#mañana subo el de valentine uwu
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— SESIÓN # 1.
* TW: mención de maltrato infantil, mención de violencia, sangre.
* CW: mención de trastornos psiquiátricos.
—¿No te importa si pongo un poco de música, cierto? Es para hacer más amena nuestra reunión. —Dijo ella, esbozando una sonrisa.
Alzando la mirada, el pequeño niño contempló en silencio a la mujer que entraba en aquella habitación blanca. se mantuvo en una pose inmaculada sobre la silla, manitos apoyadas sobre sus rodillas mientras sus piernas se balanceaban, cediendo a una inercia que las conducía al frente y luego hacia atrás. Luego, negó con la cabeza.
—No. —Y después de responderle, empezó a tontear con un resto de piel seca que sobresalía de su índice. La mujer asintió, y presionando el botón de play, optó por tomar asiento frente a él; portapapeles reposando en su regazo.
—Muy bien, veamos. me presento, soy la dra. Sonya Connors, y estaré encargándome de ti a partir de ahora. —Emprendió con cortesía, incluso si no obtuvo la atención de su acompañante. En lugar de eso, este pareció más entretenido jugando con esa hilacha de dermis. —Dime, ¿ya has comenzado a acostumbrarte al sitio? La señorita Lynch me ha dicho que no has estado comiendo bien…
—No me gustó mi habitación. —Reclamó él en el acto, frunciendo los labios. Su ceño se arrugó un poquito, como si así pudiese evidenciar de forma más precisa su disconformidad.
Connors parpadeó, con un rastro de sorpresa. —¿En serio? ¿Por qué? ¿Qué tiene la habitación?
Él emitió un suave mmmm, pensativo. Entonces, hizo un gesto con sus pequeños brazos.
—Es muy pequeña.
Como si se tratase de un dato interesante, ella anotó esa información.
—¿No te agradan los espacios pequeños?
—Ni estar encerrado. —Se apresuró en agregar, con la mirada fija sobre el suelo. —Quiero salir, pero la gente de blanco que camina por los pasillos no me deja. Mantienen la puerta cerrada, y tengo que pedirles permiso para ir al baño. Siempre me acompañan, y no me gusta. ¿Por qué tienen que ir conmigo todo el tiempo?
Con cierta estupefacción, la doctora no tardó en mirarlo con gentileza. —Son las normas del hospital, me temo.
—No me gusta el hospital. —Afirmó él. Un puchero apareció en su boca diminuta, en lo que volvía a bajar la cabeza. —¿Por qué estoy en el hospital? No estoy enfermo, me siento bien.
Sin poder ofrecerle una solución al respecto, Connors intentó desviar el tema hacia aquello que le interesaba. Él, sin embargo, todavía parecía poco convencido.
—¿Puedes contarme por qué no te gustan las habitaciones pequeñas? Incluso si no hay nada que pueda hacer para evitar el encierro, quizás podamos encontrarte una que sí sea más agradable, ¿no te parece? —Ofreció ella, con un tono de voz sosegado, la mirada fija en esa diminuta figura.
Él volvió a quedarse callado. Pronto, el tonteo de su uña sobre esa piel sobresaliente acabó dejando una herida diminuta, donde apareció una gota de sangre.
—Mamá me dejaba en el armario todo el día cuando era un niño malo... Cuando no le hacía caso. —Entonces, alzando los ojitos de vuelta hacia la mujer, ladeó el rostro hacia un costado. —¿Estoy siendo castigado, doctora? —Preguntó de repente, pellizcándose la piel de las rodillas. —¿Por eso ese señor y esa señora me dejaron aquí solo? ¿Por eso me encierran?
Con cierta angustia, los ojitos del niño brillaron aguardando por una respuesta. En un principio, Connors dudó por un momento, sopesando sus palabras cuidadosamente. Luego, negó con la cabeza, aproximándose para ofrecerle una suerte de consuelo.
—No, claro que no. No es un castigo en absoluto. —Intentó convencerle, con una expresión suave. —Estás aquí porque han pasado algunas cosas malas, ¿no es así? —Y dicho eso, acomodó su espalda en el respaldo del asiento. — Queremos ayudarte. A ti, y a tus padres, que están muy preocupados por ti.
—¿Es porque le hice eso a Andy? —Pregunta de repente, sus dedos comenzando a jugar con el borde de su camisa, la misma manchándose con aquella gotita carmesí de su dedo. —Yo no quería hacerlo. De verdad no quería, pero él me molestaba siempre… ¿O por lo del cabello de Nancy? Yo no quería, doctora. Le prometo que no. Yo me porto bien, me porto bien.
—Claro que no, cariño. —Contestó ella. —Pero lo que está pasando no es bueno. Lo sabes, ¿verdad?
El infante se quedó en silencio.
—¿Tu madre te castigaba a menudo? —Intentó ella de vuelta.
—Cuando era un niño malo.
—¿Como era tu relación con mamá? —Insistió, rebuscando en aquella información que ella ya manejaba perfectamente. Sin embargo, no era suficiente. Debía escucharlo de él.
—Mamá es muy buena. —Comenzó él entonces. De pronto arregló su postura de nuevo, sonrió, y como si se tratase de un gesto automático, habló con la misma voz de un robot que recitaba un mantra. —Todos los días me hace tres comidas al día. Siempre calienta leche muy temprano para darme desayuno. Como trabaja mucho, no siempre puede hacerme el almuerzo, así que siempre me da dinero para que pueda comprarme algo. En la cena, como está ella, comemos comida deliciosa todo el tiempo. Ella es muy, muy buena. Me cuida cuando estoy enfermo, me baña, me peina. Me compra ropa cómoda, y me regala los juguetes que quiero. Me dice que me quiere todo el tiempo, y somos muy cercanos. Ella nunca me regaña. Quiero mucho a mamá.
Cuando concluyó la descripción, algo en el gesto de Connors pareció contrariado.
—Pero si mamá es tan buena contigo, ¿por qué te encierra cuando eres un mal niño?
Un silencio sepulcral se cernió en la sala apenas esa pregunta terminó de ser formulada. Y luego de oírla, el pequeño permaneció callado, sus pupilas viajando en distintas direcciones como si estuviese buscando ayuda.
Ayuda de alguien.
Ayuda por una respuesta que no tiene.
—¿Cuanto tiempo te encerraba mamá en el armario?
—Todo el día. Lo abría de noche.
¡Qué bien! Esa pregunta sí podía responderla.
—¿Cuánto espacio tenía el armario?
—Como esto,—Le explica él, manitos tratando de formar un muro que apenas se cernía a un par de centímetros de su propio rostro. Un espacio pequeñísimo. Luego, siguió balanceándose en el asiento.
Al entender la dimensión del asunto, la doctora frunció el ceño en el acto. El lápiz volvió a transcribir un par de notas sobre el papel blanco, y luego, se detuvo para mirarlo con una seriedad que lo hizo sentir atemorizado. Por eso, se balanceó incluso más rápido.
—Si tu madre te daba tres comidas al día, entonces, ¿Por qué te encontraron desmayado en una ocasión? Dijeron que estabas muy delgado… ¿Qué pasó ese día?
La pregunta fue tan filosa, que ese niño fue incapaz de reaccionar enseguida. Su cuerpo se congeló, presa de la inquietud que invadía su sistema.
Recordar esa tarde siempre dolía.
(Fue el día que perdió a mamá).
—¿Qué pasó? —Insistió ella.
Pero aún no había respuesta.
—¿Puedes decirme lo que pasó?
Dolía mucho. Tanto, que tuvo que mirar sus pequeñas manos, encontrándose directamente con las marcas que mamá había dejado. Su estómago dolió enseguida, y tuvo que encogerse para sostenerlo, empezando a temblar. Dolía mucho. Dolía mucho. Quería vomitar.
—¿No me dirás lo que pasó?
Pero el dolor seguía, y ahí, es que su mente terminó resquebrajándose, justo como los vidrios del espejo de ese pequeño apartamento en el que vivía con su madre. El que se rompió cuando ella lo empujó contra este, causándole pequeñas heridas con los fragmentos. Y así, de pronto, se siente igual que aquella ocasión en que pasó esa cosa mala en la escuela. La cosa por la cual había quedado ahí encerrado.
Rememorarlo es suficiente como para que la primera reacción que tenga sea tirarse al suelo mientras sus puñitos colisionan contra su cabeza, en un movimiento descontrolado. —¡No, no quiero, no quiero! ¡No quiero, no quiero, no quiero, no quiero! ¡No quiero, no quiero, no quiero, no quiero! ¡No quiero, no quiero, no quiero, no quiero! ¡No quiero! ¡Déjame! ¡No quiero!
Al presenciar esa reacción, Connors consiguió entenderlo.
. . .
—¿Cómo está? —Preguntó la doctora, apenas la enfermera ingresó a su oficina.
—Profundamente dormido. La medicación le hizo efecto.
—Aun es inestable, —Acabó comentando Connors, acomodándose en su silla con un suspiro. —Fue mi culpa, de todos modos. Indague demasiado a fondo muy pronto. —Luego, con un movimiento de su mano, sostuvo la carpeta que resguardaba una seguidilla de documentos en ella. Allí, podía verse impreso el nombre y fotografía del mismo niño que había atendido esa tarde y cuya sesión terminó con un ataque de ira y la contención por parte de dos enfermeros.
—Bueno, es un caso complicado. Aun no logramos que coma apropiadamente… Parece que le molesta ser observado. —Puntualizó la enfermera.
—Lo más probable es que su estadía en esta clínica sea más larga de lo esperado. —Afirmó la doctora. Luego dio vuelta una hoja, releyendo lo expuesto. —Cuando supe sus antecedentes, me sorprendió ver que un niño que había sido adoptado por una familia tan distinguida como esa presentara todos estos síntomas. Pero ahora que hablé con él, creo que lo entiendo mejor.
—¿No ingresó aquí por un trastorno de conducta?
—Efectivamente. Este niño… —Procedió la mujer, con la mirada aun fija en la información impresa. —Tiene serios problemas de descontrol de impulsos, y además, está empezando a presentar rasgos sociopáticos. —Con cansancio, la doctora alzó su mano, masajeando sus sienes. —Está claro que haber vivido en un hogar abusivo durante las etapas decisivas de su crecimiento ya tuvo consecuencias muy severas en su forma de desenvolverse a nivel social. Será un tratamiento largo y difícil, estimo que nos tomará más de un año. Tendré que hablar con sus padres.
—Incluso siendo adoptado, no es como si los traumas de la infancia pudiesen desaparecer solo con amor y cariño. —Concluyó Lynch, con una voz suave pero decisiva.
Connors asintió, dejando la carpeta a un lado. —Hablamos de un niño que le enterró un lápiz en la mano a un compañero cuando este quiso robarlo, y tijereteó el cabello de una niña cuando ella se burló de él. Sus padres adoptivos recibieron un ultimátum de la escuela por su mal comportamiento. No solo eso, empujar a un compañero de la escalera… Incluso si fue en circunstancias donde le provocaron, es evidente que algo no está bien.
Dicho eso, Connors se levantó de su asiento.
—Avísame cuando despierte. Creo que sé como debemos proceder con él.
La enfermera asintió, mientras la doctora se acercó a la puerta para retirarse.
—Ah, ¿Y Lynch? —Le llamó, obteniendo la atención de la misma en el acto. —Cambien su habitación. Quiero que le dejen la del ala oeste, que es mucho más espaciosa. También, dejen su puerta destrabada, y solo hagan vigilancia. ¿Entendido?
Sorprendida, la mujer asintió. —¿Por qué, aun así?
—Porque no quiero que vea este sitio como otro castigo.
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