#me llamo... xxxxxx
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#🎧#🥀#hola a todos! para los que ya me conocen#me llamo... xxxxxx#tengo 25#soy psicologo de profesión#mis deportes pasión son ahora el boxing surf y kayak#me define ultimamente la filosofia de los puños#amm contar lo agradecido que soy#al formar parte de este equipo que me ha recibido de muy buena forma#y en general en la tienda#me gusta como ha sido todo el proceso estos dos meses#he aprendido mucho y me enorgullezco de ello#ha sido bkn ser parte de esto#me siento feliz y acogido#me gusta mucho conectar con las personas#con los clientes y las experiencias de los demás#me encanta hablar#soy disperso y a veces tengo mucha información en mi cerebro#que me toca más tiempo que el resto de procesar#a veces soy lento#a veces me cuesta seguirles el ritmo y el humor#soy así#me gustan demasiadas cosas#por el momento solo fluyo y espero seguir avanzando#eso#gracias! 🫶🏼#😄😅😮💨#Spotify
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Después de todo el tiempo que llevaba bajo la máscara, se había atrevido a revelar su identidad finalmente hacia una persona. Eugene tenía algo que le hacía confiar en él, además se lo había demostrado. El justiciero llegó a Times Square con tiempo suficiente para sentarse en una cafetería con gafas de sol y un libro. También sobornó a un muchacho que podía dar la talla en cuanto a parecérsele, ofreciéndole 20 dólares para que se acercara a Eugene y le preguntase la hora cuando le viera aparecer en aquel lugar, aguardando con una taza de café medio llena y una sonrisa ladeada en los labios.
No esperaba que aquel desconocido fuera a causar aquel efecto sobre el mutante, tanto, que cuando le vio abrazarle, se encontraba bebiendo café y llegó incluso a escupirlo hacia un lado. Varias carcajadas emanaron de sus labios sin control mientras se ponía en pie, observando al desconocido salir corriendo. El murciélago se aproximó a Eugene con unas gafas de sol oscuras que no permitían ver sus ojos y una sonrisa amplia de oreja a oreja, y enarcando una ceja.
—Mira que te avisé de que lo iba a hacer y aún así has caído...— Pronunció en tono divertido.
— ¿Qué...? Espera... No... No me jodas. Acabas de ganarte tres noches en el sofá.
Una mirada cómplice con la cabeza ladeada hacia el mutante dejó en evidencia quién era el hombre que se escondía tras la máscara de Batman. Sus manos rápidamente retiraron las gafas de sol para dejar ver sus ojos xxxxxx que él ya conocía, aunque rápidamente le rodeó con los brazos y lo levantó unos centímetros del suelo.
— Bueno, eso ya lo solucionaremos invitándote a cenar, ¿No crees?
— ¿Me dejas en ridículo y crees que te lo voy a poner fácil? No te he matado por la emoción y porque estamos en público... — Pasados unos segundos se separó de él y aprovechó para mirarle bien ahora que no tenía las gafas. Al verle sin más por la calle jamás habría pensado que era Batman, pero había algo en él que le hacía sentir que no podía ser de otro modo. — Mírate, si eres un guaperas y todo. Y tú ocultando esa cara al mundo. Pobres chicas.
— No creo que quieras cargar con el peso de mi muerte sobre tus hombros. — Se rió con gracia al oírle, separándose después y posando las manos en sus hombros, observándole del mismo modo que él lo hacía. Le terminó pasando el brazo por los hombros y comenzó a caminar con total confianza, despeinándole. — Realmente no la oculto como tal. Es un asunto complicado. Por cierto.
Se acercó algo más, como si fuera a contarle un secreto aún mayor que desvelar su verdadero rostro.
— Me llamo xxxxx, xxxxx xxxxxx.
• Batman y Eugene @brookskala
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Pinche Ansiedad
Vamos a dejar algunos puntos claros: 1. No tengo mucha experiencia escribiendo. 2. Tengo mucha ansiedad y necesito hacerlo.
Me llamo XXXXX XXXXXX, soy un hombre real, en mis venititantos y vivo en México. Desde hace casi 7 años que me diagnosticaron Ansiedad. En realidad nunca recibí un papel que lo comprobara pero cuando me lo dijeron todo cobró sentido.
Por siempre creí que era alguien demasiado nervioso, muy preocupón y pendiente del presente, pasado y futuro. Recuerdo que en la secundaria, justo en tercer año antes de la graduación, duré cerca de 16 horas acostado en mi cama pensando en qué tan miserable sería mi vida cuando me graduara y ya no pudiera ver a mi mejor amigo. Imaginaba teorías locas sobre lo que la gente pensaba de mi, si era gay, si era buena o mala persona, si era guapo, si me iban a ver los zapatos nuevos que compré. Puede ser que todos pensemos eso, incluso yo en aquéllos momentos lo minimizaba. Pero esos pensamientos ocupaban demasiado espacio en mi mente, no salían, estaban ahí torturándome, limitaban mis habilidades sociales y escolares.
Aunque siempre fui buen estudiante, en la Universidad todo cambió. El nivel de exigencia era claramente más alto y la dinámica muy diferente a como habían sido mis primeros años de educación. La primera vez que lo sentí más fuerte fue en mi primer examen de física. Recuerdo que estaba muy bien preparado, no lo sentí tan difícil y terminé sin ningún problema aparente. El problema real vino un día antes de que nos dieran el resultado (o más bien, el día que yo asumía que me darían el resultado). No pude dormir. Solamente pensaba en que al día siguiente tenía que toparme con mi calificación, y quería que fuera buena pero no sabía que esperar. Amanecí con náuseas y mucho asco. No paraba de toser, como si estuviera a punto de vomitar. Justo antes de que empezara la clase, como queriendo alargar la tortura, me metí en el baño y empecé a rezar, a rezar lo más fuerte posible. El asco era incontenible y vomité, sentía que no podía con la impaciencia, con la incertidumbre de qué iba a pasar. Saqué 65. Nunca había reprobado un examen en mi historia académica (la calificación aprobatoria a este nivel es de 70). Y aunque se esperaría que me hubiese deprimido o sentido triste, para nada fue así. Lo chequé en 5 minutos y lo entregué.
No volví a reprobar un examen en 5 años de carrera universitaria. Pero al momento de recibir los resultados, en un 60% de las veces volví a experimentar lo mismo que con aquélla primera evaluación. Sentía como si a pesar de haberme demostrado que era buen estudiante, a pesar de que era bastante evidente que obtendría una calificación excelente, podría pasar lo peor y algo muy terrible iba a suceder cuando me dieran el resultado.
Aquéllo se convirtió en rutina y respondí con una rutina para contrarrestarlo. Antes de cada examen rezaba: rezaba por tener la suficiente capacidad de responder cualquier prueba, sin importar su grado de dificultad. Después de presentar, pedía por paciencia, tranquilidad y paz hasta que me dieran el resultado. No soy religioso y no creo que en aquél tiempo lo fuera, simplemente rezaba de forma automática, pidiendo que por obra y gracia esa desesperación se fuera y me dejara vivir. Empecé a asociar que si no seguía aquel ritual algo malo sucedería, algo inexplicable pero malo. Este rasgo se tornó enfermizo, pero por algún tiempo me ayudó.
Si le pidieran opiniones al respecto a mis compañeros de clase, ellos dirían que yo nunca batallé, que todo me salía sin esfuerzo, que era un estudiante ejemplar. Y la verdad es que no, no batallé con las clases o con entender su contenido: mi mayor reto fue controlar mi falta de confianza y lo que esta provocaba en mi. Era como si lidiar con el fracaso académico, fuera el peor de los escenarios y la incertidumbre me mataba.
En una ocasión, en los semestres finales, lidié con una materia que no me gustaba en lo absoluto. Obtuve calificaciones promedio que me daban un resultado aprobatorio, pero el miedo, el terror a reprobar la materia me convencieron de que debía mostrarme desesperado, ansioso e increíblemente desconfiado. Recuerdo que aquélla noche, previa a la entrega de calificaciones, cancelé una cita sentimental. ¿Cómo iba a intentar yo enamorar a alguien si no sabía si aprobaría esa materia? ¿Cómo iba a dedicar mi tiempo a otra cosa que no fuera estar pensando y re-pensando en el momento en el que me entregaran el resultado? En aquél momento estos pensamientos tenían sentido, tenían bastante validez. Era como acercarse a una fogata una noche de frío. Al principio el calor puede calar, pero más tarde si te separas sientes aun más frío, y aunque el calor sea fuerte sigues poniendo más leña para conservar la sensación. Quería sentir el calor, ya no tenía sentido si no sentía el calor.
El razonamiento detrás de aquello lo entendí muchos años después. No podía deshacerme de mis nervios, mi desesperación, por que eran parte de mi. Al menos eso creía.
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