#cocuy
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🏔️ A más de 5.000 m.s.n.m, en la Sierra Nevada del Cocuy, se eleva entre el glaciar Pan de Azúcar, el “Pulpito del Diablo”, una torre rocosa de aproximadamente 80 metros de altura. Alrededor de esta imponente roca, se cuentan diferentes mitos y leyendas, que le dan un simbolismo mágico a la existencia de estas montañas y sus comunidades aledañas. 🏞️ Históricamente, las montañas se han caracterizado por tener un gran imaginario, en muchas ocasiones “sagrado”, para la creencia de turno; En ellas se pueden encontrar demonios, espíritus, brujas, tesoros, el Mohan, la Madre Monte, santos y otros seres sobrenaturales y naturales que protegían aquellos rincones, en los que el hombre no había dejado sus huellas. Con la modernidad, estas narrativas pasan a ser una bella historia del pasado, pues ya hemos “conquistado” una gran parte de estos rincones, que durante cientos de años estuvieron protegidos por este imaginario mágico. Con una mirada hacia atrás, podemos en lo más mínimo; apreciar el simbolismo de la montaña para las sociedades pasadas. Sin embargo, Las nuevas narrativas hablan de una banalidad o prostitución, de estos lugares antes “sagrados”. ¿En la actualidad que simboliza la montaña para la sociedad moderna?, ¿es acaso el famoso sentimiento de “conexión” retornando a lo natural?, ¿puede ser un escape de la Sociedad del Cansancio por la que estamos atravesando? O ¿simplemente la utilizamos para tener el mejor filtro en nuestro feed de Instagram? #montaña #cocuy #trekking #sociologia (en Sierra Nevada del Cocuy) https://www.instagram.com/p/CoGiTUrNbVz/?igshid=NGJjMDIxMWI=
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Nevado del Cocuy, Boyacá, Colombia.
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Cocuy: Maestro Ayamán Origen
Es posible que lo sepas o que no, pero el cocuy suele destilarse dos veces para garantizar su pureza y que la purificación del alcohol sea la mejor, dando como producto un destilado sin propiedades desagradables. Estas son cosas que digo como si fueran normales y del dominio público, especialmente porque de Maestro Ayamán he probado varios productos, pero me doy cuenta también que en el blog…
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Sierra Nevada del Cocuy, Colombia.
30/12/19
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i had for dinner a bunch of fermented pineapple and now i am tipsy what the hell
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SE POSPONE EL SUICIDIO!!!!!!
If Venezuela doesn't win this game I'm killing myself btw
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Una maravillosa experiencia, agradecida con la vida por esta oportunidad.
Nevado del Cocuy, Boyacá, Colombia
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Colombia: Más que un Estereotipo🇨🇴
A menudo, cuando escucho a personas de otros países hablar sobre Colombia, siento una mezcla de frustración y tristeza. Es doloroso ver cómo nuestro país, rico en cultura, belleza natural y personas maravillosas, es reducido a un estereotipo de narcotráfico y violencia. Quiero que el mundo vea la verdadera Colombia, la que nos hace sentir orgullosos cada día.
Colombia es un país de colores, sonidos y sabores únicos. Desde el vibrante Carnaval de Barranquilla 🎉hasta la serenidad de la Feria de las Flores en Medellín 🌸, nuestras celebraciones reflejan la alegría y el espíritu de nuestra gente. La música nos conecta, con géneros como la cumbia y el vallenato, que cuentan nuestras historias a través de melodías y ritmos contagiosos. La gastronomía colombiana es un festín de sabores, con platos como la bandeja paisa 🍛 y el ajiaco, que nos llenan de orgullo y nos recuerdan nuestras raíces.
Colombia es un paraíso de biodiversidad y paisajes impresionantes. Desde las playas cristalinas de San Andrés y Providencia 🏝️ hasta las montañas majestuosas de la Sierra Nevada de Santa Marta 🏔️, nuestro país ofrece una riqueza natural inigualable. Parques nacionales como Tayrona y Cocuy son refugios de flora y fauna únicas en el mundo 🌿🐦, que invitan a exploradores y amantes de la naturaleza a descubrir sus maravillas. Además, ciudades como Cartagena y Villa de Leyva nos transportan a través del tiempo con su historia y arquitectura colonial 🏛️.
Sin embargo, es inevitable reconocer los desafíos que aún enfrentamos. Me molesta profundamente que algunos visitantes vean a Colombia solo como un destino para consumir drogas o, peor aún, para explotar a menores de edad. Esta realidad oscurece la verdadera esencia de nuestro país y perpetúa estereotipos dañinos.
Pero no todo está perdido. Podemos cambiar esta percepción al destacar nuestras fortalezas y trabajar juntos para erradicar estos problemas. Colombia es un país de personas resilientes y talentosas 💪🏻 que día a día construyen un futuro mejor a través de la educación, la innovación y el arte 🎨.
Invito a todos a ver más allá de los estereotipos y a descubrir la Colombia que yo conozco y amo. Un país de gente cálida, de cultura rica y de paisajes asombrosos. Juntos, podemos transformar la percepción de Colombia y mostrar al mundo que somos mucho más que nuestras dificultades. Somos un país lleno de vida, esperanza y belleza. 🌟🌺
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Desde hace un tiempo que tengo entre los pendientes subir unas cuantas fotos, escribir algo, llegar a alguna parte con lo escrito, pero termino optando por la inacción. Me he distraído con cosas varias del trabajo, de los cursos, de la reuniones, Quizá la gran mayoría de esas cosas han sido absolutamente intrascendentes, y cabe preguntarse qué es lo importante, si es que eso no es más que una convención que tenemos para hacer la vida más o menos llevadera.
Ya hoy es 25 de abril, no he terminado la edición de las fotos, he dejado de escribir y cada día se me dificulta más hilar los pensamientos con lo que está ahí, latente, en alguna parte, sin sintaxis posible.
No puedo sino recordar un texto corto que nos puso Manuel Bernardo, la Carta a Lord Chandos de Hoffmannsthal, donde un interlocutor ficticio (?) habla sobre la incapacidad para describir las escenas más comunes, donde todo lo que le rodea se le convierte en algo tan solemne y conmovedor que toda forma de expresión le resulta insuficiente.
Sin embargo, algo quiere expresarse y me gusta pensar que uno es elegido por las cosas, no más que como un vehículo. Una palabra dicha puede ser banal o vulgar, pero va a existir toda vez uno la pronuncie. Lo importante se puede transformar en ridículo con una facilidad impresionante, pero vale la pena el intento, así sea sólo por cumplir con la rebeldía (o terquedad) de creer que es mejor hacer algo que no hacer nada.
Entonces, inundado de cosas por hacer, he decidido sustraerme de lo cotidiano para contar algo. A quien lo lea o quizá a mí mismo, antes de que lo olvide en medio de ese silencio inmundo que implica el no hacer (o hacer parte en lo cotidiano, que es casi lo mismo). Y eso que quiero contar es un viaje.
Desde el pasado noviembre, desgastado por un año extraño, imprevisible y agotador, decidí volver a ciertos lugares que no sólo se acumulan anecdóticamente en la memoria sino que me han permitido comprender que el amor más grande que podré sentir jamás es aquel que le profeso a este país. Y que quizá es la única certeza que tengo ante cualquier cuestión que el tiempo podría terminar por arrebatarme. No seré nadie, no acumularé nada, lo dicho no tendrá significado alguno, pero tengo un país.
Subí de nuevo el cerro Quitasol, con Duque (vuelto más siniestro y menos brillante por haberse ido, justamente, del país), viajé a Bogotá, estuve con mi familia en año nuevo y el primero de enero tomé un bus con dirección a Cúcuta, ya que era la única manera posible de llegar a Málaga y desde ahí encontrarme con Kedor y Duque que llegarían desde Bucaramanga. Tomamos un transporte que nos llevó por una carretera alternativa al clásico paisaje del Cañón del Chicamocha, y había montañas desérticas que albergaban rocas de gran tamaño. El camino nos llevó a Güicán en Boyacá, para prepararnos para la subida al Púlpito del Diablo en el Nevado del Cocuy que nos esperaba al día siguiente.
Hubo una sensación de extrañeza alrededor al volver a ese mismo paisaje pero ver otro. De alguna manera resultaba familiar, pero ya no estaba ahí lo que había vivido en 2015. La subida fue naturalmente agotadora, y al regresar hubo un granizo que simulaba ser nieve. Todo se puso blanco, resbaloso (y muy bello), por lo que nuestro guía terminó fracturándose y eso hizo que la Cruz Roja se tuviera que encargar de él al descender. Por ese motivo, cada uno de nosotros comenzó a bajar a su propio ritmo, alejándose del grupo original. Yo bajé primero, y lo que era granizo más arriba terminó convirtiéndose en una lluvia torrencial cuando ya había bajado de la nieve y estaba a la altura del páramo. La neblina no permitía ver mucho, el camino estaba desfigurado y los frailejones, otrora singulares, se convirtieron en una masa homogénea que no permitía tener un punto de referencia. Era un paisaje casi acuatico sin hitos, un paisaje sin referencia y cuya sensación resultaba más húmeda que estar nadando en un río. Pensé en eso por un momento mientras estaba parado viendo qué hacer o por dónde caminar. Pensaba en cómo era posible que existiera tanta agua, en esas plantas gigantes, en la lluvia, en el aire y en el lodo que dificultaba el caminar. Ninguna palabra me resulta suficiente para expresar esa sorpresa de ver tanta hijueputa agua.
Al principio sólo podía pensar en el frío y en el miedo de perderme, pero rápidamente el pensamiento me jugó malas pasadas y comencé a pensar en otras cosas. Pensé en la tristeza, en general, en lo que significaba estar triste y por qué en medio de aquello tan sublime yo me permitía estarlo. Pensé en que quizá esta vida no hubiera transcurrido como debía, que algo se había desviado del camino, aunque hubiera seguido por el camino que era. Y eso sucedió, en efecto, estaba en el camino correcto, pero aún así algo no se sentía de la manera en la que debería sentirse. Como si algunas cosas, en algún punto, no hubieran sucedido como deberían haber sido.
Esta pequeña depresión se apaciguó cuando, estando cerca del ingreso al parque, se atravesó un venado en el camino (nos habían dicho de la improbabilidad de ver uno por la época del año), me miró como quien no quiere la cosa, y se adentró montaña abajo. Hace un tiempo que decidí no creer en "señales", pero fue inevitable no convertir ese pequeño encuentro fortuito de un animal que simplemente estaba existiendo en su hábitat, en signo de algo que representó un escape a pensamientos que me estaban, casi que literalmente, ahogando.
La tristeza no se apaciguó del todo hasta que llegué al albergue de la entrada, y mi cuerpo reaccionó alternando entre la tristeza y la necesidad de no morirme de hipotermia. También estaba preocupado por Duque y Kedor, porque no me habían seguido el paso. Kedor llegó después, con una euforia extrañamente contagiosa. Se sentía feliz de "haberlo logrado" y básicamente agradecía por estar vivo. Esa emoción también resultó contagiosa, y funcionó a mi favor. Duque llegó luego, sumamente molesto porque lo habíamos "abandonado", como si tuviéramos una especie de responsabilidad con él (Francia lo volvió un poco más débil, lo cual tiene mucho sentido por la historia de ese país). Al finalizar la noche sólo podíamos pensar en lo cómico que había resultado que cada uno hubiera llegado con una emoción distinta: tristeza, euforia y rabia. El humor termina resolviendo todo.
Ese día se convirtió en uno de los más memorables de mi vida, porque creo que más allá de la respuesta natural ante las situaciones, nunca antes me había permitido estar triste sólo "porque sí". Y volver a pensar en lo sagrado, o mejor, en eso"personalmente" sacro para uno mismo, otorga algo de un sentido a la existencia. Algo de ese pensamiento se relacionaba con la muerte, pero no la muerte poética del explorador que se pierde en una montaña, sino más la muerte de lo que uno mismo deseaba significar o representar. La muerte del tiempo y el espacio que no fue y que no será. La muerte ya no de la potencia de las cosas, sino la muerte de lo posible.
El segundo día fue tranquilo, descansamos y estuvimos en unas termas, para el tercer día emprender la segunda ruta del viaje que era al borde del Ritacuba Blanco. El paisaje esta vez era desconocido, muy bello como todo, pero la mayoría del camino si conservaba algo de homogeneidad. Sin embargo, cuando se despejó la neblina y se veía más allá de las rocas, apareció ante nosotros una montaña negra llena de nieve. La sensación, una vez en el límite del camino, era la de kilómetros y kilómetros de un paisaje que se extendia misteriosamente. Como si no nos estuviera dado conocer qué había más allá luego esa roca. Si bien les he perdido respeto con el tiempo, comprendí el porqué algunas comunidades convirtieron este lugar en templo de sus creencias. Porque era válido que se aferraran a esos elementos monumentales del paisaje como aquellos constitutivos de sus ritos religiosos.
El paisaje aparecía y desaparecía por la neblina, y la mayor parte del tiempo estuvo cubierto. Retomé un poco la esperanza (o quizá el significado) de que aún quedaba algo por ver en este mundo, y particularmente en este país. Cuestión que los días subsiguientes me demostrarían con creces. No hay mucho que decir del regreso, más allá de que los frailejones de esa ruta también me sorprendieron por su monumentalidad, algunos con más de 6 metros de altura, cosa que no había visto antes. Sobre el regreso general del viaje, pasamos una noche tranquila, decidimos llegar a Tunja y luego a Villa de Leyva para descansar previo al regreso a Medellín. Ellos se fueron rumbo a Bucaramanga y yo tomé un bus de 15 horas.
Los días que siguieron fueron un paréntesis para lo que se venía. En diciembre, como regalo de navidad, decidí diseñar una ruta que iniciaría en Valledupar, recorrería toda la península de La Guajira y culminaría en Barranquilla. El 15 de enero tomamos un vuelo, que estuvo varado (literalmente) en la pista por más de una hora en dirección a Valledupar desde Medellín. Ese paisaje resultó sorpresivamente descrestante, porque es una ciudad que cuenta con un río limpio al lado (Guatapurí), todo es tranquilo, hay árboles y flores por doquier y las montañas son amarillas por las especies de árboles que florecen durante casi todo el año. Además, todo suena a Vallenato, las calles, los taxis, los negocios abiertos, la gente escuchando la radio e incluso algunos cantándolo por ahí.
Las enormes rocas del Río Badillo parecen esculpidas por alguna fuerza superior. Cuesta creer que no son artificiales. Aquellas rocas confirman la hipótesis de que la técnica precede a lo humano. Nosotros mismos no somos más que un objeto técnico mal ejecutado por la naturaleza, si nos comparamos con esas montañas, esas rocas y aquellos ríos.
Contamos con la suerte de un taxista que nos indicó la ruta y los contactos para llegar a Maicao y recorrer la Alta Guajira hasta llegar a Macuira. Al día siguiente fuimos a Maicao, Uribia y de ahí subimos hasta Cabo de la Vela. Era un paisaje familiar, pero también había una sensación diferente, incluso como si se estuviera cristalizando de un modo más bello. El oleaje era más agresivo y el calor parecía menguar. Esa playa sigue siendo la mejor que existe y existirá, sin competencia alguna en todo el mundo.
A la madrugada del otro día partimos para Punta Gallinas, pasamos por gigantescas estructuras eólicas que parecían como estatuas casi humanas. Las luces coordinadas a la distancia daban un carácter casi irreal a lo que se estaba viendo. Como si el hombre tuviera un límite en sus creaciones, y luego las creaciones por sí mismas procuraran comunicar una cosa diferente a su función. De Punta Gallinas fuimos a las Dunas de Taroa, a la parte donde se mezcla la arena con el mar. Si bien el lugar era impresionante, y habían libélulas del tamaño de una mano, este paisaje (quizá por lo circunstancial) lo padecimos como más agresivo. Al volver al hotel fuimos a recorrer los alrededores y culminamos la tarde en el mar, para prepararnos para salir a Macuira en la madrugada siguiente.
Cabe anotar que Macuira es un lugar recóndito, donde no hay carreteras y donde un vehículo particular puede cobrar varios millones por el transporte. Sin embargo, gracias al taxista que nos llevó al Río Badillo, pudimos dar con dos motociclistas que decidieron llevarnos en medio del desierto por una ruta que no estaba habilitada para los carros. Esta experiencia es quizá la más digna de ser recordada.
Partimos a las 4 a.m. en moto, cuando aún no se veía nada. No había caminos y todo lo que se distinguía era, si acaso, la huella de algunas llantas o unas cuantas rocas que señalaban el camino. El motociclista que me llevaba me empezó a hacer gestos para que mirara los perros, diciéndome que eran un buen augurio, y que menos mal no nos habíamos encontrado a algún reptil, porque lo considerarían un mal presagio y podrían cancelar el viaje. Los Wayúu tienen una cosmogonía extraña (y terrible para algunas cosas), pero no puedo sentir más que respeto por haber sido de los pocos grupos que resistieron la conquista y haber hecho del desierto un hogar, inundado de símbolos que intentan comunicar cosas que no son más que cosas, en el sentido estricto de la palabra.
El amanecer fue impresionante, y cada giro en el camino, cada cactus, los animales que aparecían y desaparecían, los árboles, la tierra y todo lo circundante se hacía singular. Más allá de la moto que se había adelantado un par de kilómetros, todo lo demás era deshabitado. No habían casas, rancherías o estructuras humanas en casi todo el camino.
Cuando ya había un poco más de luz, subimos una pequeña colina y allí descansamos, ya que el viaje hasta Macuira sería de 4 horas (sólo la ida). Cuando paramos, se veía el desierto gigantesco, con algo que simulaba ser un riachuelo atravesándolo, pero que no era más que una ilusión de la misma arena. Habían algunas montañas geométricas y la inmensidad en dirección oriente. Pero al volver la mirada sobre el norte, se veía el mar en el costado izquierdo y agua dulce al lado derecho, formando una suerte de camino entre dos aguas. Al final, había otra pequeña colina, y detrás de ella, se veía la cadena montañosa que, según nos indicaban nuestros guías, conducía a Nazareth.
Este paisaje es quizá el más impresionante que haya visto en la vida. Y lo es, además, porque la ausencia absoluta de construcciones o huellas humanas le otorgaba todavía más misterio y solemnidad. Es un paisaje que no debería existir. Una costa solitaria con un paisaje agresivo por un lado, y por el otro las ruinas de un embalse que jamás fue, que no alcanzó a ser artificio. Se trata, en esencia, de un paisaje situado entre la medianía de lo que existe en acto y potencia. El acto del mar que intenta ganarle terreno a la arena y una suerte de laguna que emula un oleaje en dirección contraria.
Pasamos justo en medio y continuamos el recorrido, empezaron a aparecer algunas dunas, luego la tierra se volvió un poco más sólida y al finalizar el trayecto sólo habían montañas llenas de verdor. Lo desértico se había dejado atrás. Una vez en Nazareth, una guía de Parques Nacionales nos condujo por unos senderos en dirección a Macuira. Estuvimos subiendo la montaña, pasamos por algunos ríos y nos iba contando sobre la mitología del origen Wayúu. Si bien ya sabíamos qué nos esperaba, lo que vimos no se asemejaba a nada que no fuera más que un absurdo de la naturaleza.
Las Dunas de Aleewolu son un ecosistema que no debería existir. Es un capricho del paisaje. Se trata de dunas en medio de un bosque lejos de la costa, es un paisaje deslocalizado. Si se pudiera definir de un modo que haría gritar de rabia a los estetas, sería como la obra de arte de la naturaleza. Fue justamente una fuerza geológica la que situó algo en un lugar en el que no debería estar, así como cuando situamos una escultura o una ruina en un museo. Estas dunas aparecieron ante nosotros mucho más enormes de lo que podíamos haberlas imaginado. Eran dunas altas, difíciles de subir, y donde el viento tenía tanta fuerza que los granos de arena parecía que se insertaban en la piel. Nuestra guía, luego de advertirnos las maldiciones que pesaban sobre aquellos que se llevaban la arena de las dunas (esto no impidió que me llevara algunas rocas), nos contó una historia sugerente.
Nos dijo que, a los Arahuacos que habitaban esa zona (de donde descienden los Wayúu) les gustaba tanto el mar, que habían decidido realizar una empresa imposible: llevar el mar a las montañas. Para ello, cada que iban a la costa, se traían en sus bolsillos y costales grandes cantidades de arena, y que, eventualmente, podrían comenzar por trasladar el mar. No obstante, sin desprenderse del mito, nos explicaba que la fuerza de los vientos alisios y las características formales únicas del golfo en la lejanía explicaban el fenómeno natural.
Una vez regresamos a Nazareth, y emprendimos las 4 horas de regreso a Punta Gallinas en moto, realizamos un pequeño desvío para conocer Puerto Estrella, desde donde se veía una línea recta de tierra y de nubes a lo largo de toda la costa. Volvimos a pasar por el paisaje entre dos aguas y paramos brevemente a tomar fotografías, entre ellas, la que acompaña este texto.
El resto del viaje continuó según lo esperado,un descanso en el regreso a Cabo de la Vela, disfrutar de Santa Marta, conocer costas menos impresionantes y ver el Río Magdalena en Barranquilla.
...
Esa sensación de tristeza del Nevado del Cocuy y la impresión de aquel paisaje de La Guajira eran cuestiones que me resultaban urgentes, y espero que algo de esto tenga una utilidad práctica para la memoria del futuro. Y si no hubiese futuro, cuando menos que haya constancia de que algo fue dicho sobre eso, sólo porque sí.
Todo esto para decir que tengo una resistencia al olvido de aquello que aún significa algo y, que ese algo se halla presente en esos paisajes. Que así la vida no haya transcurrido de la forma como quizá debía, queda la posibilidad de que, cuando menos, exista en su enunciación. Por eso mismo la dedicatoria de mi tesis rezará:
"Para Amalia Rizal y aquellos paisajes colombianos".
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