#muñeca vacía
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Creep - Enzo Vogrincic
+18! Dark/Non-Con. Stalker!Enzo. Age Gap, anal fingering, biting, (mentions of) blood, breeding kink, choking, creampie, dacrifilia, dirty talk, fingering, (muy fugaz) foot fetish, knife play, masturbation, sexo oral, sexo sin protección, subspace, uso no consensuado de somníferos. Aftercare. Español rioplatense.
12/11/2024
El jarrón cayó con la suavidad de una tragedia anunciada.
El estrépito de la cerámica quebrándose y el caos de los fragmentos dispersándose llenó la habitación, como un grito mudo, interrumpiendo el silencio de la noche. Las flores que contrastaban con el color oscuro de la madera llamaron tu atención –sólo por un microsegundo- mientras el eco del impacto aún resonaba entre las paredes.
Y luego un silencio inquietante se instaló en la habitación, como si el aire mismo estuviera esperando, suspendido por el momento de tensión. Mientras intentabas regular tu respiración observaste tus manos vacías, todavía en la posición de sostener el jarrón, antes de dirigirle una mirada a Enzo. Un escalofrío te recorrió.
Corriste en dirección a la puerta, con las piernas débiles y la sensación de ser ingrávida, pero el aire repentinamente espeso y viscoso dificultaba tus movimientos. Por un segundo pensaste que estabas nadando en éter, esforzándote hasta el límite en cada brazada, divisando la línea de meta pero incapaz de poder alcanzarla.
Un sonido débil dejó tu garganta cuando sentiste sus dedos cerrándose sobre tu muñeca con precisión, justo como la mandíbula de una serpiente capturando una pequeña presa malherida, permitiéndole sentir el calor de su veneno y prolongando cada segundo de agonía hasta la muerte.
La fuerza de su agarre movió tu cuerpo como un látigo y tropezaste, pero antes de caer o poder recuperar el equilibrio su cuerpo te embistió contra la pared más cercana. Golpeaste el muro con un sonido seco y te quedaste inmóvil, aturdida, desorientada, intentando procesar la situación mientras tus ojos se llenaban de lágrimas. Su mano sobre tu boca parecía un veredicto y sentiste el sabor amargo de la desesperación en la lengua.
-No te voy a lastimar- juró Enzo, con una expresión de profundo dolor y lágrimas colmando sus ojos, antes de rozar tu brazo con un objeto frío-. No grites, por favor, no grites. Vos sabés que no te voy a hacer nada.
Te preguntaste –y no por primera vez- cómo terminaste en una situación así.
20/6, 23:47 h.
Enzo sólo quería fumar en silencio.
Cuando buscó refugio en el balcón te encontró sola, sumida en tus pensamientos, con una expresión que oscilaba entre el aburrimiento y la molestia. Desde un rincón observabas las luces de la ciudad, los autos, la avenida, estirándote sobre la fría barandilla de metal, ignorando su presencia hasta que borró esa distancia que los separaba.
Carraspeó y tu postura, que sugería hasta entonces una evidente desconexión con el entorno, se tornó rígida por un breve instante. Te mostraste sorprendida, como si no esperaras que alguien te acompañara allí, sobre todo por la temperatura y las esporádicas ráfagas de viento helado.
En un involuntario gesto de complicidad le sonreíste y él no pudo evitar devolverte la sonrisa.
-Mucho ruido, ¿no?- preguntó mientras señalaba las puertas cerradas.
-Y mucha gente.
Tu voz, más que hacer una observación, sonaba como un lamento.
Enzo notó que estabas temblando, rodeándote con tus brazos en un intento de protegerte del frío, pero esto no parecía ser razón para regresar a la fiesta. Se preguntó qué motivo te llevó a esconderte de la multitud, de la música, de las luces, el alcohol y las drogas -que parecían ser los principales atractivos de la velada-. Tomó un cigarrillo del paquete.
-¿Te molesta…?- preguntó mientras buscaba su encendedor. Luego de que negaras encendió el cigarrillo lentamente para permitir (consciente de que estabas mirándolo fijo) que la llama iluminara su rostro, todavía analizando la situación, pensando cómo proceder-. ¿Estabas aburrida?
-No- te encogiste de hombros. Indiferente-. Bueno, en realidad sí, es que no soy de venir a estos lugares.
-Yo tampoco.
-¿Sos amigo de…?
Hizo una pausa para inhalar profundamente, saboreando el tabaco y también el tiempo que le otorgó esa simple acción, para luego exhalar y esperar que el humo se desvaneciera con el viento. Seguiste la espiral con la mirada, casi en trance, antes de volver a mirarlo.
-No, me invitaron unos compañeros de teatro… ¿La verdad? No sé ni quién vive acá.
Soltaste una pequeña risa tímida y volviste la vista hacia el horizonte.
-¿Sos actor?
-Entre otras cosas, sí.
-Siempre me pareció interesante el teatro- dijiste repentinamente. Cuando ocupó el lugar a tu lado, imitándote e inclinándose sobre la barandilla, lo miraste de reojo y no hiciste un esfuerzo por poner distancia con él. Continuaste:- Nunca intenté.
-¿Por qué?
-Me da vergüenza.
-Es una buena manera de sacarse la vergüenza- susurró-. No tenés otra opción.
Arrugaste la nariz y el gesto le pareció extremadamente tierno.
Enzo intentó fingir que la serenidad del balcón y el suave resplandor de la luna llamaban su atención más que la manera en que jugabas con tus manos, cómoda pero sin desprenderte de esa timidez que parecía caracterizarte; permitió que el silencio ocupara el espacio entre sus cuerpos, temeroso de abrumarte con más palabras de las necesarias, pero consciente de que aún podían hallar una conexión en el tiempo compartido en quietud.
Minutos más tarde apagó el cigarrillo en el metal y juntos contemplaron la espiral de humo extinguiéndose. No intentó tirar la colilla por el balcón, convencido de que ese sería un gesto que le reprocharías o desaprobarías, y también fingió que no buscaba una maceta para deshacerse de los vestigios de su adicción.
-Bueno- suspiró sonoramente para que lo oyeras, como si la despedida le pesara horrores, extendiendo una mano en tu dirección-. Fue un gusto.
Dudaste sólo un segundo antes de sonreír y estrechar su mano. El contraste entre su temperatura corporal y la tuya, producto de tu tiempo en el balcón, le pareció divino. Tentador.
Una provocación.
-Igualmente.
No preguntaste su nombre, no lo seguiste con la mirada mientras dejaba el reducido espacio que compartieron, sólo volteaste para seguir con tu meditación. Eso no impidió que notara cómo tu cuerpo permanecía en ese ángulo que habías adoptado mientras hablaban. Dejó el balcón, la fiesta y los desconocidos en ella, sin detenerse.
Bajó once pisos por las escaleras, estrechas y oscuras, esforzándose por respirar y reprochándose por ser incapaz de dejar el horrible hábito de fumar. Cuando lo recibió el exterior, mucho más frío e imposiblemente más oscuro que cuando llegó, no le pareció que esperar en esas condiciones fuera un sacrificio y –justo como tenía planeado- cruzó para poder esconderse del otro lado de la calle.
Oculto en la penumbra de un callejón se recostó contra una pared y se llevó ambas manos hacia el rostro. Sonreía como un maniático y sentía su sangre corriendo fervientemente, pulsando en sus muñecas y en su cuello, llenando su erección hasta que su ropa en tensión le generó dolor.
Llevaba semanas esperando para poder hablarte. Años. Toda una vida.
Consideró reprimir el deseo y la necesidad, ignorar el dolor, pero ya no podía seguir esperando: liberó su miembro, completamente erecto y goteando, sin importarle el frío o la posibilidad de ser visto. Unos escasos y vergonzosos minutos más tarde tuvo que morder con fuerza su bufanda para no gemir cuando salpicó sus botas, su ropa y su mano.
Esperó en el mismo lugar hasta verte salir.
22/10, 18:45 h.
La tarde se terminaba, entre sombras largas y los tonos naranjas en el cielo, cuando Enzo escuchó tu puerta. Observó por la mirilla la forma en que caminabas, con ritmo ligero y una expresión de emoción, con tus tacones resonando por el corredor. Repasó de memoria todas las fechas de tu calendario, todos los eventos importantes y cumpleaños, sin comprender hacia dónde te dirigías.
Siempre hablabas con él sobre tus actividades. Sobre todo. Siempre. ¿Por qué ese día no?
Pensó en la manera en que la blusa de seda brillaba bajo los últimos rayos del sol, el movimiento del pantalón de lino que resaltaba la curva de tu cadera, las uñas de tus pies pintadas con tu color favorito, tu cabello perfectamente peinado y el sutil maquillaje. Pensar en la probabilidad de que estuvieras camino a una cita lo molestó, incluso sabiendo que no tenía derecho alguno, porque… ¿Y si tu cita era con alguien peligroso?
La falta de información en tus redes sociales lo escandalizó todavía más y cuando chequeó –con ese perfil que creó específicamente para seguir a tus conocidos más cercanos- los perfiles de tus amigas, justo como temía, no había en ellos nada que considerara útil. Intentó concentrarse en su lectura, sus ojos viajando por las páginas del libro que sostenía cuando escuchó tu puerta, pero no podía evitar tomar su teléfono cada cinco minutos y refrescar tu perfil.
Observó fijamente la ventana durante un muy largo rato, mientras los últimos vestigios de la tarde se desvanecían, experimentando la sensación de un algo que lo invadía lentamente. Enzo no podía precisar qué le molestaba más: ¿era el hecho de que no compartiste con él ningún detalle sobre la velada o la posibilidad de que fueras a regresar acompañada y tener que presenciarlo?
“¿Y si no volvías?” pensó repentinamente. Conociéndote, era poco probable, porque no saldrías con un desconocido y permitirías que te lleve a su casa en la primera cita, ¿no? ¿No…? Fue en ese instante –con la misma pregunta parpadeando, con luces de neón, en cada recoveco de su mente- que decidió, sin pensar, que tenía que hacer lo necesario para saber en dónde y en compañía de quién estabas. Quería estar seguro de que no corrías peligro.
Lo necesitaba.
No tenía un plan concreto, sólo sabía que necesitaba entrar en tu casa, hacerse con tu computadora o con esa libreta que vio en tu habitación cuando lo invitaste hace unas semanas. Recordaba todas las notas, algunas con letra desastrosa y otras más cuidadas, que encontró allí: tus compromisos, las fechas en que te reunirías con amigos, citas médicas. Todo.
Mantuvo una mano sobre su pecho mientras regaba las plantas del corredor, intentando calmar sus pulsaciones, repitiéndose como un mantra que era imposible que los vecinos sospecharan que tenía dobles intenciones mientras regaba las plantas en tu entrada. Estaban mucho mejor, sobre todo por sus cuidados secretos, pero aún así quería felicitarte por tu trabajo.
Tomó de su bolsillo la copia de tu llave (que tomó del escritorio del encargo sólo por precaución) antes de voltear una última vez y corroborar que nadie estuviera vigilando. En un rápido y ágil movimiento, mientras contenía la respiración, se coló en el interior de tu hogar y cerró la puerta con cuidado.
Escuchaba el latir de su corazón en sus oídos, irritante, molesto, opacando el resto de los sonidos: esperaba oír una alarma, una respiración, lo que fuera. Nada. Dejó salir todo el aire en sus pulmones antes de inspirar profundamente.
El espacio estaba plagado con tu esencia, un pequeño detalle que no contempló lo suficiente la primera vez que lo invitaste, ya que estaba muy concentrado en vos y en todo lo que hacías para él. Por él. La libertad lo consumió como un fuego, voraz e incontenible, cuando entendió que podía hacer lo que deseara.
Recorrió lentamente la sala de estar y deslizó sus dedos sobre el terciopelo del sofá, inspeccionó todos los libros sobre la reluciente mesa de cristal y los de tu estantería, jugó con ese extraño colgante musical que tenías en el ventanal que llevaba a tu balcón. Se maravilló con esos infinitos detalles que no había notado, como el cuenco de cerámica con accesorios.
Tomó un objeto extraño, de seda, impregnado con el aroma de tu cabello.
En la mesa de la cocina se encontró con fotografías tuyas, de tus amigas, de tu familia, de personas que no conocía, pero también recibos de diversas tiendas con múltiples anotaciones incomprensibles en una letra que no era la tuya. Tomó sólo uno, ya que los globos seguramente eran insignificantes y pasaría desapercibido, preguntándose si realmente le serviría.
Se dirigió hacia tu habitación. Estaba nervioso.
Tu cama estaba tendida pero con un enorme caos, imposible de ignorar, sobre el edredón. Enzo tomó el dobladillo de una camisa entre sus dedos y se permitió sentir la suavidad del material antes de llevarse la prenda hacia el rostro para poder sentir el aroma de tu perfume, el de la crema corporal que te gustaba, el suavizante de telas que utilizabas en tu ropa. Suspiró.
Entre blusas, faldas y pantalones, divisó un conjunto de lencería rojo. Intentó ignorarlo.
Tomó una de tus almohadas y estaba por enterrar su rostro en ella cuando un sonido seco llamó su atención. Un objeto rodó sobre la alfombra y en su desesperación lo tomó, ignorando durante unos pocos segundos que era un pequeño vibrador, con la intención de devolverlo a su lugar. No podía darse el lujo de…
Se detuvo en cuanto comprendió de qué se trataba y tuvo que esforzarse, con el objeto aún en su palma, para no deshacerse de su ropa en ese mismo instante. Masajeó su creciente erección por sobre sus prendas, irritado por no poder liberarse, recordándose el único objetivo de su visita.
Examinó el contenido de tu mesita de noche. Allí estaba la libreta.
La abrió rápidamente y comenzó a hojear las páginas: recibos, notas sin mucha importancia, alguna lista de cosas que tenías pendientes y luego, entre las últimas páginas desnudas, algo que lo sorprendió: era el pétalo de una flor. Él lo reconocía a la perfección, ya que era una de las flores en sus macetas, pero… ¿En qué momento lo tomaste? ¿Por qué lo conservabas? La inesperada y grata sorpresa hizo palpitar su miembro.
No. No podía.
Sonriente, devolvió el pétalo a su lugar entre las páginas, pero su expresión cambió en cuanto escuchó el sonido de las llaves y la puerta de entrada. Presa del pánico, miró su reloj y se preguntó en qué momento había pasado más de una hora; regresó la libreta y pensó, desesperadamente y con el cuerpo en llamas, dónde esconderse.
El único lugar –un tanto estrecho y sofocante, comprobó- era bajo tu cama.
Se arrojó contra la pared y esperó mientras cubría su boca con ambas manos. Empezó a rezar. La posición era incómoda y él respiraba con dificultad, reprochándose mentalmente por perder la noción del tiempo, por dejarse llevar, por estar tan obsesionado y por ser incapaz de calmarse. Respiró. Escuchó. Esperó. Respiró nuevamente.
Enzo no necesitaba ver tu rostro para saber que estabas molesta. El sonido de tus pasos y tus resoplidos, junto con la fuerza y la violencia empleada para deshacerte de tus zapatos en la penumbra del corredor, era suficiente. No esperaba que los lanzaras como un misil en su dirección y que estuvieras a punto de golpear su rostro.
Cerró los ojos y sólo volvió a abrirlos cuando escuchó el agua de la ducha. Empujó el zapato lejos, para que no estuviera bajo la cama y mucho menos cerca de su persona, porque lo último que necesitaba era que lo encontraras a él mientras buscabas otra cosa.
Esperó unos minutos, sólo para estar seguro, antes de reunir fuerzas y tomar impulso para salir de su escondite. Movió su cuerpo con cuidado, evitando quejarse o hacer cualquier sonido que lo delatara, pero en el intento de reincorporarse el espacio estrecho y la fuerza de sus movimientos terminaron jugándole en contra.
Un dolor punzante lo desorientó y se mordió la lengua para no gritar.
Fue incapaz de reprimir un gruñido y sólo pudo pensar en morder su mano para guardar silencio. No estaba seguro de si la razón de sus ojos nublados era el pánico, las lágrimas o el golpe, pero no podía permitirse ser descubierto sólo por no saber controlarse en una situación de estrés. Tenía que recomponerse y huir antes de…
El cuarto se oscureció todavía más. Enzo juró que la temperatura de la habitación cambió. Podía sentir que todo giraba y se preguntó cómo era posible. Sólo era una golpe en la ceja, ¿no? Era ilógico que fuera más grave que el pequeño corte sangrante. No podía ser algo muy serio.
Colocó sus pálidas y temblorosas manos sobre la alfombra y logró concentrarse por un breve instante. Aún tenía la vista borrosa, pero sus oídos captaron el silencio, absoluto y escalofriante. Respiró hondo, luchando para no perder la cordura, cuando escuchó tus pasos; en un principio pensó que era el eco de sus latidos, pero luego comprendió que regresabas a tu habitación.
Hacia él.
Enzo, paralizado, comprendió que ya no tenía tiempo. Sólo restaba esperar.
Te llevó unos minutos ordenar el desastre que habías dejado antes de marcharte y mientras lo hacías te escuchó maldecir múltiples veces. Sospechaba que algo había salido mal durante tu cita, que el hombre en cuestión no cumplía con tus expectativas, pero no podía negar que en lugar de sentir lástima sentía alivio. Sabía que sólo él podía darte todo lo que merecías.
Sólo tenía que esperar. Y tenía tiempo de sobra para hacerlo.
Cuando por fin te arrojaste sobre el colchón te escuchó moviéndote en busca de una posición más cómoda. Suspiraste incontables veces mientras lo hacías. Luego el sonido de tu teléfono, irritante para su condición actual, llegó a sus oídos junto con tu risa. Imaginó cómo te veías, imaginó que mordías tu labio mientras reías, imaginó que reías pensando en algún recuerdo divertido sobre su persona.
Con extremo cuidado, procurando que sus movimientos resultaran menos torpes de lo que sospechaba, desbloqueó su teléfono. Era difícil leer y comprender los números en la pantalla. ¿Cuánto tiempo llevaba en tu casa? ¿Cuánto tiempo llevaba bajo tu cama? Llevó sus dedos hacia su ceja y descubrió la zona hinchada, sangrando, sensible.
Esperó oír tu respiración ralentizarse mientras él mismo batallaba contra el sueño, más que probablemente producto del golpe, esforzándose para no dejarse ir… Y en su lugar escuchó un suspiro, agudo y prolongado, seguido por el sonido de tu ropa y las sábanas.
No, pensó horrorizado, no me hagas esto. Oculto bajo tu cama, con una erección que se negaba a desaparecer desde que encontró tu vibrador, comprendió que estabas más que dispuesta a empeorar su estado. Era imposible que hicieras esto sólo porque sí. Intentabas provocarlo.
Y él siempre fue débil.
Metió la mano en el bolsillo de su pantalón y capturó el encaje rojo entre sus dedos, pensando en qué tan terrible sería masturbarse bajo tu cama, manchar esa delicada prenda que te había robado, impulsado únicamente por el sonido de tu voz y tu evidente humedad, imaginando cómo te verías bajo su cuerpo y bajo su control.
Bajó la cremallera de su pantalón y liberó su miembro, desesperadamente duro y mojado con la absurda cantidad de líquido brotando de su punta, de los confines de su ropa interior. Sostuvo la prenda robada entre sus dientes para silenciar hasta el mínimo suspiro, gemido o jadeo, pero sólo porque quería escucharte sin interrupción alguna. Tus gemidos en aumento eran una bendición para sus oídos. No podía detener sus caricias.
-Enzo…
Frenó en seco. Cerró los ojos.
El orgasmo lo golpeó y se cubrió la boca, luego de retirar tu ropa interior, para silenciar sus sollozos y su respiración temblorosa. Llevó la prenda hacia su miembro y su liberación manchó el rojo hasta oscurecer por completo el encaje; continuó moviendo su mano, jugando con su erección cada vez más débil, hasta que la sobre estimulación lo obligó a detenerse. Sonrió.
Pensabas en él.
27/06/2024, 08:39 h.
“Es el fin del mundo” es lo primero que viene a tu mente cuando despertás. El retumbar constante de la tormenta, el repiqueteo de las gotas sobre las ventanas y el viento aullando en cada ráfaga te hacen sentirte inquieta, pero aún así cerrás los ojos con la esperanza de poder dormir nuevamente. No sucede.
Cambiás de posición varias veces antes de llegar a la conclusión de que es en vano, sobre todo porque esa sensación de estar olvidando algo persiste, y es así como terminás sentada sobre el colchón mientras estudiás tu nueva habitación. Todo está donde debe estar, exceptuando las cosas que permanecen en sus cajas, rogándote que termines de desempacar de una vez.
Las luces apagadas no te permiten ver todos los detalles de este nuevo lugar, un espacio que todavía no sentís como propio y (para tu horror) mucho menos como un hogar, pero reconocés todos los objetos que llegaron con vos. Los cuadros sobre la cómoda, la lámpara, ese móvil que colocaste en tu ventana aunque la ubicación no te convence, los libros y…
Las plantas.
Saltás de la cama, deslizándote con rápidez –y tropezando con las varias cajas desperdigadas por la sala en el proceso- hacia la puerta principal. El sonido de la tormenta es ensordecedor y cuando cruzás el umbral el exterior te recibe con gotas de lluvia salpicando tu rostro y el viento, gritando con violencia, colándose entre tus prendas hasta hacerte temblar.
La primera maceta está volcada y las hojas de una suculenta, que ya parecía estar en sus últimos minutos de vida la noche previa, regadas por el suelo de la galería. Rescatás la improvisada maceta con ramas de un jazmín, cortesía de una vecina de la primera planta, y la abrazás fuertemente mientras te estirás para tomar el cactus. Tenía una flor hace unas horas.
Tenía.
La puerta cerrándose de un golpe hace que te sobresaltes y una espina traicionera se hunde en tu piel. El dolor te roba un grito y las macetas en tus manos caen en cámara lenta; el recipiente con el jazmín (que podría haber sido en un futuro, en una realidad paralela, pero ya no será) cae en el suelo con un ruido sordo y el agua del mismo salpica tu pijama, mientras que el cactus impacta escandalosamente en las cerámicas.
Los restos de la maceta viajan como estrellas fugaces.
Intentás ignorar el elefante en la habitación. Imposible. Pensás en cómo se supone que vas a comunicarte con el encargado del edificio mientras contemplás el desastre: estás en pijama, sin sostén, despeinada, descalzada, no podés dirigirte hacia el vestíbulo en estas condiciones, pero considerando que tu teléfono todavía está en tu habitación… ¿Qué otra opción tenés?
Un sonido y el movimiento de la puerta contigua llaman tu atención. Es…
El vecino, hasta ahora desconocido, te observa desde su puerta con una expresión de confusión. Probablemente escuchó el escándalo y salió en busca de una explicación, seguro no esperaba ver a la vecina recién mudada encerrada fuera de su hogar, empapada y sucia con tierra, presionando con fuerza una herida superficial en su dedo.
“Tragame, tierra” se repite en tu mente.
-¿Todo bien?- pregunta sólo para romper el hielo. Mientras recorre la distancia que separa su puerta de la tuya, cubriéndose el rostro para no mojarse, no podés evitar fijarte en cómo el viento mueve su cabello mientras la lluvia salpica su camiseta.
Intentás explicar, entre balbuceos producto de la conmoción del momento, el problema de las plantas y la puerta. Escucha con atención, su cabello y su ropa mojándose cada vez más, pero permanece en calma. Inamovible. Sereno. Lucía igual cuando lo conociste en ese otro balcón.
¿Es esta la manera en que están destinados a encontrarse?
-Te ayudo- dice con expresión amable-. Puedo ir a hablar con el encargado y ver si tiene una copia de la llave, ¿querés?
Una mezcla de pánico y vergüenza te recorre mientras jugás con el dobladillo de tu camisa, cada vez más húmeda y próximamente traslúcida, pero sabés que no tenés muchas más opciones y… No lo conocés, no te conoce, sólo hablaron cinco minutos, pero quiere ayudarte. Seguramente poco le importa tu estado y estás segura de que el resto de los vecinos también lo ignoraría.
-Te lo agradecería mucho- respondés con un suspiro-. Mi teléfono está en mi cuarto y no sé qué hacer.
-No hay problema- señala su puerta-. ¿Te parece si…? Y podemos llamar.
La intensidad en sus ojos oscuros te hace desviar la mirada.
Tus ojos recorren las macetas restantes hasta que encontrás una ilesa. En el rincón más lejano, protegida por el techo, está esa planta cuyo nombre desconocés pero que tiene hojas que te fascinan: un verde oscuro en el borde, con el centro más claro y un patrón llamativo. La sostenés con firmeza contra tu pecho mientras seguís a Enzo.
Caminan por el pasillo en silencio y cuando entran en su hogar notás que deja la puerta entreabierta unos pocos centímetros. No estás segura de qué motivos tiene para hacerlo, si pretende hacerte sentir menos vulnerable o si es que con suerte no tardarán lo suficiente, pero aún así agradecés el gesto. Te señala el sofá y desaparece.
Tu ropa mojada te hace dudar y permanecés de pie. Esperás no arruinar la duela.
-Sentate- insiste cuando regresa-. No pasa nada.
-Nunca nos presentamos.
Levanta la mirada de la pantalla de su teléfono.
-¿Qué…?
-Nunca nos presentamos- extendés tu mano, susurrando tu nombre, temblando por el frío y por los nervios-. ¿Vos sos…?
El calor de su mano es reconfortante. Su sonrisa también.
-Enzo.
-Gracias, Enzo.
-No, por favor- contesta con una mueca de vergüenza mientras intenta ocultar una sonrisa. Segundos más tarde, todavía mirándote a los ojos y con el teléfono contra la oreja, frunce el ceño-. Qué raro. No contesta.
-¿Estará dormido?
-Le mando un mensaje- decide-. Lo verá cuando se levante, no sé, es raro que…
El resto de la oración muere en sus labios mientras su mirada te recorre. Reafirmás el agarre en la maceta, más nerviosa que antes y sin saber exactamente cómo sentirte, pero no pronunciás palabra alguna hasta que lo ves separar los labios nuevamente.
-¿Qué?
-Estás toda mojada.
Suspirás, entre resignada y derrotada, ignorando el escalofrío que te recorre.
-No importa- mirás tus pies-. Seguro que en unos minutos ya…
-Te podés resfriar- insiste-. ¿Te parece si te presto ropa? Sé que puede ser raro porque no nos conocemos, pero…
Esperás que el calor quemando tu rostro no sea obvio.
-Está bien.
Vuelve a desaparecer. El silencio en la habitación es palpable.
Observás desde tu lugar las fotografías en la pared, los incontables vinilos, el proyector, las plantas bien cuidadas, la caja de cigarrillos a medio terminar esperando sobre la mesita de cristal. El cuaderno con un extraño patrón de colores y los lápices de colores te resultan llamativos. No estás segura de querer preguntar. No querés invadirlo todavía más.
Enzo no parece poseer muchas pertenencias triviales y todo en su hogar parece tener una ubicación exacta, un propósito, una razón lógica. Lo único que parece fuera de lugar, pensás luego de un rato de contemplar el espacio, sos vos. Sos una extraña en la casa de un extraño. Un extraño muy amable, muy comprensivo, muy…
-Esto seguro te va a quedar bien… Y es re cómodo- sonríe, como si intentara convencerte para que no vuelvas a negarte, antes de entregarte la ropa-. Y acá tenés un par de medias para que no te me mueras de hipotermia- señala el corredor-. ¿Te ofrezco un t��? ¿Café? ¿Agua?
Te mordés el labio.
-No, gracias, no es necesario. Ya hiciste mucho por mí.
Finge indignación y sólo borra la expresión de su rostro luego de oírte reír.
El baño es justo como esperabas, porque parece que todas las unidades de este edificio son iguales, pero tiene pequeños detalles que delatan quién es el dueño. Aún no lo conocés, claro, pero te parece que tiene todo el sentido que Enzo tenga un jazmín junto a su perfume. También hallás una colonia y loción, de la misma marca, cuando examinás el estante del espejo.
Mientras te vestís, permitiéndote sentir el algodón bajo tus yemas, notás en la ducha el shampoo y el acondicionador. Era obvio, te decís, porque es imposible que una persona tenga el cabello así de majestuoso sin el cuidado básico –ese que la mayoría de los hombres no sabe ejercer-.
Doblás cuidadosamente tu pijama mientras pensás en si utilizará algo más o si sólo es genética.
Cuando volvés a la sala Enzo te ofrece una taza de té.
-Perdón- susurra. Es obvio que no está en lo absoluto arrepentido-. No quiero que te enfermes.
-Gracias, Enzo, de verdad- aceptás la taza y te sentás junto a él-. Sos un ángel.
La tormenta, cada vez más intensa, opaca el sonido de su risa cuando sorbe de su propia taza. Permanecen en silencio durante unos minutos en los que jugás con el asa de la taza caliente en tus manos, preguntándote cuándo comenzará a sentirse cansado de tu presencia y cuánto tiempo le llevará decidir que tenés que marcharte, sin importar que tengas que esperar en la lluvia.
Su voz grave te saca de tus cavilaciones.
-¿Hace cuánto te mudaste?
-¿Dos semanas? ¿Tres…?- intentás recordar la fecha-. Dejémoslo en tres.
Gira sobre el sofá – su brazo izquierdo descansa sobre el respaldo, estirado en tu dirección, y por un breve instante te perdés en las venas que resaltan en su piel bronceada- para poder verte de frente. No oculta su curiosidad y te sorprende la fugacidad con la que sus ojos, magnéticos y llenos de un algo que te genera intriga, dejaron de hacerte sentir incómoda.
Lo imitás y sonríe.
-¿Cómo es que no te había cruzado antes de…?
-Raro, ¿no?
-¿Te gusta el té?- pregunta luego de verte probar la bebida.
-Sí, es rico, ¿qué tiene?
Con los dedos, enumera:
-Canela, cardamomo, jengibre y… más cosas con nombres complejos que no recuerdo- confiesa-. Es la primera vez que lo pruebo.
-Y yo arruinándote la experiencia.
-Nada que ver.
-Seguro estabas dormido y te desperté con el quilombo que armé.
-Estaba despierto- insiste-. Imposible dormir con semejante tormenta, ¿no…?
-Y…
Suelta una carcajada estrepitosa cuando comprende el significado de tu expresión. Hacés un esfuerzo por no mirar fijamente, hipnotizada por la manera en que sus ojos se cierran cuando ríe, pero de todas formas terminás siguiendo con la mirada la línea fuerte de su mandíbula, el movimiento de su cabello y la tensión en su cuello.
-Perdón.
-No, está bien, me lo merezco- le concedés-. Fue estúpido de mi parte.
-¿Te gustan mucho las plantas? Porque para salir a buscarlas con esta lluvia…
-Las odio- contestás rápidamente, recordando el dolor provocado por la espina del cactus, y ante su confusión agregás:- Quería intentar.
-Te puedo enseñar- ofrece en voz baja-. Es bastante fácil.
-Ya maté un cactus, Enzo.
-Vamos lento, ¿sí?- propone mientras contiene la risa. Deja la taza sobre la mesa y señala la planta que trajiste-. ¿Esta que tenés acá? Es de interior. Cero sol, ¿está…? ¿Tenés mascotas?
-No, ¿por?
-Es tóxica.
-Oh.
-Y purifica el aire.
-¿Cómo puede ser?- preguntas con la voz teñida de escepticismo.
4/11/2024, 20:11 h.
El golpe en tu puerta te hace resoplar.
Tuviste un día horrible y lo último que necesitás son visitas inesperadas. Te dirigís hacia la entrada con pasos pesados, sin molestarte en cambiar tu expresión mientras tomás las llaves, pero ver a la persona en el corredor es suficiente para que tus músculos se relajen. Le sonreís.
-¿Molesto?- pregunta Enzo, con una sonrisa que intenta ocultar, dejándose caer contra la barandilla y cruzándose de brazos-. ¿Mal día?
-Sí… No- te corregís cuando recordás su primera pregunta-. Tuve un mal día, sí. No molestás.
Su rostro comprensivo y su evidente preocupación hacen que tu corazón palpite con fuerza.
Desde que lo conociste Enzo muestra un genuino interés por tu bienestar. No tenés idea de cómo, por qué o en qué momento exacto sucedió, pero desarrollaron una amistad que parece destinada a ser. Siempre te preguntás si la conexión entre ambos comenzó a gestarse el día de la fiesta, durante la tormenta o cuando comenzó a dejarte notas sobre el cuidado de tus plantas.
Enzo es una buena persona y un excelente amigo, siempre te lo repetís, sobre todo cuando intentás ser mejor con él de lo que es con vos. Intentaste retribuir los consejos sobre plantas con café de especialidad, consciente de lo mucho que le gusta esta bebida, pero entonces te ayudó desinteresadamente con la instalación de unas lámparas y te sentiste en deuda nuevamente.
“No, de verdad, no es nada” insiste cada vez que le agradecés por otro inmenso favor. Luego finge molestarse cuando dejás un pequeño presente en su puerta, en sus manos, oculto entre sus plantas, esperando en su buzón en la planta baja… Y de alguna forma vuelve a superarte: invitaciones a museos o para obras de teatro (jamás en las que actúa él), este libro que extrañamente le recordó una conversación que tuvieron, esta canción, esta película.
Enzo es especial. Y es imposible no enamorarse de alguien como él.
Puede que comenzaras a verlo bajo una luz diferente luego de esa primera obra de teatro, cuando caminaban en busca de un bar, escuchándolo hablar sobre lo que lo llevó a refugiarse en la actuación y la comodidad que sentía en el escenario. Quizás ocurrió cuando recordó, tiempo después de la conversación en cuestión, ese gramo de información que le regalaste.
¿Qué fue lo que dijo? ¿”Obvio que lo recuerdo”? Y cuando vio tu expresión estupefacta, incrédula, desconcertada, se esforzó para convencerte de que nadie en el mundo podría olvidar nada de lo que dijeras. Nadie que merezca escucharte dijo mientras te servía más té, cambiando el tema de conversación cuando comprendió que estabas ligeramente abrumada, cuidándote como siempre.
-Sentite con completa libertad de rechazarme- comienza con cautela-, pero…
-¿Sí…?
La anticipación hace que descanses todo tu peso sobre las puntas de tus pies. Es un extraño reflejo del que sólo tomaste consciencia luego de conocerlo y no estás segura de si se originó a causa de su persona o si sólo se volvió más recurrente, más común, más evidente. Siempre tenés que corregir tu postura para no tropezar y caer sobre su pecho.
Te sentís como un girasol persiguiendo el sol.
-¿Noche de películas?- pregunta con expresión de ilusión, sus cejas arqueadas en ese particular ángulo y sus dientes capturando su labio inferior. Ante tu silencio agrega:- Mis amigos me cancelaron a último momento y yo ya tenía todo listo. Se me ocurrió que, no sé, si no es incómodo para vos, podríamos… Y no es que seas mi segunda opción, pero…
-Está bien.
La sorpresa transforma su rostro. Te resultaría ofensivo de no ser porque se ve tierno.
-No esperabas que dijera que sí, ¿no?- soltás una risa-. ¿Tan antisocial te parezco?
-No, para nada, pero…- se encoge de hombros-. Pensé que era muy atrevido de mi parte.
-Nada que ver.
-Bueno, entonces…
-¿Llevo algo?
-No, nada, está todo. En serio- te señala con una expresión seria-. ¿Pizza para cenar te parece bien?
-Perfecto.
-Buenísimo. Era el menú original- comenta con tono divertido-. ¿Te espero o…?
-Dame cinco minutos, ¿sí? Termino con algo acá y voy.
-Dale.
Utilizás los cinco minutos para respirar y mentalizarte. No querés hacer el ridículo.
Cuando cruzás el corredor, temblando con anticipación, te encontrás con su puerta abierta. El lugar parece sumido en el silencio y la quietud, sólo interrumpida por tus pasos sobre la duela, es tangible. Cerrás la puerta y sólo entonces te percatás de su figura cerca del sofá.
-¿Todo bien?- preguntás luego de quitarte los zapatos y dejarlos en la entrada.
Justo como le gusta.
-Sí, se me cayó un… ¡No, cuidado!
Es tarde. El punzante dolor en tu pie te hace gritar y terminás cayendo de espaldas sobre el sofá. Enzo se arroja sobre vos para inspeccionar tu herida: la cercanía con él no es incómoda pero sí es extraña, con su figura cubriéndote y el cabello suelto arrojando una sombra sobre su rostro. Se ve intimidante, pensás, aunque la herida ardiente no te deja pensar mucho tiempo en eso.
-Perdón, no…
-Sh, sh, sh- ordena-. Está bien. Dejame ver.
-Me duele.
-Quedate sentada. Ya vengo.
Mientras esperás su regreso observás el desastre: era un jarrón, sin lugar a dudas, porque con los restos del mismo hay flores y agua por todo el lugar. Enzo regresa, ocupa el extremo opuesto del sofá y lentamente, con todo el cuidado del mundo, toma tu pierna y la coloca sobre su regazo para examinar tu pie.
-¿Por qué siempre estás descalza?- pregunta, entre molesto y frustrado, inspeccionando la profundidad de la herida. Sin mediar palabra retira el cristal y gemís de dolor. Da un apretón a tu tobillo-. Qué costumbre horrible.
-Vos no sos muy diferente, Enzo.
-No, tenés razón- admite con una pequeña risa-. Te va a arder.
Antes de poder procesar sus palabras sentís el líquido frío corriendo por tu piel y el insufrible ardor de la herida. Sujetás su brazo con fuerza, clavando tus uñas en la prenda de algodón que lleva –la misma que te prestó el día de la tormenta-, intentando reprimir tus quejidos y el llanto. Masajea tu tobillo para consolarte.
-Ya está, ya está- susurra. Sus cálidos dedos descansan sobre tu pierna-. Te voy a vendar.
-¿Hace falta?
-Sí.
La delicadeza de sus manos es imposible de ignorar. Está más que concentrado, con los labios apretados y el ceño fruncido, el cabello le cae sobre el rostro y tenés que luchar con todas tus fuerzas contra el deseo de estirarte y acomodar esos mechones rebeldes. Todavía sujetás su brazo –sentís sus músculos cada vez que se mueve- con fuerza y eso no parece importarle.
-¿Qué película vamos a ver?
-La que quieras.
-No sé- arrugás la nariz-. ¿Qué tenías en mente vos?
-No sé, ¿terror?- propone. Levantás la pierna para permitirle ponerse de pie-. Quieta, ¿sí? Junto esto y…
Te dirige una única mirada de advertencia antes de ponerse en cuclillas para limpiar el desastre, ignorando que el movimiento provoca que su camiseta se levante y revele una franja de su espalda, donde una larga y sin lugar a dudas profunda cicatriz recorre su piel.
-¿Cómo te hiciste esa cicatriz?
-Ah, ¿no te conté? Fue con uno de los taburetes que…
-La de la ceja no- lo interrumpís-. En la espalda.
Cuando voltea percibís en su semblante una oscuridad que jamás habías visto en él. Está molesto, terriblemente molesto, la mandíbula tensa mientras captura el interior de su mejilla con sus dientes. Te reincorporás, preparada para disculparte, cuando contesta:
-Un accidente cuando era chico.
-Perdón, no quería incomodarte, es que…
-Sí, ya sé, es fea.
-¡No! No es eso- negás-. Pregunté porque parece muy profunda y… ¿Dolió mucho?
-Muchísimo.
-¿Cuántos años tenías?
-¿Siete? ¿Ocho? No estoy seguro.
Por su expresión, la edad en que haya sucedido –aunque sospechás que fue algo grave- le resulta insignificante, pero cuando desaparece en dirección a la cocina sin ofrecer más explicaciones sabés que es su forma de dar por finalizada la conversación.
Esperás en tu lugar mientras el remordimiento y la vergüenza por tu falta de tacto hacen un hueco en tu pecho. Su voz te saca de tus cavilaciones. Deja sobre la mesa varios snacks.
-¿Ya decidiste?
-No. Elegí vos- le sonreís y bajás la pierna del sofá para permitirle sentarse-. Seguro tenés mejor gusto que yo.
El silencio, incómodo y tenso, impide que te muevas y hables. Enzo hojea las diversas opciones disponibles en diferentes plataformas, mirándote de reojo, puede que en busca de aprobación o alguna sugerencia. O esperando que le ofrezcas una disculpa.
Cuando voltea cerrás los ojos.
-No me molesta, ¿sabés?
-¿Qué…?
-No me molesta que preguntes- y mientras te sostiene la mirada toma tu pierna para volverla a colocar sobre su regazo-. Y estás más cómoda así, ¿no?
-Sí.
Sonríe.
-¿Me vas a ayudar?- señala el televisor con un movimiento de su cabeza-. No soy bueno eligiendo bajo presión. Me da miedo decepcionarte.
-¿Cómo me vas a decepcionar?
Ignora la pregunta. Suponés que es más inseguro de lo que pensaste.
Tomás el vaso que te ofrece y cuando señala la lata de refresco asentís. El sonido del gas es escandaloso y Enzo chequea, mientras sirve la bebida, que ninguna gota rebelde escape y manche tu ropa. Ocultás tu sonrisa con tu mano. Sabés que incluso así sos muy obvia.
-Podemos ver una serie- sugerís luego de ver los resultados en la pantalla-. Hacemos una mini maratón, ¿qué decís?
-¿Tenés algo en mente…?
5/11, 00:06 h.
En cuanto tu respiración lenta y profunda llega a sus oídos Enzo deja de ver la película -comenzó hace unos veinte minutos y esta es una de las mejores escenas- porque no puede concentrarse en nada que no sea la necesidad que corre por sus venas. El pantalón gris que está usando hace poco y nada para ocultar su erección. La tela ya está húmeda con su excitación.
No importa, por supuesto, porque estás dormida. No vas a despertar. No vas a asustarte.
Acaricia tus pies durante un largo rato, luego tus tobillos y tus piernas, mordiéndose el labio en un inútil intento de controlar sus impulsos. No puede evitar deslizar una mano sobre la venda, manchada con tu sangre, recordando tu expresión de vulnerabilidad y la total confianza que tuviste en él cuando se ocupó de tu herida.
Controla tus pulsaciones. Tiene tiempo.
Desliza una mano bajo su ropa interior y comienza a masturbarse lentamente. Juega distraídamente con los dedos de tus pies mientras contempla tus uñas, pintadas de manera prolija con tu color favorito, imaginando cómo se sentiría tu suave y cuidada piel si lo tocaras. Un débil y patético gemido escapa de sus labios cuando te imagina sorprendiéndote por su orgasmo salpicándote.
Escapa con cuidado de su lugar en el sofá y luego de manipular tu figura, recostándote por completo y colocando tu cabeza sobre un cojín para lograr ese ángulo perfecto, se posiciona sobre tu cuerpo. Entre sus piernas, presa de su voluntad y soñando quién sabe qué, parecés un ángel. Pura y perfecta.
Derrama cantidades absurdas de líquido preseminal sobre tus labios hasta hacerlos brillar. Utiliza su glande, muy caliente y sensible, para esparcir su humedad por tus mejillas, tu mentón y tu mandíbula, antes de empujarlo hacia tus labios entreabiertos. Es sólo un centímetro pero la sensación basta para hacerlo gemir.
Te sujeta con delicadeza mientras el calor de tu respiración lo golpea. Realiza pequeños movimientos con su cadera, imperceptibles pero suficientes para que él pueda sentir tu calidez, maravillándose cuando separás los labios en busca de más.
Logra introducirse hasta sentir tu lengua.
¿Cuántas veces imaginó esto? ¿Cuántos orgasmos tuvo pensando en cómo te verías tomándolo en tu boca y llorando por no poder con su tamaño? No está seguro y no le importa; ninguna fantasía puede compararse con tenerte en su poder, aceptando que le pertenecés, inconscientemente suplicándole por más.
Golpea tus labios una, dos, tres veces con su miembro, grabándose la imagen en la memoria y pensando en todas las fotos que podría tomarte. Intenta contenerse pero la situación lo desborda y no puede detener el frenético movimiento de su mano. Derrama unas pocas gotas en tu boca antes de deslizarse fuera, recordándose los límites, manchando tu rostro con su restante liberación.
El placer es intolerable. Quiere llorar.
Respira con dificultad mientras las últimas gotas caen en cámara lenta sobre tu labio inferior y sonríe, en trance, perdido en tu belleza. Imagina que en otro momento le suplicarías para que te permita probarlo, que le rogarías que marque todo tu cuerpo, sin importar la humillación o todos los posibles efectos. Limpia con su pulgar un poco de semen de tus pestañas.
Se pregunta cuánto te llevaría quedar embarazada.
Un suspiro tembloroso resuena por toda la habitación.
Evita mirar su reflejo en el espejo del baño cuando busca una toalla para limpiarte y una vez que desaparece sus rastros –con un cuidado extremo, porque teme irritar tu piel y despertarte, un riesgo que no puede correr- de tu rostro roza tus labios con las yemas de sus dedos. Arrastra dos dígitos hacia tu cuello para controlar tus pulsaciones y espera.
Era la dosis correcta, se felicita mentalmente. Espera tener tiempo para...
-¿Enzo?- sujetás su muñeca con fuerza y él se deja caer-. ¿Qué hacés?
-Perdón- susurra mientras te observa reincorporándote como un rayo. Teme que sus latidos descontrolados lleguen a tus oídos-. Te dormiste y quería sacarte el maquillaje.
-¿Qué maquillaje?- soltás una risa encantadora, pero sólo dura unos segundos y él comienza a preocuparse, porque inmediatamente fruncís el ceño y te llevás una mano a la cabeza-. ¿Qué…?
-¿Qué pasa? ¿Qué tenés?
-Se me parte la cabeza.
El pánico hace temblar sus labios y titubea. No tenía idea sobre posibles efectos adversos.
-¿Querés un…?
-Por favor- te escucha murmurar cuando ya está buscando un comprimido de Paracetamol. Te observa de reojo mientras sirve agua helada en un vaso y se pregunta si su actitud fue muy sospechosa-. Perdón.
-¿Por qué?
-Por quedarme dormida. Qué vergüenza.
Aceptás el comprimido sin comprobar de qué se trata y bebés desesperadamente.
Una mueca de disgusto -no, de confusión, estás confundida- transforma tu rostro y cuando relamés tus labios Enzo sabe que el motivo son esas gotas de semen que derramó en tu boca. Muerde su lengua para combatir la angustia que le provoca verte en este estado, pagando las consecuencias de sus acciones, ignorando lo sucedido.
-No me molesta.
Suspirás. Su miembro palpita.
-¿Ya te dije que sos un ángel?
-Callate- suplica mientras se cubre el rostro con una mano. Siempre finge no ser capaz de tolerar tus cumplidos-. ¿Querés terminar de ver la película?
-Es tarde- lamentás-. No puedo seguir molestándote.
-Molestame todo lo que quieras.
Es tu turno de ocultar tu rostro entre tus manos y él suelta una carcajada. Comparten un momento de silencio mientras contempla la hipnótica sonrisa que le dirigís, mordiéndote el labio de manera tentadora, sin esforzarte en esconder el efecto que sus palabras tienen en vos.
-Gracias por la invitación- decís cuando se despiden en su puerta-. Lo necesitaba.
-Cuando quieras repetimos- ofrece mientras te ve caminar por el oscuro corredor-. De verdad.
Le regalás una última sonrisa y un tímido pero prometedor gesto antes de cerrar tu puerta.
De regreso en la sala su sonrisa desaparece y deja caer sus hombros. Derrotado y con los músculos aún cargados de tensión se encarga de ordenar, recogiendo los paquetes de snacks (ya sabe con exactitud cuáles son tus favoritos) y las latas de refresco vacías.
Estudia el fondo de tu vaso reviviendo en su mente la imagen del somnífero, incoloro pero de una consistencia espesa, reposando en ese mismo lugar. La próxima va a tener que doblar la dosis.
Minutos más tarde se refugia en la seguridad de su habitación. Embiste contra el colchón mientras reproduce infinitamente el video donde desliza su pulgar por tus labios, manchándolos de blanco, para luego repetir el proceso con su miembro; muerde su brazo para silenciar sus patéticos gemidos cuando el orgasmo lo desborda. Repite tu nombre un centenar de veces.
Guarda el video en una carpeta segura. Y las fotografías también.
12/11/2024, 00:01 h.
Evitás todo contacto con Enzo hace días.
Silenciaste sus historias, ignorás sus mensajes, esperás pacientemente hasta que se marcha (últimamente parece salir más tarde y no sabés si es intencional o si sólo es pura coincidencia) cada mañana para no tener que hablar con él. Después de todos estos meses conocés su rutina de memoria y sabes qué hacer para evitarlo.
El recuerdo te invade, sin importar dónde o con quién estés, volviéndose más y más insoportable, torturándote. Cada vez que pensás en eso sentís que todo en tu interior se hunde, la cabeza te da vueltas, tropezás con tus palabras, un sudor frío corre por tu espalda, paralizándote como ningún otro recuerdo lo hizo jamás.
Tenés miedo. Y vergüenza. Muchísima vergüenza.
Nunca habías tenido un sueño húmedo, ¿por qué tenía que suceder justo en su sofá? ¿Y por qué tenías que despertarte y asustarlo con tu exagerada reacción producto de la culpa que el sueño te provocó? Todavía recordás el pánico en su mirada desconcertada.
Cada vez que lo recordás esperás… no, suplicás no haber hecho ningún ruido o haber pronunciado palabra alguna mientras sucedía. Enzo te odiaría de saber lo que soñaste, con él sentado a unos pocos centímetros, cuando amablemente te dejó dormir durante lo que se suponía debía ser una corta pero divertida noche de películas.
El ardor en tus ojos es cada vez más recurrente.
El dolor de tener que evitarlo no se compara con el dolor de saber que probablemente se siente herido por la falta de explicaciones y el desconsiderado trato que estás teniendo con él. No merece tu silencio sólo porque no controlás tus palabras, lo sabés, pero enfrentarlo significaría terminar confensándole todo.
Dejar un regalo en su puerta luego de medianoche, ocultándote como un criminal y confiando en que no va a destrozarlo en cuanto salga de su casa mañana por la mañana, no es suficiente para reparar tu error. Sin embargo, repetís mientras seleccionás las flores, eso es todo lo que podés hacer de momento para ganar tiempo.
Es todo, sí, hasta reunir el valor necesario para confesarle todo (y perder su amistad) o hasta que tus sentimientos por él se evaporen.
Y también es la única manera que tenés para comprobar que su puerta esté bien cerrada. Cuando regresaste hace un par de horas, y aunque corriste para no regalarle la oportunidad de interceptarte en el corredor (es una costumbre suya que te fascina), juraste que su puerta estaba entreabierta. Las luces estaban apagadas.
Mantuviste tus propias luces apagadas desde que llegaste, como hiciste durante la última semana, para que en cuanto regresara no tuviera forma de saber que estabas en casa. Todavía ignorándolo, completa tu mente. Parcialmente, decís para librarte de cargas.
La tenue luz de la lámpara siempre arroja largas sombras extrañas y cuando volteás, lista para comenzar con tu misión de redención, un movimiento en la puerta de tu habitación llama tu atención. No parece ser tu sombra. No parece ser una sombra.
Es una persona. Es...
El jarrón cae con la suavidad de una tragedia anunciada. El estrépito de la cerámica quebrándose y el caos de los fragmentos dispersándose llena por completo la habitación, como un grito mudo, interrumpiendo el silencio de la noche. Las flores, contrastando con el color oscuro de la madera, llaman tu atención –sólo por un microsegundo- mientras el eco del impacto aún resuena entre las paredes.
Un silencio inquietante se instala en la habitación, como si el aire mismo estuviera esperando, suspendido por el momento de tensión. Mientras intentás regular tu respiración mirás tus manos vacías, todavía en la posición de sostener el jarrón, antes de dirigirle una mirada a Enzo. Un escalofrío te recorre.
Corrés en dirección a la puerta, con las piernas débiles y la sensación de ser ingrávida, pero el aire es espeso y viscoso y dificulta tus movimientos. Por un segundo pensás que estás nadando en éter, esforzándote en cada brazada, divisando la línea de meta pero incapaz de alcanzarla.
Un sonido débil deja tu garganta cuando sentís sus dedos cerrándose sobre tu muñeca, justo como la mandíbula de una serpiente capturando una pequeña presa malherida, permitiéndole sentir el calor de su veneno y prolongando cada segundo de agonía hasta la muerte.
La fuerza de su agarre sacude tu cuerpo como un látigo y tropezás, pero antes de caer o poder recuperar el equilibrio Enzo te empuja contra la pared más cercana. Golpeás el muro con un sonido seco y quedás inmóvil, desorientada, intentando procesar la situación. Su mano en tu boca parece un veredicto y sentís el sabor amargo de la desesperación en la lengua.
-No te voy a lastimar- jura Enzo, con una expresión de profundo dolor y lágrimas colmando sus ojos, antes de rozar tu brazo con un objeto frío-. No grites, por favor, no grites. Vos sabés que no te voy a hacer nada.
Bajás la mirada y en la penumbra divisás el brillo del objeto que sostiene Enzo. Es un cuchillo. Gritás contra su palma y forcejéas, pero él ejerce más presión, ignorando el dolor que te provoca, suplicándote con la mirada para que guardes silencio.
Luce horrorizado.
-No, no, no- niega frenéticamente-. No te voy a lastimar. Tranquila.
Alzás ambas cejas y las lágrimas caen de tus ojos. Mira el cuchillo, vuelve a mirarte, mira el cuchillo nuevamente y sólo entonces los engranajes de su mente parecen comprender tu predicamento.
Deja caer el cuchillo y este impacta de punta en el suelo.
-No es mío- jura como si fuera explicación o consuelo suficiente-. No grites, ¿sí? Prometeme que no vas a gritar cuando te suelte.
Intentás asentir pero la fuerza con la que te sujeta contra la pared dificulta cualquier movimiento. Parpadeás dos veces y comprende automáticamente.
-No grites- ordena con voz letal-. ¿Está bien?
Tomás una respiración, profunda y temblorosa, cuando te libera. Balbucéas incoherencias hasta que el pánico y el horror te permiten recordar cómo hablar, escoger tus palabras, pensar cuidadosamente qué decir y cómo. No querés que se enoje. No sabés qué podría hacerte.
Tu voz te traiciona.
-¿Qué hacés acá? ¿Cómo entraste?- preguntás casi en un susurro-. ¿Por qué…?
-No entendés- presiona su cuerpo todavía más contra el tuyo-. Todavía no entendés.
Y entonces lo sentís. Duro. Caliente. Palpitando. Húmedo. Temblás.
-¿Qué es lo que no entiendo?
-Quiero cuidarte- jura-. Quiero que estés bien. Feliz. Segura. Sólo eso.
Parpadéas con fuerza y sin reparar en tus acciones sujetás su muñeca cuando toma tu mejilla. Roza tu pómulo con su pulgar en una caricia extrañamente íntima, suave, delicada, con su boca peligrosamente cerca de la tuya; evitás moverte y te convencés de que el motivo es el pánico que sentís. No sabés cómo podría reaccionar. No sabés qué podría hacerte si se enoja.
-Esta no es la forma, Enzo, está mal.
Frunce el ceño. La cicatriz en su ceja derecha reclama tu atención.
-¿Por qué?
-¿Cómo te hiciste eso?- preguntás-. No fue con el taburete, ¿no? ¿Qué hiciste?
-Contestame- dice entre dientes-. ¿Por qué está mal? No hice nada malo.
-Esto está mal, ¿no te das cuenta?- clavás tus uñas en su piel-. No estoy feliz. No estoy segura.
-¿Cómo qué no? ¿Qué te pensás?- acerca su rostro aún más. Sentís el tabaco en su respiración-. ¿Vos pensás que te voy a lastimar?
-¡No!
-¡Callate!- ordena-. Silencio.
-Perdón, perdón, es que…
-No entendés nada- reniega-. Todo lo que hago es por vos.
Las náuseas invaden tu cuerpo. Recordás haber oído esa misma frase en la película de terror que viste en su sala, con tus piernas sobre su regazo, compartiendo snacks y fingiendo que el repetitivo contacto con su mano era sólo un accidente… Y ya conocés las implicaciones de esa perturbadora línea. Las consecuencias.
-¿Qué es todo, Enzo?- preguntás entre lágrimas. El calor de su erección contra tu cuerpo hace que tus mejillas quemen y relamés tus labios en busca de las palabras correctas-. ¿Qué hiciste?
-Nada malo.
-¿Qué hiciste?
-Nada. Todo- niega, confundido-. Desde la primera vez que te vi, cuando te estabas por mudar, yo…
-¿Cuando me mudé…?
La cabeza te da vueltas. De repente todo tiene sentido.
En realidad no tenías posibilidad alguna de mudarte a este sitio.
La inmobiliaria sólo te enseñó el edificio porque la cita estaba pactada con anterioridad, pero se suponía que alguien más estaba por cerrar el contrato, que estaban por hacer el depósito, pero… Lo que sea que haya hecho Enzo, porque esa es la única explicación posible, posibilitó que te llamaran en el último momento.
-Después de que te mudaste- intenta corregirse-. Durante la tormenta.
-No me mientas- suplicás-. Cuando nos conocimos, ¿vos ya sabías que yo vivía acá?
-No.
-Sí. Lo sabías- forcejéas y vuelve a empujarte. Parece que quiere dejarte claro que no estás en condiciones de luchar y, considerando el doloroso pálpito martillando en tu cabeza, puede que esté en lo correcto. Entrecerrás los ojos para ver con más claridad su rostro-. ¿Quién te invitó a la fiesta? Decime la verdad, Enzo.
-Un amigo.
-¡Dijiste que fueron tus compañeros de teatro!- se lleva un dedo a los labios-. ¿Me seguiste?
-No, yo…
La expresión de vulnerabilidad en su rostro no se corresponde con el control que tiene sobre la situación. Sobre vos. Sus ojos entrecerrados y brillantes por las lágrimas, sus cejas en un ángulo de angustia pura y desgarradora, los labios entreabiertos como si respirar le fuera difícil.
Sus hombros caen en señal de derrota.
-¿Fuiste vos?- sollozás cuando recordás los pequeños objetos faltantes en tu hogar y el mensaje del encargado del edificio-. ¿La llave que desapareció de...?
-Sí.
-¿Por qué?
-Porque tenía que ser así- dice como si fuera obvio-. No entendés, ¿no? Vos sos mía.
-No, Enzo, no. Estás confundido.
-Y yo soy tuyo.
Temblás violentamente. Tragás saliva.
-¿Estoy confundido?- pregunta, escéptico-. ¿De verdad?
-Sí.
-Entonces no tenés problema con que lo compruebe, ¿no?
Un gemido de desesperación deja tus labios cuando sentís su mano recorriendo tu cuerpo.
Desabotona tu pantalón de un tirón, baja la cremallera igual de rápido, deslizando sus uñas sobre tu piel antes de dirigir sus dedos hacia tu centro húmedo y caliente: en cuanto sentís sus dígitos rozándote arrojás la cabeza hacia atrás y cerrás los ojos. Reprimís un suspiro, profundo y potencialmente delator, sin comprender por qué disfrutás el contacto.
-Mirá cómo estás- te enseña sus dedos brillantes con tu excitación antes de llevarse sólo uno a la boca-. Y me decís que estoy confundido.
-Porque lo estás- insistís-. No está…
Te interrumpe deslizando sus dígitos húmedos entre tus labios. Sentís el sabor de tu esencia invadiendo tus papilas gustativas y mientras le sostenés la mirada, aunque con el ceño fruncido en una clara señal de ira, no podés evitar el gemido que nace en tu garganta. Tus muslos se contraen con fuerza y él mueve su pierna para estimular tu centro.
Succionás. La oscuridad de sus pupilas consume sus ojos.
-¿Qué dijiste?- pregunta con tono burlón. Besa tu mejilla-. Vos querés esto tanto como yo.
Negás, incapaz de pronunciar palabra con sus dedos aún sobre tu lengua, pero te ignora. Continúa rozándote con su pierna, ejerciendo cada vez más presión, sujetándote por la cintura con su otra mano para obligarte a descansar todo tu peso sobre su muslo. Entierra sus dedos cada vez más profundo, provocándote una que otra arcada, deteniéndose sólo cuando tirás insistentemente de su muñeca.
-Enzo- tu voz es una mezcla entre una súplica y una orden. Tus manos están acalambradas y la extraña sensación en tu estómago no te permite pensar coherentemente-. No.
-No seas así- dice contra tu boca-. Mirá cómo me tenés.
Lleva tu mano hacia su bulto cada vez más prominente, caliente y palpitante, obligándote a sentirlo en todo su esplendor. Observás la tela de su pantalón oscurecida por su excitación y la forma en que tu mano parece encajar justo sobre su erección. En sus ojos hay un fuego que sólo se compara con el que sentís entre las piernas y bajo la palma de tu mano.
-Te gusta, ¿no?- negás y él sonríe con arrogancia-. Sí, te gusta. Te encanta.
-No…
-Te vuelve loca saber lo que me hacés, ¿no?- roza tus labios-. ¿Querés que te muestre?
-No- esquivás el beso y mantenés los ojos cerrados para no ver su reacción-. Basta, Enzo.
-Mirá, dale. Es toda tuya.
Obedecés. ¿Por qué obedecés?
Bajás la mirada y tu respiración se corta. De alguna escalofriante manera predice tus pensamientos y te sostiene por el cabello, evitando con relativa facilidad que te muevas, forzándote a ver cómo masajea lentamente su miembro mientras gotea sobre tu ropa. Cuando negás frenéticamente para zafar de su agarre tu cuero cabelludo quema.
-Basta, Enzo, por favor.
-¿Por qué? ¿No te gusta?
Humedecés tus labios. Querés contestar pero en lugar de hacerlo permanecés en silencio.
Vuelve a tomar tu mano para guiarla hacia su miembro y jadeás cuando lo sentís entre tus dedos. Comenzás a masturbarlo con movimientos tímidos, procurando seguir el ritmo que él mantenía, evitando moverte más de lo necesario para no delatar tu necesidad o los irrefrenables pensamientos revoloteando en tu mente. Enzo suspira.
-Muy bien, bebé, seguí así- toma tu mejilla para llamar tu atención y te roba un corto beso que te hace desear más. Desliza sus dedos por tu cabello mientras pregunta:- ¿Me vas a dejar cogerte toda? ¿Sí…?
Cerrás los ojos.
-No, mirame- ordena rápidamente-. Mirame. Contestá.
-Sí, Enzo.
-Sí, ¿qué?
Una lágrima se desliza por tu mejilla y él moja sus labios con ella.
-Cogeme.
-Arrodillate.
Te dejás caer sobre tus rodillas, presa entre su cuerpo y la pared, sin romper el contacto visual. Enzo guía su miembro hacia tu boca y separás los labios para recibirlo en cuanto sentís el calor que irradia, ganándote una sonrisa de satisfacción de su parte, sujetándote de sus muslos mientras su pulgar desaparece el rastro de cada nueva lágrima que escapa.
Es justo como en tu sueño, pensás mientras separás los labios todavía más para poder tomar su glande. El sabor del líquido preseminal te hace suspirar y de su pecho surge un eco –tentador, muy grave y prolongado- de tu suspiro, provocado por la sensación de tu respiración en su miembro. Cerrás los ojos y comenzás a succionar con suavidad.
-Dios…- dice en un gemido-. ¿Te gusta?
Respondés con un sonido débil, roto y agudo, pero es suficiente. Enzo realiza pequeños movimientos con su cadera hasta que la mitad de su miembro desaparece entre tus labios, ignorando tus protestas y el brillo en tus ojos, desesperado por utilizar tu boca hasta dejarte hecha un incoherente desastre.
El cuchillo no está muy lejos de sus pies. Evitás mirarlo.
Enreda sus dedos en tu cabello para mantenerte firme y comienza a golpear tu garganta despiadadamente sin importarle tus arcadas, tus manos golpeando sus piernas para suplicarle que se detenga, tus uñas rasgando el material de su pantalón y clavándose en su piel. La mezcla entre tu saliva y sus fluidos produce en cada cruel embestida un sonido obsceno que causa estragos en tu interior.
Llevás una mano a tu centro en busca de alivio y comenzás a jugar con tu clítoris.
-¿Sabés cuántas veces soñé con tenerte así?- negás y una estocada particularmente fuerte hace que tu cabeza impacte con la pared; cuando te quejás Enzo se disculpa en voz baja, utilizando su mano para protegerte de más daño, pero jamás deja de abusar de tu boca-. Perdón, mi amor.
Un hilo brillante une tus labios con su miembro cuando te libera para dejarte respirar. Exasperación es lo que se lee en su expresión cuando te llevás las manos a la garganta, padeciendo cada profunda respiración, intentando recuperar minutos de oxígeno robado mientras sentís la huella que su asalto dejó en toda tu boca.
Retrocede un par de pasos y en cuestión de milisegundos recupera el cuchillo. Te señala.
-¿Te pensás que soy pelotudo?- pregunta con una ceja arqueada. Comenzás a negar, intentando prevenir la confrontación y sus posibles desenlaces –que se suceden en tu mente como ráfagas-, pero Enzo no te permite explicar antes de arrojarse sobre sus rodillas y posicionar el cuchillo contra tu cuello-. No querés que te lastime, ¿no…?
Te golpea su miembro -pulsando violentamente con deseo- cuando ve el pánico en tus ojos.
-Vos no me lastimarías. Lo sé.
-¿Estás segura?
No.
-Sí.
Presiona la punta de la hoja sobre tu pecho mientras sus labios recorren tu cuello y tus clavículas. El calor de sus labios y sus dedos en tu cintura son el único consuelo que recibís mientras la presión aumenta, obligándote a permanecer inmóvil y sin respirar, completamente a su merced mientras se frota contra tu estómago.
-Enzo.
Jadea. Un sollozo sacude tu cuerpo.
-¿Qué pasa, mi vida?
-No me vas a lastimar, ¿no?
-Obvio que no.
Es mentira, descubrís un parpadeo más tarde, cuando en un fugaz movimiento rasga tu blusa, simultáneamente dejando una línea de fuego que llega hasta tu ombligo. Observás horrorizada la herida y balbuceás, con labios temblorosos, más lágrimas cayendo en cascada por tus mejillas.
-Dejate de joder- reniega mientras te posiciona sobre su regazo-. Eso no es nada.
-Dijiste que…
-¡Callate!- grita justo en tu oído-. Y quedate quieta.
Te despoja de tus prendas y sentís que traza tu columna con los dedos antes de llevarlos hacia tu centro. Explora tus pliegues, vergonzosamente húmedos y muy calientes, mientras masajea tu espalda en un intento de consolarte y frenar los espasmos de angustia que sacuden tu cuerpo.
Presiona sobre tu entrada y gemís. Repite el movimiento hasta que dejás de llorar.
.¿Querés más?
-Sí- confesás con un hilo de voz-. Más, Enzo, por favor.
Desliza un único dígito en tu interior y una protesta desesperada deja tus labios. Los dedos de Enzo son más largos y más grandes y no estás familiarizada con la sensación de plenitud que te brinda, pero aún así el ardor en tu entrada es exquisito y empujás contra su mano para suplicarle por más. Tira de tu cabello para poder ver tu rostro.
-Estás muy apretada- dice en un falso lamento-. ¿Cómo te la voy a meter? No va a entrar.
Tus paredes se tensan y Enzo introduce un segundo dedo. El lastimero gemido que surge en tu garganta se prolonga cuando roza tu punto dulce expertamente, ignorando la bruma en tus ojos y el imparable temblor de tus labios. Lo sentís pulsando contra tu costado cada vez que un escalofrío te hace contraerte sobre sus dedos.
Te suelta bruscamente y colocás tus manos en la alfombra para frenar el impacto. El sonido de tu abundante humedad y el constante movimiento de sus dedos explorando tu interior, llegando a los lugares más profundos de tu cuerpo y rozando todos los puntos justos, te hacen delirar; balbucéas un sinfín de palabras incoherentes, entre ellas su nombre, alguna que otra súplica desesperada, suspirando que se siente muy bien.
-¿Sí? ¿Te gusta?- asentís-. Yo sabía que eras una putita.
Te llevás una mano a la boca para que no escuche tu reacción. Es en vano.
-Sos una putita, ¿no?- y para dejar en claro que lo sos, quieras o no, te escupe-. Sos mi putita.
Un dedo húmedo –con su saliva o tu excitación, no estás segura, no importa- presiona sobre tu otra entrada y te sobresaltás. Es extraño, ligeramente incómodo, pero Enzo parece disfrutarlo porque luego de unos segundos sentís que salpica tu cuerpo con su liberación. El calor de su semen te empuja hacia tu propio orgasmo y sus respiraciones se sincronizan por un instante.
-Así, muy bien, sí- continúa torturándote con sus dedos hasta que te quejás por la sensibilidad y cuando los retira, brillantes por tu liberación, los dirige hacia tu otro agujero-. Me vas a dejar, ¿no? Porque sos mía.
Introduce la primer falange y cuando te escucha gemir, entre excitada y horrorizada, su erección vuelve a llenarse. Juega con tu diminuta entrada y vos te refugiás en tus brazos, ocultándote de su mirada hambrienta y de la vergüenza que sentís, mordiéndote los labios para no delatar lo mucho que te fascina sentirlo explorando tu cuerpo. Sentís tu excitación goteando sin parar.
-¿Va a doler?
-Sí.
Emitís un sonido de pura angustia y su expresión se suaviza.
-Hoy no- dice en un intento de consolarte-. Otro día, ¿sí?
Te recuesta sobre la alfombra. Pensás que es el fin hasta que se sienta sobre tus muslos.
-Tenés una conchita tan linda- comenta mientras recorre tus pliegues con su punta-. Y es toda mía, ¿no…? ¿De quién es esta conchita? Decime, dale.
-Tuya, Enzo.
Deja caer su cuerpo sobre el tuyo y el calor de su pecho desnudo contra tu espalda te roba un suspiro. Te sentís protegida y segura, contenida por su figura mientras desliza su miembro entre tus pliegues, estimulando tu clítoris y presionando sobre tu pequeña entrada antes de empujar y llenar tu estrecho interior. Tu cuerpo no tiene más opción que hacer lugar para él.
Mordés tu brazo para silenciar tus gritos. Enzo muerde tu hombro hasta dejar una marca.
-Dios- recuesta su frente en tu espalda y comienza a mover sus caderas lentamente. Jurás que cada vez que retrocede y vuelve a enterrarse sentís cada centímetro de su miembro y cada vena rozando dolorosamente tus sensibles paredes, pero el dolor te resulta exquisito cuando comienza a confundirse con el placer-. ¿En esto pensabas cuando te tocabas?
-¿Qué…?
-Cuando te tocaste pensando en mí, ¿pensabas en esto?- repite y muerde tu oreja.
No, querés decir, preguntándote cómo sabe que te tocaste pensando en él. La respuesta es obvia. Querés decirle que pensabas en él besándote, mordiendo tus labios y obligándote a probar los restos de tu esencia en su lengua, que imaginaste que se detendría para memorizar cada insignificante detalle de tu cuerpo, pero...
En su lugar besa tus párpados para beber de tus lágrimas y muerde tu mejilla hasta verte golpear el suelo con tu palma, ignorando que tus uñas duelen por enterrarlas en su brazo cuando rodea tu cuello para inmovilizarte y que la posición hace difícil el respirar. El ritmo de sus movimientos crece, el impacto de su cuerpo y el tuyo reverbera por toda la sala, su punta empuja tu cérvix mientras gritás porque el placer es intolerable.
El roce de tu mejilla y tus pezones sobre la alfombra es horrible.
-No, no, no- golpea tu mejilla para llamar tu atención-. Respirá.
Llorás cuando sentís tu interior vacío y Enzo te toma en brazos para llevarte hacia el sofá. Recorre tu espalda con sus cálidas manos, guiándote para que respires lenta y profundamente, indicándote cuándo y cómo exhalar. Toma tu mejilla en su palma (no te molestás en fingir que la manera en que te toca no es reconfortante) y su pulgar juega con tu labio inferior.
Tus pulmones queman por el esfuerzo y en un intento de hacerte comprender Enzo toma tus manos para colocarlas sobre su pecho. Está cubierto de sudor y te gustaría besarlo. Podés sentir sus latidos descontrolados y sospechás que tus pulsaciones, que él controla con sus dedos en tu cuello y en tu muñeca, siguen el mismo ritmo que las suyas.
Tus párpados pesan y tus pestañas brillan por tu llanto. Tu visión es borrosa.
-¿Mejor?- pregunta mientras acomoda un mechón de cabello. Besa tu nariz-. ¿Te sentís mejor?
-Mejor.
Reclamás sus labios, sujetándolo con una mano en su cuello y otra en su cabello, en un beso húmedo y voraz que refleja la necesidad que te invade. Enzo gruñe contra tu boca cuando lo guías hacia tu entrada y muerde tu labio cuando te dejás caer sobre su miembro; el sabor metálico de la sangre te es fácil de ignorar cuando sus pupilas dilatadas te hipnotizan.
La profundidad de la penetración te hace gemir de una manera que Enzo sólo puede describir como pornográfica y sus músculos se tensan cuando ve el hilo de saliva cayendo por tu mentón. Controla el ritmo de tus movimientos y sabe, por tu expresión de éxtasis y por la tortuosa contracción de tus paredes, que el ángulo estimula tu clítoris justo como te gusta.
Toma tus pechos entre sus manos y los masajea, pellizca, golpea con su palma hasta verte rehuir del contacto. Siempre imaginó cómo se sentiría tenerlos en la boca, dejar marcas permanentes, morderte hasta hacerte llorar y suplicarle que te deje en paz. Sos consciente de todas sus fantasías con sólo ver cómo te mira, con posesividad y locura, todavía tocándote.
-Enzo- repetís su nombre como un mantra. Es lo único que distingue junto con lo que suena como llena y profundo, cuando comenzás a hablarle, prácticamente delirando entre sus brazos. Buscás refugio en su cuello y cuando te rodea con sus brazos temblás por la sensación de entrega que el abrazo parece transmitir-. Más, más, más.
El ritmo de sus movimientos se torna brutal y cuando ya nada es suficiente opta por cambiar la posición. Te recuesta sobre el sofá, ignorando tus reproches y tu insoportable llanto por sentirte vacía, llevando tus piernas hacia tu pecho hasta dejarte por completo expuesta. Vulnerable. A su merced. Sólo para él.
Cuando se desliza en tu interior te llevás las manos a la boca para no gritar. Fracasás miserablemente.
El placer es indescriptible y la sensación en tu abdomen bajo, intolerable. Llevás una mano hacia el sitio donde sentís cada una de sus estocadas y Enzo la reemplaza, ejerciendo presión sin importarle las posibles consecuencias, respirando deficientemente (sus jadeos son lo único que lográs escuchar junto con el resto de sonidos obscenos) por lo irreal de la situación pero sin ocultar su sonrisa arrogante.
-Acá estoy- susurra-. ¿Te gusta?
-Sí- contestás con voz entrecortada. La promesa de un orgasmo se intensifica bajo la intensidad de su mirada expectante-. Sí, mucho.
-¿Querés que te llene?
Fruncís el ceño. Ya estás llena.
-No…- negás en cuanto comprendés-. No, Enzo, no puedo… Yo...
Te ignora.
Recuesta su frente sobre la tuya y la cercanía te permite contemplar el largo de sus pestañas. Buscás sus labios y él silencia tus gritos con un beso cuando comienza a embestirte de manera frenética, con movimientos descontrolados que bordan lo errático, profundizando imposiblemente la penetración hasta que corta tu respiración.
No. Sus dedos cerrándose en torno a tu garganta son los que no te dejan respirar.
Y vos lo permitís. Dejás que te utilice.
Tu cuerpo se sacude por la fuerza de sus estocadas y él se pierde en el movimiento de tus pechos, en la saliva que moja tu mentón luego de romperse el hilo que conectaba su boca con la tuya, en las lágrimas que hacen brillar tus pestañas como si de cristales se tratasen, en tus pupilas lejanas, en tus nudillos volviéndose blancos cuando sujetás su muñeca.
Cuando te libera te reincorporás y descansás tu peso sobre tus codos para ver la imagen entre tus piernas. Una aflicción ínfima e imperceptible hace nido en tu mente cuando notás que la línea que recorre tu torso –resultado del cuchillo- es del mismo color que el hilo rojo en la base de su miembro. Mentirías si dijeras que no te encanta saber que Enzo es muy grande para vos.
No obtenés más advertencia que un gemido ronco antes de sentir sus dedos en tu boca y los hilos de semen caliente salpicando tu interior. Tus paredes se contraen con el rítmico pulsar de su miembro y un orgasmo, más débil y más corto, te hace gemir con sus dedos todavía entre tus labios. Succionás involuntariamente y él te observa, con los párpados caídos y la boca semiabierta, disfrutando el espectáculo.
Cuando abandona tu interior continúa derramando su liberación sobre tus pliegues y el sofá.
-Sos mía- sentencia con sus ojos fijos en tu entrada y en su semen escapando de ella con cada contracción de tus músculos-. Y me vas a dejar cuidarte, ¿no?
-Estoy bien.
-No, no estás…- acaricia tus piernas-. Dejame cuidarte.
Tu respiración es irregular, tus extremidades duelen, un río de lágrimas nace en tus ojos y no podés dejar de temblar. Enzo te toma por debajo de los brazos para que te reincorpores y hacés una mueca de incomodidad cuando el terciopelo del sofá -siempre suave pero en este momento irritante para tus terminaciones nerviosas todavía sensibles- entra en contacto con tu centro.
El resto de sus palabras jamás llegan a tus oídos y cuando cubrís tus orejas con tus manos, convencida de que hay algo dificultando tu audición, Enzo sólo sonríe de manera estúpida y toma tus muñecas. Masajea tus manos, tus brazos, tu cadera y tu cintura –sobre todo los rincones que sus manos maltrataron- antes de guiarte hacia el baño.
-¿Te duele algo?- pregunta mientras comprueba la temperatura del agua. Su expresión preocupada y la delicadeza con la que te empuja hacia la ducha te provocan náuseas.
Todo, querés decir. Negás porque no tenés voz.
Intentás vigilar sus movimientos pero tu cerebro procesa sus acciones y el significado de sus palabras tarde. Muy tarde.
Es imposible negarte a la minuciosa inspección que realiza -en busca de más heridas de su autoría- palpando cada centímetro de tu cuerpo hasta el cansancio y, cuando escoge tu ropa para dormir, no estás segura del motivo por el cual esta no incluye ropa interior o un pantalón para abrigarte.
Aún así no te resistís cuando desliza una vieja y desgastada camiseta de Radiohead sobre tu figura. ¿Es tuya? ¿Cuándo la compraste? ¿Cuántas veces la utilizaste para desgastarla de esta manera? Las preguntas se arremolinan en tu cabeza mientras Enzo masajea tus piernas desnudas.
-¿Tenés sueño?
-Mucho.
-Ah, ¿sabés hablar?- pregunta con tono burlón-. Vamos a dormir.
Dejás que se escurra bajo las mantas para acompañarte y cuando rodea tu cintura con un brazo, dejándote sin más opción que descansar tu espalda sobre su pecho expuesto, no objetás. La oscuridad y tu estado mental no son buena combinación, suponés, cuando en lugar de concentrarte en su respiración terminás pensando en cómo escaparte de sus garras.
Estás segura de que la puerta no tiene seguro.
Sólo tenés que esperar. Y tenés tiempo.
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The bride who survived || Laito Sakamaki
Era la primera vez que se sentía cazado. Realmente perseguido. Ahora caminaba apresurado por una calle vacía en medio de la madrugada, paranoico e inquieto. No dejaba de mirar hacia los lados, hacia arriba, entre las copas de los árboles.
Ella debía estar muerta. Y de alguna manera se las había arreglado para regresar a arruinarle la vida.
Todo inicio en el momento en que los familiares de Laito comenzaron a aparecer degollados y con el pecho abierto. Uno por uno, aquellos familiares fueron asesinados por alguien astuto y escurridizo. Pensó en crear más familiares pese a lo complicado que era, pero incluso éstos aparecían muertos pocos días después. Tal fue la magnitud del asunto que el vampiro terminó quedándose sin familiares.
Se quejó con sus hermanos y éstos le dijeron que probablemente había hecho enfadar a alguna mujer del Makai y que ahora ella se estaba desquitando con él. Pero luego comenzó a verla en todas partes… aquella novia que había sido tan insignificante para él, ahora aparecía a donde fuera que estuviera: siempre en el rabillo del ojo, siempre quieta y mirándolo sin vida alguna.
Apenas podía sentir su presencia.
Ella era claramente un vampiro mestizo y débil, pero mierda, era increíblemente astuta. Se escondía entre las sombras, aparecía atrás de él en cada reflejo, en cada esquina o escondida detrás de muebles y árboles.
Fue molesto. El vampiro incluso llegó a intentar atacarla, pero ella parecía tener la habilidad de un jodido fantasma, y desaparecía tan repentinamente como había aparecido.
Y luego, les siguieron las muertes.
Mujer en la que Laito ponía los ojos, mujer que moría. El tipo ni siquiera podía hacer nada, era como si ya no pudiese mirar a nadie porque resultaba de por sí una sentencia de muerte. Las chicas con las que Laito coqueteaba en la academia tenían accidentes misteriosos: caían por las escaleras y se rompían el cuello, aparecían en los baños con heridas en las muñecas como si fuera un suicidio, se caían de la terraza de la escuela…
Y él no podía hacer nada. Porque aquella zorra era una maldita genia. No cometía sus crímenes cuando Laito se los esperaba, los cometía cuando estaba con la guardia baja.
Por eso dejó de coquetear con estudiantes y buscó alivio en mujeres desconocidas de bares y clubes. Y funcionó un tiempo hasta que el patrón volvió a repetirse: sus intereses de una noche aparecían muertas en los baños como si hubieran sido atacadas, o simplemente desaparecían.
Y cuando ella cometía esos crímenes, hacía acto de presencia ente los ojos asustados de Laito, agazapada entre la gente que ni siquiera podía verla… solamente él sabía lo que ella hacía y el por qué lo hacía.
Y supo muy bien que no se detendría hasta hacerlo perder la cabeza, tal como Sakamaki Laito lo había hecho con ella.
Lo haría sentir inquieto. Lo haría sentir asustado. Perseguido y, finalmente, cazado.
No, por supuesto que ella no pararía. Porque había aprendido del mejor cómo torturar a alguien psicológicamente hasta el punto del quiebre. Y él sería su primera y única víctima.
#laito sakamaki#diabolik lovers#diahell#laito x reader#dialover#diabolik lovers scenario#sakamaki laito
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Gira la habitación,
ojalá la melodía se aferre a tus huesos
como a mi frágil memoria;
silencio,
que alguien apague al silencio,
o que alguien apague los libros...
los cables ya calcinan nuestras memorias de antaño,
y tú,
abres los ojos.
Las estrellas solas lloran sobre nosotros,
me falta el filo de tus uñas
por la desnudez de mi espalda,
y la música apenas se escucha,
amor nuestro;
la sangre fluye en aire caliente,
mirra que escurre
por tu pecho necesitado.
Deja que me refugie
en la condena
de tus clavículas a plena vista,
y cuelga tus muñecas lascivas,
del silencio naciente de mis labios;
tus dedos están bailando
sobre las palabras vacías de un eco,
déjame enredarme en la maraña de tu pelo,
déjame hundirme en tu perfume amaredado,
déjame estirarme sobre las cuerdas
de tu cuerpo caído,
¡y cubrenos, oh señor, con tu manto!,
arrastranos juntos,
con la primera brisa,
de la última nota.
-danielac1world ~Abandono de la risa pulcra~
#mi vida#pensamientos#pensamientos nocturnos#pensamientos aleatorios#literatura#frases#fragilidad#realidadalterada#realidad#poesía#una poeta#escape#escritura#escribir#escribiendo#escritos#cosas que escribo#cosas que pienso#cosas de la vida#cosas sobre mi#cosas que siento#cosas que pasan#cosas del alma#mi alma#almas#desolción#desolada#un vacío dentro de mi#un viaje a la vida#melancolía
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1708- Me enamoré de su indiferencia. Ella era esa chica que encuentras por la calle con la mirada vacía, esa que desafía a la muerte con cada botella que rompe contra el suelo. Me enamoré de su boca fumando un cigarrillo que se acababa poco a poco como su vida. Hablar con ella era entrar en una depresión constante de risas y de llantos, pero enamoraba. Sus palabras hirientes me enamoraban matándome. Me enamoré de su indiferencia con la que miraba hacia la vida con esos ojos verdes. Esos ojos verdes debieron ser alegres, debieron reír y yo lo sé aunque ahora esos ojos tristes solo muestren cortes que en su muñeca ya se borraron. Me enamoré de ella, me enamoré de sus falsos modales, de su sinceridad compulsiva debida, más que nada, a que todo le daba igual. Me enamoré de su forma de caminar desganada y en S como si viviera en una continua embriaguez, como la que me dejaba su olor. Me enamoré de ella, me enamoré de mi propia muerte, me enamoré de su indiferencia.
#palabras#frases#textos nocturnos#textos#pensamientos#culture#books & libraries#vida#escritos de amor#amor#enamorado#citas de amor#desamor#tristeza#cosas de la vida
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Recuerda que pueden dejar sus peticiones si quieren(❀╹◡╹)
Ahora sí!
Título: Tickle Muichiro MuiTan KNY
Sipnosis: Muichiro sale algo herido de una misión así que Tanjiro quiere ayudarlo con ello, pero entonces descubre algo muy interesante de su amigo....
—Señorita Shinobu— Tanjiro entra corriendo a la finca mariposa preocupado, buscando a su amigo Muichiro que llevaba 2 días de salir de una misión
—Tanjiro, si no es mucha molestia recuerde que no puede correr ni gritar mucho por los pasillos, molesta a los pacientes oki?—Pidió amablemente Kiyo, una de las niñas de la finca
—Uy perdón, es que estoy buscando al... Pilar de la Niebla ¿Sabes dónde está?—Preguntó Tanjiro con curiosidad mezclada con preocupación
—Se fue a la finca, dijo que se sentía mejor y que iba a mejorar lo que le faltaba de tiempo el mismo—Respondió Kiyo.
—Muchas gracias por su respuesta, iré con él—Tanjiro se fue corriendo a la entrada
—No corra por los pasillos porfis—Pidió la niña nuevamente con amabilidad
—Uy, lo siento—Tanjiro empezó a caminar lento pero salió volando una vez que pisó fuera de la finca, dirigiéndose a la de Muichiro
Cuando llegó y tocó la puerta para avisar que iba a entrar, vió que la zona de entrenamiento estaba vacía
—Tokito!!! Soy yo, Tanjiro, dónde estás??!!!—
—¡¡Aquí, Tanjiro!!—Respondió Muichiro vagamente desde lejos, al parecer estaba en otra habitación de la finca
—Aquí estás, Tokito, quería venir a verte— Saludó Tanjiro asomándose por la puerta para despues entrar al con seguridad
Se encontró a Muichiro acostado en uno de los tatamis con su brazo izquierdo en su frente
—Hola Tanjiro ¿Para qué querías verme?—
—Me enteré que fuiste a una misión que te encargó el Patrón y saliste algo herido, quería ver cómo estabas—Respondió mientras se sentaba en frente del costado del tatami en el que estaba acostado Muichiro
—Bueno, se siento algo tieso, pero eso es todo—
—Con quién fuiste a la misión??—Preguntó Tanjiro ladeando la cabeza a la derecha
—Si más no me acuerdo fuí solo—Respondió Muichiro mientras miraba al techo evitando contacto visual
—Fuiste solo?? Ni siquiera con un cazador??—Preguntó Tanjiro sorprendido
—Fuí solo solito, creeme—
—Ni yo pudiera ir solo a cazar demonios, siempre estube peleando con Nezuko y si ella no estaba pues estaba con un pilar. Que inconsciente que el Patrón no te envió con alguien—
—Bueno, son ordenes del patrón, no puedo contradecirle. Sería una falta de respeto—Mencionó Muichirovolteando a ver a Tanjiro que le miraba con preocupación
—Entiendo— Respondió Tanjiro mientras lo veía de arriba a abajo. Tal como el dijo, su cuerpo estaba muy tenso, lo más seguro recibió daños interiores, como fracturarse un hueso o irritación en los músculos —¿¿Y los daños fueron internos no??—
—Si, creo. Pero no se donde me duele exactamente—
—Eso es muy malo!!! Puede que intentes aliviarlos y no sepas como porque no sabes donde te duele. Ven, yo te ayudo— Agregó e insistió Tanjiro mientras puso sus manos en sus pies suavemente. Lo que le dió un sobresalto a Muichiro
—.....Esta bien Tanjiro, confío en tí— Respondió Muichiro con un brillo en los ojos y una sonrisa dibujada en su rostro mientras se incorporaba, sentándose, todavía encima del tatami.
—Me avisas cuando algo te duela, y si algo te incomoda o molesta me agarras las muñecas y yo me separaré ok?—dijo todavía tocando suavemente los pies en medias negras de Muichiro. Lo que hizo que Muichiro temblara un poco
—S-sii esta bién— Respondió Muichiro con voz temblorosa y nerviosa
—Ok, empezemos de abajo hacia arriba, primero los tobillos—Dijo Tanjiro mientras veía a Muichiro con una sonrisa, haciendo que Muichiro temblara tanto por lo que dijo como por su forma de hablarle
Tanjiro tal como dijo, empezó sosteniendo los tobillos de Muichiro con ligereza —¿Aquí te duele?—Preguntó Tanjiro con amabilidad mientras miraba a Muichiro con Curiosidad
—Auh! Si.. un poco—Respondió bajando su cabeza para que su flequillo le tapara su rostro
Tanjiro siguió subiendo lentamente por las piernas de Muichiro hasta sus pantorrillas, poniendo sus manos debajo del ancho pantalon de Muichiro, tocando con suavidad su piel desnuda, de vez en cuando dejaba sus manos quietas para hundir sus dedos con cariño en su piel, buscando si había una fractura interna. Esto no estaba resultando bien, a Muichiro no le dolía sino que le daba cosquillas su forma de tocarlo, era muy suave y delicado, sus manos tambien eran pequeñas a tamaño de persona joven por lo que le hacía más cosquillas, sin mencionar que a medida que subía le tocaba cada extremo de sus piernas y pantorrillas
Su maxima reaccion a esto, para no volverse loco, era bajar más la cabeza y taparse la boca para no hacer ni el más mínimo ruido. Pero ya estaba a Nada de estallar en carcajadas y exhibirse a si mismo, ya Tanjiro estaba a punto de llegar a inspeccionar sus muslos inferiores, ahí iba a exhibirse completamente, una vez que si llegara a tocar sus muslos de la forma en la que lo jace con el camino de cosquillas que ya hizo no iba a aguantar más
Tanjiro empezó a masajear suavemente sus rodillas con suavidad y a veces lo acariciaba como si fuera para relajarlo, pero eso solo causaba más cosquillas para Muichiro, sin mencionar que también revisaba BAJO su rodilla
—Recuerda avisarme si te duele algo ok?—Recordó Tanjiro deteniendo sus manos de forma temporal
—Aah!!! Amm si, yo te aviso—Respondió Muichiro cambiando su cara completamente para que no lo descubriera
Tanjiro siguió inspeccionando sus rodillas hasta que se dirigió a la piel desnuda sus muslos inferiores, ahí Muichiro empezó a temblar más de lo que estaba temblando, era un poco más notorio que antes, ya no pudo seguir aguantando
—Tahahanjirohoho!!Detehente porfavohor—Dijo entre risas nerviosas todavía cubriéndose la boca con la mano
—Qué sucede?? Te hice daño??— Preguntó asustado deteniendo sus manos temporalmente
—Ehes que ammhm.... Soy sensible en mis muslos si es que me entiendes lo que digo—Muichiro pensó que ya fue delatado y que Tanjiro le descubrió que su toque le hacía cosquillas, solo podía esperar a su reaccion y que se burle de él
—Ah ok, entonces ya tomamos en cuenta que te duelen los muslos, para asegurarme—Respondió mientras tocaba más a fondo los muslos desnudos de Muichiro a ver si de verdad le dolían.
Muichiro reaccionó a su accion con un suspiro de alivio pero cuando se aseguró de que le doliera, la reacción de muichiro fue respirar rápidamente para que no se le salga accidentalmente una carcajada, mientras movía sus piernas evitando inconscientemente el contacto de Tanjiro, mientras miraba a este con una cara de miedo y nervios con toda su cara enrojecida. Sin embargo, Tanjiro no hacía contacto visual, solo podía escucharlo
—Ya entendí, ahora si, vayamos arriba ¿Me das permiso?— Preguntó Tanjiro con una sonrisa. Se notaba que Tanjiro no era nada pervertido o algo así, y respeta todas sus decisiones. Él solo quiere ayudarle con su dolor, así que podía confiar en que lo va a ayudar
Muichiro asintió con la cabeza, nervioso de que ahora si le vaya a descubrir, pero confiaba que Tanjiro iba a ser bueno con él, porque el siempre lo es
Tanjiro gateo para acercarse y sentarse en las piernas de Muichiro el cuál le pidió que se acostara para empezar a inspeccionar en su cuerpo superior. Empezó a tocar suavemente su cadera, lo que más bien relajó a Muichiro, soltando un suspiro de satisfacción y unas carcajadas muy bajas en volumen
Esto hizo que Tanjiro lo notara y le sonriera
—Aquí te gusta verdad??—Preguntó Tanjiro con una sonrisa en su rostro, lo que hizo que Muichiro se ruborizada de la vergüenza
Muichiro no respondió a eso, estaba muy apenado como para decirlo y que descubriera lo que el no quería que descubriera. Pero Tanjiro no insistió
—Ya entiendo. Seguiré— Respondió Tanjiro mientras subía sus manos para tocar suavemente su cintura
Aquí es donde le dió más cosquillas, no podía ignorar el sentimiento del toque de sus manos en su cintura, y de pasó también tocó su barriga con suavidad y le empezó a apretar su barriga cariñosamente Sin Malas intenciones (Ya que estaba buscando si tenía una fractura o dolor muscular)
Muichiro, aunque secretamente lo estaba disfrutando bastante, no pudo evitar sacar unas risitas ante el toque tan divertido de los dedos de Tanjiro, tenía que disimular su reacción para que no descubra que le gusta el toque.
—Aaahajejejeje!! Tanjiro, no hagas eso!!— Rió Muichiro nerviosamente, luchando contra el sentimiento de agarrarlo de las muñecas. Así que levantó sus brazos y los puso encima de su cabeza todavía acostado en el tatami
—¿Qué sucede? ¿Acaso... Te da Cosquillas?—Preguntó Tanjiro con las cejas ligeramente levantadas de sorpresa por su reacción
Muichiro al escuchar decir la palabra "Cosquillas" se ruborizó y miró hacia otro lado apenado de la situación
—Emmmm... Puees Jejejejeje!!— Las palabras de Muichiro fueron interrumpidas por más cosquillas y apretones en su barriga y cintura. Sin embargo no evitó el toque y mantuvo sus brazos arriba de su cabeza mientras intentaba balancear su cuerpo de lado a lado, pero era casi imposible porque Tanjiro estaba sentado encima de sus piernas, de forma que tiene a Muichiro a su regazo al 100% por lo que solo podía reir alegremente y chillar ante las cosquillas de Tanjiro, mientras este Tanjiro le decía cosas como "chiki chiki" una y otra vez.
—A alguien le gusta las cosquiiillaas~Jajajajaja—Dijo Tanjiro en tono de broma amablemente mientras se reía con él, sin parar de hacerle cosquillas, subiendo y bajando por su cintura y estómago. Sin mencionar que a veces subía por sus axilas ya que Muichiro mantenía sus brazos levantados
—Quéhé? Cómo... lo supiste?—Preguntó Muichiro entre risas con sus mejillas ruborizadas completamente
—Mira tus brazos— Respondió amablemente mientras disminuía la velocidad de su toque, aún así dandole cosquillas al cuerpo de Muichiro inconscientemente.
Muichiro se dió cuenta que tenía los brazos levantados inconscientemente, lo que le apenó mucho. Pero los bajó de una vez a detener a Tanjiro
—Cierto jejejejej!!Tanjiro esperajajajajaja!!!— Pidió mientras le agarraba los brazos a Tanjiro que todavía se movían por todo su estómago
Justo cuando le agarró los brazos sonó un crujir de un hueso, lo que hizo que ambos dejaran las risas y las cosquillas, fijándose en el sonido.
—AUH!!auh!! Auhgh!!—Se quejó Muichiro mientras soltaba los brazos de Tanjiro y se concentraba en el dolor de sus brazos
—Ahh ya veo, lo que te duele son los brazos!!— Mencionó Tanjiro mientras ponía su mano en frente de su cara, pidiendo permiso a Muichiro para sostener los brazos y verlos con claridad
A pesar que por fin encontraron de donde venía su cansancio y dolor, Muichiro por dentro se sentía decepcionado porque Tanjiro haya parado las cosquillas. Lo que pudo hacer fue darle los brazos a Tanjiro mientras miraba a una pared un poco triste
—Si, definitivamente tienes huesos fracturados ligeramente en tus brazos. Tiene sentido ya que con esto sostienes la Katana y toda la habilidad debe estar en esta— Mencionó mientras veía los brazos de Muichiro —Recomiendo que descanses los brazos ok? Ya te traigo unos vendajes de yeso que tengo aquí
Tanjiro se levantó de encima de Muichiro y fue a una cesta que tení al lado donde se supone que tuviera yeso
Muichiro se quedó mirándolo, con sus manos en su pecho todavía acostado. Despues de un rato, Tanjiro volvió, sentándose al lado del tatami en el que estaba acostado Muichiro, agarró sus brazos con cuidado y le puso un vendaje grueso en estos
—Esto te ayudará a mover los brazos sin miedo a lastimarte o empeorarse, cuando necesites mover los brazos o apoyarlos no se lastimarán por nada
—Ow, bueno. Gracias Tanjiro!!—Agradeció Muichiro sin saber a cuál de las 2 cosas le agradecía. Si por el yeso o por las cosquillas, aunque suponía que no iba a volver a hacérselas.
—Ay tranquilo, no es nada Tokito— Respondió con una sonrisa de oreja a oreja — Ahora sigamos!!!—Respondió repentinamente mientras se montaba encima de las piernas de Muichiro , lo que sorprendió a Muichiro.
Pero su cara fue cambiada rápidamente por unas carcajadas cuando Tanjiro empezó a hacerle cosquillas en su punto débil el cuál era la barriga y la cintura. Sobre todo si le apretaba con su dedo pulgar le daba más cosquillas.
Y así se quedaron, divirtiéndose un rato tanto Muichiro como Tanjiro, por lo menos había descubierto algo de él que le avergüenza un poco, pero saben cómo es Tanjiro, va a hacer lo posible para que no se avergüence por ello, y siempre estará dispuesto a darles las cosquillas que quiera cuando quiera o necesite si llega a pasar.....
@alejandro-tickling
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No estás sola (Buttonblossom one shot)
(¯'·.¸¸.·'¯'·.¸¸.-> ☆ <-.¸¸.·'¯'·.¸¸.·'¯)
Habían pasado algunos meses desde que llegué a este circo digital y siendo sincera todavía me cuesta procesar el hecho de qué no exista una salida, recuerdo las veces que lloraba horriblemente porque me desesperaba esa idea, de nunca volver a ver a mi familia y amistades, aunque lo peor de todo es que no los recuerdo, solo siento ese sentimiento extraño, como si estuviese vacía.
Otra vez no puedo dormir durante la noche, me levanté para ir a tomar un poco de aire, traté de hacer el menor ruido posible para no despertar a los demás, pero por mi mala suerte generé un fuerte sonido al cerrar la puerta de mi cuarto, comprobé con la mirada hacia a todos lados de que nadie se haya dado cuenta, después procedí a ir a caminar afuera de la carpa, habían flores, árboles, pasto y más pasto, me senté en una banquita que daba vista a la hermosa luna, me quedé admirándola un rato hasta que escuché unos pasos detrás mío, lo que me asustó bastante, volteé y vi que era la muñeca de cabellos rojizos.
"¿Quieres que te acompañe? digo, si es que no te incómodo" afirmé con la cabeza sin decir nada "Al parecer no has podido dormir bien últimamente, verdad?" me preguntó
"S-sí puedo dormir, solo que no me siento demasiado cansada, solo eso" le mentí, mentira cuál no se creyó para nada.
"Pomni, sé que es difícil al principio acostumbrarse, créeme, yo también pasé por esa confusión mezclado con miedo, pero puedes conversar conmigo de vez en cuando contándome como te sientes, realmente me importas mucho y no quiero que te sientas que estás sola en esto " la observé unos minutos para después desviar la mirada hacia otro lugar, solo me quedé en silencio, quería llorar, tal vez me sentía tan mal porque no tenía con quién desahogarme o hablar, claro, me llevo bien con la gran parte del circo, solo que no es que les tenga demasiada confianza para expresar mi miedo, Ragatha se me acercó para sentarse junto a mi.
"Yo, no sé cómo explicarlo pero me estresa no poder recordar quién era, sé que me dijeron que deje de pensar en ello pero simplemente no lo logro, cada vez es más doloroso cuando viene esas preguntas a mi mente, "¿Algún día encontraré la salida?" o "¿Es por algo que terminé aquí?", no quiero seguir aquí, es raro... por así decirlo" solo permanecía quieta evitando las lágrimas débilmente.
"Yo también tengo esas preguntas que me agobian día a día pero trato de despejar mi mente con las aventuras de Caine o saliendo a pasear, como ahora pero te encontré aquí y ¿por qué no acompañar a la novata?" se río un poco, para luego sonreírme.
"¿Ragatha, cuanto tiempo has pasado aquí?" tenía curiosidad
"Bueno, ya he perdido la cuenta del tiempo, pero creo que unos 10 años" me sorprendí mucho, ¿10 años? no me quiero imaginar los años que tiene Kinger atrapado en el circo.
"Wow, honestamente si fuera tú ya me hubiese abstraído jaja" le sonreí devuelta
"Sí, es sorprendente pero el tiempo pasa rápido y no te das cuenta, por ejemplo de que ya tienes 5 meses en este mundo digital" cierto, sé que habían pasado algunos meses pero específicamente cuantos.
"Tampoco me dí cuenta" me relajé de lo tensa que estaba.
"Me acuerdo que me contaste que no te gusta el contacto físico pero.. me dejas abrazarte? si no quieres, está bien solo que es una forma para demostrarte que realmente te aprecio y-" la abracé antes de que terminara si frase.
"Gracias por interesarte y preocuparte en mi" me correspondió el abrazo en pocos segundos.
"No, no, gracias a ti por confiar en mi" volvió a sonreírme
Seguimos conversando un rato hasta que a ambas nos dio sueño y nos fuimos a nuestras respectivas habitaciones.
"Que tengas bonitos sueños, Pom-Pom" me dijo antes de irse
"Tu también, Rag" le respondí, entré a mi cuarto para poder por fin dormir.
(¯'·.¸¸.·'¯'·.¸¸.-> ☆ <-.¸¸.·'¯'·.¸¸.·'¯)
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ENTREGA: VENUS SUTIVANISAK. HABILIDAD: SIGILO (1/3).
memorias de un momento que cambió su vida para siempre.
tw: armas y muerte.
sus pisadas fueron duras y resonantes. los tacones provocaron eco contra las paredes vacías. sus orbes, oscuras y gélidas, sostienen el mismísimo invierno tras cada pestañeo. su semblante ya no es suave ni apacible, mucho menos está condecorado con la clásica sonrisa que solía dedicar en un pasado.
se detuvo frente a la primera puerta y tomó una bocanada de aire.
aún vive en sus memorias el recuerdo de su corazón latiendo desbocado en su pecho. corrió hasta que sus pulmones dolieron al chocar con su caja torácica. un ruido estruendoso la detuvo y miró hacia atrás: — mierda, mierda, mierda — murmuró, escondiéndose tras una de las puertas metálicas. su diestra se movió hasta el localizador en su muñeca, lo buscó entre los puntos cercanos que se alejan y desaparecen. no estaba. — la puta mierda, archer, ¿donde vienes? — se quejó, mientras sus dientes jalaron del guante para quitarlo y poder manipular mejor la pequeña pantalla táctil. ¡ahí está! gritó en sus entrañas. quizás estaba escondido, era extraño verlo quieto.
archer nunca fue de los que dejaban actuar al resto sin más.
el sonido de la puerta le arrebató los últimos sentimientos. primero escuchó una especie de bocina y se encendió una luz roja en la zona izquierda superior, luego, se abrió y se encontró de frente con un rostro enfermizamente familiar.
— venus.
no la miró. no le interesaba escuchar la clásica pregunta con predecible desenlace.
es difícil cuando tu corazón se destruye en mil pedazos, ¿sabes? de pronto, y subitamente, todo lo que tenía sentido deja de hacerlo. todo por lo que vivías deja de existir. es difícil haberlo tenido todo y experimentar la nada.
— vine a ver a wren.
continuó sin verla. sabía que no cargaba culpas, que fue un error de cálculos. que el haber encontrado el cuerpo masculino al borde del último suspiro fue netamente circunstancial; pero ¿podrían culparla? en cada esquina veía lo mismo: miradas de lástima, pasó de ser la hija de un alto mando a la prácticamente viuda en acción. siempre eclipsada, destruida y pisoteada por un hombre.
— voy por él.
y despareció. nuevamente la dejó allí, sola, con la afonía ambiental y el ruido constante de sus pensamientos. su rostro seguía pétreo, sus ojos ya estaban resecos de tanto llorar. — ¿ves eso que está allí, uh? innie — archer la miró con la clásica sonrisa juguetona, su índice apuntaba a un punto en el cristal que no supo identificar hasta que se detuvo a su lado. — ¿un edificio? — elevó una de sus cejas en su dirección, sin embargo, no fue hasta que la corrió para dejarla frente a sí que sonrió. era una iglesia. — ¿lo ves ahora? — lo veo ahora. — tú, yo y gala. ¿qué dices? — estás loco — negó con su cabeza y quiso deshacerse de su agarre, pero no pudo. nunca podía alejarse de quien fue su hogar todo este tiempo. — estaría loco si no te lo pidiera.
durante todo este tiempo, estuvo moviendo argolla con pequeño diamante en la punta. no se dio cuenta hasta que wren apareció en escena y posó su mirada en su mano. la escondió en el bolsillo de su chaqueta.
— quiero verlo.
— no tomes una mala decisión ahora. ve a casa, estás sensi…
— ¡quiero verlo!
su voz resonó no sólo en sus cuerdas vocales, también chocó con las paredes y logró llamar la atención de más de un agente especial que caminaban por los pasillos.
— no me hagas pedirlo dos veces.
una película acuosa comenzó a agruparse en sus orbes, por primera vez en tres semanas podían ver un ápice de emoción en un rostro que se solidificó cuando declararon la hora de defunción: 15 de septiembre de 2019, 23:45 hrs.
no se supo si fue negligencia o también sed de venganza, pero su capricho fue escuchado, una vez más, y se limitó a asentir.
la tailandesa siguió el andar firme de su compañero de escuadrón y, ahora, superior. era amigo de archer y dio un discurso que pudo haber quebrado a cualquiera menos a ella, cuya humanidad se vio tan trastocada que no está segura si alguna vez podrá recuperarla.
entonces, te odiaré. te pintaré como el villano que nunca fuiste. voy a culparte por cosas que nunca hiciste, porque odiarte es la única forma en que deje de doler.
se detuvo frente a la puerta de concreto, él tras de ella.
— te cubriré, ¿lo sabes?
— lo sé.
y entró.
lo siguiente que se escuchó fue una bienvenida en un acento estadounidense que se encargaría de odiar toda su vida. ¿tenía familia? ¿una hija? ¿un mujer esperándolo en casa? ¿una madre? archer tenía todo eso.
archer tenía amigos, participaba en fundaciones. tenía una familia que lo amaba, una abuela que se aferraba aún a los últimos recuerdos de su nieto en medio de un episodio de demencia. tenía una madre que declaraba su orgullo y un padre que no podía reponerse de la pérdida. la tenía a ella. archer tenía una hija y una persona que lo amaba con cada latido de su corazón.
— ¿algo que decir?
— debí darle más fuerte.
él se dedico a tatuar en su canal auditivo un acento neoyorquino que no volvió a olvidar. ella dejó el recuerdo de una bala que atravesó su cráneo.
no. no se sintió mejor.
archer no volvió ese día ni el siguiente.
la visita en sueños, la abraza en sus recuerdos y han pasado cuatro aniversarios y aún duele como la primera vez.
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ESTE VIERNES 24/01 20hs
CASA DE MUÑECAS FEST 💌🏘
Daddyblue (Desde Chile)❤️🔥
s0fy (Bsas) 🌐
Mataron a kenny 💀
Partes Vacías 💾
Lukflyy 🎸
Poemas rotos (Debut) 💌
Entrada:
1x $4000 o 2x$6000
Km 6 (Bariloche)
Dirección x privado
Invita:
#rocknpaint.brc #CrueldadRecords #DerrumbeDiscos
Flyer:
#maxsetentista
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"Estrellas rojas"
Advertencia: smut, afab reader, esclavitud I guess, angry sex, Wriothesley celoso
opordios- este es el primer smut que hago en tumblr, pueden darme sus opiniones si quieren.
Cuando pensaste en hacerle una pequeña broma a Wriothesley, no imaginaste que acabarías en una celda. Siendo sinceros, pensaste que tus elogios para Neuvillette serían buenos para darle algo de celos a tu pareja, pero parece que el destino no siempre está a tu favor.
O tal vez sí, pensaste, cuando tu amante golpeaba su polla profundamente en tu maltratado coño. No se preocupaba por tus gemidos ni por sus jadeos pues te había empujado a una celda alejada de oídos curiosos. Estaba tan preocupado por golpear la punta de su miembro lo más profundo posible mientras mordía y chupaba la piel de tu cuello.
"Tal vez así aprendas a no coquetear con otro hombre."
Seguía llamándote una puta por disfrutar el maltrato de tu agujero, siendo tan necesitada para él, tan apretada y mojada, con la mente vacía y llena de él. No te rogaría que lo ames, te demostraría que es una buena opción. Con unas cadenas en tus muñecas y siendo su prisionera mientras liberaba su frustración con tu cuerpo.
Mancharía tus paredes con su semen hasta dejarte llena, se aseguraría de hacerte llorar de placer y besaría tus lágrimas. Y luego te dejaría un poco más en esa celda para que te vieran y sepan que tenías dueño.
#genshin wriothesley#genshin neuvillette#wriothesley x reader#genshin impact wriothesley#genshin impact#genshin smut#genshin imagines#genshin writing#writing#afab reader#afab#afab character
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𝗥𝗢𝗦𝗘𝗪𝗢𝗢𝗗 con @yasgeum : ¡aléjate del fuego! las sirenas, los gritos, los alaridos y ese sonido de helicópteros acechándolos desde el aire, era demasiado. sus sentidos estaban saturados, sus extremidades se desconectaron un instante de su mente y quedó allí: congelado, como un espectador en una película recién estrenada en taquilla. la impresión, fue incapaz de darse cuenta que estaba demasiado cerca del fuego, hasta que la voz de su vecino se infiltró en su canal auditivo. ‘ mierda, mierda, mierda ’ repitió por lo bajo, alejándose hacia un costado. lo suficientemente aturdido, para chocar con su costado sin darse cuenta. ‘ lo siento ’ murmuró y lo vio, esperando no ver la misma piel manchada que en una de las criaturas que atacó a uno de sus vecinos. ¿criaturas? ¿humanos? ¿eso? no sabía cómo describirlos. aturdido, su cabeza comenzaba a doler, miró a su alrededor hasta que reconoció una de las casas vacías del vecindario. ‘ tenemos que buscar refugio, ahora – ’ porque nada parecía cambiar rápido el curso de las cosas, su mano fue confianzuda, casi necesitada, hasta la muñeca contraria. no quería estar solo. no podía. ‘ ven ’ si fue una petición, una súplica o una orden, no supo determinarlo, sólo buscó jalarlo hacia la puerta del costado de la casa abandonada.
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Desvelos (One short)
Al final me he animado a subirlo. Espero que guste. Si queréis saber mas de Cato y el juego les dejo aquí: @oliverojostristes // @redphonevn
Sin mas espera les dejo la historia
Abrí los ojos en pánico, hasta que vi el atrapa-sueños de mi dormitorio sobre mi cabeza. Miro alrededor y pongo mi mano sobre mi pecho suspirando. Estoy en mi cuarto, no estoy allí. Estuve mentalmente repitiendo lo cual mantra. Algo me ayudó ese ejercicio mental, pero aun mi mente se obcecaba en repasar la pesadilla al detalle. Mire el reloj del móvil y eran las 4 de la mañana. Seguramente estaba sola en el piso. Sabiendo que no iba a dormir me puse los cascos y decidí al menos levantarme y hacer algo productivo antes de que mi fortaleza mental cediera.
Me fui a la cocina en silencio a hacerme un café, mientras la música sonaba en mis oídos. Necesitaba que mi mente se distrajera. Miraba la cafetera y no pude evitar ver mi reflejo en la ventana. Sin ningún maquillaje, ninguna peluca, ni siquiera una expresión alegre para el público. Sólo mi mirada vacía…Solo yo. <<Vaya aun sola…Cuanto tiempo aguantaras con esa máscara antes de que el te la quite…Muñeca sabes que da igual que cara te pongas nadie te verá.>>
Mi mente se encontraba sumergida en mis pensamientos, sintiendo mis ojos ponerse vidriosos, cuando unos toques en el hombro me sacando en mi el movimiento de pánico de atacar, pero fue frenado en seco por una mano en mi brazo y unos ojos azules preocupados. Suspiro y me bajó con cuidado los cascos al cuello.
-Dulzura ¿Qué haces despierta?
Era Cato, por cómo iba vestido debía venir de fuera. Tardé unos segundos en recordar ser la compañera de piso alegre. Él debía venir cansado del trabajo.
-Café - Intentó darle una sonrisa pero claramente por como me mira no era la respuesta que buscaba. Suspira.
-Deberías dormir. -Aparta delicadamente mis manos de la cafetera notando la aspereza de estas. Por un segundo siento que mi máscara alegre se cae y mi visión se nubla por las lágrimas que se me acumulan.
-…no puedo…-empieza a quebrarse mi voz aferrándome a su manos las cuales aun viniendo de fuera me eran cálidas.
Cato me miraba preocupado y algo que parecía empatía. Agarra mis manos con un movimiento caballeroso acerca mis nudillos a sus labios para posar un beso sobre ellos. Dándome tiempo a reaccionar si no me sentía cómoda. Ese gesto más la mirada afectuosa que me dirigió provocó un sonrojo que por favor no se notara tanto como creía.
-No me lo vas a decir el porqué, ¿verdad?- Dice suavizando su voz grave. Desvió la mirada para disimular sabiendo que si la sostengo cederé.- Entonces tendré que vigilar tu sueño hasta que hayas descansado. - Estoy por protestar sabiendo que él debería estar durmiendo, pero antes de que diga nada pone un dedo sobre mis labios, mientras pone una media sonrisa.- Si veo que te esfuerzas y duermes pronto puede que yo también lo haga.
-Malvado -Refunfuño por el jaque mate que me ha hecho devolviéndome la táctica que le hago siempre que le veo volver herido. El pelinegro se ríe mientras me lleva a la cama.
Se va un momento antes de acostarse para él ponerse su pijama. Me veo buscando como colocar me en una cama individual para dejarle un hueco. Pero claramente el experto en Tetris encontró una solución rápida, cuando se sentó en la cama y me tumbó sobre él rodeándome con sus brazos. Lo escucho bostezar mientras le miro de reojo. noto sus dedos acariciar suavemente mi columna vertebral de forma relajante. Siento como mis párpados empiezan a pesar y mi cuerpo se va relajando sobre el suyo.
-¿Cato?- Susurro
-¿Mmm?- Tarde un poco en responder ya que hacía tanto que reprimía cada pensamiento o sentimiento que sentía el nudo en mi garganta intentando silenciar mi voz. Me aferre la camisa y antes de dejarlo ir.
-…Gracias, por esto…por aguantar mi personalidad extraña o mi humor volátil…por ayudarme cuando yo misma no se como hacerlo…No tienes porque hacerlo y los dos lo sabemos…a veces desearía poder ayudarte tanto como siento que tu me ayudas a mi…-No puedo evitar aprovechando la posición y el momento posar un beso a la altura de su corazón. Y mirar donde creo que estarán sus ojos colocando mi mano sobre esa zona dándole una sonrisa. -Por favor nunca cambies Cato.
Solo consigo ver en la oscuridad a Cato taparse el rostro con una mano mientras este murmura algo. Su reacción me curva los labios y al tumbarme escuchó claramente el pulso nervioso de mi acompañante. Me acomodo de nuevo sintiendo como mis pesadillas por un tiempo se vuelven a esconder en algún lugar de mi mente, para ser sustituidas por una mirada azul que me hacía pensar. <<¿Qué fácil sería amarte?>>
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Puedo pedir a Fer Contigiani + daddy kink? Las cosas que le permitiría a ese hombre me haga harían llorar a mis viejos 🛐
Kinktober, Día 2: Daddy Kink
Regresar tarde luego de un ensayo o la presentación de una obra es una experiencia común para Fernando: está acostumbrado a caminar de regreso bajo la luz de la luna, recorriendo las calles vacías y silenciosas, pero realizar ese trayecto acompañado y sujetando tu mano es algo nuevo.
Cuando se deslizan bajo las mantas, en la que él cree es la séptima vez desde que comenzaron la relación hace tres meses, ninguno espera que la inocencia de sus besos se convierta en desesperación. Rompe el beso para respirar, sus nudillos rozando tu pómulo y tu mejilla mientras se recupera para volver a hablar.
-¿Qué querés?
Intentás sostener su mirada, siempre dulce e intensa, pero terminás dejándote vencer por la timidez y cerrás los ojos. Fernando siempre insiste con la comunicación y el contacto visual, repitiendo que es la forma en que puede comprender mejor tus deseos y tus reacciones, pero todavía no estás segura de poder tolerar -en el mejor sentido- la manera en que sus ojos te observan con atención y adoración.
Contestás rápidamente en voz baja y él ríe.
-¿Qué? No entendí- besa tu mejilla-. No tenemos que...
-Tocame.
Otro beso, esta vez en tu mandíbula, sus labios deslizándose sobre tu piel y su mano descendiendo lentamente por tu cuerpo. Cuando vuelve a hablar su voz suena más grave, más severa y casi desprovista de su encantador carácter, provocando un súbito cosquilleo entre tus piernas.
-Preguntame bien. Y mirame cuando lo hacés.
-Por favor, Fer, ¿me tocás?
-¿Dónde querés que te toque?- pregunta con una sonrisa. Mueve sus dedos en círculos sobre tu estómago, ahora expuesto porque la camiseta holgada que llevás puesta se arrugó, como si intentara hacerte cosquillas-. ¿Acá o...?
-Ahí- decís en un suspiro cuando roza tu centro por sobre tu ropa interior.
Perder el tiempo provocándote no está en sus planes y tira de la prenda para deslizarla por tus piernas hasta que esta termina rodeando tus tobillos. No esconde el hecho de que las puntas de sus dedos están ahora húmedas con tu excitación y cuando toca el interior de tus muslos para indicarte que separes las piernas, tu esencia deja una huella brillante en tu piel.
-Estás muy mojada, princesa, ¿por qué?
Ojalá no te torturara de esta manera, pensás mientras te mordés los labios en un intento de reprimir cualquier sonido, porque sus palabras sólo empeoran el fuego en tu interior. Preguntó lo mismo la primera vez que tuvieron sexo -antes de arrojar unas gotas de lubricante sobre tus pliegues y deslizarse entre ellos- y el simple hecho de escucharlo hablando de esa manera hizo que temblaras violentamente.
Esta vez sus palabras tienen el mismo efecto y como no espera una verdadera respuesta de tu parte, opta por introducir un dedo en tu calidez. Lo recibís sin mucha resistencia, contrayéndote una vez que desliza el dígito rítmicamente para acariciar tus paredes, el movimiento provocando en pocos minutos que el sonido de tu humedad se propague por toda la habitación.
Gira su muñeca y gemís con fuerza.
-¿Acá? ¿Sí...?- vuelve a abusar de tu sensibilidad y captura tus labios para silenciar tus sollozos de placer, pero también para ahogar el grito que dejás salir cuando introduce un segundo dedo. Curva ambos dígitos para consolarte-. Ya está, ya está.
Entre gemidos, y otros sonidos que le resultan adictivos desde el primer momento en que te escuchó, murmurás una palabra que no puede descifrar. Cuando ralentiza sus movimientos guardás silencio, por lo que comprende que no se trata de una palabra de seguridad o un pedido para que se detenga, pero te ve modular sin emitir sonido alguno cuando retoma la acción.
-¿Qué querés, bebé?- muerde tu mejilla sin mucha fuerza. Negás, liberándote de sus dientes, tus párpados cerrados con fuerza-. Decime, ¿qué es lo que querés?
Otra negativa. Suspira.
Mueve sus caderas, para permitirte sentir su erección y también para obtener un mínimo alivio, robándote un gemido agudo y cargado de desesperación. Incrementa su tempo, con su pulgar moviéndose expertamente sobre tu clítoris, pero son sus dedos llegando aún más profundo los que te hacen delatarte.
-Ahí- le suplicás-. Papi...
Intenta detenerse, convencido de que su mente lo está engañando, pero repetís esa palabra como un mantra y le cuesta horrores controlar sus acciones. Quiere hablarte sobre lo que está sucediendo, preguntarte si en verdad querés llamarlo así, pero tu voz lo hace sentirse débil y no está seguro de poder pensar correctamente. Mucho menos con toda la sangre de su cuerpo concentrada en su miembro.
Esconde su rostro en tu cuello y su respiración te hace gritar.
-¿Querés que papi te coja toda? ¿Eso querés?
-Sí- contestás casi gritando-, por favor.
Sonríe contra tu piel. Retira sus dedos.
-Decilo.
- @madame-fear @chiquititamia @creative-heart @llorented @recaltiente @delusionalgirlplace ♡
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quiero ser niña otra vez
Cuando era pequeña no esperaba el día en que fuera "grande." Quería hacer lo que yo quisiera, salir sin mis papás, ir al super, tener mi dinero, no pedir permiso. Y ahora que tengo todo eso, me siento tan vacía.
Cuando voy al supermercado recuerdo ir en el carrito de compras junto con mi mamá, rogándole que me comprara esa nueva muñeca que tenía un hermoso vestido rosa. Ahora me veo caminando sola, pasando de largo el pasillo de los juguetes.
Decía que cuando fuera grande sería aún más feliz, pero cada día me siento más triste, más insuficiente y que no vale la pena intentar cambiarlo.
Me siento más pequeña de lo que era antes. Sin saber a dónde ir ni que hacer.
Aún así encuentro cierta seguridad y paz en todos esos recuerdos, en toda esa nostalgia, pues mi niña sigue ahí, escondida dentro de mí, esperando a salir. Ella es la única que de verdad me comprende y sabe por todo lo que he pasado.
La nostalgia es mi lugar seguro.
youtube
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¿Amor o amistad? Parte 34
Luego del mal rato, el resto de la patrulla de canes se retiró del bar, dejando al par de amigos solos, el científico solo suspiro de mala gana mientras terminaba con la bandeja de papas fritas de gran tamaño, podría decir que, para pasar el mal momento, necesitaba un buen trago dulce. Le hizo una suave seña a la botella de ron por detrás de la barra, quizá no tomaría tanto, quizá sí, dependía de que tanta información estaba dispuesto a dar según su nivel de sobriedad.
Grillby pacientemente sirvió hasta que ya tuvo un tercer o cuarto trago encima, lo suficiente para estar medianamente cómodo y suelto para hablar, además de asegurarse de que ya podía cerrar.
—Bueno, ¿tienes alguna razón para estar más caderón?
—Un pequeño accidente en el laboratorio, —dio un trago —no estaba planeado ni mucho menos… solo sucedió.
—¿Qué tan grande era la cosa?
—Bueno… su majestad me dejo testear sobre mí mismo la magia de las almas humanas.
Grillby lo miró fijo, juzgando seriamente lo que acababa de escuchar.
—¿No tenías sujetos de prueba?
—Sabes que no Grill, su majestad rechazo la idea de tener gente a disposición aún si eran voluntarios.
—¿Cómo lo convenciste de ser tú el que probara entonces?
—Discutimos un rato por ello, pero al final accedió siempre y cuando fuera cuidadoso.
—Puedo adivinar que no lo fuiste tanto.
—Tarde o temprano tenía que arriesgarme, lo hice demasiado pronto.
—¿Y qué es exactamente lo que te paso?
—Bueno, se puede decir que ya no soy un esqueleto, diría que soy un monstruo aún, sin duda, pero ya no tengo una clasificación clara, es decir…
Suspiro por lo bajo antes de sacarse su tapado negro y arremangar con un poco de esfuerzo la manga de su suéter, mostrándole a su viejo amigo que efectivamente no había huesos visibles, si no que tenía un brazo con una anchura similar al suyo, el cantinero miro un poco sorprendido aquello, el científico extendió el brazo para que pudiera tocar y asegurarse de que no estaba teniendo una alucinación. Él solo presiono un poco alrededor de la muñeca y un poco por su brazo descubierto aún sin poderlo creer del todo.
—¿Esto aplica a todo tu cuerpo?
—Si, tanto extremidades como el torso, incluido el cuello, solo mi cabeza no se vio del todo afectada, aunque tengo una ligera capa de piel blanca que la recubre.
—Pues estás relleno en buenos lugares ¿seguro que no fue a propósito?
—¡Hey!
—Solo digo, ¿estás bien, así como estas? ¿Es reversible?
—No me he puesto a investigarlo realmente, —vuelve a cubrirse —es un poco un incordio, pero si me acostumbro supongo que estaría bien quedarme así.
—Adivino, ¿a Asgore le gusto?
El científico solo enrojeció y miró a otro lado.
—Bueno, un poco, supongo… es decir, ya le gustaba antes, pero… quizá no le parece del todo mal esta forma.
—Ajá, ¿sí? —lo mira alzando una ceja.
—Ugh, cierra el pico y sírveme otro trago.
Hubo más charla, sobre todo de su nueva apariencia, el científico no podía negar que, sin dudas, tenía musculatura y otras cosas más en los lugares apropiados para verse atractivo con la mayoría de los monstruos bípedos del subsuelo, no es que nunca antes le hubiesen dicho cosas así, cuando era un esqueleto y Papyrus era un bebé recordaba escuchar mucho a las madres solteras hacer juegos de palabras con tintes sucios para adultos con su persona, algunas más atrevidas que otras, y quizá algún monstruo soltero que tenía menos respeto, pero que prefería no recordar los detalles, recuerdos reprimidos, que prefería que siguieran así.
Cuando vio que la botella estaba vacía, decidió parar con los tragos, quería evitar un mal encuentro con su niño si se enteraba que bebió hasta el punto de estar completamente dependiente de otros para volver a casa. Volvió a ponerse tu tapado y dejo una bolsa con monedas de oro para pagar lo del mes y la ronda de bebidas, siempre hacía una ligera insinuación de cuanto podía estar debiendo Sans, pero Grillby nunca le decía; resignado a que no resolvería ese misterio, se retiró del local, saludando con la mano desde la puerta.
Llegó a su hogar y llevo los pasos pesados hasta su cuarto, esperaba que sus niños a esa hora estuvieran ya dormidos, no es que necesitase ocultar nada, desde el primer día que paso lo de las pastillas, decidió no ocultarle a ninguno que había cambiado completamente y claramente alentó a que ninguno de los dos intentara postularse como voluntarios cuando las pastillas fueran dadas a ciertos monstruos. Aunque el efecto de la determinación pura podía ser la única capaz del cambio, no quería arriesgar a sus esqueletos, aun así, Sans parecía querer ir en contra de ello.
Ya llegaría el momento de hablar, pero eso podría estar muy lejos.
Cuando se hizo de mañana, tuvo un par de mensajes de Alphys que parecían requerir una atención inmediata por la cantidad enviada, se tomó un momento para leer mientras se cambiaba para salir, pero un mensaje hizo saltar todas sus alertas, los guardias reales querían llevar ellos mismos las flores doradas al sótano del laboratorio. Sabiendo que el rey podía haber dado la orden, Alphys no podría detenerlos mucho tiempo, así que inmediatamente al poner un pie fuera de casa uso el atajo más largo que le permitiera su magia actual para llegar lo antes posible.
Corrió apenas apareció en las puertas del laboratorio, para encontrarse en la puerta de atrás a los guardias, discutiendo con su pequeña asistente que de milagro los había retenido ahí.
—¿Qué sucede aquí?
—Oh, doctor, tenemos ordenes de llevar las flores doradas al sótano.
—El ascensor no aguanta demasiado peso, yo me encargare de llevarlas, pueden irse.
—Pero doctor…
—Díganle a su majestad que cumplieron y que todo está en orden, no quiero un accidente adicional aquí ni heridos por su terquedad.
Dicho esto, tomó de las manos de uno de los guardias la maceta con una flor dorada particularmente grande, al final, ellos se resignaron y dejaron todas las flores a las puertas del elevador, suspiró pesado cuando se fueron, claro que era mentira que el elevador no podía soportar mucho peso, y de ser verdad, solo haría que Alphys colocara y empujara con cuidado las macetas para él recibirlas en el sótano, sin ponerlos en peligro.
De hecho, para tener esa seguridad, procederían de esa manera.
Después de aproximadamente una hora, todas las macetas con flores estaban en el sótano, tuvo que cambiar de forma precipitada la luz del cuarto para que fuera apta y que las plantas no se marchitaran por la falta de luz, aunque debía decir que esas flores eran realmente resistentes, ya las había visto crecer espontáneamente por algunos lugares del reino, aunque morían si no tenían ciertos cuidados a largo plazo.
—E-Está es la última, d-doctor.
—Oh, muy bien —tomó la última maceta y la acomodo con el resto.
—¿C-Cómo convenció al rey de darnos las flores d-doctor?
—Él las ofreció y que las mandara tan rápido quiere decir que habla muy en serio…
—¿D-De qué habla?
—De lo que paso conmigo, tengo prohibido volver a experimentar en mí mismo, indefinidamente.
—A-Ah, q-quizá sea lo mejor ¿n-no cree?
El científico real pudo notar donde iba la mirada de su pequeña asistente, mirando al cuarto donde las amalgamas solían ocupar con mayor regularidad, si, debía admitir que era lo mejor esa prohibición, de lo contrario había una gran posibilidad de convertirse en uno de ellos. Apretó un poco los dientes, aún frustrado de no poder devolverlos a su forma, pero no tenía la magia tan fría como para intentar asesinarlos para acabar con su sufrimiento, debía haber una cura.
—Vuelve arriba Alphys, te llamaré si pasa cualquier cosa y mantenme informado de lo que suceda.
—A-A la orden d-doctor.
Espero a que la joven lagarta se fuera por el ascensor, antes de tomar el pase a la sala con las almas y todas las pastillas, ahora, quizá necesitaba volverlas a dejar en estado líquido para poder inyectarlas de manera eficiente en las flores doradas o podía volver la magia polvo de manera que las usara de fertilizante y ver sus efectos a largo plazo, ambas opciones eran tentadoras y en el peor de los casos que un humano llegara, él tendría tiempo de intentar dar las cápsulas de magia temporal a los monstruos con un nivel de vida respetable, incluso si Asgore no lo autorizaba, sería solo en un caso de emergencia absoluta.
Estuvo un par de horas, experimentando con la magia, probando algunas flores pequeñas con ciertos rasgos, sin muchos resultados significativos, solo lecturas normales la mayor parte del tiempo, sin nada que valiera la pena anotar, suspiró un poco decepcionado, pero bien, tendría que tomar las cosas con calma.
Cuando se hizo de noche, recibió un par de mensajes de Alphys, dejo las plantas en su lugar y revisó para ver como estuvo el día, antes de caer en que su asistente había avistado a alguien merodeando por el basurero desde la cámara, como rebuscando cerca de la cascada donde él había estado.
Entonces recordó su bolso.
—Maldita sea, nadie puede encontrar eso. —Sintió un escalofrío por su espalda.
¿Qué tan a la mierda se iría su reputación si alguien encontraba su bolso?
Ni siquiera espero una respuesta de Alphys, simplemente desapareció del sótano, apareciendo inmediatamente en el vertedero, si tenía algo de suerte, encontraría sus cosas antes de que ese monstruo localizara la cueva oculta, reviso por los alrededores, si hubiesen sido las amigas de Alphys moriría de vergüenza, pero al menos podía considerar que eran inofensivas.
Pudo notar por el rabillo del ojo un rápido movimiento y no tuvo el suficiente tiempo de reacción para detenerlo con magia azul, bufó frustrado y fue detrás de la cascada, no importaba si Alphys veía ese pequeño lugar, simplemente sería otro secreto más a la lista, la cual parecía agregar más conforme pasaba el tiempo. Revisó detrás del sillón, encontrando su bolso, no pudo respirar aliviado hasta que reviso que todo estuviera tal y como lo dejo, para su fortuna, no faltaba nada.
—Dios, como pude olvidarlo.
Se apretó entre los ojos y acomodo todo de nuevo, tomando la bolsa para salir del lugar, más cuando estaba de nuevo fuera de la corriente del agua, sintió un fuerte mareo, ahora que el momento de adrenalina se había esfumado, estaba notando que no se encontraba nada bien. Clavó las rodillas en el lecho del río, un poco aturdido, respiró hondo varias veces, profundo y despacio para reubicarse, ni siquiera sabía porque estaba tan mal de un momento a otro; levantó la vista a la cámara oculta en la basura, aunque no le gustara la idea, le hizo señas a Alphys para ordenarle venir por él, ya que realmente no sentía que pudiera moverse por su cuenta.
Aunque eso tomaría al menos unos veinte o treinta minutos.
"Ugh, ¿Por qué mi cabeza de repente me está matando?" Se quejo mentalmente mientras respiraba despacio.
—¡Hey Doc! —se escuchó desde lo alto.
—Ah, ¿Undyne? —levantó la vista.
Antes de que pudiera hacer o decir cualquier cosa, pudo ver como la chica saltaba desde lo alto de la cascada para caer en un montón de basura blanda, hundiéndose en ella, para luego ver como sacaba los puños por arriba y salía de la montaña a base de patear los desperdicios a un lado.
—¡Puaj! ¡Qué puto asco!
—Lenguaje Undyne, ugh… —soltó un jadeo, llevando una mano a su cabeza.
—¡Hey! ¿Está bien? Joder, lo llevare al laboratorio.
Sin darle tiempo al esqueleto de que pudiera quejarse sobre ello, lo levantó en brazos, como una princesa en apuros esta vez, lo cual era bastante vergonzoso, pero en lo único que pudo pensar fue en aferrarse fuertemente al bolso para que no se abriera; la joven procedió a saltar de montón en montón de basura para finalmente salir del vertedero y llegar a la entrada de Hotland en pocos minutos, para ese momento el mayor solo se había resignado a ser llevado, en parte porque no sentía estar del todo consciente.
—Ah, ¿el laboratorio…? —entrecerró los ojos, intentando enfocar la vista.
—¡Alphys! ¡Hey!
Cuando las dos chicas se juntaron, llevaron al doctor a la enfermería, a la vista del resto de trabajadores, que no entendían que estaba pasando, ni en qué momento el jefe había abandonado el sitio, pero nadie tenía el valor de ir a ver, no después del castigo que les cayó después de hablar a sus espaldas.
—Estoy bien, solo estoy mareado, déjame en la silla, —gruñó, todo le empezaba a dar vueltas.
—Bien, como quiera.
Tal como pidió, lo dejo sentado en la silla en lugar de la camilla, el esqueleto soltó despacio el bolso para dejarlo a un lado, mientras el mareo aumentaba progresivamente lento.
—¿D-Doctor? ¿M-Me escucha?
—Alphys, ah, ¿tú le dijiste a Undyne? —la miró aún algo desorientado.
—L-La vi en las cámaras y creí que n-necesitaba ayuda inmediata.
—Estoy bien, solo fue un momento de mareo, descansare un momento y…
—¡Hey! ¡Hey! —lo tomo de los hombros y lo enderezó —Bien no es precisamente la palabra para describirlo, diría que tiene la cara un poco más pálida de lo usual.
—Ugh, solo es un mareo.
Ambas chicas se miraron un momento, era claro que no era un simple "mareo" tonto ni nada por el estilo, al final la capitana optó por poner la mano en la frente del mayor comprobando que efectivamente, tenía temperatura, fiebre.
Fiebre, fatiga, debilidad como para caerse, mareos que no se iban y quizá náuseas por eso mismo, estaba irritado, y por sus acciones era claro que también le dolía bastante la cabeza. Entonces la chica agarró de repente a la pequeña asistente bajo el brazo y la llevó corriendo para que le abriera la sala de descanso, tomó todas las botellas de agua que pudo del refrigerador, también puso a calentar una taza de agua y puso al lado unos fideos instantáneos.
—¡Llévalos cuando estén listos! ¡Y no le pongas condimentos, solo un poco de aceite!
—¡¿E-EH? ¿Ah? O-Okey… —balbuceo sin entender nada.
Rápidamente, volvió a la enfermería con las botellas bajo sus brazos, las dejo todas encima de la mesa de indumentaria, abrió una y se la pasó al doctor, él cual no estaba del todo bien orientado, o simplemente no quería nada en ese momento.
—Escuche doc, o toma ahora mismo agua o juro por dios que traeré a Asgore sobre mi maldita cabeza para que vea como se encuentra.
Gaster se sobresaltó un momento, mirando que la chica estaba hablando muy en serio con ello, a veces bromeaba, pero su tono era demasiado frío y denotaba mucha molestia, a regañadientes, tomo la botella y dio un trago, un poco corto, sin que la chica le perdiera la vista, así que fue dando tragos pequeños hasta que noto llegar a Alphys de nuevo con un tazón de videos brillosos con solo aceite.
—¿No usaste los condimentos?
—No necesita sales ahora mismo, después le haremos otro, ahora coma también y no deje de beber agua.
Acercó la mesa con las botellas y le hizo espacio para poner el tazón de forma que fuera fácil de tomar porciones con el tenedor, el científico solo suspiro, tomando el tenedor y enrollando los fideos para comer un pequeño bocado, masticó un poco y trago, pasando con un sorbo de la botella, tanto él como Alphys estaban más que confundidos de porque estaba haciendo todo eso.
Sin embargo, luego de lo que sería una hora, el mareo se detuvo y ya no se sentía con tanto malestar, de hecho, estaba bastante mejor.
—¿D-Doctor? ¿Se siente mejor?
—Debo confesar que sí, mucho —miró a Undyne confundido.
—Doc, estaba deshidratado a mas no poder y probablemente muerto de hambre también.
—¿Deshidratación? ¿Yo?
—Ya no es un esqueleto doc, ese cuerpo si parece necesitar que lo cuide debidamente, ¿gasto mucha magia hoy?
—Hice un atajo corto y dos realmente grandes.
—¿No ha venido a comer en ningún momento? —Undyne gira la vista a Alphys y ella niega nerviosa.
—Puede que me olvidara de la comida o de venir por un café de vez en cuando… o solo beber agua de los grifos del sótano.
—¿Cuándo fue la última vez que comió y, sobre todo, bebió algo?
—Ah… —rememoro un momento —no he bebido nada desde anoche, esta mañana vine apurado y… se me paso completamente.
—Jeez, ¿en serio como esqueleto aguantaba uno o más días sin beber?
—Vivo a base de café. —Dio un trago a la botella.
—Eso me di cuenta.
—Por cierto, ¿cómo supiste con solo verme que estaba deshidratado?
—Porque me pasa a mi cada maldita puta vez que vengo con armadura a Hotland, ¿acaso se olvidó ese detalle? Solo que yo puedo reponerme con un poco de agua en mis escamas.
—Es cierto —se llevó la mano a la cara —soy yo el que va a tirarte agua y ayudarte a entrar al laboratorio para que no te cocines.
—Como sea, le voy a contar a Asgore.
—¡¿EH?! ¡No, no lo hagas!
—¡Claro que lo voy a hacer! Estuvo al borde de una deshidratación severa, ¡maldito científico loco!
—Ugh, no quiero que se entere, por favor.
—Olvídelo, volverá a pasar si me lo callo.
—¡No! ¡no puedo tener a su majestad preocupado por ello!
—¡¿Y por qué no?!
—Ugh, hay demasiadas vistas sobre mí y no quiero que pasen a ver a su majestad…
—¿Qué? ¿Vistas?
—Ah, —mira un poco a las dos —vamos a mi oficina, aquí aún hay micrófonos.
Tomo su bolso bien cerrado y se intentó levantar, pero la chica volvió a cargarlo en brazos cuando casi se cae de frente, refunfuño frustrado y simplemente se dejó llevar, ahora tendrían que hablar de nuevo en el trabajo, si es que se atrevían. Undyne pateo la puerta para abrir y pasar derecho al sillón, la pequeña Alphys traía consigo las botellas que aún tenían agua y verifico que la puerta seguía funcional, al menos para poder cerrarla de nuevo.
—Bueno, ¿suficiente con estar aquí?
—Ah, sí —suspira por lo bajo.
—T-Tomé doctor. —Le acerca una botella.
Agarró la botella y le dio un trago antes de suspirar resignado.
Al final empezó suave, con lo que ya sabían ambas o creía que sabían, Alphys estuvo bastante emocionada de confirmar sus sospechas a la obvia relación de sus jefes y Undyne tuvo que actuar con sorpresa solo para que la pequeña lagarta no le reclamara nada, luego de ello, empezó a decir lo que paso a causa de los rumores que empezaron debido a su marca y como un monstruo extendió información clasificada entre la gente de su persona, aparte del mal rumor de que fue marcado a la fuerza, en parte cierto pero no lo sentía de esa forma.
Claramente la capitana de la guardia real quería saber de inmediato quien demonios era, más Gaster se abstuvo de darle esa información ya que solo haría que la gente supiera que había algo de verdad en ello; claramente protesto, pero ambos científicos la calmaron un poco, claro que la relación era secreta y solo algunos sabían, confirmado por el propio doctor y probablemente suposiciones de algunos guardias, como los que custodiaban al rey en su celo.
Claro que Undyne los mantenía a raya.
—En verdad no vale la pena Undyne, además su majestad se hará cargo sutilmente, si sigue con lo mismo tomaremos medidas más severas.
—Puedo partirle las piernas como medida más severa.
—Ni siquiera sabes si tiene piernas —mira a otro lado, a ver si eso hace que se desvíe un poco.
—Algo tendrá que pueda destrozar.
—Déjalo, simplemente esperaremos que los rumores se dispersen, o que algo más distraiga al pueblo, se pasara como todo. No quiero problemas para su majestad.
Las chicas se miraron mutuamente, si bien era cierto que los rumores iban y venían, si alguien estaba reviviendo el mismo una y otra vez, eso no pasaría rápido. Aun así, poco podían hacer realmente con la escasa información que daba el científico y la decisión del rey de aplicar él un castigo a medida; ambas suspiraron con resignación, se haría a la antigua, con paciencia.
—Bueno, de todos modos, Asgore debería saber que casi te desplomas.
—No, no tiene qué, no lo preocupes innecesariamente, no pasara de nuevo.
—¿Seguro?
—Intentare que no pase de nuevo.
—Si vuelve a pasar, le digo.
—Ugh, bien…
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Capítulo XXVIII: La respuesta de Lami
Alicent salió de la bañera cuando escuchó el sonido de la llave bloqueando la puerta. Alva había entrado en el cuarto poco después de que Seth se marchara, como cada mañana. Como ya era habitual, se llevó la bandeja con los restos del desayuno y dejó una copa con una infusión de hierbas sobre la mesa del dormitorio. Tómate esto, había dicho el primer día. Después de aquella orden no había vuelto a dirigirle la palabra y Alicent lo prefería así. Había algo en sus ojos, una mezcla entre repulsión y resentimiento, que a parte de no comprender hacía que se sintiera insegura como nunca a su lado, aunque también estaba el hecho de que ahora sabía que era un vampiro. De todos modos, era algo confuso, ya que aunque no tenía ni idea de qué había hecho para enfadar tanto a Alva, si alguien tenía motivos para cabrearse, esa era ella.
Alicent saltó por encima del semimuro de piedra que separaba el vestidor del dormitorio. Aunque aquella planta era tan amplia como cuatro veces su casa, para esas alturas Alicent ya había descubierto cualquier recobeco de la sala, y estaba harta de tener que rodear el círculo exterior para poder acceder a la habitación. Cogió la taza de té, que todavía humeaba, de encima de la mesa auxiliar que había junto a la cama. Seth y ella siempre desayunaban allí.
Seth. Alicent apretó la copa entre las manos. Cada mañana, Seth subía una bandeja con el desayuno y la dejaba sobre la mesa junto a la cama. La obligaba a esperarlo allí, desnuda, postrada sobre el colchón como una muñeca que espera a que su dueño vuelva a su lado. También subía una bandeja con la cena por las noches, cuando regresaba de a saber dónde. Ella por su parte cada vez comía menos, aunque se moría de hambre. A pesar de que el olor de todo lo que él traía le abría el apetito, la culpa que sentía al pensar que estaba pagando la comida y el techo con su cuerpo le cerraba el estómago y no era capaz de dar más de un par de bocados por comida.
Miró hacia las mantas, todavía revueltas tras la despedida de Seth. Los recuerdos se volvieron tan vívidos que se quedó paralizada durante casi un minuto. Fue el olor a belladama infusionada lo que la trajo de vuelta. Alicent volvió en sí dando una bocanada de aire, sintiendo húmedas las mejillas aunque no era consciente de haber roto a llorar. Se estremeció y sacudió la cabeza, enfadada consigo misma; congelarse no la ayudaba de nada, todo lo contrario. Necesitaba ser consciente de todo lo que le hacía Seth, para no vacilar con respecto a sus pensamientos sobre él.
Vació el té en la misma maceta de siempre. La planta de dicha maceta era alta y verde cuando Alicent llegó a Myr, pero con el paso de las semanas se había ido marchitando. Dejó la taza vacía sobre la mesilla de noche y fue hacia el balcón, limpiándose las lágrimas con impaciencia.
No entendía por qué la intentaban envenenar. Si era cosa de Seth, ¿por qué simplemente no la encerraba en una celda en lugar de enviar a Alva con un té envenenado? O si tanto quería matarla, ¿por qué no hacerlo de una vez por todas, en lugar de usar un método tan lento? La belladama era una flor potencialmente venenosa cuando se combinaba con otros ingredientes, capaz de acabar con una persona de forma lenta y dolorosa. Pero, ¿realmente era cosa de Seth o Alva estaba actuando por cuenta propia? Alva compraba belladama con cierta frecuencia en la tienda de su madre, y Lami se la servía siempre con tanta discreción que eso había picado la curiosidad de Alicent, motivando que investigara sobre aquel ingrediente. Las muertes por consumo de belladama eran lentas y poco agradables. La piel se empezaba a descamar y luego llegaban las llagas. Y eso solo era el principio. Si Alicent hubiera tomado los tés, sería solo cuestión de tiempo que quedara calva y con la piel en carne viva, hasta terminar ahogada en su propio vómito cuando no tuviera ya fuerzas ni para moverse. Aquello era una opción peor incluso que morir desangrada lentamente por vampiros.
Se olvidó de Alva, del té, y de que intentaban asesinarla en cuanto abrió las puertas del balcón y escuchó las voces que subían desde el jardín. Se asomó y, desde lo alto, reconoció a Joric peleando espada contra espada con Seth.
Los ojos se le llenaron otra vez de lágrimas al mismo tiempo en que jadeó emocionada. No se lo merecía, pero Joric había vuelto para rescatarla. Alicent apretó los dedos contra el pasamanos de piedra del balcón y se inclinó hacia adelante. El corazón le dio un giro cuando Joric consiguió desarmar a Seth tras varios movimientos certeros, pero no tardó en encogerse cuando su amigo no solo no dio el golpe de gracia a Seth, sino que también bajó la espalda y esperó a que recuperara la suya. Luego hizo varios movimientos lentos en el aire, mientras parecía explicar algo. Están entrenando.
Retrocedió y volvió a entrar en la habitación, sintiéndose estúpida. ¿Qué esperaba? Ya habían pasado ocho noches desde que se habían reencontrado. Si alguien la hubiera querido rescatar, ya lo habría hecho. Además, lo que había escrito en la nota que le dio tampoco daba motivos para ello. Además, Joric no estaba de su lado, o al menos no tanto como antes. Debió haberlo sabido desde el principio. Con lo mal que se llevaban, Seth no le habría dejado verla si no supiera que podía contar con su apoyo.
Alicent giró a la derecha y esquivó el biombo que separaba el baño de la zona de pociones, decidida a hacer algo, lo que fuera, para evitar volverse loca mientras esperaba a que subieran. Hacía una semana y un día, el mismo día en que intentó quitarse la vida, que Joric los había visitado en la torre. La alegría por verlo duró poco; Alicent no podía imaginar lo que debió haber vivido durante el secuestro de los nigromantes, pero desde luego no era el mismo que antes. Estaba más apagado, casi sin vida. Mecánico incluso. Sin embargo, podía entenderlo. Ella tampoco volvería a ser nunca la misma después de todo lo que le había tocado vivir. Por ahora, con volver a Morthal se conformaba. Y si Joric estaba en Myr, quizá traía la respuesta a sus súplicas.
Le había pedido a Joric que le entregara una nota a su madre en su nombre. Como fue algo improvisado, no le llevó mucho tiempo escribirla. Todavía recordaba de memoria lo que había escrito en el papel doblado que le dio a Joric: “Mamá, quiero volver a casa. Te echo de menos. Alicent”. A Seth no le había gustado su atrevimiento, pero no pudo hacer nada por impedirlo.
Alicent cogió un tarro y se acercó a una ventana para examinarlo a la luz del día. Concentrarse en la tarea de hacer pociones le costó un buen rato, incapaz de dejar de dar vueltas a su situación. ¿Cómo saber si podía o no confiar en Joric? A fin de cuentas, la última vez que se habían visto en Morthal las cosas habían ido fatal. ¿Y si piensa que merezco esto? Sorbió su nariz y se prohibió parpadear más de lo estrictamente necesario, negándose a seguir llorando. La mezcla de raíz trepadora y ectoplasma que había preparado hacía unos días parecía ir bien. En solo dos días más, serviría como base para unas cuantas pociones para restaurar magia. Hasta donde Alicent sabía, la magia era como el aguante; cada persona tenía una capacidad y esta se iba agotando si se utilizaba de forma intensa y sin descanso. Hacía tres noches que Seth había hecho instalar un pequeño puesto de alquimia solo para ella, para que pudiera practicar, o eso había dicho él. Pero Alicent no era tonta o, al menos, no lo era tanto como cuando llegó. Sabía que a su madre no le temblaba el pulso a la hora de vetar a clientes de la tienda, y Alicent había notado que la reserva de pociones mágicas de Seth había ido menguando, tanto que ya habían desaparecido incluso las pociones que el brujo tenía repartidas por el cuarto como decoración.
Apretó los labios mientras devolvía el tarro con la mezcla a su sitio. Quizá por eso le daba la belladona en pequeñas dosis, para poder reabastecerse bien antes de acabar con ella. No. Basta de pensar esas cosas. Cuando Joric suba, me iré con él. Decidió hacer algunas pociones de reforzar magia mientras esperaba. Si la anterior mezcla servía para regenerar magia cuando un mago ya había consumido toda su energía mágica, esta nueva mezcla hacía que el mago tuviera más energía mágica de base. Echó un puñado de uvas de jazbay al mortero y empezó a molerlas con ganas. Pero ¿y si me ha traicionado? ¿Y si no le ha dado la nota a mamá?
Pagó la frustración con las uvas, las cuales machacó con ahínco hasta formar un puré. ¿Qué va a ser de mí si tengo que seguir viviendo aquí? ¿Cuánto aguantaré con vida? Limpió con rapidez una lágrima rebelde y suspiró. Debía dejar de pensar en ello cuanto antes. Joric y Seth podían subir en cualquier momento y Alicent no se podía permitir estar con los nervios a flor de piel. Cuando estaba así no era capaz de pensar con claridad, era todo emoción. Pero si tengo que seguir aquí, ¿cuánto aguantaré con vida? Dejó el mortero a un lado y buscó las aletas de carpa entre todos los tarros que Seth había conseguido. Alicent no sabía de dónde habría sacado todo aquello de un día para otro, allí había ingredientes que no tenían ni en la tienda. Su mirada se detuvo en uno en concreto. Aletas de perca. Alicent cogió el tarro y lo abrió, mirando las colas de pez secas, recordando el día en que casi envenenó sin querer a Falion con ellas. ¿Y si…? Podría camuflar el veneno entre las demás pociones.
Basta. Una vez más, se obligó a concentrarse en las pociones y a evadirse de su situación. No podía estar pensando en envenenar a alguien, eso no estaba bien. Cerró el tarro de aletas de perca y lo alejó de sí, para coger el de carpa y añadir la proporción necesaria a las uvas de jazbay. Aquella mezcla no necesitaba de reposo, así que para cuando Seth y Joric quisieron entrar, Alicent estaba terminando de embotellar las ocho pociones para las que había dado la mezcla.
—Alicent —llamó Seth—. Joric ha vuelto de visita. Quería verte antes de regresar a Morthal.
La atraparon con la guardia baja, cuando ya había logrado concentrarse. Alicent dejó un par de pociones sin taponar y se dirigió a ellos, para recibirlos. Ambos estaban desgarbados y sudorosos por el entrenamiento. Primero besó a Seth en la mejilla, para tenerlo contento; la última vez se había molestado cuando ella saludó a Joric y no a él. Luego se detuvo frente a Joric y lo abrazó con fuerza, cerrando los ojos y escondiendo la cara en uno de sus hombros. Podría haber cambiado, pero seguía vivo. No como Laelette y Alva. Esperaba que Joric la abrazara también, que la envolviera con sus brazos. O al menos que le diera una palmada en la espalda, como solía hacer Benor, a quien el contacto físico tendía a ponerlo bastante incómodo. Pero Joric no hizo nada, solo se quedó allí de pie, tieso como un palo, como un mal presagio que confirmaba sus sospechas de que Joric ahora era más afín a Seth que a ella. Alicent se separó a los pocos segundos y lo miró.
—¿Cómo estás? —preguntó, solo para tantearlo. Joric la miró con la expresión en blanco.
—Preferiría no tener que estar haciendo esto —confesó él. Alicent frunció el ceño.
—¿A qué te refieres?
Joric respiró hondo y miró a Seth. Este estaba tenso y asintió, como dando ánimos a Joric. Seth lo sabe.
—Le di la nota a tu madre.
Los ojos de Alicent se volvieron a aguar, ante la repentina certeza de que su encierro en la torre no terminaría esa tarde.
—¿Y qué… ? ¿Qué te dijo? —preguntó. Joric apretó los labios y bajó la mirada al suelo, tardando en contestar—. Habla, Joric —espetó con impaciencia.
Joric suspiró.
—No puedes volver a casa, Alicent.
—¿Le pediste volver a casa? —Seth la miró con reproche antes de rodar los ojos mientras bufaba, como si no se lo pudiera creer.
Alicent se encogió un poco sobre sí, consciente de que en cuanto Joric se fuera tendría que enfrentar a Seth. Tomó aire y volvió a mirar a Joric, con los ojos vidriosos pero cargados de sospecha. Tiene que estar mintiendo, mamá nunca me dejaría sola.
—Pero… —susurró, con la voz llorosa—, ¿por qué?
Por primera vez desde que se reencontraron, Alicent fue capaz de atisbar en sus ojos algo del antiguo Joric. La miró con tanta lástima que se lo creyó. Alguien que te miraba así no podía estar mintiendo, no podía lastimarte a propósito. Pero, de repente, la mirada de Joric se volvió a vaciar de emociones.
—Cuando le di tu nota, Lami dijo que no sabía en qué estabas pensando. Que cómo habías podido ser tan descerebrada y egoísta, dejando Morthal para venir aquí con un completo extraño.
—Perdona, ¿un extraño? —preguntó Seth, ofendido. Alicent y Joric lo ignoraron.
—Los nigromantes iban a atacar, e Idgrod y tú… —se defendió Alicent entre balbuceos. Si pudiera ir ella a Morthal, todo sería más fácil. Se lo explicaría a su madre, ella lo entendería, y…
La expresión de Joric se endureció.
—Sí, dije que te habías ido por eso. Aquello la confundió todavía más: ¿Cómo sabías que esa noche sería el ataque? —dejó la pregunta en el aire y negó con la cabeza. A Alicent se le encogió el corazón—. Aunque eso no importa. Lo que importa es que lo sabías y no avisaste. No solo no te quiere en casa, sino que no quiere saber nada de ti nunca más. Ahora Virkmund y Thonnir viven con ella, y…
Alicent se tapó los oídos con las manos. Había empezado a temblar, sin querer dar crédito a lo que estaba escuchando.
—¡No es verdad! —acusó, convencida de que aquello tenía que ser cosa de Seth. Alicent cerró también los ojos. No quería oírlo, ni verlo. No quería saber nada de él. Era tan horrible como Seth, mintiendo con esas cosas tan terribles—. ¡CÁLLATE! ¡ERES UN MENTIROSO!
Joric esperó en silencio a que ella callara para seguir hablando.
—Robaste la empuñadura, Alicent. —Su voz se superpuso por encima de sus manos, como si no pudiera huir de ella.
Alicent abrió de nuevo los ojos, de golpe y atónita, como si algo la hubiera golpeado. La conciencia de sus acciones. Sabía que atacarían y no dije nada. Aunque la empuñadura había desaparecido horas antes que ella, Lami no tenía forma de saberlo.
—Mamá cree que los traicioné —adivinó en un susurro.
Joric no dijo nada, pero tampoco hizo falta. Su silencio fue más que suficiente. Alicent hizo el amago de darles la espalda cuando la voz de Seth la detuvo.
—Deberías escuchar el resto, Ali —dijo con un tono extrañamente cauteloso.
Alicent lo miró con desconfianza y volvió la vista a Joric. Por su cara, anticipó que lo que iba a decir no era nada bueno.
—¿Qué? —preguntó, cansada. Fuera lo que fuese, en realidad no quería escucharlo.
—Te ha denunciado —dijo Joric, sin hacerse de rogar.
Alicent parpadeó, confundida.
—¿Cómo?
—Por lo de la empuñadura. Descubrir que ya no estaba fue el colmo. Te denunció a la guardia de la ciudad. Nunca la había visto tan enfadada —contó Joric, desviando la mirada—. No se podía creer que, no contenta con irte, le hubieras quitado lo único que le quedaba de tu padre.
Alicent miró a Joric, con los ojos cargados de confusión.
—Pero… Pero tú le dijiste que se la devolvería, ¿no? No es como… como si me hubiera deshecho de ella. Todavía la tengo. Seth la tiene —aseguró, girando la cara hacia Seth.
Seth negó.
—Fue el precio por liberar a Joric —confesó.
—Pero…
—Los nigromantes lo capturaron y le robaron el alma, Alicent —se excusó Seth—. Si no le hubiera dado la empuñadura a la mujer que lo capturó, hubiera muerto.
Así que es por eso, comprendió en silencio. Por eso Joric estaba de su lado. Había renunciado a reconstruir la Cuchilla de Mehrunes para salvar su vida. Pero, ¿y la visión de Idgrod?
—La visión de Idgrod… —empezó.
Seth dio un paso hacia ella, con la expresión cargada de culpa y de angustia. Alicent dejó de hablar y retrocedió por instinto, manteniendo la distancia. Por una vez, al menos desde que estaba en Myr, Seth no pareció enfadado. Pero se reafirmó dando un nuevo paso y la agarró por los hombros, forzando el contacto visual.
—Alicent —habló con la voz grave, con el gesto serio y dolido—, era la vida de Joric. Qué querías que hiciera, ¿dejarlo morir?
No podía rebatir aquello, así que ni siquiera lo intentó. Alicent dejó de mirarlos, agachó la cabeza y tiró de sí para soltarse de su agarre. Cuando lo consiguió, se marchó en silencio hacia el otro extremo de la habitación, hacia su puesto de alquimia. Eran unos mentirosos. Aquello tenía que ser mentira. Puse a mamá en peligro por un chico. Era mentira. Las visiones de Idgrod siempre se cumplían, y ella había visto que Seth conseguiría la daga. La daga mítica cuya reconstrucción había sido impedida por su familia durante generaciones. Podría haberme negado, pero le di la empuñadura solo porque lo quería impresionar. Su madre tenía todo el derecho del mundo a estar enfadada. Además, me porté fatal los últimos días que estuvimos juntas. Tal y como la había tratado, ocultando cosas, negándose a hablar con ella y demás, Alicent se terminó por creer todo lo que le acababan de contar.
Se sentó tras el muro y escondió la cabeza entre las rodillas, se abrazó a estas y rompió a llorar silenciosamente, aceptando su destino. Ahora esto es lo único que tengo. No se dio cuenta de que Joric se había marchado hasta que Seth se detuvo de pie a su lado.
—Así que planeabas abandonarme sin decirme nada. —Su voz sonó paciente y le recordó a la forma de hablar que tenía Idgrod cuando la regañaba por algo sin importancia.
Alicent suspiró, cansada. Podía escuchar a Seth moverse cerca, pero no lo veía. De repente acarició la parte de arriba de su espalda; debía haberse acuclillado a su lado. Alicent se tensó. No podía evitar hacerlo cada vez que él la tocaba desde que había llegado a la torre y, aunque él siempre se enfadaba, en esta ocasión fue diferente.
—Alicent —la llamó, pero ella no deshizo la pose—. ¿Sabes? Ya estoy harto de hacernos daño —habló y su tono le sonó familiar. Era el del Seth de Morthal, el del chico del que ella se había enamorado—. Siento habértelo ocultado, pero sabía que decirte que había tenido que entregar la empuñadura te haría todavía más daño. Lo único que quería era protegerte.
Alicent permaneció callada, inmóvil. Por suerte, Seth no parecía tener ganas de discutir, ya que no insistió. Supuso por el sonido que se incorporó y luego escuchó sus pasos, pero no se alejó mucho, sino que la empezó a rondar.
—¿Lo has hecho tú? —preguntó de pronto, poco después.
¿Se habrá fijado ya en la planta? Alicent se obligó a levantar la mirada, con miedo. Pero Seth no estaba mirando la planta mustia, sino el lote de pociones que acababa de preparar. Exhaló, aliviada, y asintió. Seth se quedó pensativo, sin alejar los ojos de los frascos. Se acercó a la mesa de pociones, cogió uno de los que estaban sin taponar y se lo tendió. Alicent lo miró, todavía con lágrimas en los ojos. Veía borroso por culpa de esto, pero aun así fue capaz de notar la desconfianza en sus facciones.
—Bébela —ordenó.
Alicent estiró el brazo y cogió el frasco, agradeciendo no haber seguido con el plan del veneno.
—¿Por qué? —preguntó, fingiendo que la posibilidad de envenenarlo ni se le había pasado por la cabeza.
Seth le restó importancia al asunto con un ademán. Alicent se dio cuenta de que debía de tener un aspecto terrible, porque tampoco se enfadó cuando no cumplió su orden a la primera, como solía hacer.
—Tú hazlo.
Alicent obedeció y la tomó de un trago, con resignación. Sabía fatal, como a pescado afrutado, y no pudo evitar una mueca de asco. Seth cogió el frasco y, tras comprobar que estaba vacío, lo dejó junto a los otros frascos. Mientras, Alicent sintió que algo crecía en ella, extendiéndose por todo su cuerpo. No era algo totalmente ajeno, sino una energía que siempre estaba ahí pero que era demasiado tenue como para apreciarla, pero que ahora la hacía sentir… poderosa. Alicent parpadeó un par de veces y miró hacia Seth, sorprendida al caer en la cuenta de que así era cómo debía sentirse constantemente un mago. De que así se debían sentir constantemente él.
Seth aprovechó el momento de distracción y la ayudó a ponerse en pie. Luego la cogió en brazos y la llevó así hasta la zona de la chimenea, donde había varias butacas. Seth la dejó en el suelo y luego tiró de ella, haciendo que se sentara sobre él. Lo miró con el ceño fruncido.
—¿Qué…?
—Recuerdo que querías aprender magia —dijo Seth, sorprendiéndola—. He pensado que quizá pueda enseñarte algún truco.
—¿Ahora? —Seth asintió.
—Te vendrá bien no pensar mucho en lo que acaba de ocurrir.
Alicent echó el cuerpo inconscientemente hacia atrás, apartándose un poco de él, sin llegar a bajarse de su regazo.
—No estás… ¿enfadado? —preguntó con cautela.
—Lo estás pasando… mal —contestó Seth, apoyando una mano en su pierna, por encima del vestido.
Alicent se tensó una vez más ante su contacto, pero, para su confusión, Seth no hizo nada raro. Solo la dejó ahí apoyada, pero la miró con el ceño fruncido y una mueca indecisa en los labios. Alicent no tenía ningún otro sitio al que ir, si quería tener alguna opción de sobrevivir, debería aprender a disimular mejor el rechazo que le provocaba su tacto. ¿Por qué lo odio tanto? Lo que le había hecho era horrible pero, ¿no había tenido ella parte de culpa?
—Entiendo que quieras irte, Ali. Es culpa mía por no haberte contado qué era exactamente lo que pasaba. Quería protegerte de todo, incluso de la verdad que podría hacerte daño, pero está claro que no puedo. Siento haberte ocultado cómo logré salvar a Joric. También el que tu madre te odiaba por haberle roto el corazón. Lo único que he querido siempre, desde que te conozco, es cuidarte.
Seth miró hacia el suelo, con una mueca triste. A Alicent se le revolvieron las tripas y giró la cabeza, confusa, mareada, sorprendida. Él sigue siendo la persona a la que conocí. Era obvio por lo que estaba diciendo, por cómo la estaba tratando a pesar de los desprecios que ella acababa de hacerle. Si tan solo lo hubiera tratado mejor estos últimos días, quizá las cosas hubieran ido mejor. Quizá había estado tan cegada por el rencor que había provocado todo lo demás.
—Siento mucho que pienses que soy alguien de quien debes alejarte —siguió Seth—. Pero no lo soy. Solo espero que… algún día consigas verlo.
Alicent lo volvió a mirar, sintiendo que el labio le temblaba, a punto de romper en llanto una vez más. Quizá él no fuera perfecto, quizá tuviera un montón de defectos, pero lo estaba intentando. Ella, sin embargo, lo único que había hecho desde que llegó a la torre había sido hacerse la víctima, quejándose y resistiéndose.
Incapaz de aguantar más el llanto, se dejó caer contra el hombro de Seth y lo abrazó. Su mueca de sorpresa intensificó sus lágrimas. ¿Qué tan cruel había sido con él para que reaccionara de esa manera ante algo tan básico? ¿Cómo había podido ser tan mala persona con él? Él intentaba protegerme y yo lo traté como a un monstruo. Seth la abrazó contra sí, con cautela, y empezó a acariciar su espalda para reconfortarla. Me salvó, salvó a mamá, a Joric… salvó a todo Morthal. Y yo se lo pagué con odio y con asco.
—P-perdón… —consiguió pronunciar entre llanto, pegándose más a él—. Perdóname —repitió desesperada, sintiéndose egoísta y culpable —. Lo… lo siento mucho.
—Shhh, no pasa nada. Todo va a estar bien, Ali—susurró él.
Alicent se aferró a él con más fuerza. Y a pesar de todo me sigue cuidando, aunque no lo merezco. En ese momento, Alicent tomó una decisión. Se comportaría como la chica que él merecía. Si Seth había podido vivir con su odio a pesar de vivir juntos, ella podría vivir sabiendo que su madre la odiaba, si ese era el precio a pagar porque Seth los hubiera salvado a todos.
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[Fanfic Newcob]
Omegaverse.
Omega Jacob/Alfa Newt.
Relación establecida
Fluff. Mucho fluff. Tantísimo fluff.
Romance. ¡Demasiado romance!
Smut desvergonzado. R18 (¡pero es muy corto!).
Hoy no habrá historia para celebrar el cumpleaños de mi hermoso y divino señor Holmes, sin embargo, cariño, una hizo lo posible para al menos traer un regalito de reyes jajaa.
Y, por supuesto, esta historia esta dedicada a mi hermosa y querida @drunkenelevator, de cuyo arte sigo enamorada y que, espero, este año siga complaciendo a nuestro pequeño fandom con sus preciosas obras 🥰✨. Bebé, espero que esta cosita te guste 💖💖💖
* * *
Luego de apenas tres días de celo, Jacob encontró su cuerpo cubierto de mordidas. Las tenía en los hombros, los brazos, los muslos, ¡e incluso había una en su pie izquierdo! Muchas de ellas se ubicaban en el estómago, en el culo y el cuello. Marcas que no incluían moretones de labios dominantes, rasguños de garras largas, irritaciones por una lengua con púas, huellas de manos o de dientes no trasformados en colmillos. El cuerpo de Jacob ardía por la devoción y la posesión impresa en él.
Newt dormía abrazándose a su cintura, su aliento suave le acariciaba la sien y su verga medio dura contra el muslo era una agradable fuente de calor, que se esparcía alrededor de su cuerpo y le provocaba suspiros. El viento salado y refrescante entraba por las altas ventanas, reemplazando por muy poco el aire viciado de la habitación. La luz del sol iluminaba las paredes angulosas, y viniendo de lo alto, conferían a la habitación casi vacía de un efecto que la hacía parecer de mayor tamaño. Ayudado por esa luz, Jacob regresó a su examen, sin moverse, de cada lesión en su cuerpo.
Desafortunadamente, ellas desaparecían demasiado rápido. Las que Newt le hiciera el primer día no eran ya sino hermosos recuerdos, y las que se marcaban solo por encima de su piel, de prestar la suficiente atención, Jacob podría observarlas desapareciendo a simple vista. La saliva de su Alfa que le impregnó desde la primera mordida en sus glándulas y la lengua insaciable que no dudaba en lamerlo de los pies a la cabeza, pocas oportunidades le daban para vanagloriarse como lo quisiera sobre sus marcas posesivas. No borraban el recuerdo, sin embargo, y eso le bastaba.
Además, por supuesto, el precioso hombre mágico siempre se encargaba de marcarlo, sea cual fuere la ocasión, —y ahí un detalle que siempre inundaba a su corazón de tranquilidad— con la boca o las manos cualquier parte de su cuerpo. Lo que, cuando no tenía a su ahora pequeña y poco convencional manada, que servía como un recordatorio constante; antaño le significó la única manera de saberse irremplazable, de tener un lugar que nadie llenaría si no estaba él; que pertenecía y ya nunca estaría solo. Hechos que hizo del conocimiento de Newt luego de que descubriera Jacob la incontable cantidad de sellos posesivos la primera vez que hicieron el amor, y Newt estuviera listo para irse de su vida para conseguir su perdón.
Examinando la media docena de mordidas en su muñeca izquierda, recodó la forma en que, al principio, ni siquiera Newt entendía cómo es que tener tan mala relación con su lado Alfa lo orillaría tarde o temprano a volverse salvaje. Y, por supuesto, incluso antes de Jacob, el feroz Alfa, que con tanto fervor Newt intentaba esconder para ayudar a criaturas, se vio empujado tan al límite por aquellos que las maltrataban, que poco había faltado para no suceder lo peor. Reaccionar así al maltrato de seres inocentes en la presencia de los mismos seres, no lo dejaba realmente en el mejor escenario delante de ellos, lo que lo obligaba a restringirse con mayor ímpetu.
Pero un Alfa no debería ser contenido de esa manera, de no ser por sí solo un hombre tan poco social —y de serlo, si se hubiera encontrado con mejores ejemplos de personas— pudo alguien informarle que no precisaba de contenerse para ayudar a las criaturas; que la feroz protección y el enojo desmedido a quienes lastimaban y mataban por veneficio propio, no tenía que ser, por fuerza, guardado en lo profundo de su alma. Que bien podía beneficiarse de la ira y sacar provecho de su posesividad. No siendo el caso, Jacob admiraba ahora los profundos rasguños que las garras de Newt le hicieron en los muslos.
Ese el resultado de un Alfa que, luego de décadas, finalmente se le permitía ser visto y sentido. Jacob sonrió, ante lo que significaría una dualidad de hombre, no resultaba serlo en absoluto. No para él, siendo justos. Newt fue un Alfa ante su presencia desde que se conocieron, y todo cuanto sabía de él antes de eso se coincidía por la manera en que actuaba, volviendo fácil el deducir que decía la verdad. Cierto fue que su primer encuentro no se trató de una reclamación salvaje y un trato inmediatamente posesivo, sin embargo, aún a falta de una declaración gritada a los cuatro vientos, el hombre tuvo el atrevimiento de marcarlo con su saliva ni medio día después de su primer encuentro.
El movimiento de su risa provocó que Newt acercara la nariz a su cuello, inhalando de la fuente su buen humor y, todavía dormido, sonrió. Jacob averiguó enseguida que Newt no lo marcó de forma consciente. Su Alfa lo hizo. El mismo Alfa que se mostró ante Jacob luego de que el Omega corriera para salvar su vida de una erumpent en celo. Aquella vez, Newt no consiguió luchar contra una parte tan importante de él. Y Jacob, que ninguna queja emitió cuando Newt usó su saliva para la amalgama que pondría en su cuello, y que lo guio a Central Park para buscar una criatura que en su vida tuvo la mente para imaginar; se entregó.
Se entregó al hombre más amable, dulce y cariñoso que jamás hubiera conocido.
—Me encargaré de eso, bonito. —Jacob reaccionó dando un saltito entre los brazos de su esposo. Suspirando, sintió sus besos a lo largo de la nuca y el hombro.
—Esta bien, deberíamos tomar una ducha primero. —Newt tembló junto a él, estirándose como un gato. Jacob sonrió.
—Pegajoso…
—A eso me refiero.
Newt lo sostuvo de la cintura todo el camino al baño. Se colocó para protegerlo de primer chorro de agua fría y lentamente lo acercó, enredando los dedos entre su cabello castaño. Aunque Jacob amaba el profundo aroma de su esposo marcándolo, suspiró al liberarse de la basta cantidad de sensaciones viscosas y secas sobre su cuerpo. Las manos de su Alfa, cuidadosas, esparcieron la espuma y lo libraron poco a poco de cada rastro que su amor le dejó en la piel.
Dándose media vuelta, siguiendo las instrucciones de su esposo, Jacob pronto advirtió esas manos sobre sus hombros y espalda. Con los ojos cerrados, el Omega disfrutó de los mimos. Conocía a la perfección la forma en que su esposo seguía metódicamente una eficiente rutina para limpiarlo, casi nunca saliéndose del guion a menos que las circunstancias lo ameritaran. Jacob no podría adivinarlo a menos que fuera demasiado obvio, y aunque lo sorprendiera de vez en cuando, nada diría en contra. Así, en tanto su adorado Alfa le lavaba los muslos, ningún otro sentimiento opacó al tierno cuidado de su amado esposo.
Una vez terminó el turno de Jacob para lavar y adorar a su Alfa, Newt se encargó de secarlo de los pies a la cabeza, besando cada parte con una ternura que conmovió a Jacob hasta el alma. Su amor por Newt resonando a través del lazo que los unía y siendo devuelto con la misma intensidad. Newt se secó rápidamente y los vistió a ambos con batas ligeras. Jacob Recibió un beso en la frente y, luego de seleccionar los productos a utilizar, Newt lo colocó de espaldas al lavabo.
—No te muevas, cariño —pidió Newt, y Jacob, que en absoluto requería de la advertencia, asintió y se dejó guiar por las manos de su Alfa.
La crema especial que Newt hacía para los dos y las navajas que siempre mantenían su filo, pese a la facilidad, aún dotaba a la escena todo cuanto un Omega mimado podría desear… Tal vez, Jacob ciertamente lo sentía así. El borde fino le acarició la piel suavemente, llevándose con suma efectividad el poco y preciado bello de tres días. Newt se aseguraba siempre de sostener su cabeza y moverlo a la posición deseada tan cual un artesano toca a su obra, amoroso y tierno, temeroso de provocar algún daño, mas preciso en su actuar, consciente de que la duda ningún bien haría.
Terminado el asunto, procedió a recortar los escasos milímetros del bien cuidado bigote que el Omega logró crecer. Las pequeñas, frías y lujosas tijeras le acariciaron tiernamente el labio superior, y en tanto, el Alfa se mordisqueaba su propio labio entre dientes nerviosos. A Jacob se le volvió un imposible apartar su mirada de ese hermoso rostro; le contó las pecas, detalló su nariz, avistó las preocupadas cejas y delineó cada veta de oro inmerso en los preciosos lagos verdes cristalinos de sus ojos.
—Jacob, por favor… —Sonriente, el Omega desvió su atención a la pequeña ventana, regresándola a su esposo ni tres segundos después. Las mejillas de su Alfa, teñidas de un suave rubor, redoblaron su belleza, así como la admiración de Jacob.
—No puedo evitarlo, ya lo sabes.
Por toda respuesta, Newt le dio un rápido beso en los labios, le acarició la cintura y continuó con su trabajo. Jacob no intentó siquiera disminuir la emoción arrolladora que la atención, el calor y la vista de su esposo le imponían en cada latido. Newt tampoco se lo pidió.
Siendo apenas el tercer día de celo, ninguno contemplaba como una opción válida el separase una distancia mayor a seis metros ni apartarse del campo de visión por más de cinco minutos. Así, una vez terminara la limpieza y refrescara su piel sensible con una loción sin sabor y sin aroma, Newt rechazó aceptar que su Omega le extendiera las mismas consideraciones.
—Me encargaré de ello cuando vuelvas al nido y duermas un poco.
De la forma en que entraron, Newt lo llevó de regreso. Su hombre mágico rescató su varita de la mesita de noche y, con algunos giros de su mano, cambió las mantas, sábanas, toallas y almohadas sucias; limpió el muro que rodeaba el nido, reemplazó la pila de toallas en la mesita de noche y ventiló la habitación. Jacob aún luego de un año, no podía creer que parecía entrar a un nido nuevo cada vez que Newt lo limpiaba.
—Sé que no debería disculparme, bebé, aún así… —dijo el Omega, muy avergonzado, sin querer contar las profundas marcas en la espalda y los hombros de Newt. Aun si él cicatrizaba a mayor velocidad, la cantidad superaba las que pudiera o no recordar haberle dejado.
Newt, de espaldas entre sus piernas, rio. Jacob recibió una enorme oleada de orgullo y buen humor.
—Me gustan. Significa que hice un buen trabajo.
—¿Un buen trabajo? Tú… Bestia. —Los pies de Newt bailaron de un lado a otro, su risa golpeando cada uno de los ángulos en la habitación y una a una de las costillas de Jacob. Cariñosamente, el Omega le besó en la espalda y, preparando el gotero con esencia de díctamo, terminó de seleccionar las marcas profundas—. ¿Estás listo, Alfa? —Newt asintió, enviándole tranquilidad a través del lazo.
Jacob se aseguró de consolar el ardor y las molestias que venían con la curación acelerada, besó la renovada piel y usó lo dedos para mimarlo hasta que su esposo recupero su calor. Completada su tarea, fue el turno de Newt para buscar, entre sus heridas, las que pudieran tener un mayor riesgo de infección en tanto se curaban.
—Oh, amor, si solo pudieras verte —susurró Newt antes de acariciarle las caderas y besarle en el centro del pecho, justo sobre su corazón.
Recostado ya en el centro del nido, con su esposo entre las piernas, Jacob tembló. Los dedos de su Alfa lo sostenían ahí en donde las yemas de sus dedos quedaron impresas y lo besaba justo en la cicatriz de sus colmillos. Un rubor se fue extendiendo alrededor de su piel, subiéndole la temperatura y acelerándole el pulso, la respiración. A ese hermoso hombre pertenecía y con cuánto devoto amor portaba sus marcas.
—No entiendo cómo pueden tus ojos ser tan oscuros y brillantes, cómo es tan claro lo que sientes y cómo puedes permitir que sea yo quien lo provoque. Jacob, mi bonito Jacob..., vas a matarme.
Jacob no supo quién se levantó primero, pero en el instante en que sus labios se encontraron, nada de eso importó. Los sedosos labios de Newt tomaron su boca con la liviandad de un capullo que se abre para mostrar sus pétalos. Flor hermosa que esparció su perfume en las marcas de su pecho, estómago, vientre y muslos. Sellaba efectivamente las heridas, curaba la piel que, el Omega esperaba, no mucho después sería decorada nuevamente.
Completada la tarea, e incluso si no era el caso, Jacob instó con manos nerviosas el regreso de su Alfa sobre su boca. No cabía en sí de la urgencia que apremiaba a sus labios y a su lengua por tener el sabor de Newt bailando de nuevo junto a él. Su adorado hombre, que se había encargado magistralmente de dotarlo con tiernos cuidados, no dudó en seguir la orden, besándolo tan lento y tan profundo como lo ansiaba. Aquellas palmas, cuya suavidad se perdía entre cicatrices y parches de piel mal curados, no detuvieron los senderos dibujados sobre la piel del Omega.
La diestra del Alfa pronto halló su lugar bajo los revueltos risos castaños, sosteniendo a Jacob e impidiéndole moverse de su lugar o apartarse de sus labios; la mano izquierda se ubicó en la polla medio dormida de Jacob. Ansiosos jadeos golpearon la boca de Newt, el aliento de su Omega lo consumía, lo acorralaba, dejándolo sin ninguna escapatoria. Y Jacob nada hizo para detenerlo, al contrario, instando a sus caderas contra la palma de su esposo, incluso si se trató de un ritmo pausado, aún su Alfa pareció complacido con su cooperación. Pese a que no fue otro sino el muggle quien hubiera iniciado tal empresa, su Alfa no dudó en ponerse al mando para brindarle a su esposo cuantos placeres deseara.
—¿Esta bien así, dulzura?
Asintiendo, el Omega se entregó por entero al movimiento suave y firme sobre su polla. Los hábiles dedos envolvieron su tronco y lo masajearon de arriba abajo, extrayendo las primeras gotas de presemen. La boca insistente e invasiva de su esposo limitaba su voz, no obstante, nada le haría rechazar el placer que comenzaba a cubrirle como miel pegajosa y dulce. Newt no aceleró en absoluto, aun así, sus acciones certeras mantuvieron a Jacob inmóvil bajo su cuidado.
Envolviendo con una pierna la cadera de su esposo, Jacob se entregó a los dedos que invadieron su perineo, torturando su carne sensible y acercándose demasiado al borde de su agujero, solo para retroceder antes de tocarlo. No se movió para que su Alfa continuara ese camino y, probablemente, Newt tampoco habría reaccionado a su favor. Su hermoso hombre sabía lo que necesitaba; cómo enloquecerlo con el ritmo más suave y llevarlo al clímax sin apenas esfuerzo. Por ello es que incluso antes de pensarlo, su Alfa regresó a mimarle la verga llorosa.
Un hilillo de saliva conectó sus bocas antes de que su Alfa descendiera con besos tiernos a través de su cuello. Jacob tembló, atento a la implícita orden de no moverse y al tiempo siendo consumido por la lentitud de aquellas manos firmes. Cuando su Alfa, sin embargo, se dedicó por entero a mimarle la punta de la verga, Jacob nada logró hacer contra el anuncio del próximo orgasmo. El paulatino vaivén de aquellos dedos y la delicadeza de su afecto cubrían al Omega del placer más afable, de la lubricidad más frágil. Jacob no quería que se detuviera.
—Vamos, cariño… Déjame verte —le susurró Newt al oído, mordiéndolo después—. Omega, dame un poco de crema dulce.
Atendiendo a la orden de su Alfa, el susceptible Omega no logró contenerlo. Los dedos lánguidos de Newt se cubrieron de inmediato con eyaculación cálida mientras Jacob se deshacía entre sus brazos, cantándole agudos gemidos y tiñéndose su cuerpo lascivo del color de un hermoso fénix.
Cada agitada respiración de Jacob fue atendida por la boca de su Alfa, que lo besó en cada esquina del rostro y le susurró amorosas naderías cada vez que se alejaba. Newt lo acarició hasta que el último rastro del clímax desapareció, y en seguida, con un movimiento fluido y natural, se limpió los dedos con la lengua. Si la respiración de Jacob fallaba, al ver a su Alfa lamiendo su esencia, su corazón amenazó con detenerse.
Jacob se sabía adorado y amado por Newt, no existía en él la menor duda ni algún reticente pensamiento que le hiciera pensar lo contrario. Cómo podría cuestionarlo siendo atendido y tratado de esa forma. Estando bajo la mirada atenta de esos preciosos ojos verdes y bajo el cuidado, la protección y el obvio deseo de mantenerlo a salvo y complacido, Jacob se sentía amado, anhelado.
Newt también lo limpió con la lengua y luego con la toalla húmeda. Besándolo en la frente, le dijo:
—Duerme un poco, ¿de acuerdo, bonito? Me encargaré de esto —acariciándose el mentón cubierto de pálidos bellos—, e iré a calentar la comida. —Jacob asintió y lo vio irse tras un casto beso en los labios.
Suspiró al cerrarse la puerta.
Ya lo extrañaba.
* * *
Cómo decirte que mi Jacob es una princesa, sin decirte que es una princesa 🤭. De todas formas, amor mío, muchas gracias por leer, realmente espero que te haya gustado.
Por favor, perdona todos los errores que te encuentres, intentaré corregirlos pronto 🫠. Me voy por ahora, deseándote un feliz día y un increíble inicio de año ❤️🔥, no olvides dejarme tu opinión y tu amorcito uwu.
Nos leemos pronto 🥰
¡Te adoro! 🥺💖💖💖💖💖💖
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