#gritando saltando LE GUSTÓ LE GUSTÓ
Explore tagged Tumblr posts
Text
i know i have to make stuff for myself and not others but DAMN I LOVE SEEING THE REACTION!!!
#kazzy life#estoy temblando estoy temblando de emocion!!#gritando saltando LE GUSTÓ LE GUSTÓ#AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
9 notes
·
View notes
Text
208 págs.
Un libro que camina por el norte de Chile reflejando la realidad a través de los ojos de 3 amigos hippies tan parecidos distintos: Brando Taberna, un esctiror soñador y poeta, Cristo Pérez, un filósofo profeta bíblico, y Jerónima Monroe, una chica de la familia de bien, fanática de Marylin Monroe, “puta gorda” llamativa y explosiva a la que acompaña un ratón artista Joe Dimaggio. Cada uno tiene su pasado y sus secretos, cada uno está fascinado con la idea de vivir a lo hippie descubriendo los rincones más perdidos y abandonados del país, durmiendo en la calle, fumando mariguana y pasando hambre. Sin embargo, en el aire se percibe amenaza del Golpe Militar y el viaje se acaba cuando los amigos entran en Santiago.
¿Me gustó? Sí, mucho.
De qué se trata: Se trata sobre el camino como objetivo en sí sin importar el punto de destino.
¿Cómo apareció en mi vida? Este libro en concreto me lo regaló Javi, pero mi descubrimiento de Letelier había empezado en Rusia gracias a “Fatamorgana de amor con banda de música” traducido al ruso por mi querida profesora de la universidad. Quedé fascinada en aquel entonces y sigo enamorada de este escritor. Amo la manera de cómo escribe, amo a sus personajes y metáforas. Una vez aparecido, no desaparecerá.
Debo añadir también que lo estaba leyendo en San Pedro de Atacama, en el avión, o sea, en el camino.
Partes favoritas:
La Fiesta de los signos de puntuación
“La noche de la fiesta de los signos de puntuación dos cosas preocupaban a los organizadores: una, que el fuerte viento que soplaba en la ciudad amilanara el ánimo de los invitados y, dos, que se fuera a presentar demasiado temprano el Punto Final, ese aguafiestas infaltable a toda reunión de camaradería. Pero la cosa estaba funcionando. El malón se había iniciado a la hora y los invitados trataban de entretenerse lo mejor que podían. Ahí estaban los tildes saltando como niños sobre los muebles; ahí los puntos y seguido y los puntos y aparte mirándose desde lejos, hoscamente; ahí los puntos suspensivos, con su gesto siempre enigmático, conversando bajito entre ellos, dejando todo a medio decir; ahí los dos puntos metiéndole conversa a medio mundo y dando la impresión de ser los que más se divertían en la velada. Los puntos y comas, únicas parejas casadas entre los invitados, bailaban mejilla a mejilla en medio de la pista, mientras sus hijas gemelas, las comillas, sentadas modositamente en el suelo leían las carátulas de los discos o miraban los álbumes fotográficos de los dueños de casa. Sin embargo, cada timbrazo en la puerta hacia estremecer de susto a los fiesteros. Mirándose entre ellos, le bajaban el volumen a la música y se quedaban un rato silenciosos y expectantes, pensando en que podía ser el Punto Final. Cuando el invitado más cercano a la puerta, luego de mirar por el ojo mágico, abría y el que entraba era un signo de interrogación preguntando si acaso estaban todos sordos que no oían el timbre; o se trataba de un alharaco signo de exclamación que llegaba gritando que afuera el viento era un verdadero vendaval, carajo, que vengo más helado que callo de pingüino, entonces todos respiraban tranquilos, subían de nuevo la música y continuaban el bailongo. En un momento dado, cuando la fiesta estaba en su apogeo y no faltaba casi nadie, para evitar más sobresaltos, y a iniciativa de dos guiones de aspecto categórico, se acordó no abrir la puerta a ningún invitado más. No fuera a ser cosa que en una de esas apareciera el Punto Final. Y ahí estaban, divirtiéndose y pasándola a todo trapo, cuando a eso de la medianoche el ¡ring! del timbre dejó a todos nuevamente paralizados. Un acento gráfico que se acercó a mirar por el ojo mágico dijo en tono tranquilizador que no se preocuparan, que era sólo el asterisco. -Debe venir borracho como siempre –opinaron roncamente unos corchetes, que por no encajar en ninguna conversación eran los que menos se divertían.
Se armó entonces una ácida discusión sobre si era conveniente o no dejarlo entrar. Algunos opinaban que de ninguna manera, que el asterisco no era más que un paracaidista desvergonzado, que no tenía nada que hacer ahí. Otros, en cambio, decían que en verdad el asterisco era un punto con sus facultades mentales perturbadas, pero punto al fin y al cabo. "Se cree un león melenudo", dijeron graciosamente una comillas. Desde su rincón en penumbras, un punto y aparte de expresión amilicada dijo que el asterisco no era loco ni cosa parecida, sino un intelectual demasiado fino. O sea un maricón redomado. Y que si de él dependiera lo dejaría helar de frío allá afuera sin ninguna contemplación. Entonces, una liberal coma de poema erótico terció para decir que si se había dejado entrar a las cremillas, que eran unas lesbianas declaradas, no veía por qué no iba a entrar el asterisco. Que si era por discriminación sexual entonces tampoco debían de haber dejado a ese par de viejos verdes, dijo, apuntando con su copa a unos paréntesis que en un ángulo de la sala le habían hecho una encerrona a unas comas livianas de cascos ( de esas de enumeración caótica) que se morían de la risa. Cuando al final se decidieron a abrir, el fiasco fue mayúsculo. El Punto Final irrumpió ordenándose el pelo y rezongando que el viento de mierda lo había despeinado todo, que con esa chasca debía parecer un puto asterisco. Y, acto seguido, cuadrándose ruidosamente en medio de la pista, rugió asnal y asmático que hasta allí llegaba el sarao. -¡Se acabó la farra, señores!"
Este libro es para: Los que buscan inspiración, quieren mochilear y disfrutan del camino.
Este libro no es para: Resulta difícil de responder. A lo mejor, no es para los que se sienten incómodos ante este estilo de vida, vagabundos y mariguana.
1 note
·
View note
Text
Soy yo, soy yo, soy yo.
Estaba ante el final de un verano de lo más raro cuando pensé que había desperdiciado mi vida. Ni siquiera había llegado a vivir y ya sentía que todo estaba perdido y no podía parar de fijarme en la facilidad con la que Álvaro se deslizaba dentro del agua, como si todos sus años de vida le hubieran estado preparando para hacer bello ese preciso instante. Sentía envidia de la forma en que caía de espaldas sobre el manto de agua sin tener que taparse la nariz, y de cómo cruzaba la piscina con tan solo dos brazadas de piel morena brillante. Posiblemente Álvaro fuera la persona más tonta del hotel y yo admiraba su forma de estar en la vida. Era final de verano y estaba a punto de morirme del asco.
Siempre pensé que las noches serían el peor momento, pero pronto descubrí que eran un oasis. Las mañanas. Las mañanas eran lo peor. Despertar dentro de la misma cabeza corrompida por el mismo humo y comprobar que todo sigue igual.
Aquel día arrastré con cierta dificultad mi cuerpo desde la cama hasta la terraza del rincón, con la esperanza de que el canto de los pájaros me recordara aquel viaje en barco de cuando aún no estaba enfermo, que la forma lupina de alguna nube me hiciese sentir en tiempos mejores, o que una brisa (de esas que llevan consigo algo más que polvo) me susurrase “nunca me dejes” una vez más. Pero nada de eso ocurrió: allí no había más que nubes, viento, y ruido de pájaros.
Dirigí con desgana mi mirada por una hilera de pájaros posados sobre un cable del tendido eléctrico, que ocultaban con timidez las colinas del fondo. El murmullo de los pájaros se volvió insoportable justo antes de que fuera ahogado por un gran estruendo que salió de la nada. ¡Bang! Casi todos alzaron el vuelo inmediatamente, pero uno de los plumosos y pequeños cuerpos cayó contra el asfalto, y yo pensé que era buena hora para bajar a desayunar.
Llevaban ya horas esperándome cuando yo llegué. Las migajas de pan cubrían toda la mesa y los restos de café estampaban el interior de las tazas. A veces sentía que no podía más, que ya había escuchado demasiadas historias banales en mi vida. Nunca entendí por qué algunas personas luchan con tanto empeño por mantener una conversación, aunque tú permanezcas callado todo el tiempo, tragando con dificultad los últimos trozos de un pan tostado que parecía no tener fin.
Estaré en el agua — dije mientras me levantaba de mi silla y arrastraba mis pies hasta el patio exterior.
Supongo que son esas personas las que espolean los caballos que mueven el mundo, me dije mientras me acomodaba en la tumbona sobre la que pasaría el resto del día.
Me gustaba disfrutar de esos primeros momentos en los que no había nadie a mi alrededor. Resulta tan fácil aprovechar los instantes cuando sabes que están a punto de acabar, que irremediablemente serán asesinados por las risas y el jaleo de las familias felices (aquellas que agarran con fuerza las riendas que mueven el mundo).
Cuando notaba que me costaba seguir estando, me sumergía en el agua hasta que tocaba con mis manos el fondo de la piscina. Allí podía tumbarme y sentir que podía respirar de nuevo. Me sentía más pequeño, pero a la vez infinito. Me hubiera quedado allí por siempre, pero el insaciable deseo animal por seguir viviendo me hizo ascender de vuelta a la vida. Y todo para descubrir que ya no estaba solo.
Nadie me volvería a querer, pensé mientras salpicaba con el agua de mi cuerpo todo el asfalto. No así (Álvaro levantó la mano y lanzó una pelota), marchito y podrido por dentro. Me arrepentí de tantas cosas durante el verano, el fatídico verano del que nunca conseguiría escapar, pensé mientras mi piel se crispaba por la aversión que me producía pensar en tener sexo.
Nunca me gustó la pequeñez de mi cuerpo, pero durante aquellos días apretaba los puños con fuerza, deseando ser más minúsculo, más irrelevante. Empequeñecer hasta que el viento pudiera arrastrarme consigo. Me gustaba pensar en la posibilidad de esa fantasía: estar en constante cambio, en un movimiento continuo. Un viaje, como el que yo emprendí un tiempo atrás; que me llevó lejos, y me soltó en una especie de pueblo fantasma del que no sabía cómo salir. El pensamiento de salir volando me inundó la mente gran parte de la tarde.
Esa chica no te quita el ojo encima — Me despertó una voz.
Cuando miré vi a una chica que en un futuro sentiría complejo por esto o aquello otro, pero que aún no había alcanzado la edad propicia para que las cosas verdaderamente importantes dejaran de importarle y fueran sustituidas por la cobertura de anuncio de detergente en la que nos ahogamos todos. Estaba llena de fuegos artificiales de colores que salían despedidos de su cuerpo, incapaces de contenerse un segundo más cautivos. Yo envidiaba su espontaneidad más que cualquier otra cosa en el mundo, y ella reía y me miraba de reojo.
Aquel verano iba a perseguirme siempre, me paré a pensar en cuánto tiempo transcurriría hasta que la sierpe volviese a morderse la cola. El infinito retorno, esa brevedad con la que nos hemos acostumbrado a…
Deberías hacer ejercicio — Me volvió a interrumpir la voz que, esta vez, hizo detener el ciclo circular que mi dedo índice dibujaba sobre una superficie rugosa azul.
Es bueno para tu salud y la ropa te quedaría mucho mejor — Continuó.
Mi salud (el eco de la palabra dicha en voz alta retumbó en mi cabeza), menuda paradoja. Asentí y mi cuerpo raquítico y yo nos perdimos de nuevo entre los laberintos.
A veces conseguía salir de mí mismo, aunque no de la forma que lo hacía antes. Aquella tarde pude verme por un instante desde lo alto, inmóvil. El cuerpo de Ofelia completamente apagado mientras todas las luces brillaban y orbitaban a su alrededor, como lo hacen las moscas alrededor de un rabo cubierto de mierda. Un sabor a putrefacción invadió mi boca y la explosión de una bomba humana sobre el agua de la piscina salpicó mis piernas y me hizo volver a mi desgastada prisión. Pensé que lo mejor sería que continuase con mi lectura.
Esther había dejado ya Nueva York y su vida empezaba a hacerse añicos. Pasé la página y leí lo siguiente:
“Sabía que debía estarle agradecida a la señora Guinea, sólo que no podía sentir nada. Si la señora Guinea me hubiera dado un pasaje a Europa, o un viaje alrededor del mundo, no hubiera habido la menor diferencia para mí, porque donde quiera que estuviera sentada —en la cubierta de un barco o en la terraza de un café en París o en Bangkok— estaría sentada bajo la misma campana de cristal, agitándome en mi propio aire viciado”.
El corazón me dio un vuelco y cerré el libro de un respingo. Contemplé la imagen de la campana de cristal durante un tiempo bastante prolongado, imaginé que le daba a la vuelta a una taza con los restos de café impregnados en su superficie y atrapaba en su interior las migajas de pan que cubrían la mesa. Daba igual lo lejos que una de esas migajas quisiera ir, que siempre estaría bajo la misma cúpula estampada de nubes oscuras. De pronto comprendí que mi pensamiento era absurdo y que las migajas de pan tostado no pueden ir a ninguna parte por sí solas, y decidí ser yo quien se fuera a tomar una ducha.
No me paré en ninguno de los tres espejos que había hasta llegar a mi habitación, oía niños corriendo por los pasillos, y deseaba poder tener el cartel de “Do not disturb” permanentemente colgado de mi cuello. Cayeron las primeras gotas de agua sobre mí y empecé a preguntarme a quién estaría salpicando ahora mismo con sus fuegos artificiales. Esos fuegos de colores en un 4 de Julio. Un dolor dentro del pecho me redujo hasta tocar el suelo mojado con mis rodillas. Cerré los ojos un instante y cuando los abrí estaba en el sur de Manhattan, al amparo de una enorme luna azul.
Faltaban unos minutos para que el sol se pusiera por completo y decidí aprovecharlos para leer junto a la ventana. No tardé mucho en distraerme con el triste cielo de Nueva York y el hipnotizante vaivén de sus viandantes. Imaginé a dónde podría estar yendo cada uno en ese preciso instante, cómo serían sus vidas (una muchacha miraba un escaparate y, a su lado, un señor altísimo se montó en un taxi y desapareció) y cuántos pensamientos se estarían fermentando simultáneamente en la intersección entre la Avenida Broadway con la séptima.
Todo estaba ya oscuro a mi alrededor. El silencio lo hubiera invadido todo si no fuesen por las constantes sirenas y el persistente soplo del viento. Algo se movió en la oscuridad; fue una vibrante respiración la que se balanceó entre las sábanas hasta toparse con mis labios, e hizo que un solo de trompeta de Tommy Dorsey me envolviera. Me sentí completamente aislado: ya no había sirenas, los transeúntes nunca habían existido y, por ende, tampoco lo hacían sus pensamientos. Encontré refugio de esa forma.
Tanto me reí esa noche. Corría como un niño pequeño gritando y saltando entre las camas dispuestas por una habitación únicamente alumbrada por un par de faroles que tímidamente habían empezado a asomar desde la calle. Pelee y salté y grité, y no podía recordar un momento más feliz que ese, y tampoco quería hacerlo: por primera vez —diría que en mi vida— me valía con el ahora y no quería nada más.
La risa desapareció justo en el instante que volví a sentir esa presencia de nuevo (todos mis demonios cuchicheaban en la oscuridad). Desapareció cuando recordé que algunos sentimientos también pueden viajar, cuando pude sentir la cúpula de cristal, que también contenía en su interior toda la isla de Manhattan y más allá.
Tenía frente a mí unos ojos azules y profundos, que sabían proyectar la mirada más pícara que jamás he visto. Sus ojos seguían riendo. Los míos ya no. Los cerré con fuerza y cuando los volví a abrir vi mis rodillas empapadas sobre el suelo de una placa de ducha. “Lo siento, sé que a veces soy demasiado, pero no sé ser otra cosa” dije mientras me incorporaba. Dos manantiales de lágrimas corrieron por mi cara.
¿Era relevante vivir, me pregunté, mirando un insecto aterrador que se había colado en mi habitación, tenia importancia que yo inevitablemente cesara de existir si no conseguía encontrar descanso dentro de mí? El mundo ya me resultaba suficientemente violento como para no conseguir encontrar quietud fuera de él tampoco. No se puede vivir de recordar esto o aquello, recordar lo hace todo el mundo, y todo el mundo, todas las cosas, continuarían girando cuando yo no estuviese, sólo importaba lo que estaba allí delante en ese momento, en aquella calle triste de primavera; la muchacha del escaparate.
No estoy seguro si alguna vez llegaré a comprender por qué lloré tanto ese día, quizás fuera el saber en lo más profundo de mí que nunca más le volvería a ver, o el descubrir que voy a arrastrar conmigo esta enfermedad, por muy lejos que mis piernas me lleven, o por no soportar el hecho de que haya personas que sonrían aunque se les trate injustamente. Una persona con entomofobia jamás habría encerrado a ese insecto en un vaso de cristal y liberado por la ventana, y con esa misma seguridad sabía que yo jamás me quitaría la vida por nada. No sería yo el que metiese la cabeza en un horno de gas por poca importancia que tuviera vivir.
Los motivos a menudo reciben un protagonismo para el que no están destinados, dejando en posición de inferioridad a los acontecimientos. En cualquier caso: lloré. Lloré agachado en la ducha, lloré por cada cruce en Nueva York, y lloré tumbado sobre el colchón hasta que mis lágrimas conformaron el oasis que me salvaría la vida para las siguientes veinticuatro horas.
Esa noche me dormí con la esperanza de dejarlo todo atrás; Y al despertar, seguían estando a mi lado.
1 note
·
View note
Text
PartyManu Is In The House Tonight!
Me volé con el t��tulo pero bueh... esto es algo que tenía por ahí perdido, lo leí, me gustó y lo edité para subirlo, disfrútenlo xD
Resumen: Manuel propuso hacer una fiesta, esperando que su padre no lo dejara, pero le salió el tiro por la culata. He aquí las consecuencias...
(De Iris)
¡Crash!
Tan solo vio el jarrón caer sin atinar a estirar la mano y detenerlo. Estaba plantado junto a la puerta mirando en lo que se había convertido su casa en los diez minutos que estuvo fuera para comprar más cheetos y papas fritas, porque se estaban acabando. La música retumbaba furiosa en sus oídos y los chicos salían y entraban por el ventanal que daba a la piscina del patio.
- ¿Pero qué mierd…? –Avanzó por su sala, atestada de sus estúpidos compañeros y otros seres a quienes no les reconocía las caras, hasta que llegó a la cocina con la esperanza de encontrar a su padre para que echara a palos a toda esa gente. Y lo encontró, sirviendo más vasos de coca-cola- ¿Pero qué haces? ¡Échalos de una vez! –Tiró la bolsa del supermercado expres que encontró sobre la mesa con obvia frustración que su padre ignoró.
- ¡No seas amargado, Manuel! ¡Hay que estar felices por tener a tanta gente en la casa! –Dijo mientras se ponía en camino con dos bandejas repletas de bebida en ambas manos.
- Pensé que querías huir del gentío, ¿No te criaste con siete hermanos?
- Hay cosas que uno se tarda en apreciar… –Dijo y salió, perdiéndose inevitablemente de la vista de su hijo. Manuel se volvió a la cocina mirando los empaques de chatarra con rabia, solo quería irse a dormir pero tenía la casa atiborrada de chicas con mini y cabros con sudaderas. Y ni sabía dónde miercale estaban metidos Francisco y Miguel para tratar de divertirse un poco aunque sea.
- Weon, la vida social no es para mí, ¿Por qué chucha dejé que esto pasara? –Gimoteó aplastando las papas fritas. En eso escuchó que alguien entraba a la cocina pero ni quiso mirarlo porque sintió que mataría a quien fuera en ese instante- Se acabó la bebida weon, pero llévate los cheetos que por algo los compré…
- ¿Ya estás amargado, chilenito? –Reconoció la voz, el acento y el tono burlesco que iba con las palabras. Levantó la cara para mirar a Martín, e hizo un puchero instantáneamente.
- ¡Maldito seas, Martín! dijiste que no ibas a venir, maraco de mierda, ¿Qué hací aquí?
- ¡Ja! ¿Pero por qué me decís eso? Hasta pensé que nos llevábamos –Rió el rubio acercándose a la mesita y colocándose frente al moreno que seguía amurrado.
- Pero hasta que vo no te vayai muchas pendejas tampoco lo van a hacer po, ¿O es que no viste a tu club de fans junto a la piscina?
- ¡Ja, ja, ja! Te aseguro que no son ni la mitad de mis pibas che, tenes suerte que no se colara demasiado la noticia de que venía.
- Weon de mierda, te odio por sugerirme esta estúpida idea de hacer una fiesta.
- Pero pibe, vos se lo dijiste a tu viejo, no tenías que hacerla si no querías.
- Es que pensé que ibas a decirme que no, pero está más entusiasmado que yo con esta wea –Suspiró agotado, recargando su cabeza sobre la mesita- Quiero puro irme a dormir, por la mierda…
- Sos un viejo amargado, deberías salir al patio, hasta tu padre está bailando.
- No me digai eso, menos salgo, que plancha por la cresta… -Murmuró y el rubio rió otra vez.
- Pues no baila nada mal pibe, podrías decirle que participe en las alianzas del próximo mes.
- Antes muerto…
- ¡Ja, ja, ja! Ya vamos, gruñón, creo que Pancho estaba afuera y necesitaba tu ayuda –Rodeó el mesón, y agarrando al chico de la muñeca lo jaló fuera de la cocina. Estaban por salir al patio cuando Manuel descubrió a dos pajaritos que querían irse al segundo piso.
- ¡¿A’onde van par de giles?! –Fue corriendo, los tiró de la ropa bajándolos nuevamente al primer piso y se interpuso bloqueando el camino hacia los dormitorios- ¡Fresco que salió el parcito! ¡Afuera ahora mismo me escucharon! ¡Esto no es na’a un motel así que se van al patio! –La mirada de Manuel bastó para que la pareja corriera hacia donde decía el chileno. Martín sin dejar de reírse también salió, dejando en claro que lo esperaba con una seña de la mano. El chileno entonces miro por los alrededores y encontró sobre un estante cercano una cinta de embalar que estiró y pegó una punta en la muralla y la otra la enrolló en el primer palo de la escalera para dejar expresa la prohibición de usarla. Entonces salió y en efecto encontró a su padre entre algunos jóvenes, bailando con ellos, sacando del olvido los pasos que alguna vez había usado en los ochenta, o noventa, o cuando sea que haya ido a una disco, suerte al menos que no se veía tan patético como esperaba. Siguió mirando el patio, unos estaban junto a la parrilla que no sabía quién había prendido, más alrededor de la piscina, otros dispersos bailando y pisoteando el pasto, y había algunos por las orillas a quien no se detuvo a mirar porque no quería saber lo que le estaban haciendo a las pobres rosas del jardín.
- Quiero pegarle a alguien… -En ese momento alguien pasó corriendo frente a él y saltó a la piscina salpicándole un poco de agua, pronto otros más lo siguieron mojándolo aún más. Frunció el ceño y se acercó al borde para recibir al que inició ese maldito chapoteo- ¡Miguel! ¿Pero qué chucha tení en la cabeza? ¡Sal de ahí maraco de mierda, ni creas que te voy a pasar ropa!
- ¡Tu padre ya me dejó quedarme así que no importa! –Le sacó la lengua y le lanzó un poco más de agua que hizo chillar al chileno.
- Weon chuchesu... ¡Papá! -Su grito se perdió entre la música y su padre siguió tratando de imitar a Michel Jackson en la pista de baile- ¡Argh! -Pronto la gente en la piscina estaba haciendo competencias, varios chicos llevaban a sus amigos o sus novias sobre los hombros y comenzaron a luchar, y otros golpeaban una pelota roja de aquí para allá. Una pelota que había estado bien guardada en el cobertizo. Bajo llave.
-¡¿Y ahora quién mierda...?! -Avanzó hacia el rincón del patio contrario a la piscina como pudo, empujando y pisando los pies de más de una persona. Casi al llegar al cobertizo, que a esa distancia ya se notaba que estaba abierto, le salió al paso Francisco que al menos se veía un poco más preocupado por la situación.
-¡Manuel, hasta que te apareces! -Su amigo movía los brazos en el aire y tenía todo el pelo desordenado, como si se hubiera pasado las manos por este repetidas veces- ¡Estos confianzudos abrieron la puerta y sacaron todo lo que quisieron!
-¡¿Y por qué no los detuviste?!
-¡Traté!
Claro, con la cara de santo de Pancho quién le iba a hacer caso.
-¡Por la cresta! -Una venita ya estaba hinchándose en su cabeza. Miró nuevamente su patio ya cubierto con vasos de plástico, las flores todas pisoteadas y la piscina llena de mocosos que tal vez ni se lavaran los pies. Y por el fondo, unas tres minas encima de Martín moviéndole las pestañas.
-¡Se acabó! -Gritó por último, espantando a Francisco quien se apartó rápidamente de su camino en cuanto Manuel se puso en movimiento. Llevaba una de sus miradas asesinas a cuesta, esas que dejaban a mitad del colegio temblando y a la otra llorando, y caminó con propósito hasta el equipo de música que habían sacado al patio. La gente se apartaba para hacerle espacio sin que tuviera que empujarla, desprendía suficientes malas vibras como para que la gente cercana supiera que debía alejarse. Al llegar a un lado del equipo, tomó el cable de corriente y de un solo jalón la desconectó. La música paró y también el baile y las conversaciones.
-¡Se terminó la fiesta! ¡Se me van todos de mi casa! -Comenzó a escuchar los abucheos pero la verdad ni le importó- ¡Ahora!
-¡No nos moverán! ¡No...!
-¡Tu cállate, papá!
Una gran parte de los presentes lo conocían de la escuela y no habían querido unirse a los abucheos, por si acaso, pero luego de que su padre abriera la boca ganaron el coraje para gritar que los dejaran seguir con la fiesta, mientras Manuel seguía gritando y señalando hacia la puerta. Eso duró muy poco, ya que pronto comenzaron a escucharse las sirenas de una patrulla.
-¿Llamaste a la policía, chileno loco? -Preguntó Miguel desde la piscina, pero muy poca gente lo escuchó, la mayoría estaba corriendo desesperada fuera de la casa, saliendo por la puerta principal o saltando la reja y corriendo por el pasaje. Manuel se quedó de piedra en su lugar, totalmente confundido por un momento, pero pronto hizo su camino hacia afuera junto a los pocos que aún arrancaban, para ir a hablar con la policía, que seguramente les había echado encima uno de los vecinos. Pero al llegar afuera solo vio a la gente corriendo y nada de patrulla, aunque seguía escuchando el ruido. Finalmente, y en tiempo record, su casa estuvo vacía excepto por un pequeño grupo de amigos, entre ellos Francisco, Martín, Luciano que aún conservaba su vaso de plástico en las manos, y Miguel que salió a mirar con la ropa chorreándole. Ah, y su padre, que tenía unas antenitas luminosas en la cabeza y cara de tristeza.
-¡Manuel! Pero la estábamos pasando tan bien...-Comenzó el fiestero de su padre.
-¡Chist! ¡No fui yo quien llamó a los pacos!
-Pero yo no los veo por ningún lado -Comentó Martín mientras posaba su brazo sobre el hombro de Manuel. Este sintió su cara sonrojarse pero prefirió ignorarlo en favor de buscar el carro policial. Nunca lo encontró. Pero quien sí apareció por detrás de los matorrales fue su vecino de unos setenta años, Don Alberto, con un equipo-parlante portátil y el nuevo celular que su sobrino le había comprado.
-¡Hasta que se fueron! ¡Vaya! No pensé que funcionaría tan bien -Exclamó el caballero avanzando hasta el jardín de Manuel. El grupo de chicos fue a su encuentro para darle una mirada a lo que tenía entre las manos. Resulta que Don Alberto había echado mano a los adelantos que su nieto había introducido en su vida, compartiendo por bluetooth el rington que tenía para los mensajes, y no podía estar más feliz al ver que había recordado bien todos los pasos.
Ya dentro de la casa una vez más, el padre de Manuel comenzó a comprender por qué su hijo no estaba tan feliz con la fiesta que tomó lugar. Había basura tirada por todas partes, charcos de coca-cola manchando el piso, marcas de manos por todas las paredes y hasta unas zapatillas tiradas cerca de la parrilla. Y ni una papa frita había sobrado.
-Okeeey, esto es más de lo que me había esperado -Dijo el hombre mirando nervioso por todos lados. Al menos la cinta adhesiva que bloqueaba la escalera no se veía forzada.
-¡Lo ves! -Manuel levantó uno de los tantos vasos de plástico botados por ahí. Y lo apretó, fuerte.
-Bien... ¡Voy por las escobas! ¿Cuántos somos? Uno, dos, tres... ¡Ah! Suficientes para dividirnos la planta baja -Su padre se escabulló al patio, mientras sus amigos comenzaban a tirar excusas.
-Ya es tarde, deben estar preguntándose dónde estoy...
-¡Míreme! ¡Estoy chorreando!
-Eh, me estaban llamando hace rato, sho mejor me...
- ¡Se quedan donde están las mierdas!
Manuel no dejó que nadie se fuera a dormir hasta que tuvieron la casa limpia, ni siquiera a su padre que comenzaba a cabecear en la cocina a eso de las dos de la mañana. Ni a Miguel que comenzó a quejarse de que tenía cloro en los ojos, un pie torcido de cuando salió de la piscina, y que la cabeza se le estaba congelando por el pelo mojado. Simplemente se la envolvió con una toalla y lo mandó a seguir barriendo.
El lunes en el colegio todos estaban comentando lo mala que fue la fiesta de González. Sí, ese moreno flaquito que da miedo.
A Manuel le importaba una mierda.
Fin
#latin hetalia#latinhetalia#LH: Chile#LH: Argentina#LH: Peru#lh: ecuador#our post#our posts#fic#fanfic#Manuel tiene una fiesta#no porque quiera#Manuel amargado#PartyManu#atisbos de ArgChi#blink and you'll miss it
32 notes
·
View notes
Text
Un nuevo atracón
¿Alguna vez has estado en un buffet de todo lo que puedas comer las 24 horas?
Sí, suena tan bien como raro en la práctica, pero no estamos ubicados en Las Vegas, hogar de los mejores lugares de buffet.
Estoy en una ciudad costera de Massachusetts, relativamente pequeña, más conocida por sus tiendas de antigüedades que por su cocina. Y allí trabajo de camarero. Teniendo en cuenta que todo lo que le traigo a las personas son bebidas antes de que se vayan a comprar un bistec seco o un tazón de fideos que se hicieron a principios de semana, no me está haciendo ganar mucho dinero. Sin embargo, es suficiente para seguir adelante hasta que pueda pagar la escuela de oficios y obtener un trabajo de verdad.
El lugar donde trabajo se llama Roofie. El propietario, Bob, solía estar en construcción y pensó en expandirse hacia la comida, y en ese momento no tenía idea de que su nombre le recordaría a la gente algo más que su negocio de techos.
Luego decidió que era culpa de todos los demás pensar mal, y luego se preguntó por qué apenas tenía clientes. Para alguien que de lo contrario lo había hecho bien por sí mismo. Uno pensaría que entendería la indirecta.
Yo, he estado trabajando allí durante varios meses, principalmente porque es el único lugar en la ciudad que no es un negocio familiar y estaba dispuesto a contratar a alguien que no fuera un primo directo de las estanterías o las mesas de autobuses. Nunca sucedió nada emocionante, excepto la única vez que Scott Grimes vino a la ciudad y se detuvo a comer algo. La vergüenza fue que nadie lo reconoció excepto yo, ya que Orville no era una cosa todavía. Le dije que me encantaba la película Night Life. Él asintió con la cabeza, firmó un autógrafo y avanzó en silencio.
Sí, nada emocionante … hasta este último fin de semana.
Trabajaba a última hora, desde la medianoche hasta las 8 de la mañana. Me gustó, sobre todo porque aun cuando la vida de Roofie estaba tan muerta como en el mejor de los casos, era aún más tranquila en ese momento, y las personas que aparecían usualmente tenían … bueno, “personalidad”, digamos. Jerry solía ser un camionero, pero no le había dicho a nadie más que a mí que lo habían despedido hacía unas semanas. Todavía usaba su chaqueta de jean y su gorro rojo de camionero porque eso lo hacía sentir importante. Nanette era una prostituta, y no tuvo reparos en dejar que nadie lo supiera, y vino a comer todos los fines de semana aquí como un regalo especial después de una semana de hacer trucos. Ella de alguna manera ganó más dinero que yo, pero considerando a algunas de las personas que conocía por aquí, no tenía ninguna prisa por entrar en esa línea de trabajo.
Y luego estaba Burt. Burt era solo un bicho raro. Siempre afirmó estar hablando con seres alienígenas y, al mismo tiempo, se puso una gorra de béisbol con protección de RF que encontró en venta en Amazon para evitar que leyeran su mente. No sabía si él sabía qué teorías de conspiración creía día a día. Lo que pasa es que se inclinó bien y nunca causó problemas cuando estuvo aquí, así que me alegré de tenerlo.
Las cosas eran bastante típicas hasta el momento en que Pete, el cocinero de la noche, me pidió que llevara la basura al contenedor. Sacar la basura era lo único que realmente odiaba del turno de noche. La parte de atrás, estaba muy mal iluminada, y aunque no tenía miedo, más que de ser asaltado, más de una vez me había asustado por Russ. Russ era un tipo anti-sistema que conocía de la escuela y que siempre estaba levantándose detrás de la cafetería a la hora del almuerzo. Ahora pasa la mayor parte de su tiempo drogándose detrás de Roofie.
Más de una vez había ido a tirar cosas solo para que él se despertara en el basurero gritando con bastante fuerza, a veces con la aguja todavía en el brazo. Llamé a la policía por él un par de veces, pero siempre se iba antes de que llegaran, y en sus palabras, tenían mejores cosas que hacer que perseguir a “algún escuálido tweaker que no molestaba a nadie”. Un poco molesto, pero realmente no les importaba lo que pensaba. Estábamos tan por debajo de su radar que en realidad dejaron de contestar llamadas de nuestro número.
Había dos bolsas, pero eran enormes y estaban llenas de un montón de carne vieja que nadie se molestó en terminar. Empujé la puerta trasera y la saqué, la puerta se cerró de golpe detrás de mí. La única luz era la pequeña bombilla que colgaba sobre la puerta y la luz del estacionamiento sobre el contenedor. Arrastré las bolsas unos diez pies antes de tomar un breve descanso para dar a mis brazos la oportunidad de evitar los calambres cuando escuché un tintineo en el contenedor. Genial. Russ estaba allí después de todo. Al menos tendría un aviso antes de tener que espantarlo.
Tirando de las bolsas otra vez, me acerqué al basurero, donde vi la fuente del ruido. Una botella de vidrio grueso había sido retirada del contenedor de basura, probablemente por Russ mientras hurgaba en la basura en busca de algo comestible. Suspiré, lo recuperé y levanté la tapa para tirarla de nuevo. Con la esperanza de atrapar a Russ en el acto con la mano enrojecida, saqué mi teléfono móvil y cargué la aplicación de mi cámara. La policía no podía seguir ignorándome una vez que tenía pruebas de que estaba entrando ilegalmente, o eso me imaginaba. Lo que no esperaba, sin embargo, era la expresión de su cara cuando lo atrapé.
Russ no parecía asustado, avergonzado o sorprendido. No podría haberlo hecho si hubiera querido.
Russ no tenía cara izquierda. Y él estaba muerto.
Donde había estado una vez, no había nada más que un par de ojos que brillaban fuera de un cráneo cubierto de sangre, sus mandíbulas sonriéndome sin vida hacia mí. Con horror, cerré la tapa de golpe y retrocedí, estremeciéndome.
La tapa se levantó. En algún lugar cerca de lo que quedaba de los pies de Russ, un par de ojos rojos y brillantes me devolvieron la mirada. La tapa se alzó aún más, y debajo de esos ojos había una enorme hilera de dientes afilados. Gruñó, y comenzó a ladrarme. Casi sonaba como si estuviera hablando, pero fuera lo que fuera, no quería esperar para escucharlo.
Corrí hacia la puerta trasera de Roofie cuando escuché más ruidos. Con la mano en el asa, miré hacia el contenedor.
Lo que me había mirado desde el basurero de repente curvó su cuerpo y se extendió por el borde … y siguió rodando, acercándose a mí lentamente. como si me estuviera evaluando. En el proceso, pude verlo más de cerca. Desde mi punto de vista, se parecía a una especie de armadillo peludo de gran tamaño, pero diferente de cualquiera que haya visto jamás. Entonces, desde la oscuridad más allá del contenedor, vi otra forma, y otra, y otra. Pensé que tenía que haber al menos una docena de ellos.
Los observé mientras descendían sobre las bolsas de basura que había dejado, y cayeron sobre ellos. Escuché horribles ruidos cuando esos dientes afilados desgarraron las bolsas, devorando todo lo que había dentro de ellas. Volví rápidamente y cerré la puerta. Pete me vio, se rió entre dientes, y preguntó si Russ estaba allí otra vez.
Le dije que Russ estaba muerto. Algo le había comido.
Pete me miró como si estuviera loco. Tenía razón al hacerlo para ser honesto. porque sonaba loco. pero cuando se dirigía a la puerta para ver lo que pensaba que realmente estaba pasando allí, me paré frente a la puerta, tratando de detenerlo. Levantó un tenedor de la parrilla y me hizo un gesto con la mano. Cuando todavía me negaba a moverme, señaló el tenedor peligrosamente cerca de mi ingle. Me moví, pero agarré un cuchillo de la pared, por si acaso.
Abrió la puerta y miró hacia afuera. Se giró y me indicó que viniera allí. Miré hacia el oscuro estacionamiento y no vi nada.
Tal vez solo estaba agotado y había estado viendo cosas. Por supuesto que tenía que ser eso. De ninguna manera había pequeños monstruos con grandes dientes ahí afuera.
Casi lo creí hasta que, cuando Pete estaba dejando que la puerta se cerrase, una de las criaturas saltó a su brazo y hundió sus dientes en ella. Fue tirado contra la puerta y gritó pidiendo ayuda.
Lo retiré tan fuerte como pude, pero sean lo que hayan sido, eran increíblemente fuertes para su tamaño. Cuando Pete gritó ¡Sangriento asesinato!, al principio pensé que finalmente había ganado, y lo hice retroceder cuando la puerta se cerró. Entonces vi que Pete se aferraba a un lugar donde solía estar su brazo. Fuera lo que fuera, le había roído el brazo por completo en el hombro, o lo había arrancado del zócalo.
Jerry entró en la cocina para preguntar de qué se trataba todo el alboroto, y cuando vio a Pete, se puso blanco. Le dije que fuera a llamar a la policía mientras intentaba hacer por Pete lo que podía.
Desafortunadamente, no había mucho que hacer. Pete pronto se desmayó, e incluso si hubiera sabido cómo aplicar un torniquete en una situación como esa, no habría detenido la hemorragia. Se quedó quieto, y con horror me di cuenta de que probablemente estaba muerto.
Jerry volvió a la cocina para decirme que había tratado de comunicarse con la policía, pero no estaban respondiendo. Por supuesto. La policía ya no atendió nuestras llamadas debido a todos los chanchullos relacionados con Russ.
La puerta trasera comenzó a abrirse. Agarré el asa y la cerré de nuevo. Mientras luchaba contra la fuerza de lo que fuera que tiraba de ella, le dije a Jerry que girara el cerrojo en la parte superior y lo cerrara. Lo hizo, pero justo cuando pensamos que era seguro, escuchamos que se rompía una ventana en la parte delantera, junto con un grito.
Corrimos hacia el frente para ver a Burt arriba en su mesa, saltando y señalando.
“¡Ellos están aquí! ¡Te dije que iban a venir!
Nanette fue la que había gritado. Se acostó debajo de la ventana que se había roto, saliendo de la cabina, con otra de esas cosas alrededor de su tobillo. Corrí y lo pateé tan fuerte como pude, e incluso tratando de morderla, salió disparada y golpeó el estante de los periódicos locales en la entrada principal. La levanté, solo para descubrir que a su pierna le habían arrancado una gran parte de ella y que estaba sangrando abundantemente.
Más de las criaturas entraron por la ventana abierta. Llevé a Nanette con Jerry y les dije que se dirigieran a la cocina y se quedaran allí. Traté de ver si podía rescatar a Burt, quien seguía gritando como si acabara de ganar la lotería. Afortunadamente, tuve suerte, ya que las criaturas estaban distraídas por algo más que nosotros. Habían centrado su atención en nuestra selección de buffet. Tiré a Burt de la mesa, y los dos volvimos lentamente a la cocina, viendo como las monstruosidades peludas se zambullían en la comida como si estuvieran muriéndose de hambre. Eso fue asqueroso. Uno tenía su cabeza literalmente en el espagueti, sus patas cómicamente cortas pateaban mientras lo arrastraba todo. Otra realmente se comió la bandeja … toda la bandeja de metal … de camarones de coco.
A pesar de todo, noté que ni siquiera tocaron la barra de ensaladas. Nadie en su sano juicio lo habría hecho, pero incluso estas cosas no estaban interesadas en la lechuga que se había vuelto marrón hace horas.
Una vez que llevé a Burt a la cocina (y vi que Jerry había vendado bien a Nanette), todos los observamos mientras destrozaban el lugar.
No sabía qué hacer. Una vez que hubieran terminado de comer, vendrían por nosotros, sin duda. No quería terminar como Russ o Pete. Pero había cometido el estúpido error de traernos a todos aquí. Había por lo menos una docena de cosas en el frente, y quién sabe cuántas más en la parte de atrás.
Quizás se pregunte cómo salí de esto para poder contar esta historia. Bueno, me encantaría decirte que se me ocurrió un gran plan que nos salvó a todos, que los atraje a todos al congelador con algo de costilla sobrante y los encerré, o que de alguna manera salimos. A través del baño. La respuesta real es que todavía no estoy seguro, porque los únicos detalles que tengo son de segunda mano.
Lo último que vi cuando estaba tratando de idear un plan fue cuando la puerta de entrada se abrió hacia dentro, con una fuerza tan contundente que la mayoría de nosotros quedamos inconscientes al instante. Afortunadamente, me desperté unos minutos más tarde, pero para entonces, todo había terminado. Jerry, quien de alguna manera se mantuvo consciente después de la explosión, me dijo que un grupo de hombres vestidos de forma extraña irrumpió con las armas encendidas y comenzó a limpiar las pequeñas cosas.
No tenía ninguna razón para dudar de él. El restaurante parecía una zona de guerra absoluta. Había agujeros en las paredes, comida esparcida por todas partes y manchas pegajosas que ni siquiera quería identificar.
La cosa es, ¿creería el jefe algo de esto? Jerry, Nanette y yo acordamos que sí, era mejor que no habláramos de eso. Burt, por otro lado, dijo que era lo mejor que le había sucedido en mucho tiempo, y que iba a contárselo a todos. Afortunadamente, porque él era Burt, nadie lo creyó.
Pero lo digo ahora porque quería asegurarme de que todos lo saben. Por lo que Jerry escuchó después, esto podría no ser un incidente aislado, restringido a nuestra ciudad tranquila de Nueva Inglaterra.
Según él, uno de los tipos que rompieron la puerta se volvió hacia uno de sus compañeros después del ataque y habló. Lo que me dijeron todavía me da escalofríos una semana después.
“Qué irónico es que esta batalla haya comenzado en otra galaxia”, dijo el primer hombre, “y que este capítulo haya concluido, de todos los lugares, en un buffet caro de Massachusetts, frecuentado por drogadictos y prostitutas”.
“De hecho”, respondió su compañero. “Pero la guerra está lejos de terminar. El enemigo sigue corriendo y escondiéndose. Como tal, los cazaremos donde vayan. “Los habitantes de este planeta pueden no ser los más sabios, pero la verdad es que hay más de donde vinieron, tienen hambre y han desarrollado un gusto por los humanos”.
Esta es una traducción propia, el post y autor original se encuentran a continuación:
A New Binge
The Dead Canary
Fuente https://www.siguelaoscuridad.com/2020/02/07/un-nuevo-atracon/
0 notes
Link
El joven oriundo de Esquina se coronó campeón en Italia, afianzando su gran carrera. Por: Marianela Tabbia (De nuestra redacción)
Con 16 años, Facundo levanta la bandera argentina subido al podio en el primer puesto. Esa imagen recorrió las redes sociales y medios de comunicación y llenó de orgullo a los más de 300 habitantes del pueblo del cual es oriundo.
En Alassio, al norte de Italia, se llevó a cabo el último Mundial de Bochas con la participación de 24 países. Allí, el atleta local sumó la medalla de oro para el seleccionado nacional. Hoy, todo es festejo en la disciplina que lejos de estar en el olvido, resurge en las nuevas generaciones.
Tradición familiar
“Empecé desde muy chiquito. Se me fueron dando las cosas como yo pensaba que iban a ser. A los nueve empecé a jugar en una cancha, pero a los tres ya tenía una bocha en la mano. Mi familia siempre jugó, mi papá y mi hermano juegan a las bochas así que de ahí viene. Se fueron dando varios sueños que tenía y gracias a Dios, los estoy cumpliendo”, sostuvo el bochófilo.
El campeón reparte su tiempo entre la escuela, tardes de entrenamiento y la familia. Manifestó que el desempeño es el resultado de esfuerzo, dedicación y práctica. Reconoció que hay un interrogante habitual al cual es sometido pero que él decide responder de manera tímida pero firme: “Algunos chicos se preguntan ¿por qué las bochas y no el fútbol o el básquet? Es medio raro, pero bueno, a mí me gustó este deporte. Te da muchos amigos, te permite conocer muchos lugares lindos y más que todo, conoces mucha gente”.
En los próximos días, tendrá un merecido descanso y así prepararse para viajar a Lima en diciembre, esta vez con la camiseta del Club de Sinsacate. Consultado por la situación de la disciplina a nivel local, respondió: “Lo toman como un deporte para gente grande y no es así. Hay muchos chicos que juegan y que les gusta. Hay algunos clubes donde se fomenta mucho, pero otros que no, lo dejan de lado. Si bien hay lugares para practicar, sacaron varias canchas”.
Mirando al futuro
Aníbal Nobile es jugador y entrenador de bochas. Vio crecer en estatura y talento a Facundo. “A uno le da una satisfacción grande ver que chicos jueguen a las bochas. Hace tiempo, era muy difícil porque no le daban lugar en los clubes. Era un deporte para grandes, entonces a los chicos como ‘molestaban’ no se les daba un lugar. Hace varios años que -desde la Federación de Córdoba- los clubes y las asociaciones empezaron a integrarlos a través de escuelitas, de hacerlos participar. Hoy, hay muchos chicos que juegan a las bochas en la zona, en la provincia y la gente no lo sabe”, explicó.
Una prueba del cambio de miradas, se concretó este fin de semana en Sinsacate con el Primer Encuentro Provincial de Bochas sub9 y sub12 en el cual participaron más de 140 inscriptos. Para el entrenador, el deporte les permite a los más chicos aprender no solo técnicas de juego sino también lecciones de vida.
Y enumeró: “Se les enseñan valores como la amistad, el respeto, les ayuda a la concentración y enseña conducta dentro de la cancha. No es un deporte donde los chicos van a estar gritando o saltando, uno les enseña a compartir más allá de competir. Es muy difícil que hagas un enemigo, que te pelees en una cancha de bochas o que tengas una discusión. Después de que se termina de jugar el partido, somos todos amigos y conocidos”.
Finalmente, destacó cómo influyen las victorias del joven bochofilo en los pequeños jugadores que vienen detrás. “Los chicos más chicos se ven reflejados en él, ven que hay posibilidades de seguir creciendo en el deporte. Con mucho esfuerzo, trabajo y con ganas, se puede crecer y llegar lejos. Todos los chicos tienen la posibilidad de llegar a competir. Para los chicos de la zona, Facu pasó a ser el ídolo. Es el ejemplo a seguir”, cerró.
0 notes
Text
Primera vez en un estadio ...
Cuando conoci a Diego en el 2014 sabía que jugaba futbol, sabía que su meta era ser futbolista, quería que esa sea su profesión. Yo jugaba básquet, tal vez ahí empezó lo que teníamos en común: el deporte.
Diego es una persona que siempre tiene que estar jugando o viendo fútbol, su vida se resume en eso: respirar futbol. Yo por lo contrario no era así, bueno… Siempre me gustó el fútbol. No era de esas que paralizaba todo por ver ESE partido, pero si justo lo estaban dando podía verlo. Desde que nací sabía que mi corazón era de la U y así tenía que serlo siempre. Tampoco soy de las que se puede sentar a ver basquet (DATO IMPORTANTE) porque me estreso muy rápido y me paro en la mitad del partido y no puedo ver más, por eso siempre veo los dos últimos cuartos (No me critiquen por esto PLS); por lo contrario, Diego es de las personas que se puede ver todos los deportes; basquet, fútbol, tenis, vóley, y 50 más y no cansarse de ver porque como le digo siempre, él nació con ese gusto y no soy quien para decirle que esta mal. Cuando me enamoré de él yo sola me hice una advertencia: Vas a tener que amar el deporte tanto como él.
Siempre me hablaba de los equipos, de los cambios que hacían, de las jugadas y sobre todo de PEP GUARDIOLA… no lo voy a negar: no le entendía nada, y me sentía mal porque no podía discutir con él de las cosas que más le gustaban. Hasta que un día me propuse que tenía que empezar a comprenderlo y a hacer sacificios al igual él los hacía por mí, a partir de eso cada vez que tocaba el tema intentaba buscar lo que me decía para poder entenderlo y así cuando ya me lo volviera a mencionar podría responderle cosas coherentes, hasta que llegaba al punto en el que creía que entendía y tenía que decirle: ¡Alto ahí! Poco a poco…, y paralelamente me hacía ver partidos de la U para que empiece a sentir la emoción que el sentía.
Un día le dije que nunca había ido al estadio, que mi papa siempre me decía para ir a ver un clásico pero que nunca me llevaba, y me dijo que por favor la primera vez que vaya fuese con él, coincidencia de la vida, la Noche Crema estaba a días; me pregunto si quería ir y le dije que si, fuimos y la emoción que transmitía la gente ese día era una de las cosas más lindas que he vivido. Ver a tanta gente saltando, gritando, apoyando y darse cuenta que lo que se vive en la cancha no es lo mismo que vivirlo detrás de un televisor. Desde ese día ya sentía que entendía su emoción, sus ganas de sentarse a vivir un partido, desde analizarlo 2 días antes hasta juzgarlo todo un día después, desde esperar toda la semana para que juegue la u y sentarse con su familia a verlo y gritar cada gol como si estuvieran ahí, esas emociones que se viven desde la cabeza hasta la punta de los pies.
Me enseñó a conocer el deporte y a respirarlo como lo hace él. Es de los pocos que desde mucho le tiene fe a la selección, de los que se podían sentar y aunque hubiéramos perdido lo analizaba y sabía que teníamos esperanzas porque analiza todo tan tácticamente que sabía que teníamos oportunidades, y así fue. Por el pude vivir una de las mejores experiencias y conocer un poco más el futbol, el ambiente de este y las emociones, pude ver a Messi jugar y darme cuenta que hay gente como él y como Diego que nacieron para esto, y a la vez gente que vive y que ama alentar porque eso hace un hincha, alentar hasta las ultimas.
Gracias amor, espero y estoy segura que nunca te alejaras de este deporte; porque naciste para jugarlo y verlo. Te prometo que lo viviré siempre contigo, en las buenas y en la malas.
0 notes