#dormir es para los débiles
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chiquititamia · 9 months ago
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Calmar tu sed
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No tenía pensado escribir nada más hasta que acabase los exámenes pero anoche esta idea vino a mi cabeza y no pude contenerme, voy a suspender. Espero que tanto el anon que me lo pidió como las demás lo disfruteis ;)
💕Blas Polidori x f!reader
❤️‍🔥+18 sexo explícito, sleep kink, blas es insaciable, masturbación
Tu diferencia de edad con Blas no era tanta, o era eso lo que te querías decir a ti misma. Y en realidad no era tanta, técnicamente.
Pero las diferencias a ciertas edades, especialmente entre hombres y mujeres se hacían más evidentes.
Al fin y al cabo, Blas estaba en el principio de sus veintes, y tú ya los habías terminado.
Teníais una relación muy sana en la que él era bastante maduro y tú estabas embelesada por su dulzura y en ocasiones torpeza.
No eras ninguna desconectada de la realidad. Sabías perfectamente que tu novio veinteañero aprovechaba prácticamente siempre que tu salieses de casa para... Pasarlo bien a solas.
No era ningún secreto, a veces aún está acalorado cuando llegas. Diablos, hasta a veces aún está su portátil sobre el sofá, (y sabias que cuando lo usaba para trabajar o responder emails siempre lo ponía encima de la mesa). No era algo que te molestara para nada, pero no podías dejar de sentirte algo culpable.
Sabías perfectamente que el hecho de que alguien se masturbase no tiene nada que ver con que no desee a su pareja o que no se encuentre satisfecha. Simplemente Blas tenía 22 años y sus hormonas seguían en plena efervescencia.
La cosa es que tú tenias un trabajo muy cansado y, más veces de las que te gustaría llegabas a casa en un estado lamentable que solo te permitía ducharte, cenar un bowl de cereales y meterte en la cama totalmente derrotada.
Era más que probable que Blas te dejase dormir por empatía y no por falta de ganas de fiesta.
Pero eso no podía ser. Vale que no siempre sería posible, pero te prometiste a ti misma que serías más atenta en ese sentido para que vuestra relación fuera lo mejor posible.
Esa misma mañana, al poco de despertaros tu mano serpenteó por debajo de las sábanas, y, sin mucho preámbulo comenzaste a masturbarlo.
Fue demasiado fácil que Blas entrara en el mood, ya que, como la mayoria de los hombres de su edad se despertaba con una erección dia sí día también.
-Pero nena... Qué bien te despertaste... -suspiró
-Si, mi amor -dijiste con tono meloso- es que la vi tan dura que te tenía que ayudar... -al decir esto aumentase el ritmo de tu mano
-Ah... Sí, carajo...!
Conocías perfectamente sus puntos débiles, así que decidiste usar tus conocimientos para impresionarle. Mientras le masturbabas, empezaste a lamer su cuello presionando con tu lengua y haciéndole cosquillas con la punta.
-Ah! Pará! Me voy a veni-...! - A Blas no le dio tiempo de acabar la frase cuando acabó sobre su abdomen y su pecho- uffff.... Pero qué bicho te picó amor? -dijo incrédulo mientras te daba un beso en la frente y se levantaba para limpiarse.
-Ninguno, ¿no puedo mimar a mi novio?
-por mi sí, preciosa, pero ahora te tengo que devolver el favor, dijo dirigiéndote una mirada traviesa desde la puerta del baño de vuestro dormitorio.
- me encantaría, pero me tengo que ir a trabajar dijiste con pena.
- Ah... Un día voy a matar a tu jefe para que te den el día libre - bromeó él.
- Pero en serio cariño, quiero que no te contengas cuando tengas ganas... De estar conmigo. -le habías acompañado al baño y te sentaste mientras el comenzaba a ducharse.
Al decir esto, el asomó la cabeza para mirarte
- ¿Lo sabés? – preguntó divertido.
- ¿Qué cosa?
- Lo mucho que me contengo y lo que tengo que “descontenerme” cuando vos no estás… - oías el agua corriendo y podías ver como tu novio se duchaba a través de la cortina semitransparente.
Semejante confesión te hizo sentir calor en las mejillas.
- Si sé, y me parece bien – aclaraste.
- Pero te prefiero a ti, lo sabés, ¿no?
- Hombre, eso espero…- te reíste.
- Entonces la próxima vez voy a por ti, ¿es eso?
- Eso es, quiero q- antes de que terminases la frase miraste la hora en la pantalla de tu móvil y tus ojos se abrieron como platos, llegabas terriblemente tarde – me voy volando cariño, te veo a la noche, ¡chau! – dicho esto le diste un breve beso en su carita mojada y saliste corriendo hacia tu oficina.
Esa noche a Blas se le alargó terriblemente la jornada de modelaje y después de terminar había ido a tomar unas cervezas con sus compañeros y su manager. Cuando llegó a casa tú ya estabas profundamente dormida en vuestra cama. Te contempló durante un momento, estabas tumbada sobre tu costado, acurrucada a su almohada, con un pijama de verano que dejaba ver gran parte de tus muslos, y tus pechos estaban a punto de escaparse de la fina camiseta de tirantes. No podías estar más preciosa. Blas notaba su erección formarse mientras se aflojaba la corbata y se quitaba los zapatos con cuidado de no hacer ruido. Una de tus manos se apoyaba en tu labio inferior. Tu boca entreabierta le estaba conduciendo a la locura.
Cuando se quedó en ropa interior, que era como solía dormir, tu novio se tumbó suavemente en la cama detrás de ti.
No fue hasta que comenzó a acariciar tu cadera que notaste su presencia, sin embargo, te encontrabas tan cansada que simplemente sonreíste levemente.
Su nariz estaba rozando tu pelo, estabas segura de que el aroma de tu champú estaba llenando sus fosas nasales volviéndolo loco. Sus brazos rodeándote y atrayéndote hacia sí mismo.
- Está dormidita esta muñeca… - susurró dejando claro que sabía que no era cierto. Decidiste seguir el juego y fingir seguir dormida – qué pena…
Sus caderas se adaptaron a la curva de tu culo, encajando su erección apenas contenida por la tela de su bóxer entre tus nalgas, moviéndose suavemente, como si de verdad no quisiera despertarte.
- Cariño…exhaló su aliento caliente sobre tu nuca, erizando tu piel. Él por su parte notaba perfectamente que la humedad que sentía en la punta de su miembro no era solo suya – cariño… -susurró en tu oído- tengo ganas, preciosa… ¿Puedo, mami?
Tuviste que morder fuertemente tu labio para no dejar salir un gemido al oír ese apodo por el que te llamaba cuando estaba realmente desesperado.
- Me lo voy a tomar como un sí.
Aunque no le podías ver, reconocías el sonido de sus movimientos y, sobre todo, el suspiro de alivio que soltó. Se había bajado la ropa interior y había hecho lo mismo con tus pantaloncitos cortos. Su punta estaba apoyada en una de tus nalgas, terriblemente caliente y mojada, mientras que, con su mano libre, la que no estaba acariciando tu pecho, ya libre de tu camiseta, hacía a un lado tus braguitas.
Su pulgar dibujo la línea de tu entrada, recogiendo tu excitación y haciéndole suspirar. No podías esperar a que colocase su pija en tu entrada. Por suerte, no te hizo esperar.
Entro lentamente en tu interior, viéndose asfixiado por tu estrechez y soltando el aire por la boca junto con un largo gemido en bajo.
Tú te estabas tapando la boca con todas tus fuerzas para no gemir. Era mucho más excitante continuar con el juego.
- Ay, muñeca, qué ganas tenía de estar aquí dentro tuya… no podía esperar a mañana…si no me hubieras dicho eso esta mañana me habría hecho una paja en la ducha, porque no puedo dormir con vos a mi lado tan preciosa…- dio una estocada más profunda- y no tocarme o cogerte…
Blas continuó un rato follándote de costado mientras susurraba todas las cosas sucias que normalmente no te diría, pero ahora estabas dormida ¿no?
- Sabés…eres mi gatita, y te tengo que dar mi leche todos los días, para que no pases hambre y no se me acumule… pobre gatita -gimió.
Por desgracia no pudiste más y te moviste para acelerar el ritmo de sus estocadas dolorosamente lentas y dejaste escapar un gemido agudo y muy alto.
- Blaaaaas…!!
- ¿Eh? ¿Pero la gatita estaba despierta? ¡No lo puedo creer, qué sucia…!
El fin del juego sólo significaba una cosa, sus movimientos lentos y moderados también se habían acabado. En un visto y no visto te dio la vuelta con sus grandes manos dejándote boca abajo en el colchón, se posicionó detrás de ti y tiró de tus caderas para hacerte estar a cuatro.
- Menos mal que despertó mi nena, ya la quería oír gritar…
Y vaya si te oyó gritar, te escuchó él y probablemente todo el edificio, ya que al ser verano las ventanas de vuestro piso y las de vuestros vecinos se hallaban abiertas de par en par para combatir el calor.
En esa posición notabas aún más los centímetros con los que tu novio había sido bendecido, de una forma casi dolorosa, al entrar una y otra vez en ti con brutalidad.
- Sos un puto adolescente, todo el día con la pija dura -dijiste sin poder parar de gemir.
- ¡Es culpa tuya de estar tan buena, carajo! Y encima me decís esas cosas esta mañana, y me hacés tremenda paja antes de irte a trabajar… no se vale nena.
Sabías perfectamente que mañana tendrías las marcas de sus dedos tatuadas en tus caderas, pero poco te importaba. Notabas tu orgasmo aproximarse, lo cual te obligó a cerrar los ojos con fuerza. Le hiciste un gesto con la mano sin girarte. Aunque él ya había notado por la estrechez de tu interior lo que le querías decir: Sigue con el mismo ritmo y en la misma posición o te asesino.
Él te obedeció y te agarro de ambas manos, dejándote solo sobre tus rodillas y con la espalda arqueada para poder recibir su cogida. No pasó ni un minuto cuando tu clímax llegó arrasando, haciéndote gritar y aprisionando el miembro de él de la manera más deliciosa. Esto último provocó lo inevitable.
- Me voy a venir preciosa, ¿puedo…?
No hacía falta que te dijera lo que quería, y tú también lo querías, así que, como respuesta, lanzaste tus brazos hacia atrás agarrándote a sus hombros.
Ahora fue su turno de llenar el aire con sus gritos, mucho más profundos y roncos que los tuyos, ahogando el sonido del ventilador de vuestro techo.
Blas era de los que cuando te llenaban, te llenaban. Todo su líquido caliente salía disparado manchando tus paredes de blanco, haciéndote saber todo lo que te había extrañado ese día.
Cuando lograsteis recuperar el aliento fuisteis a asearos al baño que estaba junto a vuestro cuarto. Todas las marcas que os habíais hecho mutuamente, y vuestro cabello desordenado ahora se reflejaba en el espejito bañándoos con luz fluorescente.
- Mañana nos levantamos más temprano para que nos dé tiempo, ¿ta? – dijo secándose con tu toalla.
Dios mío, ¿en qué te habías metido?
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deepinsideyourbeing · 1 month ago
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Solstice Tales - XXII. Subspace (Sub!Enzo Vogrincic)
"Me bajó la presión" es lo primero que piensa Enzo luego del cuarto o quinto orgasmo, cuando la mínima corriente de aire en la habitación lo hace temblar. Respira lenta y profundamente en un intento de recomponerse, convencido de que tiene que esperar un poco, pero la extraña sensación de estar suspendido en el aire persiste.
La voluntad le falla y su mente está en blanco, desprovista de cualquier pensamiento o resistencia, dejándolo vulnerable y moldeable. Observa el subir y bajar de su pecho, pesado y lleno con una mezcla de emociones, desde euforia e incertidumbre hasta una quietud desconocida que no recuerda haber experimentado antes.
Deja caer sus párpados -lo suficiente pesados como para poder controlarlo- por un breve instante y las lágrimas se deslizan silenciosamente por sus mejillas. Humedece sus labios, intenta hablar, repite el proceso hasta que comprende que no tiene voz y que las palabras en su mente no son verdaderas palabras.
Es un alivio cuando el blanco del techo, cada vez más borroso por las lágrimas que inundan sus ojos, es remplazado por tu rostro. Observa el movimiento de tus labios y se pregunta si estarás repitiendo su nombre, si estás preguntándole u ordenándole algo, pero su audición está perdida junto con el control que tenía sobre su cuerpo.
Jura que sus oídos están llenos de algodón.
Cuando masajéas sus brazos se sobresalta y tu expresión le genera dolor. No era su intención preocuparte, no quería entrar en pánico por el contacto físico, pero en este momento sus sentidos hacen de su cuerpo una especie de incendio forestal.
Es consciente de tu mano en su mejilla, evitando que rompa el contacto visual, y cuando desaparecés la distancia entre su rostro y el suyo, tu respiración golpeando sus labios mientras tu mano caliente descansa sobre su pecho, parece recuperar los múltiples fragmentos perdidos.
El eco de tu voz es cada vez más nítido.
-¿...bien?
-¿Qué?
-¿Estás bien?
-Sí- sujeta tu muñeca-. ¿Lo hice bien?
Besás la comisura de sus labios y cuando se remueve, suplicándote desesperadamente por un beso, descansás tu frente en la suya. Tus pupilas están dilatadas y tu piel está perlada por el sudor, más que seguro producto del esfuerzo de robarle hasta el último gramo de cordura que tenía, pero no puede molestarse por lo que le hiciste.
Quiere recompensarte.
-Lo hiciste muy bien, mi vida, muy bien- tus besos recorren su mandíbula-. Uno más, ¿sí? Uno más y te dejo dormir.
Un gemido roto y patético brota de sus labios cuando comprende -con tus dedos trazando la vena que recorre su miembro- que era una orden disfrazada de pregunta. Está tan perdido en sus deseos de satisfacerte que para cuando procesa el dolor de sus músculos, el cansancio corporal y la incapacidad de hilar un pensamiento, la posibilidad de negarse no cruza su mente.
-¿De verdad lo hice bien?- pregunta, con un hilo de voz, sus labios fruncidos en una mueca que resulta tierna y tentadora. Deslizás tus dedos por su cabello, largo y sedoso, mientras asentís con una sonrisa en tu rostro-. Quiero...
-¿Qué querés, bebé?- torcés tu muñeca y todo su cuerpo se tensa-. ¿Eso querés?
Delineás su punta con tu pulgar, roja y extremedamente sensible luego de tanto abuso, privándote de sus preciosas expresiones por unos segundos para contemplar el líquido que brota de su cuerpo. Las primeras gotas son traslúcidas, débiles, pero luego una cantidad más significativa, manchada con blanco, cae hasta terminar deslizándose por el dorso de tu mano.
Enzo solloza y sus uñas dejan una marca en tu cadera.
-No puedo- repite entre jadeos y sollozos cada vez más desesperados-. Me duele, no puedo.
-Sí, sí podés- insistís para luego masturbarlo más rápido. Mordés tu labio mientras él se retuerce sobre el colchón, tirando con fuerza de las sábanas, sus pestañas brillantes por las lágrimas-. Más tarde te dejo cogerme, ¿sí...? Hacelo y...
No terminás la oración porque su gemido, ronco y profundo, reverbera entre las paredes de la habitación. Observás los músculos de su abdomen tensándose y lo sentís palpitando con fuerza en tu mano, pero para tu sorpresa no hay semen alguno manchando tu mano, tu cuerpo y el suyo.
Jamás había tenido un orgasmo seco. Sonreís.
Mientras los últimos espasmos sacuden su cuerpo sembrás besos en sus mejillas, en sus labios y en su pecho, intentando consolarlo y procurando ser el ancla que lo mantenga en esta realidad. Ignorás la sensación desesperada en tu centro.
-Sos hermoso, ¿sabías?- decís contra sus labios mientras entrelaza tu mano con la suya-. Sos el más lindo, mi vida, el más lindo de todos.
En lugar de contestar te mira, expectante y débil, suplicando con la mirada.
-¿Qué querés? ¿Un beso?
Con el último gramo de fuerza que le queda, niega.
-Muchos.
¿Cómo podrías negarte?
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waltfrasescazadordepalabras · 6 months ago
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SI LAS MUJERES ENTENDIERAN. Si las mujeres entendieran que los hombres también tenemos miedos, pero sin tanto permiso para mostrarlos. Que hay emoción en el ruido de un motor o en el grito de un gol. Que valoramos mucho más el exceso de sonrisas que tres kilos menos. Lo abrumador de ser el sostén económico de una familia. Lo que es tener que ser valiente, poderoso y exitoso a toda hora. Lo molestas que son las comparaciones con “el marido/novio de”. La necesidad que tenemos de un abrazo que no siempre sabemos pedir. Lo difícil que es comprender lo que nunca nos han enseñado. Las lágrimas que no nos animamos a llorar. El poder que tienen sobre nosotros. Que también pasamos noches sin dormir. Que necesitamos silencio como ustedes charla. Que no andamos por la vida pensando en cómo lastimarlas. Que somos más débiles de lo que nuestra altura y músculos dirían. Que sacar lo mejor o peor de nosotros está en sus manos. Que pensamos y razonamos diferente. Que sentimos muy parecido. Que demostramos sentimientos como podemos o como aprendimos. Si las mujeres entendieran todo esto, si lograran mirar más allá de algunos olvidos, si se dieran cuenta de que no hay todos o ninguno, si pudiesen sentir que para nosotros la mejor demostración de amor es habernos elegido, si las mujeres bajaran un poquito la guardia, los reproches y tantos reclamos, si pudieran incrementar las sonrisas, los brindis y la picardía y si nos dejaran hacer sin tanto mandato ni expectativa, comprenderían que son lo que le da sentido a nuestras vidas. Como mujeres, novias, madres, hijas, hermanas o amigas. Al final del día, donde se acaban las bromas, donde no hay público ni formas, donde solo queda un hombre y sus latidos, ahí están ustedes... con el que cada una eligió.
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hallomanr · 3 months ago
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Ayer alguna persona, me pregunto, y porque no escribiste algo relacionado con el dia del hombre, y pensé que alguien más debería de hacerlo, y deberían de escribirnos unas letras a los hombres, pero eso no se dio, ssi que hoy recordé un texto que dice lo siguiente:
SI PUDIÉRAMOS ENTENDER...
- Que los hombres también tienen miedos, pero sin tanto permiso para mostrarlos.
- Que hay emoción en el ruido de un motor o en el grito de un gol.
- Que valoran mucho más el exceso de sonrisas que tres kilos menos.
- Lo abrumador de ser el sostén económico de una familia.
- Lo que es tener que ser valiente, poderoso y exitoso a toda hora.
- Lo molestas que son las comparaciones con “el marido de o el novio de”.
- La necesidad que tienen de un abrazo que no siempre saben pedir.
- Lo difícil que es comprender lo que nunca les han enseñado.
- Las lágrimas que no se animan a llorar.
- El poder que tenemos sobre ellos.
- Que ellos también pasan noches sin dormir.
- Que necesitan silencio como nosotras charla.
- Que no andan por la vida pensando en cómo lastimarnos.
- Que son más débiles de lo que su altura y músculos dirían.
- Que sacar lo mejor o peor de ellos está en nuestras manos.
- Que piensan y razonan diferente.
- Que sienten muy parecido.
- Que demuestran sentimientos como pueden, o como aprendieron...
Si entendiésemos todo esto, si lográsemos mirar más allá de algunos olvidos, si nos diéramos cuenta de que no hay todos o ninguno, si pudiésemos sentir que para ellos la mejor demostración de amor es habernos elegido, si las mujeres bajáramos un poquito la guardia, los reproches y tantos reclamos; si pudiéramos incrementar las sonrisas, los brindis y la picardía y si los dejáramos hacer sin tanto mandato ni expectativa, comprenderíamos que somos lo que le da sentido a sus vidas.
Y al final del día, donde se acaban las bromas, donde no hay público ni formas, donde solo queda un hombre y sus latidos, ahí estamos, con el que cada quien eligió.
Autor: Jess Browne
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kanonffa · 9 months ago
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I'm going to throw this here and walk away slowly. 🚶‍♀️ See you soon :V
(Dormir es para los débiles😴 c duerme)
A ver, di Umai ahora :V
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lizziehx2 · 3 months ago
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Empatía Maldita (Gojo/OFC)
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Clasificación: Madura
Categoría: M/F
Fandom: Jujutsu Kaisen
Capítulo: 3/20
Sinopsis:
Satoru Gojo y Akari Itoyama entrelazan sus historias desde la adolescencia como estudiantes de hechicería. La presencia en la vida del otro, aunque es intermitente, es significativa: el primer beso, misiones, pérdidas, discusiones y en el futuro, parentar a un hijo. Una historia sobre madurar y las segundas oportunidades. Actualizamos los viernes.*
Capítulo 3: Come Back Home
—Mmhmm —escuchamos que alguien carraspea con toda la intención de interrumpir. La sangre se me va a los pies y me alejo de Suguru lo más que puedo, temerosa de haber sido descubiertos por un profesor.
Pero alzo la mirada y veo que es él, Satoru Gojo con sus ojos inclementes. Y lo odio en éste momento, lo odio más que nunca.
—¿Acaso no saben que está prohibido salir de los dormitorios por la noche? —nos juzga detrás de sus gafas. Geto suspira.
—¿Qué quieres, Satoru?
Se agacha y le pasa un brazo por los hombros a su amigo.
—No me gusta dormir solito. Te estaba esperando, pero veo que estás muy ocupado —me mira, complacido ante la evidente molestia que causaba su presencia. No puedo evitar fulminarlo con la mirada. Sigo estando aquí de adorno, pues ni siquiera se atreve a dirigirme la palabra.
—Nos vemos luego, Suguru —me levanto, muy digna yo y me voy de regreso a mi habitación.
Atravesando los pasillos, voy echando humo por las orejas. No puedo creer que arruinara también mi segundo beso a propósito.
—Eres un idiota, Satoru —Geto se levanta y con las manos en los bolsillos se hace camino de vuelta a su habitación compartida—. ¿Hasta cuándo vas a dejar de molestarla?
—¿Disculpa? Ella es la que se está metiendo en mis asuntos. Afortunadamente ya se va. Es una inepta.
—¿No se te ha ocurrido que la gente vale por mucho más que su poder?
—No me caen bien los débiles. Además, ¿por qué la defiendes ahora? Tú fuiste la primera persona que escuché cuestionar su ingreso. Los hipócritas como tú me dan asco —responde Gojo en tono burlesco.
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No pude dormir esa noche. Una parte de mí quería quedarse para averiguar qué pasaría entre Suguru y yo. ¿Era muy iluso de mi parte pensar que aquello le había significado algo?
Por la mañana me levanto temprano para bañarme y dejar mis cosas listas. Iori me ayuda. Me urgía contarle, pero no me atrevía. Todo se sentía un poco fuera de la realidad.
—¿Estás bien? Te veo ansiosa —me pregunta.
—Estoy nostálgica —admito.
—Prométeme que me escribirás. Estaré ansiosa de tener noticias tuyas.
Asiento efusivamente y la abrazo.
—Tú también, por favor. Quiero saber de todas tus misiones.
Tocan la puerta, son Kento, Suguru y... ¿Satoru? ¿Acaso lo habían obligado a venir? Pues claro, no dejaría a su amigo solo conmigo.
—Creí que te gustaría un bocadillo para el camino —Nanami trae una lunch box adorable. Me olvido de ese par controversial y corro hacia él para abrazarlo. Lo quería mucho, era una persona que demostraba su afecto a través de actos de servicio. Y él sabía que la comida era uno de mis puntos débiles.
Nanami se queda helado, tan sólo tensando los músculos, pero no me aporta, yo sabía que no era muy expresivo y así estaba bien. También me tranquilizaba saber que cuidaría a Iori tan bien como a mí.
—¿Necesitas ayuda? —pregunta Suguru, señalando mis valijas. Me ruborizo nada más de cruzar miradas. Satoru, a su lado, se mira fastidiado.
—Sí, gracias —sonrío con fingida inocencia, sabiendo alto y claro que lo que Gojo quería era que los dejara en paz. Seguro le urgía que me fuera.
Todos me acompañan a la entrada de la barrera y me despido por última vez de todos, haciendo una reverencia.
Esa imagen, ese retrato se quedaría para siempre en mi cabeza.
_________________________________________________________
Volver a casa y ver a mi hermana y a mi abuela fueron un bálsamo para mi alma. Probar su comida, dormir en mi antiguo futón y poner mi mente en tareas mundanas era justo lo que anhelaba.
Sin embargo, no todo era miel y rosas. La enfermedad de mi hermana demandaba muchos cuidados y medicamentos costosos, por lo que tuve que buscar un empleo rápidamente.
Pronto mi vida cambió diametralmente. Los retos del día a día cambiaron. Probé varios empleos durante un año hasta que entendí que no regresaría a la escuela de Hechicería, así que tenía que terminar la preparatoria. Haría la semi escolarizada mientras trabajaba para, quizás, aspirar a la universidad.
En cuanto a lo mío con Geto...
Después de nuestro beso, ardía en las ganas de volver a verlo. Obviamente eso se complicaría mucho por la distancia, pero al menos intercambiábamos textos y llamadas. Sin embargo, yo no me atrevía a sugerir algo más que una amistad entre ambos, aunque nuestros coqueteos eran latentes.
—¿Cómo te va en tu nueva vida? —me pregunta Suguru del otro lado de la línea—. ¿Es lo que esperabas?
—No me quejo, aunque a veces pienso que los espíritus malditos son más fáciles de tratar que mi jefa —me burlo. La señora Nakamura era de mal carácter. Obsesionada con la eficiencia. Éramos dos empleadas en la cafetería y esperaba que atendiéramos a los clientes además de preparar las bebidas, limpiar las máquinas, hacer inventarios, cobrar y limpiar.
—Habla por ti. Al menos tú no te tienes que tragar la mierda de tu jefa.
—Eres muy valiente —suspiro con admiración.
—O muy necio.
—¿Quién fuera Gojo? Un idiota sin sentimientos —me burlo, complacida de escuchar a Geto reír.
—Tú mejor que nadie sabe que otra de sus habilidades es reprimir sus emociones y cubrirse bajo el personaje de payaso para convencer al mundo de eso.
—Oye, con esos amigos para qué quiero enemigos —bromeo.
—Los amigos no son los que te adulan todo el tiempo. Son los que conocen tus defectos, te los dicen a la cara y aún así se quedan a tu lado.
A pesar de lo que pasaría después, sé que Geto de verdad quería y respetaba a Gojo. Pocas veces he visto amistades tan sólidas como esa.
—Tú nunca me has dicho mis verdades —comento de forma sugerente.
—Tú tampoco me has hecho una lectura. ¿Por qué no lo intentas?
Medito mi respuesta. La verdad es que no lo conocía lo suficiente para decir algo contundente, pero por lo que percibía me parecía un hombre de férrea voluntad y resiliencia. Además de ser una persona muy sabia, sobre todo para alguien con 17 años. Además, suelo gravitar alrededor de personas de corazón generoso, por lo que intuía lo que había dentro de su corazón. Sin embargo nadie es toda luz ni toda sombra (excepto las maldiciones). Claro que sentía esos claroscuros en algunos rincones de su corazón.
—Creo que eres una persona humilde, pero que al mismo tiempo tiene deseos de ser reconocido... personalmente creo que mereces ese reconocimiento-
—Estoy conmovido.
—También creo que deseas proteger a los demás. Es por eso que has trabajado tan duro para convertirte en un poderoso hechicero. Pero no logro descifrar si tiene qué ver con tu vanidad o con tu generosidad. Aunque creo que se vale un poco de ambas. ¿O tal vez es parte de un deseo oculto de hacerte el héroe?
—Basta, me tienes. No tengo nada qué decir al respecto.
—Claro que son meras especulaciones. Para darte una lectura más certera tendría que...
—¿Besarme? —sugiere.
—Quizás —me muerdo el labio—. Me gustaría verte.
—A mi también, podríamos seguir practicando.
Nuestras conversaciones a veces giraban en torno a aquel día, pero no había promesas ni nada. Éramos como una vela con aroma a jazmín, tan solo un guiño de algo.
En una de esas conversaciones telefónicas me contó que el profesor Yaga les tenía una misión especial. No lo sabía pero se trataba de una que cambiaría sus vidas: la del cuerpo de plasma estelar.
Ignorante de lo que pasaba en el mundo de la hechicería, yo me encontraba concentrada en rehacer mi vida. Yuki se veía mejorar día con día, lo cual era una recompensa para todo mi esfuerzo.
Un día normal era despertar al alba, desayunar e irme a trabajar. Regresar cuando se empezaba a ocultar el sol y cenar. Y el resto de la noche, mi tarea, hasta que el sueño ya no me dejara continuar.
Éramos mi bicicleta y yo a través de la ciudad subiendo y bajando por las calles empedradas. Arroz, huevo y verduras, té y dulces de camote.
Una noche de insomnio decido dar un paseo por las callejuelas alrededor de mi barrio, esperando entumecer mi nostalgia con la brisa helada de los primeros días de primavera, cuando la nieve empieza a descongelar. Seguía viendo maldiciones allá por donde iba, pero trataba de ignorarlas. En Otari no había tantas emociones fuertes como en Tokio, por lo que los hechiceros eran menos solicitados y las amenazas menos frecuentes.
Pero en mi recorrido a media luz, me tocó ver un suceso peculiar, cuando el graznido desesperado de un cuervo llama mi atención. Éste provenía del fondo de un pozo. De primeras imaginé que la pobre ave se había caído y dañado un ala, pero al asomarme, me di cuenta de que allí adentro había un espíritu maldito impidiendo que el cuervo saliera, y aunque ésta intentaba picotear y aletear, la cosa lo quería.
De inmediato me pongo a pensar una forma de exorcizar dicho espíritu sin lastimar al ave y sin lastimarme a mi.
Entonces recordé haber visto a Geto usar su poder maldito y sus manos como si fueran una pistola y siempre me pareció interesante. ¿Podría hacerlo yo?
Trato de concentrarme y visualizar bien una bala atravesando la masa viscosa de la maldición. Disparo, pero le doy a la criatura lastimando al cuervo también, que se estaba moviendo mucho.
De forma curiosa, nos miramos a los ojos el cuervo y yo, cuando le pido que se quede quieto. Entonces logro apuntar y disparar con éxito al espíritu, exorcizándolo.
De vuelta en casa, resguardo al ave en una caja de cartón con periódico arrugado. Le había lastimado un ala. Pero por alguna razón, el cuervo parecía entender que lo quería ayudar. Así que le di agua y algunas migas de pan, hasta que al día siguiente pude llevarlo al veterinario.
Kuro ya no se fue, ni siquiera después de recuperarse de su ala. Seguía volviendo, aunque saliera todos los días a hacer sus cosas de ave, volvía en la noche para dormir en la caja con periódico. Y también me seguía al trabajo a veces. Es como si me acompañara en el trayecto. Era un ser extremadamente inteligente.
Entendí que nos habíamos hecho amigos y que ahora éramos familia en una ocasión en que me dejó rascarle la cabeza. Logré leerlo y advertir que se sentía cómodo y seguro en mi presencia, lo cuál me hacía sentir muy feliz.
Al principio a mi abuela no le gustaba la idea, pero ya después se la pasaba platicando con él en la cocina mientras ella cocinaba y él picaba las migajas.
Fue gracias a Kuro que me plantee por primera vez estudiar veterinaria.
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19 de septiembre de 2007
Kuro me acompañó en ése viaje a la ciudad de Tokio. Yo estaba nerviosa pues nunca antes lo había sacado de Nagano. Afortunadamente obtuve el permiso de llevarlo conmigo en la zona de pasajeros.
El profesor —ahora director— Masamichi Yaga me contactó tres días antes, pidiéndome el favor de darle lectura a un objeto encontrado por Satoru en una misión. Al principio dudé, no lo puedo negar, pero me gustó la idea de serle útil con algo más que con mi fuerza bruta.
Al entrar al túnel, mi estómago empieza a revolverse como en una especie de vértigo. Sé que Kuro siente mi nerviosismo, pues empieza a jalarme el cabello con el pico, haciéndome reír.
Al llegar a la escuela, me espera ni más ni menos que Satoru Gojo. Siento una aguja pincharme el pecho al verlo sonriente, abriendo la puerta de forma abrupta y asomándose al auto invadiendo mi espacio personal.
—¡Akari Itoyama, bienvenida de vuelta! Yo siempre supe que volverías —Kuro grazna de sorpresa—. ¿Y eso? ¿Te robaste uno de los pajarracos de Mei?
—Se llama Kuro y es rescatado. ¿Te obligaron a recibirme o qué? 
Bajo con la mochila en el otro hombro, burlándome.
—Si, pero no tenía de otra, no hay nadie en la escuela. Todos están en misiones.
—¿También Geto? —trato de disimular mi emoción por la idea de verlo. Hacía mucho que no nos escribíamos, de hecho había estado un poco cortante durante nuestras últimas conversaciones.
—Si, también Nanami y Utahime. Me muero del aburrimiento —echa la cabeza para atrás al caminar. Parece un fideo andante.
—Espero poder verlos —admito.
—Y dime, ¿qué cuenta la aburrida vida como no hechicera?
—Nada, todo es trabajo, escuela y arroz.
—Ah, ya veo —arruga la nariz, claro que le parece sumamente aburrido.
—¿Qué tal las cosas por aquí? —trato de salvar la conversación, pero Satoru se toma su tiempo para formular una respuesta, acomodándose las gafas.
—Han pasado muchas cosas, pero me imagino que para nada tan interesantes como la vida en Nagano —responde de forma irónica.
En ese momento, aún no sabía sobre los sucesos de la misión del manto estelar y de cómo habían afectado a Gojo y a Geto, pero Satoru era un maestro disimulando.
—Si, en efecto —asiento sarcásticamente.
El resto del camino a los dormitorios nos la pasamos en silencio. Hasta que llegamos a la sala de análisis, donde el objeto se encontraba en una caja de marfil.
—Director Yaga —hago una reverencia.
—Gracias por venir, Itoyama. Espero que hayas tenido un buen viaje.
—Si, director, sin inconvenientes.
Kuro vuela de mi hombro a una de las vigas de la habitación. Espero no le importe al director.
—En esta caja tenemos un objeto maldito que recuperó Gojo durante su más reciente misión. Se trata de esto.
Al abrir la caja, observo dentro una pintura de bolsillo. Se trata de un ojo, casi del tamaño de la palma de mi mano. El marco dorado y la pintura al óleo parecen muy antiguos. Por atrás, con caligrafía borrosa, se escribía 1639.
—Creemos que las desapariciones de la aldea de Nasu, al norte de Tochigi, podrían estar relacionadas con espíritus malditos originados en el último terremoto en Fukushima. Pero queremos confirmar. Para ello nos serviría una lectura del objeto.
—Haré mi mejor esfuerzo. Aunque me serviría saber un poco más de la misión.
Ese día estuve estudiando los reportes de la misión, ya que quería evitar cruzar palabra con Satoru. Además, las lecturas que había hecho del objeto no me evocaban necesariamente emociones negativas o imágenes de violencia.
Ese día me la pasé investigando en la biblioteca sobre la historia de dicha aldea y me enteré que la familia imperial tenía una villa de descanso bastante antigua. Algo me decía que este objeto podría estar relacionado con este lugar, aunque el reporte mencionara que lo encontraron en el sótano de una casa abandonada.
Muy a mi pesar, salgo a buscar a Gojo. A veces hay detalles inadvertidos que son los que más información pueden aportar.
Lo encuentro en el salón de clases de tercero, sentado junto a la ventana, contemplando el atardecer. ¿Quién diría que tenía un lado melancólico? Seguro extrañaba a sus compañeros, ya que odiaba la soledad.
—¿Estás ocupado? —pregunto, tratando de sacarlo delicadamente de su abstracción.
—Estaba ocupado ocultándome de ti, pero veo que he fallado —se burla. Lo fulmino con la mirada mientras baja sus largas piernas del escritorio.
—Respecto al objeto... me parece que la caja en la que lo encontraste no es la original.
—¿Y cómo tendría que verse esa supuesta caja?
—El ojo retratado en la pintura es azul, presumiblemente de un personaje caucásico. Y por el tipo de marco, me parece que es un objeto europeo. ¿Por qué estaría en una caja tradicional japonesa? A juzgar por los testimonios de la gente, el fenómeno paranormal empezó pocos meses antes con la desaparición de un hombre joven. A mi me parece que el objeto fue sustraído de su lugar de origen, que tal vez venía sellado con un ritual.
—Y al romper el sello, el espíritu fue liberado y llevado consigo a la casa del delincuente —añade Satoru, siguiendo el hilo de mi deducción. Asiento, dándole la razón.
—De acuerdo a la ley del Sakoku, a partir del siglo XVI se expulsaron a los europeos de Japón. De manera diplomática, si quieres, pero también se fracturaron familias. ¿Qué pasaría si una de esas familias fuera una hija del emperador y un diplomático extranjero? ¿Qué pasaría si nunca pudieron estar juntos y como recuerdo el prometido de la princesa le dejó este objeto para que lo recordara? —me inclino sobre su butaca para enfatizar mi punto, pero Satoru me mira con incredulidad.
—Deberías ver menos telenovelas. Es puro contenido basura —me golpea con un dedo en la frente.
Gruño de frustración, sobándome la frente. Era verdad que lo había visto en la tele, pero sabía que esa historia estaba basada en hechos reales y se mencionaba un objeto romántico (aunque no éste) que cobraba mucha menos relevancia en la historia que aquí.
—Además, ¿cómo una historia cursi de amor podría desatar a un espíritu maldito de primer grado? Debiste verlo, era asqueroso y me dio un par de problemas, sobre todo porque era un espacio reducido y se suponía que no debía afectar la estructura de las otras casas y etcétera, etcétera —contaba, fastidiado.
Me daba un poco de vergüenza admitir que mi teoría giraba alrededor de una novela romántica, pero era verdad. El objeto tenía encarnados bellos y malos recuerdos, pero sobre todo, emociones fuertes de amor y desesperanza.
Además, no era ajena a los sentimientos de desamor.
—Leí alguna vez que el amor también puede convertirse en una maldición —admito con timidez—. Pero lo consultaré con el profesor Yaga. Después de todo, es solo una interpretación.
Regreso a la biblioteca para terminar de escribir el reporte y entregárselo al director. Mi diagnóstico era que no, no estaba relacionado con el terremoto y después de haberlo exorcizado, ya no representaría una amenaza para los habitantes de Nasu. Si le parece un disparate, no lo culpo, pero al menos me demostraría que en efecto aceptar esta encomienda era un error desde el principio.
Al final del reporte escribo una recomendación:
Regresar al dueño o dueña original para que lo preserve en el estuche adecuado.
Por la noche me dirijo a la cocina después de haber pasado a la oficina del director, quien no estaba. Así que simplemente dejo mi reporte sobre su escritorio y salgo corriendo.
Afuera del comedor, veo a Satoru haciendo una llamada con su celular, pero parece tenso. Algo no me huele bien.
Me siento sola a cenar mis fideos recordando algunos buenos momentos con los chicos. De verdad la escuela se sentía distinta sin ellos.
La señora Sato, encargada de la cocina, se acerca a mí con un enorme plato de fideos, más grande que el mío y lo coloca a mi lado.
—Si te queda hambre puedes decirme con confianza. Hay más de dónde vinieron estos.
—Es muy amable, señora Sato.
—Dejo aquí el plato de Gojo. Ese muchacho es de muy buen comer. Por eso está tan alto —dice, satisfecha de sentir que su comida contribuía a la buena salud de Satoru.
Yo termino de cenar y él no viene. Me pregunto si debo ir a buscarlo antes de que tenga que devolverlo a la cocina con todo y las ilusiones de su chef.
Me asomo afuera del comedor pero ya no está. Así que merodeo por los dormitorios de los chicos, para ver si lo veo por ahí.
Alcanzo a escuchar una conversación entre Gojo y Masamichi.
—Quizás se quedó sin batería.
—Él es el único que no se ha reportado. Nanami y Shoko ya vienen de regreso.
—No hay por qué alterarse. Seguramente mañana tendremos noticias.
—Debes informarme inmediatamente si se comunica contigo.
—Si, si. Pero recuerda que Suguru es uno de nuestros hechiceros más fuertes. Sé que tiene todo bajo control.
Cuando el director se va de los dormitorios, salgo de mi escondite para encontrarme con Satoru.
—¿Qué está pasando?
—Así que además de inepta eres una chismosa... debí adivinarlo —se burla.
—¿Geto está bien?
—No contesta mis llamadas. Pero estoy seguro de que sí.
Me cruzo de brazos, tratando de leerlo. Pero noto que los ojos le brillan, tiene su técnica ritual activa.
—¿No vas a cenar? La señora Sato estaba muy entusiasmada por escuchar tu opinión sobre sus fideos.
—Ella sabe que me gustan, pero hoy no tengo hambre —bosteza ruidosamente, estirando la espalda y los brazos. No es típico de él saltarse una comida. Estaba escondiendo algo.
—Me voy a mi habitación pero... por favor, avísame si tienes noticias —le pido.
—Puede que Geto te llame a ti primero.
—¿Por qué lo dices?
—Porque sé que ustedes tienen... una conexión especial.
Ese comentario logra ruborizarme, ¿pero por qué lo dice como si se estuviera burlando?
—Solo hablamos de vez en cuando. No he sabido nada de él en los últimos meses.
—Quizás se aburrió de ti. Últimamente los no hechiceros le parecen sumamente desagradables. Y no lo culpo.
Sonrío con tristeza antes de darme la media vuelta.
—Yo tampoco lo culparía —salgo de la habitación.
_________________________________________________________
A la madrugada, escucho que tocan a mi puerta y salgo en pijama. Es Shoko. Me alegra tanto verla que me abalanzo sobre ella en un abrazo.
—Shoko, ¡me da tanto gusto verte!
—A mí también —sonríe—. Pero el director Masamichi quiere verte de inmediato en su oficina.
—¿Qué hora es? —Pregunto, totalmente perdida de la noción del tiempo.
—Son las 2 am. Nanami y yo acabamos de llegar.
—¿Por qué el director está trabajando tan tarde?
—Debe ser algo serio —me dice.
Me pongo presentable y me apresuro a la oficina del director. Al llegar toco la puerta.
—Director, ¿me llamó?
Satoru estaba ahí, dándome la espalda.
—Ha sucedido algo terrible. La aldea a la que enviamos a Geto para una misión, se ha incendiado por completo.
Me llevo las manos a la boca sintiendo cómo la sangre me baja a los pies.
—No tenemos rastros de Suguru. Sigue sin contestar. Necesito que vayan de inmediato a investigar qué está pasando y si hay algún rastro de su paradero. Tememos por su seguridad.
—Si, señor —logro articular con voz temblorosa—. ¿Cuánto hacemos de aquí a la villa?
—Nos teletransportaremos —interviene Satoru. ¿Qué? ¿Quién iba a hacer eso? —¿Nos vamos? —me mira de arriba a abajo. Yo iba en pantuflas pero él ya estaba en uniforme. Corro a ponerme zapatos y me sorprende verlo afuera de los dormitorios, esperándome.
—¿Lista? —pregunta con impaciencia. No sabía que Satoru podía hacer eso. Él se acerca y me toma del brazo, para entonces susurrar el ritual de teletransportación.
Se siente como si cayéramos en un pozo para luego chocar con tierra firme. Caigo de rodillas sobre un suelo de hojas y ramas en medio del bosque.
—¿Dónde estamos? —me reincorporo.
—Aún tengo que refinar ese ritual —anota para sí mismo, mirando a su alrededor—. Sígueme.
Voy detrás de él, tratando de seguirle el paso, trotando prácticamente, intentando no tropezarme pues todo está muy oscuro. Pero fallo y vuelvo a caer. Creo que me lastimé la mano.
Sin decir nada Satoru me levanta y me sube a su espalda para cargarme. El contacto con él se siente extraño. Como si tuviera una capa de vidrio por encima, pero quizás es una descripción muy pobre. No puedo sentir su calor ni oler su aroma. Debe ser su escudo infinito.
Gojo atraviesa el bosque a toda velocidad conmigo en su espalda. Poco a poco se va divisando un hilo de humo por los cielos, hasta que llegamos a un mirador, donde se alcanza a ver la aldea consumiéndose.
Es horrible. Recuerdos del día del hospital muerden mi mente, y la piel me pica.
—Sujétate —me dice, y se lanza por el risco en picada, conmigo en su espalda. Dejo salir un grito, cerrando los ojos, hasta que siento el impacto de su aterrizaje.
No necesito ni abrir los ojos para empezar a recibir la información de lo que había pasado. Toda la aldea estaba consumida, incluso el fuego ya estaba amainando en algunos espacios. Lo que me parece curioso es que el fuego no se propagara al bosque. Éste no había sido un incendio común y corriente.
Bajo de la espalda de Satoru y me acerco a un área apagada, donde el fuego ya había consumido todo y toco las cenizas restantes.
Se dibuja en mi mente a Geto detrás de las llamas, observando la masacre, con total indiferencia ante las súplicas y los gritos de los aldeanos. Y dos presencias más. Unas niñas cuya energía residual podía sentir. ¿Las niñas lo habrían hecho y Geto las dejó? No, no me hace sentido. ¡Nada hace sentido!
Noto mis mejillas mojadas cuando vuelvo al presente. Veo a Satoru a lo lejos, agachado, viendo algo en medio de las cenizas. El humo sabor acre pica mi garganta y no puedo evitar toser. Aquí no se puede sentir el viento fresco del bosque. Aquí el aire sofoca, huele a miedo y dolor.
Peino el área para encontrar objetos y ruinas de las chozas. Las paredes también hablan. Trato de ignorar toda lectura ajena al evento. Todo lo que no tenga que ver con Geto lo dejo pasar, y mi corazón se rompe a medida que el suceso se va escribiendo en mi memoria.
No puedo parar de llorar. Es como si el suelo estuviera reclamando el agua que había perdido y lo estuviera absorbiendo de mis ojos. Me siento mareada, me duele la cabeza, tengo los labios y la boca reseca.
—¡Gojo! —exclamo, buscándolo con la mirada; necesito sostenerme de algo o alguien. Me doy cuenta que encontró sobrevivientes en los escombros. Está sacando a un hombre joven, quizás de nuestra edad. Ya puso a salvo a una mujer y a un niño.
Sé lo que tengo que hacer. Tengo que ayudarlo. ¿Por qué no llegan los bomberos? ¿Dónde están las autoridades?
Ambos nos dedicamos a limpiar el lugar en busca de sobrevivientes. A nuestro paso encontramos cadáveres calcinados, huesos, miembros y escenas que terminaron por pintar paisajes desoladores en mi memoria. ¿Cómo podemos vivir en un mundo con tanta maldad? ¿Cómo alguien puede hacerle esto a inocentes?
—Busca agua —ordena Satoru. Sí, es buena idea. Tomo una vasija medio rota y me adentro al bosque buscando un río. No está cerca, pero mi sed llama al agua y me guía como brújula.
En mi camino detecto más rastros de suciedad residual también en dirección al río. Así que me apresuro. ¿Qué tal si logro encontrar a Geto y a las niñas?
Al llegar, los siento. Los cuerpos de agua suelen atrapar la energía maldita como ninguna otra cosa. Pero seguro también tuvieron sed e hicieron ésta parada obligada. Pero no están. Llegué tarde. Entonces se dirigen al oeste. Quizás Satoru y yo podamos ir tras su rastro luego, pero ahora necesitábamos atender a los sobrevivientes.
Vuelvo a la aldea y alcanzo a escuchar las sirenas. Por fin llegó la ayuda. Desde las sombras del bosque, Satoru observa el trabajo de los paramédicos y bomberos. La vasija de agua supongo que ya no importa, pero noto los labios resecos de Satoru.
—Entrevisté a un sobreviviente —comenta—. Me habló de un demonio/dragón que atacó la aldea. También culpa a las niñas de haber llamado al demonio para vengarse de los aldeanos que las encerraron.
—Se trata de uno de los espíritus malditos de Geto, ¿verdad?
Gojo abre su puño y me muestra el botón emblema de la preparatoria. Sí Suguru mismo se lo quitó del uniforme, era un mensaje claro de sus intenciones de abandonar la escuela y darle la espalda al sistema de hechicería que lo rige.
Llega a mi memoria el recuerdo de aquel encuentro con Shoko, quién me compartía su preocupación por él. Era evidente que algo le sucedía, pero nadie pudo adivinar la gravedad de su dolor. Ni siquiera Gojo, con sus seis ojos, pudo ver que su amigo lo necesitaba. Y yo, ¿dónde estuve? Del otro lado de la línea, simplemente esperando su llamada o su mensaje, incapaz de reunir el valor para tomar la iniciativa. Pero ese había sido mi error. Yo buscaba ser algo más que una amiga para él, cuando era justo lo que él necesitaba y no pude adivinarlo.
Me invade una cólera conmigo misma que siento temblar en mis puños. Dejo caer la vasija de agua al suelo, desperdiciando el preciado líquido. Pero no podía importarme menos en ese momento.
—Necesito hablar con Suguru. Me niego a creer que fue obra suya —me mira a los ojos, como pidiéndome que desmienta al aldeano. Pero no podía. Geto lo había hecho con conocimiento de causa y con el fuego de su ira. Él le había dado la orden a su demonio.
—¿Cómo sabes que no fue él?
—Porque... porque —trastabilla—. ¡Porque él no haría algo así!
—Quizás no lo conoces lo suficiente —acuso de manera cruel, lo reconozco. La ira estaba poniendo las palabras en mi boca.
—¿Y tú sí? —increpa. —¿Crees que con un beso puedes conocer todo de otra persona? Eres una ingenua.
—¡Y tú eres un narcisista que no pudo ver que su mejor amigo lo necesitaba!
—¿Necesitarme para qué? ¿Para desalentarlo de arruinar su propia vida?
—¡Para consolarlo!
—¿Y por qué no lo consolaste tú, eh? ¿Acaso no eres experta en eso?
Le suelto una bofetada, pero me hago más daño que yo a él, pues la mano que tenía lastimada choca contra su escudo. Las lágrimas vuelven a brotar de mis ojos descontroladamente, nublando mi vista. La mano me duele y el pecho también. Pierdo la fuerza en mis piernas y caigo al suelo de rodillas.
"Akari", escucho a Gojo nombrarme. Se acerca a mí y siento cómo me levanta en sus brazos para dejarnos caer al pozo.
_____
Eran las cinco de la mañana. La deshidratación que tenía me había hecho desvanecer. Al regresar a la escuela nos atienden de inmediato a Gojo y a mi. Kuro vuela de inmediato en mi búsqueda, seguramente preocupado por haber desaparecido de su vista durante éstas horas. No sólo la falta de electrolitos había hecho mella en mí, sino que la sobrecarga de información emotiva negativa también me había debilitado.
Satoru y yo no nos dirigimos la palabra mientras nos atienden, pero siento su mirada sobre mi todo el tiempo. Una vez dados de alta, me sigue a mi habitación. Al llegar a la cama, caigo rendida, Kuro sobre el tubo de la cabecera y Gojo en una silla junto a mi lecho, acomodándose con los brazos cruzados. Yo lo único que quería era dormir y olvidar todo lo que había visto, con o sin su presencia. Seguía enojada conmigo misma, sin dejar de repetirme que era una inútil.
Después de un par de horas de sueño, lucho con el peso de mis propios párpados, cuando veo esa cabeza blanca recostada sobre mi colchón ¿Gojo seguía aquí? Aunque mi cuerpo se siente adolorido, logro levantar mi brazo para posar mi mano sobre su cabello, en cambio siento su escudo. Él levanta la mirada de un sobresalto.
—Akari —tiene los ojos hinchados, pero no hay lágrimas. Es evidente que no ha dormido nada. ¿Por qué se quedó conmigo? ¿No que me despreciaba? Tal vez no quería quedarse solo. Apenas caigo en cuenta que desde ayer tiene activa su técnica ritual. ¿Cómo hacía para mantenerla tanto tiempo?
—¿Qué haces aquí?
—Quería asegurarme que no te murieras —carraspea. No puedo evitar esbozar media sonrisa. Aunque al mismo tiempo siento tristeza por él. Es decir, puedo sentirme decepcionada con todo lo que estaba pasando, pero mi vínculo no era nada comparado con lo que Geto y Gojo tenían. Me atrevería a decir que quizás Gojo lo veía más que como su mejor amigo, pero eso nunca lo he podido confirmar.
—Satoru, ¿qué pasó antes de todo ésto? Una parte de mi quiere olvidarse de todo lo que vi, y la otra quiere comprenderlo.
Gojo recarga sus codos sobre sus rodillas, mirando el cielo por la ventana. Tal vez estaba siendo demasiado ingenua al esperar que me lo contara. No éramos amigos. Las circunstancias nos habían unido en éstos momentos difíciles, pero ¿qué me daba derecho a indagar? En ese momento, quizás por nuestra juventud, se nos hizo fácil compartirlo, como un chisme adolescente.
Satoru me cuenta todo lo sucedido en esa misión y sobre lo especial que era Rika Amanai. Sobre el señor Tengen. Sobre cómo Toji Fushiguro casi logra matarlos a ambos y finalmente sobre el hijo y su escalofriante parecido con su padre. Me lo cuenta como si se tratase de una misión más, de otro día de batalla. Pero no puedo evitar pensar en lo cruel de todo y de éste sistema que ofrecía a sus hechiceros como carne de cañón, sobre todo a los más jóvenes, que los obligaba a hacerse adultos antes de tiempo. Entendía que Geto hubiese quedado afectado después de lo sucedido. Y sobre todo me quedó claro que la forma de Gojo de recuperarse del trauma fue concentrarse en explorar sus poderes para volverse invencible, y de esa forma, evitar otra tragedia. Estaba tan concentrado en ello que no notó el deterioro en el estado de ánimo de su amigo. Si Geto era culpable y estaba escapando por miedo a las represalias, quizás aún estábamos a tiempo de traerlo de vuelta a casa.
—Tienes que buscarlo, Satoru, sólo tú sabes dónde puede estar. Yo no diré nada, ni de ésto ni de la lectura —digo. Satoru me mira sorprendido—. Quizás haya regresado a su pueblo natal.
Satoru asiente, decidido a hacerlo.
Escuchamos al director Yaga tocar la puerta antes de entrar.
"Itoyama, veo que te encuentras mejor, me da gusto." Me incorporo inmediatamente, haciendo media reverencia. "Satoru, ¿nos dejas a solas?"
"Seguro", Gojo toma sus gafas y cruzamos miradas por última vez antes de cubrir sus ojos hinchados.
Como prometí, no le conté nada a Yaga, esperando ganar tiempo para que Satoru pudiera buscarlo. Le dije que el rastro había sido borrado y que Geto había sido muy cuidadoso. Tan solo pudimos rescatar a algunos sobrevivientes. Yo creo que el director sabía que mentía pero no insistió. Quizás ya sabía que los Altos Mandos mandarían a sus propios peritos a la zona y que independientemente de lo que yo pudiera testificar, ellos reconstruirían su propia versión de todas formas. Pero yo tenía la esperanza de que aún estuviéramos a tiempo de salvarlo.
Más tarde, en el comedor, me encuentro con Utahime y con Nanami. Allí estábamos los tres otra vez, completamente abatidos.
—¿No han visto a Shoko?
—Está en su habitación, no ha querido salir —contesta Utahime.
—Lo de Geto la tiene muy desconcertada —agrega Nanami.
—¿Y Gojo?
Ambos alzan los hombros, no saben dónde está. Quizás ya se había ido.
Esa misma tarde hago mi maleta para regresar a casa. Shoko y Utahime entran a mi habitación.
—¿Cómo te sientes? —me pregunta Shoko, sentándose en la cama. Yo quisiera preguntarle lo mismo, pero se veía normal.
—Mejor, gracias —miro mi mano vendada—. ¿Y tú?
—Estaré bien —se encoje de hombros—. Te llevaremos a la estación de tren.
Antes de irme de la escuela, el director se disculpa por involucrarme en lo de Geto pues me había contratado específicamente para la lectura del objeto maldito y me ofrece una compensación, a la que me niego.
—Gracias por dejarme ayudar —hago una reverencia antes de irme.
Las chicas y yo, sentadas en la parte trasera del auto, vamos platicando sobre otros temas. Les platico de Kuro y de cómo estaba empezando a prepararme para los exámenes de ingreso a la universidad. Ambas se emocionan y Shoko promete compartirme las guías que estaba repasando ella. Nos cuenta que quiere estudiar medicina y no puedo estar más feliz por ella. Por un momento me sentí una chica normal, con amigas normales que aspiraban con esperanza al futuro.
________________________
26 de septiembre de 2007
Una semana más tarde, de vuelta en Otari, estaba en la habitación que compartíamos Yuki y yo. Me estaba cortando el cabello, pues acababa de ingresar a un curso de estilismo. Estábamos riendo, nerviosas de que fuera a arruinar el largo que había logrado conseguir, cuando me entra una llamada de Utahime.
—Akari, creí que debías saberlo.
—¿Qué sucede? —pregunto, borrando la sonrisa al escuchar su voz preocupada.
Geto había cometido un segundo crimen, había asesinado a sus padres. Con ello, no solo su sentencia de muerte había sido firmada; también su culpabilidad había sido confirmada.
Capítulo 4: Genética
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cuervoplath · 4 months ago
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Only me
El dolor que siento me duele hasta al amanecer , No es un dolor normal es uno emocional , Cuál hasta los más valientes se vuelven débiles al tenerlo , Un dolor que ni mill palabras pueden describir , El tipo de dolor que sientes que tu cabeza solo es azul .
Porque los humanos debemos sufrir? Será que somos tan vacíos que nos toca inventar nuestros sufrimientos , Pero mi dolor no se siente inventado si no muy real.
Quiero llorar no de manera normal , Si no descomunal que hasta la misma luna sienta simpatía por mí y mi dolor , La luna me mira con dolor al ver lo que sufro por él siempre hecho de ser yo , La muerta me admira y por eso no me deja en paz y quiere que piense que quiero estar con ella , El amor me odia y por eso no me da un amor que en verdad me pueda amar con tranquilidad.
Odio no poder vivir con tranquilidad , Solo quisiera poder dormir y jamás despertar , Quisiera olvidar como sus sucias manos me tocaron y me quitó el respeto que tenía en mí , Solo por ser un pedaso de carne para el , solo por eso me dejó con un dolor infinito sin acabar sin importar cuánto me corté y odie no podré olvidar , Tristeza siempre sentiré y tristeza seré .
Dolor en alma
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love-letters-blog · 2 years ago
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SI LAS MUJERES ENTENDIERAN
Si las mujeres entendieran… que los hombres también tenemos miedos, pero sin tanto permiso para mostrarlos.
Que hay emoción en el ruido de un motor o en el grito de un gol.
Que valoramos mucho más el exceso de sonrisas que tres kilos menos.
Lo que es tener que ser valiente, poderoso y exitoso a toda hora.
Lo molestas que son las comparaciones con “el marido/novio de”.
La necesidad que tenemos de un abrazo que no siempre sabemos pedir.
Lo difícil que es comprender lo que nunca nos enseñaron.
Las lágrimas que no nos animamos a llorar.
El poder que tienen sobre nosotros.
Que nosotros también pasamos noches sin dormir.
Que necesitamos que aveces también nos escuchen.
Que somos más débiles de lo que uds creen.
Que sacar lo mejor o peor de nosotros está en sus manos.
Que pensamos y razonamos diferente.
Que sentimos muy parecido.
Que demostramos nuestros sentimientos y aveces no lo notan.
Si las mujeres vieran todo esto, si lograrán mirar más allá de algunos olvidos, si se diéran cuenta de que no hay todos o ninguno, si pudieran sentir que para nosotros la mejor demostración de amor es habernos elegido, si las mujeres bajáran un poquito la guardia, los reproches y tantos reclamos, si pudiéran incrementar las sonrisas, los brindis y la picardia, comprenderian que son lo que nos da sentido a nuestras vidas.
Como mujeres, novias, madres, hijas, hermanas o amigas.
Al final del día, donde se acaban las bromas, donde no hay público ni formas, donde solo queda un hombre y sus latidos, ahí están uds... con el que cada una eligió.
—-☮️
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lordxbebbanburg · 2 years ago
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No había podido dormir, desde que se encontraba ahí viviendo en el palacio bajo la protección del rey de Wessex, trataba de mostrar su lugar. No era cualquier persona, era la Lady de Bebbanburg, la real heredera. Su tío quería robarle sus tierras, sus títulos. Y odiaba que ni siquiera quisieran tenerla en cuenta por tratarse de ser mujer, pero pelearía por ello. Ahora debía de ganarse la confianza del rey de Wessex, y lo único que lograba era sacarla de sus casillas porque no la valoraba por tratarse de ser una pagana. Estaba afuera observando a Leofric pelear cuando se levantó, frunciendo el ceño. “¿Eso es lo mejor que puedes hacer, grandote?” preguntó pidiendo que le dieran una espada para comenzar a pelear con él, demostrando que tenía muchos puntos débiles, tal como le estaba mostrando a los sajones. “Si quieren ganarle a los daneses, necesitarán más que eso” no se había percatado de que Alfred estaba ahí hasta que terminó por llamarla. Uhtreda soltó un suspiro y al final terminó dejar la espada caer al piso, caminando detrás suyo hasta dirigirse al salón, aquel famoso salón que siempre la llevaba para gritarle. “¿Ahora que mierda hice?” preguntó. No se caracterizaba por tener un buen lenguaje pero luchaba por mostrar que no debían de verla como una mujer, o alguien frágil, ella podría ser igual de buena guerra o mucho mejor que cualquiera. @siihtric​
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adiosalasrosas · 1 year ago
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"El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer.
Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los vecinos de la aldea. Azinhaga era su nombre, en la provincia del Ribatejo. Se llamaban Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha esos abuelos, y eran analfabetos uno y otro. En el invierno, cuando el frío de la noche apretaba hasta el punto de que el agua de los cántaros se helaba dentro de la casa, recogían de las pocilgas a los lechones más débiles y se los llevaban a su cama.
Debajo de las mantas ásperas, el calor de los humanos libraba a los animalillos de una muerte cierta. Aunque fuera gente de buen carácter, no era por primores de alma compasiva por lo que los dos viejos procedían así: lo que les preocupaba, sin sentimentalismos ni retóricas, era proteger su pan de cada día, con la naturalidad de quien, para mantener la vida, no aprendió a pensar mucho más de lo que es indispensable.
Ayudé muchas veces a éste mi abuelo Jerónimo en sus andanzas de pastor, cavé muchas veces la tierra del huerto anejo a la casa y corté leña para la lumbre, muchas veces, dando vueltas y vueltas a la gran rueda de hierro que accionaba la bomba, hice subir agua del pozo comunitario y la transporté al hombro, muchas veces, a escondidas de los guardas de las cosechas, fui con mi abuela, también de madrugada, pertrechados de rastrillo, paño y cuerda, a recoger en los rastrojos la paja suelta que después habría de servir para lecho del ganado.
Y algunas veces, en noches calientes de verano, después de la cena, mi abuelo me decía: "José, hoy vamos a dormir los dos debajo de la higuera". Había otras dos higueras, pero aquélla, ciertamente por ser la mayor, por ser la más antigua, por ser la de siempre, era, para todas las personas de la casa, la higuera.
Más o menos por antonomasia, palabra erudita que sólo muchos años después acabaría conociendo y sabiendo lo que significaba. En medio de la paz nocturna, entre las ramas altas del árbol, una estrella se me aparecía, y después, lentamente, se escondía detrás de una hoja, y, mirando en otra dirección, tal como un río corriendo en silencio por el cielo cóncavo, surgía la claridad traslúcida de la Vía Láctea, el camino de Santiago, como todavía le llamábamos en la aldea.
Mientras el sueño llegaba, la noche se poblaba con las historias y los sucesos que mi abuelo iba contando: leyendas, apariciones, asombros, episodios singulares, muertes antiguas, escaramuzas de palo y piedra, palabras de antepasados, un incansable rumor de memorias que me mantenía despierto, al mismo que suavemente me acunaba.
Nunca supe si él se callaba cuando descubría que me había dormido, o si seguía hablando para no dejar a medias la respuesta a la pregunta que invariablemente le hacía en las pausas más demoradas que él, calculadamente, le introducía en el relato: "¿Y después?".
Tal vez repitiese las historias para sí mismo, quizá para no olvidarlas, quizá para enriquecerlas con peripecias nuevas. En aquella edad mía y en aquel tiempo de todos nosotros, no será necesario decir que yo imaginaba que mi abuelo Jerónimo era señor de toda la ciencia del mundo.
Cuando, con la primera luz de la mañana, el canto de los pájaros me despertaba, él ya no estaba allí, se había ido al campo con sus animales, dejándome dormir. Entonces me levantaba, doblaba la manta, y, descalzo (en la aldea anduve siempre descalzo hasta los catorce años), todavía con pajas enredadas en el pelo, pasaba de la parte cultivada del huerto a la otra, donde se encontraban las pocilgas, al lado de la casa.
Mi abuela, ya en pie desde antes que mi abuelo, me ponía delante un tazón de café con trozos de pan y me preguntaba si había dormido bien. Si le contaba algún mal sueño nacido de las historias del abuelo, ella siempre me tranquilizaba: "No hagas caso, en sueños no hay firmeza".
Pensaba entonces que mi abuela, aunque también fuese una mujer muy sabia, no alcanzaba las alturas de mi abuelo, ése que, tumbado debajo de la higuera, con el nieto José al lado, era capaz de poner el universo en movimiento apenas con dos palabras. Muchos años después, cuando mi abuelo ya se había ido de este mundo y yo era un hombre hecho, llegué a comprender que la abuela, también ella, creía en los sueños.
Otra cosa no podría significar que, estando sentada una noche, ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola, mirando las estrellas mayores y menores de encima de su cabeza, hubiese dicho estas palabras: «El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir». No dijo miedo de morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesadilla y continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento casi final, estuviese recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el consuelo de la belleza revelada.
Estaba sentada a la puerta de una casa, como no creo que haya habido alguna otra en el mundo, porque en ella vivió gente capaz de dormir con cerdos como si fuesen sus propios hijos, gente que tenía pena de irse de la vida sólo porque el mundo era bonito, gente, y ése fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver".
—José Saramago, discurso de recepción del Nobel de Literatura en el año 1998.
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tetha1950 · 1 year ago
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¿Legalidad o permisividad?
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Pero ahora, ya que conocéis a Dios o, más bien, que sois conocidos por Dios, ¿cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudimentos, a los cuales os queréis volver a esclavizar? Guardáis los días, los meses, los tiempos y los años. (Gálatas 4:9-10).
Pablo pregunta: ¿Por qué os ponéis de nuevo bajo la Ley, ahora que habéis sido traídos a la libertad que hay en Cristo Jesús?. La Palabra de Dios deja muy claro que el cristiano ha de ser controlado por la gracia y no por la Ley. Hay muchos malentendidos sobre la aplicación de la gracia a la vida cristiana. Uno que es prevalente hoy día es que la gracia realmente significa que no hay control para nada. Su idea es que usted puede hacer cualquier cosa que quiera en la gracia. Si usted está bajo la gracia, no está bajo ninguna norma o regulación; usted sólo hace lo que le place, y nada puede detenerle. Éste es un malentendido muy común acerca de la gracia, y está muy lejos de la verdad.
En la vida cristiana hay dos extremos: legalidad y permisividad; y al diablo no le importa mucho, en realidad, hacia cuál empujarle. Si puede arrastrarle a cualquiera de los dos, su vida está arruinada en lo que se refiere a su utilidad para Dios. Pero la gracia representa el camino intermedio que discurre justo entre los dos extremos. La permisividad es la ausencia de ley; es anarquía; es decir: Soy libre para hacer cualquier cosa que quiera; no hay límites a mi gratificación. Si quiero hacer algo que la Biblia dice que está mal, bueno, no estoy bajo la Ley sino bajo la gracia, y puedo seguir adelante y hacerlo. Esto es permisividad, y está mal. En el otro extremo, está la legalidad. Nuestro problema es que, para escapar de la permisividad, a veces rebotamos en la legalidad. Sentimos los remordimientos de conciencia que vienen de vivir una vida salvaje, libre y sin trabas, y reaccionamos con legalidad. Nos imponemos a nosotros mismos leyes, reglas rígidas, largas listas de prohibiciones que nos impiden hacer cualquier cosa que no sea comer, dormir y leer la Biblia.
Hay muchos que piensan equivocadamente que los estándares de la gracia son mucho más bajos que los estándares del legalismo. Los verdaderos cristianos, dicen algunos, nunca fuman, ni bailan, ni van al cine, ni juegan a las cartas, ni beben. Y, como usted a veces ve que algunos que dicen que viven bajo la gracia hacen estas cosas, eso prueba que los estándares de la gracia son más bajos que los de la Ley. En realidad, es lo contrario. Según la Palabra de Dios, estos actos externos son un pecado mucho menos grave, si es que son pecado, que los malvados pecados internos del espíritu que los legalistas casi invariablemente permiten en sus vidas. Los criterios legalistas siempre tienen que ver con acciones externas. Siempre que usted pueda mantener la apariencia externa de su vida ajustada a una norma o parámetro determinados, puede considerarse espiritual. Pero, la gracia va más allá de las acciones externas; va al corazón, y dice que el corazón debe ser recto también. Los criterios de la gracia se preocupan de aquellas actitudes internas que crean el acto externo. El legalismo nunca puede subir a ese nivel. Sólo se preocupa de unas cuantas cosas externas visibles para los demás, pero el corazón puede ser repugnante y malvado, lleno de calumnia, malicia, amargura, chismorreo y todas las otras obras de la carne.
Padre, gracias por las riquezas de gracia que tengo en Cristo Jesús. Oro para que mi corazón pueda despertar a las riquezas de la gracia y que pueda ser animado a hacer las cosas que verdaderamente te complacen.
   Aplicación a la vida ¿Cómo puedo ordenar mi vida de modo que mi comportamiento externo se base en la dependencia de la gracia de Dios?
(Ray Stedman).
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deepinsideyourbeing · 7 months ago
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Golden Slumbers - Santiago Vaca Narvaja
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+18! Sub!Santi. Begging, edging, face slapping (once), (anal) fingering, marking, (un poquito de) mommy kink, orgasm denial, overstimulation, sex toy (dildo), somnofilia (en el principio), edades no especificadas. Uso de español rioplatense.
La luz del sol filtrándose por la ventana ilumina los rulos de Santiago cayendo sobre la almohada, su rostro de expresión pacífica y también sus hombros desnudos, desprotegidos contra el frío. Tus dedos rozan su pómulo con suavidad, temiendo despertarlo, y cuando tu mano cubre su mejilla en un gesto de afecto jurás que persigue el contacto con tu palma.
Descubrís su cuerpo tirando de las mantas y sábanas lentamente: todavía está durmiendo en la misma posición en la que se encontraba cuando abandonaste la cama hace más de media hora, recostado sobre  su lado izquierdo y con las piernas flexionadas en un ángulo que, combinado con su fijación por dormir sin ropa, lo deja enteramente expuesto.
En busca de la posición ideal tu rodilla golpea la parte posterior de su muslo y él se remueve, quejándose pero todavía profundamente dormido. Masajeás su pierna de manera superficial, rozando con las yemas de tus dedos su erección matutina que descansa entre sus muslos, y ofrecés el mismo tratamiento a su trasero –donde se conservan las marcas de tus dientes-.
Procurando hacer el menor ruido posible dejás caer una generosa cantidad de lubricante sobre tus dedos índice y medio: está frío, muy frío, pero el tiempo no está precisamente de tu lado y es por eso que los guías de inmediato hacia la pequeña entrada de tu adorable novio. Rozás su agujero y suspirás cuando su cuerpo cede para permitir el paso de un dígito.
¿Cuántas veces te encargaste de destrozarlo con tus dedos y otros objetos? No estás segura y calcularlo sería una  pérdida de tiempo, pero ese es el motivo exacto por el cual te sorprende que sus paredes estén aún imposiblemente estrechas cuando succionan tu dedo con voracidad. ¿Memoria muscular? Es probable.
Igualmente sonreís con orgullo.
-¿Santi?- preguntás en voz baja luego de oírlo suspirar-. ¿Bebé?
No responde con palabras pero sí con su cuerpo, contrayéndose. Realizás pequeños movimientos ya no tan delicados con tu dedo, estimulando sus nervios de manera experta y rozando su próstata sin tener consideración por la sensibilidad que siempre lo ataca cuando lo hacés. Justo como esperabas, funciona, porque con un sonoro gemido despierta y voltea a verte.
-Buenos días, lindo- saludás-. ¿Cómo dormiste?
-Buen día- responde con voz entrecortada. Intenta continuar luego de relamer sus labios y en vez de palabras sólo puede producir gemidos, sin saber si son producto de la excitación o de la vergüenza, con sus mejillas tomando temperatura y los ojos llenándose de lágrimas por el placer que se dispara por su cuerpo, desorientándolo todavía más.
Introducís un segundo dedo y él abraza su almohada, abrumado por el repentino ardor, sujetándola como si fuera el último objeto que lo mantiene sobre la Tierra… Pero pronto se encuentra suspirando, entregándose y restando importancia a ese pasajero escozor propio de la dilatación, moviendo sus caderas provocadoramente para rogar por lo-que-sea.
-¿Sí? ¿Querés más?- preguntás con una pequeña risa.
-Por favor.
Retirás tus dedos sólo unos segundos para volver a cubrirlos con lubricante y él se queja por la sensación de vacío que lo embarga. Mueve sus muslos en busca de mayor estimulación, acción que intentás ignorar para no caer en la tentación, entre ellos su punta goteando fuera de control y haciendo brillar su piel deliciosamente. Dios, ¿por qué hace siempre lo mismo? ¿Por qué parece conocer tan bien tus puntos débiles?  
Molesta por la facilidad con la que sus acciones te afectan, volvés a penetrarlo con tus dedos y Santiago se sobresalta, ya sea por el producto frío o la fuerza repentina que empleás. De igual manera la sorpresa en su rostro muta rápidamente hasta convertirse en una expresión de pura entrega, tan hermosa que resulta imposible dejar de mirarlo.
En la habitación antes silenciosa ahora sólo se oyen su respiración cada vez más profunda, el placer en su voz ronca y el sonido húmedo de tus dedos en su interior, que está cada vez más relajado pero no deja de succionar. Sus uñas arañan peligrosamente las sábanas y sus dientes torturan de la misma manera su labio inferior cuando intenta no gemir.
-¿Tenés ensayo hoy?- preguntás con tus dedos aún enterrados en lo profundo de su cuerpo. Con tu otra mano te las ingenías para esparcir el lubricante sobre el dildo en tu arnés.
Un gesto afirmativo es lo único que recibís como respuesta: Santiago es inteligente y un ávido lector, su vocabulario es impresionante y él tan elocuente, pero ahora con sólo unas cuántas caricias lograste hacerlo perder la capacidad del habla. En su mirada podés apreciar que cualquier rastro de coherencia también comienza a abandonarlo.
Rozás su piel con la punta del dildo y él se reincorpora lo suficiente para mirar. Un suspiro un tanto grave nace y se extingue en su garganta cuando nota que se trata de su dildo favorito, con el largo y ancho perfecto y la curva que roza todos los lugares que lo hacen temblar. Se deja caer sobre la almohada cuando tus dedos lo abandonan y guiás el juguete hacia su entrada.
-Respirá- indicás.
Con un movimiento de tus caderas una parte del dildo desaparece en su interior, su entrada brillante recibiéndolo sin mucha dificultad y su respiración interrumpiéndose por la repentina sensación. Empujás más mientras acariciás la zona de sus costillas y su espalda, masajeando su piel para distraerlo cuando comenzás a moverte muy lentamente.
Sus gemidos son suaves y no dejan de resonar entre las cuatro paredes, acompañados por algún que otro quejido cuando enterrás tus uñas en su cadera, dibujando marcas de fuego. Te disculpás en voz baja y él niega, restándole importancia al asunto porque es perfectamente consciente de que no es tu culpa, simplemente no podés controlarte cuando están así.
Encontrás una posición más cómoda y establecés un ritmo ideal que provoca que tu novio derrame esos sonidos hermosos por sus labios y cantidades obscenas de líquido preseminal sobre su piel. Tomás su erección caliente y pesada para jugar con su punta rosada, tu pulgar conectado a él por un hilo brillante que eventualmente se corta.
Lo sentís palpitando en tu palma y notás que sus dedos tiran de las sábanas.
-Así te gusta, ¿no?- acentuás tus palabras con una estocada.
-Sí, sí, sí.
Te gustaría reírte de su respuesta frenética pero sabés que sería hipócrita cosiderando tu verdadero estado: el otro extremo del dildo estimula tu clítoris y la sensación se agrava cuando Santiago empuja su cadera en busca de más profundidad, provocando que un gemido te delate y llame su atención. Cuando voltea a verte sus labios entreabiertos son un reflejo de los tuyos y vuelve a empujarse contra el dildo.
-Santiago.
-Perdón- dice con la voz afectada-. Es que se siente muy bien.
Sus constantes gemidos, cada vez más descontrolados, son prueba de ello.
Deslizás una mano entre sus muslos y abrazás su pierna contra tu pecho para poder controlarlo con mayor facilidad. El ángulo de tus embestidas y la cercanía lo hacen gritar de placer, sensible y cada vez más rendido, repitiendo tu nombre hasta que la palabra se vuelve incomprensible y sin importarle que los vecinos lo escuchen.
No dejás de abusar de su interior, disfrutando sus gemidos escandalosos y recorriendo con tu mano todo su cuerpo hasta aferrarte a su cintura. Cuando te detenés para posicionarte por completo en tus rodillas, sosteniéndote con ayuda de tus brazos, Santiago protesta e intentás regañarlo por ser caprichoso.
Su perfil te hipnotiza y tropezás con tus palabras porque no podés dejar de contemplar cómo sus rulos dorados brillan bajo la luz matutina o sus pupilas dilatadas que parecen oscurecer unos cuantos tonos el color de sus ojos.
Observás sus dedos contrayéndose sobre la almohada y sabés que está muriendo por tocarse. Su miembro se mueve con cada sacudida de su cuerpo y la estimulación por sí sola no es suficiente, pero el dildo llenando su interior y masajeando sus puntos más sensibles podría ser la ayuda que necesita para alcanzar el orgasmo.
Él piensa lo contrario, evidentemente, y no resiste más que unos minutos antes de preguntar:
-¿Puedo...?
-¿Qué? Hablá.
-Tocarme.
Fingís pensarlo sólo para torturarlo y sus yemas rozan tu brazo en un débil intento de convencerte. El ceño fruncido y sus respiraciones profundas, -cuyo ritmo se esfuerza por mantener-, por no mencionar la mano que coloca peligrosamente cerca de su erección necesitada de atención, te permiten saber que su orgasmo está muy cerca.
-Tocate, dale- ordenás.
Hay lágrimas en sus ojos y caen cuando comienza a masturbarse con desesperación. Los sonidos de su humedad te desconcentran por un segundo o dos, imaginando sentir el sabor de su esencia en tu boca o sus manchas en tu piel, pero te recomponés rápidamente para continuar torturándolo.
Minutos más tarde lo escuchás sollozar y bajás la mirada. Las sábanas están manchadas por el irrefrenable goteo de su punta y él tiembla.
-No podés- advertís-. ¿Escuchaste?
Se lamenta bajo tu cuerpo, sus labios temblando y sus ojos vidriosos suplicándote. Negás.
-Por favor- insiste-. Por favor, mami.
Ahogás un gemido y apartás su mano de un golpe para remplazarla con la tuya, disimulando cuando perdés el equilibrio por un instante. Algo como un gruñido de dolor llega a tus oídos cuando con tus dedos estrangulás su base, como si se tratara de ese anillo de silicona que él tanto detesta, pero permitirle el orgasmo no está en tus planes.
Tus movimientos se apagan lentamente y Santiago permanece en silencio, frustrado y consciente de que quejarse no lo llevará a ningún lugar. Dejándose manipular cuando lo recostás sobre su espalda, te observa atentamente con sus ojos aún brillando por las lágrimas.
No deja de mirar tus pechos y tu rostro.
-Sos muy hermosa- dice con un hilo de voz.
El dulce halago contrasta con su descarada acción cuando sus piernas abrazan tu cintura. Volvés a deslizarte en su interior y te dejás caer sobre su cuerpo para besarlo, retomando el ritmo previo y golpeando con más precisión todos los lugares justos.
-Vos sos hermoso- depositás un corto beso en sus labios y te separás para poder observar sus expresiones cambiar. Cierra los ojos y separa los labios cuando tus movimientos comienzan a abrumarlo, el placer nublando su mente nuevamente y volviéndolo tan sólo un vestigio de su persona.
Balbucea y cuando busca tus manos de manera desesperada sabés que otra vez está saboreando su orgasmo. También lo delatan los músculos de su abdomen tensándose y el pequeño océano del traslúcido líquido brotando de su cuerpo. Tiembla. Mucho.
Arquea la espalda cuando tus estocadas se vuelven más rudas y profundas, sollozando y rogándote por más, por menos, por cualquier cosa que estés dispuesta a ofrecerle. Tomás su miembro y por el sonido que emite sabés que no hay manera de detenerlo.
Pero de todas formas lo hacés, porque podés... Los rápidos masajes de tu mano, combinados con los giros de tu muñeca y el dildo que no deja de estimularlo internamente, lo llevan hasta el borde en un abrir y cerrar de ojos; sin embargo, cuando pronuncia "Por favor, mami" (creyendo convencerte, seguro) de manera angustiada, parás.
-Duele- llora de manera patética-. Basta.
Golpeás su mejilla y cuando lleva una mano a su rostro para masajear su piel, intentando calmar el ardor, su mueca es casi suficiente para hacerte sentir culpa. Casi. Arañás su pecho y cuando ves la fuerza con que se muerde el labio suspirás, tentada, resistiéndote.
Cuando volvés a tocarlo sus manos intentan sujetar tu muñeca y apartarte de él simultáneamente. Con movimientos descordinados y sus ojos nublados negándose a enfocar es poco lo que puede hacer, pero su mente cada vez más lejana no es consciente de ello y no te molestás en corregirlo por su comportamiento.
Esta vez le permitís gozar de su orgasmo, intenso y desbordador. Grita y suspira, sus caderas se mueven por cuenta propia contra las tuyas para profundizar todavía más la penetración, pero el no parece procesar sus propias acciones. Su semen salpica su cuerpo, su mentón, llegando hasta tus pechos y manchando también las sábanas.
Todavía no regula su respiración cuando lo obligás a recostarse sobre su estómago y te posicionás para volver a penetrarlo. Descansás tu pecho sobre su espalda cálida con la intención de inmovilizarlo y cubrís su boca con tu mano para amortiguar sus gritos, los cuales empeorás enterrando tus dientes en la piel sensible de su hombro.
El pánico transforma su rostro y el movimiento frenético con el que movés tu cuerpo sobre el suyo, buscando desesperadamente tu orgasmo, resulta demasiado para él. Sus ojos se llenan con las pesadas lágrimas que caen y humedecen las almohadas.
Intenta hablar pero tu palma dificulta la acción y descubrís su boca.
-Es mucho, no puedo.
No te importa.
La fricción constante sobre tu clítoris es intolerable en el mejor de los sentidos y su voz suplicándote se vuelve cada vez más lejana. Tus párpados luchan por cerrarse y vos batallás para no dejarlos caer, disfrutando el ver que Santiago muerde la almohada y grita contra ella.
Tus dientes rozan su hombro, su oreja y finalmente encuentran hogar en su cuello. Dejás tu huella allí, justo como hiciste en otras partes de su cuerpo, pero la diferencia es que en este sitio todo el mundo podrá ver que te pertenece.
Santiago tiembla y no necesitás ver nada más que el dulce aleteo de sus pestañas para saber que acaba de tener un orgasmo producto de la insoportable estimulación extra.
Un ruido blanco se apodera de tu audición y reposás tu frente en su espalda mientras intentás sobrellevar tu orgasmo. Tus nervios parecen ser fuego y mientras estás esforzándote por prolongarlo repetís ciertas palabras.
-Te amo- responde Santiago con voz entrecortada y aguda-. Te amo, te amo.
Sonreís contra su piel cuando por fin procesás sus palabras, con los últimos destellos de tu clímax desvaneciéndose y amenazando con dejarte estúpida.
Tu respiración es calmada, pero tus pulsaciones todavía no disminuyen y creés oír tus latidos justo en tus oídos. Intentás ignorar la molesta sensación y besás los hombros de tu novio para distraerte.
-¿Estás bien?- pregunta.
-Un poco cansada, creo. ¿Vos estás bien?- peinás su cabello con cariño-. ¿Fue mucho?
-Estuvo perfecto- te sonríe.
Santiago no hace comentario alguno sobre el pequeño detalle de que lo estás usando como colchón, satisfecho con sentirte y brindarte un poco de estabilidad una vez terminado el acto.
Ninguno quiere separarse del otro y cuando insistis en besar su mejilla juguetonamente finge molestia. Mordés su piel sin fuerza.
-¿Me vas a seguir dejando marcas?
-Sí- contestás como si fuera obvio-. ¿Por?
-Yo también quiero marcarte.
Besas su pómulo y luego su cabello.
-Más tarde- prometés.
Él sonríe.
Luego de unos inconvenientes técnicos que retrasaron la publicación, ✨Sub!Santi✨. Un dato de color sobre esta historia es que elegí el título por las fotos que usé y después surgió la idea de la somnofilia, todo conectado sin que lo haya planeado ¿? Espero hayan disfrutado la lectura ♡
taglist: @madame-fear @creative-heart @chiquititamia @delusionalgirlplace @recaltiente @lastflowrr @llorented ♡
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waltfrasescazadordepalabras · 10 months ago
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Uno de los más grandes novelistas del siglo XX. Ganador del Premio Nobel en el año 1998.
Novelas recomendadas: "Ensayo sobre la ceguera", "Todos los nombres", "Memorial del convento" y "El año de la muerte de Ricardo Reis".
Esta es la primera parte de su discurso cuando recibió el Nobel de Literatura por parte de la Academia Sueca en el año 1998.
El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer.
Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los vecinos de la aldea. Azinhaga era su nombre, en la provincia del Ribatejo. Se llamaban Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha esos abuelos, y eran analfabetos uno y otro. En el invierno, cuando el frío de la noche apretaba hasta el punto de que el agua de los cántaros se helaba dentro de la casa, recogían de las pocilgas a los lechones más débiles y se los llevaban a su cama.
Debajo de las mantas ásperas, el calor de los humanos libraba a los animalillos de una muerte cierta. Aunque fuera gente de buen carácter, no era por primores de alma compasiva por lo que los dos viejos procedían así: lo que les preocupaba, sin sentimentalismos ni retóricas, era proteger su pan de cada día, con la naturalidad de quien, para mantener la vida, no aprendió a pensar mucho más de lo que es indispensable.
Ayudé muchas veces a éste mi abuelo Jerónimo en sus andanzas de pastor, cavé muchas veces la tierra del huerto anejo a la casa y corté leña para la lumbre, muchas veces, dando vueltas y vueltas a la gran rueda de hierro que accionaba la bomba, hice subir agua del pozo comunitario y la transporté al hombro, muchas veces, a escondidas de los guardas de las cosechas, fui con mi abuela, también de madrugada, pertrechados de rastrillo, paño y cuerda, a recoger en los rastrojos la paja suelta que después habría de servir para lecho del ganado.
Y algunas veces, en noches calientes de verano, después de la cena, mi abuelo me decía: "José, hoy vamos a dormir los dos debajo de la higuera". Había otras dos higueras, pero aquélla, ciertamente por ser la mayor, por ser la más antigua, por ser la de siempre, era, para todas las personas de la casa, la higuera.
Más o menos por antonomasia, palabra erudita que sólo muchos años después acabaría conociendo y sabiendo lo que significaba. En medio de la paz nocturna, entre las ramas altas del árbol, una estrella se me aparecía, y después, lentamente, se escondía detrás de una hoja, y, mirando en otra dirección, tal como un río corriendo en silencio por el cielo cóncavo, surgía la claridad traslúcida de la Vía Láctea, el camino de Santiago, como todavía le llamábamos en la aldea.
Mientras el sueño llegaba, la noche se poblaba con las historias y los sucesos que mi abuelo iba contando: leyendas, apariciones, asombros, episodios singulares, muertes antiguas, escaramuzas de palo y piedra, palabras de antepasados, un incansable rumor de memorias que me mantenía despierto, al mismo que suavemente me acunaba.
Nunca supe si él se callaba cuando descubría que me había dormido, o si seguía hablando para no dejar a medias la respuesta a la pregunta que invariablemente le hacía en las pausas más demoradas que él, calculadamente, le introducía en el relato: "¿Y después?".
Tal vez repitiese las historias para sí mismo, quizá para no olvidarlas, quizá para enriquecerlas con peripecias nuevas. En aquella edad mía y en aquel tiempo de todos nosotros, no será necesario decir que yo imaginaba que mi abuelo Jerónimo era señor de toda la ciencia del mundo.
Cuando, con la primera luz de la mañana, el canto de los pájaros me despertaba, él ya no estaba allí, se había ido al campo con sus animales, dejándome dormir. Entonces me levantaba, doblaba la manta, y, descalzo (en la aldea anduve siempre descalzo hasta los catorce años), todavía con pajas enredadas en el pelo, pasaba de la parte cultivada del huerto a la otra, donde se encontraban las pocilgas, al lado de la casa.
Mi abuela, ya en pie desde antes que mi abuelo, me ponía delante un tazón de café con trozos de pan y me preguntaba si había dormido bien. Si le contaba algún mal sueño nacido de las historias del abuelo, ella siempre me tranquilizaba: "No hagas caso, en sueños no hay firmeza".
Pensaba entonces que mi abuela, aunque también fuese una mujer muy sabia, no alcanzaba las alturas de mi abuelo, ése que, tumbado debajo de la higuera, con el nieto José al lado, era capaz de poner el universo en movimiento apenas con dos palabras. Muchos años después, cuando mi abuelo ya se había ido de este mundo y yo era un hombre hecho, llegué a comprender que la abuela, también ella, creía en los sueños.
Otra cosa no podría significar que, estando sentada una noche, ante la puerta de su pobre casa, donde entonces vivía sola, mirando las estrellas mayores y menores de encima de su cabeza, hubiese dicho estas palabras: «El mundo es tan bonito y yo tengo tanta pena de morir». No dijo miedo de morir, dijo pena de morir, como si la vida de pesadilla y continuo trabajo que había sido la suya, en aquel momento casi final, estuviese recibiendo la gracia de una suprema y última despedida, el consuelo de la belleza revelada.
Estaba sentada a la puerta de una casa, como no creo que haya habido alguna otra en el mundo, porque en ella vivió gente capaz de dormir con cerdos como si fuesen sus propios hijos, gente que tenía pena de irse de la vida sólo porque el mundo era bonito, gente, y ése fue mi abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, que, al presentir que la muerte venía a buscarlo, se despidió de los árboles de su huerto uno por uno, abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver".
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noctophilian · 2 years ago
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Estoy triste, te extraño
La verdad no se porque tomaste la decisión de alejarte de mi, si lo que teníamos era tan real. Era sano, era tranquilo, era pacífico lo era todo.
Era esa sensación de saber que aunque no habláramos siempre, cuando uno de los dos llamaba el otro respondía. Sabíamos que estábamos ahí, el uno para el otro. Siempre.
Y si di todo de mi, ¿Porqué no hiciste lo mismo?
¿Que hice para que me trataras así?
Sabiendo por lo que había pasado, cuando te conté sobre todas aquellas personas que me traicionaron, todas esas tardes de silencios cómodos.
A veces no se si debería recordar los momentos buenos por que no se si podré soportar el dolor de saber que ya no va a pasar. Que ya nunca me vas a abrazar al dormir, que eras la única persona con la que sentía lo suficientemente cómoda para eso.
Te lloro y te duelo como si hubieras muerto, por que eso es lo que hago. Con las personas que me lastiman a ese grado las tengo que eliminar de mi vida; presente, pasada y futura. Por que si no lo hago, el vacío que tu compañía dejo se vuelve intolerable. Arde y no me deja respirar.
Tal vez te fuiste por que no fui capaz de amarte de la manera que tu querías que lo hiciera, pero te amé, oh cómo te amé. Y siento que te seguiré amando incluso cuando te odie. Por que se que en el fondo no eres una mala persona.
Me lastimaste como muchos lo han hecho, pero tu herida duele más todas las demás, conocías mis puntos débiles, aquellos que te mostré cuando más débil estaba. Los marcaste con plumón permanente para cuando quisieras irte. Y en cuanto tuviste tu oportunidad clavaste una aguja en cada marca. Una aguja por que un cuchillo es difícil de ocultar, y yo lo hubiera visto venir.
Tal vez me equivoco, pero como voy a saberlo si nunca me darás una explicación.
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ramirosonsaint · 1 year ago
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La iglesia si tiene la culpa
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Cuando una persona abandona su iglesia, muchas personas dicen que fue porque se rindió, que su vista no estaba puesta en Dios si no en los hombres, que probablemente era una persona inmadura espiritualmente, que era una persona rebelde, que no se dejaba ayudar y si probablemente hay algo de razón en eso, pero la iglesia también tiene la culpa.
Porque en el lenguaje cristiano, la iglesia es el cuerpo y cada uno de nosotros sus miembros y si un miembro esta dolido en teoría el trabajo de los otros miembros seria avisarse el uno al otro que hay un miembro con problemas y juntos empezar a tratar ese problema, si ese problema no se trata, eventualmente afectara otros miembros y poco a poco empezara a dañar todo el cuerpo.
Pero lamentablemente muchas de las iglesias no son cuerpos funcionales, los miembros no tienen comunicación ni seguimiento y constantemente entran y salen personas como si fuera un androide al que se le remplaza un ojo cuando deja de funcionar, o se le quita la pierna dañada y al siguiente domingo hay otra mejor, un flujo constante de miembros, el cuerpo en teoría sigue funcionando pero habría que cuestionar si esa fuga constante de miembros descompuestos no es el origen de un problema mayor.
Si lo importante de una iglesia no son sus miembros, ¿que es lo importante entonces?, ¿las actividades?, ¿la apariencia?, ¿el crecimiento?, primera de corintios 12 nos dice que los miembros mas débiles son los mas necesarios, las partes menos honrosas son las que mejor vestimos, nos recuerda que si un miembro sufre todos sufrimos con el y si un miembro es honrado todos nos regocijamos con el, cada parte del cuerpo es importante y necesita un cuidado.
Pero para el cuidado del cuerpo se necesitan hábitos, programas y una cultura enfocada a cuidarlo, no solo a decorarlo o mantenerlo activo, ¿porque de que sirve un cuerpo activo si no es un cuerpo sano?, un atleta dopado puede perfectamente desempeñar su labor, pero eso no quiere decir que sea un atleta en sus mejores condiciones, en cualquier momento le puede dar un ataque al corazón en plena carrera.
Y las iglesias muchas veces son cuerpos dopados, llenos de esteroides compitiendo por ser las mas grandes y geniales, las que tienen mas actividades, las mas alegres y ruidosas, pero no son sanas y sus miembros por dentro están hinchados, deteriorados y cansados.
Miembros que están luchando con la tentación, con problemas en sus noviazgos, con problemas en sus matrimonios, miembros que tratan de comunicar que se sienten mal, pero muchas veces no hay una cultura de cuidado y solo les recetan una aspirina y que se vayan a dormir temprano porque el domingo hay que madrugar para poder servir.
No hay una cultura de escuchar, aconsejar, exhortar y dar seguimiento, mas bien los miembros se dañan entre si con chismes y rumores, infecciones que contagian a otros miembros, virus como la indiferencia, o minimizar los problemas, no darles la atención necesaria, preocuparse mas por quien va a tocar la batería o a quien le tocaba hablar sobre la ofrenda en lugar de sentarse y de verdad escuchar al miembro dolido.
Se necesita ese grupo de glóbulos blancos, capacitados, entrenados, sensibles y empáticos que combatan las infecciones del cuerpo, que de verdad escuchen y hablen menos, enfocados en los miembros y no en las actividades, que le den la importancia a cada problema, que de verdad sufran con los que sufren, que sean cautelosos y traten los problemas con seriedad y respeto.
También se necesita que los propios miembros se comuniquen y sean honestos ¿porque como va a saber el oido derecho que el oido izquierdo tiene dolor, si el oido izquierdo no lo comunica?, se necesita una cultura de libertad para decir lo que nos duele, lo que nos molesta, lo que nos entristece, necesitamos hablarlo, buscar consejo y recibir ese consejo, porque también no hay nada mas egoísta que un miembro que no comunica que tiene dolor, porque al no comunicarlo está afectando a todo el resto del cuerpo.
En resumen, necesitamos iglesias que de verdad se preocupen por el bienestar de su cuerpo y miembros que tengan la libertad de comunicar si algo anda mal, porque no hay nada mas trágico que provocar que un miembro del cuerpo se tenga que amputar por falta de cuidado y atención, todos los miembros fallaron, todo el cuerpo fallo.
"Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno individualmente un miembro de él." -1 Corintios 12:27
- Ramiro M.
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EL ASILO
Una blanquecina figura con más pretextos que recuerdos se acerca a cada uno de ellos, raspando arenilla con las suelas, vigilando los minutos que le faltan para cumplir con su tarea. Tiene en sus manos, indiferentes, manos cotidianas pero ajenas a cualquier paisaje que hayan visto los huéspedes de aquel lugar, algunas pastillas de colores que todos deberían aceptar sin pretexto. Éstas sombras sin rostros familiares pasarán a su lado, dejando una estela de soles de invierno, un placebo y nada más.
Pocos miran esa posada detenidamente, que alberga pieles de pasas y recuerdos enmarañados, aunque sus ventanales dejan ver más que sollozos.
La muerte y la añoranza se reúnen frente a mi ventana, las mueve un titiritero con cadenas de monedas. Qué negocio imprescindible el que escogió aquel ruin!
?Cuánto cuesta vivir, podría preguntarle a los enfermeros?
Pero no serían capaces de responder, tampoco me gustaría saberlo.
Las visitas se presentan con culpa y gratitud, han sido engendrados por aquellos, que hoy tejen un entramado de recuerdos,con dedos cansados. Tal vez esa lana nunca toque el cuerpo de alguien más, tal vez nunca terminen su obra. Caen las fichas de un bingo premonitorio, nadie a ganado la partida, nadie recoje las fichas tampoco.
Las noticias de ayer se oyen desde la vereda, tal vez sea el mejor destino la sordera. Tal vez se apaguen los receptores paulatinamente, como mecanismo de defensa para el que prefiere no escuchar los desafortunados informes. Tampoco negaría que funcionen como telón de fondo para ocupar los versos de aquellos que no están.
Las almas se evaporan lentamente, se condensan en el techo despintado y caen en cuenta gotas, cada vez ocupan menos volumen en aquellos que no la ven escaparse.
La carne se abraza al hueso, parece tener miedo de desprenderse, dejando a la vista una percha frágil, roída por los años. Los latidos son débiles pero alcanzan a empujar otro aliento de vida.
?Cómo explicarles que no es cierto que el tiempo por pasado fue mejor, cuando sólo se saborea un presente insípido?
Desde mi ventana puedo ver aquel lugar, es el hangar que guarda las alas obsoletas y oxidadas de los sueños que no pueden recordar.
Me pregunto muchas veces qué guardaría yo en aquel cajón si nada más tuviera una mesita de luz para amparar las memorias de mi vida entera.
Todos comen en sincronía y a la hora de dormir no habrá quien perturbe el recinto. Sólo la muerte es tan terca, siempre resulta su llegada intempestiva, es aquella la única que se presenta sin tocar la puerta, que ocupa la silla de uno u otro, a veces es tan sigilosa, que aquellos que duermen sabrán de su visita al despertar en la mañana.
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