, quiero intentar olvidarte, que me has demostrado lo mucho que echas de menos lo nuestro sin una carta, sin un mensaje, sin una señal de humo, sin algo que lanzarme. Así que por favor, por mi bien, dame la autorización de hacerlo, has cambiado de libro más de una vez, solo deja que yo cambie de página, déjame saltar al vacío para ver si alguien me atrapa antes de la muerte, quiero ser valiente antes de que llegues con una señal de que todo lo hiciste demasiado tarde. Mi cielo, sabes que a nuestro inesperado encuentro siempre lo llamé casualidad, que quisimos ser dos almas que no deseaban gritar que tenían amor para dar por si algún envidioso rayaba en las paredes que el cariño se acaba demasiado rápido y se queda demasiado poco. Sabes dónde estoy y si no has querido venir a buscarme es porque no se te ha pegado la gana, así que déjate de reproches y de tontas excusas. Heber, aún me duele escribir tu nombre, lo taché más de mil veces antes de ponerlo por aquí, y que si alguien te menciona, no puedo ocultar una gran sonrisa y una lágrima en el corazón. Que te quise y te quiero. Que te amé y te amo. Y que espero que algún día alguien pueda enseñarte la diferencia. ”
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