#cuentos breves
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khvis · 6 months ago
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📍 duomo (metro de milán)
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' entonces para llegar al castello sforzesco... ¿tengo que bajarme en la siguiente? ' observa en la pared del metro, viendo la cantidad de líneas, caminos y números en un idioma desconocido que lo tiene confundido y, para ser honesto, un tanto nervioso por perderse. además que se vio obligado a entrar en el metro por la lluvia afuera que amenazaba con volar su paraguas. ' ¿sabes cuál es la estación que va al castillo? ' reconoce atuendo de reojo, por eso pregunta a quién pasa por ahí.
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thisgameisaplateaux · 1 year ago
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Temor de la cólera
Ah’med el Qalyubi
En una de sus guerras, Alí derribó a un hombre y se arrodilló sobre su pecho para decapitarlo. El hombre le escupió en la cara. Alí se incorporó y lo dejó. Cuando le preguntaron por qué había hecho eso, respondió:
-Me escupió en la cara y temí matarlo estando yo enojado. Sólo quiero matar a mis enemigos estando puro ante Dios.
....
Jorge Luis Borges y Adolfo publican Cuentos breves y extraordinarios, donde Temor de la cólera es seleccionado
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sidovnies · 2 years ago
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   harta de que linterna parpadee acabó apagándola del todo, no contando con que pasillo iba a quedar completamente a oscuras. no es hasta que gira en esquina que choca de lleno con estantería, haciendo que todo se desplome en el suelo. ‘no fue mi culpa’ se excusa de inmediato cuando linterna ajena la descubre, corazón en la boca a causa del susto.
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diorbatets · 2 years ago
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'ah, pero la música aquí es una mierda' lleva varios minutos fulminando con la mirada a dj escogido, ocasionalmente bebiendo de su copa de champagne. 'yo lo haría mejor. ¿o no?' quizás contrarie ni la ha visto musicalizar antes, pero mirada demanda respuesta positiva.
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qenda · 22 days ago
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Es un incendio
Es un incendio y no está lloviendo. Lo que ocurre no es algo sobre lo que pudiera decirse que no es grave. Los que están ahí en medio de todo no son pocos, pero tampoco son 30 personas, y yo no puedo dejar de mirarlos porque no paran de gritar desesperados. No salgo de mi asombro porque ellos no son ajenos a mí, ninguno deja de ser pariente mío. De hecho ni mis abuelos, ni mis tíos, ni mis primos, ni mis hermanos, ni mis padres están ausentes en este evento. Esto no es algo que no haya visto antes,  tampoco algo de lo que pueda dejar de observar fascinado. Todavía ninguno de ellos ha dejado de gritar y de sacudirse y ajitar los brazos, no entiendo exactamente de qué se trata. Siento que no es nada de otro mundo y no creo que tenga que alarmarme, no me cabe la menor duda, pero aún así no lo puedo creer.  Lo siguiente que ocurrió fue algo que no voy a describir, de hecho voy a omitir cada detalle, pero no puedo dejar de decir que no fue nada bueno y que ahora es apenas un recuerdo vago que aún no puedo borrar de mi mente. Aunque nadie me esté acusando de nada, cabe aclarar que no fue culpa mía y que no hay de lo que deba arrepentirme. Sin embargo esa misma noche, después lo ocurrido, no pude dormir hasta que ya no fue de noche.
No pretendo ocultar ni negar los hechos, que según entiendo puedan no ser, o no estar, apegados a recuerdos que logren reflejar con exactitud lo que realmente ocurrió. Hay otros indicios para pensar que lo que ocurrió anoche, fue una fiesta. No descarto la posibilidad de que se haya tratado de una cena en casa de mis abuelos, porque mis recuerdos siempre tienen la particularidad o el inconveniente de brindarme certezas parciales sobre detalles no poco importantes.
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escribirsiempre · 5 months ago
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Jacarandás en flor (on Wattpad) https://www.wattpad.com/1446278111-jacarand%C3%A1s-en-flor?utm_source=web&utm_medium=tumblr&utm_content=share_reading&wp_uname=NicolsGuglielmetti Un evento puede convertirse en el punto de encuentro de artistas que ocultan bajo la superficie secretos oscuros que pueden desembocar en lo peor. #El siguiente relato integra el libro "Zona de influencia" ganador del concurso linterario El Puerto Edita en 2022.
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talesofwolvesandredcapes · 7 months ago
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#elcuentodelavida
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verbohechizopuntoexe · 1 year ago
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Desconexion
Mientras fumaba mi cigarro veía como el pequeño gorrión se acercaba tímido a mis pies. Con sus ojuelos negros iba observando los peligros que había entre él y las migajas de pan que se me habían caído al suelo. Al final, se armó de valor, se acercó lo suficiente, cogió un cacho de pan impregnado de aceite y salió volando de vuelta a su hogar. Expulsé la última calada de humo y miré a mi alrededor con una mezcla de nostalgia y tranquilidad.
Aquella mañana de domingo, al levantarme, noté la sensación de que algo pasaba. Una corazonada de que algún suceso anómalo estaba ocurriendo. Y al abrir la persiana y contemplar el paisaje urbano con su asfalto, sus alcorques y sus coches, me extrañó la inexistencia de movimiento humano. No había nadie.
Me duché rápido y me dirigí hacia el parque para descubrir que no había un alma. Solo el canto de los pájaros y algún diminuto insecto zumbando cerca de mi oreja. Una sonrisa se dibujó en mi rostro al ver a un gato salir de un contenedor de basura con alguna porquería atrapada en su mandíbula. Al descubrir un coche de la policía local bajé la tapadera de su deposito y oriné en ella.
Era como si todo el mundo hubiera desaparecido, como si una secreta invasión alienígena hubiera secuestrado a la raza humana. Todo el mundo había sido invitado a algún lugar secreto y a mí nadie me había llamado para que los acompañara. Desde luego, al principio sentí cierta congoja al verme en soledad. Pero luego pensé que todos las dificultades que había tenido en mi vida provenían de otros seres humanos. Ya fueran problemas familiares, escolares, laborales o sentimentales. Quizás la ausencia total de miembros de mi especie fuera la llave de las puertas del cielo en la tierra, del paraíso prometido.
Los meridianos rayos del sol acariciaban mi rostro mientras disfrutaba de la paz total en aquella terraza de la cafetería. Me había tenido que servir el café y la tostada yo misma, pero siempre había sido una persona autosuficiente. Y hoy me daba igual que no me aceptaran el cobro con tarjeta, porque no tenía que pagar nada. Que les dieran. Se me ocurrió entonces que ese día podría colarme en la Alhambra sin tener que hacer colas de espera en la taquilla, ni tener que chocarme con turistas asiáticos, ni tampoco escuchar extraños sonidos producidos por bocas francófonas. Le di el último trago al café para luego estrellar la taza contra una sucursal bancaria y ponerme en marcha hacia la cuesta de Gomérez.
De camino hacia mi destino, por entre los jardines de la Alhambra, observé con delicia la fuente dedicada a Ganivet, donde un hombre desnudo amansaba a una cabra que echaba agua por la boca. Siempre me había parecido una escena zoofílica y me producía gran risotada su contemplación. Eché mano a mi móvil para hacerme una foto con aquellas simpáticas figuras pétreas y entonces vi que me había quedado sin batería. Un relámpago de malestar impactó dentro mía.
Al llegar a mi casa, sudando por la carrera que me había dado, conecté el mini usb en mi teléfono chino después de varios intentos. Se encendió y empecé a notar un gran alboroto. El ruido de una moto sin tubo de escape, los gritos de una pelea matrimonial en el piso de arriba, el llanto de un bebé llorando desconsolado, los improperios chillados de una escandalosa mujer, el vibrar amplificado de un martillo hidráulico destruyendo la vía pública, el hórrido arrastrar de muebles de un piso cercano, un estornudo cómico, una radio encendida dando noticias sesgadas sobre la amnistía, un portazo lejano, el eructo de un beodo, el vómito matutino de un estudiante resacoso y un sin fin de cacofonías más que componían la banda sonora de la civilización moderna.
A los segundos me entró un mensaje al Whatsapp.
“Carmen, necesito esos informes para antes de mañana lunes a las 8:00.”
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irreflexion · 1 year ago
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Tortugas
El último novio de mi hermano, que era biólogo, metía en casa bichos de todo tipo: camaleones, serpientes, tarántulas… Cuando terminaron la relación, le dejó tres pequeñas tortugas de no sé dónde. Supongo que no le cabían en el coche. El caso es que mi hermano, al que realmente hasta entonces nunca le habían gustado los animales, se encariñó con ellas, les puso nombres de personas y les pintó…
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cinocefalo · 2 years ago
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SKIN
Victor M. Campos
Ella prende su cam:
Zapatos negros con correas de pulsera, las puntas redondas y sus suelas corridas de goma. Los broches son del mismo color, pero tienen engarzados esos brillantitos de fantasía: en cada zapato, a la altura de los meñiques, están las florecillas cosidas para subrayar el género al que pertenecen. Dentro, las calcetas blancas y caladas con su patrón de corazones que sube, en cinco columnas, hasta las rodillas. La verdadera fantasía está debajo de la tela acrílica. La piel clara promete y ella dice que el talón, el arco, los dedos son color durazno: uno muy suave y jugoso, piensa él; uno que de tenerlo entre las manos chuparía y se comería entero. Ella agrega que sus dedos son largos y las uñas limpias, cortas, sin barniz. Él, al otro lado de la cámara, ya no puede esperar para verlos con sus propios ojos: la respiración convulsa, las pupilas dilatadas, la erección. Esto le va a costar muchos diamantes del Free Fire, pero no hay precio demasiado alto cuando se trata de hacer realidad una fantasía.
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Imagen: ‘Saturación’ / Victor M. Campos
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Victor M. Campos. Mención honorífica en el Primer Concurso Internacional de cuento breve “La sombra del amor y la muerte”, 2021: Centro Hispanoamericano de Fomento a la Literatura (España). Finalista en el Concurso Literario Internacional “Savia al Mundo, 2022”: Editorial Libros de Arena y Espuma (Venezuela-Perú). Finalista en el Concurso Nacional de Antología de Cuento, 2022: Ediciones Cleta (Chihuahua, México).
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kcaosart · 2 years ago
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www.instagram.com/kcaos.art para más contenido.
➡️Finalmente este 2023 trajo la primera colaboración entre el gran Keiji y este humilde servidor. Ojalá sea una de muchas!⬅️ . Este trabajo tiene licencia CC BY-NC-ND 4.0. Para ver una copia de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/© 2 por P
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relatandopuntocom · 2 years ago
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Historias de nuestro cielo
Descubre un mundo de emociones y sorpresas en una historia llena de misterio y drama. Si quieres experimentar una aventura inolvidable, no dudes en sumergirte en esta narrativa cautivadora.#Ficción #Misterio #Suspense #Terror #CienciaFicción
¡Hola a todos! Aquí tenéis como primicia la portada del nuevo libro.  También os paso un fragmento de mi nuevo libro que es el próximo que saldrá publicado, por petición de unas amigas os pongo parte de lo que ellas querían leer.  GRACIAS A TOD@S      – Esto es un giro importante en los acontecimientos, lo que nos hace pensar que seguro podemos llegar a un acuerdo con ellos, no creo que nos…
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elsalondelosrechazados · 2 years ago
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Almas de Papel.
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El creador de almas desplegó el enorme rollo de papel blanco. Era un papel delgado, casi transparente, pero no era completamente liso. En él se dibujaban intrincados diseños, tan sutiles como hermosos y diferentes. Cada diseño se repetía una sola vez; dispuestos de a pares, el creador los recortaba pacientemente por su contorno usando una tijera especial, dorada y reluciente, con incrustaciones de piedras preciosas (lapislázulis, zafiros y amatistas). Mientras cortaba, tarareaba una canción; era su forma de concentrarse en su trabajo, bastante repetitivo y mecánico; eso era lo único que había hecho desde el inicio de su eterna existencia. Cierto día, el creador se topó con un dilema que nunca esperó enfrentar: Cuando terminó de cortar el que pensaba era el último par de almas de ese rollo, descubrió que aún quedaba sin recortar una figura, diferente y solitaria. No tenía una pareja. Revisó otros rollos rápidamente, pero en ninguno se encontraba repetido su diseño. La apartó entonces, y continuó trabajando, pero nunca dejó de mirarla de reojo, sintiendo algo de pena por ella. Finalmente, cuando había pasado un tiempo indefinido —para quien vive eternamente cualquier tiempo es igual a otro—, sin haber encontrado aún su igual, decidió enviarla de todos modos a la Tierra, donde ocuparía el centro del corazón de un ser humano. Y así lo hizo.
Ese año, el año del cerdo, en la Tierra nació un bebé regordete y pálido, tan pálido como el papel de su alma. Pasaron los años y el bebé creció, transformándose en un niño, luego en un joven y más tarde en un hombre alto y delgado. Aún conservaba la blancura de su niñez, puesto que había pasado casi toda su vida trabajando en una oficina, al resguardo de los rayos del sol. Eso por fuera; por dentro, nunca pudo saber por qué se sentía tan solo. Y no es que lo estuviera, porque lo rodeaban las personas todo el tiempo, tenía amigos, salía de vez en cuando con otras personas, pero algo parecía no estar bien. Al parecer nadie podía comprenderlo por completo ni lograba extinguir esa soledad, ese vacío que llenaba su corazón. Lo que no sabía era que nadie más a su alrededor compartía su diseño interior, ya que no lo veía, aunque sí podía sentirlo.
Desalentado, cuando entendió que su vida como la vivía no le complacía y empeoraba su soledad, renunció a su trabajo en la oficina y se dedicó a escribir. Tal vez, si escribía pensando en la persona que llevaba la otra mitad de su alma, este podría leer sus palabras, descubrirse en ellas, reconocerlo y con algo de suerte, buscarlo y así poder encontrarse; pero no la tuvo. El tiempo siguió pasando, su cabeza se volvió blanca y su vida se apagó como se apagan todas. Al menos, mientras tanto, fue feliz como pudo, sin su otra mitad.
Un siglo después (en la Tierra), el creador, atónito, volvió a toparse mientras trabajaba con el mismo dilema: Un alma de papel sin su mitad, única y especial. Esta vez la envió a la Tierra de inmediato, porque supo enseguida que era igual a aquella que le había sido entregada a aquel hombre un siglo atrás. Otro hombre nació y creció y se sintió profundamente solo e incomprendido; hasta que, de casualidad, en una pequeña librería, se topó con un viejo libro.
Chelo Capdevila.
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burakrevista · 2 years ago
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El otro Borges. Mariana Lirusso
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Estoy sentada en el piso frente al lavarropas como en trance, el movimiento circular me apacigua. Temo ser hipnotizada por el aparato blanco. No me importa.  La muerte es una vida vivida, digo en voz alta.
Mientras intento recitar el verso del verdadero, recuerdo el día en que el otro llegó a casa. Lo trajo una mujer con buenos modales y mal aspecto. Apenas lo vi, empecé a proponer nombres. Pasé de Roma, con Nerón, Augusto y algún otro más, a los más triviales como Mishi, Pompón o Pelusa. Luego mi mente, rebosante de letras, —a eso me dedico (o intento)— me llevó a un repaso veloz de la literatura universal.
—¡Borges! —grité entusiasmada, pensando que no hacía falta vagar por países lejanos.
La buena señora preguntó con una gran sonrisa de dónde había sacado ese nombre tan raro mientras me contaba que recogía gatos abandonados, los castraba y “regalaba” a cambio de un módico precio. Tendría un Borges asexuado.
Cuando ella se fue, el gatito gris encontró rápidamente un lugar seguro para pasar sus primeras horas: detrás del lavarropas. Había observado al instante los rincones de la casa, con una sagacidad desconocida para para mí, y ese le pareció el mejor sitio para protegerse.
Le puse comida y le confirmé su nombre.
—Te llamarás Borges —dije en forma solemne sin dejar de sonreír.
Borges amaba a los gatos, yo amaba a Borges y ese bautismo era mi humilde homenaje. Beppo no alcanzaba.
Los primeros días fueron de llantos nocturnos, lánguidos y tristes, que me hicieron enternecer y estremecer al mismo tiempo. Era mi primera experiencia con felinos. Luego de cuatro días intensos, logró juntar coraje y salir de su escondite. Ningún sector quedó sin explorar, todo fue examinado por esos ojos amarillos letales.   
Pronto se convirtió en el rey de la casa. Yo lo dejaba hacer, obsesionada como estaba en ¿reacomodar? mi vida y amigarme con la soledad. Nunca supe si era la palabra correcta, pero prefería esa a la espantosa frase de empezar de nuevo. Sonaba a fracaso y no me gustaba, aunque recordé las palabras del Maestro y me sentí mejor: nadie fracasa tanto como se cree.  Muy adentro de mí, no estaba tan segura. En esas transiciones de la vida, que algunos crédulos llaman crisis porque crisis significa oportunidad y qué bueno es tener la oportunidad de cambiar, etc, etc, no existe mejor elixir que las amigas, o, mejor aún, las amigas con vinos. Vivía recibiéndolas en casa para paliar la soledad, la crisis, la transición y todo eso que me pasaba por esos días. Por eso el gato, por eso, también, las cartas natales y los registros akáshicos.
Empecé a notar que a Borges no le gustaban las chicas, el bullicio, la alegría que traían a este reducto silencioso y triste. Su gesto cambiaba y nos miraba de un modo extraño, caminaba despacio alrededor nuestro, observaba, si podía tiraba alguna copa. Yo sonreía, inocente aún, en cualquier situación presentía una historia para contar, la escritora que no triunfaba.  Vana, entusiasta y ridícula.
Recién cuando comprobé que el gato entendía el lenguaje humano, me preocupé. Sus ojos se achicaban y hasta su ceño se fruncía si escuchaba algo que no le gustaba.  Si yo hablaba por teléfono, él estaba allí, si charlaba con mis amigas en el living, él estaba allí. Lo mismo si dormía o iba al baño.  
Empecé a evitarlo, pobre ilusa, pensando que no lo advertiría. Eso lo hizo enojar cada vez más. Sus iras eran nocturnas, descargaba su furia contra libros, diarios y revistas, aunque estaba especialmente ensañado con mis libros. Fue destruyendo los clásicos preferidos con dedicación y maestría: El Juguete Rabioso sufrió más que ninguno, Aguafuertes Porteñas dejó de ser libro a las pocas noches.   
Para aniquilar mi débil paciencia, también cambiaba cosas de lugar. No había dudas de que era un gato inteligente. Bah, como todo gato, según lo que me habían contado. Malo, malazo, como decía el otro.  
Cada mañana algo faltaba en mi mesa de luz: un aro, el papel de un caramelo o una muestra de crema. Todo era llevado a su primer escondite, al que llegaba bajando por la escalera del dúplex a velocidad de la luz. Detrás del lavarropas estaba la mitad de mi vida. Quizás por eso no le encontraba la vuelta. A la vida.
Aquella madrugada que me levanté al baño y se me ocurrió observar la escalera, me aterré. Sobre un escalón estaba mi linterna nocturna, la que guardaba debajo de mi almohada.  Encendida y apuntando contra el retrato de mi padre, el maligno.
No me animé a bajar, la dejé allí hasta el día siguiente, ambos, gato y padre, me asustaban. Cuando me levanté, mal dormida a pesar de la dosis aumentada de ansiolítico, ya no estaba en el escalón, tampoco detrás del lavarropas. Ya aparecerá, pronuncié fuerte, intentando demostrarme y demostrarle que no me afectaba.
Cuando fui a tender la cama, encontré la linterna debajo de mi almohada.
 —¡Ay dios! — grité agarrándome la cabeza, aunque no creo en dios.
Perdí la poca paz que tenía, corrí, busqué a Borges por la casa, lo miré fijo y entendió. Ya no lo quise nada y él lo supo. Caótico define bien lo que siguió. ¿Y si le daba mis ansiolíticos? Por qué no se robaba la media pastilla en lugar del aro o del anillo fino.
A partir de ese día, cerré con llave el dormitorio, temí que me observara mientras dormía. Lo había hecho seguramente, lo imaginé tan cerca que me dio escalofrío. No solo eso. Revisaba el lavarropas cada día, hablaba en clave con mis amigas, dejaba todas las luces prendidas. No pude dormir más a pesar de la media pastilla que ya no sobraba.  
Sus maullidos eran agudos, crueles, inundaban la noche silenciosa como una catarata gutural que lo envolvía todo.  Caminaba por la planta alta con pasos casi humanos, o bien, intentaba abrir la puerta manoteándola con toda su fuerza. Como no lo lograba, empujaba contra ella su cuerpo, provocando golpes secos que retumbaban en mi cabeza dopada.
Acabo de levantarme al baño, es de madrugada. Vuelvo a encontrar la linterna en el mismo escalón, encendida y apuntando a la cara de ese hombre que fue mi padre. No soporto más, bajo corriendo, la agarro y la tiro contra la pared, intento estrellarla contra el retrato y no puedo. Me hubiera gustado. Me miro en el espejo, soy tan parecida a él, aunque no me reconozco. Pelo enloquecido, ojos desorbitados, mueca heredada.  
Aparece Borges con su mirada escrutadora, me observa indulgente, tiene otra hoja de mi libro en la boca. Lo persigo hasta arrinconarlo en el lavadero y se la saco con bronca.
—¡Bioy no se toca! —grito enloquecida. Por suerte, Silvina se salvó, solo fue lamida.
No me animo a agarrarlo, temo a sus garras, miro a mi alrededor. ¿Con qué le puedo pegar? ¿Quizás ponerle un fuentón encima y dejar que se ahogue?
El juego de sábanas blanco está para lavar, puede servir. Las rescato del canasto suavemente y se las tiro encima, lo mareo y envuelvo. Tomo el bulto y lo sostengo con firmeza, se mueve enloquecido. Por suerte no maúlla.
Lleno el cubículo con mucho jabón de color rosa. Pongo las sábanas con fuerza y presiono decidida el botón de lavado intenso.
Acá sigo, sentada en el piso. El cigarrillo me sosiega, lo aspiro lento, igual que el movimiento circular. Sonrío, pienso que a Borges siempre le gustó el lavarropas. Y que en cambio no le gustaba Carver. No pude salvar nada de Catedral.
—Paff! —apoya su pata en el vidrio y logro ver sus ojos desencajados. Es solo un segundo porque al instante desaparece entre las sábanas, que se tiñen de a poco de otro tono de rosa. No es el jabón.
El color aumenta de intensidad y me maravillo. La sangre me refresca la mente, o será la venganza, no sé, pero logro recordar parte del poema del verdadero. Lo recito en voz alta, cual ofrenda a los dioses: No son más silenciosos los espejos, ni más furtiva el alba aventurera…digo al compás del fiel lavarropas.
Fumo y fumo mientras miro como hipnotizada. Todos los días alguien nace, todos los días alguien muere, se escucha en la tele. Pienso en mi corazón lleno de rejas, lloro con el botón de intenso.   
La vida es una muerte que viene. Alguien sueña y, aunque a veces quisiera, no soy yo. 
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Mariana Lirusso
Ig: mari.liru
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Foto de Cleomar Mattos
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deepinsideyourbeing · 2 months ago
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(Des)Horas - Matías Recalt
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+18! MeanDom!Mati. Un poco de Brat!Reader, biting, CM/NF, (posible) dacrifilia, marking, sexo sin protección (kind of/mención de anticonceptivos orales), spanking, spitting, spit kink, breve aftercare, edades no especificadas. Uso de español rioplatense.
Y cuento las horas Que no pasé a tu lado Son como hojas de un papel En blanco
El tren avanzaba con un suave balanceo sobre los rieles mientras observabas la forma en que el mundo exterior comenzaba a despertar.
El cielo todavía era de unos pálidos tonos grises y azules cuando en el horizonte vislumbraste los primeros rayos de sol, los cuales comenzaron a cegarte una vez que el vidrio empañado por el frío de la madrugada se despejó.
Los árboles bordeando las vías y las siluetas lejanas de algún pueblo eran una constante promesa de serenidad que hacía que tus músculos se relajaran, por no mencionar el ruido mental ahora nulo.
Contabas en voz baja cada camino de tierra serpenteante, los destellos de agua aquí y allá, las suaves colinas cada vez más pronunciadas.
-Veo, veo.
Parpadeaste rápidamente.
-¿Qué ves? - preguntaste sin dejar de admirar el paisaje.
-Alguien con cara de culo.
Volteaste para centrar tu atención en Matías, sentado frente a vos, sosteniendo su teléfono en una mano y el termo en la otra. Estaba concentrado en la pantalla, en lo que fuera que estuviera viendo allí, pero de todas formas se tomó el tan arduo trabajo de apreciar tu semblante para molestarte.
-Tengo sueño- explicaste, pasándole el mate que sostenías hacía siglos-. Y me colgué.
-Me di cuenta- dijo y arrojó el teléfono sobre su regazo-. Falta poco.
-Mentiroso.
Una advertencia cruzó su mirada, pero su postura permaneció igual de desenfadada y mientras jugaba con la bombilla del mate (curioso, pensaste, porque siempre te decía que no hicieras eso) examinó el resto del vagón vacío.
Llevaban horas sentados en la misma posición y el cielo, estrellado e iluminándose cada vez más con el correr del tiempo, era la única compañía.
-¿Querés dormir? Te despierto antes de llegar- ofreció mientras hacía lugar en el asiento disponible con lo que él creyó era el mayor disimulo.
Te divirtió recordar su audible protesta cuando ocupaste el asiento frente a él y la sutil sugerencia que te hizo sobre tomar su lugar: esto le habría permitido estar a tu lado sin delatar sus deseos, pero sabés que también le gusta estar junto a la ventana y por eso la rechazaste. Te pareció tentador dormir sobre su regazo o en su hombro, pero también molestarlo.
-Bueno.
Mientras recogía sus cosas para hacerlas a un lado, con una sonrisa de satisfacción que intentaba ocultar, buscaste una posición más cómoda en tu lugar y cerraste los ojos. Luego de unos instantes de tenso silencio volviste a abrirlos para encontrarte con su cara de molestia y sus ojos fijos en la pantalla del dispositivo nuevamente.
Una risa escapó de tu boca.
-Sos una boluda.
-No te enojes, tonto- estiraste una pierna y tocaste con tu pie descalzo su rodilla-. Vos siempre me hacés lo mismo y yo no me enojo.
-Es diferente.
Capturó tu pie y comenzó a masajearlo distraídamente.
-¿Qué vamos a hacer cuando lleguemos?
-Vos, dormir.
-¿Y vos?
-No sé.
Ignoraste su intento de despertar tu curiosidad y obligarte a preguntar. Él continuó con el masaje en silencio, procurando ayudarte a relajarte porque sabía que necesitabas dormir –consciente de los días que llevabas sin pegar ojo–, fingiendo abstraerse en el paisaje del otro lado de la ventana y en los asientos sin dueño.
El silencio del ambiente y sus manos sobre tu piel eran como un somnífero y tus ojos se cerraban en contra de tu voluntad una y otra vez, tu cabeza caía repentinamente en más de una ocasión y él reía en silencio cuando te veía despertar sobresaltada. No recordaba cuándo fue la última vez que te vio batallar tanto para mantenerte despierta.
-Vení acá, dale.
El tono de su voz era firme y notaste un deje de preocupación que rara vez te permitía oír. Dejaste en tu asiento tu mochila y tu teléfono, como si existiera la mínima posibilidad de que alguien fuera a ocuparlo por accidente en caso de estar vacío, y cuando te sentaste a su lado tu cuerpo se mantuvo tan cerca del suyo como era posible.
-Despertame antes de llegar- le recordaste-, no quiero olvidarme nada.
Besaste su mejilla y cuando te recostaste sobre su hombro él besó tu cabello. Los minutos pasaron y Matías podía sentir la manera en que te relajabas, oír tu respiración ralentizándose y sentir la tensión abandonando tus dedos, cerrados débilmente sobre su brazo, pero sabía que aún estabas muy despierta y que probablemente no fueras a dormir en lo absoluto.
-¿Escuchamos música?- propusiste cuando ya llevabas varios kilómetros recostada en su hombro. El cielo vestía ahora con tonos rosados y los girasoles cobraban vida nuevamente-. ¿Mati...?
Estaba dormido.
Cuando te reincorporaste, lentamente y cuidando no despertarlo, permaneciste en tu lugar para contemplar su perfil. Mientras dormía juraste que podía ser un ángel, alguien diferente, sereno y desprovisto de sarcasmo, pero no estabas segura de querer que fuera así... Porque también era un ángel cuando te ordenó ponerte de pie cada dos horas -molestándose porque intentaste negarte y amenazando con castigarte- para recorrer el vagón.
La primera vez que preguntaste, cuando te hizo dejar tu asiento durante un vuelo, la única explicación que recibiste fue algo entre las líneas de “las pastillas”. No comprendiste qué intentaba decir y cuando te inclinaste hacia él para preguntar, argumentando que te sentías perfectamente bien, su respuesta fue:
-Porque yo lo digo. Punto.
Más tarde ese mismo día, en uno de esos escasos momentos en los que expresa verbalmente los motivos que lo preocupan, explicó que intentaba asegurarse de que no sufrieras una trombosis. Intentaste no reír por su expresión de horror y besaste su mejilla, conmovida por un detalle tan pequeño pero valioso, mientras él –avergonzado– intentaba apartarte.
Volviste a recostarte sobre su hombro, todavía recordando ese momento. No dormiste.
Horas más tarde llegaron a destino y se registraron en el hotel que Matías escogió sin comentarte los detalles. Mientras él se encargaba del papeleo vos te perdiste observando los cuadros expuestos en el salón principal, leyendo las inscripciones que los acompañaban, memorizando a través de las ventanas los detalles en el interminable y vacío jardín.
Durante el desayuno, con sus teléfonos apagados y olvidados intencionalmente en la habitación, te prohibió tomar café. Intentaste confiar en él y no protestar porque, después de todo y sin importar sus métodos, Matías sabe qué es lo mejor para vos... pero tu rostro te traicionó.
-¿Qué te pasa?- preguntó mientras sorbía de su taza.
-¿Por qué no puedo?
-Quiero que duermas bien esta noche.
-Son las diez de la mañana, Matías.
-¿Y…? Te conozco.
Escogiste morderte la lengua en lugar de argumentar en su contra y en tu mente se sucedieron las imágenes de los últimos días: café o una bebida energizante por la mañana, cerca de media tarde y también cuando el reloj marcaba las siete. Matías se aseguró de vigilarte, pero cualquier mínima oportunidad que tenías, la tomabas. Literalmente.
Tu novio dejó pasar tus contestaciones malhumoradas y tus expresiones de molestia, consciente del efecto de la falta de descanso, esforzándose por distraerte con las actividades del lugar y arrastrándote con él para una larga caminata. Si conseguía agotarte lo suficiente para que tomaras una siesta, su plan podría considerarse un éxito.
Estaba convencido de que lo había logrado hasta que salió de la ducha cerca de las cinco. Encontró la habitación vacía, la cama fría como evidencia de que te habías marchado hacía tiempo –y en absoluto silencio, tenía que reconocer tu habilidad-; depositó sobre la pequeña mesa de noche el vaso donde colocaron las flores que recogiste mientras caminaban, ahora colmado con agua, y abandonó la habitación.
Te sorprendió en el jardín, ocupando una de las mesas más lejanas y tecleando rápidamente sobre la pantalla de tu celular, en trance. Sobre el cristal descansaba una taza y Matías supo de inmediato que contenía restos de café. Tomó aire antes de recorrer la distancia que los separaba y carraspear para llamar tu atención.
-¿Qué?- preguntaste con fingida inocencia.
-¿Qué hacés?
-Nada.
Fue su turno de morderse la lengua.
-¿Estaba rico el café?
-Re.
Volteó para corroborar que nadie estuviera cerca.
-Escuchame una cosa- dijo mientras tiraba de tu cabello para obligarte a mirarlo-. ¿Yo no te dije que…?
-Tenía sueño.
Tiró más fuerte y evitaste quejarte. No querías darle la satisfacción.
-¿Y por qué no te quedaste durmiendo?
-No podía.
Te soltó bruscamente y tomó tu teléfono. Permaneciste en silencio sólo por la amenaza que dejaron entrever sus ojos, en el brillo de sus pupilas la promesa de una noche interminable, pero aún así resultaba tentadora la idea de seguir provocándolo, exigirle que te entregara tu teléfono, enloquecerlo en frente de otras personas, hacer que centrara toda su atención en vos.
Qué bueno que no lo hiciste, pensás ahora, porque no creés soportar más que esto.
En algún momento dejaste de contar las nalgadas, perdida en un mar de lágrimas y súplicas, pero Matías encontró una solución rápida y eficiente para no tener que escuchar tus lamentos: te despojó de tu ropa interior, que ya relucía con las gotas de tu excitación, para luego introducirla en tu boca.
De vez en cuando finge sentir compasión y sus manos se deslizan, con cariño y cuidado, sobre tu piel ya sensible; luego de unos segundos recuerda el café, la manera en que le faltaste el respeto desafiando su autoridad, ignorando y arruinando sus intentos de cuidarte, y reemplaza las suaves yemas de sus dedos con sus uñas no tan cortas para hacerte llorar.
Ignora tu cuerpo tiritando sobre su regazo y continúa sosteniendo tus muñecas contra tu espalda, empleando más fuerza de la necesaria. No le preocupa que te resulte doloroso, obvio, porque no le importa provocarte dolor y la prueba de ello son también los golpes en la parte posterior de tus muslos. Es una zona que procura evitar, consciente de cuánto cuidado necesitará posteriormente, pero…
-Cómo te gusta romperme las pelotas- reclama-. Siempre lo mismo con vos.
Por fin suelta tus muñecas, regocijándose con un último golpe que impacta entre tus muslos, para luego manipular tu cuerpo de manera brusca y arrojarte sobre el colchón. El impacto te hace quejarte y retirás la prenda de tu boca, sin ser consciente de lo excitante que es para tu novio ver que esta está empapada con tu saliva.
Las lágrimas se deslizan por tus mejillas como un río y caen directamente sobre las sábanas cuando las mordés, esforzándote inútilmente por soportar el ardor que recorre todas las zonas que Matías marcó sin consideración. Escuchás el lejano sonido de su ropa y suspirás, pero el alivio es fugaz porque pronto lo sentís sentándose sobre tus muslos.
Aún lleva puesto el pantalón y el material reaviva el fuego en tu piel.
-Calladita- ordena.
Tomás aire y reprimís un gemido cuando desliza su punta entre tus pliegues húmedos, presionando sobre tu entrada por unos pocos segundos, como una advertencia, para luego enterrarse en tu cuerpo con una estocada que te corta la respiración. Golpeás el colchón con tu puño y sentís su respiración golpear tu oreja cuando ríe, encantando con tu reacción.
La piel sensible de tus muslos arde tanto o más que tu entrada y tu interior estrecho –no importa, tu cuerpo siempre hace lugar para él- o tus ojos.
Matías te concede un momento, probablemente para cerciorarse de que podés con esto, pero pronto se deja caer sobre tu espalda y te sorprende con movimientos profundos y un ritmo que pretende torturarte más que otorgarle placer.
Es un castigo, lo sabés en cuerpo y alma, pero junto con tus lágrimas se escapan también un sinfín de gemidos. Su miembro llenándote por completo hace desaparecer el recuerdo de todas las noches que pasaste intentando satisfacer tu necesidad con tus dedos o con los diferentes e inútiles juguetes que sólo lograron frustrarte más.
Gemís su nombre una y otra vez y él muerde tu cuello. Tus paredes se contraen en torno a su miembro y su ritmo se vuelve irregular, jadea contra tu piel antes de liberarte y besar tu cabello entre suspiros; es algo que normalmente evitaría, siempre reacio a demostrarte cuánto poder tenés sobre él, pero todo el tiempo que pasaron lejos del otro también pesa sobre sus hombros.
Jurás que podés sentir las venas que recorren su extensión y la casi inexistente curva que provoca que roce tu punto dulce de manera constante. Intentás contenerte, fingir que todavía no delataste cuánto lo estás disfrutando, porque sabés que en cualquier momento podría retomar la sesión de spanking sin importarle cuánto necesita utilizar tu cuerpo. O peor.
Sus movimientos son lentos pero profundos, su punta besando tu cérvix y estimulándote sin más esfuerzo. Y aún así no es suficiente. Matías percibe la histeria, el hartazgo y tu impaciencia, todo con sólo observar la forma en que mantenés los ojos fijos sobre la pared frente a ambos.
Sabe que intentás sacar ventaja de la situación en lugar de empeorarla. También sabe que no podés. Sos más débil que él.
-Mati…
-No, callate.
-Pero…
-¿Qué?- pregunta casi en un grito-. ¿Qué querés?
Escondés tu rostro entre las sábanas y gemís.
-Más- suplicás moviendo tus caderas. Cuando rodea tu cuello con su brazo agregás:- Ya sé que estás enojado, pero…
Su mano impacta contra tu mejilla y te obliga a mirarlo. Ejerce presión hasta que tus labios se separan en contra de tu voluntad y sin pensarlo dos veces escupe en tu boca, sin permitirte tragar y disfrutando ver cómo parte de su saliva cae por la comisura de tus labios hasta tu mentón. Cerrás los ojos y sacude tu rostro con fuerza. Su miembro palpita en tu calidez.
-Sólo por esta vez.
Abrís los ojos, desconcertada, pero comprendés el porqué de su generosidad en cuanto abandona tu interior y se arroja de espaldas contra las almohadas.
Señala su regazo, invitándote, tentándote con su erección que brilla y gotea con la excitación de los dos –manchando su ropa de una forma que te hace morderte el labio-, pero no podés evitar mirarlo con recelo porque sabés cuánto va a doler.
-Elegí- dice sin dejar de mirarte a los ojos-. Esto o…
Dirige la mirada hacia las cuerdas que dejó junto a tus flores. No, negás rápidamente.
Toma tu cintura cuando te posicionás sobre él y sonríe (arrogante, hermoso, insoportable) mientras sigue tus manos temblorosas guiándolo hacia tu entrada. Te dejás caer hasta que su miembro desaparece casi por completo en tu interior y buscás apoyo en su pecho desnudo, el ritmo de tus caderas creciendo gradualmente.
Arroja la cabeza hacia atrás y sus uñas se clavan en tu piel.
El orgullo que llena tu pecho no es suficiente para olvidar el maltrato sufrido bajo sus manos y tus sollozos resuenan en la habitación junto con los obscenos sonidos de humedad provocados por sus cuerpos allí donde se unen. En otro momento un castigo sensorial sería la peor de las condenadas pero, después de semanas sin verse, te parece la mejor recompensa.
El placer nublando tu juicio no te permite saber que estás llorando y tampoco te deja ser consciente de la fuerza con la que te movés sobre Matías. Sólo sabés que se siente muy bien y lo repetís un centenar de veces, rogando porque él comprenda lo que intentás comunicar cuando tus palabras se cortan por tu respiración desesperada y errática.
El vaivén de tus pechos llama su atención y se felicita mentalmente por haberte despojado de toda tu ropa, -tu cuerpo desnudo resaltando todavía más tu vulnerabilidad y entrega- complacido por la facilidad con la que le permitís tomar el control. Ojalá eso bastara para perdonarte por desobedecerlo, ¿no?
-¡No!- te quejás cuando su palma golpea uno de tus pechos, dirigiéndose hacia el otro rápidamente-. Me duele, Mati, no…
-¿Y?- tira de tus pezones con fuerza y tus lágrimas caen sobre su abdomen. Puede sentir tus uñas rozando su piel-. Jodete por no hacer caso.
Interrumpís tus movimientos en un intento de detenerlo, esforzándote inútilmente en concentrar todas tus fuerzas para impedir que continúe con sus acciones, pero es más rápido, más ágil, más fuerte, así que capturar tus muñecas para él no es más que un juego. Tira hasta que terminás recostada sobre su pecho y planta firmemente sus pies sobre el colchón.
Gritás contra su clavícula cuando comienza a abusar de tu interior, aún sujetando tus muñecas entre su pecho y el tuyo mientras recorre con su otra mano la zona de tus costillas, tu cintura, tu cadera, finalmente encontrando su lugar en la parte posterior de tu pierna para dejar allí su huella.
Mordés su hombro para contenerte cuando el roce constante de su pelvis contra tu clítoris amenaza con llevarte hacia el orgasmo. Tus paredes se contraen aún más, succionando su miembro con desesperación, prácticamente imposibilitando sus movimientos, pero Matías continúa con su ataque sin importarle nada más.
Intentás preguntar, un hilo de palabras indescifrables dejando tus labios junto con su nombre y unos suspiros delirantes, pero no estás segura de su respuesta hasta que sentís sus labios besando delicadamente tu mejilla. Un acto de misericordia que termina por desdibujar la línea que separa el dolor del placer. Te desborda.
Los nervios de tu cuerpo son fuego puro y su miembro todavía deslizándose entre tus paredes –imposiblemente apretadas, calientes, más húmedas que nunca- es combustible. El ruido de piel contra piel es nulo cuando tus gritos eufóricos llenan la habitación, seguidos de unos patéticos sollozos acompañando su nombre y ese par de palabras que tanto disfruta oír.
Te amo jura contra tu cuello. No está seguro de que en tu estado lo comprendas.
El violento palpitar de su miembro es la única advertencia que recibís antes de sentir los hilos de semen que brotan, caen y te marcan como suya una y otra vez. Gemís y buscás sus labios, desesperada por un poco más de contacto, besándolo con voracidad.
Te obliga a romper la distancia para ayudarte a regular tu respiración. Tus ojos aún están repletos de esa bruma, tu razonamiento luchando por retomar el lugar que le corresponde.
-Perdón- decís contra sus labios-. Perdón, perdón, perdón.
-Ya está, ya pasó.
Sus nudillos acarician tu pómulo con suavidad, un roce casi inexistente, antes de que su palma acune tu rostro y sus dedos desaparezcan en tu cabello.
-Te extrañaba mucho.
-Yo también- seca una lágrima de tu mejilla y suelta una risa-. Sabés que podías decirme, ¿no? En vez de portarte como el…
-Sí- lo interrumpís-, pero llegaste del viaje re cansado y no quería hacer que te canses más.
Finge indignación.
-Dejame que te cuide, ¿sí?- besa tus labios ante tu protesta cuando se desliza fuera de tu interior-. Vos no tenés que preocuparte por nada.
Ignora su liberación goteando por tus muslos mientras te conduce lentamente hacia la ducha, también tu saliva secándose en su hombro y tus lágrimas aún frescas corriendo por su torso, porque no cree ser capaz de controlarse en caso de prestar atención a esos detalles.
Odia recordar que pasaron tanto tiempo separados, sí, pero el consuelo es poder recuperarlo de esta manera.   
Masajea tus hombros, tu espalda y tus piernas mientras el agua caliente corre por tu cuerpo, llevándose los vestigios de la noche y actuando como somnífero; besa tu piel con una dulzura exagerada, deteniéndose en las marcas que dejó, capturando juguetonamente entre sus dientes la carne de tu cadera, tus brazos, tu mejilla y tus labios.
Matías percibe el agotamiento en tu rostro y en tus respuestas letárgicas mientras sus dedos recorren tu piel para deshacer el bálsamo. La impronta de rojos y violetas que su mano dejó en tu cuerpo tardará en desaparecer, un no-tan-sutil y firme recordatorio de porqué siempre tenés que confiar en sus órdenes y ser paciente. Finge que no considera otro castigo para los días venideros.
-Tengo sueño- susurrás cuando se desliza bajo las mantas.
-Me di cuenta.
-¿Mañana podemos dormir hasta tarde?
-No.
-¿Por qué?
-Tenemos un taller de cerámica a las nueve.
-¿Tenemos?- soltás una risa de escepticismo-. ¿Vos haciendo cerámica?
-¿De qué te reís? Vos nunca hiciste.
-No, pero…
-Callate porque te hago cosquillas- amenaza.
Besás su mejilla.
El alivio lo recorre cuando minutos más tarde nota que estás, por primera vez en muchos días, profundamente dormida.
Dejo por acá esta historia que quedaba pendiente porque es de mi agrado informarles que... ✨por fin se me cayó una idea✨, así que ya voy a dejar de robar con publicaciones atrasadas. Espero que les guste y sí, ya sé, tengo que dejar de relacionar a Matías con Babasónicos 😔
taglist: @recaltiente @chiquititamia @delusionalgirlplace @llorented @madame-fear @creative-heart ♡
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1562738 · 11 months ago
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El día del rechazo. 13.12.23
Recuerdo muy bien esa tarde, en un lugar donde nunca había ido, fuera de un zaguán negro, intentando encontrarlo, sentada en el suelo, con mucho frío, pensaba “me vale mierda, las locuras valen la pena”, con mil nudos en la garganta. Mis amigos en el chat atentos, pero mi corazón nunca había dolido tanto, podía leer “debes arreglarlo con el personalmente” pero mi corazón habló y dijo sentirse muy mal, gritó, y tocó una y otra vez esa puerta , una chica me dijo “oh tal vez no hay nadie”. Completamente rendida por la ansiedad, por la incertidumbre, y tristeza. Camine y mientras caminaba no pude evitar recordar una colección de cuentos que había leído recientemente, era sobre una mujer que viaja en un vuelo nocturno que tuvo un hermoso y breve encuentro con un hombre sentado a su lado, me hizo pensar en cómo es posible lamentar la perdida de alguien a quien conoces en poco tiempo, entonces, cuando me fui, lloré, lloré, lloré y los extraños fueron amables conmigo en respuesta a mi llanto, ni siquiera podía explicarles porque lloraba tanto, ni yo misma lo entendía, hubo una pareja que me ofrecieron agua, me preguntaron si había algo que podían hacer por mi; tengo un recuerdo de una mujer diciéndome que de alguna manera ella sabía “lo sé”, dijo, se lo que es. Un hombre me ofreció una rebanada de queso parte de su mandado, me negué el insistió que comiera algo que lo aceptara. Eventualmente deje de llorar y la realidad de regresar a casa con un terrible frío comenzó a asentarse, seguía sufriendo la pérdida de lo que podría haber sido con esta persona. Estaba tan absorta en la idea que probablemente nunca lo volvería a ver que me olvidé de darme cuenta de que era encantador haberlo experimentado en primer lugar.
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