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El juicio
Yo soy la soledad. Y Me siento sola, pero me acuesto temprano y me pongo a ver la tele sentada cuando afuera llueve.
Me sobra el tiempo, no hay nadie en quien pueda gastarlo. Soy vieja, de cabellos blancos y piel de papel. Mi voz es antigua, produce sonidos a blanco y negro. También soy miope, llevo unos vidrios enormes frente a mis cansados ojos, cascadas rotas y cansadas, soy paciente y seria.
Y sí, busco un alma solo, para comprender su sufrimiento como el mío propio, fingiendo una existencia siempre llena de dicha y de placer, al calor de la indiferencia.
Si yo encontrara un alma como la mía, cuantos secretos le contaría, si yo encontrara un alma como la mía, que con la mirada me incinerara por dentro.
¿Por qué será que nadie me aprecia? Ahí donde la vieja madera de las guitarras reverbera, con acordes dulces y tropicales cantares, ahí me encuentro yo esperándote.
La soledad se presenta a un tribunal donde un juicio se comete a cabo y entre el público se pierde su presencia. El jurado es una orquesta, pues es mudo. Su voz en mi menor dicta la sentencia a través de sonidos ajenos, pero sí que la conciencia habla, es juez intermedio entre la razón y el corazón.
Yo soy la tristeza, un alma tan vetusta como la soledad, soy aquella cara cansada, nerviosa, con surcos y montañas en las facciones. De piel de vidrio, aretes de oro y ojos de ceniza.
Pero la tristeza se presenta en medio de una escena dramática brotando lágrimas acústicas de sus ojos grises. Un arpegio cae rápido del cielo, donde sus sonidos desaparecen después de un furor efímero. Un río de notas amargas navega hasta la conciencia, ¿será posible que el recuerdo agobie hasta que la osamenta se queme, que el candil escarlata no sea de oropel y que el brillo que se observa sea genuino? Que el momento se disuelva entonces, en un beso que se borre en la arena del tiempo
Y si la ira se une a la pantomima: demonio hipócrita de piel negra y solo dos soles por ojos, de voz inexistente. Pirómano problemático que a cada rato escupe sangre. Que complicado se torna el juicio. ¿que será el amor? La conciencia calla a todos.
A la orilla del mar el cariño viste de traje. Porta flores y si dirige a una fachada de bejuco y dos pilares por los cuales trepa. La confianza y la atención le bañan en pétalos moribundos que caen sobre la arena. El tribunal se distribuye, toman sus instrumentos y caminan al otro lado. Bajo la luz del sol, unos candiles esperan la noche para mostrar su resplandor Y un montón de asientos guarda el lugar de cada actor.
La memoria baila en virtuosas prendas, desde las oscuras cortinas de la conciencia, revisando las estanterías, lo que en cada día se ha escrito. Una muchedumbre sale en una transición fina de la oscuridad total. Dulces mulatas y mestizas con piel de bronce, que baten la tela añil de sus vestidos. Una a una, dejan que se prepare el cóctel químico perfecto. La razón se ve agobiada y cae en la psicosis de la atmósfera.
Se abre el telón, dos almas de azul neón se toman de las manos, la energía de la luna los irradia. Con su ojo pétreo los observa desde el cielo, candil de luz que se oculta bajo las telas del cielo, barajeando las cartas del tarot en busca del futuro.
Sincronizadas las dos almas avanzan en el tiempo. De vueltas y pasos disfrutan su realidad. Una corre sobre el agua y la otra la sigue. Entretejidas los hilos de su alma se han convertido en una sola pieza.
Escondidas ambas almas de la realidad, viven en un prisma de cuarzo, observando desde dentro todas las perspectivas que ofrece en visión tricromática. Pues este todavía no tiene fracturas.
Un disco de vinilo sigue corriendo, pues en el susurro de sus surcos se esconden las memorias y los sentimientos de dos almas hechos un solo ser.
Porque las luces de argón palpitan en la conciencia, frascos que contienen la esencia del caos. Pues para ser sinceros es ir al infierno y subir al cielo.
¡Cuidado! que tanto color puede hacer daño, el caer a la realidad donde el esqueleto se rompe en la caída. El equipo y el proceso jamás serán perfectos. Dentro del tribunal alega el odio la pérdida de tiempo que ha sido y el olvido se asoma tímidamente.
La mirada cruda de la mente, el corazón hilarante de la orquesta, es pues, a la hora del juicio de la mente, junto a todas esas sensaciones, que la conciencia no sabe asegurar un veredicto final.
pero al final de todo, el amor enternece al corazón, envejece, se le torna el cabello blanco, se le arruga la piel, y sentado muere junto a su otra mitad.
J
https://youtu.be/zZGF3vRDyIE
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El Reencuentro
Hoy me he encontrado,
En la piel de las paredes,
Mi rostro ha salido camuflajeado
Me he visto frente a frente.
Conmigo mismo en una partida.
Elucubrando sentado,
Me he vestido de silencio y oscuridad.
He visto mi cara reflejada en mil espejos, donde a reojo
Se encuentra el tablero y el reloj, el juego cronometrado.
Un alfil y una reina se han movido en el tablero de ajedrez,
Y en el fondo del reloj he caído.
Al despertar, en una taza de té me he puesto a nadar y
Al salir he cuidado que mi cabeza no se salga de su sitio.
Jugando a las escondidas para por fin encontrarme,
Meditando al borde de un agujero negro.
Imagen ajenamente simétrica
Remedo de víshnu
De aura y un centenar de brazos
El sacro canto que se escuchaba.
De baile he abrazado tantas versiones de mí
A la sombra de una vela he empezado a escribir,
Al cobijo de la pluma raspando la piel de celulosa,
El presente ha quedado en jaque mate.
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Imaginamos la muerte como algo dulce por miedo a desaparecer entre los granos de un desierto llamado tiempo. Hasta la ignominia, hasta adoracion, la muerte es lo único seguro en esta vida
Ríos-Jakenov
#vida#amor#desamor#letras de tinta y sangre#letras#cosas que escribo#cosas que pienso#cosas que pasan#tristeza#felicidad#asi es la vida#español#escritores
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La doncella y la muerte
Cuando el bandoneón, en tropel sale a bailar y empieza a cantar,
Saltan las notas de los botones finos de marfil y nácar.
Cuando el arco del violín llora de amargos sonidos,
El chelo harto de los quejidos,
Da de respuesta bramidos.
Arriado este a un tendedero de cinco líneas negras,
Un rey de prendas de seda y gabardina de líneas,
La guitarra hermana suya, en líricas acompaña en compas
De tres por ocho sin más.
En la caminata los instrumentos se empiezan a aventar. A paso de elefante,
Camina el chelo, en pisadas trepidantes y voz de rumiante,
El violín vuela ligero, de voz trina incesante,
En un latido se marca el vigor del rito flagrante.
Es la muerte quien dirige la orquesta española,
A recuerdo de Piazzola,
Sobre la madera del viejo escenario,
A la guía del vetusto lunario.
La luz blanca cae sobre la orquesta de calacas,
A la sazón del orujo guardado en petacas,
¿O es el diablo quien la música dirige en traje rojo?
Mientras a todos, roba un aplauso y un ojo.
Entre las butacas, esqueletos y osamentas,
Envueltas en telas de seda y zarcillos de perlas,
En camisolas de blanca tela sencilla,
Revolcando las nalgas en una silla.
La luz pálida de los reflectores,
Ilumina la tela en fuego y el batir de los faralaes,
La suela de ígneo recuerdo en el efímero marcar,
De sus pasos una huella luminiscente deja observar.
En un vaivén de punta a punta,
En seducción la danza apunta,
Donde las manos se tocan en perfecta sintonía,
Y el cuerpo alude con algarabía.
Un ritual de cortejo, de fino movimiento,
Dos almas, echas un momento,
Un resplandor de oro, con resplandor de candil,
Mirándose a los ojos de pavorreal color añil.
Al son de las carcomidas falanges la pista se incendia,
En un beso y un abrazo dos entes de carne bailan la ceremonia,
Inconscientes de la orquesta que los acompaña,
Detrás de las cortinas se asoma una guadaña.
De túnica negra, alta hasta tocar con el techo,
Candilan las luces hasta dejar a fuego tenue el lecho,
La muerte los saluda, invitando a la mujer bailar una pieza,
Con sonrisa blanca yeso y mirada maquiavélica de tintes color cereza.
De espectador queda el caballero,
Mientras la muerte, de la mano toma a la mujer,
En una breve danza, en faena del alma de la fémina recoger,
A la vista, un puñal por la espalda deja la visita del extranjero.
De lágrimas de cuarzo, una fuente nace en sus ojos,
Del caballero, llena la conciencia de hoyos,
¡Insolente…! ¡Maldito…! Regresa a la mujer de mi vida,
Que sin ella no sé qué me queda.
El escenario languidece,
Solo el ruido el sollozo, que a borbotones la mente ennegrece,
Miserable existencia, dos zapatos colgando de la tarima,
El recuerdo con sabor amargo, de un beso delicado en la cima.
De su tierna naturaleza de mujer, el estigma del todo,
Una tormenta en la conciencia que colma de lodo,
Si del sol, miles de órbitas prosiguen,
Resquicios de vida miserables, nublados, aluden
A la forma del final
La depresión y el mal
Con revolver de fría plata, el cañón susurra a la frente,
Con la reminiscencia de ella, Cargada en brazos, alejándose con el ente,
Del chal se deja ver el cráneo, “acompáñame pues” dice la muerte,
Pero solo se oye un último estruendo de un disparo sin suerte.
J
#Real Sociedad De Las Letras#RSL#real sociedad de las letras#rsl#J#escritos#letras#textos#versos#ensayo#literatura#escritor#rios-jakenov#rios jakenov#jakenov
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Una prenda para la muerte
En una mañana de oro, sobre un paisaje nublado, la flaca caminaba sobre un campo de crisantemos. Una caricia y un alma ya no estaba con los suyos, desaparecía; se iban parejos sin distinción. Un ritual funesto que nos hace recordar que algún día nos iremos de este plano terrenal y cuando la hora debe de llegar, llegara sin retrasos. El heroísmo con el que se guarda a alguien bajo tierra, para recordarlo y el extraño ritual del entierro. Ese es el trabajo de la muerte, y con su venida, aunque la hiel nos colme la sangre, nueva vida florece, como el ying y el yang, unidos e inseparables. La vida y la muerte viéndose de frente iguales en imagen, sedienta la una de la otra en una pelea perpetua entre ambos, ahogada alguna sobre el rio del tiempo. Cabalgando sobre la tierra en su caballo negra, salida de uno de los 7 sellos rotos.
Ese día por su paso, la vida de un venado había dado su último hálito. Su cuerpo reposaba sobre la tierra caliente en el borde de un campo de flores, mientras que ya la tierra empezaba a elaborar su trabajo de llevar lo que en vida tomó el animal a la madre tierra. El cuerpo se enfriaba, hasta que estuvo cubierto de hierbas. Sin embargo, el cuerpo quedó suspendido, aunque la madre tierra tratara de hacer su trabajo, el animal parecía dormido. La muerte caminaba sobre el campo de flores, arrancado una flor de vez en cuando, para que lánguida y débil esta se deshiciera sobre sus manos.
Fue por esa época cuando Lorenza Benavides era solo una niña y caminando sobre la vereda se encontró al animal tirado, durmiendo sobre la maraña de tierra y yerba, su piel parecía fresca.
Se sentó y acarició al animal. Alrededor de él brotaba una mata de hierba de mora, y junto a la mata unos gusanitos blancos como perlas que devoraban las hojas y descansaban placientemente. Fue entonces cuando la muerte se acordó de que no había recogido el alma del venado y que por eso la madre naturaleza no se lo llevaba, aunque ya estuviera muerto. Regresó al campo de crisantemos y atisbó al venado sin preocupación mientras se acercaba a él.
—La próxima vez no se me olvidara -dijo para sus adentros.
Mientras que sacaba su hoz y el alma se disipaba en el plano astral, una niña le pregunto por detrás, entre los arbustos sentada.
—¿usted quién es y que le hace a mi animalito?��
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Ríos-Jakenov (J)
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El corazón de Babel
En una cámara de cuarzo, columnas dóricas sostenían una bóveda de alabastro con fachada de arpas de hierro de estrechas boquillas, listas para cantar en galope de primorosas notas.
Al centro, residía un órgano monumental, y a su lado la caja de registros que cambian la voz del imperial instrumento. Pergaminos adyacentes mandando el cambio de armonía en el cerebro de viento.
Una breve introducción hacía silbar la fachada: tierna flauta de pan reverberante, sacro santo sonido que retumba en el palacio.
Los registros se cambiaban, un acordé completo recaía de la mano del autor, los pedales a ras de suelo producían un inextricable bajo, una marcha de notas caía en tropel sobre el río del tiempo. Las paredes de viejas tablas retumbaban y cedían, ya viejas y hartas de la tremulante sensación. Un magistral acordé bramía y rugía, los registros se cambiaban y daban su último suspiro. Las notas quedaban resonando en el aire, porque una vez callan, invisibles a manos y oídos de vuelven. Una confesión pérdida que los ojos no leen, pero los oídos escuchan. La bóveda es parte de la torre de Babel representante de la música y de los lenguajes.
Un domo concéntrico, oculto bajo las vetustas murallas de piedra, de piedra caliza y frágil estructura, adornada de tiernos querubines de granito. Resguardando lo que llaman arte.
Un fuego vacilante que se recorría dinámico encendiendo los cirios chirriantes con su fatuo fuego amarillento, apenas visible entre la penumbra y el misticismo de la bóveda.
Sucedía que, con una precisa combinación de registros, teclas y pedales, la cámara retumbaba con un sonido inaudito, que las paredes de cuarzo abrían de par en par dejando ver una escalinata en espiral hacia la próxima puerta, un enorme mecanismo palpitante de oro por candelabro a razón de corazón dentro de la surreal torre, pues la torre era inerte por fuera, pero viviente por dentro. Albergando la esencia del arte, el corazón y alma.
Si se asomaba uno dentro de la siguiente puerta, podía se ver el acceso al siguiente arte: la palabra. La entrada de la biblioteca de Babel era estrecha y larga. Ya descrita por Borges, la resguarda del conocimiento universal. Una infinita red de librerías hexagonales con miles de libros, recolectados a través de cada época, la evolución inherente del arte a través de una cronología de páginas. La música se consume con el oído, la lectura con los ojos y el cerebro intercede en ambas. Pocos saben de la existencia de la torre de babel y de lo que en ella alberga, pues no solo de aquí emergieron los constructores de la torre al cielo de diferente lengua, más se resguardo todo lo sagrado. Para el artista la vida es un poco más fácil, pues ya sabe a qué ha venido a este mundo, la maldición sin causa. No es acaso el arte la mayor bendición de la humanidad.
El corazón de la torre se encendía, los tubos del órgano despedían humo y los vitrales de la estructura cardíaca despedían unas luces rojas que alumbraban con misticismo. En ese momento los ángeles de gratito mudaban de piel cual serpientes y tomaban instrumentos de piedra para recitar una obra, pues una vez el corazón de la torre de babel estuvo palpitando no hubo nada que lo parara. Las cuerdas del arpa vibraban en un sol3 los violonchelos tocaron un arpegio arcano de bajos y el violín estridente se dio como protagonista a la par de las flautas con voz de pájaro. En completa sintonía el coro de ángeles tocaba logrando perfección. De trinas notas las imágenes se construían si uno cerraba los ojos, las galaxias se hacían presentes y la noche estrellada tomaba vida. De mil y un sensaciones la piel se erizaba ante el sonido. Es por eso que la música es el combustible del alma.
J
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La sociedad del hoy
El epicureísmo: una doctrina vieja y dormida; hacia el siglo 3 antes de la era común, Epicuro de Samos, griego padre de esta doctrina, ya en la época última del apogeo de la filosofía clásica... Sigue leyendo.
“Junto al hedonismo radicalizado, su hermano el consumismo teje un laberinto construido por nosotros mismo que osamos recorrer, encerrados. Miramos a nuestra monótona realidad, y que, para olvidarnos del hastío y el sinsentido, miles de anuncios, materia audiovisual pregonan la vida que anhelamos, filas invisibles, muestran las flechas de donde debemos ir, saltando de felicidad cuando obtenemos algo nuevo, un sentimiento fugaz que se ve apagado rápidamente por algo que es más nuevo y mejor. Por qué, que sensación es mejor que tener algo nuevo en las manos”
J
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El juicio
Yo soy la soledad. Y Me siento sola, pero me acuesto temprano y me pongo a ver la tele sentada cuando afuera llueve. Me sobra el tiempo, no hay nadie en quien pueda gastarlo.
Soy vieja, de cabellos blancos y piel de papel. Mi voz es antigua, produce sonidos a blanco y negro. También soy miope, llevo unos vidrios enormes frente a mis cansados ojos, cascadas rotas y cansadas, soy paciente y seria.
Y sí, busco un alma solo, para comprender su sufrimiento como el mío propio, fingiendo una existencia siempre llena de dicha y de placer, al calor de la indiferencia.
Si yo encontrara un alma como la mía, cuantos secretos le contaría, si yo encontrara un alma como la mía, que con la mirada me incinerara por dentro. ¿Por qué será que nadie me aprecia?
Ahí donde la vieja madera de las guitarras reverbera, con acordes dulces y tropicales cantares, ahí me encuentro yo esperándote. La soledad se presenta a un tribunal donde un juicio se comete a cabo y entre el público se pierde su presencia. El jurado es una orquesta, pues es mudo. Su voz en mi menor dicta la sentencia a través de sonidos ajenos, pero sí que la conciencia habla, es juez intermedio entre la razón y el corazón.
Yo soy la tristeza, un alma tan vetusta como la soledad, soy aquella cara cansada, nerviosa, con surcos y montañas en las facciones. De piel de vidrio, aretes de oro y ojos de ceniza.
Pero la tristeza se presenta en medio de una escena dramática brotando lágrimas acústicas de sus ojos grises. Un arpegio cae rápido del cielo, donde sus sonidos desaparecen después de un furor efímero. Un río de notas amargas navega hasta la conciencia, ¿será posible que el recuerdo agobie hasta que la osamenta se queme, que el candil escarlata no sea de oropel y que el brillo que se observa sea genuino? Que el momento se disuelva entonces, en un beso que se borre en la arena del tiempo.
Y si la ira se une a la pantomima: demonio hipócrita de piel negra y solo dos soles por ojos, de voz inexistente. Pirómano problemático que a cada rato escupe sangre. Que complicado se torna el juicio. ¿que será el amor? La conciencia calla a todos.
A la orilla del mar el cariño viste de traje. Porta flores y si dirige a una fachada de bejuco y dos pilares por los cuales trepa. La confianza y la atención le bañan en pétalos moribundos que caen sobre la arena. El tribunal se distribuye, toman sus instrumentos y caminan al otro lado. Bajo la luz del sol, unos candiles esperan la noche para mostrar su resplandor Y un montón de asientos guarda el lugar de cada actor.
La memoria baila en virtuosas prendas, desde las oscuras cortinas de la conciencia, revisando las estanterías, lo que en cada día se ha escrito. Una muchedumbre sale en una transición fina de la oscuridad total. Dulces mulatas y mestizas con piel de bronce, que baten la tela añil de sus vestidos. Una a una, dejan que se prepare el cóctel químico perfecto.
La razón se ve agobiada y cae en la psicosis de la atmósfera. Se abre el telón, dos almas de azul neón se toman de las manos, la energía de la luna los irradia. Con su ojo pétreo los observa desde el cielo, candil de luz que se oculta bajo las telas del cielo, barajeando las cartas del tarot en busca del futuro.
Sincronizadas las dos almas avanzan en el tiempo. De vueltas y pasos disfrutan su realidad. Una corre sobre el agua y la otra la sigue. Entretejidas los hilos de su alma se han convertido en una sola pieza. Escondidas ambas almas de la realidad, viven en un prisma de cuarzo, observando desde dentro todas las perspectivas que ofrece en visión tricromática. Pues este todavía no tiene fracturas.
Un disco de vinilo sigue corriendo, pues en el susurro de sus surcos se esconden las memorias y los sentimientos de dos almas hechos un solo ser. Porque las luces de argón palpitan en la conciencia, frascos que contienen la esencia del caos. Pues para ser sinceros es ir al infierno y subir al cielo.
¡Cuidado! que tanto color puede hacer daño, el caer a la realidad donde el esqueleto se rompe en la caída. El equipo y el proceso jamás serán perfectos. Dentro del tribunal alega el odio la pérdida de tiempo que ha sido, y el olvido se asoma tímidamente. La mirada cruda de la mente, el corazón hilarante de la orquesta, es pues, a la hora del juicio de la mente, junto a todas esas sensaciones, que la conciencia no sabe asegurar un veredicto final.
pero al final de todo, el amor enternece al corazón, envejece, se le torna el cabello blanco, se le arruga la piel, y sentado muere junto a su otra mitad.
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La creación de las aves
Había una vez una creadora de ideas sentada sobre un escritorio de la conciencia. Cada tarde se sentaba a mirar la luna. La luna le sonreía y le susurraba de sus secretos, los cuales ella escuchaba atentamente.
Se sentó una vez sobre su mesa de trabajo, mientras que la luna se disolvía en el firmamento y una piel iridiscente le nacía al espacio. Sobre su laboratorio un matraz suministraba pintura al godete de papel, este ponía sus manos para que no se le escapara la tinta de colores y vida.
Pasaba que, mientras pintaba en su lienzo amarillento: mirlos o abejarucos, pequeños y radiantes. Sus dibujos echaban a volar saliendo de la página; de la última pincelada que definía una pluma, salía cada dibujo ansioso a tratar de dar sus primeros aleteos y de su cuello un pequeño instrumento brotaba, con el cual tramaba cada trazo de aquellas aves.
Las aves salían neonatas de aquellas hojas, su autora las cuidaba y las acurrucaba en algún rincón de su conciencia. Disfrazada de pies a cabeza con plumas, las aves reconocían a su autora como su madre. Aunque de este disfraz dejara ver las mangas de una camisa y la piel desnuda, pies y manos. Los primeros para sentir el frio piso de la realidad y las segundas para dar forma a cualquier arte.
Sin aquel disfraz las aves volarían lejos, irreconociendo ese alter ego y perdiéndose en las moradas de la mente.
Al fin cuando ya aquellas aves de pintura brincaban y daban sus primeros aleteos, nuestra autora les dejaba migas y semillas sobre el piso, cuidando a sus pequeñas creaciones, la bandada quedaba dormida sobre las manos de la mujer. Pues para que crecieran habría que darles, cariño, tiempo y esfuerzo.
De vez en cuando llegaba la pintura a aquel matraz extraño, desde el fondo de la vivencia, la esencia caminaba sobre un largo hilo de vidrio. A veces había que ir por esa esencia, con paciencia salía de noche, vestida de hojas de oro y plata, cargada con una red y una jaula, y cuando menos se los esperaba la noche imperaba, pues el candil lunar ya venía sobre una jaula en manos de la mujer, incluso a veces la luna enfermaba y había que darle té y medicina.
Cuando eso sucedía había que aprovechar ese material y dar vida a más de aquellas magnificas aves. Cuando ya estaba los bastante grandes, aquella mujer tomaba una de aquellas aves, la resguardaba entre sus manos y con un beso en su cabeza emplumada las despedía, solo para verla volar lejos y sola. Y aquella bandada de pájaros era parte de ella y ella parte de ellos. ¿Quién sabe hasta dónde lleguen?
Cuantos más años trabaja a buena sazón, más y más pájaros salían, las manos se hacían viejas con el tiempo y aquella labor al término del ciclo queda inmortal sobre un lienzo, con líneas o grafías, incluso sonidos.
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El navegante naufrago de un mar inútil
A la vista un lienzo de azules y añiles,
De toques verdes y turquesas y
Esmeraldas por tesoro.
Un viejo barco reposa sobre el manto de agua,
Donde las olas se escuchan, besando la mojada madera
Donde el viento sopla en orquestas y tempestades
Y un cofre de vida oculta, se escabulle por debajo.
A la emoción de la brisa salada, la sirena del bauprés alaba las rutas que la embarcación a sus ojos ha mostrado,
a vendavales rebeldes y trepidante suelo por romper, su naturaleza le atrae en un sortilegio casi mortal
Peligroso es, tanto para necesitar la luz de la llama y esperar a la puesta del sol.
Y sin más un alma sin cara se arroja sobre el abismo líquido, flotando con absoluta libertad pero sin rumbo figo.
En un momento de introspección donde las suaves cuerdas del violín susurran que no hay destino propio.
¿Cuál es la ruta? Si apenas si se alcanza a escuchar los secretos del mar. No se escuchan, quedan muertos los murmullos en busca del sentido.
Manso y cristalino, un alma se disuelve en los caldos del planeta
O voraz y despiadado, el camino se acabado, no hay final, el final es el naufragio.
La tormenta azota la luz del faro, truenos y centellas, bajo una cortina de gotas, en un torbellino cada vez se pierde el sentido, la luz del faro ya no es mía y sin ella no puedo ver.
Sin preocuparse de la respiración, el mar es reflejo del cielo, estrellas y puntos de fuego, un espejo cósmico,
Al salir del abismo solo para flotar náufragos de emociones banales,
Encadenadas las alas están, con inútil aleteo en pos de salir y perderse en el laberinto del cielo, solo para vagar hasta que se una osamenta cae de nuevo al agua. Una brújula apunta a todos lados. Sin luz ni dirección, una mueca azul. Dos mascaras artificiales, lloran sangre, una con sonrisa y la otra en ausencia.
Dos ojos hartos de positivismo, una ligera alucinación.
Un poco de esquizofrenia y tristeza, dos cualidades luchando a muerte, o un recuerdo falso.
¿Es que todo ha sido una mentira? La esperanza es el cordero para el sacrificio.
Es el náufrago flotando, con un velo de oscuridad sobre los ojos que se pregunta su lugar en este artefacto tan extraño
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La Noria
Una pequeña caja se abría, revelando en su interior el alma de un mecanismo y su música. Había dibujos esparcidos por el suelo, garabatos negros de sombras sin forma, peluches, y la noche naciente entrando por la ventana. Un pequeño niño, de cara seria y triste, arreglando una pequeña rueda de la fortuna, una última pieza entraba a regañadientes sobre el eje de hierro. Frustración y desprecio y en un momento todo el juguete salía volando, destruyéndose en una caída donde, los pernos, tornillos y tuercas huían velozmente a esconderse. Una pieza caía lejos, escabulléndose debajo de la cama, el niño observaba despectivo la causa de su enojo, se levantaba y ponía la mirada sobre la sobra de la cama, en busca de la pieza maldita.
Las cobijas arropaban calurosas al niño, pero un cuadro caía, haciéndose añicos el vidrio, unas fotos, reminiscencia del pasado, la premisa incumplida de terminar aquel juguete postergado.
El candelabro fundía sus focos, y un demonio de hielo tomaba la cajita música destruyéndola, o como te extraño, ¿por qué fuiste? El niño escapaba, yéndose del cuarto y cerrando la puerta tras de sí, el escenario, un largo pasillo quedaba a oscuras, a excepción de una débil serpiente de luces que rondaba por el suelo, parecía que las dimensiones se alargan.
El niño seguía caminando, aplastando las luces bajos sus pies. Otro demonio de brea lanzaba su zarpa a la vista del niño, escapando. La puerta no era una opción, una plaga de manos rompías los vidrios tratando de entrar. De la puerta emergían seres de dos rostros y un cuerpo, y del cuarto una bestia humanoide con cadenas de luz tenue cargadas sobre sus hombros. Un ataque esquivado, y la única salida eran unas escaleras de caracol con más de esas luces, indicando quizá el camino. Otra acosante muestra de quien se quiere olvidar. Un monstruo más, este con un hueco entre el corazón, destruía aquella música que en un momento fue lo que más amé, una enbestida y la alimaña avanzaba. Las demás abominaciones subían por la escalera en espiral, una puerta cerrada frente al miedo del niño, pero aquel inútil cerrojo nada podía hacer, las manos aborrecibles adornaban el marco de la puerta. Una tormenta por clima y un círculo de espejos, donde el reflejo no era del niño sino de aquellos monstruos que atacan sin piedad, un temblor, jadeo y un grito que rompía todos los espejos. Después un llanto; las fotos no dejan descansar la conciencia. La pieza regresaba bañada por una lágrima, los monstruos, proyecciones de algo interior parados en filas, los ojos del niño buscando la razón y avanzando, viendo las caras de aquellas cosas, estos le daban el paso, y llegaba una cosa triste y amplia, latente pero vacía, era el momento de dejarlos ir. El juguete estaba terminado, la última pieza se ponía y unos pétalos de oro y luz iluminaban el juguete, la música salía de los dientes de metal y aquellos escombros de los ataques eran parte del juguete, una imagen caleidoscópica donde aquel sueño si era de verdad. Nunca te habías ido.
Los demonios lloraban y daban alaridos, pero el niño simplemente se sentaba tranquilo y sereno ya de todo. Los demonios dormían y en algún momento todo pasaba.
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El cuidador y el ave
Jaula de oro donde reside una alondra
con plumas de cristal tornasolado, sublime y primorosa.
De canto melifluo, un trino de vidrio ameno al oído.
Adoración diaria.
El ave salta de rama en rama queriendo salir de su jaula.
Espaciosa y cómoda, pero reclusión absoluta.
El sello psicodélico del reflejo arcoíris en perspectiva,
rayo lineal que allana el ojo.
Una lágrima de cuarzo salta del ojo de la alondra,
Pues sus alas ya no puede agitar.
En mano vano aleteo constante, pasado ya mucho tiempo.
Ave de alma rebelde, el cuidador la retiene, ¡Egoísta!
De carencia no sufre, pero de volar solo tiene el recuerdo.
Pelea y picoteo a las zarpas de su cuidador.
Pero también las plumas de la alondra
se frotan cariñosas sobre la piel de su cuidador,
su cuerpo se acurruca sobre la mano que la alimenta y protege.
¿Y si alguien más ve la alondra y se la quiere robar? ¡Tan bonita que es!
El ave dice que me ama, pero soy incapaz de creerle.
Oculta bajo el encierro, el ave promete no irse jamás.
Pero, entonces ¿por qué pelea?
Cambiar la personalidad de la hermosa ave es un delito,
A palabras necias, el cambio nunca se va a dar.
El ave se ha moldeado a estándares ajenos, palabra prometida,
pero vaga de acción, superflua plática.
Sus palabras susurran diario que su naturaleza jamás va a cambiar,
expectativas propias fallidas, aplicadas sobre un caso perdido.
¿De dónde tengo el derecho de pedirle que cambie?
El ave canta diario, pero no lo es como antes,
el trino de vidrio se vuelve ordinario.
Quizá más por costumbre que por conciencia.
El espectador no se presenta a la ópera de la genuina ave,
pero el ave sigue ahí, dando lo de costumbre.
El fuego que imperaba queda reducido a ceniza,
y ni la débil luz del tizón sobrevive.
Una vorágine toma control del delicado corazón:
una masa roja y palpitante, metafísica y abstracta.
El rojo carmesí se apaga,
escurriendo el color en delicadas lágrimas de sangre que queman la piel
dejando una huella imborrable.
Solo queda abrir la jaula y dejar al ave volar
para que sus uñas encarnadas ya no provoquen más dolor.
Si las alas entumecidas se abren
y se van lejos prometiendo volver,
pero al regreso el cuidador y eterno admirador
yace hecho huesos sobre la mecedora vacilante,
muerto del asalto de un recuerdo.
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No te detengas
“No abandones las ansias de hacer de tu vida algo extraordinario.
No dejes de creer que las palabras y las poesías
sí pueden cambiar el mundo.
Pase lo que pase nuestra esencia está intacta.
Somos seres llenos de pasión.
La vida es desierto y oasis.
Nos derriba, nos lastima,
nos enseña,
nos convierte en protagonistas
de nuestra propia historia”
-Walt Whitman
Ten fe en tus letras, quizá les nazcan alas y empiecen a volar.
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Una prenda para la muerte
En una mañana de oro, sobre un paisaje nublado, la flaca caminaba sobre un campo de crisantemos. Una caricia y un alma ya no estaba con los suyos, desaparecía; se iban parejos sin distinción. Un ritual funesto que nos hace recordar que algún día nos iremos de este plano terrenal y cuando la hora debe de llegar, llegara sin retrasos. El heroísmo con el que se guarda a alguien bajo tierra, para recordarlo y el extraño ritual del entierro. Ese es el trabajo de la muerte, y con su venida aunque la hiel nos colme la sangre, nueva vida florece, como el ying y el yang, unidos e inseparables. La vida y la muerte viéndose de frente iguales en imagen, sedienta la una de la otra en una pelea perpetua entre ambos, ahogada alguna sobre el rio del tiempo. Cabalgando sobre la tierra en su caballo negra, salida de uno de los 7 sellos rotos.
Ese día por su paso, la vida de un venado había dado su último hálito. Su cuerpo reposaba sobre la tierra caliente en el borde de un campo de flores, mientras que ya la tierra empezaba a elaborar su trabajo de llevar lo que en vida tomó el animal a la madre tierra. El cuerpo se enfriaba, hasta que estuvo cubierto de hierbas. Sin embargo el cuerpo quedó suspendido, aunque la madre tierra tratara de hacer su trabajo, el animal parecía dormido. La muerte caminaba sobre el campo de flores, arrancado un flor de vez en cuando, para que lánguida y débil esta se deshiciera sobre sus manos.
Fue por esa época cuando Lorenza Benavides era solo una niña y caminando sobre la vereda se encontró al animal tirado, durmiendo sobre la maraña de tierra y yerba, su piel parecía fresca.
Se sentó y acarició al animal. Alrededor de él brotaba una mata de hierba de mora, y junto a la mata unos gusanitos blancos como perlas que devoraban las hojas y descansaban placientemente. Fue entonces cuando la muerte se acordó de que no había recogido el alma del venado y que por eso la madre naturaleza no se lo llevaba aunque ya estuviera muerto. Regresó al campo de crisantemos y atisbó al venado sin preocupación mientras se acercaba a él.
-La próxima vez no se me olvidara -dijo para sus adentros.
Mientras que sacaba su hoz y el alma se disipaba en el plano astral, una niña le pregunto por detrás, entre los arbusto sentada.
-¿usted quién es y que le hace a mi animalito?…
68.-
Aprieta si quieres seguir leyendo
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La doncella y la muerte
Cuando el bandoneón, en tropel sale a bailar y empieza a cantar,
Saltan las notas de los botones finos de marfil y nácar.
Cuando el arco del violín llora de amargos sonidos,
El chelo harto de los quejidos,
Da de respuesta bramidos.
Arriado este a un tendedero de cinco líneas negras,
Un rey de prendas de seda y gabardina de líneas,
La guitarra hermana suya, en líricas acompaña en compas
De tres por ocho sin mas.
En la caminata los instrumentos se empiezan a aventar. A paso de elefante,
Camina el chelo, en pisadas trepidantes y voz de rumiante,
El violín vuela ligero, de voz trina incesante,
En un latido se marca el vigor del rito flagrante.
Es la muerte quien dirige la orquesta española,
A recuerdo de Piazzola,
Sobre la madera del viejo escenario,
A la guía del vetusto lunario.
La luz blanca cae sobre la orquesta de calacas,
A la sazón del orujo guardado en petacas,
¿O es el diablo quien la música dirige en traje rojo?
Mientras a todos, roba un aplauso y un ojo.
Entre las butacas, esqueletos y osamentas,
Envueltas en telas de seda y zarcillos de perlas,
En camisolas de blanca tela sencilla,
Revolcando las nalgas en una silla.
La luz pálida de los reflectores,
Ilumina la tela en fuego y el batir de los faralaes,
La suelas de ígneo recuerdo en el efímero marcar,
De sus pasos una huella luminiscente dejan observar.
En un vaivén de punta a punta,
En seducción la danza apunta,
Donde las manos se tocan en perfecta sintonía,
Y el cuerpo alude con algarabía.
Un ritual de cortejo, de fino movimiento,
Dos almas, echas un momento,
Un resplandor de oro, con resplandor de candil,
Mirándose a los ojos de pavorreal color añil.
Al son de las carcomidas falanges la pista se incendia,
En un beso y un abrazo dos entes de carne bailan la ceremonia,
Inconscientes de la orquesta que los acompaña,
Detrás de las cortinas se asoma una guadaña.
De túnica negra, alta hasta tocar con el techo,
Candilan las luces hasta dejar a fuego tenue el lecho,
La muerte los saluda, invitando a la mujer bailar una pieza,
Con sonrisa blanca yeso y mirada maquiavélica de tintes color cereza.
De espectador queda el caballero,
Mientras la muerte, de la mano toma a la mujer,
En una breve danza, en faena del alma de la fémina recoger,
A la vista, un puñal por la espalda deja la visita del extranjero.
De lágrimas de cuarzo, una fuente nace en sus ojos,
Del caballero, llena la conciencia de hoyos,
¡Insolente…! ¡Maldito…! Regresa a la mujer de mi vida,
Que sin ella no sé qué me queda.
El escenario languidece,
Solo el ruido el sollozo, que a borbotones la mente ennegrece,
Miserable existencia, dos zapatos colgando de la tarima,
El recuerdo con sabor amargo, de un beso delicado en la cima.
De su tierna naturaleza de mujer, el estigma del todo,
Una tormenta en la conciencia que colma de lodo,
Si del sol, miles de órbitas prosiguen,
Resquicios de vida miserables, nublados, aluden
A la forma del final
La depresión y el mal
Con revolver de fría plata, el cañón susurra a la frente,
Con la reminiscencia de ella, Cargada en brazos, alejándose con el ente,
Del chal se deja ver el cráneo, “acompáñame pues” dice la muerte,
Pero solo se oye un último estruendo de un disparo sin suerte.
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La sociedad del hoy
El epicureísmo: una doctrina vieja y dormida; hacia el siglo 3 antes de la era común, Epicuro de Samos, griego padre de esta doctrina, ya en la época última del apogeo de la filosofía clásica, propugna el hedonismo racional, y que, a priori, pudiéramos definir como la vida desmesurada en placer. Y que sin embargo, nada más lejos de la verdad, cubierto bajo un velo de ignorancia y tergiversada radicalmente.
Ante el control macedónico sobre las ciudades-estado griegas, y la actitud antibélica, Epicuro y un grupo de amigos, deciden estar solos, apartados del enfrentamiento, exiliándose de alguna manera, y creando una comunidad intelectual y filosófica, llamada: el jardín. Donde, a las afueras del recinto, un cartel pregonaba: huésped, aquí estarás bien, aquí el bien supremo es el placer.
Pues ante Epicuro el mal o el bien absoluto no existían, simplemente eran actos que nos llevan al dolor o al placer. Y que ante las demás escuelas filosóficas, el epicureísmo sonó escandalosamente, Pero que, analizando la carta de Epicuro a Meneceo, podemos concluir, que el placer de Epicuro no es eso, sino la ausencia del dolor.
Epicuro sugiere huir del dolor, no exhortando a una vida del placer de los viciosos, placeres que a la larga son dañinos, sino a los placeres mesurados e inteligentes. Porque este es el principio de la vida y el fin de la misma: vivir feliz, ausentes de todo aquello que nos aqueje. Para Epicuro, lo primero era saciar las necesidades básicas. Pues Epicuro comía pan y aceitunas y de manera austera y simple conllevaba su vida, fuera de todo paradigma del hedonismo contemporáneo. Pues a palabras suyas, una comida como la suya, provocaba el mismo efecto que una comida cara y ostentosa, aliviaba una necesidad primaria y no se necesitaba nada más. Su hedonismo no era alimentar el placer de los viciosos, era evitar los dolores del alma y de la vida. Amistad, una vida simple y la paz mental eran los 3 pilares fundamentales que sostenían las ideas de Epicuro, pues la vida solo era una, sin repeticiones, una visita al plano terrenal, por lo tanto abría que aprovechar esta visita de manera amena. Llenándonos de buenos amigos, ¿o es que acaso una amistad no siempre nos causa una felicidad en un encuentro? Viviendo sencillamente y entrenando el alma, pues los lujos son un peligro y solo nos llevan al dolor.
El placer de los viciosos, es fuerte pero efímero, fugaz, y para procurarlo se tendría que repetir la dosis siempre en una gráfica de aumento que solo terminaría provocando dolor, pues ante la ausencia de esos placeres, el dolor se hace presente.
Eso fue el hedonismo, y que a estándares actuales, en el punto medio esta la virtud.
Pero cómo es que hoy día, en el siglo XXI, llegamos a la idea de que hedonismo significa una vida de placer egoísta sin control, porque para el hombre moderno y ante la premisa de que solo hay una vida, un lema es el que rige al hedonista contemporáneo, el placer, intenso e inmediato, buscando de manera constante volver a repetirlo y poniéndolo a toda costa sin importar las consecuencias.
Y es, evidentemente la antítesis de lo que proponía Epicuro, pero que, para esta sociedad está bien, porque han nacido así y no hay otra, no debe de haber cosas distintas que esta, y así, de esta manera, todo nuestro consumismo adquiere esta particular y ponzoñosa característica, pues, y niéguenme la realidad, que los medios masivos de comunicación y sobre todo la televisión por tener una gran gama de herramientas visuales, vanagloria este tipo de vida, programas de espectáculos que enseñan la vida del cantante de música urbana, o del narcotraficante, de ostentosas ropas y lujosos parajes, armas, mujeres y dinero a montones, ganadas a través de una música comercial, misógina y hedonista, o de la venta de droga (placer), invitándonos implícitamente a soñar ser ellos. Pues es la buena vida, ¿o no?
Porque el ser humano busca su felicidad, sin importarle la de los demás, sin pensar si es ético dejar que una persona arruine su vida a base de una adicción. Y la sociedad se la da, pero a base de un control inconsciente pues le dice,” mira consume esto, esto es lo que debes consumir”, y una venda en los ojos llamada ignorancia es la que vive en nuestra cotidianidad. Porque una película, o tal vez música que no sea acorde a estos estándares será rechazada por ser diferente dentro del status quo, y cualquier consumo que se haga en esta sociedad será, candente, fugaz, vívido. Porque una luz de placer inunda ese momento y solo ese momento importa. Y es que la decepción llega cuando ese fugaz momento se va, y se tiene que buscar algo que nos llene de nuevo, cayendo en el vicio. Alcohol, droga, ludopatía, es acaso este el destino qué debe de tener el hombre como raza. Pero no solo es en un vicio, es en contenido que se nos da, una película que nos haga sentir rápidamente placer, una canción que nos haga sentir parte de ambiente general.
Porque que es peor que la soledad para el hombre moderno; el hombre moderno incapaz de auto-inspeccionarse, creyendo que la soledad es mala, porque sí, el hedonismo contemporáneo es parte de un sistema social. La soledad, pudiéramos asegurar, que es un momento para encontrarnos y reflexionar sobre los actos de nuestra especie. Y es ridículo pensar en la dicotomía del hombre moderno, “debes de vivir una vida feliz, placentera” dejando al azar el significando de la palabra. Pero que, para esa felicidad, hay que trabajar, y trabajar mucho para no sufrir de la carencia y por tanto de dolor dentro de nuestro sistema social. Y es que dedicar una vida entera al trabajo para nuestra felicidad es pésimo, todo queda reducida a la monótona rutina del trabajo, y mínimos descansos y lo único visible es la consecuencia del trabajo en la piel, pues así son las sociedades cansancio. Dentro de una felicidad utópica que, a priori, parece inexistente.
Donde los hijos crecen solos, porque el padre trabaja para el hijo, sin prestar atención en el hijo, repitiendo el mismo ejemplo el hijo después, porque el hedonismo el falaz, escupe espuma negra; la soledad es una compañera que nadie sabe apreciar, y que el dolor siempre viene de nosotros mismos, porque, no será el hedonismo contemporáneo una forma de ocultar de esa soledad individual a la cual no podemos tolerar en una ritual falso pero acostumbrado.
Sabemos que está mal esta forma de vivencia, pero de nuevo, como es que se tergiversó de manera radical el pensamiento de Epicuro, no acaso sería mejor vivir en paz mental. Pues para este sistema no, somos peones, pedazos de engranes que hacen que el mecanismo social funcione. Por eso se nos dice que estudiemos algo que nos guste, para que la pedante necesidad de trabajar para subsistir no se convierta en un calvario horroroso el cual odiemos y que por lo tanto provoque dolor y dolor a los demás. Y que esa necesidad se convierta en placer. Y bajo los paradigmas de esta caracteriza, que ya hablada antes, pero ahora expuesta aquí y leída por quien sabe quién con la esperanza de que algo conmueva dentro de sus cabezas. Las buenas cosas, referidas al plano de introspección mental, son despreciadas por la mayoría, pues de cada cuanta gente una persona es escritor o músico o pintor o cineasta. Se desprecian por este hedonismo, porque no cumple con los estándares fugaces del estatus quo. Es por eso que el escritor de culto es menos importante que el escritor de vanguardia, por el contenido, transcendental contra el comercial, del placer lento o intenso. Siempre se preferirá en las masas la vanguardia, por eso la basura ha triunfado; y una pequeña minoría, bichos raros, preferirán mantener el legado del arte. Porque no está mal vivir con placer para nuestra felicidad, está mal vivir hundido en un placer que nos provoca dolor, y que irónicamente provoque en un círculo vicioso lo que tanto se quiere evitar.
Y es que sucede un fenómeno raro y extraño, que provoca que las ideas se tergiversen y cambien, culpa de la ignorancia, y que, en un ejemplo dado, tomemos cualquier movimiento social, que analizado, nos daremos cuenta que una parte de ese población flagrante es movida por el borreguísimo, pues a las masas se les exhorta a moverse dentro de ellos, por el poder de la palabra, del convencimiento y de la poca voluntad que se tiene. Muchas veces estando adentro sin saber el propósito ni las bases y luchando como anarquistas sin causas, controlados. Y no pocas veces son cortinas de humo para encubrir algún otro acto. Donde por no estar consciente realmente del porque uno está parado ahí, se impone un criterio personal, muchas veces errado de la idea general, a lo que se cree, con lo cual surgen los extremismos. Perdiendo así la esencia original. Ha este proceso el autor lo denomina como radicalización objetiva, pero que aplica a ya muy diversos ámbitos. Pues así como el hedonismo de Epicuro llegó al extremo contrario, un movimiento se pervierte y solo avanza sin rumbo, sin valores, sin búsqueda. Llegando a ser igual a lo que se quiere evitar.
Junto al hedonismo radicalizado, su hermano el consumismo teje un laberinto construido por nosotros mismo que osamos recorrer, encerrados. Miramos a nuestra monótona realidad, y que , para olvidarnos del hastío y el sinsentido, miles de anuncios, materia audiovisual pregonan la vida que anhelamos, filas invisibles, muestran las flechas de donde debemos ir, saltando de felicidad cuando obtenemos algo nuevo, un sentimiento fugaz que se ve apagado rápidamente por algo que es más nuevo y mejor. Por qué, que sensación es mejor que tener algo nuevo en las manos.
La frustración y el deseo que se tiene sobre ella y la efímera llama de satisfacción a la compra, para el rápido desechamiento y la indiferencia al ya tenerlo. Pues así funciona la economía. Una pelea incesante por tener lo mejor ante los otros. El arquetipo de la felicidad, el sofisma vendido en nuestros medios de comunicación. Una forma de controlarnos, de hacernos pensar cómo piensan la gran mayoría, una forma de la homogeneidad en donde la individualidad del pensamiento muere. Y la ignorancia vive, porque eso es lo que se nos hace creer, aunque sepamos que está mal relativamente.
Hace más de medio siglo que Huxley lo predijo:
Bueno, creo que este tipo de dictadura del futuro, va a ser muy diferente a las dictaduras que no han sido familiares en el futuro inmediato. Quiero decir, toma otro libro profetizando el futuro, un libro muy destacable `1984` de George Orwell… , pero este libro fue escrito y allí predijo una dictadura usando el terror, los métodos de la violencia física. Ahora lo que creo que va a suceder en el futuro es que los dictadores encontrarán que podrán hacer todo con bayonetas excepto sentarse en ellas. Pero si quieres preservar tu poder indefinidamente tendrás que obtener el consentimiento de los dominados y esto se hará, en parte, con drogas como predije en `un mundo feliz`, en parte por nuevas técnicas de propaganda. Lo harán evitando el lado racional del hombre y apelando a su subconsciente y sus emociones más profusas y su fisiología incluso. Y entonces, de hecho, les harán amar su esclavitud, creo que ese es el peligro, que la gente puede ser feliz, en algunas maneras, bajo el nuevo régimen y serán felices en situaciones en donde no deberían serlo.
Prescripción médica: felicidad sin pensamiento, el mundo color de rosas, donde se surca los cielos, se olvidan las cosas, se siente placer, pero que bajo el yugo de la realidad, caemos fuertemente al suelo, pues no teníamos los pies anclados a la tierra, y la realidad nos ha soltado un puñetazo, agrio y doloroso que mortifica nuestras entrañas. Fracaso. Solo miremos a nuestro alrededor, la gente vive bajo los prejuicios que le fueron impuestos, bajo los dos temas ya tratados y encerrados en sus teléfonos, comprobando este hecho con el simple mirar del trasporte público, todo el día metidas sus cabezas en un entretenimiento absurdo, una pérdida de tiempo. O escapando bajo la hampa y la mediocridad, con olor a droga y alcohol, permeados de sangre. Pues a esto nos ha llevado todo esto.
Pero algo nos mueve todavía, el dinero, la sangre verde que mueve a los países, bajo la hecatombe de la estructura económica, la monotonía aniquila la vida por la falsa idea de la vida que se quiere tener. Este es el marketing de holocausto en la sociedad de los idiotas. ¿Es esta acaso la vida que deseamos llevar?
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