delightinserenemelancholy - Tumblr blog

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Es una lluviosa tarde de otoño de 1957 y los ojos almendrados de una joven descansando en el escritorio cerca de la ventana de su habitación siguen el trayecto de un barquito de papel. Las gotas escurriéndose en el vidrio, más el constante sonido de la lluvia sobre el cobertizo son imposibles de ignorar. En Derry había empezado a llover desde hacía una semana atrás y no había cesado desde entonces. Su abuela, que creció y vivió toda su vida en aquella ciudad olvidada por Dios, auguraba que el clima no haría otra cosa más que empeorar. Dos días después, la ventisca dejó a los pobladores sin electricidad.

Para alguien de la edad de Isabella, que acostumbraba a juntarse con los amigos y perder el tiempo en las máquinas de arcade hasta entrada la hora de volver a casa, significaba desperdiciar ese mismo tiempo de ocio, en solitario. Confinada a las cuatro paredes de su habitación, un tapizado que empezaba a detestar luego de ser lo único en posó su vista el último par de horas y ninguna otra actividad que despierte su interés, espiar al hijo pequeño de los Denbrough prometía unos minutos de entretenimiento.

Nunca supo qué había de divertido en perseguir un barquito de papel a lo largo del arroyuelo de una calle anegada por la lluvia, pero era obvio que para el chiquillo de impermeable amarillo esto no era así.

El barco se desvió por los remolinos que se creaban en el cruce de Witcham Street y se cabeceó un par de veces en esas aguas traicioneras, con la castaña apretando los dedos en el borde de la madera cuando creía al barco perdido en la corriente, para luego encontrar su camino de vuelta.

Isabella se permitió entonces soltar el aire de sus pulmones con alivio, permitiendo a una risita tonta brotar de sus labios, pese a que nadie la había visto sobresaltarse por lo impredecible de aquel juego, se sintió avergonzada. La residencia de su familia se encontraba hasta el final de la calle, era una de las pocas casas que los frondosos árboles no cubrían por completo, pero cerca a una colina que podía ser peligrosa si no se andaba con cuidado, es donde vió al niño Denbrough acercarse y donde una de las grandes grietas en el pavimento amenazó en arrojar el barco, justo en el espacio abierto en la acera.

⸻ ¡Niño, ten cuidado!

Pero no le oyó, por supuesto.

Trató de forzar la cerradura de su ventana, su propia agitación le imposibilitaba actuar con claridad, o pensar siquiera, en que hace mucho que dicha cerradura oxidada había dejado de funcionar, pero cuando el niño cayó de rodillas y el barco desapareció de su alcance visual, tras un remolino que lo hizo caer, este intentó ver en el interior de la acera. "¡Pero qué manera tan tonta de ponerse en peligro por un barco!" pensó ella, dirigiéndose hacía la planta baja de la casa en grandes zancadas por las escaleras.

Un poco de agua no le hacía daño a nadie, es lo que intentaría explicar más tarde a su madre cuando la reprenda por exponerse en la lluvia sin protección, más por un niño al que apenas conocía. Había visto un par de veces a su hermano mayor en la escuela, Bill Denbrough, pedido prestado alguno que otro lápiz en la clase de historia tras olvidar los propios en una mochila distinta y eso era todo el contacto que podía presumir de momento, pero su madre debía entender. Isabella no era el tipo de joven que podía ignorar a alguien necesitando de su ayuda.

Sin embargo, ninguna trayectoria de planes imprudentes y buenas intenciones, pudo prepararla para los que sus ojos presenciaron. Isabella parpadeó y volvió a mirar, sin atreverse a dar un paso en dirección al porche. En la boca de aquella tormenta había un payaso, como los que podían verse en los programas de televisión... ¿o más parecido al payaso de un circo?

El niño estiró la mano y el payaso le sujetó el brazo. A la distancia, pudo divisar como su rostro y el aspecto amigable, se convirtieron en algo tan horripilante que lo peor que alguna vez imaginó se escondía debajo de su cama o en el sótano, a la espera de incrustar sus sucias garras en ella, podía considerarse como un mal sueño en comparación. Una simple historia de terror que contar a Maggie y Archie para asustarlos no se asemejaba en nada a la verdadera pesadilla que escondían los cimientos de esa tierra maldita.

Los gritos agudos y penetrantes, fue lo que alcanzó a escuchar después de ese suceso antes de obstaculizar su sentido de la vista con las manos, antes de que Georgie Denbrough diese su último respiro y dejará de existir. El corazón martilleando en su garganta, sus ojos que ardían por las lágrimas que resbalaban de sus mejillas, sus piernas carentes de fuerza alguna, temiendo que si daba un paso en falso, aquel monstruo notaría su presencia y un destino parecido esperaría por Isabella.

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Son las voces y las risas que proceden desde la planta baja lo que finalmente consiguen hacerla despertar, sentada en el colchón, mueve los pies por la alfombra suave y esponjosa distraídamente hasta que el sueño abandona su cuerpo. Es ahí, cuando presta verdadera atención de lo que ocurre y el descubrimiento la hace sonreír. No cambiaría mañanas como esa por nada del mundo.

La primera persona que la recibe es Verónica, su madre, dejando de pelear con los mellizos para que no coman directo de la caja de cereal cuando la ve atravesar el umbral de la cocina. En ese momento ambos tienen ocho años y una actitud traviesa propia de su edad, el resto de la familia Tribbiani ya se han acostumbrado a la caótica presencia de ese par por la mañana. Isabella se conforma con revolver sus cabellos cariñosamente y sigue con lo suyo.

⸻ Lamento que te despertáramos temprano, pero tengo que resolver algunos asuntos en el restaurante y... ⸻ Isabella la interrumpe con un asentimiento y una sonrisa suave, aunque no es mas que unos años mayor, su actitud es la de una jovencita entrando a la adolescencia, el mantener a sus hermanos a salvo no es menos para la primogénita de Verónica.

⸻ Me hago cargo, mamá.

El rostro mayor de su madre deslumbra gratitud y se despide con besos para cada uno de ellos, antes de tomar su cartera y las llaves del auto.

⸻ Estaré en casa antes de que lo noten. Sé que están en buenas manos... Izzy, llámame si me necesitas.

Es lo último que escucha de su parte, antes de que abandone la habitación con rapidez. Desayunan como es costumbre. Con los menores de los Tribbiani revueltos en el sofá una vez sus tazones están limpios de "Loulipops", su cereal favorito. Giovanna y ella, solían ser más creativas a la hora de desayunar, preparando pequeñas torres de waffles y extra chocolate en la cúspide, algo que podían permitirse estando al cuidado de Isabella.

El día transcurre su curso normal y cuando el sol resplandece a través de las cortinas en aquel modesto departamento de Queens, los hermanos se encuentran rodeando la improvisada área de estudio que Isabella acomoda para ellos, con grandes y acolchadas almohadas en cada esquina. Es Ludovica la que habla primero, mostrándole a Izzy los ejercicios que no comprende. Como cada una de las veces, es paciente para que sus explicaciones sean lo suficiente entendibles para su hermana.

⸻ Es sencillo. Tienes que ordenar los números en esta columna y resolverlos en este orden. Así, la respuesta de este ejercicio sería...

⸻ ¡Ya sé, ya sé! ¡La respuesta sería 10!

⸻ ¡Buen trabajo, Lu! Después de terminar, ¿Qué les parece un poco de helado?

Las respuestas afirmativas no tardaron en corearse y una pequeña risita escapa de la boca de Isabella, con los últimos retoques en la escultura de macarrones de Santino y los apuntes terminados de Giovanna, la muchacha puede sentirse satisfecha. La alegría que siente cuando es de utilidad para sus hermanos, es algo que puede compartir a su interés por enseñarle a otros. No es que esté segura a sus doce años de la profesión que quiere para ella. Pero algo es seguro, que esta experiencia sería el punto de partida para una de las grandes decisiones que tomaría a lo largo de su vida y de lo que algún día podría decirse a sí misma que era el trabajo de sus sueños.

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Algunas veces la tranquilidad de su noche se podía ver interrumpida por un mal sueño, las pesadillas la paralizaban en la cama por largas horas, donde el refugio de su habitación se volvía todo menos aquel sitio que debería hacerla sentir segura. Abandonó la idea de cerrar sus ojos de nuevo esa madrugada, con la ilusión de que su presencia pasara desapercibida por el resto de miembros en la familia hasta varias horas después, una sonrisa llenaría sus finos pómulos y fingiría que todo era perfecto. No sería la primera vez y no le apetecía responder preguntas que la comprometieran a dar una explicación.

Pero había una persona que nunca se las pedía, no demandaba nada a cambio y abría los brazos para que su menudo cuerpo se encajara en ellos sin más preámbulos. La encontró de pie en la cocina, entibiando una pequeña cantidad de leche en un cazo. Los labios de la castaña desdibujaron la mueca que habían adoptado en un principio, sorprendida por la presencia de Verónica a altas horas, cuando los latidos de la joven volvieron a un ritmo calmado, se reunió con su madre en el estrecho espacio condicionado para el fogón.

Las palabras no se hicieron presentes y no las necesitaba, bastó una mirada para que el cómodo silencio tuviera significado. Charles las hallaría envueltas en una antigua cobija azul cuando los primeros rayos de sol recibieran el día, a un lado del sofá, y encontraría la escena enternecedora, contándole a Isabella como su madre solía envolverla con ella para ahuyentar los monstruos que asechaban sus sueños cuando una versión mucho más diminuta de sí misma se colaba en la cama de sus padres cada noche.

Desconocía el momento en que la mujer se habría decidido a usarla o dónde guardaría aquella cubierta de tela valiosa que atesoraba tantos recuerdos, pero no podía rememorar a una noche en la que sí hubiera descansado tan bien como lo hizo en esa ocasión, con el calor del pecho de su madre acariciando una de sus mejillas y su diestra peinando los mechones revueltos de su cabello, a la espera que sus parpados se cerraran una vez más.

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El vuelo desde Londres hacía New York descendió con la promesa de un conversación pendiente entre ambos, la pelinegra no encontraba una explicación coherente para darle sentido a la extraordinaria química que Chandler y ella tuvieron durante su estadía en Reino Unido. ¿Qué si su amistad se relevaba únicamente a dos conocidos que vivían a un pasillo de distancia?

En ese momento su mente divagó con espanto en los posibles escenarios, y no siendo suficiente de malas decisiones, su subconsciente traicionero reprodujo el recuerdo de su primera noche juntos y dos frases que lo cambiarían todo: "You know what's weird? This doesn't feel weird."

Le sorprendió el eco de unos pasos al regresar, encontrándose Monica de pie, todavía en su lugar al centro del salón, y a unos centímetros de distancia, la figura inquieta de Chandler apareció por el umbral de la puerta. El hilo de sus pensamientos se perdió cuando el hombre se acercó a ella, con una ligera sonrisa escondiéndose en las comisuras de su boca y un elocuente comentario que no se hizo esperar, aquellos que la mujer disfrutaba en secreto, bastaron para que sus labios se reconocieran y se fundieran en un nuevo beso.

Monica sonrió mientras sus manos sostenían el rostro de Chandler, dejando que sus preocupaciones se diluyeran como el agua y su corazón se atreviera albergar algo más con ese gesto, algo diferente, algo especial.

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⸻ ¿No deberías estar preparándote para ir a la escuela? ⸻ Su atención se dividió entre el lienzo en tonalidades cálidas y la figura delgada de su hija, sin cruzar directamente su vista hacía ella, reconoció el peso de su andar en la madera debajo de sus pies descalzos. Después de todo, a parte de la misma Isabella, la menor prefería aquel espacio dividido como su estudio personal.

⸻ Quiero hacer un dibujo para mami. ⸻ Así de sencillo, arrastró el banquito situado en una esquina y adoptó una posición similar al de la castaña frente al bastidor.

La expresión resuelta y sus redondos y relucientes ojos azules, más una preciosa cabellera cobre, eran idénticos a los de Coraline en sus años más tiernos. Y los conocía a la perfección, luego de haberse criado con la mujer prácticamente a una casa de distancia.

La pintura había resultado ser un hobbie adquirido en su adolescencia, pero no fue hasta que la docencia dejó de ser una prioridad que otras opciones fueron consideradas con seriedad. En la actualidad, el arte sostenía parte de los ingresos en casa y para la sorpresa propia y la de otros, Isabella era buena en ello. Increíblemente buena. Su adorable Leah parecía haberse interesado en aquel pasatiempo también, adornando las paredes de bellos y pintorescos cuadros que sus madres alentaban a realizar.

En el pasado, habría lanzado un grito al cielo, explicándole la importancia del primer día de clases a su hija. Pero las circunstancias no eran las mismas y no creía que el cielo fuese a caerse por permitirse una mañana más de vacaciones. Un vistazo al reloj en su muñeca y las manecillas doradas le confirmaron que, efectivamente iban cincuenta minutos retrasadas.

⸻ Lo dejaré pasar, si no le dices a tu madre. ⸻ Sus meñiques sellaron la promesa, oyéndose de fondo la risita de una niña traviesa al salirse con la suya.

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Nunca imaginó que el alboroto y risas estruendosas apenas pusiese un pie en el modesto salón de clases al que acudía cada mañana podría hacerla sonreír, no era la bienvenida que esperaba, por supuesto, pero estaba claro que la atención no caía sobre ella ese día. Todo empezó con una inocente pregunta y al cabo de unos segundos tenía a varios de los niños a su cuidado pidiéndole llevar a sus respectivas mascotas para una presentación acorde a la temática de la semana. Y se sabía que Isabella no era una persona que dijese que no a sus pequeños, no empezaría ahora.

Una diminuta lágrima se acumuló alrededor de su ojo izquierdo, el rostro acalorado debido al esfuerzo de tanto reír y por cada una de las ocurrencias con las que los menores no dejaban de sorprenderla, fue lo último con lo que culminó aquella jornada antes de dirigirse camino a su departamento. Fue la vocecilla infantil pronunciando su nombre lo que hizo a sus pies detenerse en mitad de la vereda, procedía de una de sus alumnas, y doblando las rodillas para estar a la altura de la niña, reconoció aquella criatura peluda a su lado.

Aunque no quería aceptarlo para sí misma, se había enamorado del vigor y la actitud afectuosa del cachorro que la acompañaba. Enorme fue su sorpresa cuando por, parte de la madre de ésta, se le confió que le buscaban un hogar. Bastó que sus patitas delanteras rascaran la parte inferior de su blusa para que la mujer envolviera al canino en brazos y decidiera que sería ella quien le ofreciera dicho cobijo y seguridad de un hogar.

Convencer a su roomie no fue difícil, Valentina había caído en los encantos del cachorro al igual que Isabella, incluso recorrieron tiendas en busca de accesorios y artículos varios que facilitarían la tarea de cuidar de una mascota. Al final de su lista de pendientes y ambas Tribbianis agotadas de recorrer el área comercial de Manhattan, recordó que debía pactar una reunión entre una de sus personas especiales para hacer de su conocimiento al "pequeño de ambas". Una videollamada más tarde y algunos mensajes de textos, presentó al adorable Redford a su novia.

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Las vacaciones de verano se encontraban a la vuelta de la esquina y como cada año, la familia Barnes Tribbiani se preparaba para partir en una semana hacía la casa de su abuela paterna a fueras de la ciudad. Como era bien sabido, la rivalidad entre la primogénita y la segunda hija de Verónica a cerca de quién se llevaría la mejor habitación no había menguado con los años, al contrario, las riñas y travesuras que Isabella y Giovanna tenían con la otra, eran más atrevidas a medida que las jóvenes crecían.

Pero esa ocasión, la castaña sería un poco más amable. Cuando el vehículo se detuvo frente el portón de la residencia pintoresca y antigua que pertenecía a la madre de Charles, Isabella abandonó el mismo con una tranquilidad de no fiar para su hermana, al notarlo, intentó ir en la misma dirección fallando en su andar pues minutos antes y aprovechando que Giovanna dormía, la mayor optó por amarrar los cordones de sus zapatos para retrasarla.

⸻ ¡Mejor suerte la próxima vez! ⸻ Gritó Isabella, con su equipaje en mano y una sonrisa triunfal en el rostro. Solía parecerle gracioso el como alguien tan pequeñita como lo era Giovanna podía guardar tanto enojo dentro.

La mujer mayor los recibió con abrazos y besos en la mejillas para la familia que tanto había extrañado, la receta del pastel de calabaza adhiriéndose al ambiente con un olor dulzón que encantaba a cualquiera.

En la habitación que correspondía a Isabella, la abuela guardaba algunas viejas pertenencias. Sus manos alcanzaron un paraguas roto en una de las esquinas, éste la sorprendió cuando se abrió, haciéndola saltar de la impresión al mismo tiempo que su abuela alzaba la voz en su dirección.

⸻ ¡No, querida! No debes de abrir nunca un paraguas dentro de casa. ⸻ Explicó ella apresuradamente. ⸻ Trae mala suerte y desgracia.

⸻ Casi me da un susto de muerte... No quieres que crea eso ¿cierto, abuela?

Desconocía el origen de la creencia, pero para la mujer era un asunto al cual tenerle cuidado y temor. Con los nervios de punta, las varillas metálicas del aparato volvieron a su lugar y ella se deshizo de él como si quemase. Al hacerlo, por arte de magia o destino, uno de los focos de la habitación explotó, haciendo que Isabella corriera despavorida.

⸻ ¿Qué decías de tener suerte, Izzy? ⸻ Se burló más tarde su hermana, entre carcajadas por toda la situación. 

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Revisó su reflejo una vez más, pasando sus dedos entre las hebras rebeldes que caían en sus hombros. Las líneas en su rostro y la vida misma habían pasado a cobrarle factura desde hacía tantos años, dándole un aspecto más maduro. Isabella cumpliría treinta y seis años en dos meses, mentiría si dijese que el tiempo en ocasiones no se sentía como si se escapara de entre sus manos, el recuerdo de aquella jovencita que gastaba sus tardes en Central Perk con sus amigos ahora pertenecía al pasado.

La mujer había conocido a un hombre inglés del cual se enamoró perdidamente, a su lado planes como el matrimonio y los hijos fueron planteados rápidamente sobre la mesa, su pequeña Charlotte vendría a sus vidas como una noticia que lo cambiaría todo. La niña era el vivo retrato de su progenitor, los ojos azules de Michael y el cabello ondulado de un color dorado muy parecido al suyo. No todo siempre sería rosa para ella, después de seis años maravillosos y una vida de ensueño, las mentiras y engaños acabarían con su matrimonio e irremediablemente con la pareja divorciándose.

La expresión ausente y dolida, cuando miraba sus ojos vacíos ya no se hallaba allí, en cambio la mujer de aspecto elegante parada dignamente frente al espejo la observaba segura de sí misma y despreocupada. Tarde o temprano las cosas regresaban a su lugar. Isabella sonrió cuando unos pasos ligeros sonaron por el pasillo, segundos antes que el pomo de la puerta girase y la silueta de Charlotte apareciera en su habitación.

Fue entonces que recordó que su hija quería mostrarle las fotos que había revelado esa misma mañana, su cuerpo se dejó caer en la cama y juntas empezaron a revisar las fotografías esparcidas sobre las sábanas. La mujer dejó escapar una risita con el entusiasmo de la menor, alegre como lo era su niña, le hacía honor al apodo con el que su madre solía llamarla, su pequeño destello de luz. 

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La música a todo volumen en el bar le provoca dolor de cabeza o probablemente la razón de que su cabeza se sintiera capaz de partirse en dos en cualquier momento se debía a que llevaba toda la mañana y parte de la tarde ahogándose en alcohol barato, tenía la máscara de sus pestañas y el delineador corriendo en manchas negras sobre sus pómulos y las manos masajeando sus sienes. Miró el reloj con pesar, la tormentosa sensación en su pecho imposibilitándole respirar correctamente. Para esa hora, Rose ya estaría en el altar desposando a su prometido, es lo que la familia de la novia deseaba. Ellos no las querían juntas, le desearían una vida infeliz a su única hija antes de darle una oportunidad a Isabella.

La presencia de una joven mujer acabó con la intranquilidad del lugar, provocando que un lúgubre silencio reinara en el establecimiento, ni un alma se atrevía a dar crédito a los que sus ojos veían. En su ignorancia la castaña sintió un escalofrío antes de descubrir que la causante de su infortunio estaba presente, todavía con su pulcro vestido blanco puesto. En cuestión de segundos comprendió lo que Rose estaría renunciado por haberse atrevido a buscarla, por atreverse a escogerla a ella por encima de su familia. Aquello pasó a segundo plano, cuando la mujer juntó los labios a los suyos en un beso casi infinito.

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Era un viernes por la tarde como cualquiera otro día, con el caluroso clima de Manhattan pegando los mechones castaños de Isabella a su frente. A pesar de las circunstancias y el constante dolor entumeciéndole los brazos, la sonrisa no desaparecía de su rostro. Para algunos, especialmente sus padres, la idea de abandonar la casa en la que creció, parecía muy pronto. Pero para ella y Valentina, era el sueño de dos adolescentes convirtiéndose en realidad, compartiendo aventuras y actualmente, el mismo departamento.

Valentina la sacó de su ensoñación dejando las últimas cajas con sus pertenencias en el piso, la morena parecía cansada y entre las dos y cuatro largas y extenuantes horas después, lograron que el espacio luciera más acogedor. El lugar destinado para el comedor y la cocina era funcional, Isabella ya estaba dirigiéndose hacía allá cuando la voz de la muchacha captó su atención.

⸻ Oh no, Izzy. ¡Estoy muy cansada para preparar algo! Pidamos comida a domicilio.

⸻ Realmente quiero empezar mi vida de adulta preparando mi propia cena, ¿sabes? ⸻ Respondió de vuelta, mientras le daba la espalda y dejaba sobre el mesón una caja con macarrón dentro.

⸻ ¿Desde cuándo... sabes cocinar? No, no quiero saberlo. Es más, iré a comer con una amiga. No quiero estar presente cuando el desastre empiece, ¡Buena suerte!

Valentina despareció por la puerta tan pronto dijo aquello, dejando a Isabella falsamente ofendida por sus palabras, cualquiera que la conociera, sabría que sus dotes en la cocina no eran de fiar. Si tuviese alguno y no fuera increíblemente olvidadiza. La última vez había olvidado cerrar la tapa a la licuadora y la mancha verdosa del techo en la casa de sus padres siempre estaría allí para recordárselo.

La pasta estaba cociéndose y para ganar tiempo, lavaría algunos trastes para usar el resto de la semana. Frente a ella las paredes eran de un tono cálido y un tercer interruptor apareció frente a sus ojos. Contó el foco sobre su cabeza, el pequeño triturador del lavabo y... un tercer interruptor sin uso aparente. Nada, ni una luz, ningún sonido se producía de ninguna parte si lo apretaba.

Cuando Valentina regresó esa noche, algunos extraños garabatos adornaban las paredes del comedor, Isabella leía sospechosamente concentrada una revista en el sillón. Ella rehuyó su mirada y eso no provocó otra cosa que su prima se apretará el puente de la nariz con los dedos y señalara uno de sus dibujos.

⸻ ¿Qué es esto?

⸻ Sólo algunos dibujos que hice y colgué en la pared, iluminan el lugar ¿no te parece?

Sin creérselo ni un poco, despegó las hojas de un tirón, mostrando el hoyo en la pared. Los papeles fueron llenando el piso y con cada uno de ellos, un nuevo hoyo era descubierto por la morena.

⸻ ¡Mira esto! ¡Mira las paredes! ¿¡Por qué hiciste todo esto!?

⸻ Hay un cable allá atrás, me refiero a que el tercer interruptor en la cocina está conectado a algo. ¡Quería saber dónde!

⸻ ¡No me importa! No quiero saberlo. Perdiste completamente la cabeza...

Valentina soltó un ruidito agudo cuando arrojó el último dibujo de Isabella al suelo, incrédula por el material intacto detrás. ¿Cuántos dibujos hizo ella si no había un hoyo en ese lado de la pared?

⸻ ¿Y esto?

⸻ Sé que no hay ningún agujero en esa parte, realmente me gustaba ese dibujo. ⸻ Dijo la mayor de ambas, viéndose realmente apenada por lo sucedido. ⸻ Creí que se vería lindo ahí...

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A la edad de cinco años, las gemelas recibieron de obsequio un pececito. Dentro de aquel acuario de ensueño, se podía observar un cofre mágico y con la presencia del llamativo ser que nadaba en su interior, la ilusión de que aquel pececito era el más especial de todos, fue alimentada la emoción de la menor de las hermanas Marshall.

Con el corazón roto, Imogen descubriría más tarde que, Nemo apodado en honor al personaje infantil de las películas que veía con su hermana, había dejado de moverse ante una prolongada exposición fuera del agua. Aunque su acción había sido genuinamente bien intencionada, no fue hasta después del accidente que se le dijo que el pez no podía mantenerse fuera de la pecera por mucho tiempo y si de verlo de cerca era lo que Imy esperaba, no había sido la manera correcta.

Algo en su pecho se sacudió de forma dolorosa cuando Harper se enteró de la noticia, pues ella había sido la causante de que su hermana fuera a la cama envuelta de la pena por no despedirse del pececito con el que tanto estaba encariñada. En ese entonces compartían una litera y los sollozos de la otra niña podían escucharse hasta su cama. No cerró un ojo en toda la noche.

En el transcurso de los días, sus padres regresaron con un nuevo pez y la esperanza de animar a su hija, quién desde lo sucedido, parecía haber extraviado la brillante aura con la que todos la conocían. Si bien el pececito se parecía mucho al primero, se mantuvo queriendo al mismo a la distancia, con el temor presente de que el accidente ocurriera de nuevo.

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Era curioso, había escuchado referirse a las chicas con las que trabaja sobre el amor primera vista cuando un apuesto universitario acudía al café y estas aprovechaban para comérselo con los ojos el tiempo que el hombre se quedaba en la fila de la caja registradora. Llevaba la cuenta de unas treinta veces de escuchar lo mismo cada día y llevaba tres semanas laborando en dicho establecimiento.

Por supuesto que sus compañeras no dejaban pasar la oportunidad cuando creían algún cliente mantenía su atención sobre ella más de lo esperado, haciendo bromas al respecto y conspirando en su contra para ser la rubia quien tomara su pedido. Esto nunca había pasado de un comentario sugerente o el pedido de su número de teléfono, puesto que Imogen se rehusaba a mostrarse interesada.

Ese jueves fue diferente, cuando la muchacha que suponía debía atender le sostuvo la mirada e hizo el recorrido directo hasta una de las mesas, sin pedir antes algo del menú. La idea de que no conociese las reglas de la cafetería pasó por su mente, pero su rostro le resultaba conocido y antes de darse cuenta sus pies se movieron sin cuestionarse hacía ella.

⸻ Esperaba hablar contigo esta vez ⸻ Le sonrió, dejando para su mala fortuna a la chica sin palabras con ese sencillo gesto.

⸻ No me quedaré mucho tiempo, quería darte algo desde el día que empezaste a trabajar aquí, seguramente oíste lo que dicen de las rosas, que pertenecen una de la otra.

Imogen la miró extrañada, sin comprender a lo que se refería y peor, sin comprender el no sentirse incómoda por lo que una desconocida tendría que decirle. O esa desconocida, en especial. Más no hubo oportunidad de pedir explicación cuando la muchacha se marchó, dejando una rosa en el lugar donde estuvo sentada.

⸻ ¿Qué fue lo que te dijo? ⸻ Le preguntaron las demás una vez regreso a su puesto al otro lado del mostrador, al tanto de lo sucedido, el interrogatorio no cesó haciendo que las mejillas de la rubia adoptaran un color similar al de la rosa.

⸻ Nada importante, estaba buscando un cibercafé.

Respondió tan serena como había intentado parecer, desconocía que tanto presenciaron las demás de su encuentro con aquella muchacha, pero estaba segura que no le creían y dejarían tranquila si no les mostraba la rosa. Sin embargo, guardó con recelo la nota que le habían escrito, intrigada por la próxima vez que vería aquella desconocida.

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Su holgada cabellera se extendía a lo largo del rostro, debajo de aquella cortina dorada que creaban las ondas rubias, Imogen trató de ocultar la desdicha que sentía tras una máscara carente de emoción, contrario al torbellino que en su interior tomaba fuerza. Un sentimiento que podía resultar desgastante para una joven de su corta edad, sin embargo, caracterizar a otros personajes cuando la protagonista de su propia historia no tenía la mínima idea de que esperar o un sueño al cual aferrarse, no parecía más divertido.

Lauren la llamó por su nombre una vez más, haciendo uso de su autoridad como maestra, más que el de madre. Le había prohibido abandonar sus clases si quería progresar en su actuación, sosa como le había descrito con anterioridad, fue la gota que desbordó el vaso. Ella no había nacido para los escenarios, aunque la mujer se negara a verlo. Dejó a su progenitora hablando sola y abandonó esa faceta de su vida sin mirar atrás.

Lo siguiente que recordaba fue subirse al autobús y que varias horas más tarde, detuvo su andar en la entrada de una casita que le resultaba familiar. Su abuela había acudido a su llamado después de que golpeara los nudillos con insistencia en la madera, su sorpresa había sido gigantesca, más unos cálidos brazos no tardaron en rodearla.

Con la infusión verde atravesando su garganta, las primeras lágrimas cayeron a través de sus mejillas hasta volverse uno con la mezcla de hiervas, con cada sorbo que sus labios tomaron, una sensación de placidez y serenidad entibió su pecho. 

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Estaba recargado en una de las banquetas de madera, desde su posición tenía una buena vista del jardín de juegos adjunto al edificio que tenía previsto visitar aquella mañana. En ese momento, fue la mano de su mujer cubriendo la suya con inquietud, lo que recuperó la atención del castaño. Un gesto involuntario al que Nikolaj se unió moviendo la rodilla izquierda, golpeando en el acto la ajena con cuidado.

Paige lo miró debido a eso, no precisaba palabras para descubrir la línea de sus pensamientos, recurrieron ese camino juntos, a él mismo le costaba creer que estaban allí.

⸻ ¿Qué ocurre? ⸻ Recuerdo haber escuchado a Genevieve decir que Charles fue el más afectado cuando pasaron por este proceso, pero tú, estás tan tranquilo que es molesto. ⸻su voz sonó un poco aguda, debió intentar que no se le notase pues cuando Nikolaj acarició su rostro, su sonrisa pareció apretarse.

En otra circunstancias, el detective habría adoptado una actitud similar a lo que su esposa sugería. Una vez ponía un pie en casa, la coraza impasible que mostraba profesionalmente en el área de trabajo se quedaba atrás, dejando en su lugar a la persona tras el uniforme, una que pocos tenían la oportunidad de conocer tan bien, exceptuando a Paige.

En su interior, el miedo albergaba constantemente, en ese punto, cada una de las probabilidades que pudieron jugarle en contra ya las había repasado una y otra vez en su mente, ¿qué conocía él de requisitos y sistemas de adopciones cuando empezaron? Nikolaj sabía demasiado habiendo formado parte del mismo bastante tiempo atrás, por lo que creía entender mejor que nadie las preocupaciones de la mujer.

Y conocía que en algunos casos, no que quisiese compartir con ella esos detalles en el momento, podían considerar la custodia de Annabelle para una pareja más calificada, no ignoraba otros motivos legales que pudiesen intervenir, pero de algo estaba seguro.

⸻ ¿Estás bromeando? No creo poder sostenerme, no siento las piernas, ¿no está mi mano sudando demasiado? Anna y tú deberán arrastrarme dentro, lo siento, cariño.

La risa entrecortada de Paige ayudó a disipar cualquier rastro de nerviosismo, recargando su cabeza en el hombro masculino, las horas eternas de espera por reunirse con su pequeña parecían tolerables. El castaño volvió a hablar.

⸻ Ni siquiera tengo dudas, se cuanto quieres a Anna. Si el amor en la mirada de esa pequeña y en la tuya, no es indicio del hogar que podemos construir, no sé cual pueda serlo. 

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Repasó detenidamente el semblante risueño de dos de las personas más importantes en su vida, antes de negar con la cabeza, una sonrisa divertida amenazó con posarse en sus labios.

Si bien le ofrecieron ayudar en la cocina, su verdadero destino siempre fue el de lavar la vajilla, y no se malentienda con que ese puede ser la peor parte de una cena familiar en casa de sus padres, sin haber conocido primero al matrimonio Boyle-Carter, específicamente a los gustos culinarios de su padre. Podría decirse que, nadie interviene por ningún motivo, en la cocina de Charles Boyle.

A menos que, por supuesto, la presencia del invitado se limite a una cautivadora conversación con el mismo Charles, ¿y qué otra magnífica compañía sino la de Paige, su esposa?

Hablan de todo un poco, Nikolaj apenas sigue el rumbo de los acontecimientos en los que intentan ponerse al día mientras remanga su camisa a la altura de los codos y reúne los platos que aún faltan por enjuagar, ignoró a sus acompañantes dándoles la espalda, hasta que escuchó el nombre de Anna en los labios de la mujer. Sus padres no habían podido conocerla todavía, pero eso no evitaba que la pequeña saliese en la conversación seguido.

Y eran momentos gratificantes para el detective, Paige, a su lado, ella era una madre sin una hija, y podía apostar su vida en que nadie podría amar a Annabelle con más devoción de lo que la mujer lo hacía.

Un par de encuentros y citas agendadas para visitarla bastaron para encantar a la pareja con la presencia de la infante de cuatro años. Anna es dulce, adora pintar y habla con más rapidez de la que podrían entenderle en ocasiones, considerando la ventanita que podía verse en la hilera de sus dientes superiores, más eso no era impedimento y a los ojos de los mayores, aquello no podía parecer otra cosa que adorable.

¿Tenía el corazón completamente encantado de Nikolaj? Así es, desde el primer momento. 

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Lo siguiente de lo que estuvo consciente fue del alarido de dolor que abandonó sus labios al ser embestido por un sujeto de gruesa contextura, a su lado, el cuerpo del detective parecía de pluma y arrastrando de éste por las escaleras que conducían a la parte baja de la casa, se sintió mareado para reaccionar. Peor fue su reacción al ver que no era el único que había sido atraído a ese deplorable lugar, más sí parecía ser el único que se mantenía con vida.

Supo entonces, que habrían al menos siete cuerpos allí, y que el sospechoso tenía en mente otros planes que simplemente deshacerse de las víctimas, pues todo pintaba como una sádica escena de carnicería, provocando que la bilis subiera por su garganta por lo que sus ojos presenciaban.

La pistola del estuche en su cadera no estaba, parecía que había perdido el conocimiento en algún punto y había sido desechado a un rincón, a espera de su destino. Ni siquiera su uniforme lo diferenció de ser un contrincante digno, ni supuso un verdadero problema para el sujeto, que lo despojó de su arma y fuerza ante el primer descuido. Su brazo parecía dislocado, pero aún podía moverlo mínimamente para palpar su navaja escondida en el calzado. Esperó a que regresaran por él, abalanzándose sobre aquel monstruo y perforar con la cuchilla algunos puntos vitales.

Nikolaj ganó la ventaja, poseído por la locura del ambiente que lo rodeaba, su mano no cesó hasta que el cuerpo debajo suyo se mantuvo inmóvil y la salpicaduras de sangre lo cubrieran como una segunda piel. Se detuvo entonces, petrificado por sus actos y la carencia de emociones, no sabía cómo reaccionar ante esa situación, sólo sabía que debía pedir refuerzos. Porque la brutalidad que regía en esa habitación no podía ser acto de un solo hombre, lo que convertía lo sucedido en una auténtica pesadilla. 

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¿Qué niño no se había deleitado alguna vez escuchando historias de terror?

Él no era cualquiera, cuando mucho, había sido un pequeño con la mente activa, pero tenía un gran sentido de lo correcto, con esa voz muy particular parecida a la de su padre, que le decía que no debía estar ahí. Con los más grandes, con los niños que disfrutaban de los relatos que hacían a otros mojar sus pantalones.

Él era uno de esos, impresionable por naturaleza, aún podía recordar la leyenda sobre aquel demonio de los sueños, que con cada segundo que la historia era relatada, Nikolaj había deseado que sus piernas lo obedecieran y hubieran salido corriendo dónde su madre lo esperaba cada tarde después de clases. Varios decían que, luego de lo ocurrido, algunos alumnos habían desaparecido en manos del asesino que visitaba tus pesadillas, siendo ajeno a lo que se murmuraba en los alrededores, fue esa noche a dormir. El infante que se caracterizaba por tener un sueño ligero, podía recordar la angustia de querer abrir sus ojos, más le era imposible cuando apareció frente a él la figura desproporcionada de un hombre. Su apariencia lo aterrorizaba y sus manos, que por lejos dejaban el aspecto corriente de unas extremidades superiores, las cubrían enormes y afiladas garras de metal. La punta del material atravesó la pijama que traía puesta, provocándole una agonizante sensación de dolor. La tortura impuesta en fue suficiente para atravesar el manto de sus sueños y que él abandonara esa terrible alucinación, para despertar en los reconfortantes brazos de Charles y Genevieve, la experiencia habría quedado en un mal sueño de no ser porque sus padres no podían, ni el mismo Nikolaj se atrevía, a explicar las sorprendentes cicatrices que el menor poseía en la piel de sus brazos.