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#imogen marshall brasher
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A la edad de cinco años, las gemelas recibieron de obsequio un pececito. Dentro de aquel acuario de ensueño, se podía observar un cofre mágico y con la presencia del llamativo ser que nadaba en su interior, la ilusión de que aquel pececito era el más especial de todos, fue alimentada la emoción de la menor de las hermanas Marshall.
Con el corazón roto, Imogen descubriría más tarde que, Nemo apodado en honor al personaje infantil de las películas que veía con su hermana, había dejado de moverse ante una prolongada exposición fuera del agua. Aunque su acción había sido genuinamente bien intencionada, no fue hasta después del accidente que se le dijo que el pez no podía mantenerse fuera de la pecera por mucho tiempo y si de verlo de cerca era lo que Imy esperaba, no había sido la manera correcta.
Algo en su pecho se sacudió de forma dolorosa cuando Harper se enteró de la noticia, pues ella había sido la causante de que su hermana fuera a la cama envuelta de la pena por no despedirse del pececito con el que tanto estaba encariñada. En ese entonces compartían una litera y los sollozos de la otra niña podían escucharse hasta su cama. No cerró un ojo en toda la noche.
En el transcurso de los días, sus padres regresaron con un nuevo pez y la esperanza de animar a su hija, quién desde lo sucedido, parecía haber extraviado la brillante aura con la que todos la conocían. Si bien el pececito se parecía mucho al primero, se mantuvo queriendo al mismo a la distancia, con el temor presente de que el accidente ocurriera de nuevo.
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Era curioso, había escuchado referirse a las chicas con las que trabaja sobre el amor primera vista cuando un apuesto universitario acudía al café y estas aprovechaban para comérselo con los ojos el tiempo que el hombre se quedaba en la fila de la caja registradora. Llevaba la cuenta de unas treinta veces de escuchar lo mismo cada día y llevaba tres semanas laborando en dicho establecimiento.
Por supuesto que sus compañeras no dejaban pasar la oportunidad cuando creían algún cliente mantenía su atención sobre ella más de lo esperado, haciendo bromas al respecto y conspirando en su contra para ser la rubia quien tomara su pedido. Esto nunca había pasado de un comentario sugerente o el pedido de su número de teléfono, puesto que Imogen se rehusaba a mostrarse interesada.
Ese jueves fue diferente, cuando la muchacha que suponía debía atender le sostuvo la mirada e hizo el recorrido directo hasta una de las mesas, sin pedir antes algo del menú. La idea de que no conociese las reglas de la cafetería pasó por su mente, pero su rostro le resultaba conocido y antes de darse cuenta sus pies se movieron sin cuestionarse hacía ella.
⸻ Esperaba hablar contigo esta vez ⸻ Le sonrió, dejando para su mala fortuna a la chica sin palabras con ese sencillo gesto.
⸻ No me quedaré mucho tiempo, quería darte algo desde el día que empezaste a trabajar aquí, seguramente oíste lo que dicen de las rosas, que pertenecen una de la otra.
Imogen la miró extrañada, sin comprender a lo que se refería y peor, sin comprender el no sentirse incómoda por lo que una desconocida tendría que decirle. O esa desconocida, en especial. Más no hubo oportunidad de pedir explicación cuando la muchacha se marchó, dejando una rosa en el lugar donde estuvo sentada.
⸻ ¿Qué fue lo que te dijo? ⸻ Le preguntaron las demás una vez regreso a su puesto al otro lado del mostrador, al tanto de lo sucedido, el interrogatorio no cesó haciendo que las mejillas de la rubia adoptaran un color similar al de la rosa.
⸻ Nada importante, estaba buscando un cibercafé.
Respondió tan serena como había intentado parecer, desconocía que tanto presenciaron las demás de su encuentro con aquella muchacha, pero estaba segura que no le creían y dejarían tranquila si no les mostraba la rosa. Sin embargo, guardó con recelo la nota que le habían escrito, intrigada por la próxima vez que vería aquella desconocida.
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Su holgada cabellera se extendía a lo largo del rostro, debajo de aquella cortina dorada que creaban las ondas rubias, Imogen trató de ocultar la desdicha que sentía tras una máscara carente de emoción, contrario al torbellino que en su interior tomaba fuerza. Un sentimiento que podía resultar desgastante para una joven de su corta edad, sin embargo, caracterizar a otros personajes cuando la protagonista de su propia historia no tenía la mínima idea de que esperar o un sueño al cual aferrarse, no parecía más divertido.
Lauren la llamó por su nombre una vez más, haciendo uso de su autoridad como maestra, más que el de madre. Le había prohibido abandonar sus clases si quería progresar en su actuación, sosa como le había descrito con anterioridad, fue la gota que desbordó el vaso. Ella no había nacido para los escenarios, aunque la mujer se negara a verlo. Dejó a su progenitora hablando sola y abandonó esa faceta de su vida sin mirar atrás.
Lo siguiente que recordaba fue subirse al autobús y que varias horas más tarde, detuvo su andar en la entrada de una casita que le resultaba familiar. Su abuela había acudido a su llamado después de que golpeara los nudillos con insistencia en la madera, su sorpresa había sido gigantesca, más unos cálidos brazos no tardaron en rodearla.
Con la infusión verde atravesando su garganta, las primeras lágrimas cayeron a través de sus mejillas hasta volverse uno con la mezcla de hiervas, con cada sorbo que sus labios tomaron, una sensación de placidez y serenidad entibió su pecho. 
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