#amigo te vas a morir de calor con esa ropa negra
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* YVES RHEE ha actualizado su guardarropas ,
conoce cual es su atuendo en # north heaven.
#、 ⠀ 𝗕𝗟𝗨𝗘 𝗦𝗣𝗥𝗜𝗡𝗚 ⠀ 𓄼ㅤㅤ atuendo. *#amigo te vas a morir de calor con esa ropa negra#e n ways les conté que tiene un tattoo de mariposa en la espalda? weno ahora saben jiji
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Escrito pequeño
Estoy originalmente iba a salir en wattpad, pero por motivos de tiempo, ganas y curiosidad, decidí probar subirlo íntegro aquí. Eventualmente irá a wattpad, pero mientras tanto...
Quienes leen Mohr Sydän reconocerán a Raeru. Quienes no, bueno... Raeru es el co-protagonista de dicha historia, perteneciente a mi raza de dragones que adoptan forma humana; es un “ëmuhni”, un asesino a sueldo/espía/pseudo ninja XD. Confieso que me gusta mucho la idea que tengo de él y Sienna, que solo aparece aquí, y el tipo ES un fetiche andante asi que... disfruten. Creo Un,n
Sienna sintió un inexplicable nudo en la garganta cuando oyó a Raeru toser.
Tampoco es que fuera la gran cosa. Como sanadora, había visto mucho mas que un simple resfriado en cientos de pacientes, y por supuesto tenía el conocimiento para saber que una simple tos no era motivo de preocupación. Y sin embargo, por alguna extraña razón escuchar el gesto en Raeru la hacía sentir ansiosa e inquieta, como si fuera de pronto una catástrofe de proporciones épicas. No entendía…
…o quizás si, pero prefería no dar rienda suelta a ese pensamiento. Era peligroso, y por lo tanto era preferible pensar que su repentina preocupación era fruto de un cariño de amiga; después de todo, lo conocía desde hace mucho tiempo.
Cuando Raeru volvió a retomar la conversación, la sanadora soltó un suspiro resignado (tanto por su propia obsesión como por la manía del dragón) y decidió acercarse. Grave o no, tampoco podía dejarlo tomarse lo que parecía un claro resfriado a la ligera, y conociéndolo necesitaría mas que un tenue dolor para descansar. Terco.
“Ejem… ¿te importaría hablar conmigo un momento, Raeru?” preguntó ella, interponiéndose en la conversación con toda su autoridad. Su profesión era muy apreciada en la aldea, de modo que nadie se ofendía si decidía que los asuntos médicos eran mas importantes que un par de instrucciones rutinarias.
“¿Sucede algo?” preguntó el joven, y Sienna tuvo que contener un gesto. Notaba su voz algo ronca. El otro ëmuhni miró a la sanadora, luego a su líder, y retrocedió con una sonrisa nerviosa y un gesto que indicaba que podrían continuar la discusión otro día. Sabia decisión.
“Deberías cuidar mas ese resfriado” sermoneó la dragona, frunciendo el ceño. Raeru suspiró con aire de fastidio, algo bastante contraproducente en su condición.
“No empieces, Sienna. No es—” comenzó él, hasta que su propio malestar lo puso en evidencia y tuvo que voltear el rostro para ceder a un nuevo ataque de tos. Sienna lo miró mas preocupada que molesta con su terquedad: definitivamente esa tos no le gustaba nada.
“Eso no suena nada bien” le resaltó ella, una vez el dragón se recobró lo suficiente para escucharla. Sienna sintió un vuelco cuando Raeru tragó saliva con una mueca sutil, clara señal de que no se sentía nada bien. La sanadora se preguntó porque esa idea le provocaba un desagradable peso en el pecho.
“Estoy bien” afirmó Raeru, con total descaro.
“Estas resfriado” contraatacó ella. Raeru volvió a suspirar con un estremecimiento que a Sienna no le pasó desapercibido, de modo que la sanadora redujo la distancia antes de que él pudiera justificarse y extendió la mano para tocarle la frente. “Y tienes fiebre” añadió, tragándose de nueva cuenta la ansiedad.
“Sienna…” empezó Raeru, al parecer resignado en el fondo a no poder mantener la mentira. La dragona lo miró a los ojos, severa, pero por algún motivo no pudo contener la suave caricia de su mano en la mejilla del joven antes de apartarse.
“¡Nada de Sienna! Te vas a la cama de inmediato” lo regañó, y lo sujetó del brazo antes de que Raeru pudiese desaparecer o escabullirse; ignorando las protestas del dragón, Sienna prácticamente lo arrastró hacia su cabaña con paso firme y secretamente apresurado. Podía sentir el calor excesivo emanando de la piel de Raeru, y no le gustaba nada.
“¡Sienna, basta! Estas exagerando, es un resfriado ¡nadie se muere por un maldito resfriado!” se quejó Raeru, que pese a todo parecía dejarse arrastrar. Sienna lo conocía lo bastante bien para saber que podría ser un arma letal allá afuera, pero jamás se atrevería a imponerse ante ella aún cuando Sienna fuera la dragona mas torpe en combate de todo Nüanor.
“En primer lugar, Raeru: SI te puedes morir de un resfriado mal atendido. En segundo, la sanadora soy yo, y si te digo que te pares de cabeza bajo la cascada, vas y te paras de cabeza bajo ella, ¡y sin quejas!” lo regañó la dragona justo cuando ambos llegaban a la casa de Raeru.
Usualmente, eso habría provocado una segunda oleada de discusiones, que posiblemente habrían terminado con la voz de Sienna oyéndose en toda la aldea mientras lo amenazaba con reclutar a Iuro a su causa. Si Raeru no podía contra ella, mucho menos si su hermano menor se unía a la discusión… en realidad, era algo tierno pensar en lo fácil que Raeru cedía ante la preocupación de su hermano… en todo caso, no fue necesario. Para sorpresa y preocupación de Sienna, Raeru se limitó a soltar otro suspiro ronco y abrió la puerta sin protestar, como si supiera que era inútil hacerlo o se sintiera demasiado cansado para ello. A juzgar por la fiebre, Sienna sospechaba lo segundo.
Una vez dentro, la sanadora se dirigió casi de inmediato hacia el pequeño fogón de la cabaña. El hogar de Raeru e Iuro era un lugar familiar para ella; se conocían desde hace tanto que la sanadora se sentía en la pequeña cabaña tan a gusto como en su propia casa… si debía ser honesta, le agradaba mas que su propia vivienda, aunque quizás eso se debiera a que le traía recuerdos, y a la constante presencia de uno u otro ëmuhni que le daban una agradable sensación de hogar.
El ronco sonido de la tos de Raeru la hizo volver a enfocarse en el asunto inmediato. Este no era momento para pensar en… lo que sea que estaba pensando. Sienna se aclaró la garganta y colocó una gastada tetera con agua sobre el fuego, para luego voltear hacia Raeru. El joven ya ni siquiera se molestaba en fingir normalidad, y soltó un gruñido dolorido al tiempo que se sujetaba el pecho. Mala señal.
“Deberías quitarte ese uniforme, te sentirás más cómodo” sugirió ella, sin notar el momento en que su voz pasaba del reproche inicial a un tono algo maternal que, según Kumar y sus desvaríos, solo usaba con Raeru. Muy tarde se dio cuenta de que la frase se prestaba a cierta… malinterpretación. El mismo Raeru pareció algo turbado un instante antes de recordar que era Sienna, eran amigos de años y la sanadora solo sugería usar ropa mas abrigadora, no… lo otro. ¿Desde cuándo Sienna se sentía incómoda con una maldita frase inocente? La dragona volvió a aclararse la garganta. “Te prepararé un té mientras tanto” añadió.
“Está bien… sabes dónde están las tazas” respondió Raeru, resignado, con cierto tono que Sienna no entendió, mientras se dirigía sin mucho entusiasmo hacia su habitación sin molestarse en cerrar la ancha puerta que servía de única separación.
La dragona no pudo evitar voltear justo cuando Raeru se quitaba la túnica negra de ëmuhni. Estaba de espaldas a ella, pero aún así Sienna sintió un sutil nudo en la garganta que nada tenía que ver con la –envidiable- figura del dragón. Podía ver las cicatrices, resaltando pálidas y claras en la piel morena del joven; ella había atendido la gran mayoría, y casi podía recordar como y cuando había recibido aquel sutil corte en el costado, o el otro mas largo a media espalda… aquella extensa marca que iba del omóplato izquierdo, subía por el hombro y, aunque no podía verla, bajaba hasta parte del pecho y el cuello. Esa había sido la primera vez que Sienna había temido perderlo, la primera vez que había sentido ese nudo de inquietud y miedo en el estómago que normalmente prefería ignorar. Unos centímetros mas arriba o abajo, unos minutos mas tarde, y…
Raeru volvió a toser, y la sanadora aprovechó la distracción para volver a encaminar sus pensamientos. Sienna se regañó a si misma mentalmente por quedarse mirando como idiota. Raeru era atractivo con cicatrices o sin ellas, eso podía reconocerlo, pero de eso a quedársele mirando como adolescente tonta había una gran diferencia. Aquel camino era peligroso.
Para cuando el joven había terminado de cambiarse, Sienna ya se las había arreglado para ignorar la puerta abierta, buscar una taza y vaciar en ella una mezcla de hierbas medicinales para la fiebre, que afortunadamente eran parte de las reservas que solía cargar en la bolsita que traía al cinto. Al parecer la fiebre estaba empeorando, pues Raeru ni siquiera hizo intento de escapar de la habitación, de modo que cuando Sienna entró en ella con la humeante taza, el joven estaba sentado en la cama.
“La gente normalmente cierra la puerta al cambiarse de ropa” comentó ella, mordaz, preguntándose si el dragón lo había hecho a propósito; se arrepintió un segundo después: Raeru no era para nada ese tipo de hombre, y ella lo sabía de sobra.
“Se averió esta mañana; planeaba repararla al volver” explicó Raeru. Por supuesto. Sienna asintió restándole importancia, sin saber de pronto qué le avergonzaba más: el creer que Raeru intentaba algo, o el haberse puesto en evidencia. “¿Acaso estabas espiándome?” preguntó él a continuación, como era de esperarse.
“¡Por supuesto que no! Solo… me preocupa que huyas por la ventana” respondió ella, aunque notó el involuntario rubor que tiñó sus mejillas. Aquello le arrancó a Raeru la primera risa suave desde que lo viera ese día, de modo que Sienna ni siquiera pudo molestarse con él.
La risa de Raeru era extrañamente agradable, un sonido algo bajo y sereno que transmitía comodidad, o quizás era que el dragón no solía reír tan libremente con cualquiera, y aquello se sentía como un gesto de confianza y familiaridad… lástima que la enfermedad decidió interrumpirlo con un nuevo ataque de tos. Sienna respiró profundo y fingió indignación, al tiempo que le ofrecía la taza.
“Ten, bébelo. Te ayudará con la fiebre” aseguró ella. Otra de las cosas buenas de Raeru es que su terquedad terminaba cuando debía, y una vez estaba claro que estaba enfermo dejaba de resistirse a los cuidados de la sanadora. El joven aceptó la taza sin protestar y dio un tentativo sorbo, ahogando una mueca. Esta vez, fue Sienna quien rió en voz baja. “Nadie dijo que estar enfermo era fácil” añadió, burlona. Raeru puso los ojos en blanco pero, obediente, siguió bebiendo.
Ninguno dijo mucho después de eso. El resfriado y la fiebre parecían finalmente cobrarse su precio en Raeru, que se limitaba a sorber el té de hierbas con un sutil temblor que provocó en Sienna una mirada de preocupación. Es cierto que era un simple resfriado pero… algo dentro de ella odiaba ver a Raeru sufrir, por el motivo que fuera, y el no poder hacer mucho excepto dejarlo descansar no le gustaba. De pronto, su instinto tomó el mando pese a sus reservas, y se encontró cobijándolo con su propio chal para luego ayudarlo a recostarse, arropándolo con una calidez que, hasta ella notaba, provenía de algo mas que un simple afecto de amiga.
“¿Has comido algo?” preguntó con voz suave, mientras acomodaba las mantas sobre la figura temblorosa de Raeru. El dragón se acurrucó entre ellas con urgencia, y negó con la cabeza. Típico. “Creo que vi algo en la alacena” comentó a continuación, mas para ella que para el joven, mientras humedecía un pequeño paño en agua y lo colocaba sobre su frente.
“No tienes… que quedarte…” susurró Raeru, medio dormido ya, con una voz tan ronca que no parecía la suya. Sienna le acarició un hombro por sobre las mantas.
“No seas tonto, sabes que no me quedo por obligación” le recordó ella. Al demonio la discreción. En esos momentos le preocupaba mas la salud de Raeru que cualquier posible sentimiento que quisiera ocultar.
“Pero…” protestó él. Sienna le sonrió, y esta vez pasó los dedos por su cabello en una caricia gentil. Su largo cabello negro emitía destellos azulados.
“Duerme. Te sentirás mejor pronto” le prometió ella, y tras cambiar una vez mas la compresa salió de la habitación.
No le tomó mucho improvisar algo de comida. Le había bastado con ver las reservas de carne de conejo en la alacena para decidir que un caldo era la mejor opción. A Raeru le gustaba mucho el conejo, fuera como fuera, de modo que Sienna añadió unas cuantas verduras, unas pocas hierbas aromáticas y especias y dejó que la comida se cocinara sobre el fuego. No quería dejar a Raeru solo mucho tiempo: aunque la medicina bajaría la fiebre, debía vigilar en caso de que empeorara; con lo descuidado con su salud que era aquel terco, podría ser. El clima fresco de inicios de otoño no ayudaba en la aldea.
Se sintió ridículamente aliviada cuando, al volver a la habitación, se encontró con que Raeru estaba profundamente dormido. Seguía temblando un poco, pero aun era pronto para decidir que aquello era mala señal, así que Sienna volvió a humedecer la compresa y se sentó junto a la cama. Con infinita paciencia –y algo mas que no quiso ni aventurarse a definir- la sanadora comenzó a pasar suavemente el paño por el rostro y cuello de Raeru, buscando aliviarle la fiebre sin incomodarlo mucho.
Sienna sonrió suavemente casi sin darse cuenta. Dormido, Raeru lucía tan apacible y calmado, ajeno a todos los problemas y situaciones de un clan que prefería dejarse guiar por un joven a asumir sus responsabilidades. El tono moreno de su piel, el suave roce de sus pestañas en sus mejillas, el ritmo acompasado de su respiración, la línea firme donde su cuello se unía a su torso… la dragona detuvo lo que hacía y tragó saliva, de pronto acalorada como si fuese ella y no Raeru quien sufría de fiebre. Turbada, volvió a colocarle la compresa en la frente y se apartó un poco, sentándose en una silla junto a la cama.
No debía estar pensando en eso. No debía mirarlo como lo hacía. Raeru era su amigo… solo eso podía ser. Sienna no se engañaba; ya había probado en carne propia lo que era el amor de un ëmuhni, la decepción y el dolor cuando terminara por cansarse de algo que tenía en versión mucho mejor fuera de la aldea. La sanadora no era fea, cierto, pero tampoco era precisamente una belleza deslumbrante, y tras el fiasco con el error anterior sus atributos físicos tampoco le parecían una ventaja.
A él siempre le habían gustado sus curvas… hasta que había encontrado algo mejor.
Sienna se sentía asqueada de pensar siquiera en comparar a Raeru con aquel imbécil. Raeru era amable, tranquilo, la miraba a los ojos cuando le hablaba y no tenía miedo de disculparse si se equivocaba. Pero… era tan difícil confiar. Raeru era guapo, mucho, y con un carácter que sin duda lo hacía deseable para cualquiera que lo mirara. Quizás, en el futuro, alguien daría un paso al frente y lo cautivaría, y Sienna no se sentía tan segura de querer arriesgarse de nuevo a ese dolor.
Su mente de sanadora era consciente de que aquello era una soberana tontería, pero su corazón no podía evitarlo.
Raeru se quejó de pronto, y pareció jalar aire con cierto esfuerzo. Sienna, preocupada, hizo a un lado sus sombríos pensamientos y se acercó. El dragón parecía estar soñando, y a juzgar por la mueca en su rostro, no era un sueño muy agradable; creyó escuchar la palabra ‘fuego’ mezclada con algo sobre su madre y su padre, y no le costó mucho intuir lo que soñaba. En esos momentos en que se encontraba débil, ese tipo de recuerdos solía surgir con frecuencia. Raeru contuvo el aliento, como presa de un llanto silencioso, y se retorció un poco entre las mantas de un modo que hizo que Sienna sintiera un nudo en la garganta. En un segundo, la sanadora estiró la mano y le acarició el rostro, dejando por una vez que sus confusos sentimientos tomaran las riendas.
“Tranquilo, duerme” le susurró, con la voz más dulce que podía emitir, y sintió un estremecimiento cuando Raeru volvió a quejarse y acercó más el rostro a su mano, rozando su muñeca con el cálido aliento de su exhalación.
De pronto sus manos se movían por iniciativa propia, pasando de la caricia en su mejilla a su frente, pasando los dedos por su cabello negro con un gesto suave, repitiendo una y otra vez el movimiento mientras le susurraba en voz baja que todo estaba bien, que estaba en casa, que nada le haría daño.
“Sigue durmiendo, no pasa nada… tranquilo” continuó ella, hasta que poco a poco Raeru dejó de debatirse, y sus suaves gemidos de dolor dieron paso a un sueño más tranquilo y apacible. Sin embargo, Sienna no se apartó. “Eres una tonta, Sienna…” murmuró para sí, pero en vez de volver a poner distancia se sentó a la orilla de la cama para vigilar el sueño del joven.
Sin dejar de pasar los dedos por su cabello, Sienna comenzó a cantar sin darse cuenta. Una costumbre que, como la risa de Raeru, no mostraba con casi nadie. Mirando el rostro del joven dormido, se preguntó si, quizás, debería lanzarse al vacío en un salto de fe.
No, no podía. No se atrevía. Pero… quizás…
Quizás.
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El amor del Señor me llevó a través del valle de la sombra de la muerte
Por Qian Jin, China
"Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento" (Salmos 23: 4).
Soy cristiana. Trabajé en un hotel. Un día, en el verano de 1997, acababa de almorzar cuando tres policías de treinta y tantos años aparecieron ante mí. Uno de ellos me señaló y dijo: "¡Tú, ven con nosotros"! Sin saber lo que había sucedido, le pregunté: "¿Por qué me estás arrestando"? Sintiéndome desconcertada, mi jefe y mis compañeros también preguntaron: "¿Qué ley ha infringido? ¿Adónde la lleváis"? Esos policías les gruñeron: "¿Qué ley? Ella cree en Dios. Sólo eso es razón suficiente para arrestarla". Entonces, me pusieron una capucha negra en la cabeza, me arrastraron, me empujaron fuera del hotel y me metieron en su automóvil.
Pronto me llevaron a la comisaría de policía, me esposaron y me encerraron en una habitación oscura. En ese momento estaba muy asustada y oré al Señor: "¡Señor! Tengo mucho miedo y no sé qué van a hacer conmigo. Señor, por favor, ¡quédate conmigo, protégeme! En el Santo nombre del Señor Jesús. ¡Amén!" Después de orar, mi corazón se tranquilizó un poco. Pensando en el maldito Judas que vendió a su Señor y a sus amigos, oré al Señor pidiéndole que me impidiera ser Judas. Poco después, un policía entró y me dijo ferozmente: "¡Di la verdad! ¿Cuántas personas hay en tu iglesia? ¡Dime sus nombres"! En ese momento, seguí orando silencioso al Señor y no pronuncié una sola palabra para él. Mi reacción hizo que él apretara los dientes furioso y me esposara las manos a la espalda, después encadenó mis pies y me colgó boca abajo. Después agarró mi cabeza y la golpeó contra la pared tan fuerte como pudo. Pero aún así, yo no dije nada. Al ver esto, el policía se marchó. Luego vino otro policía y me gritó enojado: "¿Hablarás? Di… ¿cuántos miembros hay en tu iglesia? ¿Cuáles son sus nombres? ¡Confiesa todos sus nombres"! Pero al ser interrogada yo no dije nada. Luego comenzó a insultarme: "¡Eres una mujer asquerosa! ¡No crees en el partido comunista! ¡Crees en Jesús"! Mientras maldecía, me quemaba los labios, la lengua y la garganta con cigarrillos encendidos y me miraba con desprecio, diciendo: "Llama a tu Señor Jesús para que te salve. ¿Por qué tu Señor no viene y te salva? Sólo puedes creer en el partido comunista. ¡Vamos, deprisa, dime sus nombres"! Sin importar cómo me interrogó, simplemente guardé silencio, por lo que el policía continuó quemándome los labios y la garganta. Después de esto, me cogió de la garganta con la mano izquierda y con la otra, salvajemente metió el bastón eléctrico en mi boca. Inmediatamente, una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo: mis músculos se agitaron brusca e incontrolablemente; mi boca, mi garganta y mi lengua estaban quemadas; la sangre salía de mi boca. Sentía como si las hormigas me mordisquearan y me atravesaran innumerables flechas… casi entro en coma. Aparte de esto, el policía arrojó agua hirviendo en mis cortes; el dolor era tan insoportable que no pude evitar gritar y entonces metió papel en la boca, para no permitirme gritar. Pero en mi corazón, seguí llamando al Señor: "¡Señor! Por favor sálvame, protégeme, prefiero morir antes que ser Judas. ¡Aleluya, Amén! "Después de orar, sentí algo de consuelo al pensar en las palabras del Señor: "Bienaventurados aquellos que han sido perseguidos por causa de la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí. Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros" (Mateo 5: 10-12). También recordé la escena en la que el Señor fue azotado y maltratado por los soldados, y crucificado en la cruz. Para salvarnos a los humanos, el Señor realmente sufrió mucho. Por lo tanto, debemos caminar por el sendero que el Señor había recorrido ya y beber de la copa amarga de la que él había bebido, y me merecía el dolor que estaba sufriendo hoy. Pensando en esto, tuve fuerza y sentí que mi dolor disminuía un poco. En este momento, el policía me sacó el papel de la boca y trató de forzarme una confesión; viendo que seguía sin decir nada, cerró la puerta y se fue.
Cuando el policía se fue, entró una mujer policía de unos cuarenta años. Al ver que todavía estaba colgada cabeza abajo, me bajó al suelo, me abrió las esposas para quitarme la ropa, luego me volvió a esposar a una silla de hierro, y me dejó tendida boca arriba. Después, pisó mis tobillos con unos zapatos de cuero y dijo ferozmente: "China es un país ateo. ¿Por qué crees en Dios? Sólo puedes creer en el partido comunista. Dime qué personas conoces, rápido; si no lo dices hoy, ¡te tendré atada hasta que mueras"! Mientras decía esto, me golpeaba en la cara, en el pecho y en el vientre con el bastón eléctrico. La corriente eléctrica hizo que mis músculos se contrajeran de nuevo y volví a sentir la tortura de ser mordida por las hormigas y atravesada por innumerables flechas. De repente, una descarga cayó sobre mi nariz y la sangre brotó de ella y también de mi boca. Al ver esto, la mujer policía usó un pañuelo para detener la sangre. Mientras hacía esto, ella abusó de mí: "¿Por qué tu madre te dio a luz? Desde que naciste, deberías haber disfrutado de la vida, ¿para qué creer en Jesús"? Entonces, ella se levantó y cogió el bastón eléctrico y lo clavó en mi sexo con todas sus fuerzas. Mientras hacía esto, apretó los dientes y dijo: "Te destrozaré el útero". Al instante, la sangre y la orina fluyeron y me desmayé bajo una angustia insoportable. No supe cuánto tiempo pasó hasta que me despertó el terrible dolor. Encontré a la mujer policía sosteniendo un cuenco a mi lado y mi cuerpo desnudo completamente empapado y dolorido (más tarde supe que ella había vertido agua con sal en mi cuerpo). En ese momento, me dolía mucho pero sólo pude derramar lágrimas silenciosas porque mi boca estaba bloqueada y no podía ni gritar. Luego, esa mujer policía me dio la vuelta para obligarme a recostarme boca abajo. Ella usó el bastón eléctrico para golpear mi cuerpo bruscamente y lo clavó en mi ano, yo sentí el dolor de mi ano destrozado. En ese momento estaba totalmente asustada pensando en que esa policía me iba a dejar morir. Pero seguí orando a Dios en mi corazón: "¡Señor! ¡Sálvame! No puedo soportarlo más. ¡Estoy muriendo! Sálvame!" Después de mi oración, las palabras del Señor flotaron en mi mente: "Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno" (Mateo 10:28). Yo estaba consciente. El gobierno del PCCh puede matarme, pero no puede matar mi alma. Además, es el Señor quien me ha dado este aliento y controla mi vida y mi muerte, entonces, ¿qué hay que temer? Pensando en esto, decidí comprometerme a no traicionar al Señor. Y, entonces, milagrosamente, como si mi cuerpo estuviera dormido, dejé de sentir dolor. Sabía que era la maravillosa obra del Señor: Él estaba mostrando su misericordia hacia mí y protegiéndome. Una indescriptible gratitud al Señor se agitó desde el fondo de mi corazón. También vi claramente por qué el gobierno del PCCh odiaba tanto a los creyentes en Dios. De hecho, era el Señor a quien odiaba, por lo que perseguirían cruelmente y cuasarían a cualquiera que crea en el verdadero Dios. Tal como dijo el Señor Jesús: "Si el mundo os odia, sabéis que me ha odiado a mí antes que a vosotros" (Juan 15:18). Mientras meditaba sobre las palabras del Señor, esa mujer policía comenzó a pincharme todo el cuerpo con agujas y no lo detuvo hasta las cinco p.m. Luego ella se fue.
Cuando llegó la noche, un policía de guardia vino a verme. Con zapatos de cuero, me pisoteó con todo su peso y me sonrió burlonamente: "¿Ahora sientes dolor? Bueno, si me dices los nombres te puedo convertir en policía aquí mismo". Tenía náuseas al verlo, sintiéndolo una bestia con ropas humanas. Yo sólo creía en el Señor porque quería ser una buena persona y no hice cosas malas; entonces ¿por qué me torturaron cruelmente? Realmente los odié hasta lo más profundo. Pero no pude hablar, solo le miré. Me azotó con un cinturón de cuero y no sé cuántos golpes me dio. Luego comenzó a derramar vino sobre mi cuerpo y al hacerlo, se rió salvajemente y dijo: "¿Por qué tu Señor Jesús no te salva? Si te hubieras casada conmigo, ya te habría abandonado". Después, me puso una inyección en la cadera con una aguja enorme y comenzó a desabrocharse el cinturón. Yo estaba muy asustada, pensando: ¿Qué va a hacerme? ¿Me va a violar? Lloré incesantemente y supliqué al Señor: "¡Señor! Por favor sálvame. Él es un diablo Satanás. Por favor, no permitas que me humille". Cuando terminé de orar, lo vi temblar y salir corriendo. Me di cuenta de que aquello era obra del Señor y sentía el calor del Señor en mi corazón. En poco tiempo, comencé a perder el conocimiento y no recuperé el sentido hasta la mañana siguiente.
A la mañana siguiente, a las ocho en punto, dos policías vinieron diciendo: "La hemos torturado duramente, pero ella no ha soltado ni una palabra. Realmente no hay nada que hacer con ella". Después de decir esto, salieron. Aproximadamente a las nueve, llegó un colega de mi esposo, diciéndoles: "Vengo a recogerla porque su esposo está en el hospital". Un policía me soltó y me dijo que me fuera. Pero no podía moverme porque todo mi cuerpo estaba hinchado; tampoco podía pronunciar ni una palabra, ni sabía dónde había puesto mi ropa la mujer policía, así que estaba totalmente desnuda. Luego me dieron un pedazo de tela para envolverme y me llevaron a un coche. Al ver que me estaba muriendo, el colega de mi esposo me llevó al hospital y estuve allí una semana, sobreviviendo gracias a una transfusión de sangre porque había perdido demasiada sangre debido a las torturas y ni siquiera podía tragar agua: mi boca y mi garganta estaban quemadas. Una semana después, pude beber un poco de agua y leche. Más tarde, dado que no tenía dinero para pagar mi tratamiento médico, mi corporación pagó el gasto total: 27.500 yuanes por mí, lo cual se debió al amor y a la misericordia de Dios. Después, salí del hospital para terminar de recuperarme en casa; en ese momento todavía sangraba mi sexo y mi boca. Después de llegar a casa, supe que la policía había saqueado mi casa y se habían llevado mi Santa Biblia. En poco tiempo, mi casa de alquiler iba a ser demolida, pero el líder de mi corporación me llevó a la corporación y mis compañeros se turnaban para ocuparse de mí. Todo esto me recordó a los Salmos 23: 4: "Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento". Pensé: sí. Fue la misericordia y la protección del Señor lo que me permitió salir viva de la comisaría de policía. Y ahora que estoy dolorida e impotente, el Señor envía a mis compañeros a cuidarme, dejándome ver su amor por mí y mostrándome que siempre me acompaña. Aunque mi cuerpo comenzó a recuperarse medio año después, los efectos secundarios me acompañaron durante 18 años: todavía salen coágulos de sangre de mi sexo (lo que supuso una menopausia forzada a los cuarenta años) y a veces mi ano todavía sangra. Además, a menudo me siento mareada, me duele la cabeza y mi mente también se embota.
No mucho después de dejar el hospital, la policía vino a mi corporación a buscarme dos veces y cada vez que preguntaban a mis líderes por mi paradero, simplemente respondían que yo no estaba allí, por lo que la policía dejó de venir. Habiendo experimentado la persecución y la tribulación, parecía haber caminado por el valle de la sombra de la muerte. Sé que fue el Señor quien personalmente me guió por ese doloroso camino y que fue el Señor quien me apoyó con su vara y bastón para que yo no desfalleciera. Y también he podido apreciar que la misericordia y el amor del Señor son genuinos y grandiosos.
Scripture quotations taken from LBLA. Copyright by The Lockman Foundation.
Fuente: Estudiar la Biblia
Leer más:Predica cristiana sobre la fe
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Stay - Capítulo 36
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Era un sitio de comida tradicional, y estaba en una zona cara, pero era un callejón un tanto solitario, por lo que esos comercios conseguían clientela sin muchas dificultades. Avanzó siendo guiado por una chica, pero le explicó que estaba buscando a alguien, ella le dijo que sabía quién era, así que entonces lo llevó hasta una zona más privada del lugar. Bueno, privado era un decir. Ya que solo una pared delgada distanciaba a los clientes regulares de aquella mesa que otorgaba más privacidad.
Al final de todo era un sitio bastante tradicional.
Se sentó y agradeció, se sirvió un poco de agua y acomodó las cosas de la mesa, denotando a sí mismo ese nerviosismo. Verificó que su teléfono continuara en silencio y entonces escuchó ruido camino hacia donde estaba, se movió un poco y se asomó por el pasillo, observando como un hombre con cabello naranja se acercaba mientras le murmuraba algo a la chica.
Con una simple camiseta negra, una sudadera militar y un ajustado pantalón de mezclilla clara, el causante de su situación camino hasta él.
Jiyong sonrió al mirarlo allí sentado, tomó asiento y limpió sus manos con paciencia, Seungri no pudo detenerse al tenerlo al frente, así que sus ojos no se despegaban de él y sus movimientos. Y mucho menos de sus labios cuando de su boca las palabras decidieron salir. —¿Te fue fácil encontrar el lugar?
Casi no había prestado atención a la pregunta, casi.
—Hoya conocía la zona —casi balbuceó.
—Es un sitio buenísimo, la hermana de Seunghyun nos trajo hace meses y casi me he vuelto cliente asiduo.
Sin darse cuenta estaba sonriendo. —Cuando te gusta un sitio no dejas de visitarlo. —Jiyong lo miró y le dio la razón.
Seungri no había olvidado sus manías.
La comida comenzó a llegar y todo era impresionante, lucía delicioso y Seungri estaba listo para comenzar a comer. —Debemos terminar todo —le aclaró con una mueca tierna.
El menor quiso ignorar a su corazón revoloteando, y al final pareció imposible, tan solo movió su cabeza e inicio con el cangrejo en curry. Comieron casi en silencio, salvo por las sonrisas y expresiones de gusto por la comida. Si algo los unía mucho, solía ser la comida, ambos tenían gustos parecidos y adoraban probar cosas nuevas.
Ese detalle lo hizo sonreír por milésima vez en la noche.
Seungri quería preguntar muchas cosas, desde saber cómo estaba su familia, hasta Youngbae y sus amistades. Sin embargo, sabía que quien tenía más preguntas era él, así que se mantuvo callado en cuanto a temas de ese aspecto, hablaba sobre comida o poco más, esperando que Jiyong no lo viera de forma esquiva o temerosa.
Se preguntó por un segundo cuánto en esa noche podría avanzar, y si lo hacía, ¿iría en beneficio de ambos? La verdad era que Seungri no estaba seguro de lo que había decidido, primero se decidió en dejarlo solo y no verlo más. Pero cuando el mayor se cruzó en su camino, allí todo comenzó a derrumbarse, y luego apareció en ese avión. ¿Era destino? ¿Eran coincidencias?
No podía responderse nada en ese momento.
Y lo inevitable llegó, la comida se terminó y la cuenta fue pagada por Jiyong, quien se levantó y le hizo una seña para hacer lo mismo, no dijo nada y lo siguió con calma. Salieron del local y Jiyong se colocó el gorro de su sudadera, Seungri comenzó a pensar en que estaba resfriado desde esa noche, puesto que el calor comenzaba a convertirse en calor de verano. Del que abochornaba y provocaba ir con poca ropa. Prefirió no comentar nada y continuó a su lado, dieron vuelta en una calle y una cafetería se apareció. Él caminó con confianza al entrar y se dirigió hasta la zona de arriba, la cual era privada y segregada. Se sentó en un sofá grande, él lo hizo en el que estaba de frente, ordenaron algo y recibieron las bebidas, quedándose por fin en cierta paz.
—Puedes preguntar, lo que sea, tienes una expresión de conflicto —"que detesto ver en ti" completó para sí mismo.
Jiyong por su parte, sintió sus piernas débiles y prefirió dar un trago a su café, ignorando un poco el insomnio que aquello le causaría más tarde. Pensó en los miles de preguntas en su mente, las deshizo y dejo que las más urgentes estuvieran en su mente. Tokio. Los Ángeles. Seúl. Tres países con preguntas importantes. Se odió un poco y terminó por elegir una que le dejó sin sueño tantas noches.
—¿Por qué no te quedaste?
La expresión de Seungri era casi indescifrable, o al menos Jiyong no pudo detenerse a analizarlo, sin embargo, el menor comprendió que la respuesta de: "fue por protegerte" no le iba a ser suficiente. —Tenía miedo —musitó seguro. Las manos de Jiyong temblaron y su corazón se achicó, sintió su cuerpo tensarse al instante. —Cuando estuve secuestrado, estuve a nada de perderlo todo, la última vez que perdí el conocimiento sentí que iba a morir. Mi cuerpo no dio más. Mi propio espíritu se vio ausente. Sentí que reviví cuando desperté en el hospital, y no pude concebir lo que había pasado... ¿Cómo podía yo todavía aferrarme a algo? —esbozó una sonrisa amarga y su voz cambió de tono muy levemente— suelo ser terco, y pensé que necesitaba estar solo. Y entonces nada me importó. —Mantuvo silencio y comenzó a sentir como ahora él estaba cargando con el peso de esa confesión —Alcancé los puntos más bajos de mi vida, más de los que te había contado en algún momento, llegaste cuando estaba perdido, naturalmente no pude aceptarte. Mi cuerpo quemaba, mi corazón palpitaba furioso, y, sin embargo, te dejé ir —su mirada tenía un brillo doloroso y sus manos estaban presionadas contra sus rodillas, cada palabra le dolía. Seungri estaba siendo sincero y estaba abriendo ese lado que probablemente no quería volver a recordar.
—No sigas —tajó, sintiendo que no debía hacerlo sufrir más.
Seungri suspiro y junto sus manos. —Lo importante es que te apareciste de vuelta. Y fue tal cual Jonghoon me lo dijo: "quien sea que está destinado a estar en tu vida, siempre será atraído de vuelta a ti, sin importar qué tan lejos este" —el consejo era muy parecido al de Youngbae, al final las cosas tenían que ser muy complicadas para ser consideradas destino. —Cuando pisé Seúl, me prometí no saber de ti, me alejé de todo por completo, ni siquiera tenía un teléfono. Luego te encontré esa tarde, y me repetí que debía estar lejos. Pero algo o alguien no lo comprendió, y te apareciste una vez más cuando abrí la puerta de ese baño —lo miró fijamente, leyendo cada destello en sus ojos oscuros— hablé con Jonghoon esa noche, y me dijo que si había otra vez... debía ceder. A mi corazón e instinto.
—El avión fue la casualidad más absurda posible —completó.
—Así es. Era el último sitio dónde te imaginé, incluso le había dicho a mi abuelo que no estaría en su evento, por miedo a crear yo una casualidad y verte allí. Créeme —lo miró de la misma forma intensa— créeme que no hay cosa que desee más que tu felicidad, Ji. Y si en tu felicidad, tú me has imaginado alguna vez a tu lado... entonces permíteme pedirte otra oportunidad. Porque siento que la vida se me va al tenerte frente a mí y no ser capaz de tomar tu mano o acariciar tu mejilla —el mayor apartó la mirada y sintió sus ojos arder.
Su pecho dolía.
Todo su cuerpo ardía.
Seungri estaba siendo la persona más honesta que Jiyong pudiera recordar, su mirada era todavía triste, salvo que ahora tenía un brillo de esperanza. Sus manos también temblaban levemente, y su rostro estaba casi sonrojado. Se preguntó cuántas veces lo había imaginado a su lado, cuántas veces se había imaginado a sí mismo siendo feliz con él. Cuántos eventos en compañía de sus amigos, cuántas madrugadas a solas en su azotea... Seungri a su lado era un pensamiento recurrente. Y luego de los encuentros, las emociones despertaron con más fuerza, y tal como él lo había descrito. Sentía que la vida se iba cuando lo tenía tan cerca, cuando solo la ambigüedad los separaba y cuando acercarse era su deseo más grande.
Jiyong lo quería de vuelta.
Jiyong no había dejado de amarlo ni un solo segundo de esos años.
Y sin darse cuenta, Seungri estaba inquieto y ansioso en su lugar, por ende, las palabras surgieron una vez más. —Si una respuesta es muy abrumante en este momento, toma la noche, toma el día de mañana... solo piensa esto, y dime por favor si el dolor está solo conmigo.
Mordió su labio y no pudo responder la petición, en cambio solo atinó a ponerse de pie. —Camina conmigo —murmuró solo para que él lo escuchara.
El café fue dejado de lado, el camino se fue extendiendo y la cercanía a su casa se aproximó, ya que en realidad la locación que había dado era más que cercana a su edificio, así que esperaba no abrumarlo tanto con el camino.
La noche les regaló un calor más acogedor, los cerezos florecían con suma belleza, y los pétalos adornaban la calle por la que caminaban en silencio. Todo el momento le recordó a esa cita en el río Han, cuando Seungri le pidió de forma torpe que fueran novios, cuando caminaron por la noche mientras sostenían sus manos. Hablando sobre sus viejas relaciones y lo que significaban los celos. El día del suéter naranja que tanto adoraba, y el día de los besos en el parque a oscuras. Una caminata tan especial en otoño, dónde las hojas crujían a sus pasos y el frío los obligaba a acercarse más. Sonrió ligeramente y pensó en lo mucho que quería pasar cada temporada a su lado, caminando durante todos los cambios del clima.
Dejando pasar los años, juntos.
Mantuvo el paso lento y lo fue frenando cuando el edificio les dio luz, abrió la puerta y le indicó que pasara. Era algo tarde, quizá pasaban solo de las diez, por lo que esperaba sus padres no estuvieran aun en el lugar. Presionó el botón del elevador y continuaron en silencio. Aclaro su voz en la subida y sintió que debía estar torturando al menor de la peor forma.
Miró las puertas abrirse y supo que todo terminaría por fin.
Estuvieron de pie en el mismo lugar que el día lunes, sin embargo, Jiyong en esa ocasión lucía diferente, cosa que Seungri parecía no ver. Se detuvieron a medio pasillo y el mayor dio un paso hacia él, Seungri lo miró más que atento. —Hay algo que me puso a pensar mucho en ti, cuando me hacía odiarte para poder olvidarte, y es que recuerdo tu miedo al fracaso. Recuerdo tu mirada en esa noche, como si hubiese sido ayer, esos ojos intensos y la forma en que sin dudarlo me dijiste que tu mayor miedo era el fracaso —Seungri no respondió nada— cuando noté que había muchas cosas que ocultabas, me puse a pensar en las probabilidades de que todo fuera a causa de ese miedo. Y no me gustaba sentirme así de lejano a ti, no me gustaba no saber cómo ayudarte o que no me dejaras escucharte.
El menor escuchó atento. —No puedo negarte nada de eso, sigo teniendo miedo de fracasar. Pero estos años no hice más que eso, fracasé en todos los aspectos, contigo, con mi familia, amigos... y, sobre todo, fracase conmigo mismo. Y si bien no quiero volver a pasar por eso, ahora estoy aprendiendo que hay personas de confianza conmigo, y que contar mis problemas puede evitar mi fracaso. No solo te pido una oportunidad de ser tu pareja Ji, te pido que me dejes compartir mi vida contigo y que tú lo hagas de vuelta. No quiero un noviazgo, quiero una relación, y no podré tenerla si no es contigo. Quien ha escuchado mis temores y quien me ha motivado a mejorar mi vida.
Seungri era tan frágil, tan sensible y puro, que parecía imposible que ese hombre pudiera transformarse en el presidente del grupo Lee, en ese hombre frío en cuanto a los negocios. Era algo increíble.
Bajó la mirada y tomó sus manos con las suyas, las sostuvo un momento y las levanto hasta su pecho, las acarició suavemente contra las suyas y sintió que habían pasado décadas desde que había podido hacer eso. —Si tomo tu mano, no te dejaré ir —alzó la mirada y entonces lo miró muy fijamente—. Si te miro a los ojos, no miraré hacia otro lado. —Jiyong se permitió acercarse más, pegó su frente a la suya y cerró los ojos, respirando su aire y casi escuchando los latidos de su corazón agitado— Y si beso tus labios...—sus palabras se cortaron al momento en que sintió los labios de Seungri acercarse, eran suaves y cálidos, se pegaron en los suyos y se quedaron menos de un segundo pidiendo permiso para continuar. Jiyong lo besó para aliviar el dolor de los dos, continuó con los ojos cerrados a pesar de sentir una lágrima correr por su rostro, abrió la boca y permitió que el beso se prolongara. Habían sido años en que no sentía un simple beso de aquella forma. Las manos de Seungri bajaron hasta su cintura de forma natural, él lo permitió y pasó las suyas sobre sus hombros.
El pasillo se llenó de sonidos vulgares, respiraciones entrecortadas y jadeos por la prisa que dos amantes tenían al reconciliarse.
—No voy a irme —musitó el pelinegro cuando se separó un segundo y le besó una mejilla, deshaciendo esa lágrima que había rodado— puedo jurar que jamás voy a dejarte —le repitió al besar sus labios de vuelta, para luego besar su frente de forma tierna— te adoro con mi vida Jiyong —sonrió como un tonto y dejó que sus lágrimas lo vencieran otro poco.
Seungri por su parte hizo lo mismo, convirtiéndolos así en dos llorones en medio de un pasillo casi oscuro. Las manos de Jiyong le limpiaron las lágrimas y lo besaron de la misma forma en que el menor lo había hecho, salvo que este se enfocó en dejar el último beso para sus labios. Los que no quería dejar en paz.
Por Dios, no podía ni comenzar a explicar lo feliz que se encontraba.
Seungri dejó su rostro en su cuello y lo abrazó con fuerza, soltó una risita y correspondió el abrazo tan fuerte. Lo tenía en sus brazos, luego de años, luego de todo. Seungri estaba en sus brazos y no quería irse. —Esta vez sin secretos Ji, te juro que no te ocultaré nada —le susurró.
Regresó a mirarlo y asintió con una sonrisa amplia, tomó sus mejillas y dejó otro beso en sus labios, sin duda no iba a cansarse de ello. Volvió a abrazarlo y cerró los ojos al estar siendo envuelto por esos brazos y al estar respirando su aroma, él era su persona, sin más rodeos. Seungri era quien estaba destinado en su vida, era el amor de su vida y algo más todavía.
Mientras se dejaba caer en todas las emociones, se percató de que el elevador hizo un ruido y las puertas se abrieron, Seungri reaccionó y lo separó apenas unos centímetros, él dando la espalda a quien salía de allí. —Noona —Jiyong musitó con esa sonrisa que parecía ser imborrable.
Ella lo miró inquisitiva y curiosa por la cercanía con la persona allí en el medio, quien para sorpresa de Jiyong, se dio la vuelta y reverenció de forma educada. —Oh, Seungri-shi —le respondió aún más confundida.
—Amm... nosotros, volvimos —dejó la última palabra con un rezago de duda.
Pero entonces Seungri deshizo esa confusión al instante. —Nosotros estamos saliendo —musitó con una sonrisa tierna, esa que lo hacía parecer un niño inocente.
Dami deambuló entre los dos y reprimió una carcajada. —Bien, así tendrás cita para la boda —prefirió mencionar, notando que probablemente los había interrumpido en un momento en dónde ni siquiera sabían qué eran aún.
—Va a casarse la próxima semana —le explicó al pelinegro.
—Felicidades —comentó alegre.
Ella aceptó la felicitación y continúo divertida con la situación. Ya era claro que los había interrumpido, los dos tenían los ojos y labios brillantes, además de que la cercanía era evidente. Sin embargo, no podía dejarlos allí, ya que sabía que sus padres iban en camino. —Bueno, no quiero echarlos, pero a menos que planees presentarlo, creo que deberían de moverse de aquí.
—¿Ya vienen? —recibió una confirmación de su hermana— entonces bajemos, no creo que sea prudente presentarlos ahora mismo, ¿no?
Seungri parecía no tener mucho conflicto con eso, pese a ello, Jiyong insistió en que sería mejor que se movieran de allí, así que lo llevó al estacionamiento y le pidió que llamara a Hoya. Por mientras Jiyong lo hizo ubicarse en la zona más alejada y a solas, dónde su Lamborghini se ubicaba. Seungri terminó de enviar los mensajes y sintió la mirada de Jiyong fija en él, lo guardó y le dio un beso rápido.
Se sonrojó inevitablemente, desvió un poco la mirada y se recargó en su auto, pegó la espalda y guardó sus manos en sus bolsillos, simplemente contemplando la vista frente a él. —¿Cómo sé que esto no es un sueño?
El menor se acercó y dejo sus pies entre los suyos, quedando muy muy cerca. —Si es así, me alegro de que estemos soñando juntos entonces —Seungri se aproximó otro poco, y por instinto le hizo cerrar los ojos, sin embargo, sus labios apenas y se quedaron entreabiertos, estos rozaron ligeramente los suyos y dejaron un beso casto en la comisura derecha. Pasaron así su camino hasta su mejilla y dejaron otro beso allí, Jiyong jadeó en silencio y dejó caer un poco su cabeza hacia atrás— no sé cómo es que pasamos tanto tiempo separados —susurró prácticamente en su oreja.
Envolvió sus manos tras su espalda y lo pegó a su cuerpo, lo necesitaba como jamás lo imagino, Seungri bufo una sonrisa en su cuello y se dejó envolver. —Y míranos ahora, siento que no podré soltarte.
—Si no fuera por tu familia, te llevaba a mi departamento y no saldríamos en días.
Jiyong soltó una risita. —Suena tan tentador —admitió, en realidad pensando en si podría huir de su familia y llevarse al menor a su azotea. Tan, tan tentador.
Quiso decir algo más, pero la pierna de Seungri vibró. —Ese es Hoya.
—Qué rápido —susurró aún sin soltarlo.
Seungri lo observó con detalle, y lo dejó callado con eso, el pelinegro parecía perdido en él. Jiyong asumió que él se miraba igual. Se observaron unos segundos y al final el menor fue quien lo besó otra vez, un beso más cauteloso, lento y tierno. Podía sentir sus manos acariciando su cuello y la pasión con la que elevaba ese beso poco a poco. El sabor de sus labios seguía siendo el mismo, algo agridulce, algo que sin duda le hacía pensar en la pureza. Lo estrecho con más fuerza, si era posible, y disfrutó de ese beso hasta el último segundo.
Sintió un tirón y volvió a alar de él.
No quería dejarlo, pero tenía que hacerlo.
—Serán unas horas, mañana puedo estar aquí luego del trabajo —musitó entre sus labios apenas separados, Jiyong respondió besándolo otra vez—. Ok, ¿en la mañana te parece mejor? —y otro beso le hizo comerse sus palabras— ¿el amanecer entonces? —se rio una vez más y enterró su rostro en su cuello.
—Tengo que ir a un lugar, ¿puedes llevarme?
Seungri se movió y lo hizo mirarlo. —¿A esta hora? —preguntó extrañado, y con justa razón.
Asintió. —Necesito hablar con Youngbae —si el pensamiento de hablar con su mejor amigo ya lo perseguía, luego de eso se volvió aún más urgente. Quería contarle lo sucedido, quería compartir esa felicidad y terminar por fin con las preocupaciones de su casi hermano. Que supiera que estaba siendo la persona más feliz del mundo, y que...
El pelinegro besó su cabeza y entrelazó sus manos antes de hacerlo moverse. —Vamos —... y que su persona estaba de regreso, para quedarse.
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El edificio
Casi no me reconozco cuando me miro al espejo. En unas semanas sin dormir se me hundieron los ojos, me cambió la piel y ya casi nadie me reconoce. Llego a mi departamento y no encuentro la manera de dormirme. Siento que ya probé todo, no hay remedio. -¡Intérnenme! -pienso una vez mas, cuando termina el día. Quiero teletransportarme a mi cama ahora que tengo sueño, pero eso todavía no existe y camino resignado hacia el subte. Hago como rebaño el mismo camino de todos los dias. La ciudad se vuelve hostil. Una mujer me mira desde atrás, siento sus ojos. Al sentarse al lado mio en el subte, calcula mal un paso y cae sobre mi pierna derecha. Se desliza por mi pierna hasta que cae sobre al asiento. No me aprieta, no es un golpe ni me duele; siento calor y cercanía inesperada. -Disculpame. -No te preocupes. La observo mas, porque es una mujer linda, aunque intentando que no se de cuenta. Vestida de algodón es lo que mis amigos llamarían una Milf. Tiene curvas desparejas pero prominentes. Tiene unas tetas enormes y redondas sostenidas por un corpiño con arco, con cuerpo, armazón y todas esas ridiculeces que le ponen a los contenedores de tetas para que las tetas parezcan redondas y perfectas. Tiene la piel cubierta por una remera de manga larga, negra y gris, pegada al cuerpo y tiene tremendo escote. Su calza negra la disfraza desde la cintura hasta los pies. No miro sus pies pero imagino que lleva zapatillas deportivas, Nike, Puma o Adidas. Todo eso, sumado a su pelo teñido de rubio crecido, me hace pensar en una ama de casa separada hace pocos años, que está al acecho, siempre seductora, buscando otro marido adinerado que le mejore su ingreso mensual que está percibiendo de su exmarido y que se viste con ropa deportiva para hacer ejercicios, pero también para que la miren. Con la misma ropa va al supermercado, a la ferretería o al subte, sin cuestionárselo en lo mas mínimo, porque en cualquier lugar puede aparecer ese príncipe adinerado y siente que todo ese combo, atrae a los hombres. También pienso que es todo un disfraz para distraer la atención y que en realidad es algún tipo de espía encubierto. “No te preocupes” me repetí, mientras seguí leyendo. Me desconcentro de las palabras por las que pasan mis ojos. Su imagen fugaz en el rabillo del ojo y el roce con mi cuerpo al sentarse me dejaron disperso, inestable. Sigo leyendo algunas líneas varias veces, creo que estoy leyendo varias veces la misma línea. Cabeceo de sueño, quizás de confusión de ese mundo extraño. Después de cabecear levanto la cabeza y me veo rodeado, me atosiga la gente a mi alrededor y busco ojos en los que fijarme para no dormirme. Nadie me mira y yo me confundo mas y mas. Sigo buscando alguien o algo en lo que fijar mis ojos. De repente todo se invierte y siento que todos me miran sin decirlo, sin decirlo con sus ojos al menos. Siento que yo los miro y al dejar de mirarlos me miran, me relojean controlándome. Pienso en “The Truman show” una vez mas, ser ese centro para el que todos actúan la pantomima. Pero mas que eso, me siento vigilado por una especie de swat del bandidismo callejero que sale a buscar víctimas para robarles. Presiono mi mochila con mis pies, toco mi celular con la mano izquierda y sigue ahí; quiero tocar mi bolsillo derecho donde está mi emepetrés sonando, pero pienso que voy a rozarle la pierna a la Milf y me dá miedo. Miedo de que note que el roce es caluroso y que vea desde donde está, como se me va parando la pija. Todo eso pienso, toda una serie de ideas excesivas en el transcurso de una estación a la siguiente: estoy mal. En ese momento llegando a la estación, la pechugona se para a destiempo, de nuevo a destiempo, la frenada del subte hace que se vuelva a caer sobre mi, pero ahora un poco mas fuerte, ahora rozándome mas y apoyándome la mano izquierda sobre el cuello, buscando no caerse y no entregarme súbitamente todas sus virtudes. Siento eso muy caliente, como si lo hiciese a propósito. También siento que mi pija se pone dura y al buscar sus ojos muerto de vergüenza a ver si me esta viendo, ella esta fija sobre mis ojos. –Disculpáme, que torpe… -me vuelve a decir Instantáneamente recuerdo algo que escuché varias veces, sobre gente que sale a robar y deposita un polvo en la piel de la gente, en las manos o donde fuese, un polvo que los desmaya, les quita la voluntad. Es un robo que se hace de a dos, que está coordinado, uno muy buen actor, logra generar algún contacto, pero con buena onda y es otro el que se acerca a socorrer -que es en realidad aquél que se acerca a robarte silenciosamente, o quizás a raptar, desnudar y violar-. Son como dos policías buenos, pero que en realidad son dos policías malos. Dos ladrones en realidad que te roban con buena onda sin que te enteres de nada. Pero no imaginé que ella fuese a violarme, creo que no hubiese sido necesario aquel polvo mágico para convencerme. Mi mente adormecida vuelve a ponerse paranoica y vigilante. Siento náuseas, calor, mareo, pero todo, todo, todo, puede ser mi sugestión y mis pocos meses de sueño. Hace semanas que la náusea me acompaña lealmente, me acompañan las ganas de vomitar todo este cansancio. Me pongo alerta y vuelvo a ver el bandidismo rodearme. La mujer en cuestión espera la apertura de puertas mirando hacia fuera. Veo una leve sonrisa en su boca, no se si porque su caída fue adrede o porque ella también se humedeció al sentir mi cuerpo y el calor la hace sonreír o si en realidad es la manera de disimular la aplicación del polvo adormecedor. Quizás simplemente me ve observarla y le causo gracia. Respiro y pienso que si el polvo me hace dormir ¡puede ser mi solución! ser robado… qué más da, si puedo tener un poco de tiempo de sueño, aunque sea ahí tirado marginalmente entre los pies de gente en el subte; ya estoy resignado. El miedo es mas fuerte. Vuelvo a mirar a mi alrededor y no puedo enfocar, no puedo ver a aquél que sería el que me va a robar cuando me desmaye. Respiro profundo, muy profundo, como si hubiese perdido la habilidad de respirar sin pensar hacerlo y como si no lo hiciese concientemente me fuese a morir. Me paro de repente con intención acusatoria, pero sin emitir palabra. Solo un señor se percata de eso porque gira su cabeza bruscamente hacia mi. Parece que yo voy a decir algo o a comenzar algún tipo de performance, de canto publico a todo volumen en el subte y se queda esperando mis palabras, pero yo solo necesito respirar sin estar presionando mi panza en el asiento, y no comienzo ningún discurso. Se abren las puertas. Veo como la pechugona se va haciendo vaivén con el culo y eso me calma, el movimiento me hipnotiza y creo que cabeceo de nuevo. Solo fue un roce de subte, solo unas curvas me amenazaron. No me desmayé, no pasó nada de todo lo que imaginé -y deseé, en el fondo- y vuelvo con mis pasos de piedra las cinco cuadras que me separan de mi casa. Camino derrotado como volviendo de la guerra, la guerra que es cada día sin dormir. Una vez mas siento que hoy va a ser el día que voy a dormir, porque siento que me duermo mientras camino. Apuro el paso para llegar con este sueño hasta mi cama. Camino las cinco cuadras casi desmayándome, y llego. En los últimos pasos, al llegar a la puerta de mi casa, algo me arrebata el sueño de nuevo, no sé como explicarlo. Como si mi sueño fuese un fantasma pegado a mi cuerpo que teme a al ascensor, o teme a los cristales que separan el exterior de mi edificio con el hall de entrada, o teme a algo que yo no sé claramente. Y aquél fantasma llamado sueño se separa de mi y me observa irme, muy despierto, por el ascensor. Y él, se queda resignado, me espera ahí sentado en la vereda, cabizbajo hasta mañana, lamentándose por no poder regalarme un buen descanso. Se queda ahí hasta que yo salga de nuevo.
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