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aritales · 5 years ago
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Covid-19: Catorce días
Dos semanas. Ésta era la duración que se previó inicialmente para quedarse en casa. Sin embargo pronto quedó patente que no sería suficiente tiempo.
Me llamo Alexandra y éste es el relato de lo ocurrido entonces, cuando todo el país, todo el mundo, se tuvo que hacer fuerte para luchar contra una amenaza a invisible al ojo humano.
Al principio, cuando el problema surgió en el extremo del mundo (según desde donde mires), se empezó a ver con algo de preocupación, pero estaba demasiado lejos para inquietarnos de verdad (es natural, nadie podía pensar que aquella amenaza microscópica podría llegar algún día a asomarse a nuestra puerta). Sin embargo todo llega.
Cuando se hizo patente que nos había llegado el turno para combatirla, como era de esperar, hubo diversidad de opiniones y actitudes.
La manera de actuar ante la amenaza vírica era bien simple, como observar ciertas medidas de higiene, y distanciarnos socialmente, normas básicas para protegerse de cualquier tipo de germen, por inofensivo que sea, y quizás habrían bastado si la gente hubiera empezado a concienciarse antes.
Pronto empezaron a llegar las noticias de los primeros contagios, los primeros pacientes mandados a su casa a aislarse, y más tarde llegaron otras más preocupantes: las primeras muertes.
Cómo no podía ser de otra forma, aunque se tomaron medidas especiales para contener la amenaza, se tomaron muy tarde, seguramente porque quién las tomó era consciente del impacto que éstas tendrían en toda la población, y buscaba retrasar aquella situación lo más posible, pero como he dicho antes… todo llega.
Todo el mundo fué instado a quedarse en su casa, permitiéndose la salida al exterior únicamente para aquello que resultase imprescindible, durante un plazo de 2 semanas, el tiempo en el que una persona infectada llegaba a superar la enfermedad.
Al principio las cosas no fueron muy bien, y es normal, todo había cambiado mucho y de golpe. De un día a otro, a aquellas sencillas normas que se deberían observar incluso ante nuestra amiga la gripe, se sumaron otras que impactaban verdaderamente en el estilo de vida de la gente, restringiendo sus libertades, y, como era de esperarse, hubo bastante excepticismo y resistencia al cambio.
Lo más notable que recuerdo es la histeria que se desató entre una parte de la población en los supermercados, algo que propició tanto que luego fuera complicado hacer la compra (especialmente si, decidido a guardar la demandada cuarentena, solicitabas que te la enviasen a tu casa), como que aumentasen más los contagios, dado que el pánico llevó a no tener cuidado con los demás.
Fueron unos días iniciales difíciles, pero poco a poco todo se fue suavizando.
Y otra cosa que especialmente se recuerda fue el hecho de salir a los balcones, ya cayendo la noche, a dar aplausos. Unos aplausos que no sólo mostraban agradecimiento a los que estaban luchando en primera línea para protegernos y hacer posible que todo ésto fuera pasando lo mejor posible, sino que también servía para mostrarnos, los unos a los otros, que no estábamos solos en la lucha.
Si decidias salir a la calle por una necesidad, el escenario que te encontrabas era casi como el de una de aquellas películas o videojuegos en los que se te muestra un mundo post-apocalíptico, donde la presencia de otras personas es mínima.
Recuerdo la primera que hice para comprar medicamentos. Elegía la primera hora de la mañana para asegurarme de que era la única presente en la calle (o casi).
Recuerdo mirar con sumo recelo a las pocas personas que te encontrabas dando un breve paseo a su mascota, y especialmente el disponerte, ya en casa, a lavarte bien las manos (o quitarte los guantes de látex) y a limpiar aquello que habías traído del exterior, un comportamiento que en cualquier otra circunstancia habría sembrado dudas sobre el estado de tu salud mental, y que, incluso en las actuales, se habría visto como algo curioso, exagerado. Ahora sin embargo era parte de la rutina de mucha gente que se aventuraba por necesidad a salir a ese vacío territorio en el que se habían convertido, de la noche a la mañana, las calles por dónde antes siempre había gente transitando o tomando algo.
No recuerdo cuánto tiempo estuvimos finalmente confinados en nuestros pequeños santuarios, luchando por mantener la calma, e incluso la cordura, aquellos que padecían trastornos depresivos, pero sí recuerdo bien el momento en que finalmente todo aquello acabó porque, como he dicho antes, todo llega.
Jamás olvidaré esa sensación de ser de nuevo libre, de poder desprenderme de esa pegajosa capa de preocupación y miedo y poder de nuevo realizar acciones tan normales como ir a hacer la compra o pararte a tener unas palabras con un vecino.
Ahora tocaba, no obstante, empezar una nueva etapa que sería complicada para muchos. El mundo, en gran medida, se había visto obligado a frenar, a detenerse, y ahora, con los músculos rígidos, tocaba empezar una rehabilitación.
Era mejor no pensar en todo lo negativo, como las cifras de aquellos que no pudieron con la crisis, o aquellos cuyas pérdidas económicas fueron notables al verse obligados a echar la persiana y proceder, igualmente, a aislarse. Ahora era el momento de empezar a caminar de nuevo, poco a poco, pero decididos a recuperarnos.
Me llamo Alexandra, y soy una de las supervivientes de aquella oscura época, de la que esperemos que toda la humanidad se recupere y aprenda algo…
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aritales · 5 years ago
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Covid-19: Unidos
Según un antiguo dicho, la unión hace la fuerza.
Tengo una pobre opinión del ser humano medio, o quizás sobre la sociedad moderna occidental, a la que suelo ver básicamente como una entidad bastante egoísta.
Naturalmente existen personas notables, y algunas incluso realmente remarcables, y suele ser especialmente gracias a ellas que la humanidad es capaz de hacer frente a mil amenazas y levantarse tras verse sumida en la catástrofe.
En los oscuros días en que la humanidad se enfrentó a la amenaza vírica a la que se bautizó como Covid-19, dos palabras fueron realmente claves por cómo acabaron resonando, intentando por todos los medios desterrar dicha oscuridad: unión y solidaridad.
Incluso los partidos políticos, tan centrados en sus enfrentamientos y en enfrentar, entendieron que había llegado el momento de reorientar sus armas para hacerle frente a un enemigo común.
Hay una frase que dice "Incluso el más pequeño de los seres puede cambiar el curso del futuro", y múltiples personas se dispusieron a aportar su pequeño grano de arena para empezar a formar una playa de ayudas: Unos poniendo a disposición de las personas más solitarias un teléfono para que hablasen un rato con ellos; otros, fuera de grupos de riesgo, ofreciéndose a realizarles la compra a las personas más vulnerables que debían guardar especialmente cuarentena; aficionados y profesionales de la impresión 3D ayudando a crear material en diversos materiales para proveer al sector sanitario, e incluso todos aquellos que no podían hacer mucho más que salir a sus balcones a cierta hora a aplaudir también aportaron su pequeño granito insuflando ánimos a todos los demás.
Si bien al final fueron las vacunas las que derrotaron al virus, dicha victoria no podría haberse alcanzado si todas aquellas almas solidarias no hubieran tambien orientado todas sus armas para hacerle frente.
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aritales · 5 years ago
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Covid-19: El mundo ha cambiado
"El mundo ha cambiado. Lo siento en el agua, Lo siento en la tierra. Lo huelo…en el aire".
Han pasado casi una veintena de años, yo diría, desde que escuché éstas palabras de boca de la reina elfa Galadriel, en la adaptación cinematográfica de "El señor de los anillos", y aunque el mundo cambia constantemente, día a día, minuto a minuto, los cambios que se han obrado en las últimas semanas se notan como ningún otro llegado antes.
Han pasado aproximadamente dos semanas desde que el país, para tratar de contener la amenaza microscópica que había llegado desde el lejano oriente, decretó que toda la población debía recluirse en sus hogares y evitar salir para todo lo que no fuera imprescindible.
Estamos actualmente en el mes en que dejamos el invierno para adentrarnos en la primavera (al menos según el calendario), y se puede decir que todo ésto no ha podido venir en peor momento, pues el país esperaba como agua de mayo a todos aquellos turistas que, especialmente en éstos días, acuden siempre a ocupar las terrazas para disfrutar del cálido sol de nuestra tierra.
Sin embargo, la estampa que presenta la ciudad es muy diferente a la que se hubiese esperado. Las calles se hayan prácticamente vacías de gente excepto por algún viandante ocasional dando un breve paseo a su mascota, visitando un comercio en busca de bienes de primera necesidad, o incluso desafiando la orden dada para darse un paseo él mismo, mientras busca esquivar a los agentes que patrullan la ciudad para, aparte de realizar sus funciones de costumbre, vigilar que se cumple la ordenada reclusión, y, aún viento a tales personas en las calles, jamás antes se vio en una ciudad como ésta a dichas personas con las manos enfundadas en guantes de látex o incluso portando mascarillas.
El tiempo parece haberse detenido y, salvo por la apertura de los comercios imprescindibles, el calendario parece haberse congelado en un eterno domingo.
El mismo sol, quizás sabedor de lo buscado que es a la hora de disfrutar de un paseo caldeado por sus rayos, ha decidido pasar a segundo plano y ceder protagonismo a la lluvia, tal vez pensando en que un tiempo frío y húmedo ayudará a que la gente, que debe permanecer recluida en sus viviendas, vea disminuidas las ganas de abandonar las mismas.
El mundo ha cambiado, y seguramente tarde varias semanas en pasar, no ya al estado en que se encontraba tras los recientes acontecimientos, sino a uno intermedio, una obligada rehabilitación que tampoco sabe nadie cuánto durará, como la de los comerciantes, que en éstos días se ven forzados a rendir como nunca antes debido a la psicosis que ha llevado a una parte de la población a saquearlos para prepararse para resistir quien sabe cuánto.
Llegará el momento en que todo quedará como una anécdota, una historia para contar, junto con cantidad de recuerdos: unos graciosos para recordar, y otros amargos de los que aprender.
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aritales · 6 years ago
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Un día de ilusión
Mañana del 6 de enero. Pese a que aún no ha llegado el momento de volver a madrugar y coger las mochilas para ir a clase, Ana, Juan, Teresa y Carlos estaban despiertos mucho antes de que el reloj marcase las 9 de la mañana.
Al contrario que suele pasar en tiempo escolar, en éste día no hay frío ni pereza que te aten a la cama, sino nervios que te expulsan de ella. Es el día que llevan esperando desde que empezaron las navidades y comenzaron a deleitarse con los anuncios de juguetes, muchos de los cuales llenan las cartas que, una semana antes, echaban al buzón destinado a unas personas muy especiales para cualquier niño.
Y al llegar al salón, bajo el árbol de Navidad, comprobaron cómo aquellas hojas de papel cargadas de deseos habían llegado a tiempo a los Reyes Magos.
Normalmente eran sus padres los primeros en levantarse, pero hoy las cosas iban al revés y, al empezar a escuchar voces y movimiento, a Laura y a Antonio no les quedó más remedio que renunciar al cálido lecho para ir al encuentro de sus pequeños.
8 paquetes, grandes y pequeños, esperaban bajo el árbol, luciendo preciosos papeles y lazos multicolores, aunque no duraron mucho antes de empezar a ser rasgados por unas manos ávidas de sacar a la luz los tesoros que escondían.
Una muñeca, una pequeña bicicleta con ruedas laterales, un par de máquinas de videojuegos, un juego de mesa, unos patines, y dos parejas de libro y película.
Mientras los chicos empezaban a disfrutar de los regalos, el par de ojos adultos que los contemplaban, además de disfrutar de la escena, se te remontaban años atrás a cuando ellos mismos, al igual que sus hijos ahora, disfrutaban de la magia y los nervios del día de Reyes.
Había sido necesario un esfuerzo y algo de ayuda, pues Antonio hacía un tiempo que había pasado a engrosar las filas del paro, pero tanto él como Laura sabía que lo que contemplaban ahora lo compensaba todo y, tras un rato observando a sus hijos, pasaron a unirse a ellos, al igual que ocurría en multitud de casas, en donde la escena se repetía con pocas diferencias.
Alguna hora que otra más tarde, tras disfrutar también de un buen desayuno, cantidad de niños y mayores salían a la calle a disfrutar de aquellos regalos pensados para ser usados al aire libre.
A la mañana siguiente tocaría, nuevamente, levantarse temprano para ir al colegio, pero tampoco el día después de Reyes era nunca uno de clase normal y corriente, al menos en lo que a los niños se refería…
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aritales · 5 years ago
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Covid-19: Un nuevo modo de vida
Ha pasado mucho tiempo desde que un visitante tan inesperado e indeseado como invisible llegó para alterar nuestras vidas de un modo que ni en nuestros sueños (más bien pesadillas) lo hubiéramos vivido nunca.
Los efectos se palparon desde el primer día en las cifras que recorrían los informativos y en el sistema sanitario, puesto a prueba como nunca en, quizás, el último siglo.
Sin embargo, lo que seguramente más recuerde la gente sea el cómo impactó en su rutina, tanto de forma inmediata como meses después, cuando las medidas de confinamiento impuestas por el estado para tratar de contener el problema se fueron suavizando.
Luis lo recuerda muy bien.
Recuerda salir a la calle con su mascarilla y guantes de látex. Recuerda los primeros días en los que trató de desterrar la costumbre de tocarse ojos, nariz y boca con las manos.
Recuerda guardar cola para entrar en el supermercado de su calle, guardando una distancia notable de las demás personas que esperaban entrar a un establecimiento que no estaba especialmente abarrotado sino que, muy al contrario, tan sólo albergaba a unas 6 personas.
También recuerda el ritual que realizaba a la vuelta, descalzándose a la entrada, cambiándose de ropa, el lavado de manos y el proceder a desinfectar con un paño y lejía todo o parte de lo que había traído.
Recuerda salir al balcón de casa cada día a las 20:00 para aplaudir durante unos minutos, tiempo durante el cual veía a cantidad de vecinos hacer lo mismo, gente a la que nunca había llegado a ver asomada a la vez y que ahora todos los días acudían a esa cita para dar gracias y ánimos a todo el mundo.
Recuerda el poder pasar tiempo con su esposa e hijo pequeño en los descansos del trabajo, que ahora mismo realizaba en casa gracias a Internet. Normalmente, tras el madrugón de la mañana, tardaba muchas horas en poder encontrarse con ellos, algo, dentro de todos éstos cambios, que sí agradecía.
El pequeño había planteado un notable reto, pero poco a poco fué aceptando que el pasear por la calle y visitar aquellos tonificantes jardines con patos de los que tanto solía disfrutar se había acabado, al menos temporalmente.
Fué el que más encantado quedó cuando un día volvió a abrirse la puerta de la calle para él.
Sus padres se preguntaban entonces qué pasaría por aquella pequeña cabeza al ver a toda la gente, sus padres incluidos, con las bocas tapadas por una tela.
Los parques y jardines volvían a estar abiertos para su disfrute, pero estaban diferentes, carentes de aquella marea de gritos procedentes de decenas de otros chiquillos que en su día podía escuchar y que tanto le estimulaban a unirse.
Las cosas habían cambiado en el día a día para todos y aunque al relajarse las medidas de seguridad, una vez la epidemia estuvo bastante controlada, un poco de aquella vida había vuelto a las calles, todos sabían que pasarían muchas semanas, e incluso meses, hasta que aquellas caras dejaran de necesitar protección.
La sociedad entera soñaba con aquél momento, cuya llegada quedaría inmortalizada para siempre en el calendario de manera internacional: el día en que buena parte de la humanidad venció a la epidemia.
Aún quedaba lejos el momento en que ese sueño, ese anhelo, se cumpliría, pero todos sabían que acabaría por llegar.
La pregunta era cuántos llegarían a verlo…
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aritales · 5 years ago
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Covid-19: En guerra
Pronto se cumplirá un mes desde que se decretó que toda la población debía permanecer en sus casas y salir únicamente para lo imprescindible para, de esa manera, minimizar al máximo la probabilidad de exponerse al virus que vino a trastocar nuestras vidas y que dejará una huella que tardará en difuminarse.
El mundo está actualmente en guerra, si bien no se ven tanques ni soldados masacrándose unos a otros, pero si se están librando duras batallas en diversos frentes.
Los sanitarios pelean día y noche por las vidas de aquellos que están a su cargo, algunos unidos a éste mundo tan sólo por un pequeño hilo que va tensándose cada vez más, y ellos mismos luchan por mantener a su enemigo lejos de ellos.
El organismo de los afectados por la enfermedad sostiene una dura batalla constante para desterrar la amenaza, de la cual muchos se recuperan y salen con la experiencia necesaria para poder vencer al virus si se presenta de nuevo.
Los gobiernos del mundo también se hayan inmersos en una feroz lucha para tratar de salvar a otro paciente duramente afectado por la enfermedad, la economía, de la cual también dependemos fuertemente al igual que de los bienes de primera necesidad, que cantidad de personas se esfuerzan en hacernos llegar.
Y no podemos olvidarnos de la guerra que sostenemos contra nosotros mismos y los demás.
Aquéllos que ostentan hoy por hoy el poder, intentan también ganar sus propias batallas contra sus contrarios, contra los cuales han encontrado nuevas armas en la actual crisis.
Y el confinamiento también representa un campo de batalla en el terreno personal y psicológico, en los que unos luchan por mantener la armonía en los espacios familiares, especialmente en los que más miembros se concentran, y otros luchan por cuidar su salud mental enfrentándose a enemigos como la ansiedad y la depresión.
Hay muchos frentes abiertos en ésta gran guerra que nos ha tocado librar éste año y, por desgracia, muchos de los que están librando esas batallas tendrán hacer frente a la derrota, pero otros muchos llegarán al final de la misma victoriosos, aunque seguramente exhaustos.
Con toda seguridad no será la última crisis a la que nos enfrentaremos. Vendrán más, muchas más, y por eso es vital que los que sobreviven salgan de la actual fortalecidos por la experiencia para ser capaces de encararlas de la mejor manera posible y continuar saliendo victoriosos de unas y otras.
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aritales · 5 years ago
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Covid-19: En primera línea
Hoy, en uno de esos momentos en los que decidía pasar un rato contemplando la calle (tanto por curiosidad como para que la vista cambie un poco de escenario), vi pasar por ella a tres de esas personas cuya labor es esencial en éstos días en los que vivimos en un perpetuo domingo.
La primera fue el ayudante de nuestra farmacia vecina, quien, protegido con su mascarilla y guantes, debía ir a entregar un pedido a algún domicilio cercano. Cómo él, hay decenas de miles de personas que en éstos días se exprimen y exponen para que la máxima que salió por boca del gobierno, al empezar a cubrirnos la tormenta, se cumpla: que la población no debía preocuparse por la posibilidad de verse desabastecida de bienes de primera necesidad, pues estaban garantizados (si bien la histeria de un sector de la población ha hecho que dicha promesa se tambalee, embestida por el miedo).
Gracias tanto a éstas personas que luchan día a día por atender lo mejor posible las necesidades de la población en los comercios cuya apertura está permitida, como a aquellas que quedan por detrás e igualmente trabajan sin parar para abastecer a los primeros de los suministros necesarios, todavía hoy, cuando cumplimos 2 semanas de reclusión en nuestros pequeños castillos, podemos llevar una vida con bastante comodidad.
Ésto también incluye a los repartidores a domicilio que éstos días son requeridos especialmente ante el colapso de los servicios oficiales de envío de los comercios. Aquellos que, especialmente hoy, recorren kilómetros en sus pequeños vehículos posibilitando que cantidad de artículos de primera necesidad lleguen a manos de quienes han decidido no abandonar sus refugios, salvo que no haya alternativa, y reaccionaron tarde ante el tsunami de pedidos de los comercios.
También vi una ambulancia del servicio de emergencias que debía dirigirse a atender a algún ciudadano. Ellos forman parte de ese gran colectivo de los profesionales sanitarios que, junto con sus colegas de los hospitales, forman detrás de una muralla de medios y gran esfuerzo mientras presentan batalla contra la amenaza que acudió hace cosa de un mes a cambiar nuestras vidas, no permanentemente, pero sí de forma drástica. Ellos son también los que más se exponen al mirar a la cara a éste enemigo, y la prueba son las bajas, aunque temporales, que se van registrando, y que requieren que nuevos soldados ocupen el lugar de los primeros mientras éstos se recuperan.
Junto a éstos hay otros a los que vemos bastante éstos días, quizás con desagrado, pues son los centinelas de la policía que, además de cumplir con sus obligaciones de siempre, ahora cumplen una órden que no es del agrado ni de ellos ni de nosotros pero cuyo cumplimiento resulta vital para ganar ésta guerra: nadie debe salir de su domicilio salvo por una serie de motivos muy concretos y el tiempo estrictamente necesario que requiera dicho motivo.
No pocas personas han tenido encontronazos con ellos, e incluso muchos han debido ser detenidos por su respuesta al requerimiento de los agentes, que deben hacer acopio de gran paciencia para hacerles ver que solo colaborando unos con otros acabaremos saliendo de ésto. A nadie le gusta ver restringida su libertad de acción y movimiento, y no han sido pocos los que han echado mano de todo su ingenio y picaresca para conseguir esquivar a aquellos a los que seguramente alguien ya habrá tachado de fascistas por su proceder, pero la gente debe entender que estas personas, que velan porque se cumpla la demandada cuarentena, son las primeras que desearían estar en otro sitio, en otra situación, pero les han encomendado la tarea de vigilar y la cumplirán hasta el fin por nuestra seguridad.
Gracias a éstas personas nuestra reclusión resulta más llevadera, y también gracias a ellas un día podremos recordar éste periodo como un mal sueño mientras nuestros pies vuelven a pisar con plena libertad el espacio cuyo acceso ahora mismo se nos restringe.
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aritales · 6 years ago
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Los mensajeros del terror
Verano del 2017, un puñado de personas transitan La Rambla de Barcelona. Entre ellas hay una madre que empuja un carricoche en el cual hay acoplada una sombrilla blanca para proteger a su pequeño ocupante del sol de la tarde.
Todo está tranquilo, es un 17 de agosto como todos, un día más de verano para mucha gente.
De pronto se empiezan a oír gritos y la madre, al girar hacia atrás la cabeza, comprueba horrorizada el motivo: Una furgoneta avanza a toda velocidad por la avenida, arrollando todo a su paso.
La madre empieza a contemplar, en estado de shock, como múltiples cuerpos ensangrentados empiezan a llenar el lugar.
Pronto cae en la cuenta de que la furgoneta se dirige hacia ella y empieza a correr empujando el carricoche, sabedora de que tiene poco tiempo para reaccionar, pero no es lo suficientemente rápida y pronto siente un fuerte impacto y el carricoche se desprende de sus manos para salir disparado hacia adelante.
Al igual que ella, otras personas corren con todas sus fuerzas para eludir al mortal vehículo, que avanza sin piedad mientras el aire se llena de gritos de terror y dolor.
El mundo se detiene durante un momento que parecen horas para la madre, que yace en la calzada dolorida, ensangrentada, sin ser capaz de levantarse, y sin saber que ha sido de su pequeño.
De pronto nota cómo es arrastrada, pero ésta vez por manos humanas. Son supervivientes del atropello que, viéndola en tal lamentable estado, intentan por todos los medios impedir un fatal desenlace.
Tras ser depositada de nuevo en el suelo, logra pronunciar unas palabras:
- Mi hijo… ¿Dónde está mi hijo?…
Oye a sus auxiliadores gritar pidiendo ayuda mientras nota cómo sus fuerzas se van desvaneciendo.
Tras unos momentos, empieza a oír un nuevo sonido, el llanto de un niño.
La madre emplea todas sus fuerzas en intentar abrir los ojos e incorporarse, y comprueba como una mujer va arrastrando un carricoche que reconoce al instante.
Esa misma mujer saca al ocupante y se lo muestra a la madre, quien reconoce a su pequeño. Es él quien llora. Está aterrado, pero vivo.
La madre esboza una sonrisa que se tuerce en un gesto de dolor y cae al suelo segundos después, agotadas sus energías, y sus ojos se cierran por última vez. Los que la rodean intentan desesperados reanimarla pero todo es en vano.
La mujer que sostiene al bebé intenta calmar su llanto mientras sus propios ojos se llenan de lágrimas.
La "furgoneta de la muerte" terminó su recorrido dejando un panorama desolador, con decenas de cuerpos esparcidos por la vía que los supervivientes intentaban reanimar con más o menos éxito.
Más adelante, aquellos que habían sobrevivido a la masacre se enterarían de que habían sido víctimas de un atentado terrorista perpetrado por un conductor suicida del llamado "Estado Islámico".
Aquella madre fue tan solo una de las muchas almas que dejaron el mundo aquel trágico día. Vidas llenas de proyectos, sueños y esperanzas que, para los mensajeros del terror, no significaban nada.
Vidas que no tienen para los terroristas valor alguno más allá de ser un medio para difundir su amenazante mensaje.
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Este relato está inspirado en otro que leí por las mismas fechas en uno de los blogs que sigo.
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aritales · 7 years ago
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Solo es un poco de ruido (o no...)
Teo empezó a revolverse en su apacible sueño, que comenzaba a ser perturbado por unos molestos ruidos, o eso eran tan solo al principio pues, de pronto, oyó algo que se asemejaba a una explosión.
Al momento se levantó de su cama, como accionado por un resorte, y empezó a oír como aquellas detonaciones, una tras otra, iban aumentando progresivamente de volumen.
Habían entrado en la casa los dos pequeños y, entre risa y risa, tiraban algo al suelo, algo que producía un ruido terrible.
Pronto uno de los adultos apareció y se encaró con los chicos:
- ¡David! ¡Ana! ¡No sé tiran petardos en casa! ¿No veis que asustais a Teo?
- ¿No podemos tirarlos en nuestro cuarto, mamá? ¿Con la puerta cerrada? -dijo Ana, que veía que la diversión se acaba- Solo se oirá un poco de ruido y no molestaremos a Teo.
- Eso da igual -replicó su madre- los oídos de un perro son más sensibles que los nuestros y, aunque os encerreis en el cuarto, se asustará igual.
La mujer se arrodilló frente a Teo y comenzó a acariciarle para tranquilizarlo.
- Para ellos -prosiguió- un petardo es como para nosotros una bomba. Por eso, cuando hay fiestas y se tiran cohetes y fuegos artificiales, ellos lo pasan tan mal. Es como estar en medio de un bombardeo. Por ello se está empezando a prohibir, en las ciudades, el tirar petardos y otras cosas que provoquen explosiones, para evitarle sufrimiento a los animales.
David tomó la palabra y dijo:
- Pero si prohíben todo eso, las fiestas serán muy aburridas…
La madre le respondió:
- Tienes razón, por eso están investigando otras maneras de hacer fuegos artificiales y cohetes que no hagan ruido, que se vean pero no se oigan, salió el otro día en la noticias. En cuanto a los petardos, como sólo hacen ruido, supongo que los eliminarán del todo.
Al ver la cara de desánimo en sus hijos, añadió:
- Pensad que, aunque nosotros nos divirtamos un poco menos, ellos -dijo mirando a Teo, que ya estaba mucho más calmado- vivirán mejor. ¿No pensáis que es un sacrificio muy pequeño? Nosotros podemos encontrar nuevas maneras de divertirnos sin hacer sufrir a los animales.
La mujer se levantó y miró a los pequeños:
- Ya que habéis comprado los petardos, os diré lo que haremos: El sábado que viene dejaremos a Teo al cuidado de la tita y nosotros iremos al campo, a algún lugar apartado, para que podáis jugar con ellos, pero ahora debéis guardarlos.
- ¡Me encanta la idea! -exclamó Ana- ¿Qué te parece a tí, David?.
- Si no hay más remedio… me parece bien -respondió éste.
- Ahora id a jugar al cuarto si queréis -terminó la madre- todavía falta un rato para comer.
Una vez todos se hubieron ido, Teo volvió a recostarse en su cama. No sabía que habrían hablado los humanos pero las explosiones habían terminado.
Emitiendo un sonoro bostezo cerró los ojos y se dispuso a soñar de nuevo.
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aritales · 7 years ago
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Ni una más
Mónica se hallaba dando un agradable paseo nocturno. La jornada de hoy en la universidad había sido agotadora y le apetecía dar un paseo en solitario para disfrutar de un buen rato de tranquilidad y de la brisa nocturna de principios de mayo.
Jesús, su mejor amigo, que era todo un manitas, le había regalado un anillo muy especial, diseñado por el mismo, y especialmente pensado, según sus propias palabras, para aquellas jóvenes que, como ella, disfrutan saliendo de noche con ellas mismas como única compañía.
Al explicarle las "particularidades" del anillo, Mónica se había quedado fascinada y le preguntó que como se le había ocurrido hacerlo a lo que él respondió que le había venido a la cabeza al meditar sobre las noticias de las últimas semanas sobre casos de violaciones. Pensó que estaría bien que las chicas contasen con un medio de defensa que fuese rápido de usar y que, además, estuviese oculto.
Mientras paseaba por la calle, a la luz de la luna llena, alzó un momento la mano para contemplar el anillo: la parte superior era grande y rectangular, de color negro brillante, y, en los dos laterales tenía unos botones perfectamente disimulados (lo había hecho para poder llevarlo en ambas manos).
Llevaba andando como media hora y, salvo ella, no había ni un alma por la calle, o eso pensaba pues, de pronto, al pasar al lado de un callejón, sintió que alguien la agarraba y tiraba de ella.
- ¡Vaya, mira qué tenemos aquí! Creía que la noche sería del todo aburrida, pero ha llegado alguien con quien jugar.
Mónica intentó zafarse y gritar pero pronto notó como le tapaban la boca y le ponían algo punzante en el cuello. Al bajar la vista vio que era un cuchillo.
Al momento, aquel hombre la empujó contra una de las paredes del callejón mientras seguía hablando.
- ¿Vas a estarte quietecita y callada?
Mónica asintió con la cabeza y, cuando el hombre le quitó la mano de la boca, dijo con voz suplicante:
- Por favor, no me haga daño, llévese lo que quiera…
A lo que el hombre respondió con una sonrisa de oreja a oreja:
- ¿Y si no quiero nada de lo que llevas encima… sino lo que llevas debajo?
Entonces comenzó a manosearla a lo que Mónica respondió empujándole, dándole una patada y tratando de huir, pero el hombre fue rápido, la agarró de nuevo y arrojó al suelo, después de lo cual le golpeó la cabeza varias veces, buscando dejarla sin sentido.
Tendida en el suelo, Mónica, quien luchaba por no perder la consciencia, reparó, de pronto, en el anillo. Había llegado el momento de probarlo.
Mientras oía cómo aquel tipo procedía a bajarse los pantalones, puso sus músculos en tensión y se preparó para atacar reuniendo toda la fuerza que tenía.
Afanado en desvestirse, su agresor no reparó en cómo su presa movía lentamente los dedos de la mano derecha y algo metálico relucía a la luz de la luna.
Mónica había mantenido todo este rato la apariencia de estar inconsciente, permaneciendo inmóvil con la cabeza ladeada y los ojos cerrados pero, cuando aquel individuo empezó a echársele encima, la enderezó y los abrió de golpe, lo que sorprendió a su agresor, quien creía a su víctima completamente a su merced.
La sorpresa, seguramente, fue tan solo cosa de dos segundos, pero bastaron para que Mónica propinase un puñetazo, con toda la fuerza que pudo, a aquel individuo.
En aquel momento, su agresor se llevó las manos a la cara, gritando de dolor, momento en que Mónica aprovechó para empujarle, levantarse y propinarle otro puñetazo.
Mientras el hombre se llevaba las manos a la cara y empezaba a palpar cortes sangrantes, miró un momento a la chica y reparó en que, en aquella mano que le había golpeado, había un anillo, cuya parte superior estaba levantada y revelaba una cuchilla de un par de centímetros que mostraba rastros de sangre.
Llevada por el deseo de castigar a aquel tipo, Mónica se le echó encima y empezó a darle un golpe tras otro, especialmente en el cuello, por donde se encontraba la arteria carótida.
Cuchillada tras cuchillada, su mano empezó a empaparse de sangre, y en la mente de Mónica solo permanencia una idea: acabar con aquel individuo.
Tras un rato golpeando, noto como su agresor dejaba de moverse y cesó en su ataque.
Mientras trataba de calmarse y contemplaba el cuerpo del hombre rodeado de un charco de sangre, cerró la tapa del anillo con manos temblorosas, escondiendo, de nuevo, la cuchilla en su interior.
Tras levantarse, y antes de abandonar el lugar, le miró por última vez a la cara, y, escupiéndole, musitó:
- Ya no volverás a poner tus sucias manos en otra mujer…
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aritales · 6 years ago
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Jugando a ser Dios
Unas manos volaban veloces sobre el teclado del ordenador, una acción que se reflejaba en la pantalla de la computadora, donde líneas de código no cesaban de nacer y cambiar.
Aquellas manos solamente cambiaban de lugar de forma ocasional, cuando la persona sentada frente al aparato, en aquella tranquila habitación en penumbra, decidía parar unos segundos para dirigir una de ellas hacia la taza de café que tenía a su izquierda y dar un pequeño sorbo a su contenido.
Cualquiera que viese a Josh vería únicamente algo tan aburrido como a un joven de unos 25 años escribiendo sin parar en un ordenador, e incluso, si se acercase a aquella pantalla, su confusión no iría sino a más al no entender nada de todo aquel galimatías que se mostraba, algo que sólo a unos ojos con experiencia le parecerían algo más que un jeroglífico incomprensible.
Sin embargo, si pudiese mirar dentro de la mente de aquel chico vería algo más, un torbellino de ideas y de formas que, como el código que aquél escribía, no cesaban de nacer y cambiar.
Montones de objetos, criaturas, construcciones... en aquella mente se estaba construyendo todo un mundo, un mundo que Josh estaba llevando a aquél computador.
Llevaba días, semanas, meses incluso con aquel proyecto. Un mundo virtual, su mundo, su universo, donde cada cosa, cada átomo virtual, sería diseñado por él y estaría sujeto a sus reglas.
En un momento dado, aquella acción frenética cesó y Josh se echó hacia atrás en el asiento, al tiempo que se quitaba las gafas y se masajeaba ojos y la frente.
- Bueno... -dijo mientras contemplaba unos momentos su trabajo- esto ya está preparado. Solo es una base pero da igual. No importa lo que es ahora mismo, sino lo que podrá llegar a ser.
Pulsó una tecla y una barra de progreso comenzó a avanzar. Mientras tanto, se levantó del asiento, se dirigió a su cama, y cogió un objeto, de tamaño similar a su cabeza, que se hallaba descansando en ella.
Colocó las gafas con cuidado en la mesita de noche y se colocó el casco de realidad virtual, en cuyas pantallas, pasado un breve lapso de tiempo, empezaron a aparecer imágenes.
Josh inclinó la cabeza ligeramente hacia arriba y hacia abajo, para contemplar un cielo azul, completamente despejado, y el suelo de hierba verde que tenía bajo sus pies.
Se miró las manos, pertenecientes a un cuerpo distinto del suyo. En su muñeca izquierda había un pequeño ordenador, tan real, que en un primer impulso movió la mano derecha de su cuerpo físico para manipularlo, topándose tan solo con la muñeca de su brazo izquierdo, donde naturalmente no había nada.
Sonriendo para sí, dirigió el visor del casco hacia la pantalla del aparato virtual y, al aparecer el icono de un micrófono, comenzó a decir:
- "Instanciar daga."
Y al momento, un objeto apareció junto a él, flotando un segundo en el espacio, para caer al suelo. Al observarlo, reconoció el arma blanca que tiempo atrás había diseñado para su mundo.
Decidió probar otra cosa y pronunció otra orden:
- "Instanciar conejo blanco."
No pasaron más que unos segundos cuando el pequeño animal apareció de la nada, y comenzó a moverse y a brincar. Al observarlo, vio un pequeño corazón de color verde palpitando en el interior de la criatura virtual, la manera en la que había decidido que se mostraría la salud de todo ser viviente que crease.
Empezó entonces a pronunciar orden tras orden, y vio como diferentes objetos iban surgiendo de la nada para formar una pequeña casa.
Tras observarla a ella, el pequeño conejo blanco, y todo lo que lo rodeaba, sonrió satisfecho y exclamó:
- Éste es mi mundo... y yo su creador...
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aritales · 6 years ago
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Una sencilla botella de cristal verde, con su etiqueta y tapón, a un detalle no demasiado alto.
Más adelante el mapeo de texturas necesario para la etiqueta :3 .
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aritales · 7 years ago
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Mentiras
"No se dicen mentiras", "Hay que decir siempre la verdad"…
¿Cuántas veces hemos oído esto de niños?
¿En cuántas ocasiones hemos sido reprendidos, e incluso castigados, tanto por padres como por otros adultos, por faltar a la verdad?
Seguro que a todos nos ha ocurrido mínimo una vez en nuestra vida e incluso obras que también seguro todos hemos visto o leído al menos en una ocasión, como "Pinocho" o "El pastor mentiroso", nos educan para decir siempre la verdad e incluso nos muestran las consecuencias de mentir.
Sin embargo, antes o después llega el momento en que, a esas mismas personas que nos educaban así, incluso a base de castigos, las vemos faltar a la verdad en cuanto les conviene hacerlo.
Si, nos educaron para decir siempre la verdad, pero no nos informaron de la letra pequeña de la vida, una que solo llegaremos a leer y comprender cuando seamos mayores, y es que nuestra sociedad… se sustenta en la mentira.
Todos hemos dicho una mentira en alguna ocasión de nuestra vida, y negar eso sería una mentira más.
En nuestra sociedad se miente por muy variadas razones.
Hay quien miente inventándose un trabajo porque le da vergüenza que se sepa que lleva mucho tiempo parado y vive de ayudas familiares.
También se miente para hacer creer que llevamos una vida ostentosa y aparentar que pertenecemos a un estatus social superior.
Mentimos para evitarnos ir a un sitio, quedar con una persona, sobre nuestras intenciones, para que no nos de la lata el vendedor de turno…
Incluso hay tradiciones que sobreviven gracias a pequeñas mentiras que se mantienen de generación en generación para ayudar a conservar su magia.
En la película "Mentiroso compulsivo" observamos a Jim Carrey en el papel de un abogado que se ve obligado, por todo un día, a decir la verdad en todo momento (no puede mentir) y vemos los efectos devastadores que tiene ese modo de actuar en el mundo en que vive.
Hay quien miente aunque le desagrade hacerlo para evitar causar un daño, y hay quien lo hace precisamente por lo contrario.
Gente que miente alguna vez, y gente de cuya boca a veces sale alguna verdad.
Decir siempre la verdad es lo deseable, lo que siempre debería hacerse, por eso educamos a los niños en ello, sin embargo, al igual que el mentir, decir siempre la verdad también tiene un precio.
Al menos, en el mundo de las mentiras…
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aritales · 7 years ago
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Liquidación por obras
El reloj marcaba las 17:30 de la tarde en la pequeña tienda de golosinas cuando el dueño decidió salir a tomar el aire.
No hace mucho habían pasado por ella un puñado de chicos, procedentes del colegio que se hallaba tan solo a unos pocos metros, como solía ocurrir a menudo.
Al hombre de 50 años le encantaba ver cómo la chiquillería andaba entre piruletas, polvos "pica-pica" y demás delicias, sin embargo, todo aquello amenazaba con terminar.
Con gesto cansado sacó de su bolsillo la carta que le había llegado hace unos días, cuyas letras conformaban una orden municipal para retirar el negocio, pues obstaculizaba la obra que iba avanzando por la avenida.
Al alzar la mirada, observó la excavadora que se hallaba estacionada unos metros a la izquierda. La enorme máquina parecía mandar, cual Parca, el mensaje de que su tiempo se había terminado.
La pequeña tienda era tan solo un pequeño obstáculo, un pedrusco en el camino de aquella obra, que aquel aparato concebido para cambiar la faz de la tierra se encargaría de borrar de la misma una vez llegara la fecha límite.
El hombre posó la mirada en que había sido su medio de vida durante muchos años, en el cual ahora lucía, junto a los coloridos adornos destinados a llamar la atención de los escolares, el mensaje que informaba a sus clientes que pronto aquel lugar desaparecería para siempre: "Liquidación por cierre".
Por la mente del dueño pasaron recuerdos del pasado junto a la pregunta de qué haría a partir de ahora. Ya no tenía ánimos para empezar de nuevo y encontrar una ocupación a su edad era poco menos que imposible.
Solo le quedaba aceptar está jubilación anticipada y forzada.
Echó una ojeada a cómo iban avanzando las obras que transformarían aquella avenida que había permanecido casi inmutable a lo largo de tres décadas.
Pensó en si él llegaría a disfrutar de su nuevo aspecto de la misma manera que la gente que pasaba por ahí a menudo.
Mientras volvía al interior de su negocio se preguntó si alguien echaría en falta algo llegado aquel momento.
Probablemente él sería el único en ver un hueco vacío…
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aritales · 7 years ago
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Diseño sencillo de Charlie Brown, protagonista de la tira “Peanuts” creada por Charles M. Schulz.
Modelado en ZBrush (se que la firma es cutre, pero no se me ocurría otra, ya haré alguna más estilizada en el futuro XD).
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