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#papel pintado patagonia
tilandssia · 2 months
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Hoy he estado enferma, desde anoche que estaba amasando escuchando Venus as a boy de Björk.
Creo que debo de cortar con mis amigas, y eso me duele mucho porque me parece extraño pero yo no sé, creo que desde hace mucho tiempo no me siento verdaderamente parte de ellas como grupo, a diferencia de otros lugares y personas. Y no se, no creo que eso me haga mala persona, ni a ellas tampoco las hace malas personas, al contrario, lo único que quiero es poder sentirme más en conexión con lo que voy encontrando conmigo para el mundo.
Ahora la cocina se está volviendo mi laboratorio alquímico, estoy llena de fermentos, de piloncillo, de semillas, de aromas mágicos que me hacen preguntarme si realmente estoy frente a una nueva oportunidad alternativa conmigo misma.
Ya casi no me he puesto mis faldas, porque ando en bici, y no puedo más que usar pantalones. Todavía no me puedo reconocer bien, y hoy que me sentí mal no pude hacer prácticamente nada fuera de mi casa; a veces ando muy sobre estimulada escuchando música norteña o a Rosalía cantando que soy lo más y a veces si escucho a Adrianne Lenker y a Alex Turner con voces suaves y melancólicas. He estado rara.
Me hace sentir tranquila poder llevar mi creatividad a un lugar externo de la academia y del arte, a veces me siento muy desgastada de vertirme en la pintura, creo que he estado en negación desde hace meses. No he pintado. Y ahorita llevarme a la cocina es algo que me está relajando muchísimo, y me permite estar introspecta y atenta de una manera distinta.
Está bien chafa cuando una descubre que está siendo puesta a prueba de maneras bien raras, ahorita me sabe nada, porque pues supongo que mi única comida ha sido un te de salvilla, y no me sabe nada querer encajar, ni tampoco me sabe nada la emoción, no se cómo soltar un proceso emocional que se está transformando, aquí en el núcleo de la casa.
Si, sigo fantaseando, ya siento que no me duelen más los poros de mis huesos de ave, que ya, entra y sale. Soñé con ir a La Patagonia, soñé todavía con que volvería a vivir una historia de amor... porque no lo sé, tal vez es más profundo, y más complejo o más sencillo de lo que estas dudas dicen.
Muchas transiciones, que se marcan desde que las cosas no salieron como yo marqué que salieran, pero que siguen aconteciendo. Deseo que me permitan irme a un Ashram, quiero estar en el bosque, quiero entender dónde estoy con este flujo que ya no dejó tanto de lo que conocía de mi misma.
En realidad no importa que cuente los meses, parece que no tiene sentido que cuente el tiempo, y en el fondo yo lo sé perfecto; jamás entenderé como pasó antes, después de tantos años, coincidir tan naturalmente, o como te encuentras a alguien así nada más en una ciudad de millones de personas.
No sé cuál es mi papel aquí, y no quiero ahondar en entendimientos para eso, es cansado, hay tanto concepto, y nada más estamos.
De pop
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papelespintados · 3 years
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Papel Pintado Patagonia
en papel pintado online siempre estamos incorporando novedades para decorar las paredes de tu hogar, en este caso os traemos una nueva joya con la que poder re-decorar esas antiguas paredes. Conoces ya la nueva colección de Holden? Patagonia se presenta como uno de los mejores catalogos del 2022, gran parte de su éxito viene decido a su enorme calidad, este papel de pared esta fabricado en…
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elcuadernodezoe · 6 years
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EL DUELO (parte I)
“Pastos duros; tierra blanquecina... ¡Unas garzas rosadas, unas garzas rosadas, unas garzas rosadas!... Y en su laguna.
Ya estamos en la Patagonia. Un infierno de tierra. Arriba estrellas que dan miedo".
-Alfonsina Storni, Carnet de ventanilla (1937)
Semana uno. La luciérnaga brilla por su ausencia.
-Encontraron a Pedro.
La esperanza se despierta de su siesta. Es sobresaltada de sus sueños y a medida que las horas dormidas se disipan de su cerebro, ella comienza a ser más consciente de esas palabras, de lo que significan. Este insecto que vive en un lugar incógnito dentro de su cuerpo suele manejar sus reacciones. La obliga a abrir los ojos con sorpresa y prende una luz dentro de ellos. Resplandecen como si una fogata se hubiera encendido en su corazón. Es su toque habitual, su firma personal: el brillo esperanzador en la mirada de Amelia. Le ordena al corazón acelerar su ritmo y a sus manos las obliga a generar un leve pero determinado temblor en ellas. En cuanto termina con su trabajo, en tiempo récord, se mantiene de brazos cruzados esperando a que la situación continúe desarrollándose. Siempre alerta, hombros erguidos y la tranquilidad que años de experiencia le permiten gozar. La mujer frente a Amelia parece a punto de agregar algo. Sabe que actuará pronto y eso conllevará una reacción de su parte por lo que escucha con atención.
-Está muerto.
Un grito se escapa de sus labios antes de ser pisoteada. Algo la aplasta y termina de destruirla. Sin embargo su grito no es escuchado por nadie, las emociones no hablan. Pobre la esperanza. Se había topado con un enemigo desconocido. La muerte suele aparecer así. Nunca es bienvenida y sin embargo irrumpe sin importarle las condiciones ni las consecuencias. Se había llevado a Pedro y con él a la esperanza restante que vivía dentro de Amelia. Dentro suyo se produce una fumigación. Ninguno logra sobrevivir. Sin embargo de sus restos, de la sustancia viscosa de las luciérnagas de la esperanza, la inocencia y la alegría comienzan a surgir nuevos. Primero en forma de larvas. No se puede determinar qué emociones representan hasta después de dos segundos donde la metamorfosis se produce y del capullo nace la primera mariposa. Una a una van brotando y saliendo de las heridas no cicatrizadas. La desazón, el dolor y la tristeza se instalan en la garganta de Amelia. Crecen con tal rapidez que dificultan el paso del aire. La ansiedad, una de las más apremiantes, se une al resto. La conmoción gobierna y deja al resto de emociones sumisas. Mientras tanto nuevas emociones surgen, varias de ellas se acomodan en el estómago y en ese momento Amelia siente ganas de vomitar.
En cuestión de segundos una revolución se genera dentro de ella. Se siente confundida y no logra procesar del todo bien lo que ocurre. Su madre continúa hablando, ve la lástima y el dolor en su mirada, las pequeñas alas destellando, sin embargo aquello no le produce nada. Sus palabras no llegan a ella. No las comprende ni las comparte. Todo carece de sentido desde que Pedro desapareció días atrás. Su respiración se acelera y sabe que tiene que salir de allí. La alarma se enciende y todas las emociones parecen estallar de un momento a otro. El desasosiego destrona a la conmoción y se pone al mando. Ve la mano suave de su madre acercarse a su mejilla en cámara lenta. No llega a dejar la caricia, ella ya se ha alejado.
-No me toques.
La confusión tiñe su mirada, hace una mueca pero no dice nada. Entiende que ante tal noticia su hija no reaccione como uno espera. Amelia le pide que la deje sola y ella, sin saber tampoco cómo lidiar con una situación como aquella, le hace caso y abandona su habitación.
Se sienta en su cama y se abraza a sí misma. ¿Qué se hace cuando tu mejor amigo aparece muerto? ¿Cómo se debe sentir uno? Ojalá hubiera un manual para ello, una guía que pudiera decirle qué hacer ahora que ha perdido a su persona favorita. La muerte toca a cada persona de manera diferente. Por eso mismo es que tal instructivo no existe. Mientras algunos pueden reaccionar y asumir lo que ha ocurrido otros obran de manera opuesta. Ella pertenece a ese último grupo de gente.
A Amelia le toma una semana tomar la decisión que cambiará todos sus esquemas. Que involuntariamente, afectará todo su alrededor. Antes de ello permanece encerrada en su habitación sin aceptar ninguna compañía. Sus padres, preocupados, no saben cómo actuar. Han llamado a una terapeuta amiga quien les ha recomendado intentar hablar con ella aunque no sea sobre ese tema. Que se sienta acompañada, entendida. Sin embargo eso no da resultados. Amelia no cree que puedan comprenderla. Puede percibir que sus palabras han sido anteriormente premeditadas y por lo tanto un tanto falsas. Intentan aparentar una normalidad que ella no siente dentro suyo. Quieren traer todo a como era antes sin embargo todo cambió en su interior y aquellos esfuerzos de sus padres los siente como una presión a demostrar en el exterior que todo está bien, todo sigue igual cuando no es así.
Los días pasan y Amelia no puede soportar permanecer allí ni un segundo más. Observa su habitación y se siente ajena a ella. Las fotos de su infancia, los adornos coloridos, los carteles pintados a mano con su nombre en ellos. No los reconoce como propios. Se siente una intrusa, como si aquella fuera la habitación de alguien más y no la suya. ¿Quién es Amelia? La Amelia que todos conocen se ha ido y no parece querer volver.
Su madre le deja la comida en la mesa de luz, se sienta a un costado e intenta conversar con ella. Nunca recibe respuesta, no está preparada para hablar de ello. Sus palabras carecen de sentido, su mente no las retiene. Su madre habla y habla, intentando, en vano, generar alguna reacción de parte de su hija. Al no lograrlo se levanta abatida. Antes de irse comete el error de darle un último consejo:
-Pedro no hubiese querido que te lastimes de esta manera.
Cuando sale de su habitación Amelia arroja todos los papeles que ocupan su escritorio. Quiere gritar del enojo, ¿qué sabrá ella sobre lo que Pedro querría? Pedro está a tres metros bajo tierra, no tiene deseos. El intento estúpido de canalizar las emociones de los vivos en los muertos la llena de furia. Cada persona debería hacerse cargo de sus propias emociones sin justificarlas en lo que alguien que ya no está hubiese querido, en un hipotético caso.
En ese momento sigue su impulso y agarra la mochila tirada a un costado. El principio del cambio comienza. Luego de días meditándolo se siente preparada. La decisión de escapar ya había sido tomada dentro suyo hace rato. El enojo en conjunto con la desolación tienen un calculado plan. Corre por las escaleras y una vez afuera respira hondo, el aire fresco raspa su garganta. No pierde tiempo y corre con un destino en mente.
En cuanto llega al puerto los recuerdos se hacen cargo de su consciencia. Aparecen como diapositivas reproduciéndose ante sus ojos. Pedro aparece en cada una de ellas. Se sienta sobre el pasto viendo a los trabajadores en los barcos ir de un lado al otro. Deja escapar tan sólo una lágrima, la única que derrama desde la trágica noticia. Le permite hacer su recorrido, derecho por la mejilla izquierda hasta llegar al mentón y allí se detiene por unos segundos para luego caer en picada y perderse entre el verde de las hojas. En cuanto siente que otra lágrima intenta hacerse paso por entre sus párpados refriega los ojos para eliminarla. No se permite derramar ni una lágrima más. No lo merece. Tan solo se limita a observar el movimiento del agua chocando contra la costa en un lento vaivén y deja a sus pensamientos dispersarse por unos minutos. Luego, es la determinación la que toma el control. Saca el cuaderno de su mochila, busca una hoja en blanco y comienza a enlistar los diferentes objetos que necesitará. Abrigo encabeza la lista. Un par de mantas le sigue...
Cuando vuelve a su casa ya hace rato que ha anochecido. Se cruza con sus padres cuando atraviesa la sala. La preocupación tiñe la voz de su madre cuando le pregunta en dónde estuvo. Mientras tanto su padre parece calmo y eso ayuda a tranquilizarla aunque sea un poco. Amelia nota que él está controlando sus emociones para no abrumarla.
Sube las escaleras dirigiéndose a su habitación ignorando la pregunta de su madre. Escucha las palabras de contención que su padre le brinda desde la sala. Por un segundo siente remordimiento pero luego vuelve a verse opacado por el sinfín de emociones que la atraviesan desde hace horas. No puede enfocarse en su madre, tiene el tiempo contado. No desperdicia ni un segundo; saca la lista y comienza a preparar su bolso. Uno a uno va ubicando todos los objetos y tachándolos en su cuaderno. El boleto del avión es el último ítem en su lista. Lo saca del cuaderno y lo apoya sobre su bolso ya listo. Observa el destino que aparece en grandes letras y se pregunta si está tomando la decisión adecuada. Es la primera vez que la incertidumbre y la inseguridad hacen su aparición. Sin embargo pasan a segundo plano. Tiene que salir de esa ciudad. Los recuerdos están asfixiándola. Busca el dinero restante que mantiene escondido en su habitación. Ese con el que Pedro y ella venían planeando una vacación para festejar el cumpleaños número veinte de él. Tantos meses de trabajo escondidos en la parte trasera de un cajón. Lo cuenta y lo guarda en el bolso. Deja parte de él en su bolsillo por cuestiones de seguridad.
En cuanto baja las escaleras vuelve a encontrarse con sus padres. Su madre se levanta del sillón bruscamente al ver el bolso que lleva en su mano. Se sienta en el sillón de en frente evitando sus miradas hasta que finalmente está dispuesta a tener esa charla que sus padres esperan hace horas. Su explicación es breve. Tan solo les informa el dónde, cuándo y el cómo. El por qué resulta obvio. Su madre es la que más dudas tiene. La cabaña ha estado inhabitada por meses, sino años. No sabe si está en condiciones como para quedarse allí. Además está llegando el invierno y eso significa grandes tormenta y nieve por todas partes. Una a una su madre va enumerando sus preocupaciones y excusas. Como cualquier madre presente quiere cuidar a toda costa  su hija. Quiere estar presente y ser su apoyo aunque sea lo contrario de lo que está pidiéndole, aunque no sea lo que en este caso necesita. Ha sido su sostén durante toda su vida y no logra comprender por qué no puede seguir siéndolo. Si bien lo ve como un acto solidario no es más que egoísmo puro. La preocupación y el temor suelen traer consigo individualismo.
Aquella discusión termina cuando su padre interfiere por primera vez. La apoya a Amelia y, con la adoración de siempre presente en sus ojos, intenta hacer entrar en razón a su esposa. El padre de Amelia intercede pocas veces pero, cuando lo hace, es porque está completamente seguro de que lo que tiene para decir es lo correcto. Y, con ello en mente, su madre desiste.  
Mientras que en Amelia la determinación reina, en su madre es la tristeza la que controla todo. Junto a la desesperación por no saber cómo ayudar a su hija forma lágrimas en sus ojos. Sin embargo se niega a llorar.
-Nosotros te llevamos al aeropuerto.
Decide su padre y por unos instantes el alivio aparece en Amelia. No es lo suficientemente grande pero logra calmar sus nervios aunque sea por un rato.
El trayecto hacia el aeropuerto lo hacen en silencio. Cada uno de ellos parece estar inmerso en sus pensamientos. Amelia sabe que es algo difícil de procesar para sus padres. Más que nada teniendo en cuenta que su fecha de regreso es todavía incierta. El miedo está siempre presente en los padres. En esas circunstancias se duplica. Sin embargo sigue determinada a tomar ese avión. Necesita salir de allí cuanto antes.
Una vez en el aeropuerto y con los agotantes trámites ya hechos se sientan a esperar la hora que las pantallas informan. En medio de la silenciosa espera su madre saca un sobre de su cartera y se lo entrega. Le explica que se trata de un dinero extra y una tarjeta de crédito que guardan por emergencias. Por primera vez desde la fatídica noticia le sonríe. Amelia intenta devolvérsela pero hasta a ella le resulta falsa. Su madre aprieta su mano en respuesta.
Los altavoces anuncian la llegada de su vuelo. Lentamente se dirigen a la zona de embarque. Sus padres la abrazan, le brindan palabras de apoyo y todas las preocupaciones dignas de padres atentos y preocupados. Su madre, sin poder controlarlo más, derrama un par de lágrimas que remueve rápidamente con la esperanza de que ella no las haya visto. Le sonríe intentando inspirarle confianza y fortaleza aunque dentro suyo todo se ha derrumbado ante la pronta ausencia de su hija y Amelia se funde en sus brazos por última vez. Una vez que cruza esa línea y el empleado toma su boleto voltea. No sabe qué espera encontrar del otro lado sin embargo la imagen de sus padres abrazados con el miedo impregnado en sus sonrisas, como solía ser el primer día de clases, le brinda la fortaleza necesaria que en su momento le daba ese empujón para que de una vez por todas ingresara al salón y que ahora le permite subirse al avión.
Está lista. Siente muchas cosas, entre ellas la certeza de que está tomando la decisión adecuada, pero también siente que nunca ha sentido tan poco como en ese momento. Pareciera adormecida. Mientras tanto, la luciérnaga brilla por su ausencia.
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boleronaufrage · 6 years
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An Introduction to Psychedelic Experimentation
El lunes por la mañana, tal y como me había propuesto, fui a la Universidad de Edimburgo a revisar los talleres que me podían ayudar a conseguir la puntuación que necesitaba para terminar el año. Mi idea inicial era hacer por lo menos cinco, pero mi decepción al verlos fue grande. La gran mayoría de ellos trataban temáticas profundas que no serían tan fáciles de pasar sin estudiar el día antes de la prueba. Yo tenía claro que no iba a poder sacar tiempo para hacerlo por lo que debía elegir con cuidado. Según veía la oferta de cursos, mi cabeza comenzaba a buscar otras opciones para conseguir esa puntuación, pero lamentablemente no existían muchas más. Estos cursos o talleres consistían en tres días teóricos y al final del tercer día una prueba escrita obligatoria para obtener el diploma. Teniendo en cuenta mi falta de tiempo y haciendo un esfuerzo de responsabilidad, únicamente me quedé con dos: Los Primeros Exploradores de la Patagonia y el Neo-Impresionismo como movimiento artístico de finales del S.XIX.
Asistí al primero después de una noche con muy pocas horas de sueño en la que había estado en Social Road gestionando y buscando información en referencia a algunos temas importantes que ocupaban nuestra agenda. A pesar de esto, conseguí mantener el tipo e incluso mostrar atención al formador, un señor de mediana edad y algo pasado de peso que verbalizaba sus conocimientos acerca de las incursiones de Magallanes y los Colonos con un tono de voz monótono y repetitivo, que únicamente se veía alterado cuando imitaba la voz de alguno de los protagonistas. En este curso me encontré con algunos conocidos de la Universidad y de una pequeña colonia chilena que se había estado formando en Edimburgo en los últimos años. En términos generales se me hizo entretenido y no tuve dificultad en rellenar la prueba final yéndome incluso convencido de que alcanzaría una puntuación bastante alta.
El segundo, que fue tan sólo tres días después, fue todo lo contrario, tedioso y difícil de seguir con atención. La formadora tenía un acento marcado, probablemente de Glasgow o alrededores, y me resultaba complicado de comprender en algunos momentos. Además, la cuestión NeoImpresionista expuesta según el programa tampoco resultó tan interesante como yo me esperaba. El curso se llevó a cabo en el City Art Centre of Edinburgh y en este no coincidí con nadie conocido. Los dos primeros días se basaron en densa y profunda teoría. El tercero, sin embargo, nos hicieron pasar a la zona de exposiciones donde había cuadros y láminas de pintores neoimpresionistas de la época tales como Theo van Rysselberghe o Georges Seurat. Después nos darían una hora para repasar conceptos antes de la obligatoria y definitiva prueba final.
Yo sabía que no tenía nada que hacer en esa prueba y me sentía ciertamente molesto por el hecho de haber perdido tres días más un puñado de libras en un taller que no me había aportado nada. La mayoría de mis compañeros habían estado tomando notas durante las clases y mostraban un profundo interés por las obras de arte. Yo, sin embargo, me encontraba ciertamente confuso y cansado, preguntándome si no debería de haberme apuntado a cualquier otro. Dando por perdido mi tiempo en ese taller y seguro de que no tendría ninguna oportunidad de alcanzar la puntuación mínima, me decidí al menos a intentar poner en práctica lo aprendido analizando internamente la lámina que más cerca tenía, Huerto en Flor Rodeado de Cipreses, pintada por Van Gogh en 1888 y expuesta en Edimburgo a modo de una gran réplica con motivo de la exposición impulsada por el Centro Artístico. Mirando fijamente el cuadro en un intento casi inútil de entender el tipo de material o la composición, oí por primera vez la voz de Iris, una chica con apariencia de ser del Norte de Europa que se colocó al lado mío y sin apartar la vista del huerto de Van Gogh comenzó a hablarme.
Iris: What’s up Midnight?
Desde hacía tiempo me había acostumbrado a que algunas personas me saludaran por la calle sin yo recordarles o saber quiénes eran, la gran mayoría provenían de Social Road o era gente con la que había coincidido en la Universidad o el Hotel, por lo que directamente le devolví el saludo esperando a qué me diera alguna pista que me ayudara a recordarla.
Midnight: Hey, I’m fine, how are you doing?
Iris:  Awesome, do you like the subject?
Midnight: I’m not sure, I wasn’t very focused to be honest, don’t know how I am going to pass the test.
Iris: I see… I could put your name in my paper, I’m good at this.
Midnight. I’m sorry but…why would you do that?
Iris: You look nice, I’m keen to help.
Midnight: Do we know each other?
Iris: No, we don’t, I’m Iris.
Midnight: How do you know my name Iris?
Iris: People talk…you should know that.
Midnight: Yeah… I guess you’re right. What do you want in exchange of that?
Iris: I don’t want to talk about it here, let’s take a coffee together outside.
Midnight: Well, I cannot promise you nothing if I don’t have any clue about how I can be of your assistance.
Iris: I just need an opportunity to give courses, I am a teacher. I would like you and your fellows to test me and if I am okay, introduce me to some students.
No lo pensé mucho, me pareció un buen trato. Intercambiamos nombres para poder escribirlos en nuestras pruebas y quedamos en vernos después.
Al salir llovía ligeramente, caminamos un poco hasta llegar a Wanderlust Café&Bistro, muy cerca de High Street. Ordenamos dos cafés e Iris me contó algunas cosas acerca de ella y sus clases. Provenía de Dinamarca y estaba en el último año de Medicina. Tenía mucho tiempo de experiencia en el estudio y aprendizaje del Yoga y la Meditación, y en Manchester había trabajado como profesora durante el año pasado. Ahora que acababa de llegar a Edimburgo necesitaba alumnos para evitar terminar sirviendo mesas como siempre había hecho para complementar las becas y costearse los estudios. Yo no sabía nada acerca de lo que ella quería enseñar, pero me daba buena impresión y además todo lo que pudiéramos ofertar en Social Road a nosotros nos venía bien. Quedé con ella en verme la semana que viene y que pudiera conocernos a todos. Ese mismo día haríamos una prueba y nos mostraría como daría las clases, a partir de ahí decidíamos.
Pocos meses más tarde, Iris no solo había introducido la Meditación en Social Road de manera magistral, también había hecho que descubriéramos un mundo desconocido, que viajásemos a lugares que nunca habíamos transitado y que desarrollásemos nuestros métodos hasta su máximo esplendor. Se había convertido en nuestra guía, tal y como demuestran algunos testimonios que tanto yo como mis compañeros escribimos y que tuve la suerte de recuperar algún tiempo después revisando papeles viejos.
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Edinburgh. May 23. 2016. 20:30pm
Adopté la postura del Loto, y una vez más, siguiendo las instrucciones de Iris, comencé a inhalar lentamente y a mantener el aire en mis pulmones durante algunos segundos. Tenía todo preparado y no tardé mucho en empezar a sentirlo:
La primera sensación fue una creciente percepción de suavidad y blandura cada vez que rozaba algún objeto, incluso tocarme la cara me generaba un extraño y esponjoso placer. Lo hice con las yemas de los dedos en varias ocasiones, al igual que apoyar la palma de mi mano sobre el suelo o intentar juntar lentamente mis hombros con la cabeza, cualquier movimiento que implicara roce me generaba una sensación novedosa, grata y suave. Era como si todo a mi alrededor estuviera perdiendo su rigidez y se amoldara de forma perfecta a los caprichos de mis movimientos, empecé a sentirme ligero, y pensé en alteraciones de la gravedad. Sé que estuve algunos instantes indagando en está distorsión del sentido del tacto, aunque se me hace imposible calcular cuánto tiempo, ya que tal y como me había pasado en anteriores ocasiones, mi capacidad de valorar la noción temporal comenzó a sentirse irremediablemente alterada.
A la extraña modificación táctil le siguió una deformación visual, si me quedaba fijamente mirando a un objeto lo sentía derretirse e incluso era capaz de ver en cámara rápida todo su proceso de creación. Empecé a examinar con detenimiento algunos de los elementos de la sala, todo me parecía mucho más grande de lo habitual. Las plantas me transportaban a formas naturales imponentes y bosques de gran frondosidad y colorido follaje. Los cojines color blanco y negro me transportaban a un inmenso tablero de ajedrez en el que las fichas cobraban vida. Sentía una brisa y murmullos que alteraban tonalidades e intensidad. Empecé a pensar que estaba en un nivel más desarrollado de mi ser, utilizando partes desconocidas de mi cerebro. Todo me parecía perfecto.
Delante de mí había dos cuadros, uno era un dibujo de un boulevard rodeado de árboles en otoño en el que se podía ver un carruaje y unas montañas al fondo sobre el cielo nublado. El otro eran unas formas inestables de colores vivos y luminosos que después de un tiempo observándolo tuve que darle la vuelta porque me estaba llenando de malas sensaciones y ansiedad.
Comencé a fijarme en el boulevard, el carruaje se movía y cobraba vida, pero se volvía a derretir. También vi, muy grande, a un señor pagando en un mercado y a cuatro señoras hablando en corro. Me pareció formar parte del cuadro y ser pintado sobre el cielo nublado. Empecé a escuchar sonidos fuertes como de obras o construcción que estaban acorde con la cercanía de mis visiones, cuanto más se acercaba un objeto, más fuerte sentía esos sonidos.
Hasta ahí llegó el proceso de alucinación tranquilo, pausado y más o menos explicable. A partir de lo que en su momento me pareció un espacio pequeño de tiempo, me vi completamente sorprendido por la creciente e imparable velocidad de sentimientos y pensamientos, y esto sí que fue la gran novedad con respecto a anteriores episodios.
En un sentimiento de súbito y con los ojos ya cerrados, comencé a vivenciar una imparable explosión de colores en mi cabeza, imágenes veloces, mágicas, centellas amarillas y rojas. La sensación, a pesar de fugaz, seguía siendo ciertamente agradable y sentía una gran curiosidad. Movido por ésta, me esforzaba, dentro de los límites de mi paranoia, por intentar entender lo que estaba ocurriendo.
Era capaz de alternar los estallidos cromáticos de gran intensidad con imaginaciones de mi ser en lugares fantasiosos, ciudades fantasma, lagos, montañas, anchos ríos turquesa…. También gotas de lluvia o montañas de cuarzo. Los colores se veían en ocasiones interrumpidos por tonalidades blancas en las que se escuchaba un constante y lejano pitido, como si mi mente estuviera cogiendo fuerza para una nueva sacudida de ilusiones.
Me reía y me entristecía con suma facilidad, todo era un proceso mental en el cual mis sentimientos estaban a flor de piel y eran incontrolables. Empecé a escuchar una música de procedencia desconocida y sentía como si el sonido atravesara la profundidad de mis oídos y comenzara a llegar al interior de mi cuerpo, la comencé a sentir dentro de mi pecho, de mis brazos…dejé caer lentamente mi espalda sobre el suelo y me di cuenta de que desde hacía ya un rato no sentía conexión alguna con mi cuerpo y era la música lo único que me había devuelto esa sensación, mi imaginación ocupaba toda mi existencia.
Desconozco cuanto tiempo permanecí en ese estado ilusorio, pero me pareció de repente tener la sensación de que había dormido un poco…abrí los ojos y vi la sala de nuevo, recobré un poco de consciencia y recordé que debía beber agua, pero daba igual, no tenía tiempo ya que volvía a sentir la rapidez incontrolable. Me imaginé en la playa, años atrás, espejos, caricias, música, adolescencia, frutas, historias del pasado.
Divisé formas y pasadizos que mi mente relacionaba con puertas abiertas, y volvía a sentir mi cuerpo, pero añoraba la calidez, tenía frío. Me imaginé en el puerto, en invierno, sujetando mi sombrero para que el viento no se lo llevara. Había un señor mayor paseando a su perro, una pareja de jóvenes, niños corriendo y un carrusel luminoso que rápidamente se iba a poner en marcha, verano del 94, rincones de algodón y un reloj de arena.
En un momento de tregua, conseguí centrarme en el silencio y las sacudidas ilusorias me comenzaron a hacer sentir muy cansado, mi cuerpo estaba pesado, así como mi cabeza, y nada quedaba de la ligereza que experimenté en las fases iniciales. Conseguí levantarme y una sensación fría recorrió todo mi ser nuevamente. Abrí la ventana, era de noche y no se oía nada. Comencé a preguntarme cuanto tiempo llevaba así e inevitablemente empecé a imaginarme que quizás llevara semanas, años… la falta de percepción temporal se apoderó de mi y pensé que quería que todo se acabara ¿Cuánto tiempo llevaba ahí? Me sentí mal rápidamente y las náuseas hicieron su aparición, estimé que había llegado el final.
Me tumbé en la cama e hice la seña, ya había sido suficiente por hoy.
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Midnight.
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JV. Tales of Scotland
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Discurso de la Poniatowska al recibir el Premio Cervantes
“Majestades, Señor Presidente [...]
Soy la cuarta mujer en recibir el Premio Cervantes, creado en 1976. (Los hombres son treinta y cinco.) [...]
María, Dulce María y Ana María, las tres Marías, zarandeadas por sus circunstancias, no tuvieron santo a quién encomendarse y sin embargo, hoy por hoy, son las mujeres de Cervantes, al igual que Dulcinea del Toboso, Luscinda, Zoraida y Constanza. A diferencia de ellas, muchos dioses me han protegido porque en México hay un dios bajo cada piedra, un dios para la lluvia, otro para la fertilidad, otro para la muerte. Contamos con un dios para cada cosa y no con uno solo que de tan ocupado puede equivocarse.
Del otro lado del océano, en el siglo XVII la monja jerónima Sor Juana Inés de la Cruz supo desde el primer momento que la única batalla que vale la pena es la del conocimiento. Con mucha razón José Emilio Pacheco la definió: “Sor Juana/ es la llama trémula/ en la noche de piedra del virreinato”.
[...] Mi madre nunca supo qué país me había regalado cuando llegamos a México, en 1942, en el “Marqués de Comillas”, el barco con el que Gilberto Bosques salvó la vida de tantos republicanos que se refugiaron en México durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas. Mi familia siempre fue de pasajeros en tren: italianos que terminan en Polonia, mexicanos que viven en Francia, norteamericanas que se mudan a Europa. Mi hermana Kitzia y yo fuimos niñas francesas con un apellido polaco. Llegamos “a la inmensa vida de México” —como diría José Emilio Pacheco—, al pueblo del sol. Desde entonces vivimos transfiguradas y nos envuelve entre otras encantaciones, la ilusión de convertir fondas en castillos con rejas doradas.
Las certezas de Francia y su afán por tener siempre la razón palidecieron al lado de la humildad de los mexicanos más pobres. Descalzos, caminaban bajo su sombrero o su rebozo. Se escondían para que no se les viera la vergüenza en los ojos. Al servicio de los blancos, sus voces eran dulces y cantaban al preguntar: “¿No le molestaría enseñarme cómo quiere que le sirva?”
Aprendí el español en la calle, con los gritos de los pregoneros y con unas rondas que siempre se referían a la muerte. “Naranja dulce,/ limón celeste,/ dile a María/ que no se acueste./ María, María/ ya se acostó,/ vino la muerte/y se la llevó”. O esta que es aún más aterradora: “Cuchito, cuchito/ mató a su mujer/ con un cuchillito/ del tamaño de él./ Le sacó las tripas/ y las fue a vender./ —¡Mercarán tripitas/ de mala mujer!”
Todavía hoy se mercan las tripas femeninas. El pasado 13 de abril, dos mujeres fueron asesinadas de varios tiros en la cabeza en Ciudad Juárez, una de 15 años y otra de 20, embarazada. El cuerpo de la primera fue encontrado en un basurero.
Recuerdo mi asombro cuando oí por primera vez la palabra “gracias” y pensé que su sonido era más profundo que el “merci” francés. También me intrigó ver en un mapa de México varios espacios pintados de amarillo marcados con el letrero: “Zona por descubrir”. En Francia, los jardines son un pañuelo, todo está cultivado y al alcance de la mano. Este enorme país temible y secreto llamado México, en el que Francia cabía tres veces, se extendía moreno y descalzo frente a mi hermana y a mí y nos desafiaba: “Descúbranme”. El idioma era la llave para entrar al mundo indio, el mismo mundo del que habló Octavio Paz, aquí en Alcalá de Henares en 1981, cuando dijo que sin el mundo indio no seríamos lo que somos.
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¿Cómo iba yo a transitar de la palabra París a la palabra Parangaricutirimicuaro? Me gustó poder pronunciar Xochitlquetzal, Nezahualcóyotl o Cuauhtémoc y me pregunté si los conquistadores se habían dado cuenta quiénes eran sus conquistados.
Quienes me dieron la llave para abrir a México fueron los mexicanos que andan en la calle. Desde 1953, aparecieron en la ciudad muchos personajes de a pie semejantes a los que don Quijote y su fiel escudero encuentran en su camino, un barbero, un cuidador de cabras, Maritornes la ventera. Antes, en México, el cartero traía uniforme cepillado y gorra azul y ahora ya ni se anuncia con su silbato, solo avienta bajo la puerta la correspondencia que saca de su desvencijada mochila. Antes también el afilador de cuchillos aparecía empujando su gran piedra montada en un carrito producto del ingenio popular, sin beca del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, y la iba mojando con el agua de una cubeta. Al hacerla girar, el cuchillo sacaba chispas y partía en el aire los cabellos en dos; los cabellos de la ciudad que en realidad no es sino su mujer a la que le afila las uñas, le cepilla los dientes, le pule las mejillas, la contempla dormir y cuando la ve vieja y ajada le hace el gran favor de encajarle un cuchillo largo y afilado en su espalda de mujer confiada. Entonces la ciudad llora quedito, pero ningún llanto más sobrecogedor que el lamento del vendedor de camotes que dejó un rayón en el alma de los niños mexicanos porque el sonido de sus carritos se parece al silbato del tren que detiene el tiempo y hace que los que abren surcos en la milpa levanten la cabeza y dejen el azadón y la pala para señalarle a su hijo: “Mira el tren, está pasando el tren, allá va el tren; algún día, tú viajarás en tren”.
[...] Tenemos el dudoso privilegio de ser la ciudad más grande del mundo: casi 9 millones de habitantes. El campo se vacía, todos llegan a la capital que tizna a los pobres, los revuelca en la ceniza, les chamusca las alas aunque su resistencia no tiene límites y llegan desde la Patagonia para montarse en el tren de la muerte llamado “La Bestia” con el sólo fin de cruzar la frontera de Estados Unidos.
[...] Los mexicanos que me han precedido son cuatro: Octavio Paz en 1981, Carlos Fuentes en 1987, Sergio Pitol en 2005 y José Emilio Pacheco en 2009. Rosario Castellanos y María Luisa Puga no tuvieron la misma suerte y las invoco así como a José Revueltas. Sé que ahora los siete me acompañan, curiosos por lo que voy a decir, sobre todo Octavio Paz.
Ya para terminar y porque me encuentro en España, entre amigos quisiera contarles que tuve un gran amor “platónico” por Luis Buñuel porque juntos fuimos al Palacio Negro de Lecumberri —cárcel legendaria de la ciudad de México—, a ver a nuestro amigo Álvaro Mutis, el poeta y gaviero, compañero de batallas de nuestro indispensable Gabriel García Márquez. La cárcel, con sus presos reincidentes llamados “conejos”, nos acercó a una realidad compartida: la de la vida y la muerte tras los barrotes.
[...] Niños, mujeres, ancianos, presos, dolientes y estudiantes caminan al lado de esta reportera que busca, como lo pedía María Zambrano, “ir más allá de la propia vida, estar en las otras vidas”.
Por todas estas razones, el premio resulta más sorprendente y por lo tanto es más grande la razón para agradecerlo.
El poder financiero manda no sólo en México sino en el mundo. Los que lo resisten, montados en Rocinante y seguidos por Sancho Panza son cada vez menos. Me enorgullece caminar al lado de los ilusos, los destartalados, los candorosos.
A mi hija Paula, su hija Luna, aquí presente, le preguntó: —Oye mamá, ¿y tú cuántos años tienes?
Paula le dijo su edad y Luna insistió:
—¿Antes o después de Cristo?
Es justo aclararle hoy a mi nieta, que soy una evangelista después de Cristo, que pertenezco a México y a una vida nacional que se escribe todos los días y todos los días se borra porque las hojas de papel de un periódico duran un día. Se las lleva el viento, terminan en la basura o empolvadas en las hemerotecas. Mi padre las usaba para prender la chimenea. A pesar de esto, mi padre preguntaba temprano en la mañana si había llegado el “Excélsior”, que entonces dirigía Julio Scherer García y leíamos en familia. Frida Kahlo, pintora, escritora e ícono mexicano dijo alguna vez: “Espero alegre la salida y espero no volver jamás”.
A diferencia de ella, espero volver, volver, volver y ese es el sentido que he querido darle a mis 82 años. Pretendo subir al cielo y regresar con Cervantes de la mano para ayudarlo a repartir, como un escudero femenino, premios a los jóvenes que como yo hoy, 23 de abril de 2014, día internacional del libro, lleguen a Alcalá de Henares.
[...]
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