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andperseo · 7 years ago

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SAINT SEIYA PRIMORDIAL. LOS DÍAS PERDIDOS

Pues por fin pude escribir algo, más tarde lo editaré y subiré a ff.net y ao3 si es que encuentro mi vieja cuenta (for real, creo que la abrí hace 10 años). No es nada del otro mundo, pero me ayuda a concentrarme en semana de exámenes.

En sí es el primer capítulo de un fanfic largo (que seguramente nunca escribiré). La canción al final es “Dissolve Girl” de Massive Attack.

Como cada 243 años Atenea se enfrent�� al señor de la muerte por el futuro de la Tierra. Pero entre batallas y sacrificios, no todo se trató de los grandes héroes. Por el contrario, fueron pequeñas historias de guerreros errantes las que al final dieron forma al futuro.

Vagabundo

Este dolor algún día te será útil

Ovidio

Desde que perdió su hogar, la protegida de la constelación del Camaleón vio pasar lentamente los días. Había perdido la fe cuando aquella revuelta interna costó la vida a su maestro, Albiore de Cefeo, y aunque los caballeros de bronce habían logrado vencer y reestablecer la paz, parecía no ser suficiente; ser un santo carecía de significado.

Cuando todos fueron convocados en la guerra contra Hades, aquellos cuyo poder era insuficiente o su voluntad titubeaba, como ella, fueron enviados a contrarrestar amenazas lejanas, mientras los grandes guerreros entraron al inframundo a salvarlos.

En el Santuario se decía que algo había cambiado en aquella batalla, se murmuraba que Seiya y los demás habían visto algo en aquel lugar, que al regresar no fue en plenitud de sus fuerzas y que alguien había sido herido de gravedad. Toda la orden esperó que regresaran a Grecia a tomar las armaduras de oro, mas luego de un año no lo habían hecho. Por su parte, Atenea había permanecido en Oriente.

Sin embargo, con o sin ellos las cosas no se detenían, los que quedaban se mantenían dispersos en misiones respondiendo a los conflictos que surgían cada día desde el final de la batalla.

June misma quiso ir a Oriente cuando supo de su regreso, deseaba ver a Shun, lo último que tenía en el mundo. No obstante, hacerlo significaba también volver a una lealtad fracturada, por lo que pospuso esa visita y la respuesta a los llamados desde Grecia, hasta que uno llegó bajo un nombre más que conocido: Marin la necesitaba.

Camaleón era consciente de que no podía evadir su deber por siempre, así que regresó al Santuario. No era como lo conoció, aun tras la victoria, había en el aire un sentimiento de derrota y abandono; Shaina y Marin se ocupaban de los aprendices, mas sin un líder y una élite era como si la orden muriera.

En aquel lugar June encontró a Marin de Águila ya esperándola mientras se hacía cargo de los pocos nuevos reclutas.

-Tardaste menos de lo que imaginé –la santa de plata conservaba una voz llena de autoridad incluso en los peores tiempos.

-Lo lamento, Marin, no pude ofrecer la obediencia ciega que se necesita en una amazona...

Marin negó moviendo la cabeza lentamente.

-No serás la primera ni la última en dudar, es una vida dura. Estás aquí y no puedes actuar como un nómada, tienes talento y te entrenó un santo honorable como pocos. Nuevamente Atenea nos necesita a todos, puedes alejarte del Santuario mas no renunciar. Sí, tu isla fue una baja en la guerra, en eso tampoco eres única, todos hemos perdido algo.

June la vio avergonzada y al mismo tiempo llena de pesar. El águila avanzó entre las ruinas sin prestarle mayor atención.

-Tengo una misión para ti, ya que dejaste tu máscara mientras tomabas una decisión, podrás ir a lugares donde Shaina o yo no.

-¿De qué se trata? ¿A quién buscaré esta ocasión?

-A las discípulas de Hestia. Siempre hemos sabido de ellas y luego de la guerra santa amenazaron con cortar lazos, algo que Atenea no desea. Nadie las ha atacado desde que se tiene memoria, pero confían más en las mujeres, por lo que iremos cada una a sus altares principales llevando un favor de Atenea. Irás al que está aquí en Grecia.

-¿A dónde irán ustedes?

-Yo iré a Asia y Shaina a África, estrictamente a Cartago.

-¿Todavía usan los nombres antiguos? –Camaleón se mostró sorprendida.

-Ellas sí.

-Es cercano a donde nací, podría ir yo y…-June dudó.

-No, son las órdenes que recibimos –Marin se detuvo y suavizó su tono-. Escucha, todo estará bien, encontrarás tu camino. Todos nosotros lo haremos en algún momento, por ahora somos sólo humanos viviendo las consecuencias de conflictos que nos superan.

June se quedó sin palabras.

-Sé que no sirve de mucho decirlo… lamento que no volvieran, que no regresara… -Camaleón titubeó al terminar de decirlo, era todavía una herida fresca para todos.

-Siempre fue una posibilidad. Era su deber, así como el mío es permanecer. Y el tuyo es seguirme –Marin guardó silencio un instante como si temiera que su voz se quebrara-. ¿Conoces los refugios de Hestia?

June nunca había estado en lo que otras órdenes llamaban un refugio, el territorio neutral donde sin importar el dios que les protegiera podían recuperarse de sus heridas bajo el manto de la Diosa del Hogar. Era un lugar como salido de las historias que Albiore les contaba sobre el mitológico comienzo de las órdenes; una vieja posada junto al mar llena de santos heridos, reunidos en grupos pequeños y sin hablar unos con otros, todos cubriendo las cajas de sus armaduras.

Con que era cierto, había más órdenes y eran diferentes a lo que conocía, desde su aspecto o la manera de hablar, incluso sus gestos permitían distinguirlos; algunos lucían como griegos comunes, mientras que otros todavía portaban sus ropas de siglos atrás.

La amazona avanzó por la entrada cargando la caja de su armadura, bien cubierta para no delatar su origen. Por la misma razón tomó la precaución de no usar su máscara. Vestía para no llamar la atención, sólo botas, pantalón oscuro, camisa blanca y su cabello sujeto en un rojo lienzo etíope. Apenas podía disimular su sorpresa ante tal recinto; a su propia forma era maravilloso poder presenciar aquello: la gran familia de guerreros destinada a matarse.

Una ninfa morena como salida de la Grecia clásica la vio y fue corriendo hacia ella, sin duda se trataba de una de las Hermanas de Hestia. Sin pudor alguno se acercó y sujetó el rostro de Camaleón con dulzura.

-Siempre quise ver el rostro de una santa de Atenea, pero ustedes eligen ocultarse -miró la cara de June por varios ángulos–. Soy Olimpia, fui enviada a recibirte.

-Traje lo prometido por mi Diosa –June se puso de rodillas y ofreció el cofre que le había sido encomendado.

-¿Eres de su Santuario? ¿Dónde naciste? Tu acento es extraño y eres alta –aquella mujer hablaba demasiado rápido y parecía emocionada de tenerla ahí al recibir aquel presente.

-Nací en la Isla de Andrómeda, en Etiopía.

-Oh, la sangre de Perseo y la princesa -la mujer sonrió tierna-, ¿es cierto que no quedan muchos?

-Sí –la amazona volteó el rostro.

-Es una pena –la ninfa sujetó ahora el rubio cabello de su visitante con curiosidad-. Las órdenes de mujeres cada vez nos visitan menos, se quedan en el Viejo Mundo, y nosotras… siempre solas en esta antigua tradición… –se inclinó hacia la guerrera y viéndola a los ojos tomó sus manos-. Por eso Atenea nos envía mensajes y compañía. Promete que te quedarás un tiempo, después de todo, hace mucho se decía que donde esté mi diosa es el único hogar verdadero.

Para June fue como si removieran un deseo profundo y respondió sin dudar.

-Si eso es cierto, juro que lo haré.

-Bien, las bondades de La Doncella se extienden a todos los santos, este es un lugar neutral ajeno a todo conflicto -Olimpia fue clara-. Las reglas son sencillas: no puedes revelar a qué orden perteneces, no puedes portar armadura, y sobre todo, no puedes derramar sangre.

Así pasaron los días en aquel oasis. June dejó de llevar consigo la caja de su armadura, y se entregó a la sensación de tranquilidad observando a la llamada Hermandad realizar las labores propias del lugar y los aprendices correr alrededor de ellas; eran inocentes como quien no ha visto batallas, Camaleón creía que tenían la misma mirada pura que Shun, ojos con los que en ocasiones todavía soñaba. Como cada mañana, aunque no podía evitar una punzada de dolor al despertar recordando su isla, se permitió jugar, reír y bromear con ellos: viajar al pasado.

Y sabía que no era la única para quien aquello tenía un significado. Notó que alguien los veía fijamente: un santo joven con una cicatriz cruzando su frente y una mirada tan agresiva como azul. Él sanaba sus heridas en silencio, sólo los observaba a lo lejos, como si quisiera apropiarse de aquella clase de alegría.

Por la tarde, los pequeños aprendices jugaban y las doncellas preparaban los alimentos; June y aquel joven caballero por un segundo cruzaron miradas de mutua desconfianza. Sin embargo, ella ya no era de los que esperan quietos a que las cosas sucedan.

-Por si no lo sabes, dañar a cualquiera de ellos es un sacrilegio –la amazona comía una manzana mientras que rodeaba a aquel santo que descansaba bajo la sombra de un árbol–. Su felicidad es contagiosa, aunque hay corazones tan oscuros que quisieran arrebatarla. Y para ellos siempre tengo lista mi arma.

Él esbozó algo parecido a una sonrisa y volteó a verla de un modo que años atrás le habría helado la sangre.

-No seré yo quien rompa el tabú y tú, rubia, no serías suficiente para detenerme si quisiera hacerlo.

June se esforzó por mantener la compostura y vio al fondo de aquellos ojos furiosos, pero no encontró maldad, sólo otra alma herida. Prefirió no darle más importancia; cada uno enfrentaría sus demonios a su estilo.

Se alejó de él para ayudar a las doncellas a colocar la gran mesa donde comerían todos los visitantes y dejó pasar una tarde más en la soleada Grecia.

El llamado de auxilio de un cosmos despertó al alba a Camaleón, quien a toda prisa tomó su látigo y corrió hacia la playa sin siquiera portar armadura, hasta encontrar a Olimpia sollozando y bajo ataque.

June llegó justo a tiempo para proteger a los aprendices deteniendo el embate con su látigo; en el mismo instante en que el joven santo llegaba a escudarlos del enemigo.

-No sabes lo que haces, atentar contra este santuario y su hospitalidad es una profanación –la ninfa sujetaba entre su manto a uno de los aprendices que lloraba de miedo.

-Es momento de que ustedes, la orden del fuego sagrado, deje de acobardarse y otorgue a los guerreros lo que nos corresponde –era un hombre anormalmente alto que hablaba con un pesado acento y portaba una armadura de color rojizo que bajo el sol brillaba como sangre.

-No lo entiendes, hay cosas que no son sobre el poder sino sobre el hogar. Esto no vale tu vida, desiste, regresemos al refugio y tendrás el perdón. De lo contrario vendrán por ti y los que protegen a mi Diosa no conocen la misericordia.

-Encontrarán sólo un sembradío de cadáveres. Porque no me iré sin la flama de Hestia –amenazó aquel guerrero con una voz estruendosa al lanzar un ataque cegador.

El joven santo, sin decir palabra se convirtió en un fénix de fuego; los cosmos se enfrentaron en un poderoso choque y las llamas crecieron hacia su enemigo. Pero pronto se apagaron, había algo mal, como si estuviera atado a un lugar lejano que lo reclamaba para sí.

June lo vio menguar frente a ella y con su látigo detuvo a su oponente hasta proyectarlo contra la arena.

-¡No intervengas, rubia! ¡No es un enemigo digno!

-No seas idiota, apenas puedes usar tu cosmos. En ese estado acabarás muerto así se trate sólo de un principiante que venía contra mujeres y niños.

-No sería la primera vez –bufó al tiempo que se lanzaba de frente a su adversario– no necesito de alguien como tú.

La amazona no soltó al hombre de armadura roja y presenció fascinada un choque magnífico entre los dos poderes. Debía admitir que, a diferencia de Shun, ella era capaz de encontrar cierto placer en la batalla; como si todo fuera insignificante ante el brillo de un cosmos emulando al sol.

June vio al joven santo atacar y convertir a su contrincante en cenizas con un golpe de su puño, mas la onda resultante en el impacto lo arrojó violentamente al mar.

Olimpia al verlo cayó desmayada y los aprendices la llevaron hacia el recinto. June se detuvo un segundo, si, como decía Marin, por siglos nunca habían atacado a aquellas mujeres, el romper el tabú significaba que había algo más grande gestándose, algo de lo cual debía dar aviso al Santuario.

Tampoco podía abandonar al joven santo cuyo cosmos seguía extinto y su presencia se desvanecía. June supo que, aún con su aspecto severo, algo grave sucedía y no lograría salir solo. Dudó por un instante, ir por él era exacto la idea del sacrificio de la que buscaba alejarse; el preservar la violencia de otros en un mundo que no tendría piedad por los que ella amara.

Podía no involucrarse, sólo irse ahora y dejarlo a su suerte. Para su desgracia, la sangre era más pesada que cualquier deseo de libertad y la hizo lanzarse al agua a rescatarlo. Después todo, Albiore se había sacrificado para que pudieran escapar; y a su vez había transmitido ese mismo espíritu, a ella, a Shun… Su legado no era sólo ser santos, sino ser de los que, pese a la fuerza de su carácter, reservaban su vida para los otros.

Y entonces sucedió lo que había pedido cada noche en sus plegarias: le otorgaron un rumbo. En el agua su cuerpo fue invadido por algo desconocido, apenas pudo controlar sus movimientos para ir por el joven caballero y sujetarlo, sus ojos sólo veían lo que alguien más le mostraba, rápidas imágenes de personas y lugares ajenos; una guerrera creando fuego con sus manos para abrirle paso a un campo de batalla a ella y a otros caballeros de bronce, una gran guerra, Atenea herida, un ejército por doquier tratando de derribarlos. Encontró un solo rostro conocido: Shun devastado, hundiéndose en oscuridad, intentó seguirlo sin éxito, pues contempló su propia muerte a manos de una mirada maligna. En un parpadeo todo cesó.

¿Era aquello el futuro?

Todavía estaba bajo el agua sujetando a aquel forastero inconsciente e impulsándose hacia la superficie. Entendió que era momento de enfrentarse al pasado e ir hacia adelante, hacia la reconstrucción; si eso era su destino estaba dispuesta a afrontarlo a la manera de su gente, sólo podía honrar a su maestro no dejando que Andrómeda muriera con él; el linaje no había terminado, le correspondía a ella mantenerlo, siempre con la frente en alto, siempre contra la corriente.

Que hicieran polvo su cuerpo o consumaran su existencia. Que así fuera. Pero no sin pelear: su sacrificio tendría un propósito. Volvería con su orden e iría a Japón, donde estaba la única capaz de interpretar lo que acababa de ver.

Shame, such a shame

I think I kind of lost myself again

Day, yesterday

Really should be leaving but I stay

Say, say my name

I need a little love to ease the pain

It's easy to remember when it came

Naturalmente, no sería tan fácil. Sus enemigos ya esperaban por ella.

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