#pero no puedo decir nada porque automáticamente soy una bruja de lo peor que solo te hace sentir mal
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Como pudiste tener más empatía por otra persona que por mí y todo lo que me hiciste sentir?
#tu amigo la pasa mal pero yo me estaba ahogando en un jodido mar de emociones y de rechazo de tu parte#y parece que no te importó#pero no puedo decir nada porque automáticamente soy una bruja de lo peor que solo te hace sentir mal#…#que carajo estoy haciendo aquí#?
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Capítulo 6: Juramento
Ajenos al ir y venir del mundo, los moradores viven según sus propias costumbres. En las zonas bajas de la ciudad de Déhira se preparan los manjares del solsticio, una celebración que dura todo un mes y que culmina con el cambio de estación. Habían comenzado los arreglos de la arboleda blanca, y la recolección de piedras lunares en la costa. Los tejedores presionaban a los recolectores de seda para tener listas a tiempo las grandes telas que cubrirían las pérgolas a la entrada al templo. Y es ahí, precisamente, donde los pasos acelerados de una ciudadana se aproximan al encuentro de la suma sacerdotisa.
Alta y esbelta, de hermosa piel blanca, pulida como el mármol, y el rostro enmarcado por un cabello negro y corto. Varena recorre el pequeño tramo de escalera que da acceso a las habitaciones de las siervas de Mordagrán, dejando que su vaporosa vestimenta dibuje una estela oscura tras ella.
Veloz y silenciosa, sorteó a dos de las siervas del templo que amenazaban con salirle al paso. Esperó paciente, incluso cuando ya se habían marchado, y se precipitó a una de las habitaciones, cerrando tras de si.
La estancia estaba vacía, al menos, a simple vista. Pero lo que parece invisible para el ojo humano no lo es para los de un morador. Varena se arrodilló inmediatamente y agachó la cabeza.
Madre, os suplico vuestra ayuda.
Las sombras junto a la cama se agitaron, y unos ojos azules brillaron en ellas. Lo invisible fue tomando forma, siguiendo a aquella mirada de zafiro unas manos que se posaron sobre la cabeza de Varena. Luego unos brazos, largos, y un cuerpo débil que permitía distinguir los huesos bajo la piel. En aquel rostro no había boca pero aún así, aquella criatura tenía voz, una armoniosa y paciente como la de una madre.
Habla, hija.
Aún no le hemos encontrado. Estoy segura de que no esta en las islas... -declaró Varena en un suspiro.
¿Y dónde podría estar? -preguntó la criatura.
Fuera, tras el mando de niebla. No se cómo pero estoy segura de que lo ha traspasado. He peinado todo el territorio y no hay rastro alguno. Nadie le ha visto desde hace días.
La Suma Sacerdotisa permaneció inmóvil ante la anhelante mirada de Varena, separándose finalmente de ella y avanzando hacia el balcón de la habitación. A medida que andaba sus piernas se desvanecían.
Madre, si esta fuera esta en peligro. Si lo descubren...
Si ha puesto un solo pie en tierra mortal se habrá delatado. Ignoro cómo ha podido conseguir cruzar la neblina por si mismo, pero hacía más de dos milenios que no se retiraba -declaró, mientras miraba sus manos posarse sobre el cristal- No puedo enviarte fuera a ti también, si es eso lo que has venido a pedirme... pero tienes mi permiso para avisar a las moiras. Diles que estén atentas a cuanto pase, y que lo ayuden a regresar si dan con él, ya sea de buena o de mala manera. No debemos dejar que el mundo sea consciente de nuestra existencia, no otra vez...
Como ordenéis, madre.
Y tras eso Varena abandonó la estancia, tan silenciosa y liviana como había llegado. Las moiras no confraternizaban con el resto de razas mortales, se aislaban por su propia seguridad, pero eran los ojos y oídos a los que los moradores recurrían cuando los asuntos del otro lado del mar los inquietaban. Tardarían, si, pero acabarían por dar con él. Un morador en tierra mortal, a ojos de quien sepa dónde y qué debe mirar, era como un faro luminoso en mitad de la noche. No solo había mortales que habrían sido capaces de sentir su presencia, si no que, aún escondido en el manto de sombras, habría alterado elementos del entorno. Y es que el mundo que existía al otro lado del mar era demasiado delicado, tanto que se resiente con facilidad si tiene invitados no deseados.
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¿Los disturbios de la plaza? -preguntó Christine, aún con la vista fija en la inmensa columna de humo.
Ven -ordenó Senred, agarrándola del brazo y retirándola del lugar- Ahora mismo tienes otras cosas de las que preocuparte.
Christine no protestó, ni siquiera cuando el joven la había guiado como a una muñeca hasta hacer que se sentase sobre una raíz.
Quiero que me mires atentamente y pienses... ¿Qué soy yo? -preguntó él ladeando ligeramente la cabeza, desprovista de capucha.
¿Alérgico al sol? -respondió jactanciosa.
Senred no pudo evitar concederle una pequeña sonrisa, muy pequeña.
Aparte ¿De verdad no has oído nada sobre mi? ¿Ninguna referencia? ¿La más mínima? Me estas viendo a plena luz del día, algo debería sonarte.
Am... ¿No? Que yo sepa no te conozco, lo cual es gracioso porque si te conociera te odiaría con más fuerza por buscarme la ruina -suspiró la joven apoyando el peso de la cabeza sobre su mano.
Así que es verdad... Ni siquiera lo recordáis-rió en un seco bufido.
¿Saber qué?
Christine, yo soy lo que había en las islas de más allá del mar. Yo y los que son como yo. Allí no hay sol por eso supongo que tengo este color, y por eso mis ojos rechazan esa luz.
De por si el rostro de la mestiza se había tornado en una mueca burlona al escucharle decir que venía de esa tierra de pesadilla, pero pronto pasó a reflejar una emoción más sincera. Miedo. No se había dado cuenta, o al menos, no se había parado a analizarlo. Los ojos de Senred eran azules, si, pero si la luz los alcanzaba directamente sus ojos la rechazaban, y emitían un reflejo opaco del color de la plata. Solo le sonaba ese rasgo de una cancioncilla muy perdida en su memoria, un cuento para asustar a los niños, pero cuya descripción era exacta a lo que tenía delante de ella.
Senred pareció darse cuenta del cambio de una emoción a otra. Cuando Christine quiso levantarse de golpe para retirarse de él, este la sujetó a tiempo. Se revolvió pero trató de calmarla, más aún cuando la chica había empezado a gritar pidiendo ayuda.
Espera, espera, por favor. Deja de gritar, no estas en peligro. Por favor... -dijo el joven con voz calmada.
Un movimiento rápido liberó a la mestiza de las manos de Senred, quien automáticamente las puso en alto para indicarle, con gestos además de con palabras, que no corría peligro. No pareció tranquilizarla, y él se esforzó por no seguirla aún cuando ella misma en la huida, debido a los nervios, se había caído de bruces contra las zarzas.
Senred suspiró viendo como aquella histérica y pequeña criatura suplicaba por su vida mientras huía a la desesperada. No la estaba siguiendo, pero ella se volvía a mirarle de cuando en cuando para comprobar que así fuera. Trató de recorrer el camino a la inversa para volver al campo de cultivo, aunque en realidad estaba corriendo de un lado a otro. No era la mejor actuando bajo presión, eso estaba claro.
Bien cansado de la escena de histeria o procurando que no se matase ella misma, Senred decidió darle caza. Se volvió para escudriñar a lo lejos una formación de rocas altas y después de unos segundos se desvaneció. Como si la envolviera con una capa, una ráfaga de sombras rodearon a la chica que apareció de repente arrinconada contra una pared de piedra maciza.
Cálmate, por favor. Christine no voy a hacerte nada, no tengo la más mínima intención de hacerlo. Bueno, ni a ti ni a nadie, no estoy aquí para eso.
Christine, lejos de fiarse de buenas a primeras, se había pegado completamente a aquella pared, tanto que de no ser sólida la habría traspasado.
Por eso vinieron los inquisidores... venían a por ti, a por... a por...
¿Un morador? -añadió Senred, manteniendo siempre un tono que intentaba ser tranquilizador, aunque tenía el efecto contrario.
Si -respondió ella encogiéndose un poco- Por las Cuatro Lunas, habrán creído que soy tu cómplice, o que yo te he traído aquí, como hacen las brujas, traer... cosas de las islas.
En primer lugar no soy una “cosa de las islas”, estas hablando de mi hogar. Y en segundo lugar una hechicera dévice, que no bruja, término altamente ofensivo por cierto, no puede sacar nada de las islas.
¿Y entonces qué haces tú aquí? ¿Qué quieres? -preguntó sin despegarse de la pared y su divina protección.
Era lo que quería pedirte. Necesito llegar al Trino de los Cielos, y necesito que tú, en este caso, me guíes. Solo eso, lo prometo.
… ¿Y por qué he tenido que ser precisamente yo? Has arruinado mi existencia, soy una fugitiva, una bruj... hechicera como se llame ¡Me has echado a lo peor de la Iglesia encima de por vida! -acabó diciendo alzando la voz.
Ya... Me disculpo por eso. Supuse que sería capaz de moverme lo suficientemente rápido como para que no me alcanzasen. Juro que no quería perjudicarte.
¿¡Y por qué a mi!?
Porque hablas nintur, y yo no hablo lenguaje humano. En realidad quería llegar al Bosque Imperial si es que sigue existiendo y tratar de convencer a alguien para que viniese conmigo... Pero apareciste en el almacén y me pareció mejor opción.
Christine se quedó en silencio un momento. Al ser su lengua madre apenas era consciente de cuando la usaba, pero Senred tenía razón. Cuando le había escuchado hablarle en nintur en el almacén se había confundido, dado que nunca había interactuado con alguien en esa lengua. Pero después lo había hecho sin pensar. Aún así, maldijo la mala suerte que había tenido aquel día. Ella ni siquiera tendría que haber estado allí.
¿Estas... más tranquila? -preguntó Senred.
No... -respondió, aunque lo cierto es que había contestado más sosegada- ...no estoy nada tranquila -hizo una pausa mordiéndose el labio- ¿Y qué pasa si no quiero hacerte de guía para ir al otro lado del mundo? El Trino esta en la cara opuesta, tardariamos meses en llegar...
Solo tengo veintiseis días de margen -carraspeó- No voy a obligarte a venir conmigo, pero creo que eres consciente de que estas en peligro, y uno muy serio. Dudo que incluso tu amigo el capitán sea capaz de hacer entrar en razón a esos hombres. Digo más, dudo que siendo tu amigo siga con vida.
...¿Qué? -Christine empalideció y dio un paso dubitativo hacia Senred.
Esos hombres son exterminadores. Cazan y eliminan cualquier cosa que haya tenido relación con las islas y venga a parar aquí, incluso la más mínima. Te han visto conmigo en la plaza. A estas alturas sabrán has qué tomaste ayer en el desayuno. La persona que te sirvió ese mismo desayuno, la que te saludó esa mañana, ni qué decir de alguien que mantenga una mayor relación contigo... Todo será borrado. -bajó un poco la mirada- Es para lo único que viven, y por lo que veo han estado haciendo bien su trabajo...
¿...Allen esta muerto... por mi? -preguntó a duras penas, notando como se le helaba la sangre.
No es culpa tuya, no te culpes por sus acciones. No eres la primera ni serás la última en ver como purgan tu existencia.
Senred volvió a centrar su atención en la joven mestiza. Tenía la mirada ausente y había tenido que retroceder buscando la pared de roca, esta vez como apoyo para que no le fallaran las piernas. No era difícil entender el rango de importancia que tenía aquel amigo para ella. Supo lo que tenía que hacer, pero era arriesgado. En ese estado la mestiza no le serviría para nada, y los inquisidores estaban demasiado cerca como para buscar a ciegas el Bosque Imperial.
Escucha, es posible que aún no sea tarde, no estamos muy lejos. -dijo acercándose a la joven y tomándola por los hombros, obteniendo su atención- Si voy a buscarle, y si aún es posible encontrarlo con vida... ¿accederás a ser mi guía?
Christine no vaciló ni un solo instante. Alzó una mano y la colocó sobre la muñeca de Senred, quien aún la tenía sujeta.
Si le traes con vida te llevaré donde me pidas. -afirmó solemnemente- Lo juro.
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