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REFLEXIÓN
Alegra el alma de tu siervo, porque a ti, oh Señor, levanto mi alma. (Salmo 86:4)
Alégrala, Señor, por ello la levanto hacia ti. Pues seguía con ella apegada a la tierra, y sólo sentía amargura; y para que no se consuma en esa amargura, para que no pierda la dulzura de tu gracia, la levanto a ti para que la llenes del gozo que fluye de ti, pues únicamente tu eres fuente de alegría, el mundo no aporta más que amargura. Con razón se nos insta a que levantemos el corazón; imitemos el proceder del salmista, puesto apegado a la tierra corre peligro de corromperse; pero jamás se corromperá el corazón si lo elevamos a Dios. Si tienes un buen trigo almacenado en el sótano y detectas que corre el riesgo de pudrirse, ¿por ventura no te esforzaras en transportarlo a un granero alto para evitar que se corrompa? ¿Resguardas tu trigo esforzándote en trasladarlo a almacenes elevados para evitar que se pudra y vas a permitir que tu corazón se corrompa apegado a la tierra? ¡Levanta tu corazón al cielo! Puede que te preguntes: ¿y cómo se hace? ¿qué cuerdas, qué poleas, qué escaleras se necesitan? Tus afectos son los peldaños; y tu voluntad el camino. Si amas, asciendes; si te despreocupas, desciendes. Si amas a Dios, aunque estés parado sobre la tierra, estarás en el cielo. Pues el corazón no se eleva de la misma manera el cuerpo se levanta: el cuerpo se levanta por una acción, cambiando de lugar; el corazón se eleva por una decisión, cambiando de voluntad. “Porque a ti, oh Señor, levanto mi alma”.
Agustín de Hipona [354-430]
EL TESORO DE DAVID: LA REVELACIÓN ESCRITURAL A LA LUZ DE LOS SALMOS
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ESTOY DESCONCERTADO
El«He soportado tus terrores, estoy desconcertado» (Salmo 88:15). La expresión qu 1651lliza aquí el salmista: אָפֽוּנָה ’āp̄ūnāh de פוּן pun, desconcertarse, procede de un verbo que sólo aparece en este versículo, y no significa propiamente el desconcierto de una persona enajenada, sino de un hombre que duda. No es el desconcierto de un hombre que no sabe lo que se hace, sino del que no sabe qué hacer. Pero no deja de ser cierto que este “no saber qué hacer” deriva con frecuencia en un cierto grado de enajenación: porque el hombre que se ofusca porque no sabe qué hacer, termina haciendo aquello que no sabe y jamás debió haber hecho.
Joseph Caryl [1602-1673]
“An Exposition with Practical Observations upon Chapters 4-7 of the Book of Job”, 1651
El Tesoro de David
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REFLEXIÓN
REFLEXIÓN
Agustín de Hipona (353-429), quizás el mayor pensador cristiano del primer milenio después de Cristo, escribió:“Si eres capaz de admitir tu fragilidad, y cual el débil polluelo que corre a refugiarse bajo las alas de su madre, tú también corres bajo las alas del Altísimo, te pondrá en su pecho, te cubrirá con sus alas y te protegerá para que no caigas presa de ningún halcón. Porque las potestades en los aires (Efesios 2:2; 3:10; 6:12), el diablo y sus ángeles, son halcones que buscan constantemente nuestra perdición. Por ello debemos refugiarnos bajo las alas maternales de la divina Sabiduría, que para poder protegernos se hizo igual a nosotros, ya que el Verbo se hizo carne (Juan 1:14), siendo en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y hallado en su porte exterior como cualquier hombre se humilló a sí mismo (Filipenses 2:6-8) para poder juntar a los suyos, como la gallina junta sus polluelos debajo de sus alas (Mateo 23:37)”.
Nota de El Tesoro de David.
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REFLEXIÓN
"Escóndeme bajo la sombra de tus alas." Así como el ave cubre por completo a su prole y la protege bajo la sombra de sus alas aportándole el calor de su corazón, así haz también tú conmigo, oh Dios amoroso y condescendiente; porque yo soy tu vástago y tú eres la expresión y perfección suprema del amor paternal. En el hebreo esta ultima frase del versículo ocho esta en tiempo verbal futuro: “Me esconderás”. Con ello el salmista quiere mostrar su certeza total de que aquello que acaba de pedir le será concedido sin falta. La súplica fervorosa tiene que ir siempre a la par con la confianza absoluta. C. H. SPURGEON Fragmento de El Tesoro de David Vol I
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"Se sacian de la abundancia de tu casa"
«Se sacian de la abundancia de tu casa, y les das a beber del río de tus delicias» (Salmo 36:8 LBLA).
"Se sacian de la abundancia de tu casa". Quienes aprenden a poner su confianza en Dios son recibidos en su casa, y participan de la provisión allí dispuesta. La morada del Señor no está limitada a ningún lugar en concreto y, por tanto, reside donde residamos y, si somos creyentes, podemos considerar nuestra morada como una habitación más dentro de la casa inmensa del Señor. Y, tanto en la providencia como en la gracia, nuestra alma hallará contentamiento en los suministros que facilitados al vivir por fe en la cercanía al Señor.
Y si consideramos que la asamblea de los santos es peculiarmente la casa de Dios, los creyentes hallarán en el culto cristiano el alimento espiritual más rico a que puedan aspirar. ¡Feliz el alma que puede beber del agua de vida y comer los suntuosos manjares del Evangelio pues nada hay comparable que la pueda saciar!
"Y les das a beber del río de tus delicias". Disponen de los frutos del Edén para alimentarse, y tendrán también el río del Paraíso para beber. El amor sempiterno de Dios nos aporta un consuelo amplio y constante del que la gracia hace que bebamos por medio de la fe, con lo cual nuestro deleite se intensifica por ser de la mejor clase. El Señor no sólo nos conduce a este río, sino que nos hace beber de él: una demostración de la condescendencia de su amor divino.
En el sentido más amplio, estas palabras tendrán su cumplimiento total cuando lleguemos al cielo; pero los que confían en el Señor disfrutan ya del entremés incluso aquí en la tierra. La felicidad dada a los fieles es la del propio Dios; los espíritus purificados se gozan con el mismo gozo que el Señor mismo: “Que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea perfecto” C. H. SPURGEON
“Extracto en primicia del tomo 2 del libro “El Tesoro de David” actualmente en traducción.”
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El Guardián de Israel. Salmo 121
Si nuestro Guardián se adormeciera no resistiríamos un instante; le necesitamos tanto de día como de noche, somos incapaces de dar un solo paso con seguridad si no es bajo su mirada protectora. Esta es, ciertamente, una de las estrofas preferidas en un cántico de peregrinaje. Dios es la escolta y guardaespaldas de sus santos. Y cuando surgen peligros a nuestro alrededor estamos a salvo, porque nuestro Protector y Preservador está siempre despierto y no permitirá que seamos sorprendidos. No hay fatiga o agotamiento posibles que puedan hacer que nuestro Dios caiga en el sueño, sus ojos vigilantes nunca se cierran.
Extraído del libro colección de Salmos El guardián Salmo121 de “El Tesoro de David”
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“En lugares de delicados pastos me hará descansar; Junto a aguas de reposo me pastoreará.” Salmo 23:2
“Las ovejas son incapaces de beber de una corriente de agua en movimiento, por muy cristalina, pura y sana que esta sea. Esto, en Palestina es un verdadero problema para las pastores, pues lo que más abunda son, precisamente, los aroyuelos. Pero aunque las ovejas estén sedientas, nunca se abrevaran en arroyos de agua corriente. El pastor tiene que encontrar un lugar donde las rocas o la erosión hayan formado una pequeña laguna y las aguas estén quietas. Si no encuentra un lugar así, con piedras o con sus propias manos, forma una pared de retención donde las aguas queden más o menos quietas y las ovejas beban.” Esta es una de las muchas “notas” añadidas a la traducción en español de El Tesoro de David
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SABÍAS QUE…?
SABÍAS QUE…?
Los llamados “Salmos del Peregrinaje” son un conjunto de quince salmos (del 120 al 134, ambos inclusive), que forman como un pequeño salterio dentro del Salterio. Se cree que eran cantos antifonales (donde uno canta y otro responde) y que se denominan de “peregrinaje” porque eran cantados por los peregrinos en su ascenso a Jerusalén. No todos ellos fueron compuestos forzosamente para este fin, pues proceden de distintos autores y épocas, pero sí parece que fueron seleccionados en un momento determinado para tal propósito. Extraído de El Tesoro de David.
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“Compañero soy yo de todos los que te temen y guardan tus mandamientos”
Compañero soy yo de todos los que te temen y guardan tus mandamientos (Salmo 119:63). «Dios los cria y ellos se juntan» dice un antiguo refrán. Los siervos del mismo Señor, si le son fieles, se juntarán con sus consiervos, no con los siervos de su enemigo. Cuando un alguien llega a una posada resulta fácil aventurar sus intenciones por el lugar adonde se dirige y los compañeros que busca para viajar. Si pregunta: «¿Sabéis de alguien que vaya para Londres? Estoy buscando un compañero de viaje» habrá revelado su curso y propósito. Y si escucha a alguien conversando sobre otro destino, no le presta atención; pero si da con algún pasajero honrado que vaya en su misma dirección, le propone de viajar juntos. Este mundo es en realidad una posada en la que todos los seres humanos son en cierto modo peregrinos y extranjeros, pues no tenemos aquí lugar permanente. Y la compañía por la que cada uno se interesa puede variar de los que buscan el “camino ancho” del pecado; a la de aquellos que caminan por el “camino estrecho” del Espíritu; hacia el cielo o hacia el infierno. Un impío jamás deseará la compañía de quienes caminan en dirección opuesta a la suya; como tampoco un santo se deleitara relacionándose con inicuos que se le cruzan. ¿Andarán dos juntos, si antes no se han puesto de acuerdo? Los polluelos de perdiz incubados por una gallina, pasan un tiempo junto con los polluelos de la gallina, les hacen compañía e incluso escarban la tierra juntos; pero tan pronto les crecen alas y se ajustan a su propósito, remontan el vuelo y buscan la compañía de pájaros de su propia especie. Antes de su conversión, el cristiano es incubado por el príncipe de las tinieblas, y camina en compañía de su estirpe condenada, siguiendo el curso de este mundo; pero cuando el Espíritu Santo cambia su mente y corazón, cambia rápidamente de compañeros, y se deleita únicamente con “los santos que están en la tierra”
George Swinnock [1627-1673]
“The Christian Man’s Calling”, 1665
Extraído de “El Tesoro de David”
Salmo 16:3.
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REFLEXIÓN
Forastero soy yo en la tierra; no encubras de mí tus mandamientos.
Cuando nace un niño en un hogar, a veces, en lenguaje familiar y coloquial, solemos referirnos a él como “el pequeño forastero”. Y los amigos que vienen de visita preguntarán si, como un privilegio, podrían ver al “pequeño forastero”. ¡Sí, un forastero, ciertamente, eso es lo que es, pues viene de muy lejos! De las inmensidades eternas. ¡De la presencia, el toque y el ser de Dios! Y está destinado a regresar de nuevo a las inmensidades eternas en un ciclo sin fin, que se repite a lo largo de todas las edades. Pero el pequeño forastero crece rápidamente, y pronto comienza a echar raíces vigorosas. Estudia, trabaja, gana, construye, planta, compra, vende, retiene, y, en su propio criterio cree que “se establece”, hasta tal punto de considerar impropio que alguien se refiera a él llamándole forastero. Y así, “el pequeño forastero” va siguiendo el curso de la vida, profundizándo y ampliándo sus objetivos cual un río que fluye, reteniendo aquello que considera de interés y multiplicándolo. Y cuantas más cosas retiene más amarrado a ellas se siente, cual ancla que sujeta un barco en alta mar. Lucha con los que luchan, se regocija con los que están alegres, siente el estímulo y espoleo del honor, compite por adquirir cosas, toma decisiones: duras y difíciles algunas, agradables y benevolentes otras. Multiplica sus proyectos, sus empresas, sus compromisos, sus relaciones, sus amigos. Y tras todo este esfuerzo, justo cuando pensaba que su vida debía alcanzar todo su esplendor, desplegándose ante él cual pradera soleada verde y resplandeciente; ¡zas! las sombras comienzan a alargarse indicando con cruel certeza que el curso de su vida está tocando rápidamente a su fin. Suenan los primeros murmullos de esa voz tétrica, que tarde o temprano todos tenemos que escuchar, llamando al “pequeño forastero”, que en realidad no hace tanto que nació, para decirle que su primera lección ha terminado, y que debe ser transferido a otra escuela entrando por el portal llamado muerte. Pero el “pequeño forastero” no está preparado. Ha echado tantas anclas en este mundo, que le cuesta admitir que debe levarlas todas. Está sólidamente asentado. No lleva en la mano su cayado de peregrino, lo abandonó hace tiempo; y sus ojos, familiarizados con las cosas que lo rodean, no están acostumbrados a mirar en la distancia, hacia la ruta ascendente que tiene por delante, por lo que son incapaces de calcular las distancias y medir bien la altitud de la montaña. El tiempo ha transcurrido más rápido de lo que han progresado sus pensamientos, y ¡ay!, ha cometido un grave error: ha mirado “las cosas que se ven”, y se ha olvidado de “las que no se ven”. Y “las cosas que se ven son temporales”, por lo que se extinguen con el tiempo; mientras que “las cosas que no se ven, son eternas”. Y así, cuando se percata de que debe partir, en sus últimas horas hay prisas y confusión, angustia y consternación. Y sin embargo, podía haber evitado tal desazón y obviar por completo el desespero tan sólo con exclamar a tiempo: “Forastero soy yo en la tierra; no encubras de mí tus mandamientos”.
Extraido de el libro El Tesoro de David
Ver nota explicatíva aquí
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REFLEXIÓN "Alzaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro?"
REFLEXION: "Alzaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro?" (Salmo 121:1). Cuando te sientas agonizar debido a una conciencia atormentada, mira siempre hacia arriba, hacia un Dios lleno de gracia, que afirmará y estabilizara tu alma. Porque mirando hacia abajo, hacia ti mismo, no conseguirás nada, fuera de razones y motivos para intensificar tu temor: pecados ilimitados, imperfecciones, y pocas cosas buenas. No es tu propia fe sino en la fidelidad de Dios en lo que debes confiar. Inclinando la mirada hacia abajo para mirarte a ti mismo, para contemplar la enorme distancia entre aquello que deseas y lo que realmente mereces, no harás más que marearte, tambalearte, y sumirte en la desesperación. Por lo tanto, levanta siempre tus ojos a los montes, de donde viene tu socorro, y no mires jamás al valle profundo de tu propia indignidad, si no es para doblegar tu soberbia cuando seas tentado por la arrogancia. Thomas Fuller (1608-1661), en "The Cause and Cure of a Wounded Conscience", Ed. 1647. Transcrito en "El Tesoro de David" de C.H. Spurgeon.
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Spurgeon
Charles H. Spurgeon (1834-1892), nació en Inglaterra, y fue un predicador bautista que se mantuvo muy influyente entre cristianos de diferentes denominaciones, los cuales todavía lo conocen como «El príncipe de los predicadores». El predicó su primer sermón en 1851 a los dieciséis años y paso a ser pastor de la iglesia en Waterbeach en 1852. Publicó más de 1.900 sermones y predicó a 10.000,000 de personas durante su vida. Además, Spurgeon fue autor prolífico de una variedad de obras, incluyendo una autobiografía, un comentario bíblico, libros acerca de la oración, un devocional, una revista, poesía, himnos y más. Muchos de sus sermones fueron escritos mientras él los predicaba y luego fueron traducidos a varios idiomas. Sin duda, ningún otro autor, cristiano o de otra clase, tiene más material impreso que C.H. Spurgeon.
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Reflexión
"Lámpara es a mis pies tu palabra, y luz para mi camino" (Salmo 119:105)
Somos caminantes por la ciudad tenebrosa de este mundo, y obligados a cruzar a menudo por zonas de densa oscuridad. Para evitar que nuestros pies resbalen, jamás nos aventuremos por ellas sin contar con la luz de la Palabra. Cada creyente debe hacer uso de la Palabra de modo habitual, personal y práctico, para vislumbrar a tiempo lo que tiene por delante en su camino. Cuando la oscuridad nos envuelve y amenaza, la Palabra de Dios, cual antorcha encendida, alumbra nuestro andar.
Antiguamente, en las ciudades de Oriente no había iluminación fija en las calles, y cada viandante tenía que llevar consigo su propia lámpara para evitar caer en una zanja abierta o tropezar con uno de los numerosos montones de desechos que se acumulaban por doquier. Una imagen viva y real de nuestro avance penoso por este mundo sombrío: si las Escrituras, cual hachón flameante, no alumbraran cada uno de nuestros pasos, no sabríamos hacia donde avanzar.
Uno de los beneficios más prácticos de las Sagradas Escrituras es servirnos de guía en cada una de las decisiones prácticas de nuestra vida cotidiana: no nos ha sido dada la Palabra para deslumbrarnos con su brillantez sino para guiarnos mediante su instrucción. Ciertamente, la cabeza, y más concretamente los ojos, necesitan luz; pero más importante aún, los pies precisan de dirección, de lo contrario, cabeza y pies acabarán en una zanja.
¡Feliz el cristiano que se apropia de la Palabra de Dios de un modo personal para que le haga de lámpara; y la utiliza de manera práctica para que sea su consejero y le aporte orientación en sus decisiones cotidianas!
C. H. SPURGEON Extraído de El Tesoro de David
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