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Alain de Benoist: “Llamarnos hoy ‘fascistas’ o ‘antifascistas’ es admitir que no hemos entendido en qué momento histórico nos encontramos”
El pensador francés Alain de Benoist es el intelectual más influyente en el ámbito de la política y cultura alternativas. Fundador del Groupement de recherche et d’etudes pour la civilization européenne (Grupo de investigación y estudios para la civilización europea, o GRECE, por sus siglas en francés), por décadas ha reflexionado sobre las contradicciones de la ideología liberal y la construcción de una visión política arraigada en la particularidad orgánica de los pueblos. Esta entrevista inédita fue efectuada hace ya siete años, con oportunidad de un encuentro organizado en Washington, D.C. por el National Policy Institute – lo que refleja en cierta medida el tenor de algunas preguntas – donde de Benoist fue el orador principal. Pese a las diferencias entre el momento político en que se condujo esta conversación y el actual, las reflexiones de de Benoist mantienen su vigencia e interés, por lo que hemos decidido ofrecerla a nuestros lectores. – Gonzalo Soaje, editor de la colección literaria Pedro de Oña de Ediciones Ignacio Carrera Pinto.
Tras varias décadas de actividad del GRECE, ¿cómo evalúa su impacto tanto en el panorama francés como en el internacional en general? ¿Observa algún desarrollo positivo o alentador que podría decir ha sido al menos en parte influenciado por las ideas de la Nueva Derecha?
La asociación cultural GRECE nunca ha representado más que una parte de un movimiento mucho más amplio, al que los medios de comunicación dieron en 1979 el nombre de Nouvelle Droite (ND), una expresión que jamás aprecié demasiado. Fundada a finales de 1967, la ND existe desde hace medio siglo. Durante las últimas décadas, ha organizado cientos de conferencias, seminarios y universidades de verano, ha publicado decenas de miles de páginas de revistas (Eléments, Nouvelle Ecole, Krisis, etc.), ha editado un gran número de libros, participado en multitud de debates. Esta actividad, que nunca se ha ralentizado, es ya muy destacable por su continuidad: apenas conocemos movimientos de pensamiento que se hayan manifestado durante tanto tiempo. Todo este trabajo ha dado sus frutos. Muchos temas específicos de la ND han entrado ahora en el debate público, no solo en Francia, sino en muchos otros países europeos (¡comenzando con Italia, donde no he publicado menos de 35 libros!). Esto, por supuesto, no fue suficiente para cambiar sustancialmente el curso de las cosas, pero ha permitido a varios miles de hombres y mujeres estructurarse ideológicamente y adquirir una visión del mundo alternativa a la que prevalece actualmente. Dicho esto, siempre es difícil medir con precisión la influencia que ejercemos, los canales que toma y las formas que puede tomar en el futuro.
Entre los temas que probablemente han ejercido una influencia más clara, hay que citar el trabajo realizado por la ND sobre la revolución conservadora alemana, los orígenes indoeuropeos, la crítica al cristianismo, pero sobre todo los análisis que se han centrado en el campo de la socialización, ciencias, sobre los cimientos de la ideología liberal, la mutilación de la vida por el reinado de los valores de mercado, la crítica radical del sistema capitalista (lo que llamé “Forma-Capital”), la cosificación de las relaciones sociales, la denuncia del utilitarismo y el axiomático del interés, el ecologismo, etc.
¿Qué opina de los movimientos y teorías políticas que han surgido en los últimos años y que se inspiran directa o indirectamente en el GRECE, como la Cuarta Teoría Política de Aleksandr Dugin? ¿Lo ve como un avance positivo o es muy temprano para evaluar sus resultados?
Encuentro muy interesante la “cuarta teoría política” formulada por mi amigo Aleksandr Dugin, pero no diré que se inspira directamente en la ND. Es más una creación original, pero no le cuesta encajar con lo que yo pienso. Dugin notó que cada siglo ha engendrado su ideología dominante: el liberalismo en el siglo XVIII, el socialismo en el siglo XIX, el fascismo en el siglo XX. La última de estas ideologías es también la que desapareció antes. Los socialismos han estado en crisis desde el colapso del sistema soviético y, sobre todo, desde que la mayoría de sus representantes se unieron al modelo social-liberal de economía de mercado. El liberalismo, por otro lado, hoy transmitido por Forma-Capital, el individualismo “social” y la ideología de los derechos humanos, sigue siendo una ideología ampliamente dominante a escala planetaria. La pregunta que plantea Dugin es cuál será la ideología naciente del siglo XXI y, sobre todo, cuál será su tema histórico. Su respuesta, que se basa en gran medida en datos geopolíticos, es que son los pueblos los que constituirán este sujeto histórico. Esto plantea el problema de su capacidad para tomar conciencia de su identidad y de cómo podrán mantener su diversidad en un mundo que Dugin y yo deseamos sea multipolar (un multiversum, como dijo Carl Schmitt, en contraposición al universum).
Pero también me gustaría subrayar aquí todo lo que la ND debe a los autores que considera los más importantes del siglo XX, ya sean Hannah Arendt o Karl Polanyi, Georges Dumézil, Gaston Bachelard, Gilbert Durand, Julien Freund, Henri Lefebvre, Jean Baudrillard, Serge Latouche, Louis Dumont, Georg Simmel, Marcel Mauss, Michel Villey, Clément Rosset, Jean-Claude Michéa, Robert Kurz, Guy Debord, Christopher Lasch, Günther Anders, Arnold Gehlen, Pier Paolo Pasolini, Cornelius Castoriadis y muchos otros. ¡No faltan referencias!
La Nouvelle Droite a menudo se clasifica erróneamente como un movimiento político o una escuela de pensamiento fascista por teóricos como el historiador inglés Roger Griffin. ¿Qué opina del concepto de fascismo palingenético de Griffin y del papel que atribuye a la Nouvelle Droite?
La designación de la ND como un “movimiento político fascista” es obra de personas desinformadas (que nunca han leído sus producciones), de individuos motivados por el único deseo de difamar o dañar, y sobre todo de una mente profundamente perezosa. Por mi parte, he publicado cerca de 100 libros, más de 2.000 artículos, más de 450 entrevistas. En ellas no se encontrará una sola línea a favor del “fascismo”. Mis libros han sido publicados por algunas de las mayores editoriales francesas (Robert Laffont, Plon, Albin Michel, La Table Ronde, Bernard de Fallois, Pierre-Guillaume de Roux, etc.). En 1977, recibí el Grand Prix de l’Essai de la Académie française. Soy un invitado habitual en radio y televisión. ¡Esto no es común para un “fascista”! En 2012 publiqué mi autobiografía, titulada Mémoire vive. En ella tampoco leerá el itinerario de un “fascista”. Las imputaciones a las que se refiere, por tanto, son claramente una cuestión de intenciones.
Hoy no existe una definición de fascismo que sea unánime entre los politólogos. La palabra “fascismo”, es bien sabido, hoy pertenece principalmente al vocabulario polémico y ya no tiene nada que ver con el fascismo real. En Francia, por citar sólo este ejemplo, el general de Gaulle, líder de la Resistencia contra el nazismo bajo la ocupación alemana, ha sido llamado “fascista” en innumerables ocasiones después de su regreso al poder. Ya no se refiere a ninguna realidad política o ideológica determinada empíricamente, el “fascismo” se ha convertido en una palabra-valija, un Gummiwort (concepto elástico – nota del editor), una noción fantasmal a la que cualquiera puede dar el significado que más le convenga. Roger Griffin, a quien usted cita, argumenta bastante ridículamente que la “palingénesis” es un rasgo específico del fascismo, mientras que es más bien un rasgo característico del pensamiento cristiano (ver el tema del “hombre nuevo” en San Pablo, Colosenses 3:10, Efesios 4:24). Para los comunistas, el fascismo se define como el “último recurso” del capitalismo. Para los liberales, es una forma de totalitarismo directamente relacionada con el comunismo estalinista. Más recientemente, inventamos el “fascismo rojo” o incluso el “islamofascismo”. Estas interpretaciones contradictorias, estas formulaciones que no significan absolutamente nada, muestran que el debate sobre el fascismo está hoy en el nivel cero del pensamiento intelectual. Como dijo el gran Walter Benjamin, nunca debemos olvidar que el antifascismo también es parte del fascismo…
El único fascismo histórico ha sido el del “Ventennio” mussoliniano. Era un régimen dictatorial y detesto todas las dictaduras. Era un nacionalismo exacerbado, y nunca he dejado de criticar el nacionalismo, que interpreto como una de las formas consumadas de esa “metafísica de la subjetividad” que Heidegger caracterizó como la ideología fundacional de la modernidad. El fascismo italiano era militarista, conquistador y ordenado por líderes (“Il Duce ha semper ragione”). Detesto el militarismo, el imperialismo y cualquier forma de Führerprinzip. También fue un régimen orientado al gigantismo, aunque yo soy partidario de Fritz Schumacher (“small is beautiful”). Fue un régimen productivista, mientras que yo publiqué un libro contra el crecimiento económico. Finalmente, no olvidemos que fue un régimen típico de la modernidad, mientras que hoy hemos entrado en la posmodernidad. Llamarnos hoy “fascistas” o “antifascistas” es admitir que no hemos entendido en qué momento histórico nos encontramos.
Las ideas del GRECE han logrado una pequeña influencia incluso en países capitalistas anglófonos, y especialmente en Estados Unidos gracias a las traducciones de sus obras por parte de editoriales como Arktos. Aun así, las personas y grupos que son más receptivos a estas ideas en EE. UU. todavía parecen entender mal algunos conceptos básicos y se niegan a deshacerse de algunos de los principios del así llamado “nacionalismo blanco” estadounidense, como su preocupación central por la pureza racial y una postura bastante contradictoria hacia el capitalismo y la economía de libre mercado. ¿Cree que un movimiento político o cultural disidente o incluso manifestaciones específicas de disidencia en la línea de lo que ha propuesto el GRECE surgirán alguna vez en EE. UU.? ¿Qué opina sobre cómo se han recibido sus ideas en EE. UU. hasta ahora?
Soy bastante escéptico respecto de la posibilidad de involucrar genuinamente al público norteamericano en las ideas de la ND. Hasta ahora, es la revista intelectual de izquierda Telos, publicada en Nueva York y con la que he colaborado en varias ocasiones, la que me parece ha presentado estas ideas con mayor precisión. En los círculos norteamericanos “de derecha”, en cambio, tengo la impresión que más bien ha prevalecido una no recepción.
Esta no recepción me parece que tiene varias causas diferentes. La primera es la relativa indiferencia que los anglosajones siempre han mostrado hacia las ideologías y, más en general, hacia los intelectuales. Estos últimos a menudo son muy mal vistos en EE. UU. La filosofía inglesa o norteamericana se reduce esencialmente a una filosofía tradicionalmente positivista, racionalista, empirista o analítica. La acogida de lo que se ha llamado en EE. UU. la “teoría francesa” muestra por sí misma que los estadounidenses no han entendido mucho sobre Michel Foucault, Jean-François Lyotard, Jean Baudrillard, Gilles Deleuze o Jacques Derrida. Al parecer, lo mismo ocurre con la ND. En general, la “derecha” norteamericana es bastante indiferente, incluso cerrada a las ideas. Con la excepción del ámbito académico, simplemente no tiene el bagaje intelectual para comprender de qué se trata la ND, especialmente porque las herencias político-ideológicas de Europa y EE. UU. son fundamentalmente diferentes.
La segunda razón es que el idioma francés apenas se usa en EE. UU., y que un número muy pequeño de producciones de la ND están actualmente disponibles en inglés. Si bien hasta la fecha mis libros se han traducido a más de quince idiomas diferentes, solo unos pocos han aparecido en Inglaterra o EE. UU. (gracias en particular a las ediciones de Arktos), pero las obras más importantes siguen sin publicarse en la actualidad.
Las otras razones son de otro orden. Primero, hay un problema de etiquetas. La expresión “Nouvelle Droite” tiene el gran inconveniente, cuando se traduce al inglés, de no distinguirse de lo que se llama “New Right” en EE. UU. Ahora bien, la ND y la “New Right” no solo tienen una inspiración diferente, no es exagerado decir que sus posiciones son radicalmente opuestas. Esta es una fuente de considerable ambigüedad. Otra fuente de ambigüedad reside en el vocabulario. La ND se ha referido con frecuencia al liberalismo como su “principal enemigo”. Sin embargo, esta palabra no tiene el mismo significado en absoluto en ambos lados del Atlántico. Para los estadounidenses, el “liberalismo” es una tendencia de izquierda que admite una fuerte intervención estatal en los asuntos de los ciudadanos. Para los europeos, por el contrario, el “liberalismo” es la doctrina económica y política que defiende el libre comercio, la economía de mercado, el individualismo metodológico, la superioridad de lo privado sobre lo público, etc. Esta es la razón por la que líderes políticos como Ronald Reagan o Margaret Thatcher son considerados en Europa como los típicos “liberales”, mientras que en EE. UU. aparecen por el contrario como “conservadores”. Si no se tiene en cuenta esta distinción fundamental, simplemente no se pueden comprender las críticas que la ND dirige contra el “liberalismo”.
La última razón, finalmente, es que la ND ha sido constantemente muy crítica con EE. UU., ya sea en sus principios institucionales y políticos desde la época de los Padres Fundadores, su Constitución, su política exterior o el estilo de vida estadounidense. No desarrollaré aquí los detalles de esta revisión, a la que se han dedicado muchos libros y artículos. Pero soy muy consciente que no es probable que las teorías de la ND sean aceptadas y comprendidas en EE. UU.
La “derecha” norteamericana, tal como la he podido experimentar, reúne esencialmente dos tendencias que me son tan ajenas como la otra: por un lado, los “conservadores” anticomunistas, los individualistas, los partidarios del capitalismo, democracia liberal, libre comercio, etc.; por el otro, obsesivos raciales y “supremacistas blancos” que se adhieren a una especie de biologismo o darwinismo social ligado al positivismo cientificista, todo lo cual rechazo expresamente. Ambos, además, son generalmente cristianos, lo que tampoco los predispone a aceptar la crítica radical al monoteísmo hecha por la ND.
¿Cómo ha evolucionado o cambiado su perspectiva hacia el llamado Tercer Mundo desde la publicación de Europe, Tiers Monde, Même Combat? ¿Ve algún desarrollo político interesante o alentador en Iberoamérica en el sentido de fomentar una oposición al sistema neoliberal mundial? ¿Qué piensa de los así llamados populismos de izquierda como el movimiento bolivariano en Venezuela y sus aliados en países como Bolivia?
No conozco muy bien la situación en América Latina (en el pasado solo he tenido la oportunidad de visitar Argentina, Brasil, México, Perú y Bolivia), pero tengo a priori una fuerte simpatía por ciertas corrientes de pensamiento latinoamericanas, comenzando por el movimiento bolivariano. Mi libro Europe, Tiers Monde, Même Combat data de la era de la Guerra Fría. La idea que desarrollé allí fue que Europa tenía todo el interés en aliarse con los países “no alineados” del Tercer Mundo para encontrar una “tercera vía” distinta del sistema soviético y el seudo “mundo libre” bajo el control de EE. UU. Desde la caída del Muro de Berlín, el Nomos de la Tierra obviamente ha cambiado totalmente, pero en su mayor parte mi análisis sigue siendo el mismo. Siento una gran simpatía por las sociedades tradicionales, y observo que todavía es en el Tercer Mundo, e incluso en los países “emergentes”, donde al menos quedan algunos vestigios.
Yo añadiría que no me defino en absoluto como “occidental”, sino como europeo. Es EE. UU. el que se ve a sí mismo como el portavoz de un “Occidente” que tiende a identificar con la “comunidad internacional” (“the West and the rest”). Entre algunos extremistas norteamericanos, que se autodenominan “nacionalistas blancos”, la palabra “Occidente” también se plantea a veces como sinónimo de “raza blanca”. No soy un defensor de la raza blanca, sino un defensor de Europa que, geopolíticamente, no tiene nada en común con los Estados Unidos de América, todo lo contrario (es el viejo antagonismo del Poder de la Tierra y el Poder del Mar según la definición de Carl Schmitt).
Por lo tanto, de manera más general, no soy de los que piensan que nuestra identidad se ve primero amenazada por la identidad de los demás, incluso si, por supuesto, tal amenaza puede existir. Creo que la mayor amenaza a la identidad hoy en día amenaza no solo a nuestra identidad, sino a la identidad de todos los pueblos. Lo que más amenaza a las identidades colectivas es el “sistema de matanza de pueblos”, es decir, la imposición de un sistema general de homogeneización planetaria que tiende a erradicar la diversidad humana en todas partes, la diversidad de pueblos, lenguas y culturas. Este sistema está asociado con las nociones de gobernanza global y mercado planetario. El ideal detrás de esto es la eliminación de las fronteras en favor de un mundo unificado, por lo que lo he llamado la ideología de la Mismidad, la ideología de lo Mismo. El mayor peligro, al final, es el aumento de la indistinción, el borrado de las diferencias, la destrucción de las culturas populares, estilos de vida específicos y valores compartidos en un mundo globalizado donde los únicos valores reconocidos son los que se expresan por un precio, es decir, por dinero. Aquí encontramos el antiguo antagonismo de la civilización del Tener y la comunidad del Ser.
A medida que EE. UU. se convierte en un estado de vigilancia cada vez más fuerte, celoso en su deseo de mantener su condición hegemónica a nivel mundial, las medidas represivas contra activistas y personas que han denunciado crímenes de Estado como Julian Assange, Edward Snowden y Bradley Manning han aumentado. Wikileaks, aunque todavía está en operaciones, ya no parece ser la amenaza que solía ser para el complejo militar-industrial estadounidense. ¿Cree que llegará un punto en que la comunidad internacional estará más dispuesta a rechazar la intrusión de EE. UU. y a brindar refugio a más personas como Snowden?
Los estados liberales ahora tienen los medios para monitorear y controlar poblaciones con los que los antiguos regímenes totalitarios solo podrían haber soñado. Hemos entrado en la era de la vigilancia total. Las revelaciones de Julian Assange o, sobre todo, de Edward Snowden, solo confirmaron lo que varios expertos venían diciendo desde hacía tiempo. Lo que debe recordarse, a mi juicio, de estas revelaciones, es la prodigiosa indiferencia y la extraordinaria pasividad con que fueron recibidas por las víctimas, es decir por las personalidades y gobiernos que durante años han sido “escuchados” por servicios especializados de la National Security Agency y organizaciones similares. Esta pasividad atestigua el grado de sumisión de la mayoría de los gobiernos frente a Washington. En condiciones normales, tales revelaciones deberían haber llevado a una crisis transatlántica generalizada, rupturas en las relaciones diplomáticas, etc. No fue así, lo cual es revelador. ¡EE. UU., en estas condiciones, estaría muy equivocado al dificultar que continúen sus maniobras de espionaje en el planeta!
¿Qué papel cree que desempeñan las manifestaciones artísticas como la literatura, la música, el arte o el cine en la promoción y creación de una nueva cultura que sirva como alternativa – si no como un antídoto – al entretenimiento mediático desarraigado que EE. UU. exporta al resto del mundo? ¿Hay nuevos escritores, músicos, artistas, cineastas o trabajos específicos que le llamen la atención y considere importantes en la promoción y creación de una cultura alternativa?
En principio, le responderé de manera positiva: en efecto, es deseable que se multipliquen iniciativas alternativas a la subcultura norteamericana en los campos de la canción, la música, la literatura, el cine, la creación artística, etc. Pero para que estas iniciativas tengan éxito, primero deben ser de una calidad indiscutible (¡lo que no siempre es así!), y en segundo lugar, que logren poner en marcha circuitos de distribución suficientemente amplios para asegurar una gran audiencia, lo que hoy requiere sumas considerables. Me temo que esos objetivos no son alcanzables en el corto plazo. ¡Pero eso obviamente no le impide intentarlo!
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Un triángulo quimérico, La Gata de Colette
Cuando abrí el libro por primera vez, había una dedicatoria escrita en la primera página en blanco. Fue un hermoso regalo de cumpleaños. Los que me conocen saben que me gustan los animales, los amo, incluso a los que no me gustan.
El título me hizo pensar enseguida en Garfield, un gato viejito y gris dueño de mi casa, me imaginé tantas cosas sobre las cuales podría tratar este libro. Nada de lo que pensé al inicio se acercó a lo que pasaba en realidad entre las páginas de este hermoso relato sobre Alain, Colette y Saha.
Recuerdo que, al terminar de leerlo, una de las primeras preguntas que les hice a quienes me regalaron la novela fue: ¿por qué eligieron ese libro?
“Porque el título llamó la atención”, “por el feminismo de la escritora”, tal vez Garfield incluso fue nombrado, pero no recuerdo bien. Lo que sí, al terminar de leer “Il Gattopardo”, me encontré atrapada en el mundo de olores y paisajes idílicos de Colette, sin ganas de escapar.
En la novela, la madre de Alain se refiere a Saha no como un gato doméstico, la mascota de su hijo, sino como una persona se referiría a otro ser humano, lo que no quiere decir que lo haga sin cierto sentimiento de resignación, una melancolía acerca de lo que fue, tal vez resentimiento. Y lo que sí envuelve todo este cúmulo de sentimientos es la palabra que utiliza para describirla al final: “Es tu quimera”.
Recuerdo que aquí se me cortó un poco la respiración, estaba emocionada y hacer alusión a una quimera nunca es bueno para alguien que haya visto o leído FMA, ya tenemos preconcepciones sobre lo que involucra la creación de una.
Decir que algo es “quimérico” muchas veces quiere decir que algo parece ser real en la imaginación, aunque no lo sea en la vida real. Pero el sentido mitológico de quimera como “unión” no nos abandona, permanece.
De hecho, en todo el relato, hay dos uniones que se manifiestan de forma contraria; la de Alain y Saha en una relación quimérica, y la de Alain y Camille, en una relación matrimonial. (Estos tres personajes conforman un personaje triángulo si nos guiamos por la definición de “alianza de dos personajes contra otro personaje”). Existen otras relaciones de unión como la de madre-hijo que tienen peso en las determinaciones de Alain, pero estas dos primeras relaciones son las que se llevan el protagonismo de la obra.
Uno de los que me regalaron el libro, parafraseando, me dijo (según su interpretación) que Saha representaba la resistencia de Alain de perder el lujo y las comodidades económicas de las que su familia gozaba. Bueno, Alain ciertamente proviene de una familia aristocrática en decadencia, y es un tema fascinante en la primera parte de la novela. Bajo la influencia de “Il Gattopardo” no puedo dejar de pensar en uno de los pensamientos de Fabrizio Corbera, el cual se lamenta de que las nuevas generaciones, al momento de comprar caballos, ya no lo hagan siguiendo los criterios de prestigio sino los de la disponibilidad económica. Aquí supongo que entraría Camille como la representación de la clase burguesa, no es aristócrata pero cuenta con fundamento económico (al mencionar casas con árboles centenarios y grandes extensiones de tierra, “sirvientes”, autos, vidas nocturnas, renuencia a trabajar, casas siendo construidas en la ciudad, uno difícilmente pensaría hoy en día en “decadencia” pero solo puedo imaginar lo que sería el desplazamiento de la aristocracia por la burguesía, especialmente al vivir en un país en el cual no vivió nunca la monarquía).
Tengo que admitir que no fue la primera, ni la segunda, interpretación que le di a Saha. No quiere decir que esto no sea plausible, es bastante interesante, de hecho; aunque para entender mejor el porqué de esta asociación entre los intereses económicos de dos personas y un gato tendría que volver a leer la novela buscando signos literarios específicos sobre ello.
Sí estoy en la misma sintonía, sin embargo, con quienes ven en la relación entre Saha y Alain una reminiscencia de la infancia y la renuencia a abandonar las comodidades de la vida familiar. El primer indicio para mí fue la razón por la cual Alain escogió a Saha; decía la madre: algunos chicos escogían autos o se interesaban por el negocio familiar, mientras que Alain escogió una gatita, y sería recordado por todos como el niño que escogió una gatita.
No debería ser extraño, pero lo fue.
Alain no estaba interesado en dirigir el negocio familiar, este fue otro indicador. Pero el más resaltante de todos fue la apatía con la que vivía sus últimos días de soltería.
Esa interacción primera entre Camille, Alain y Saha me hizo pensar, primeramente, que Saha era la amante de Alain (aunque ahora que lo pienso bien, podría) y que el matrimonio entre Camille y Alain fue concertado por los padres. Nunca había leído tanta apatía ante la perspectiva de matrimonio. Sí alegría, celos, inseguridad, odio profundo, tristeza, pero nunca tanta resignación a la resignación (aunque una hostilidad fría que recuerda la de Cumbres Borrascosas se abre camino fácilmente durante el relato).
Si el matrimonio con Camille es lo que haría de Alain un hombre responsable por su familia, quien debería trabajar y comportarse como alguien maduro, adulto, independiente; Saha sería aquella parte infantil que se negaría a todo lo que lo alejara de ser servido, de permanecer despreocupado por la realidad.
Y ahora que estoy escribiendo esto, pienso, Saha ocupa el rol de personaje que comúnmente se asocia con el de la madre (en algunas novelas de dudosa e incluso clásica procedencia). Saha es el refugio de Alain, la que contiene su mundo y sus sueños. Tal vez esto es lo que hace evidente la unión entre Saha y la casa materna.
A modo de conclusión podría incluir citas textuales o un delicado análisis intertextual sobre este personaje triángulo, pero realmente mi biblioteca (de la que me siento con suficiente confianza) no es tan extensa (aún).
Ahora este libro forma parte de mi biblioteca, ya encontró un lugar en el estante. Más adelante veremos quién le hará compañía.
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Prima della rivoluzione (Bernardo Bertolucci, 1964)
«Pour être heureux il faut simplement y voir c'air et lutter sans défaut».
Paul Eluard
Como «Candilejas», Prima della rivoluzione es un exorcismo. El segundo film de Bertolucci es una formulación poética y totalizadora de sus temores, de los peligros que ha corrido y que —la película lo prueba— ha sabido superar. Antes de la revolución nos cuenta la historia de un joven burgués de Parma, que cree ser marxista y descubre, a través de una serie de experiencias, que no ha conseguido serlo. Este joven, Fabrizio, no es, como algunos detalles pudieran hacer pensar, el mismo Bertolucci, sino lo que pudo haber sido Bertolucci si, como el personaje, no hubiera sabido ver claro y luchar sin desfallecer contra su circunstancia. Sin duda, Bertolucci ha temido en algún momento rendirse, y convertirse en un Fabrizio —como les ha ocurrido a tantos—; Antes de la revolución le ha permitido clarificar y reafirmar sus ideas, y nos obliga a analizar y poner a prueba las nuestras. El cine se presenta, pues, para Bertolucci, como un método de conocimiento y una forma de reflexionar sobre sí mismo y sobre la realidad que le circunda. En este sentido, su proceso de creación se aproxima al de Rossellini y Godard, nombres que suscita con frecuencia la película, y no precisamente por azar.
Si se considera que, en cierto sentido, Antes de la revolución es una «ópera prima» (1), se explicarán fácilmente algunas de sus virtudes y todos sus defectos, pues los hay, aunque resultan tan reveladores que, al contribuir a una más directa expresión del pensamiento del autor, se convierten en virtudes: de ahí provienen, por un lado, el auténtico compromiso de Bertolucci para con su film, su sinceridad, el tono casi autobiográfico, de diario íntimo, su impudor, su valentía y su honestidad (sensible sobre todo en el planteamiento ideológico, que critica desde la izquierda al P. C. I., y mina la «buena conciencia» de muchos pretendidos revolucionarios) y, por otra parte, la inseguridad, los emocionantes tanteos estilísticos que esmaltan la película, el afán de decir «todo» en un film, las ingenuidades (no olvidemos, por otra parte, que Bertolucci tenía 23 años al acabar la película), las numerosas citas y homenajes (Wilde, Pavese, Brecht, Melville, Eluard, Proust, el Parmigianino, Ray, Hitchcock, Hawks, Laurel & Hardy, Resnais, Truffaut, Mozart, Vivaldi, Verdi; los nombres y las relaciones entre los personajes extraídos de «La cartuja de Parma» de Stendhal; una escena en la que se habla de cine para acabar diciendo que «no se puede vivir sin Rossellini»; numerosas alusiones a Godard), el planteamiento emocional y subjetivista (aunque al final Fabrizio es abandonado, hay un cierto parecido físico entre Francesco Barilli, el actor que lo encarna, y Bertolucci, y tienen importancia los monólogos y las «voces interiores»).
Este carácter subjetivo se traduce en la naturaleza «poética» del film, cosa bastante frecuente en las películas «en primera persona», pues comunican una visión del mundo tan «desde dentro», tan implicada, que la objetivación se hace casi imposible y sus autores recurren a la transposición poética. Como Bertolucci ha escrito y publicado poesía, esta peculiaridad del film resulta perfectamente lógica, y Antes de la revolución se convierte en una elegía, en un canto a la desaparición de un mundo y a la muerte de unos valores que, sin embargo, Bertolucci mira aún con cierto afecto, con cierta nostalgia que los hace más peligrosos y más tentadores: por eso la película no evita lo que de atractivo pueda haber en ellos, no subestima su fuerza, y advierte contra el peligro de escuchar los cantos de sirena de la burguesía. No es de extrañar que Pasolini, en su famoso ensayo «El cine de poesía», se apoyara sobre todo en este film de imágenes blancas y ritmos líricos para caracterizar este tipo de cine frente al que llama «cine de prosa» (del cual el ejemplo perfecto sería «Deseos humanos», de Lang), pues frente a la voluntad de presentar la realidad sin deformarla, evitando que se note a través del estilo la presencia del director, que se manifiesta en el «cine de prosa», en las películas de Bertolucci —como en las de Godard, Skolimowski, Pasolini— el estilo se convierte en el elemento expresivo fundamental, de forma que cada movimiento de cámara o cada cambio de plano obedecerá más a un afán de crear emociones o comunicar estados de ánimo que a imperativos espaciales o de lógica narrativa: si en Lang la cámara se limita a ser un instrumento que capta y selecciona la realidad sin calificarla ni distorsionarla, en Bertolucci la puesta en escena transforma la realidad para acomodarla a la visión subjetiva y emocional de su autor. En consecuencia, la película tiende a recuperar la armonía mediante el lirismo, superando la fragmentación narrativa del film gracias a la asociación de imágenes e ideas que, a modo de rima interior, encadenando un clímax tras otro, restablezcan una unidad emocional (el ejemplo más extremado de este proceso sería «Pierrot le fou», de Godard). Si bien Bertolucci se mantiene más cerca del «realismo» que Skolimowski en «Bariera», y no viola el orden cronológico ni la verosimilitud psicológica, la construcción de la película atiende menos a la consecución de una narración lógica y clara que a comunicar con la mayor fuerza posible una serie de ideas y sentimientos («No se pinta nunca lo que se ve o lo que se cree ver. Se pinta con mil vibraciones el golpe recibido», decía Nicolás de Staël). Por eso Bertolucci hace suyas las palabras de Godard cuando dijo que «un travelling es una cuestión de moral» (2) o que «los planos, sean fijos, en panorámica o en travelling, son autónomos, con una resonancia autónoma y una belleza autónoma, y no hace falta preocuparse demasiado de prever un montaje, porque de todas formas el orden nace automáticamente a partir del momento en que los ponemos uno tras otro... ya que si tienen una carga poética la relación nacerá a pesar de todo...» (3). Y la carga poética de cada plano de Prima della rivoluzione es tal que no importan los fallos de «raccord», ni los saltos de eje, ni que sobren planos, ni que pudieran ser más cortos, porque estos «errores sintácticos», como los de «La verdadera historia de Jesse James» (Ray), «Montparnasse, 19» (Becker) o «À bout de souffle» (Godard), no sólo no quiebran la continuidad emocional de la película, sino que la cimentan y amplifican, traduciendo a la perfección —mejor que cualquier diálogo explicativo— el estado de ánimo que, en el momento de elegir ese encuadre, de cortar ese plano o de hacer esa panorámica, comparten los personajes y sus autores respectivos. Como decía Godard, a propósito de «The True Story of Jesse James», los encuadres «saben de alguna forma hacer tangibles nociones tan abstractas como las de Libertad y Destino» (4).
De un film apasionado y febril a uno operístico no hay más que un paso, y en el cine italiano este paso se da con frecuencia. Así, la tonalidad poética de Antes de la revolución, unida a un texto hermoso como pocos (véase, y es sólo una muestra, la despedida de Puck a sus tierras) y a una música constante y variada (del jazz a Vivaldi, del clavecín a las canciones juveniles que, como la de Paul Anka que resonaba un momento en «À bout de souffle») nos transportan a la época y nos hacen preguntarnos y recordar dónde estábamos y qué hacíamos entonces (5) acaba por desembocar en el cine operístico, y no en el sentido que se le da este término al hablar de «Senso» (pues Visconti utiliza la ópera y el melodrama desde fuera, como un recurso estilístico), sino más bien pensando en «Noches blancas» (del mismo Visconti) o en los primeros films de Demy, si bien es cierto que Bertolucci está tan lejos de la deliciosa cursilería de «Los paraguas de Cherburgo» como de la epicidad de los films operísticos de Rocha o Eisenstein, y conste que no me refiero a la magnífica despedida de Gina y Fabrizio en el Teatro Regio, mientras se oye el «Macbeth» de Verdi, sino a una tonalidad que impregna toda la película, dándole homogeneidad, y que influye decisivamente en su estructuración y en las modulaciones musicales de su ritmo.
El carácter más importante de la película no es éste, sino el de su «globalidad», en cuyo origen tal vez esté, simplemente, el deseo, la imperiosa necesidad que siente Bertolucci de decir todo, tanto por darse a conocer (y conocerse) como por justificar y explicar en cierta medida el porqué del comportamiento de sus personajes. Las consecuencias, sin embargo, son trascendentales, y acercan a Bertolucci —una vez más— a Rossellini, porque la capacidad de síntesis del autor de Partner (1968) no se limita al aspecto formal (en el que ha sabido asimilar y armonizar numerosas y muy dispares influencias), sino que convierte Antes de la revolución en uno de los pocos films verdaderamente políticos —y marxistas, dicho sea de paso— que se han hecho: rehuyendo las cómodas simplificaciones de costumbre, apartándose del esquematismo y de la abstracción de ocuparse «pura» y exclusivamente del problema ideológico que es el centro de la película, Bertolucci ha sabido eludir la teoría y tener siempre en cuenta, de forma simultánea, orgánica e indisociable, todos los factores que provocan o dificultan las tomas de partido y que «conviven» con ellas en la vida real, concreta y cotidiana de los hombres; por eso la ciudad, la época (1962), la clase social, la familia, la amistad, el amor, la religión e incluso el cine —ya que éste es el medio elegido para plantearnos el dilema de Fabrizio— tienen una presencia tan relevante como justificada, ya que los demás personajes remiten constantemente a la actitud política del protagonista, pues ésta es parte de su forma de enfrentarse a la vida en general. De esta forma, es una prueba de elegancia y sutileza por parte de Bertolucci el que, tras un brusco inicio en el que Fabrizio corre por las calles de Parma, rechazando la clase en que ha nacido (y por tanto a su prometida, porque «Clelia es la ciudad, es aquella parte de la ciudad que he rechazado, es la dulzura de vivir que yo no quiero aceptar», lo que enlaza con la frase de Talleyrand que abre la película: «Quien no ha vivido en los años de antes de la Revolución, no puede comprender qué es la dulzura de vivir») y gritando interiormente una serie de verdades (6), parezca abandonar ese tono agresivo para adentrarse en el drama de Agostino, un amigo de Fabrizio que, también burgués avergonzado, no puede dejar de serlo y no encuentra otra escapatoria que la muerte (que se suicide o no, da lo mismo, el caso es que no puede seguir viviendo, como el Léaud de «Masculin Féminin»), y enlazar su entierro (visualmente asociado, más tarde, a la boda de Fabrizio) con la aventura sentimental que une al protagonista con su tía milanesa, Gina; porque la cobardía de Fabrizio al abandonar a Gina (que está enferma, que es difícil, que tiene defectos y problemas, que hace preciso luchar, pero que vale la pena) para «volver al redil» casándose con Clelia (que es muy «normal», tranquila, buena, mona y rica, pero fría y carente de interés) hace eco y es simultánea a su renuncia al comunismo. Hay que comprender —y la película lo hace explícito— que Gina y Clelia representan las dos opciones alternativas de Fabrizio (el marxismo y el conformismo burgués), a la vez que tanto Agostino como Cesare —el maestro comunista y ortodoxo que ha sido su mentor— encarnan dos posibles futuros de Fabrizio, lo mismo que Puck, el terrateniente que no ha trabajado nunca y que ahora, arruinado, se despide de su mundo y de sí mismo («Aquí termina la vida y comienza la supervivencia») en una de las más geniales escenas de la película. Es precisamente al enfrentarse con Puck cuando Fabrizio, tras criticarle, se da cuenta de que también él carece de la fuerza y el valor necesarios para cortar sus raíces, de que no sólo es un burgués por nacimiento, sino que lo es consustancialmente («En ese instante me di cuenta de que Puck había hablado también por mí. En él me había visto, dentro de unos años, y tuve la sensación de que para nosotros, hijos de la burguesía, no había escapatoria»). Para disculparse de su deserción ante el honesto Cesare, Fabrizio hace una crítica —acertada en boca de otro, y que Bertolucci suscribe en parte— del P. C. I., tan instalado en Italia que se conforma con las huelgas y las manifestaciones del 1 de mayo (con las «revoluciones de un día», dice Fabrizio), que ha inculcado en los trabajadores unas aspiraciones burguesas («vestirse como los burgueses, divertirse como ellos») y que ha abandonado sus ideales revolucionarios por una vida cómoda (en la ópera vemos el «palco del Partido») y contradictoria (en casa de Cesare, Bertolucci señala la vecindad de una foto de Gramsci y un cuadro de la Virgen). Esto está admirablemente expresado en la sublime escena del Parco Ducale, el día que murió Marilyn, cuando —entre banderas rojas movidas por el viento y cantos comunistas— Cesare acaba de recitar el final del «Manifiesto Comunista» de Marx y Engels, interrumpido por Fabrizio al ahogarle el llanto: «Los comunistas no se rebajan a disimular sus opiniones y sus proyectos. Declaran abiertamente que sus objetivos no pueden lograrse más que por el derrocamiento violento de todo el orden social tradicional. Los proletarios sólo tienen que perder sus cadenas. Tienen un mundo que ganar. Proletarios de todos los países, uníos», mientras vemos, al fondo, numerosas pancartas que exhortan «Vota comunista», dándonos a la vez una crítica del P. C. I., que ha entrado en el juego de la democracia, y las causas que incapacitan a Fabrizio para ser comunista de verdad, y no sólo jugar a serlo («Creía vivir en los años de la Revolución, pero eran los años de antes de la Revolución, porque cuando se es como yo se está siempre antes de la Revolución»). Poco después le vemos en la ópera, con Clelia, a la que abandona un momento para hablar con Gina y despedirse de ella. Y ya Bertolucci no nos vuelve a enseñar la cara de Fabrizio (7), que comete el suicidio moral de casarse con Clelia. Mientras el «coche fúnebre» de los novios se aleja, Gina abraza y besa con desesperación a Antonio, el hermano menor de Fabrizio, y cierra el film fijando esa imagen (8).
Esta visión global de los problemas de Fabrizio —más compleja y orgánica de lo que indican estas observaciones— multiplica su validez gracias a la sinceridad de Bertolucci, que comprende a su personaje y no le condena hasta el final, rehuyendo el panfleto maniqueísta y los esquemas preconcebidos. Partiendo de un personaje ambiguo, condicionado por su medio pero con posibilidad de escapar, sin intentar demostrar tesis alguna, dejando en libertad a sus personajes, Bertolucci ha logrado ofrecernos un análisis hirientemente lúcido (hasta en su aspecto romántico, ya que muchas veces las «tomas de conciencia» tienen este matiz) de las dificultades que tiene un burgués para rechazar las facilidades de su clase social (que es, ante todo, una forma de ser y de encararse con la vida). Por eso Antes de la Revolución sigue siendo válida hoy, incluso fuera de Italia, a pesar de que su personaje no simboliza a toda la juventud burguesa. Simplemente, la verdad y exactitud total de este caso particular le da una resonancia general que permite que en Fabrizio nos reconozcamos todos (9), hayamos superado o no su actitud final. Es precisamente por esto por lo que muchos atacan Prima della rivoluzione, ya que, viéndose reflejados en la pantalla (de nuevo hay que recordar a Stendhal) sin concesiones ni halagos, se rebelan, descontentos de la imagen de sí mismos que Bertolucci les ofrece, y en la que, no queriendo reconocerse, se ven desenmascarados. De forma que esta película, tan hermosa, tan romántica y tan lírica, resulta perturbadora y molesta, porque no es exaltante, porque recuerda que el camino es largo y difícil y porque combate la autosatisfacción que películas tan demagógicas y deshonestas como «Z» de Costa-Gavras tienden a producir y consolidar en aquellos sectores del público que acusan a Buñuel de colaboracionista cuando no son otra cosa que fabrizios ciegos, Bertolucci da un toque de atención, advierte que no basta con decir «soy muy progresista» y quedarse tan tranquilo, sino que, como el capitán Achab en pos de Moby Dick, hay que luchar siempre, sin detenerse, hasta el confín del mundo. Antes de la revolución, el más grande film italiano no dirigido por Rossellini, aplica toda su potencia poética y toda su lucidez a una misión que es revolucionaria hasta en los medios revolucionarios.
Miguel Marías
Nuestro Cine nº 98, junio-1970
(1) Pues es su primera película «de autor», ya que el guión inicial, escrito al acabar la muy notable La Commare Secca (1962), es totalmente personal, y no una adaptación de Pasolini que dirigió casualmente y en la que lo más logrado era lo más personal —el episodio del soldado y el de las dos parejas de adolescentes—, ya que Bertolucci desconoce los medios proletarios de Roma y parece ser —como Ray, Godard o Truffaut— un autor que necesita haber vivido o sentido lo que muestra.
(2) Dicho en la película por el director de Tropici [1967), el amigo cinéfilo de Fabrizio.
(3) «Versus Godard», por Bernardo Bertolucci, en Cahiers du Cinéma, núm. 186.
(4) Además de esta crítica, «Le Cinéaste bien-aimé», conviene leer la de Montparnasse 19, «Saut dans le vide», en C. du C. núms. 74 y 83, o en las páginas 90 y 119 de Jean-Luc Godard par Jean-Luc Godard (Ed. Pierre Belfond, París, 1968), respectivamente.
(5) Aquí se piensa en «Au-delà des étoiles» (Bitter Victory), en C. du C. núms. 79 (op. cit., pág. 100), porque «Antes de la revolución» es un film que nos remite constantemente a la vida y a lo más profundo de nosotros mismos.
(6) Extraídas de «La religione del nostro tempo» de Pasolini, han sido reducidas por los subtítulos a una serie de frases dispersas y privadas de sentido. Esto ocurre a lo largo de toda la película, aunque de forma menos escandalosa, además de un corte brevísimo (lo que se tarda en pronunciar las seis letras de un apellido español), entre fascismo y racismo (el capitalismo de los subtítulos es un invento), cuando Fabrizio enumera a Puck una serie de cosas que se toleran «por costumbre y resignación». Un artificial bajón de sonido (inexistente en París, pero también presente en la copia estrenada en Barcelona, que es otra que la madrileña) quiebra el clímax de la secuencia del Parco Ducale al hacer inaudible la archifamosa frase final (que cito en el artículo) del conocidísimo «Manifiesto Comunista». Por lo demás, la copia estrenada en España es más larga que la italiana y la francesa, ya que Incluye varias escenas que cortó Bertolucci tras el estreno mundial en Parma.
(7) En el guión, Bertolucci Indica que no se le verá más que de espaldas, «como a Al Capone al salir del juicio en que fue condenado».
(8) Lo que, junto al montaje alternado de la boda y Cesare leyendo «Moby Dick» a sus alumnos, los aplausos «en mudo» y los gestos de los dos monaguillos, define muy claramente la postura de Bertolucci frente a Fabrizio (compárese con la de Patino al final de Nueve cartas a Berta, 1965, tímido equivalente español de esta película).
(9) Puesto que todos los que podemos ir a cines de Arte y Ensayo somos burgueses.
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Unas 300 personas se dieron cita en el Salón de Eventos del Hotel Malargüe Inn el día sábado 13 de octubre. Una noche ideal para disfrutar de los mejores sabores de Malargüe y vinos de Mendoza.
Esta nueva edición de Chivinsud, estuvo organizada por la Asociación Malargüina de Turismo (AMATUR) y se destacó de las ediciones de años anteriores ya que presentó una propuesta más desestructurada, con más platos y bodegas e incluyo postres.
Los presentes pudieron probar diferentes platos elaborados a base de chivo y maridarlos con vinos malbecs jóvenes y reserva de Valle de Uco y San Rafael.
Reconocidos Chefs fueron los encargados de la creación de las distintas propuestas gastronómicas tales como:
Tortellinis De Chivo, realizados por Mauro Porfiri (Chef de Montecatini), Ragú De Chivo Al Malbec Con Risotto , por Federico Gregorat (Chef Capacitador de Asociación Hotelera Gastronómica de Mendoza) . Pasteles de Chivo – por Ana Paula Gutiérrez y Gustavo González (Representantes de IGA San Rafael), Chivo Asado por Oscar “Chivo” Hernandez (Reconocido Asasador Malargüino Y Daniel Ferrada (Chef Hotel Malargüe Inn) –, Caldereta De Chivo por Flavio Miglierina (Chef Hotel Malargüe) –, Lomito de Chivo por Franco Ferrada (Chef Variletto)
Los presentes iban recorriendo las distintas islas donde se podía elegir un menu maridado con vinos malbec de bodegas del Valle de Uco
Entre las bodegas presentes estaban:
Bodega ATAMISQUE : Malbec Gran Reserva y Catalpa Malbec
BODEGA LA AZUL: Azul reserva y Azul Varietales Malbec
DE TAL PALO TAL ASTILLA :Malbec Reserva y Gran Reserva Malbec
BODEGA SOTTANO : Malbec Reserva y Varietal
También estuvo presente la mesa enológica de San Rafael donde se podía degustar vinos como Argana, Il Secreto, Goye, Familia y vinos Ibarra, entre otros
Otra novedad en esta edición de Chivinsud, fueron los postres, Malargüe cuenta con productos de primera calidad como la miel y la frambuesa que acompañaron tres propuestas y la interpretación artística de sabores dulces.
Pablo Barbero, realizó un postre con los sabores de Malargüe, quien deslumbro a los presentes con su obra de arte de sabor
También postres a cargo de IGA: Brownies con cremoso de vino de, y detalles chocolate, cremoso de papa con tomillo arenosa de miel y chips dulce, Cheesecake con frutos rojos de Malargüe
Los shows fueron variados donde el tango, el folklore, el rock y la música internacional estuvieron presentes.
Chivinsud: Chivo y Vino la combinación perfecta Unas 300 personas se dieron cita en el Salón de Eventos del Hotel Malargüe Inn el día sábado 13 de octubre.
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El caballo de Troya de la extrema derecha
Sobre Diego Fusaro y la fascinación que produce en cierta izquierda
Steven Forti
Diego Fusaro.
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“Generación Erasmus, rasta en el pelo, odio al pueblo, nihilismo hedonista, neoprogresismo liberal, fucsia y arcoiris. Una juventud sin esperanza”. Este es el tuit que publicó Diego Fusaro tras la detención de Carola Rackete, la capitana del Sea Watch 3 que había salvado a 42 migrantes en el Mediterráneo. No se trata de un tuit escrito por error, ni es simple provocación de mal gusto. En los días siguientes Fusaro seguía atacando a Rackete: “la capitana con rastas hija de papá”, “una explotadora inconsciente”, llegando a tildar de “patético” su llanto. Si se echa un vistazo a su perfil de Twitter, se verá que estas posiciones entroncan perfectamente con el “pensamiento” –permitidme poner unas comillas– de Fusaro.
Además de un sinfín de tuits para promocionar sus libros y de citas filosóficas descontextualizadas, el que se presenta en las redes sociales como “discípulo independiente de Hegel y Marx. Más allá de la derecha y la izquierda, contra el turbocapitalismo” –sí, así como lo leen– ataca al periodista Roberto Saviano, tachándolo de hombre de paja del globalismo mundialista y riéndose de él por estar protegido por una escolta. No está de más recordar que Saviano vive escondido desde hace años por las amenazas de la Camorra, la mafia napolitana. El actual ministro del Interior y vicepresidente del Gobierno italiano, Matteo Salvini, que considera a Saviano su bestia negra, ya le ha amenazado con quitarle la escolta. No faltan tampoco tuits en defensa de la salida de la UE y del euro o en contra del “totalitarismo de la globocracia de los mercados” y del derecho a la adopción de hijos por parte de padres solteros, además de un largo etcétera.
El filósofo de la supercazzola
Pero, más allá de sus tuits, ¿quién es Diego Fusaro? Se trata de un treintañero turinés que se da aires de filósofo marxista y que aparece constantemente en los platós de televisión, encorbatado y estirado. Habla de una forma alambicada y pedante y acuña constantemente neologismos que luego utiliza sin parar. En los últimos quince años ha publicado más de una docena de libros, también con editoriales de renombre, como Bompiani, Feltrinelli o Il Mulino, dedicados esencialmente a la filosofía, con especial atención al pensamiento de Marx, Fichte, Gramsci y Heidegger, además de colaborar con diarios como La Stampa o Il Fatto Quotidiano. Si en un primer momento los textos y los artículos de Fusaro despertaron cierto interés, paulatinamente se entendió que lo que hacía el joven turinés –que se reivindica como discípulo de Gianni Vattimo y Costanzo Preve– no era nada más que un refrito de algunas ideas, en muchos casos descontextualizadas. Ahora bien, cabe preguntarse por qué estas editoriales siguen publicando sus libros, pero ya se sabe que el mercado –tan odiado por Fusaro– manda. Y uno que está día sí y día también en las tertulias televisivas, escribe constantemente en los periódicos y mantiene una actividad intensa en las redes sociales, se convierte rápidamente en una figura pública y sus libros, más allá del contenido y del interés, venden. El periodista Simone Cosimi lo considera “una figura modesta elevada a magistral intérprete de la contemporaneidad”, además de “la plástica representación de la crisis de la cultura contemporánea, especialmente en Italia”.
Sin embargo, si Fusaro fuese solo un cantamañanas –hay quien lo ha definido acertadamente el “filósofo de la supercazzola”. La supercazzola es un término que se debe a Ugo Tognazzi y a la película Amici miei, un juego de palabras que se basa en términos inventados sin sentido para vacilar a los demás –no merecería un artículo. Siempre hubo cantamañanas y siempre los habrá. Lo que pasa es que cierta izquierda lo considera un pensador interesante y que, al mismo tiempo, Fusaro ha tenido una deriva cada vez más marcada hacia el soberanismo, el comunitarismo y la extrema derecha. Quizás el turinés defendía las mismas ideas desde el principio, pero en los primeros años mantuvo una cautelosa ambigüedad que permitía, como mucho, dobles lecturas. En los últimos años ya no.
El “pensamiento” de Fusaro es, en síntesis, una mezcla de antiliberalismo, anticapitalismo de fachada, antimundialismo, antifeminismo, antigender, ultranacionalismo, comunitarismo, neocatecumenismo, marxismo decontextualizado
De hecho, a partir de la primavera de 2018 empezó a colaborar con Il Primato Nazionale, el periódico de CasaPound Italia, los autodenominados “fascistas del Tercer Milenio”. Fusaro lo justifica diciendo que cualquier escaparate es bueno para difundir sus ideas. En España, para explicar su colaboración, ha habido quien lo ha comparado con Pablo Iglesias y su participación en los programas de Intereconomía. Pensar que las cosas son comparables es, como mínimo, hacer trampas. La diferencia es obvia y parece absurdo tener que explicarla: Iglesias se encaraba con los otros tertulianos, defendiendo posiciones políticas opuestas, mientras lo que dice Fusaro casa perfectamente con el ideario de los neofascistas italianos. Los títulos de sus últimos artículos en Il Primato Nazionale son significativos: “Defender a la familia significa luchar contra el capital” o “Una masa post-identitaria. Cuando Pasolini denunció el genocidio cultural de Italia”. El “pensamiento” de Fusaro es, en síntesis, una mezcla de antiliberalismo, anticapitalismo de fachada, antimundialismo, antifeminismo, antigender, ultranacionalismo, comunitarismo, neocatecumenismo, marxismo decontextualizado, teorias de la conspiración y eurasianismo. Sí, Fusaro alaba mucho a Putin al que define como “el único verdadero antifascista y antinazi”, y cita a menudo a Aleksander Dugin, el divulgador de la teoría del eurasianismo y fundador del Partido Nacional-Bolchevique, con quien ha compartido algunos actos. Falta un elemento: Fusaro es también un firme defensor del movimiento anti-vacunas. Con todo esto, se entiende su apoyo al gobierno nacional-populista de Salvini y Di Maio, que promovió aún antes de su formación.
Las amistades neofascistas
La sintonía de Fusaro con CasaPound Italia va mucho más allá de escribir en su periódico. El turinés ha participado en sus actos, como la fiesta del partido organizada en Grosseto en septiembre de 2018, donde compartió escenario con el líder de los neofascistas, Simone Di Stefano, y el ensayista económico Antonio Maria Rinaldi, defensor de la salida del euro, recién elegido en el Europarlamento con la Liga de Salvini. No es casualidad que estas personas estuviesen en el mismo acto. Nos muestra un submundo muy activo en la Italia de hoy: unos ambientes que han ido estrechando relaciones, que tienen cada vez más vínculos y que emplean una notable energía en conquistar la hegemonía cultural, con el apoyo también del poder político y parte de los medios, tras la formación del gobierno Salvini-Di Maio. Hay que recordar también la cercanía de Salvini con CasaPound y las alianzas electorales entre la Liga y los “fascistas del Tercer Milenio”.
De hecho, Fusaro colabora también con la web Affari Italiani, un diario digital soberanista muy cercano al nuevo Gobierno y a la extrema derecha, además de haber escrito un libro con Sebastiano Caputo y Lorenzo Vitelli, Pensiero in rivolta. Dissidenza e spirito di scissione (Barney, 2014). Caputo, director de la revista digital L’intellettuale dissidente y presidente de la asociación SOS Cristiani d’Oriente, es un joven representante del nuevo soberanismo italiano, muy nacionalista, filo-Putin, antimigración y aparentemente heterodoxo. Para Caputo, por ejemplo, lo de Carola Rackete es “rebeldía estética antiburguesa” y las ONG son comparables a los yihadistas o los francotiradores del Maidán, es decir “agentes provocadores” que quieren desestabilizar los gobiernos “no alineados”. Tal cual.
Fusaro está en la misma línea. Según el filósofo turinés, el feminismo es la ganzúa de la “mundialización capitalista post-proletaria”, mientras que la ideología de género difunde “el nuevo mito homosexualista, transgénero y post-familiar”. En cuanto a los migrantes, Fusaro defiende que se trata de “la sustitución programada de la población europea con el nuevo ejército industrial de reserva de los migrantes provenientes de la otra orilla del Mediterráneo”, es decir un plan de “los señores apátridas del capital” que enlazaría con el llamado plan Kalergi, una teoría de la conspiración difundida por los neonazis tras la Segunda Guerra Mundial. Y, por encima de todo, la teoría que tiene Fusaro sobre la Unión Europea, a la que considera un “proyecto criminal” para imponer el “turbocapitalismo” neoliberal y destruir a las clases trabajadoras.
la Nouvelle Droite ha conseguido sus objetivos: ideas que hace treinta o cuarenta años repetían en unos sótanos un grupo de cabezas rapadas que acababan sus reuniones haciendo el saludo romano, ahora se escuchan en los programas de televisión
Las frases alambicadas de Fusaro no son nada más que la repetición de la teoría de la “gran sustitución” del francés Renaud Camus que hace ya una década hablaba de la inmigración como de un gran complot de las élites capitalistas –ahí obviamente aparece George Soros– cuyo objetivo sería convertir en minoría a la población blanca y cristiana de Europa. Camus se vincula a la Nouvelle Droite de Alain de Benoist, que desde los años setenta trabaja para ganar la batalla cultural a las izquierdas, dejando de lado algunos conceptos demasiado identificados con el fascismo y el nacionalsocialismo, y acuñando otros, como el de diferencialismo y etnopluralismo. En buena medida, la Nouvelle Droite ha conseguido sus objetivos: ideas que hace treinta o cuarenta años repetían en unos sótanos un grupo de cabezas rapadas que acababan sus reuniones haciendo el saludo romano, ahora se escuchan en los programas de televisión, se leen en periódicos de renombre y las difunden también vicepresidentes de gobierno, como es el caso de Salvini, o supuestos filósofos marxistas, como Fusaro. De Benoist releyó a Gramsci, utilizando y resignificando algunos conceptos como el de “nacional-popular”, pero, sobre todo, el de hegemonía cultural. Y en eso está Fusaro, dando a estas ideas un barniz de respetabilidad y de supuesto marxismo para quien no conoce el trabajo que ha estado haciendo la extrema derecha en las últimas décadas.
El rojipardismo
¿Es entonces Fusaro un neofascista? Aún no, pero cada vez está más encaminado a convertirse en uno de ellos. En la actualidad, más bien es un miembro de la galaxia rojiparda, ese ambiente, cuyas fronteras son muy lábiles, que defiende una fusión de socialismo y nacionalismo y que encuentra sus referentes políticos en el nacional-bolchevismo de Ernst Niekisch en la Alemania de entreguerras, en los nazi-maoístas italianos del largo 68, o en ese fascismo social o “de izquierdas” que, aunque minoritario, siempre existió, por debajo de los Alpes. En la Italia de la última década, estas ideas se han difundido con cierto éxito, y han conseguido superar los angostos espacios del neofascismo hasta influir en una parte de la izquierda, cada vez más desorientada. Ahí encontramos grupúsculos como Socialismo Nazionale o periódicos como Rinascita. Quotidiano di Sinistra Nazionale. Se juntan Che Guevara, Fidel Castro y Thomas Sankara con Mussolini o Ezra Pound, además de figuras heterodoxas como el excomunista Nicola Bombacci, convertido al fascismo y fusilado por los partisanos junto a Mussolini en abril de 1945. Esos mismos referentes son, por cierto, los que utiliza CasaPound.
Se trata de grupos minoritarios pero influyentes. El renacido soberanismo italiano, que se está convirtiendo en hegemónico también a nivel cultural, bebe de todo esto: desde Salvini y la Liga a buena parte del Movimiento 5 Estrellas, además de los post-fascistas Hermanos de Italia. Y es aquí donde se insertan publicaciones como L’intellettuale dissidente o figuras como la de Fusaro, que es, probablemente, el mejor representante de este nuevo rojipardismo. Tampoco deberían extrañar las ideas de Fusaro teniendo en cuenta dónde acabó su maestro, Costanzo Preve. En los años setenta y ochenta, Preve era un filósofo marxista, miembro del PCI y luego de la izquierda extraparlamentaria. Con el fin de la Guerra Fría empezó un giro que le llevó a superar la dicotomía izquierda-derecha y a abrazar el comunitarismo hasta llegar a publicar en los últimos años –murió en 2013– en editoriales neofascistas como Il Settimo Sigillo. Su discípulo, que no ha militado nunca en formaciones de izquierdas, parece haber seguido sus pasos.
Los fusaristas españoles
Lo que sí extraña, en cambio, es que cierta izquierda considere a Fusaro un pensador interesante cuyas ideas deberían ser conocidas. No solo en Italia, donde al turinés se le considera –al menos en los ambientes de izquierdas– un cantamañanas egocéntrico y poco más (el autor satírico Alessio Spataro, por ejemplo, le ha dedicado un cómic titulado Le avventure rossobrune di Ego Fuffaro), sino también en España. Esta tesis es la que sostiene, por ejemplo, Manolo Monereo al comentar una reciente entrevista realizada a Fusaro por Esteban Hernández en El Confidencial.
Es cierto que algunos libros del italiano han sido traducidos al castellano por editoriales de izquierdas como El Viejo Topo o Akal, pero su última obra ha sido publicada por Fides, editorial de referencia del neofascismo español, una circunstancia que no se explicaba en la entrevista (aunque se citase la editorial).
La entrevista, más que legítima y bienvenida lógicamente, es más interesante por lo que no dice –que Fusaro colabora con CasaPound, que ataca a Rackete el mismo día de su detención, que defiende la teoría de la gran sustitución de Camus, etc.– que por lo que dice: al final se acaba por blanquear a un personaje oscuro que no es nada más que un caballo de Troya de la nueva extrema derecha. Descontextualizar, porque de esto se trata, es un flaco favor que se hace al periodismo y a la información: el lector necesita saber quién es el entrevistado. No sería necesario decirlo al ser una cosa obvia, sobre todo entre los profesionales, pero a la vista de las airadas reacciones de algunos, incluido el mismo Hernández, que ha tildado de “calvinistas” y moralistas puritanos a quienes han criticado la manera en que se hizo la entrevista, no está de más recordarlo. Por cierto, lo de hacerse las víctimas por las críticas recibidas es lo mismo que hace Abascal cuando habla de “dictadura progre” o la Alt-Right estadounidense, estilo Milo Yiannopoulos, cuando intentan boicotear una conferencia de extrema derecha en un campus universitario.
La izquierda debe reflexionar y tiene que saber reformularse, en España y por doquier, pero lo que no puede ni debe hacer es comprar el discurso de la extrema derecha, aunque esté disfrazado con citas de Marx
Lo que ocurre, y aquí está el quid de la cuestión y lo más preocupante, es que hay un sector, de momento muy minoritario, de la izquierda española que intenta desde hace un tiempo poner en cuestión ciertos temas que parecían ya aceptados por todos: el feminismo, la defensa de la acogida de migrantes y el europeísmo. Mientras Podemos subía en las encuestas, este sector se mantuvo callado. Ahora que las cosas han cambiado, la formación morada se encuentra en apuros y el ciclo del post-15M ha terminado, están intentando sacar esos temas a debates. Consideran que la que es hegemónica actualmente es una izquierda posmoderna que ha olvidado a las clases trabajadoras y que está destinada a la irrelevancia, mientras la nueva extrema derecha, que se opone firmemente a todo aquello, está avanzando. No se trata de rojipardos, no, o al menos ahora no lo son aún. Creo que lo hacen con buena fe: piensan que para frenar a la extrema derecha se debe comprar parte de su discurso. Es lo mismo que pasó en Alemania con la ruptura de Die Linke y la creación de Aufstehen.Por un lado, hay un notable tacticismo. Por otro, hay también unas convicciones de fondo, cuestiones personales y también viejas batallitas que algunos perdieron en su momento –véase lo del europeísmo–.
Ahora bien, de ideas se puede y se debe hablar siempre. No cabe duda de ello. Lo que no se debe hacer es marcar las cartas, blanquear a personajes como Fusaro y jugar sucio. Es lo mismo que ocurrió el pasado mes de septiembre con el “famoso” artículo de Monereo, Anguita e Illueca sobre el decreto Dignidad del Gobierno italiano, cuando se alababa la medida sin siquiera mencionar las otras políticas que el ejecutivo liderado por Salvini y Di Maio estaba aprobando, como el cierre de los puertos para los migrantes o la criminalización de las ONG. La táctica, parece ser, es la de lanzar una bomba y ver si la provocación surge efecto. En parte lo han conseguido, pero, por otro lado, se pegan un tiro en el pie por hacerlo de una forma tan chabacana. Es decir, podrían sacar estos debates de una forma distinta. Falta finezza, sinceramente. Mucha.
Dicho todo esto, no cabe duda de que se hablará de muchos de estos temas, y está muy bien que se haga, entre otras cosas para fijar una posición y evitar que la izquierda se suicide. Pero dar crédito a cantamañanas rojipardos como Fusaro, que no son ni más ni menos que caballos de Troya de la extrema derecha, es sencillamente un suicidio, más allá de una operación política que muestra la desorientación o la mala fe de algunos. La izquierda debe reflexionar y tiene que saber reformularse, en España y por doquier, pero lo que no puede ni debe hacer es comprar el discurso de la extrema derecha, aunque esté disfrazado con citas de Marx y Gramsci.
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Steven Forti es profesor asociado en Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona e investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidade Nova de Lisboa.
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