Tumgik
#está bien largo y denso porque quería explorar la dinámica con venus y me pareció la excusa perfecta
romaahn · 8 months
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ESPACIO TEMPORAL: Fiesta de año nuevo. Después del starter, no habiendo podido escapar con ningún personaje y luego de dar con Venus. PARTICIPANTES: Roman, Venus. HABILIDAD PUESTA EN PRÁCTICA: Fortaleza 2. ( @internod ) TRIGGER WARNING: Violencia.
“Los jardines no funcionarán. La mayoría intentará esconderse entre ellos con el grueso de los bastardos pisándoles los talones. Tenemos que regresar al salón principal y atravesarlo a como de lugar.”
Las instrucciones habían sido claras. Ninguno de los dos tenían que repasarlas porque la danza que debían bailar era bien conocida por cada uno; Venus guiaba, Roman abría el paso. Las criaturas que intentarán echárseles encima se encontrarían con el cuerpo robusto del más bajo, quien estaba dispuesto a sacarlos del camino entre el uso de la fortaleza que lo protegería a sí mismo y a su sire en simultáneo. Venus, desde su lugar, sólo esperaría la remoción de los obstáculos segura de que Roman no permitiría que moviera siquiera un dedo pues eso sólo le encabronaría más de lo que la situación de por sí le molestaba.
Para cuando llegaron al lugar mencionado, una imagen grotesca se abrió frente a ellos donde cuerpos de variados orígenes se retorcían de muchas maneras. Algunos, echados en el suelo, soltaban alaridos de desesperación. Otros luchaban contra pares vástagos que intentaban sacárselos de encima. Un último grupo, tristemente menor, encajaba estacas improvisadas cuales alfileres atravesando muñecos de trapo. La imagen resecó el paladar de Roman. De no ser porque tenía a su sire a espaldas, hasta habría retrocedido algunos pasos. Como sintiendo el temor que se alzaba en lo más recóndito de su ser, unas uñas afiladas se posaron sobre su hombro. Lo delicado de la caricia se sintió aún más peligroso que las frenéticas bestias hambrientas que todavía no determinaban sus presencias.
—Sabes qué es lo que tienes que hacer. No lo he dicho, pero lo sabes. Esa pequeñísima y estúpida cabeza no la tienes de adorno, ¿no es así? —El susurro se siente tan cerca del perfil de su oreja que anula el resto de sonidos que hacen eco contra aquellas paredes.
Tenía razón. Sabía cómo proceder, siempre lo había hecho. Venus ha desempeñado un trabajo ejemplar a la hora de plantar cada pequeña semillas, ideas que lo envenenaban y que más tarde fueron regadas hasta hacerlas florecer en rosales que arrazaban y desgarraban toda la tierra que había a su paso. Roman no estaba allí para pensar. Estaba allí para actuar.
—Ahora sé un perro obediente… Y hazlo.
La última de las palabras femeninas determinó el momento en el que Roman dio un primer paso. Luego el segundo. Inmediatamente, el tercero y el cuarto. Sin ser sometido a la influencia de ningún poder más allá del miedo que sentía por su sire, caminó directamente hacia unos neófitos que no dudaron en levantar la cabeza. Olisquearon el aire, lo miraron con una curiosidad cautelosa que pronto sería lavada por una sed sobrecogedora que había conocido una vez. El ventrue supo que cualquier pensamiento no tardaría en desaparecer de sus orbes opacas y se lo demostraron corriendo instintivamente hacia él, brazos estirados por delante y bocas preparadas para hincarse en la tersura de cualquier cuello que les pudiera proveer de alimento. Sin embargo, él no sería una presa fácil. Se los dejó en claro cuando recibió los fauces de ambos con las palmas abiertas, expuestas a dientes que no lograban penetrar la dureza de su piel. Sin pensarlo dos veces, cernió los dedos sobre sus rostros para apretar y causar cuanto dolor fuese posible. Segundos más tarde, los arrojó sin clemencia a un costado. Una vez más, siguió a avanzando con determinación y repitiendo la hazaña con quienes intentaran sacar provecho de alguno de los dos. Brazos, piernas, cualquier recurso que su cuerpo le permitiera usar en la lucha era bien aprovechado.
A pocas palmas de distancia, una Venus sonriente fue siguiéndolo, divertida por la manera en que los neófitos caían confundidos al suelo sólo para volver a levantarse y, una vez más, se echaban encima de su chiquillo. Lo que en un principio se vio fácil no hizo más que subir de intensidad con cada que un cuerpo adicionándose.
—Qué mediocre eres, Roman, ¿cuál será tu excusa ahora? He visto generaciones trece hacer un mejor trabajo que este, —se carcajeó desde atrás con ambos brazos cruzados por delante del torso. Al mismo tiempo, el ventrue caía con una rodilla sobre la alfombra a causa del peso de los recién nacidos intentando morder hasta la pulcra ropa blanca que había elegido para la celebración. Lo que le había costado miles de dólares no tardaba en ceder haciéndose jirones..— ¿Qué crees que haré cuando salgamos de aquí? Bueno, si es que logras que salgamos. Porque si no lo haces, te recuerdo, seré yo misma quien te quiebre tu cuello en dos.
El tono usualmente elegante de la mujer se torna frío. Y esa es la gota que rebasa el vaso, pues Roman se hace con una fuerza que pensó que no tenía para volver a empujarse a los bastardos de encima. Sólo que esta vez cae de rodillas, poco llegando a arrastrarse antes de que lo vuelvan a tomar de las piernas. Afortunadamente para el vástago, sus manos logran cerrarse hasta los fragmentos de alguna ventana rota, mismos que usa para volverse y encajar en el pecho de sus contrincantes.
Aunque ha neutralizado el peligro, tal cual quería su sire, se siente agotado. La pesadez en sus extremidades por el excesivo uso de la disciplina, sumado a los pequeños cortes que le ha dejado el encuentro donde sangre gotea sobre la alfombra, le hace sentir un cansancio que no ha experimentado en décadas. Los párpados empiezan a caer y cuando quiere echarse al suelo siente un tirón del cabello de su nuca llevándole la cabeza hacia atrás. Los ojos hacen un esfuerzo por enfocarse, encontrando así a la mujer que una vez le quitó la vida, hincada sobre él, con la ira deformando sus hermosas facciones. La belleza letal de Venus que una vez le atrajo ahora se ve manchada por la cólera de verlo derrotado.
—¿Quién te ha dicho que descanses? ¿Empezarás a holgazanear ahora? Te he dejado en claro las veces suficientes que no puedes actuar por tu cuenta hasta que yo decida cuál será el próximo de tus pasos. Y si lo he hecho, entonces no tienes el derecho a decidir hacer lo contrario. Por tu maldita y miserable existencia, si no te pones de pie ahora mismo…
Roman escucha el largo de toda su amenaza pero no es ella quien ve, sino a uno de los neófitos que se ha levantado por detrás y ahora corre directamente hacia ambos. ¿Su primer instinto? Protegerla, no porque quiera sino porque esa es su única utilidad. Porque para eso se encuentra allí. Porque si no es un escudo para único vástago que genuinamente odia, ¿entonces qué será?
El neófito intenta encajar los dientes en el hombro de la fémina. Como si ya supiera que aquello no tendría éxito, Venus no reacciona instantáneamente. Sí, deja de despotricar en contra de su chiquillo pero no por eso le retira la vista de encima. Hay una pausa tensa donde a Roman le cuesta cada vez más extender su resistencia hacia ella y queda claro por cómo la expresión se le contrae del esfuerzo. Cree que no resistirá más… Pero la mujer termina por sacarse a la criatura por su cuenta. Irgue la postura y le da la espalda a Roman. Dedicarle una mirada será suficiente para deformarle los pensamientos hasta la agonía. Roman lo sabía muy bien, había sido uno de los varios sujetos de pruebas de su sire en incontables cantidades de veces. Los gritos del desconocido entonces empantanaron sus oídos. Gritos como los suyos. Gritos como los de los chiquillos que no aguantaron el yugo de la mujer. La manipulación, las pruebas, las torturas infinitas en las que revivían el momento de sus muertes constantemente y con la única promesa de que el día en que la desobedecieran les haría atravesar un fin infinitas veces más doloroso que ese.
Sin pensarlo, Roman se arrastró de rodillas. Logró ponerse de pie aunque toda su postura estuviese doblada hacia adelante, y entre pasos intentó alejarse. Primero unos pasos, luego un trote errático y que parecía interrumpido entre tropezones. Aunque el miedo siempre había sido lo suficientemente grande como para actuar al pie de la letra, con el único objetivo que complacer cada uno de los caprichos de su sire, hoy sólo le sirvió de combustible para huír. No sería la primera vez, de todos modos. Cuando recién había sido convertido solía hacerlo con regularidad— entonces no tenía ni idea del alcance de la locura de la mujer. Hoy sí, y sabía que más tarde se lo haría pagar caro.
Mientras tanto, Venus lo deja irse.
Ochenta años habían transcurrido desde que cayó en sus manos. Ocho simples décadas. Un tiempo corto pero suficiente para acondicionar a Roman a cómo comportarse y cuándo hacerlo, sin la necesidad de una mínima pulsación de su dominancia a su favor. Por eso es que lo había arrastrado hasta la muerte, porque poco tiempo después de conocerlo cayó en cuenta de que luciría como la adición perfecta a su tablero. Sin embargo, después de tantos esos años seguía demostrándole que no estaba listo; el menor seguía sin ser la pieza que necesitaba.
Pero estaba bien. Venus era un vástago con una misericordia infinita (y retorcida), por eso el repiqueteo de sus tacones destilaron un eco que se movía en la dirección que había tomado su tembloroso chiquillo.
Tenía toda una eternidad para arreglarlo.
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