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El cuerpo de Jota
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"He fracasado como trigo limpio"
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jotasbody · 7 years ago
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Soy yo, soy yo, soy yo.
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Estaba ante el final de un verano de lo más raro cuando pensé que había desperdiciado mi vida. Ni siquiera había llegado a vivir y ya sentía que todo estaba perdido y no podía parar de fijarme en la facilidad con la que Álvaro se deslizaba dentro del agua, como si todos sus años de vida le hubieran estado preparando para hacer bello ese preciso instante. Sentía envidia de la forma en que caía de espaldas sobre el manto de agua sin tener que taparse la nariz, y de cómo cruzaba la piscina con tan solo dos brazadas de piel morena brillante. Posiblemente Álvaro fuera la persona más tonta del hotel y yo admiraba su forma de estar en la vida. Era final de verano y estaba a punto de morirme del asco.
Siempre pensé que las noches serían el peor momento, pero pronto descubrí que eran un oasis. Las mañanas. Las mañanas eran lo peor. Despertar dentro de la misma cabeza corrompida por el mismo humo y comprobar que todo sigue igual.
Aquel día arrastré con cierta dificultad mi cuerpo desde la cama hasta la terraza del rincón, con la esperanza de que el canto de los pájaros me recordara aquel viaje en barco de cuando aún no estaba enfermo, que la forma lupina de alguna nube me hiciese sentir en tiempos mejores, o que una brisa (de esas que llevan consigo algo más que polvo) me susurrase “nunca me dejes” una vez más. Pero nada de eso ocurrió: allí no había más que nubes, viento, y ruido de pájaros.
Dirigí con desgana mi mirada por una hilera de pájaros posados sobre un cable del tendido eléctrico, que ocultaban con timidez las colinas del fondo. El murmullo de los pájaros se volvió insoportable justo antes de que fuera ahogado por un gran estruendo que salió de la nada. ¡Bang! Casi todos alzaron el vuelo inmediatamente, pero uno de los plumosos y pequeños cuerpos cayó contra el asfalto, y yo pensé que era buena hora para bajar a desayunar.
Llevaban ya horas esperándome cuando yo llegué. Las migajas de pan cubrían toda la mesa y los restos de café estampaban el interior de las tazas. A veces sentía que no podía más, que ya había escuchado demasiadas historias banales en mi vida. Nunca entendí por qué algunas personas luchan con tanto empeño por mantener una conversación, aunque tú permanezcas callado todo el tiempo, tragando con dificultad los últimos trozos de un pan tostado que parecía no tener fin.
Estaré en el agua — dije mientras me levantaba de mi silla y arrastraba mis pies hasta el patio exterior.
Supongo que son esas personas las que espolean los caballos que mueven el mundo, me dije mientras me acomodaba en la tumbona sobre la que pasaría el resto del día.
Me gustaba disfrutar de esos primeros momentos en los que no había nadie a mi alrededor. Resulta tan fácil aprovechar los instantes cuando sabes que están a punto de acabar, que irremediablemente serán asesinados por las risas y el jaleo de las familias felices (aquellas que agarran con fuerza las riendas que mueven el mundo).
Cuando notaba que me costaba seguir estando, me sumergía en el agua hasta que tocaba con mis manos el fondo de la piscina. Allí podía tumbarme y sentir que podía respirar de nuevo. Me sentía más pequeño, pero a la vez infinito. Me hubiera quedado allí por siempre, pero el insaciable deseo animal por seguir viviendo me hizo ascender de vuelta a la vida. Y todo para descubrir que ya no estaba solo.
Nadie me volvería a querer, pensé mientras salpicaba con el agua de mi cuerpo todo el asfalto. No así (Álvaro levantó la mano y lanzó una pelota), marchito y podrido por dentro. Me arrepentí de tantas cosas durante el verano, el fatídico verano del que nunca conseguiría escapar, pensé mientras mi piel se crispaba por la aversión que me producía pensar en tener sexo.
Nunca me gustó la pequeñez de mi cuerpo, pero durante aquellos días apretaba los puños con fuerza, deseando ser más minúsculo, más irrelevante. Empequeñecer hasta que el viento pudiera arrastrarme consigo. Me gustaba pensar en la posibilidad de esa fantasía: estar en constante cambio, en un movimiento continuo. Un viaje, como el que yo emprendí un tiempo atrás; que me llevó lejos, y me soltó en una especie de pueblo fantasma del que no sabía cómo salir. El pensamiento de salir volando me inundó la mente gran parte de la tarde.
Esa chica no te quita el ojo encima — Me despertó una voz.
Cuando miré vi a una chica que en un futuro sentiría complejo por esto o aquello otro, pero que aún no había alcanzado la edad propicia para que las cosas verdaderamente importantes dejaran de importarle y fueran sustituidas por la cobertura de anuncio de detergente en la que nos ahogamos todos. Estaba llena de fuegos artificiales de colores que salían despedidos de su cuerpo, incapaces de contenerse un segundo más cautivos. Yo envidiaba su espontaneidad más que cualquier otra cosa en el mundo, y ella reía y me miraba de reojo.
Aquel verano iba a perseguirme siempre, me paré a pensar en cuánto tiempo transcurriría hasta que la sierpe volviese a morderse la cola. El infinito retorno, esa brevedad con la que nos hemos acostumbrado a…
Deberías hacer ejercicio — Me volvió a interrumpir la voz que, esta vez, hizo detener el ciclo circular que mi dedo índice dibujaba sobre una superficie rugosa azul.
Es bueno para tu salud y la ropa te quedaría mucho mejor — Continuó. 
Mi salud (el eco de la palabra dicha en voz alta retumbó en mi cabeza), menuda paradoja. Asentí y mi cuerpo raquítico y yo nos perdimos de nuevo entre los laberintos.
A veces conseguía salir de mí mismo, aunque no de la forma que lo hacía antes. Aquella tarde pude verme por un instante desde lo alto, inmóvil. El cuerpo de Ofelia completamente apagado mientras todas las luces brillaban y orbitaban a su alrededor, como lo hacen las moscas alrededor de un rabo cubierto de mierda. Un sabor a putrefacción invadió mi boca y la explosión de una bomba humana sobre el agua de la piscina salpicó mis piernas y me hizo volver a mi desgastada prisión. Pensé que lo mejor sería que continuase con mi lectura.
Esther había dejado ya Nueva York y su vida empezaba a hacerse añicos. Pasé la página y leí lo siguiente:
“Sabía que debía estarle agradecida a la señora Guinea, sólo que no podía sentir nada. Si la señora Guinea me hubiera dado un pasaje a Europa, o un viaje alrededor del mundo, no hubiera habido la menor diferencia para mí, porque donde quiera que estuviera sentada —en la cubierta de un barco o en la terraza de un café en París o en Bangkok— estaría sentada bajo la misma campana de cristal, agitándome en mi propio aire viciado”.
El corazón me dio un vuelco y cerré el libro de un respingo. Contemplé la imagen de la campana de cristal durante un tiempo bastante prolongado, imaginé que le daba a la vuelta a una taza con los restos de café impregnados en su superficie y atrapaba en su interior las migajas de pan que cubrían la mesa. Daba igual lo lejos que una de esas migajas quisiera ir, que siempre estaría bajo la misma cúpula estampada de nubes oscuras. De pronto comprendí que mi pensamiento era absurdo y que las migajas de pan tostado no pueden ir a ninguna parte por sí solas, y decidí ser yo quien se fuera a tomar una ducha.
No me paré en ninguno de los tres espejos que había hasta llegar a mi habitación, oía niños corriendo por los pasillos, y deseaba poder tener el cartel de “Do not disturb” permanentemente colgado de mi cuello. Cayeron las primeras gotas de agua sobre mí y empecé a preguntarme a quién estaría salpicando ahora mismo con sus fuegos artificiales. Esos fuegos de colores en un 4 de Julio. Un dolor dentro del pecho me redujo hasta tocar el suelo mojado con mis rodillas. Cerré los ojos un instante y cuando los abrí estaba en el sur de Manhattan, al amparo de una enorme luna azul.
Faltaban unos minutos para que el sol se pusiera por completo y decidí aprovecharlos para leer junto a la ventana. No tardé mucho en distraerme con el triste cielo de Nueva York y el hipnotizante vaivén de sus viandantes. Imaginé a dónde podría estar yendo cada uno en ese preciso instante, cómo serían sus vidas (una muchacha miraba un escaparate y, a su lado, un señor altísimo se montó en un taxi y desapareció) y cuántos pensamientos se estarían fermentando simultáneamente en la intersección entre la Avenida Broadway con la séptima.
Todo estaba ya oscuro a mi alrededor. El silencio lo hubiera invadido todo si no fuesen por las constantes sirenas y el persistente soplo del viento. Algo se movió en la oscuridad; fue una vibrante respiración la que se balanceó entre las sábanas hasta toparse con mis labios, e hizo que un solo de trompeta de Tommy Dorsey me envolviera. Me sentí completamente aislado: ya no había sirenas, los transeúntes nunca habían existido y, por ende, tampoco lo hacían sus pensamientos. Encontré refugio de esa forma.
Tanto me reí esa noche. Corría como un niño pequeño gritando y saltando entre las camas dispuestas por una habitación únicamente alumbrada por un par de faroles que tímidamente habían empezado a asomar desde la calle. Pelee y salté y grité, y no podía recordar un momento más feliz que ese, y tampoco quería hacerlo: por primera vez —diría que en mi vida— me valía con el ahora y no quería nada más. 
La risa desapareció justo en el instante que volví a sentir esa presencia de nuevo (todos mis demonios cuchicheaban en la oscuridad). Desapareció cuando recordé que algunos sentimientos también pueden viajar, cuando pude sentir la cúpula de cristal, que también contenía en su interior toda la isla de Manhattan y más allá.
Tenía frente a mí unos ojos azules y profundos, que sabían proyectar la mirada más pícara que jamás he visto. Sus ojos seguían riendo. Los míos ya no. Los cerré con fuerza y cuando los volví a abrir vi mis rodillas empapadas sobre el suelo de una placa de ducha. “Lo siento, sé que a veces soy demasiado, pero no sé ser otra cosa” dije mientras me incorporaba. Dos manantiales de lágrimas corrieron por mi cara.
¿Era relevante vivir, me pregunté, mirando un insecto aterrador que se había colado en mi habitación, tenia importancia que yo inevitablemente cesara de existir si no conseguía encontrar descanso dentro de mí? El mundo ya me resultaba suficientemente violento como para no conseguir encontrar quietud fuera de él tampoco. No se puede vivir de recordar esto o aquello, recordar lo hace todo el mundo, y todo el mundo, todas las cosas, continuarían girando cuando yo no estuviese, sólo importaba lo que estaba allí delante en ese momento, en aquella calle triste de primavera; la muchacha del escaparate.  
No estoy seguro si alguna vez llegaré a comprender por qué lloré tanto ese día, quizás fuera el saber en lo más profundo de mí que nunca más le volvería a ver, o el descubrir que voy a arrastrar conmigo esta enfermedad, por muy lejos que mis piernas me lleven, o por no soportar el hecho de que haya personas que sonrían aunque se les trate injustamente. Una persona con entomofobia  jamás habría encerrado a ese insecto en un vaso de cristal y liberado por la ventana, y con esa misma seguridad sabía que yo jamás me quitaría la vida por nada. No sería yo el que metiese la cabeza en un horno de gas por poca importancia que tuviera vivir.
Los motivos a menudo reciben un protagonismo para el que no están destinados, dejando en posición de inferioridad a los acontecimientos. En cualquier caso: lloré. Lloré agachado en la ducha, lloré por cada cruce en Nueva York, y lloré tumbado sobre el colchón hasta que mis lágrimas conformaron el oasis que me salvaría la vida para las siguientes veinticuatro horas.
Esa noche me dormí con la esperanza de dejarlo todo atrás; Y al despertar, seguían estando a mi lado.
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jotasbody · 8 years ago
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Nunca me dejes.
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He hecho un pacto con las olas: “Me dejo llevar si no me devolvéis a la orilla”. Siempre he sentido alivio al sentirme parte de algo tan grande, tan solemne, como el océano. Como el estallido de una ola. Como el estallido de todas las olas, a la par, en concordancia. Como si del repicar de las campanas anunciando que ha llegado la hora se tratase. “¡Es el momento! ¡Lo es!”. Un aluvión de chasquidos disolviéndose en el aire, al unísono, dejando tras de sí (tan sólo por un momento), ese extraño olor, que te hace sentir completamente a salvo, como si nada terrible pudiera acontecerte hoy. ¿Por qué somos tan necios?
Siempre me había parecido terriblemente peligroso vivir, aunque fuese sólo por un día. Un día y, a la vez, toda una vida. Siempre alerta, perdido, refugiado tras los muros equivocados. La promesa de la cabaña en el bosque, de esa montaña por escalar, de mi eterna catedral sumergida, siempre ahí, entre mis manos. “Nunca cambies” debe ser lo peor que le puedes desear a alguien.
Derriba el muro. Derríbalo porque no hay tormenta más brava que la que ocultas tras la piel, ni mar más profundo que el que se derrama cuando el viento te abate con fuerza. No conocerás risco tan alto como el de tus entrañas, las que se retuercen del vértigo al recordar que algún día desaparecerás. No seas necio y alza tus manos al aire, deja que todas tus ramas crezcan hasta el cielo… porque no hay un refugio mayor que el que formas con tus brazos en vuelo. Ancla tus raíces al suelo y crece alto; alcanza a ver más allá de las colinas, de tu pasado y tu utopía, del santo y el pecador, más allá del falso tú (aquel que ha llevado consigo el miedo como una flecha clavada en el corazón).
Oh, Virginia, yo también he sentido ese silencio especial, ese no se sabe qué de solemne cuando te despiertas en mitad de la noche, o cuando contienes la respiración tumbado sobre el océano, con un millón de peces bajo tu cuerpo. Ser envuelto por algo tan inmenso te hace sentirte parte de ello. La calma de estar en ninguna parte, de saber que siempre vas a encontrar un lugar donde poder bailar, de comprender que creces cada vez que te sientes diferente.  ¿Conseguiste escapar? ¿Te trajo el agua la liberación?
Yo solía preguntarme si conseguiría escapar algún día. Los sueños, el contener la respiración, las grandes tormentas, los acordes de un recuerdo, el silencio de una calle dormida o esos palmos de agua en completa oscuridad. ¿Se puede huir hacia alguien? Necios, necios. No sé si he logrado escapar, pero he respirado como si el mundo fuera mío, y lo he atravesado todo como una flecha lanzada al cielo. Y, como una flecha, yo también retrocedí antes de echar a volar.
Decidí emprender un viaje. Y viajé. Y durante días fui niebla. Una niebla densa que se ha posado sobre cada persona conocida, sobre cada lugar especial, sobre cada recuerdo, manchándolo todo. Como esa sensación abandonando tu propio cuerpo, capaz de verlo todo con claridad: invisible, tranquilo, todo está parado ahora. Esa conspiración de quién sabrá qué para que disfrutes de un instante preciso (momentos ocultos tras el ajetreo de una vida que se nos escapa), de esa rama a medio partir balanceándose como un péndulo que proclama aquello que nunca va a volver, de los acordes de esa música especial que te hace observar con detenimiento el cielo que te envuelve a lo alto, o de la sonrisa de ese chico tan alto (¿cuántos eran, dos metros?), que llevaba consigo esa bocanada sonora de aire, tan fresca, tan llena de esperanza. El instante preciso en el que se te revela que puedes volver a querer a alguien, como un resonar de trompetas, o un fuego que asciende hasta estallar en cincuenta pedazos. Es entonces cuando llegas a ver la vida de frente. 
No cambiaría esa sensación por ninguna otra. Abandonar el cuerpo y ser aire, niebla, espuma de mar diluida, o ese largo eco abriéndose paso en tu cabeza. Y ser entonces capaz de ver ese gesto particular, esa forma que inconscientemente tenemos de movernos cuando no pensamos. De repente todo el mundo hace magia. ¿Quién nos hizo así? Si tan sólo nos detuviésemos más a observar y maravillarnos. Detenernos para ver la forma que tienen las manos de bailar, o la que tienen los labios de chocar tras un silencio entre frases. Un silencio especial. Como el que hay tras un gran estruendo (cuán extraño es el poder del sonido en según qué casos) o tras un instante de disolución física en un café de la calle de Alcalá, mirando a través de un vidrio salpicado (bastante transitado, he de decir, por formas que ni siquiera se hacen perceptibles en ese preciso instante). ¿Con qué soñaba mientras las personas importantes hablaban? ¿Qué trataba de recuperar? Qué imagen aguada de ciudad de lágrimas y cadenas. Cuánto había llovido desde entonces (y no sólo al otro lado del vidrio de la calle de Alcalá). Ahora sé lo que es ser libre. 
Ahora sé que no puedo encontrar la paz evitando al vida. Y ya no diré a nadie, absolutamente a nadie, que no puedo con esto o con aquello otro. Nunca más dejaré que una luz parpadeante marque el ritmo de mis horas. No arrastraré más lastres a través tiempo, ni cargaré con el peso del castigo sobre mis hombros. No más soñar con los muertos.  Ahora me llevan las olas.
He sacado fuera toda la devoción, y he dejado hueco a los recuerdos. Y es que voy a recordar cada sonido, cada parpadeo o estallido de luces, cada herida, olor, agitación, y latido. Visualizaré cada soplo de viento, cada paso, lágrima o vaivén, cada caída. Sentiré cada temblor, cada mirada clavada en la nuca, cada gota de lluvia quebrada en mi cara. Y sabré que estás ahí con cada aleteo, en cada locura, con cada brote o alivio. Porque en cada uno de esos momentos se encuentra lo que yo más quiero: Río, las horas, aquel instante del mes de abril.
Era la muerte y escogí la vida.
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jotasbody · 10 years ago
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Los sonidos que hay en mí.
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Es difícil dirigirse a ti sin saber en qué te he convertido. Sin saber qué aspecto tengo cuando me recuerdas. Pero más difícil es darme cuenta de que es la primera vez que lo hago. Y que el fin sea saber cómo me va. Saber qué han conseguido que sientas.
Es diferente ahora.
Te prometo que esta vez sí tengo interés. Que lo que más me preocupa no es si me sienta bien el peinado que llevas ahora.
Me gustaría que fueras tú quien se pronunciara, y que fuésemos capaces de olvidar mi obsesión por pertenecer al centro. Por ser al que todos miran, y el único que no tiene un foco sobre sus ideas. 
Necesito que me digas. Oír tu voz. Los sonidos que hay en mí. 
¿Qué ha sido de todas esas ilusiones que no tenía? ¿Has alcanzado las metas que no supe ponerme? ¿Has encontrado dónde me escondía?
 Me pregunto si han regresado las mariposas a ese jardín putrefacto que dejaron en tu interior. Ya sabes que "No seas tonto, muchacho" siempre me pareció un buen nombre para un jardín. 
Quisiera saber cómo has tratado a la vida. Saber que aún recuerdas que un niño corriendo por un laberinto también puede ser una biografía. Que recuerdas todo lo que nosotros hemos corrido. La de laberintos en flor que nos hemos inventado cuando no nos quedaba más camino. 
Yo aún recuerdo como la peor parte de mí parecía no callarse nunca. Qué pensamiento más ingenuo. ¿Pero acaso no son todos los recuerdos siempre de esa manera?
Te pido perdón por eso. Y por haberme expuesto tanto para encontrar refugio. Por sentirme como flotando en el aire cuando mis pies eran de cristal. 
Espero que al final lograras encontrar tu cabaña en el bosque.
Tu catedral sobre el lecho marino.
Tú y tu manía por ahogarte. Por ser envuelto por los brazos de cualquier abismo ficticio. Como en la escena de esa película que tanto te marcó,  rodeado de algas y olas entre esas sábanas que apretaban tanto tu cuello. 
Me gustaría pensar que ahora te lanzas al agua con la misma facilidad con la que te adentrabas en esos mares de dudas. ¿Qué fueron de aquellos dos océanos profundos? ¿Te lanzaste en ellos también? 
No te preocupes, mi eterno chico triste. Puede que nunca nos lleguemos a conocer a fondo, pero no seré yo quien juzgue tus decisiones. Ni tu mala cara. Ni tu sucia mirada. 
He esperado tantas cosas de ti que es muy posible que ya hayas olvidado que lo que más espero, por encima de todo, es que nunca tengas que responderme a nada. Que la propia presencia de la cuestión sea suficiente. Que quieras escuchar. 
¿Estás escuchando ahora?
¿Oyes el aleteo? 
Ahí vienen. 
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jotasbody · 11 years ago
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Humano otra vez.
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El amor no es gran cosa.
Es algo pequeño. Minúsculo. Algo difícil de encontrar. Difícil de ver, incluso cuando lo tenemos entre las manos. 
El rey de las múltiples caras, y tú creyéndote capaz de enfrentarte a todas ellas. De vértelas con su frente de espinos. Con su rostro dañado. Capaz de desafiar todas sus arterias trucadas.
“Es el momento. Te toca a ti. Estás preparado” me dije convencido de mis palabras. Palabras que volvieron arrastradas por el tiempo, y que arrepentidas se encerraron de nuevo en su cueva. 
Joven de ti: No podías estar más equivocado. 
¿Cómo estar preparado para subir tan alto cuando nunca has sabido separar los pies del suelo? ¿Cómo estarlo para levantar unas comisuras ya cedidas por el peso de una forzada inconformidad? No estabas listo para entender que ya no son tus propios brazos los que te arropaban cada noche. Que podías alzar los tuyos y confiar en que fueran otros los que te apretaran el cuello despacio. 
¿Por qué no te deshiciste de tu coraza de espinos antes? Al fin y al cabo ya habías encontrado una hilera de agujas sobre la que ir depositando lo mejor de ti. 
¡Mis felicitaciones! ¡Has encontrado a la persona que realmente te llena!
Que te llena.
Te llena.
Te llena.
Hasta que te ahoga.
Pobre ingenuo, que abriste las manos y no supiste ver al diminuto amor. Entonces dime, maldito invidente, ¿Cómo ibas a notar que esas manos ya no eran las mismas? Que ya no estaba allí lo que una vez no supiste ver. Que ni siquiera notaste cómo el interés se escurrió entre tus dedos para mancharlo todo. 
Bienvenido al amor, extranjero que nada entiende. Que de nada sabe. Eres perfecto para este solitario y mudo corazón. No eres más que otro ciego que cree al amor de su condición. Pero no temas, te prometo que vas a seguir sin enterarte de nada. 
Baja de los cielos, pajarito, que responsamos la caída de tus plumas. Que ya tendrás tiempo de alzar el vuelo cuando comprendas que más sabe el amor por viejo que por corazones rotos. 
Vuélvete a dormir. Que ningún beso te despierte esta vez. 
Que ninguna palabra amable pueda hacerte soñar. Despierta. 
Vuélvete loco. Y nunca más vuelvas a estarlo. 
¿Estamos listos para volver? ¿Listos para ser humano otra vez? 
¿Prestos para comprender, quizás? Para entender que algo le pasó a tu corazón. Algo extraño. Algo para lo que no estabas preparado:
Le pasó el primer mejor año de tu vida. Vuela. 
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jotasbody · 12 years ago
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La cara oculta de su luna.
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La luna está llena. Y no es la primera vez este mes.
Todos se preguntan por qué habrá abandonado su ciclo lunar, por qué ahora sale un poco antes y se esconde al amanecer entre regañadientes.  Hablan de lo poco que se la ve menguada, y lo especialmente brillante que lleva estas semanas.
Dicen que es suya la sonrisa más hermosa de las últimas noches. Aunque si le preguntáis a ella os dirá que la más bonita se alberga entre dos colmillos.
Se comenta que la luna ha cambiado el blanco de su piel por un tono áureo. Incluso afirman haberla visto vestida de escarlata un par de noches al mes. Que se sonroja, dicen los más inocentes.
Y es que si de algo sabe la astuta luna es de apariencias y caras ocultas. Lo mismo mengua para que nadie la vea, o albea la noche para que no se dude de su recato.
Pero lo cierto es que la reina del bifrontismo lleva tiempo olvidándose de su otra cara. Lleva tiempo sintiéndose más grande. Sintiéndose más llena. Sintiéndose.
Y es que, ante una mirada que ve, su padecer no podía ser más obvio.
Resulta que ha encontrado un par de  ojos amarillos a los que mostrarle su cara oculta. Esa cara donde esconde sus cráteres más bonitos. Las cicatrices de todos sus ciclos lunares.
Que ha topado con un pelaje pardo al que iluminar en cada ocaso. Que de entre todos los aúllos de la noche sólo uno hace que ella esté llena.
Quién habría imaginado que a esta luna le cuesta conciliar el sueño sin un poco de ayuda. Que precisa de la nana que el joven lobo aúlla. Que, desde la distancia, ella le guía con su luz. Y él con su voz. Que se buscan en la noche, y se extrañan por el día.
Cómo adivinar que para la luna el cielo se halla en tierra firme. Que se siente cada vez menos en las nubes cuando el día se apaga. Que lo de mantener la cabeza en el suelo para ella es un sueño por cumplir. 
Y ¿cómo contar los días necesarios para cumplir un sueño cuando la distancia y el tiempo son relativos? Cuando hay días que duran la mitad y noches que valen por tres. Cuando son los kilómetros de más los que menguan en un par de palmos. Palmos que permiten hasta oler. 
La distancia y el tiempo tienen poco que aportar a esta historia. Dejan de tener credibilidad cuando se miden en sensaciones, o en suspiros. Cuando se miden en ilusiones, o esperanzas. 
Pierden protagonismo cuando la distancia tiende a variar y el tiempo a detenerse noche tras noche, cuando el lobo se quedaba anonadado contemplando la majestuosa presencia de la luna, ajeno a que sin sus aullidos ella no sería tan brillante.
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jotasbody · 12 years ago
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You can call me fake.
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         Percy está triste.
Y a mí se me parte el corazón. Al fin y al cabo, llevo demasiado tiempo junto a él. Se podría decir que le conozco de toda la vida, aunque es muy posible que nunca acabe de hacerlo. Veréis, él siempre me sorprende tomando alguna decisión no esperada, o esperando que alguna decisión sea tomada.
Estar tan unidos no es suficiente para llegar a entendernos. A veces siento que habla un idioma diferente, que tiene su propio lenguaje, que actúa por impulsos, que dice cosas que no debe.
A Percy le gustan los retos. Y creo que es por eso que su pie derecho es el último en tocar el suelo cada mañana. A él le gusta formar parte del mundo, aunque el mundo salga mal. Le gusta jugar a hacer castillos humanos y ser el naipe que no cae. Le gusta intentar.
Siempre unta de mantequilla ambos lados de la tostada, pues la mala suerte no está hecha para él. A él lo que le va son los días nublados, las vidas de plástico, los sentimientos ortopédicos, y la llorera que sufre cada vez que un gigante cae.
Percy es un chico seguro. Al menos es lo que intenta ser, aunque a veces se tenga que tapar la boca para que el corazón no se le escape.
Nunca sale de casa sin olvidarse las prisas, y sin alguna banda sonora que le acompañe. No soporta perder el tiempo, pero lo hace por rutina. Y, por supuesto, jamás ha salido a la calle sin preguntarse si el resto del mundo está ciego.
A él le gustan los días que cumplen, pero no prometen. Prefiere las cosas que mojan, la gente que baila, las historias tristes, los ojos que le miran, y el número 2.
Percy consigue todo lo que quiere. O eso es lo que todos piensan cuando le ven. Dicen que él sólo navega por océanos de hielo. Lo que no te dirán es que vuelve a casa sobre su tabla de naufrago. Que él es esa pieza del puzzle que siempre se pierde. Que se pierde entre sus sueños. Que siempre se pierde.
Percy está triste, pero os dirá que ha sido afortunado en la vida. Que no cambiaría su condición. Que jamás va a dejar de intentar.
Él es una persona aferrada a una jaula. Una persona que nunca ha vivido su momento. Su momento lo ha vivido a él. Y, Dios, ¡cómo le ha vivido!
Puedo ver la forma en la que siempre parece saber qué hacer, y ese control que tiene para no permitir que un ápice de duda se refleje en su rostro. Le envidio como nunca nadie le va a querer. 
Hace días que le observo más de cerca, y he podido comprobar lo que le gusta hacer buenas acciones, y lo que le cuesta reconocerlo. He podido ver como evita mirar a las personas que intentan desde el corazón, porque ante todo se empeña en sujetarse la máscara contra la cara. 
Adiós es su mentira favorita. El amarillo su color. Y la bombilla su mejor estrella.
Él prefiere lo invertido. Prefiere la comida que mancha. Las experiencias que manchan. Las personas que manchan. 
Adora el silencio, pero le aterra la soledad. Le asusta la muerte, pero le atrae como el cadáver atrae al cuervo. Y sabe que su parca será la vanidad. 
No es una persona supersticiosa. Son los espejos los que no reflejan en siete años cuando él se rompe en pedazos.  
Cuando ves por primera vez a Percy no te das cuenta de cómo es en realidad. Lo que sí podrás ver es que parece pertenecer a otro lugar, a otro tiempo. Cuando le miro siento que se le está desperdiciando. Que se le malgasta día a día. 
Cuando le observas por primera vez, no ves que Percy está triste. No ves que detrás de esa distante fachada se esconde una persona increíble. Y humilde.
Espero que todo esto haya servido para que conozcáis un poco mejor a Percy. Para que sepáis reconocerlo cuando le veáis deambular por la ciudad. Para que no os imponga su cortante actitud, su mala cara, su sucia mirada. 
Lo que verdaderamente espero es que le deis una oportunidad. Que consigáis llegar a verle. Que sepáis apreciar. Que sepáis entender la mentira que albergo al decir que es para un amigo. 
Porque es para un amigo. 
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jotasbody · 12 years ago
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Todo lo que sé de la vida se me ha olvidado.
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  … ‘Juguemos al ajedrez. ¿Qué podría pasar?.’ Dijiste eso y se me dibujó una sonrisa en la cara. Me encantan las competiciones, adoro los desafíos, jamás podría haberme resistido. Y tú lo sabías muy bien.
  — Alfil a A3.
— Peón a D6.
— Alfil a D6. Te como el peón. Y la cabeza.
— Peón a D6. Te quedas con un alfil menos. Y con ganas de más.
— Caballo a G3. Extraña jugada que te deja en vela una noche. O dos.
— Peón a E6. Estoy tan confuso que te dejo entrar.
— Torre en labios ajenos. Jaque Mate.
— Reina a lugar seguro. Reina sale del tablero. Reina pierde la cabeza.
Supongo que esto es lo que puedes esperar cuando juegas contra un campeón del ajedrez. Lo que no esperaba es que tú quisieras jugar en el otro bando. Jugar con alguien diferente. Jugar conmigo.
Si miro atrás no veo a una persona guapa, veo a una que me gusta. Tampoco veo a alguien feliz. Veo una ciudad que no es la nuestra. Veo redes, veo trampas, y veo arañas. Pero lo que más veo son olvidos.
Si miro atrás, te veo a ti. Veo tus gustos. Y todo lo que ocultas detrás.
A ti te gusta llamarme Paul Halliwell, y a mí hacerme el solitario.
Te gusta lanzarme miradas, y a mí perderme en ellas. Y es que he olvidado que detrás de esos ojos no se oculta nada bueno. Pero juro que esa mirada atravesaría cualquier barrera que yo pudiera crear.
Me he olvidado de cerrar la puerta con llave. Y de contar hasta 10.
He pasado por alto el hecho de que esa sonrisa tuya enseñe demasiado los colmillos. Y me he hecho el loco cuando se te ha salido la garra del disfraz.
Ya no recuerdo qué se esconde más allá de ese cigarro y esa mueca diabólica. Y, por supuesto, no tengo ni idea de que después de esta noche seremos desconocidos.
Me he olvidado de que no todo el mundo juega al ajedrez con las mismas reglas. Y he olvidado decirle a Inocencia que no venga esta noche.
Así que aprovéchate, porque todo lo que sé de la vida se me ha olvidado.
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jotasbody · 12 years ago
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Agosto.
Me despierto otra tarde más, tropezando con la vida. Me siento sobre la cama y observo mi alrededor. La luz entra con dificultad por la persiana, justo como me gusta. Y yo me encuentro rodeado de ese desorden que tanto me ordena.
Si miro al suelo puedo ver una bonita alfombra hecha con la ropa de anoche y algunos papeles de historias del pasado. Estaría desnudo si no fuera por la piel que me acompaña, y de la cual no consigo salir. Y no es que no me agrade mi disfraz, es sólo que me gustaría poder completar mi alfombra algún día.
Si mi pelo alborotado me permitiera ver el techo, encontraría en él una ya anticuada lampara, sobre la que estarían revoloteando todos los pájaros que se escaparon de mi cabeza al despertar, y que regresarán a su jaula cuando el reloj marque media noche.
Todo apunta a que me encuentro en un día tan ordinario como cualquier otro. Para mi sorpresa, te he pensado. Y eso no tiene nada de ordinario.
Llevas poco tiempo en esto de colorear mis días, y para qué engañarnos, se te da bien lo de no salirte de las líneas.
No eres consciente de ello, pero me has hecho darme cuenta de que estamos a finales de verano, y casi me olvido.
Verás, hay un mes en mi calendario que está cogiendo la costumbre de conseguir abrirme, con todo lo que una puerta abierta conlleva. Una puerta de entrada. Y de salida.
Siento que es el momento de enterrar el muerto. De pulsar el reset. De cambiar la distribución de mi desorden. Y de reírme de ese final feliz que siempre se va por el desagüe.
Puede que decida no vivir más días comunes. O levantarme con algo más que el guapo subido. Quizás incluso me proponga olvidarme de las costumbres.
Lo que sí tengo claro es que quiero empezar con el pie derecho. Y no sólo al levantarme.
Así que:
Hola, puedes llamarme Jota, y estoy encantado de conocerte.
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jotasbody · 12 years ago
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Un Instante de Regreso a Diciembre.
Echo de menos su cerebro.
Quiero volver. Volver. Volver a Diciembre. A los pensamientos benignos. Volver a pagar el precio de la indiferencia. Volver a permitirme el lujo de sonreír con miedo. Devolverle al miedo la posibilidad de ser bonito de nuevo. De volver. Volver de nuevo. Volver.
Ésta es la historia más triste que jamás haya contado. Es la historia de una mente en retroceso, de una estación fría, de un corazón de hielo, y de otro en llamas. Y, ¡Dios!, no sabes cómo la echo de menos.
Ambos corazones se encontraron en el invierno, y cada cual siguió su naturaleza.
Cuando uno mantenía las distancias, el otro invitaba a pasar. Mientras que el frío de uno se camuflaba con el ambiente, la luz del otro brillaba en toda la ciudad. Si uno se acercaba, el otro salía dañado. Cuando uno se alejaba, la rareza del otro le llamaba. 
Mientras que el corazón en llamas ansiaba consumir lo que el otro escondía en su interior, al otro le esperaba una muerte a largo plazo. Las dudas se convertían en tendencia. Pero, ¿a quién podría escuchar un corazón indeciso?
Hay quienes dirán que los polos opuestos se atraen.
Mentirán.
Los opuestos no se atraen, se buscan. Ansían lo diferente, sacar en provecho lo que el opuesto alberga. Alimentarse. Disfrutar. Y volver a casa. Siempre volver. 
El final de esta historia es lo de menos.
Qué más dará si el ardiente corazón se consumió antes de tiempo. Qué más dará si sólo quedaron cenizas. O si me perdí en tus manos de fuego. Qué más dará si regreso a diciembre constantemente.
Qué más dará si echo de menos tu cerebro. 
Lo que importa es que hoy es verdad todo lo que ayer era mentira. 
“Y que te alejes para hablar por teléfono. Y sentir un escalofrío.                                           Y volver a malculpar al invierno”.
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jotasbody · 12 years ago
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Te gano a perder.
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                            Perdedor. (Adj. de perder; del lat. perdĕre).   1. Dícese de aquel que no consiguió lo que deseaba.   2. Que pierde   3. Se dice de aquella persona que no alcanza las expectativas de un colectivo.   4. Yo.
Perder se me da bien. De hecho, creo que es lo que mejor sé hacer. Y es que me he pasado años perfeccionando esta técnica. 
Veréis. He perdido apuestas, terreno, las ganas, la voz. He perdido el tren. Los trenes. La maldita estación de ferrocarriles entera. 
He perdido altura. Y mis gafas de verte bien. 
He perdido miedos. Esperanzas. Y personas. Te he perdido a ti, perdí a James Dean, y me sigo perdiendo a mí mismo cuando me descuido. 
Algunas noches he estado perdiendo el sueño, la confianza. Diría que alguna vez he llegado a perder la cabeza.
He perdido estabilidad. Me he olvidado en alguna parte el camino de vuelta. Y el de ida. 
El primer punto cardinal que perdí fue el norte. Ahora conservo los de sutura. 
No encuentro mis zapatos de bailar, supongo que los habré perdido también. Junto a la sonrisa de fingir. 
Incluso hay quien dice por ahí que suelo perder los papeles, aunque yo siga sin saber qué papeles son esos. 
Me he perdido historias. He perdido credibilidad. He perdido el tiempo.
He perdido, a secas. 
Si has llegado hasta aquí, estarás de acuerdo en que soy un buen perdedor. Y un buen perdedor sabe reconocer muy bien una pérdida, incluso antes de que suceda. 
Ahora ya sabes lo que no tengo. Lo que soy.
Espero que estés preparado, porque he venido a hacer lo que mejor se me da.
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jotasbody · 12 years ago
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Tienes las lágrimas más bonitas que he visto nunca.
             Tenías las rodillas poco maltratadas cuando corrías detrás de una revelación. Y de mí. 
Yo no me dejaba alcanzar. De algo tenía que valerme ese doctorado en huidas que tanto me costó tener. 
Pero tú nunca parabas de correr. Y mientras tus rodillas bailaban inconscientemente, yo me dediqué a atar con fuerza el nudo de tu garganta.
Ni siquiera entonces abandonaste la carrera. El cuarto de baño fue tu meta, y tu prisión. El llanto retumbó en toda la casa. Y en mí. 
Me sentí culpable sin culpa. Probablemente sentí mal. Pero ser penado no está tan mal cuando va acompañado de tanta belleza.
Si algo admiré en ese momento, fue ver como la inocencia, con su falda azul, se sacudió las rodillas para volver a la carrera. 
No sé si fue su primera caída. Lo que sí sé es que no fue la última. 
Y es que sobre el corazón más duro llovió el día que te viste sola y traicionada. Por suerte para mí, esa vez no ayudé a poner la zancadilla. 
Van a hacer ya ocho años los que llevo junto a la chica azul, viendo como sus rodillas cicatrizan. 
Y puede parecer atrevimiento, pero quiero que tumbes ese ocho, y que nos sitúes a cada lado. Porque no quiero perderme ninguna de tus lágrimas. 
Espero que nunca dejes de correr.
Y que te caigas.
Y que siempre te levantes.
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jotasbody · 12 years ago
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Para variar, recuerdo.
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                                         Tengo un recuerdo aquí clavado, entre lo vivido y lo inventado. Una espina del pasado, que nunca he querido sacar.
Tengo un recuerdo de verano, de esos que hacen que las orejas y las labios casi puedan darse la mano.
Recuerdo cuando mandábamos un ojo a dormir, mientras el otro lo dejábamos despierto.
Y recuerdo todas esas ojeras que me diste de recuerdo. 
Recuerdo el constante 'tira y afloja', y a mí preguntándome cuando se haría evidente que me dejaba ganar. Que me moría de ganas por ser yo quien cruzara la raya.
Resulta que me gane a pulso lo de recordar.
Recuerdo que todo consistía en abrir la palma de la mano y seguir la línea. Y abrirse paso a cuchillazos, si era necesario. Recuerdo que me preguntaba si tú la seguías. Yo sí que lo hacía.
Recuerdo que solía mirar adelante, y descubrir que te habías quedado muy atrás. Que a ti lo del presente te venía grande. Que eras más de recordar. 
Recuerdo un recuerdo, creado para recordar. 
Un recuerdo aquí guardado, en el órgano de cristal. Un recuerdo ya oxidado, de lloverle más de lo pactado. 
Y es que cualquier día me muero, de tanto recordar.
Aquí, recordando recuerdos, para variar. 
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