#futbol llanero
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Por alto que esté el cielo en el mundo
Me acuerdo la primera vez que leí Las Batallas en el Desierto, tenía catorce años y estaba en segundo de secundaria. Me lo dieron en mi clase de español, ese libro tan flaquito de apariencia tan barata (asumo que cuesta no más de cien pesos). Una señora cincuentona se sentaba en la portada, ella muy coqueta y provocadora para el momento: el vestido sutilmente subido para enseñar pierna y los ojos tapados con un rectángulo negro... quién sabe por qué. Imaginé que sería un libro de aventuras, algo similar a Las Mil y Una Noches; después recordé que el autor era mexicano y por alguna estúpida razón asumí que sería una aventura estilo Indiana Jones mexicanizado, tal vez en el desierto de Sonora.
Pero todas mis suposiciones fueron incorrectas. Las Batallas en el Desierto es una novela de nostalgia; es una colección de recuerdos sobre una época de la ciudad. Habla de la sociedad mexicana, los complejos de la clase media que ha cambiado el tequila por el whiskey, De los nuevos sabores como el de la coca cola que dejó el agua de jamaica atrás. Habla de la colonia Roma y sus heladerías, de la radio. Habla del cha cha chá y la llegada del rock 'n' roll. Habla del imponente gabacho entretejiéndose con la sociedad mexicana. Pero sobre todo, cuenta la historia de Carlos, un niño de ocho años, quien entre todo ese panorama lidia con un amor perfectamente imposible.
Ya casi a seis años de que el autor de esta novela, José Emilio Pacheco, murió. Hoy quiero compartir la primera página de esta historia, que es sin duda, una de mis primeras páginas favoritas:
Me acuerdo, no me acuerdo: ¿qué año era aquél?; Ya había supermercados pero no televisión, radio tan sólo: Las aventuras de Carlos Lacroix, Tarzán, El Llanero Solitario, La Legión de los Madrugadores, Los Niños Catedráticos, Leyendas de las calles de México, Panseco, El Doctor I.Q., La Doctora Corazón desde su Clínica de Almas. Paco Malgesto narraba las corridas de toros, Carlos Albert era el cronista de futbol, el Mago Septién trasmitía el beisbol. Circulaban los primeros coches producidos después de la guerra: Packard, Cadillac, Buick, Chrysler, Mercury, Hudson, Pontiac, Dodge, Plymouth, De Soto. Íbamos a ver películas de Errol Flynn y Tyrone Power, a matinés con una de episodios completa: La invasión de Mongo era mi predilecta.
Estaban de moda Sin ti, La rondalla, La burrita, La múcura, Amorcito Corazón. Volvía a sonar en todas partes un antiguo bolero puertorriqueño:
"Por alto esté el cielo en el mundo, por hondo que sea el mar profundo, no habrá una barrera en el mundo que mi amor profundo no rompa por ti".
Sé que en algunos años yo estaré diciendo lo mismo: "Fue el año del EZLN y de las Spice Girls. Kurt Cobain se acababa de morir" o bien "Fue el año en el que Miley Cirrus hizo un enorme escándalo" o chance "En aquel entonces había grupos de autodefensa y Michoacán era un estado perdido". Por lo tanto, creo que lo que más me gusta de esta historia es que todos se puedan relacionar con una época perdida en el tiempo y se queden con la ilusión de contar la del suyo.
P.D: Si no entendieron de qué se trata la novela, Café Tacuba lo explica mejor que yo: https://m.youtube.com/watch?v=gsS_2ZDfjlg
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Su sociedad como visión de los vencidos: el naco quiere aprender karate, le apuesta su alma al Cruz Azul, ahorra con sus amigos para jugar squash una vez al mes, le tupe al futbol llanero, sigue iniciándose con prostitutas, le entra ilusionado a los cursos de inglés de donde nunca saldrá a conversación alguna. Seré sintético: enajenada, manipulada, devastada económicamente, la naquiza enloquece con lo que no comprende y comprende lo que no la enloquece. Y para qué más que la verdad: la naquiza hereda lo que la clase media abandona.
Carlos Monsiváis, “No es que esté feo, sino que estoy mal envuelto je-je (Notas sobre la estética de la naquiza)”
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Ex técnico de Atlético Nacional llegaría a Llaneros FC
Ex técnico de Atlético Nacional llegaría a Llaneros FC
Llaneros FC se encuentra en negociaciones con Alejandro Restrepo. La información fue publicada en el portal especializado en fichajes del fútbol internacional, Transfermarkt Colombia, donde en el top de posibles contrataciones, se habría conocido el interés de las directivas de Llaneros Futbol club, de convocar a Restrepo para finalizar el campeonato de segunda división del primer semestre. A…
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Sobre la violencia en Querétaro
Foto: Twitter: @JosueDanielFG
Por Antonio Tamez
Una semana antes de la masacre del Corregidora me visitó para la cena un famoso editor y bibliotecario de la ciudad. Conversamos acerca de la ciudad y de lo que implica vivir en ella: el asqueroso clacismo y el conservadurismo rampante —para empezar—; pero también la tensión social, la rivalidad entre vecinos, la competencia entre colegas, la desconfianza como sistema, cuya densidad se percibía en la vida cotidiana con un peso mayor al que tenía en otros lugares, incluso en la capital del país.
¿De dónde provenía esta violencia y porqué aquí se reproducía tan viciosamente? Era la precariedad laboral y la frustración salarial, pensamos mi amigo y yo, pero tampoco profundizamos mucho más. Se hizo tarde y nos despedimos con un abrazo.
Un día después de la masacre del Corregidora, la tuitera @lafalsatortuga escribió:
Ayer, en Querétaro, abrieron una puerta al infierno, porque eso es lo que hicieron. Y ahora andan diciendo que no hubo muertos, como si eso aligerara lo que pasó. Pero todas las intenciones, la agresión a los cuerpos inertes y la locura desatada fue la misma.
Una semana más tarde, Diógenes Skatescritor posteó en Facebook:
Oigan, cerrarán el Corregidora, pero les recuerdo que acaban de remodelar el Estadio Municipal, donde por cierto, las porras de gallos se peleaban desde 1950, sí, por un "pinche partido de fultbol. Y aún quedan más de 10 canchas de futbol llanero, donde las batallas campales siempre son la cereza del pastel, más todas las que hay en las colonias y barrios, donde se madrean desde que llegó el futbol a Querétaro.
Es cierto, la violencia ha estado presente hasta en los mejores eventos y no parece que sea característica de algún sector social en específico. A mi nunca me ha gustado el futbol, pero recuerdo en mi temprana juventud haber tenido que huír de tres peleas campales: una en el concierto de Café Tacuva en el Club de Leones, otra en una tocada de ska en San Francisquito y otra más en una juripeda, es decir en una masiva fiesta fresa en el fraccionamiento residencial de Jurica Campestre.
Recuerdo la golpiza de los Emos en marzo de 2008, un fenómeno cuya falta de lógica traspasó agudamente a toda una generación y que sin embargo, —a partir precisamente del modelo queretano —, fue replicada en muchas otras ciudades del mundo.
Recuerdo cuando en 1999 quería ser gótico y el evento de los “darketos satánicos” me hizo dejar de vestirme de negro por el miedo a que los tutores de la secundaria católica en la que iba fueran a cuestionar la relación que mantenía con la oscuridad.
Pareciera como si nuestra historia reciete fuera una aburrida línea del tiempo de amplicaciones urbanas y buenas costumbres interrumpida por acontecimientos de una violencia atroz. Detrás quedaban, además de los zafarranchos de siempre: el misterio de la BMW negra, los policías que asesinaron a Octavio Acuña por ser homosexual, las residencias del Mochaorejas y del Señor de los Cielos, el triple infanticidio de la Mijangos y el portazo en el concierto de Rod Stewart, por mencionar algunos.
Lo que vuelve histórico a dichos eventos y que los conecta con la masacre del sábado 5 de marzo de 2022, es la conmoción que producen en una sociedad que se percibe a sí misma como no violenta. La publicidad de dichos eventos presupone un encuentro de la sociedad consigo misma y nuevamente la negación que consume el sueño queretano hasta que explota. El “Querétaro es súper seguro” (que después con el tiempo ha derivado al “Querétaro es todavía seguro”, o el más resignado “Querétaro es seguro dentro de lo que cabe”) que todos al final siempre optamos por creer.
Creciendo aquí uno aprende que las versiones oficiales son siempre secretos a voces. ¿Qué fue realmente lo que pasó en La Correjidora? Las imágenes infernales no dejan espacio a dudas. Pero, ¿fue la falta de seguridad en el estadio?, ¿el pleito casado entre las barras del Atlas y del Gallos? ¿la brutalidad histórica de los hinchas de Querétaro?, ¿la locura colectiva?, ¿un ataque paneado?, ¿la intervención del crimen organizado?, ¿o todas estas cosas juntas?
La respuesta estatal fue rápida y sin mayores explicaciones. La presentación de los sospechosos fue una puesta en escena, a uno dizque lo entregó su mamá. Ningún servidor público fue retirado del cargo. Las sanciones al equipo, a la afición, a la Federación y a la administración del inmueble fueron mínimas. Nadie creímos nada y tampoco nadie se sorprendió. Todos dimos por entendido que había muchísimo dinero involucrado en todo eso y que por este motivo el gobernador había hecho precisamente aquello por lo cual los queretanos lo habían votado: salvaguardar la paz, el orden y el progreso.
¡Viva Querétaro, tierra de oportunidades!
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RECUERDOS DE PULQUE Y AGUAMIEL
Este texto lo presenté en el 7o Congreso Nacional del Maguey y el Pulque
RECUERDOS DE PULQUE Y AGUAMIEL (UNA CRÓNICA ETNOGRÁFICA, CASI POÉTICA)
Luis de la Peña Martínez
Para quienes nacimos y crecimos hace ya algunos ayeres en la Ciudad de México, nuestras referencias al pulque quizá sean distintas a la de los habitantes de otros lugares de la república, pero ello no significa que en este contexto urbano no haya algunas remembranzas ligadas a esa bebida en la forma de vida de los barrios tradicionales o de las áreas semi rurales, periféricas y conurbadas. En mi caso, viví parte de mi infancia y adolescencia en una zona próxima a la Calzada de la Viga (conocida antiguamente como Acequia Real o Canal de la Viga) en donde aún permanece una de las más añejas pulquerías denominada “Los hombres sin miedo” y donde también existió ahí otra de las pulquerías de vieja fama, “La pescadora”, que hoy todavía sobrevive en la zona oriente de la ciudad. Pero si de recuerdos se trata, el primero que tengo al respecto, son las visitas que con mis familiares hacíamos a San Pedro Atocpan en los años setenta del siglo pasado, en la que hoy es Alcaldía de Milpa Alta, esto en el día del santo patrono del pueblo. Ahí descubrí la palabra y el sabor del “Aguamiel”, un recuerdo que permanece inalterado y evoca la suave dulzura de un líquido que se ofrecía como un agasajo a la hora de compartir en la mesa los platillos de una casa con una amplia cocina en que se combinaban el mole, el arroz y los frijoles contenidos en grandes cazuelas de barro. No en balde San Pedro está considerada como la “Capital de el mole”.
El recuerdo de un sabor como el del aguamiel, es igual a la resonancia que desde entonces quedó en mí al escuchar esa palabra. Si el nombre de otras bebidas, como el del “aguardiente”, advierte de sus probables efectos al sentido del gusto y al cuerpo en general, el del “aguamiel” es un nombre que predisponía, por el contrario, al paladar a probar algo así como un néctar. Un sabor que no necesita de ningún otro añadido, que remite a una pureza de su origen y forma de extracción. Las imágenes, casi idílicas, que se nos contaban por parte del anfitrión de la casa que nos acogía en esas visitas, de la forma en que se abastecían de la bebida en las magueyeras del pueblo el mismo día por la mañana para traerlo lo más fresco posible a la hora de la comida, lo volvían un privilegio del que nos sentíamos afortunados de poder degustar. La jarra transparente en que se tenía el aguamiel al centro de la mesa era escanciada en los vasos de quienes, como yo, siendo apenas un adolescente, nos decidimos a probarlo, su delicada consistencia se alargaba al momento de servirlo simulando los hilos de una clara miel finísima (ambarina o traslúcida). Creo que no he vuelto a probar ese sabor de igual modo que aquella enigmática “primera vez” en que mis papilas gustativas fueron “desfloradas” por ese nutricio y digestivo alimento, complemento perfecto para la gran comilona a que nos tenía acostumbrado el compadre de mi tía Lupe, por quien ahí nos encontrábamos. El compadrazgo con mi tía era debido a que ella era doctora y realizó su servicio social siendo una joven estudiante en esa comunidad de San Pedro Atocpan, por lo que atendió en su estancia múltiples partos y por ende estableció una relación de parentesco ritual con la persona, músico de oficio, que nos recibía cada año en la fecha ya mencionada. Y, precisamente, todo era ritual en esas visitas, desde la llegada hasta la despedida: se acudía a la feria callejera y a la festividad en la iglesia situada en la parte alta de San Pedro. En la feria se podía conseguir, como en toda feria de pueblo que se respete, los panes hechos con pulque y otros, grandes y redondos, con leyendas y dedicatorias tan sorprendentes como aquella que decía: “Para mi pinche suegra”. El ambiente de bullicio constante y la alegría del jolgorio de la feria contrastaban con la respetuosa devoción y las muestras sencillas de la fe de los habitantes que acudían a celebrar a su santo patrono y a la sagrada imagen del Cristo negro, fabricado con pasta o gabazo de maíz, que data del siglo XVI y que se encuentra en el conocido como Santuario del Señor de las Misericordias, lo que implicaba una larga caminata de ascenso hasta la cima del poblado y de regreso a la casa que visitábamos. Si atendemos a la etimología del topónimo “Atocpan” en náhuatl (“sobre tierra fértil”) uno piensa inmediatamente en sus paisajes llenos de maizales, nopaleras y magueyales y en el sentido de llamarle a la demarcación a la que pertenece como Milpa Alta, un territorio casi rural, lo más parecido a vivir en alguna otra población de “provincia”, aunque con los mismos problemas de una ciudad como la de México. Y ya que me he referido a recuerdos con mi querida y entrañable tía, también me acuerdo de que alguno de sus pacientes, agradecido, le hacía llegar en su cumpleaños una caja con merengues preparados con pulque, los que eran codiciados por todos quienes nos encontrábamos en su casa ese día festejando. Ese suave sabor que se derretía en la lengua de a poco endulzó nuestros días en aquellas ya lejanas reuniones familiares.
En cuanto a la zona de la Calzada de la Viga, situada en la Alcaldía de Iztacalco, yo viví parte de mi infancia y adolescencia en la casa de mis abuelos y mi tía Celia, quien como mi otra tía también fue doctora. Ahí pude contemplar el proceso de “urbanización” acelerada que fue transformando un paisaje con terrenos donde todavía en la década de los sesenta se cultivaban betabeles, rábanos, lechugas y zanahorias y sobrevivían algunos magueyes, hasta convertirse en casas de clase media y luego en unidades habitacionales populares en los setenta. Amplios espacios que denominábamos el “llano” (en donde, precisamente, se disputaban encuentros de futbol llamado “llanero”) o la “arboleda”, e infinidad de “lotes baldíos”, lugares habitados por fauna y flora diversa, donde atrapábamos de niños chapulines, jicotes, mariposas y pequeños ajolotes en los charcos de agua lodosa, rememoración de un límpido horizonte sin tantas construcciones que permanece en mí como si mi mirada infantil lo hubiera guardado para siempre. Esa zona se encontraba a la orilla de lo que fuera antiguamente el Canal de la Viga y colindaba con el antiguo barrio de Santiago, del pueblo de Iztacalco. Precisamente, ahí se mantiene aún, como ya lo mencioné, la pulquería “Los hombres sin miedo” (fundada en 1895). Dicho nombre siempre llamó mi atención, tal vez porque sugería un lugar al que asistía gente envalentonada y pendenciera. Después supe que el nombre fue puesto porque el dueño (Andrés Díaz Ortiz) había sido una persona dedicada al toreo y a organizar corridas clandestinas cuando estas fueron prohibidas. No sé si esto tenga relación con el verbo “torear”, utilizado para referirse a la venta informal o ilegal de pulque.
Santiago, como muchos barrios tradicionales, tenía (o tiene) su iglesia, su plaza, su “botica” (como se llamaba entonces a las farmacias) y su mercado, y de niño y adolescente yo acompañaba a mis abuelos a hacer las compras y a conseguir productos para el hogar como madera y petróleo para encender el boiler o calentador de agua, y en ese recorrido nos topábamos con esa legendaria pulquería, que a la fecha sigue como punto de referencia del barrio. Y como de otra galaxia de la memoria, me viene una imagen del vuelo de los danzantes (como los de Cuetzalan o Papantla) que pendían de cabeza amarrados a un gran tronco o “palo”, en algún día festivo en el barrio, vistos desde la azotea de la casa de mis parientes. El antiguo Canal de la Viga fue una vía fluvial hasta comenzado el siglo XX (hasta los treinta, por lo menos). Se cuenta que en ella llegaron a transitar incluso, en el siglo XIX, algunos buques de vapor, como aquellos que cruzaban en aquel tiempo el Río Misisipi en Nuevo Orleans, además de las tradicionales trajineras o chalupas que transportaban flores, legumbres y otros alimentos desde Chalco y Xochimilco al centro de la Ciudad de México. Fue un sitio muy popular y se consideraba uno de los lugares de paseo más concurridos durante mucho tiempo. Por ello la venta y el expendio de pulque fue una actividad constante a lo largo del Canal, como fue el caso de la existencia de una pulquería llamada La fragata, ubicada a la altura del puente de Jamaica (donde antiguamente se hallaba la aduana o garita en que se permitía el paso de mercancías hacia el centro de la ciudad), un nombre con antiguas resonancias bélicas de embarcaciones marítimas.
De hecho, quedan testimonios fotográficos (y hasta cinematográficos) de esa época, así como litografías que retratan a la gente disfrutando del paisaje arbolado y de las actividades comerciales que ahí se llevaban a cabo. Este ejercicio de la memoria histórica se mezcla con la memoria personal, como cuando yo imaginaba la forma de vida en las Casas Quintas, como se les llamaba, grandes casas de campo o descanso que se ubicaban cercanas al Canal de la Viga y que yo todavía llegué a conocer, como la denominada Casa Quinta Pachuca. Casa con altas palmeras y tapias cubiertas por las yedras. Era este un paisaje que todavía podemos imaginar reconociendo algunos rastros que permanecen ocultos entre la selva urbana. Por cierto, el nombre de “Canal de la Viga”, anteriormente también conocida como Acequia Real, fue debido a que se colocaba una viga de madera para poder cruzarlo. Es por ese carácter acuoso por lo que se le conoce como Iztacalco a esa demarcación o alcaldía (“En la Casa de la sal” o “Pueblo de la sal”), ya que de ahí se obtenía la sal de las aguas provenientes del antiguo Lago de Texcoco y por ello todavía en las paredes de algunas casas se presenta gran cantidad de salitre, ahí se producía el mineral llamado “tequesquite” (palabra que significa “piedra que brota o eflorece por sí sola”) esto es, una sal en forma de piedra que emergía de las aguas en tiempo de sequía, que en la época prehispánica se utilizaba a modo de práctica tributaria y de intercambio comercial, y que servía para condimentar los alimentos. Con el tiempo, esa vía fue desecada hasta convertirla en una larga calzada pavimentada, que conservó el nombre “de la Viga”, la que llega hasta donde se encontraba el originario mercado de pescados y mariscos, así conocido, que luego posteriormente fuera trasladado a la Central de Abastos en el oriente de la ciudad, y que ahora se le llama “La nueva Viga”. Cerca de ahí yo vivía con el resto de mi familia en la Colonia Tránsito (en donde, por cierto, se han descubierto recientemente vestigios de antiguas chinampas) y también después mi familia se trasladó a la colonia Cuchilla de la Agrícola Oriental. Cuento esto porque algo parecido ocurrió con la pulquería “La pescadora” (fundada en 1950), cuyo nombre remite a esa zona comercial, aunque se situaba más bien en el barrio de Santa Anita, en la misma Calzada de la Viga, y luego emigró más al oriente de la ciudad, primero a la Alcaldía Venustiano Carranza y luego a la Cuchilla Agrícola Oriental y ahora a la Avenida 241 o Avenida Javier Rojo Gómez (hoy Eje 5 oriente) de la Agrícola Oriental. Quizá esta remembranza resulte demasiado personal: una crónica acerca de lugares y de costumbres de que fui testigo, como, por ejemplo, recuerdo ahora una pulquería situada en la Agrícola Oriental (del otro lado del Canal de Churubusco, que dividía la “Cuchilla” en que yo vivía de esa otra colonia, cuando el Canal, para entonces receptáculo de “aguas negras” y basura, todavía no estaba cubierto), pulquería que se llamaba “El magueyito” y que, como otros de esos espacios de esparcimiento, con el tiempo y las transformaciones urbanas (arquitectónicas y de costumbres) fueron desapareciendo. Estos desplazamientos son típicos de esta ciudad en que la memoria tiene que ser constantemente reconstruida y en que de una generación a otra los nombres son cambiados como si el pasado poco importara: ciudad antigua cruzada por ríos y canales que hoy son sólo imágenes fantasmagóricas.
Así, de esta manera, es que recuerdo también mi primera borrachera con pulque en el ya mencionado barrio de Santiago, en una fiesta a la que llegué, quién sabe cómo y porqué, a una casa donde en un perol se había preparado una gran cantidad de pulque, curado no sé si con durazno o alguna otra rica fruta, pero cuyo sabor me atrapó inmediatamente, sin pensar en las consecuencias del exceso de bebida. Lo que sí recuerdo es que el anfitrión de la casa me habló de que le habían agregado unas latas de leche condensada “La lechera”, como para que tomara más cuerpo y dulzor.
En fin, que esto que no deja de ser una mera anécdota personal, refleja un comportamiento cultural de ciertas zonas urbanas (y conurbadas) donde el consumo del pulque era perfectamente normal y, me atrevería a decir, consuetudinario. Si bien mis abuelos vivían en una colonia de la tan pretendida clase media de aquella época, la Reforma Iztaccíhuatl (llamada así, tal vez, porque desde las azoteas se podía ver a la distancia al volcán de la “Mujer dormida” o “blanca”), el ir al barrio de Santiago era como cruzar a otro mundo diferente. De hecho, recuerdo a una familia humilde, la única, que mandaban diario a sus hijos ahí a comprar pulque para la comida en algún contenedor de plástico o en el envase de un refresco.
Eso era visto “con malos ojos” en algunas nuevas colonias y asentamientos urbanos, habitadas por los “nuevos ricos”, y tenía su lado transgresor en los jóvenes rebeldes que acudían a las pulquerías de barrio y consumían marihuana u otras drogas. De hecho, al barrio de Santiago se acudía a las “tienditas” a conseguir la preciada yerba. Ese ambiente se fue marginando cada vez más hasta estigmatizarlo y considerarlo sólo para gente pobre, vagos y/o delincuentes.
No obstante, esa forma de vida relacionada con el pulque en la Ciudad de México quedó registrada en muchas manifestaciones artísticas y culturales, como la canción “Los pulques de Apan” de Chava Flores, donde se describe de forma humorística las características de una pulquería de barrio en la Colonia Pensil:
Se inauguró en la colonia Pensil
la pulquería de Osofronio el mayor.
Los Pulques de Apan se llama el cubil
y hubo banderas a todo color.
Con vil fuchina pintó el aserrín
con que adornara banquetas y salón.
Dio de regalos platos y jarros
con enchiladas que hicieron ahí;
harto confeti, globos y cohetes,
y hasta una banda que nos tocaba así.
Ricos curados de tuna y melón,
de avena, piña, de fresa y limón;
su carbonato pa'l tlachicotón;
jarro caliente, tarrito o "camión".
Pa' las mujeres, "Entrada especial"
servicio en l'obra, por si es asté albañil;
cuando cerramos, pos le toreamos;
para sus fiestas prestamos barril.
Los Pulques de Apan,los que solapan
los cuetes diarios de toda la Pensil.
Y en su famosa canción Sábado, Distrito Federal, hace referencia por igual a una pulquería:
Desde las doce se llenó la pulquería,
los albañiles acabaron de rayar,
¡Que re' picosas enchiladas hizo Otilia,
la fritanguera que allí pone su comal!
O, también, habría que mencionar las “intervenciones” pictóricas de Frida Kahlo y sus alumnos en una pulquería de Coyoacán (tal vez, los primeros hípsters). Así como los cuentos de Rius (Los Supermachos o Los Agachados) donde dibujaba a sus personajes (Calzonzin y Chon) dentro de un barril de pulque, en un imaginario pueblo de San Garabato, que uno leía de adolescente; o las múltiples anécdotas y dichos recopilados por Agustín Jiménez (quien residió por mucho tiempo en Tlalpan, la alcaldía en que ahora vivo) en su libro Picardía mexicana, que dio origen a películas populares y puestas en escena teatrales. En fin, esas vivencias son ya mero recuerdo, aunque en la actualidad en la Ciudad de México se vive un resurgimiento de esta cultura ligada al pulque, quizá con nuevos matices, debido a los llamados procesos de “gentrificación” y a la influencia de las redes sociales como Internet, que permite que ahora se lleve a domicilio directamente el aguamiel, pulque o miel de maguey a un precio módico, práctica que yo mismo he empezado a experimentar. Salud, pues, por los tiempos idos y por los que vendrán, en los que esta bebida, esperemos, seguirá presente en esta “Muy noble y leal Ciudad de México”.
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SAMUEL GARCÍA SE CAE AL HACER UN SAQUE EN UN PARTIDO DE FUTBOL LLANERO Así como lo lee, el senador de Movimiento Ciudadano Samuel García se cayó bien tronco al hacer un saque en un partido de futbol llanero
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Rainy day for shooting Realizacion: Yulene Olaizola Personaje: Arbitro de futbol llanero, El Pinguino Fotografia: Carlos Correa Fotografia: Geronimo Denti Generali Fotografia: A Ulloa A Malo Produccion: Gravedad Cero Films Maestros olvidados, IV Temporada Estas fotografias: Ana Lorena Ochoa Schondube
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LLaneros EF se tituló Campeón del Apertura 2018 de Segunda División
LLaneros EF se tituló Campeón del Apertura 2018 de Segunda División / #LlanerosEF #ChicoFC #FutVen / @FVF_Oficial / @Llaneros_EF
Prensa FVF WEB.- En el estadio CTE Cachamay de Puerto Ordaz el Llaneros de Guanare derrotó un gol por cero a Chico FC de Guayana y se tituló Campeón del Torneo Apertura 2018 por lo cual aseguró la final de la Temporda y el ascenso a primera división para el año 2019. El único gol del encuentro fue marcado por Darvis Rodríguez a los 77 minutos del encuentro que le permitió la victoria a los…
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Sé sutilmente franco. Pero no bajes la guardia. Se puede ejercer ese doble filo: externar tu opinión con franqueza pero no de un modo brutal. La violencia innecesaria se castiga, aun en el futbol llanero.
Alonso Ruvalcaba, El arte de mentir
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