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Un Líquen Inesperado, de Nombre y de Hecho
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Estás caminando por senderos que has recorrido decenas de veces cuando, de repente, te preguntas qué son esas costras verde-grisáceas en los árboles que sueles ver. Equipado con bolsas de papel, siempre presentes en la mochila de un liquenólogo profesional, comienzas a recolectar muestras con cuidado. Envíalas a un colega para una identificación más precisa y, sorpresa, sorpresa: ¡cuatro muestras resultan ser totalmente distintas de las demás!
Al principio, clasificas estos ejemplares en el género Lepraria debido a ciertas similitudes, como el talo muy fino y desmenuzado en gránulos. Sin embargo, algo no cuadra. Pronto te das cuenta de que estos cuatro líquenes no son tan verdes como pensabas: su costra tiene un tono azuloso, con matices entre turquesa y verde agua oscuro, un color que ninguno de los dos había observado en ningún otro liquen antes. No solo eso, sino que los análisis moleculares realizados en algunas secuencias de ADN extraído colocan estos ejemplares en otro género, Leprocaulon, sin coincidir con ninguna especie secuenciada hasta el momento.
La trama se complica y el grupo de estudio crece. Decides involucrar a otros expertos para secuenciar el ADN en una muestra más amplia que las cuatro iniciales. Se recolectan nuevos ejemplares y ahora esperas ansiosamente los resultados, como si estuvieras esperando el resultado de una prueba de paternidad.
Y finalmente, lo que esperabas—pero no te atrevías a decir en voz alta—se hace realidad: ¡has descubierto una nueva especie de liquen para Italia! Pero hay más: el alga simbionte—ya que los líquenes son seres vivos compuestos principalmente por la simbiosis entre una cianobacteria (o un alga) y un hongo—también resulta ser nueva para la ciencia y pertenece al género Symbiochloris!
Ahora llega el dilema del nombre. Dado que los primeros ejemplares fueron recolectados en el Valle del Ticino, el equipo de investigación pensó en llamarlo Leprocaulon ticinense. Pero entonces, tú, el liquenólogo que encontró los primeros ejemplares, decides dar otro paseo, esta vez en Val Camonica. ¿Y qué encuentras en un castaño? Ese mismo liquen azuloso, en un hábitat completamente distinto. El nombre inicial queda descartado y, dado el número de sorpresas que este pequeño ser vivo ha dado y sigue dando, la elección es clara: Leprocaulon inexpectatum.
Este hallazgo demuestra que, a pesar de la degradación ambiental, todavía existen islas de biodiversidad que resisten y esconden sorpresas. Y quién sabe, tal vez la próxima nueva especie esté esperando ser descubierta por ti, en uno de tus senderos habituales.
¡Hasta Pronto y Buena Ciencia!
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Doblarse, pero no Romperse: La Resiliencia de los Árboles al Viento
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Cualquiera que haya observado fuertes ráfagas de viento sabe cómo los árboles pueden doblarse sin romperse, regresando a su posición original. Esta resiliencia depende de estrategias naturales que permiten a los árboles disipar la energía del viento y prevenir daños. En algunos casos, los vientos moderados mejoran la estabilidad de los árboles, ayudándolos a adaptarse a entornos ventosos. Sin embargo, cuando la fuerza del viento supera su umbral de resistencia, troncos, ramas o raíces pueden romperse, causando efectos devastadores en los bosques.
Con el aumento de eventos climáticos extremos, como ciclones y tifones causados por el cambio climático, entender los mecanismos de resistencia de los árboles es crucial. Este conocimiento no solo ayuda a reducir pérdidas económicas, sino también a prevenir la propagación de patógenos e insectos dañinos. Un estudio reciente analizó el comportamiento de árboles de Cryptomeria japonica en dos parcelas forestales con diferentes configuraciones. En la parcela no clareada P-100, había 3000 troncos por hectárea, mientras que en la parcela clareada P-50, el número se redujo a 1500 troncos por hectárea. Para estudiar las respuestas de los árboles al viento, los investigadores instalaron galgas extensométricas en la base de los troncos para medir fuerzas de torsión y unidades de medición inercial a seis metros de altura para rastrear movimientos tridimensionales.
Entre 2017 y 2019, los investigadores recopilaron datos sobre las respuestas de los árboles a vientos naturales, incluidos los provocados por el súper tifón Trami en 2018. Posteriormente, utilizaron árboles arrancados para experimentos de torsión y tracción. En estos experimentos, los árboles se arrancaron para medir el torque máximo, la fuerza necesaria para derribarlos. Los resultados mostraron que los árboles oscilan en dos frecuencias principales. Con vientos ligeros, oscilan a alta frecuencia (2-2.3 ciclos por segundo), donde las ramas absorben la mayor parte de la energía, protegiendo troncos y raíces. Con vientos más fuertes, pasan a una oscilación de baja frecuencia (0.2-0.5 ciclos por segundo), donde todo el árbol se mueve como un sistema único, transfiriendo fuerzas al tronco y raíces, aumentando el riesgo de ruptura o arranque.
La transición entre estos modos de oscilación depende de la densidad del bosque. En la parcela densa P-100, la transición ocurrió a velocidades de viento entre 1.79 y 7.44 m/s, mientras que en la parcela clareada P-50, ocurrió a velocidades más bajas, entre 1.57 y 5.63 m/s, debido a una mayor exposición al viento. Durante el tifón Trami, los investigadores encontraron que la resistencia real de los árboles arrancados en la parcela clareada era solo el 48% de la resistencia estimada en experimentos. Esta discrepancia se atribuyó a la fatiga radicular, un fenómeno donde las raíces acumulan estrés debido a vientos ligeros repetidos antes de los más fuertes. Este movimiento continuo debilita progresivamente las raíces, haciéndolas incapaces de soportar cargas mayores. La parcela clareada sufrió más daños porque su menor densidad permitió una mayor penetración del viento, agravando la fatiga radicular.
Con el cambio climático intensificando eventos extremos, adaptar las prácticas de gestión forestal es esencial para garantizar bosques resilientes. Aunque el clareo promueve el crecimiento, también puede aumentar la vulnerabilidad a tormentas. Este estudio demuestra que integrar conocimientos mecánicos y dinámicos en la gestión forestal es vital para equilibrar crecimiento y resiliencia.
¡Hasta Pronto y Buena Ciencia!
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Foto de Hans

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