#a la vuelta me dio ansiedad volviendo en el auto
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Marcha por la legalización de la marihuana
#a la vuelta me dio ansiedad volviendo en el auto#pero vi un cartel del Dibu y pensé mmmhhhh... Dibu (🤤)#y se me pasó
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Son amores.
Mi primer obsesión cinéfila, por llamarla del modo más preciso que tengo a mano, data del 2009. Recuerdo el año exacto porque fue en la temporada invernal que la gripe aviar nos regaló un puñado de muertes (mínimo ahora que vivimos tiempos de covid) y quince días más de vacaciones. Un ¿novio? fugaz o algo parecido que tuvo mi hermana por entonces, y que después termino siendo una persona a la que quiero aunque nos veamos muy poco, le hizo ver La última noche de Boris Grushenko. Mi hermana me contó un poco sobre la película y como yo andaba coqueteando con las de Almodóvar, videoclubs mediante, me entusiasme y me deje caer a Octavo Arte, que ya por entonces era de los últimos en pie y se mudaba cada un par de meses haciendo malabares para sostenerse. La señora que atendía Octavo Arte, la recuerdo ahora, parecía una de esas mujeres del Woody modelo Hannah and her sisters: flaca, alta, con lentes de marco grueso y un aire burgués que no afectaba su cortesía. Cuando fui pidiendo esa película se entusiasmó y me hablo de Woody, que por entonces era para mí un absoluto desconocido. Ese viernes o sábado, no recuerdo, la vi. No podía creer lo que tenía en frente. Era algo totalmente imposible. Inimaginable. Nunca había visto nada parecido. Nunca había mirado a los ojos de la vida con esa ferocidad. Quede hipnotizado, vacilante, sin saber bien que hacer. Era el mismo año en el que había descubierto las bondades del porro, que fumaba todos los días -hoy ya no fumo, ataques de pánico mediante- en el techo de casa escuchando a Dylan y a los Stone Temple Pilots de forma alternada. Woody Allen caía como complemento perfecto a un cerebro adolescente acalambrado por el tedio escolar y con ansias de salirse del envase. La última noche de Boris Grushenko se burlaba del mundo y de la historia pero no era cínico. Woody Allen temblaba de miedo igual que yo cuando me enfrentaba a las perspectivas que por entonces me ofrecía el mundo. Las mías, entonces, no eran tan malas, aunque yo no lo sabía. El mundo era un bloque integro que todavía me contenía y estaba descubriendo algunas de las cosas más nobles de la vida que todavía me salvan la cotidianeidad. Al año siguiente, mi viejo se enfermaría de cáncer y al poco tiempo una sobredosis de morfina se lo llevaría al fondo de su océano silente. La vida, así y de una vez y para siempre, empezaba a agrietarse y mostrar sus cartas reales. Pero tampoco es cuestión de irse por las ramas que ya todos conocemos. Woody Allen. La última noche de Boris Grushenko. Me acuerdo que el fin de semana siguiente fui y la alquile de vuelta. Ya no era como en los años crepusculares del VHS en la que íbamos en familia al videoclub y mis padres elegían una para ellos, mis hermanas una para ellas y yo una para mí. Ahora iba solo y elegía todo para mí. Entonces la señora de Octavo Arte me insistió con otra película de Woody, sobre todo cuando vio que volvía a llevarme a Boris. Y ahí nomás me dio El dormilón y Ladrones de medio pelo, que es como figuraban en las portadas de los dvd's de aquel momento. Esa primera vez no me enganche con El dormilón y ni siquiera termine de verla, ansioso y apurado como estaba por darle play otra vez a Boris Grushenko. Ladrones de medio pelo, en cambio, me interesó mucho más. Aquel mismo flacucho con unos cuantos años más encima se parecía más al de Boris que al del mundo plateado de El Dormilón. Y así siguieron viniendo los Woodys, hasta que no hubo más para alquilar y yo creí haber visto todas sus películas. Grata sorpresa: en internet me aguardaba un puñado generoso de películas sin ver todavía y el presente mismo –no tan generoso- me daría la chance de disfrutar a Woody en la pantalla grande. Con todo, nunca dejo de volver a Boris, aunque más no sea en sueños o delirios. Es por afano la película que más veces vi en mi vida junto con Tonto y Retonto. Traigo esto a colación porque aunque ya han pasado dos años o más, mi última obsesión cinéfila se llama Once upon a time in... Hollywood, y aunque en lo que va del año todavía no la volví a ver, sigo pensando en ella de forma asidua. Mi relación con Tarantino no fue muy diferente a la de mucha gente de mi generación: primero me sorprendió y encandilo. Al tiempo le agarre bronca, porque veía que toda la gente a la que el cine le importaba mucho menos que a mí, le gustaba Tarantino y, entonces, en el deseo adolescente de desentenderse, me invente un par de excusas para que ese tipo me caiga mal. Todavía me arrepiento. No porque tenga pruritos en haber sido un boludo, que todavía lo soy y lo seguiré siendo, sino porque por ello me perdí el estreno en cines de, entre otras, The hateful eight. Pero todo antihéroe (bueno, ya sé que no me da la nafta para tanto) tiene su momentito de redención. Una noche la descargué para ver que tal y prendí una tuca vieja que encontré en el cajón de la mesita de luz. Quedé hipnotizado nuevamente. Sacudido, desencajado, aturdido. Recuerdo haber pensado: hace mucho tiempo que una película no me pega así. Así: físicamente. Termine viéndola de pie, agitando las manos, con una ansiedad ingobernable. A las pocas semanas ya estaba nuevamente del lado de Quentin. Volví a ver todas sus películas y a evangelizar todo lo que era evangelizable en su nombre. Cuando se estrenó Once upon a time in... Hollywood no tenía mayores expectativas porque no sabía bien de que iba la cosa aunque si me entusiasmaba ir a verla al cine. A Rafaela llego tarde, como sucede casi siempre. Mejor dicho: al cine que tenemos en Rafaela llego tarde. Porque después hay un living con tele grande incrustado en un centro comercial al que la gente va a comer pochoclo y tomar grandes jarros de gaseosa al que Once upon a time llego antes. Pero yo la espere para verla en el Belgrano, cine como pocos existen en el mundo (o eso me gusta creer).
No sabía, cuando fui, que iba a tener asistencia casi perfecta. De las cuatro funciones asistí a tres. Y a la última no fui solo porque me dio culpa ese comportamiento obsesivo y me forcé a quedarme en casa. Pienso en la distancia que aquellas visitas al borde de lo enfermizo quizás me sirvieron para lavar las culpas de haberme perdido los estrenos anteriores de Tarantino en Cine. Una pavada, en realidad. Porque a las tres funciones las disfrute inmensamente y las tres veces salí de la sala exaltado y con el fulgor del enamorado. Daba vueltas alargando la distancia que había entre la puerta del cine y la puerta del auto. Después daba vueltas por la ciudad vacía antes de volver a casa. Escribía notas inútiles en el celular. Jamás pude escribir un texto sobre Once upon a time in... Holywood. Todavía no puedo. Me transpiran las manos cuando pienso en ella y antes que escribir prefiero perderme en el laberinto mental que guarda algunas de las imágenes más bellas que recuerdo haber visto en un Cine. Cliff volviendo a casa en su auto, Margot con las patas sucias mirando a Sharon en el cine, Rick escabiando mientras práctica sus diálogos, Los Ángeles desnudados por un sol de otro planeta y el California Dreamin' de Feliciano clavado para siempre en el corazón cinéfilo. En el sentido pleno de la palabra hermosura, considero a Once upon a time la película definitiva o al menos uno de los últimos acercamientos totales a esa noción. Tarantino hizo, cerca del supuesto final y al margen de todas las lecturas posibles (remilgadas o certeras, hay de todo), una película sobre la alegría de vivir. Una película cinéfila en todo su esplendor.
Al tiempo se pudo conseguir para descargar en buena calidad y la tuve que ver en casa. La volví a disfrutar un montón, ya con la complicidad establecida, y a los pocos días la puse para toda la familia. Pero faltaba mi hermana, así que la volví a ver con ella. Y después una vez más. Y antes de que termine el 2020 una vez más, porque necesitaba reconciliarme con la vida aunque sea por un par de horas. Porque (ya sé que estoy siendo redundante, no me grites) al final o al principio, un poco se trata de eso. De reconciliarse con la vida que nos toca vivir aunque sea una porquería que asquea y este llena de muerte y miseria y sumisión. En tiempos de milagros truncos, las películas que amamos no venden su alma al diablo terrenal de la poquedad, el desprecio y lo anodino. Y por eso quiero incondicionalmente a Woody. Y también a Tarantino. Y a muchos otros. Porque la alegría no se negocia ni siquiera en la tristeza.
#woody allen#quentin tarantino#once upon a time in hollywood#hollywood#cine#movies#films#películas#love and death
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Vulnerable.
Morboso, como animal carnívoro torturando su presa, y en su agonía el mayor de los placeres. La piel fría, y en ella, las gotas de transpiración cayendo por sus patillas, tiritando por los espasmos eléctricos del subidón que le pegó como cachetada. Se acostumbró a sentirlo todo, a auto infligirse corporalmente el sentido de estar vivo, danzando entre dos extremos de una balanza.
Que difícil se había vuelto encontrarse en aquel golpe de taquicardia, donde sentía el corazón en su cuello, encerrado en su refugio personal, tomando pala y maquinando toda la noche. Solo. La transición mecánica diaria estructuró su mente, y el control que llevaba de sus movimientos, era poder propio del oficio. Un poder que desbordaba, y sólo se transformaba en cúmulos de adrenalina.
El caníbal, derivando de a ratos sus pensamientos a fantasías violentas y dolorosas, fusionaba recuerdos con nuevas caras y escenarios. Parte de ese sadismo corría por sus venas cual instinto salvaje, y cayó en cuenta de aquello divagando sobre el conteo de las personas a las que aseguraba haberles arrebatado el palpito.
El mismo significado de la vida mutaba cada minuto, deseaba volver a ser aquel ingenuo que sentía miedo de empezar a agitarla en los boliches, pero en el fondo sabía, que asi hubiese oportunidad alguna de cambiar su destino, elegiría nuevamente vender pastillas en la secundaria.
Dixie estaba en el living de mi casa, amarrándome a una silla con fuerza, quemándome la piel con la fricción de sus cuerdas de yute. Había estado quizás al menos unos cuarenta minutos desde que empezó a anudarme, pero había perdido la noción del tiempo en el momento. Sus manos me rozaban en cada ajuste, y me hacía presión cada vez que anudaba, quizás verificando mi molestia. Con la primera cuerda, Dixie empezó rodeando mi abdomen al respaldo, dejando dos nudos centrales a la altura del corazón y costillas. Rodeó mi torso y envolvió con el resto de la cuerda mis brazos juntos, reforzando en las partes móviles, como los codos y muñecas. La mitad de mi cuerpo ya estaba inmovilizado, había renunciado a cualquier movimiento, tomé el lugar de presa, y allí sentirme débil era valido. Con la segunda cuerda, empezó un primer nudo en mis tobillos, girando alrededor de mi gemelo hasta la rodilla, amarrando fuertemente mi pierna a la pata de la silla, imitando luego con la ultima cuerda, los mismos pasos en mi otra pierna.
-¿Te sentís bien ahí? –Me preguntó al finalizar, verificando una ultima vez cada nudo que había ajustado contra mi cuerpo, agarrándome las manos para ver cuanta movilidad podía llegar a tener, triunfante re rió al darse cuenta que de aquello era imposible. No respondí.
De forma desprevenida dio el primer golpe, regalándome una cachetada ardiente en una de mis mejillas, dándome vuelta la cara. –¿No me vas a contestar? –Agregó. Lo cierto, es que pocas veces respondía verbalmente, había aprendido a resistirme y tenía gran tolerancia al dolor, arrancarme algún quejido era difícil, Dixie lo sabía. Otra cachetada me obligó a girar la cara hacia el otro lado, justo al momento de que el terminase de pronunciar aquello. Su cuerpo era poco mas chico que el mio, delgado pero con hombros anchos, en cada encuentro vestía según su comodidad, no pretendía que vistiese cual domina. Dixie era domi trans-masculino, y llegué hasta él gracias a Instagram. No había tenido mucha experiencia como sumiso, pero la conexión fue instantánea, y pudimos entendernos sin necesidad de gesticular ni una palabra.
Sonreí sarcástico, el tiempo se percibía volando en ese éxtasis, aunque recién hubiese comenzado.
-¿De qué te reis, puto? –Enredó sus dedos en mi cabello y lo jaló hacia atrás, dejando mi cuello a su disposición para clavar sus dientes cerca de mi mandíbula. Allí estuvo varios segundos hundido, y yo sintiendo como casi me desprendía un trozo de carne, aunque estaba lejos de aquello. Jadeé cuando el dolor me invadió, alertando el primer limite. Volvió su rostro hacia el mío, aún controlaba mi cabeza con su mano, y a unos pocos centímetros de mi boca volcó su saliva desde la suya. Relamí con mi lengua el sabor de su néctar ya fusionado con el amargor de la sangre que había extraído en aquella succión.
De su bolsillo sacó sus cigarros, y se prendió uno. Rodeó un par de veces mi cuerpo inmóvil, esclavo de sus deseos, confesando a su vez que le calentaba un montón verme tan frágil, y que además siempre se sorprendía del gran maricón que resultaba ser detrás de ese disfraz lleno de tatuajes. A veces tenía miedo de volverme adicto a él, y a sus formas.
-Abrí la boca –Me ordenó, y yo acaté rápido esperando un primer premio. Acercó su cigarrillo, y suavemente le dio un golpecito, deshaciéndose de las cenizas dentro. A su vez, tapó mis fosas nasales, y me cortó la respiración, obligándome a que tragase los residuos del tabaco. Tiró el cigarrillo al piso, y lo apagó con su pie, importándole un carajo que fuese el living.
A mi espalda, quizás a menos de metro y medio, había dejado sus herramientas de tortura, y eligió empezar con un látigo corto, que en mi nuca ardió de manera sorpresiva. Una electricidad me recorrió de pies a cabeza, y me quejé alto. Recorrió mi cara con la punta de cuerina, cada paso que daba volviendo frente a mi, daba pequeñas caricias con la misma. Me relamí los labios y busqué sus ojos negros, suplicando un poco más sólo con ese gesto.
Dio otro golpecito en mi abdomen desnudo, introduciéndome ya al ardor. No emití sonido alguno. Para el segundo golpe, quizás doblo la fuerza, y se escuchó en el recinto un quejido mañoso que se escapó por mi boca, lo que sólo lo incentivó. A cada latigazo, incrementaba su fuerza y constancia, siempre explorando nuevas áreas de mi piel y repitiéndolos en las zonas donde más respondía con gemidos.
Bajó hasta mis piernas, y latigó sin piedad. El dolor era mucho menos soportable, pero lejos estaba de pronunciar las palabras claves para que parase, fue un camino extenso el que nos llevó a practicar los azotes en esa zona, y estaba preparado para soportarlo hasta que mi piel se rajase.
Giró detrás de mi, haciendo una pausa medianamente corta en tiempo, pero la ansiedad me consumía. Latigó nuevamente mi nuca, y mi agaché mi cara. –La postura.. –Murmuró. Me reincorporé rápidamente, y esperé los azotes uno tras uno.
Para entonces, el juego pasó al siguiente nivel. Ahora resistirme lo violentaba más, y la violencia física pasaba a ser mas de contacto. Bajé la mirada, recorriendo mi cuerpo marcado, rojo y con cortes notorio. Verme siendo lastimado, me bajaba choques eléctricos, un placer similar a cada tiro. Mi respiración estaba casi atragantada en si misma.
Volví a su mirada, y el contacto visual duró algunos segundos. Se acercó a mi mejilla, y dejó un beso como segundo premio. –Puto.. –Murmuré aprovechando la corta distancia que nos separaba. La provocación ideal para el momento.
De una patada me volteó con silla y todo hacia un costado, y cayó mi peso muerto sobre mi costado derecho, sin golpearme la cabeza. –Mirá quien es el puto.. –Carcajeo forzadamente, con un tono sutilmente sínico. Entumecí mi abdomen, esperando lo peor.
Lo peor, fue una patada clavándose en mis panza, sacándome en ese simple movimiento, rápido y preciso, el aire. Tosí por inercia, esforzando mis pulmones a que me dieran aquello que por segundos se ausentó. Busqué su mirada desde abajo, figura desquiciada observándome son sadismo, entendiendo que en aquel momento no podía oponer mas resistencia y que el fin estaba próximo.
Victorioso por haberme arrancado un grito de ahogo, me escupió la cara desde aquella altura varias veces, y la pisó con su pie izquierdo, obligando a que lamiera los restos de aquel fluido errado.
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Tarde una noche, volviendo de Ciudad Universitaria, un mal cálculo de un taxista a la altura del estacionamiento del aeropuerto lo hizo clavar los frenos para no ponérsela de frente al lateral del Corolla negro y amarillo. Recuerda emerger de un parpadeo largo como desde detrás de una cortina de humo y que lo primero con lo que se toparon sus ojos fue el cartel de ocupado brillando contra el parabrisas, las luces altas de frente, obnubilándolo. Detrás se erigía el brillo enceguecedor del Newbery, las puertas de vidrio resplandeciente, la poca gente como visiones fantasmales en los pasillos y asientos.
El reflejo milagroso de hundir hasta el fondo el pedal de freno se presentó por sí solo, como un simple efecto secundario del sacudón de adrenalina que también lo hizo contener la respiración.
Si le preguntan, desconoce qué hizo: su cerebro nunca comunicó la intención de frenar y sin embargo los nervios la transmitieron y el cuerpo supo qué hacer, la mente sobre la materia tomando las riendas a lo bestia. No se acuerda de haberlo pensado pero, si vamos al caso, tampoco de cómo fue exactamente que se dio la secuencia. Supone que no pudo ser tan grave. No hubo mayores repercusiones en el estado del tránsito (a esa hora todo parece acallarse, ¿no?, la ciudad lo deja solo a uno) y el conductor del taxi fue muy amable cuando se bajó a preguntar cómo se encontraban. ¿Vos estás bien, pibe? agregó el hombre, de unos cincuenta y pico de años, después de decirle que todo bien, que no se preocupara.
A pesar de no estar seguro de sentirse bien, Simón asintió con la cabeza débilmente. Después pidió disculpas por enésima vez y volvió al auto con el cuello y los hombros tensos.
El tipo se quedó preocupado, por supuesto, con sólo verle la cara. Se lo comentó a la mujer a la que estaba llevando hasta su casa, que volvía de un viaje a Chile: ‘tenía una cara...’ dijo, y sin pensar rozó con los dedos el rosario de cuentas verdes con la imagen de la Virgen que había sido de su abuelo.
El escaso tránsito de la costanera se volvió nuevamente fluido tras poner en marcha el motor y salir sin que mediara más contemplación. Por su parte, el cagazo fue disminuyendo conforme avanzaba cuadra tras cuadra con ese río marrón y helado a su flanco. Dentro suyo todo comenzó a asentarse a medida que se alejaba, pero también se le fue abriendo paso a un vacío inmenso, un silencio que lo cubrió todo y se le instaló encima de la piel, en los pliegues entre los órganos, en la base de la espina dorsal, en las hendiduras de las muelas apretadas entre sí.
La verdad es que se estaba por quedar dormido.
«Me dormí».
Ese mal augurio devenido en error humano le venía a la mente de forma constante, lo hizo manejar apretando los dedos en torno al volante con fuerza tal que al llegar a casa y pretender abrir la puerta, girando la llave nada más, le dolerían los dedos, los nudillos, las muñecas, todo. Le tomaría un par de intentos lograrlo, el temblor de las manos que tampoco ayudaba. La idea (que lo acechó como un monstruo agazapado durante todo el camino, presentándose en sus diversas variantes una y otra vez junto a los faros bordeando la avenida) vuelve ahora incluso, a su manera, para blandir palabras cambiadas, engaños, malintencionadas las intenciones mismas del pensamiento... pinchándolo para dar un paso a la nada.
Entonces tuvo mucho miedo, sí, pero no por la razón que debía.
De lo que sí tiene un recuerdo claro es de haberse colgado un segundo de más a mirar por el espejo retrovisor y que el subir y bajar lento de los párpados, en extremo cansado después de una guardia de quince horas, una siesta de cuarenta minutos en el estacionamiento de la facultad y al hilo, ahí nomás, cuatro horas cátedra encerrado en un aula casi vacía, le impidiera ver el taxi a tiempo.
Se acuerda también que el cuerpo se le tensó entero cuando estiró la pierna para hundir el pedal hasta que hizo tope y tocó la carrocería. Se acuerda que sintió el corazón zumbar violentamente en los oídos y la garganta y que pensó que la ansiedad esa que le tensaba la mandíbula y apretaba los músculos de la espalda contra la columna no lo iba a dejar moverse. Se acuerda que se quedó sentado con los brazos estirados y los puños cerrados en torno al volante durante el transcurso de unos cuántos segundos que aún así se le antojaron eternos.
Luego de pedir perdón por la escena y salir para el lado que lleva inevitablemente a encontrarse con avenida Sarmiento, se acuerda de forzarse constantemente a no mirar ni una sola vez para el lado del agua, un infinito más oscuro que el cielo mismo. Y si bien algo le dio vueltas por la cabeza durante todo el trayecto de ahí hasta el fin de la vista, la explosión de lo que no quería permitirse pensar fue ahí recién, cuando se le vino encima la última centena de metros de agua.
Le pasan esas cosas, a veces.
Ese instinto suicida ridículo, que debería trabajar por completo al revés (no hacer que quiera volantear para hundirse en el río, eso no, todo lo contrario) lo acompaña siempre. En ese entonces, ayer, supone que mañana también, no sabe. Rezaría para que no, pero lo sabe inútil.
Antes de salir del acceso oeste alarga el brazo y baja el volumen de la radio hasta que el eco de las voces se transforma en un mero susurro.
La autopista lo pone un poco ansioso. Un poco… bastante. La emoción no deviene necesariamente de la estructura de la autopista, sino más bien de los automóviles y las señales, las salidas que pasan y pasan y pasa, una atrás de otra, la velocidad cegadora a la que se desarrolla todo. La autopista como un conjunto de situaciones que generan crisis constantes, a eso va.
Por eso necesita escuchar alguien, algo, lo que sea, que apague ese clamor incesante en el fondo de la cabeza que no hace más que gritarle barbaridades a todo pulmón. Su propia voz.
Ahora, por ejemplo, la vocecita le otorga una quietud de entierro al tono cuando Simón activa las balizas y mira por el retrovisor para asegurarse de que no viene nadie antes de salir: le pregunta burlona si está seguro de que ahí no viene ningún auto. Zandoná sólo tensa la mandíbula, hecha la costumbre. La idea de alucinar que nadie se acerca cuando en realidad es otra la historia no lo abandona hasta que logra salir, sano y salvo, de la autovía.
Cuando viene del lado de capital, la salida de Villa Sarmiento desemboca en la cara norte de la colectora donde él tiene que arrimarse al tránsito. Ahora va forzando el embrague y después pasa el cambio para que el motor permanezca encendido cuando lo engancha, justito, la luz roja. Mientras se deja caer, soltando el volante, contra el asiento del coche, se le escapa un suspiro largo, uno de esos que rayan en lo rabioso del hartazgo, y cuando va a querer incorporarse para acomodarse sobre la butaca el cinturón de seguridad le restringe con firmeza el movimiento, tirándolo de nuevo hacia abajo. Durante el breve instante que sigue, la cabeza entera arde en llamas y él lucha contra la enorme urgencia de sacárselo a la mierda pero el semáforo vuelve a cortar para darle la venia y la mecánica es la de siempre.
El cambio tal, este otro pedal, apretar los puños en torno al volante con fuerza y girar a la derecha por República. De ahí para adelante hasta Yapeyú, meterse una hasta Rico y cuatro cuadras más para arriba hasta la fachada de la casa de Florencia. De ahí, cuando tiene que irse la salida es más fácil.
Al llegar deja el coche en marcha, baja y abre el portón él mismo, el pantalón verde del ambo arrugado por haber estado atrapado entre el calor del cuerpo y el cuero del asiento. Después lo saca del punto muerto y estaciona dentro de la propiedad. Más adelante debería estar la moto de Emanuel y no, no la ve tampoco en lo que atisba del patio trasero.
Mientras los otros dos le ladran desaforados desde atrás de la reja, Beto está ahí cuando abre la puerta del frente. Hacía lo mismo cuando escuchaba la moto de Guido, hace años, y hoy lo hace con él porque…, bueno, no sabe. Se les hizo costumbre. Simón fue creciendo y apareciendo junto al ronroneo del motor, ahí donde Guido quedó en los veintisiete y nunca más anunció su llegada con el barullo de la moto: supone que que ambos lo extrañen será motivo suficiente para sostenerlo o no cuestionarlo.
— ¿Vieja?
‘Hijo… estoy acá.’
Cansado, Simón le acaricia el lomo con la mano que todavía aprieta con fuerza las llaves del auto y después le da un par de palmadas en el costado. Está rengo ya, tiene cataratas en el ojo derecho, pero se le planta enfrente moviendo la cola de manera tal que todo el cuerpo se convulsiona con la emoción. En ese punto es un cachorro nada más, ¿qué importa si tiene diez, quince?, en el brillo de los ojitos sigue siendo igual de incondicional y guerrero que en el momento en que Guido lo trajo, tan chiquito y empapado que cabía en una caja de zapatos. Recuerda que el rubio subió a despertarlo, lo sacudió por el hombro y puso al perro, envuelto en una toalla, al pie de su cama. Estaba con unas bolsas de basura a ¡un tiro! de un desagüe. ¿Cómo lo voy a dejar? Se muere, si no lo encuentro se muere. Aparte es re lindo. Já, mirá los dientitos... ¿te imaginás si se lo lleva el agua? O el basurero... qué gente de mierda. Los tendría que salir a cazar a todos, hasta el último, ¿cómo tirás un animal así? El gato lo mira perseguirlo al trote con los ojos entrecerrados, desconfiado pero con sobrados motivos, desde arriba de la mesa del comedor. Cuando el pelinegro se para en el umbral de la cocina, no sin primero desparramar sus cosas sobre el sillón, el perro se le para a un costado, casi tocándole la pierna. Lo siente jadear. Parece que lo está custodiando.
— ¿Qué haces? —indaga, aunque esté tan claro como el agua. Entre las cuatro paredes de la cocina huele a especias, hervor, a comida, y a Simón se le retuerce el estómago como un retazo de tela entre las manos. Cuánto hará que no prueba bocado. Para distraerse se lava las manos con la misma dedicación que le proporcionaría al asunto si estuviese a punto de entrar a un quirófano. Al agua la deja correr hasta que humea, caliente, y recién ahí mete debajo las manos.
Salen enrojecidas, arde al secarse con el repasador amarillo y blanco.
‘Acá… estaba poniendo la mesa. Tu hermana me dijo que están en camino’— Sí. Vi que no está la moto. ¿Qué falta? —ahí Florencia se da la vuelta, girando sobre los talones. A medias agachada frente al bajo mesada, Simón la nota delicada, casi transparente: tiene los hombros hundidos debajo de la blusa y entre las manos con anillos adornados con piedritas de colores una pila de cinco platos de cerámica blanca que parecen demasiado para ella. Es todo lo contrario, pero de igual manera se pone de pie con esa parsimonia tan característica de ella.
Cuando él alarga las manos para que le pase la vajilla, ella hace lo propio y después le lleva las suyas, ahora libres, a los lados de la cabeza. Al darse cuenta de lo que pretende -darle un beso en la frente, nada más-, Simón se hace chiquito por un instante, intenta salvar esa distancia de media cabeza que los separa. ‘Qué carita, eh’, le dice al separarse. Simón sólo niega y trata de sonreírle, pero no sabe cómo se verá el gesto. Tirante, tenso, sigue pensando en qué habría pasado si ahí sí había un auto.
¿Habría sentido algo? ¿O la mismísima nada?
Al final encoje los hombros. A lo siguiente lo enuncia camino a la puerta del fondo— Me necesitaban, así que hice dos seguidas.
A ella la escucha decir algo a lo lejos, pero no le entiende más que el tono de reto y el acento italiano aquél tan característico de su enojo.
A los platos los acomoda delante de las sillas, entre cada par de cubiertos, y al terminar corta el papel que recubre el corcho de una botella de vino tinto con un cuchillo y la destapa de un tirón corto. Se sienta. Mala idea. ‘¿Ya está todo ahí?’— Ahora voy a buscar servilletas —replica, la voz en alto. Primero apura medio vaso y después otro más porque el tiempo pasa y, total, tiene que esperar. ¿Cuánto pasa? Nada en realidad. Él mira un par de mensajes de texto por arriba y piensa en la autopista, en lo poco que toma arrancar de su balance a ese cerebro sobrepasado. Las letras pronto dejan de retener sentido alguno.
Para cuando deja de sentir las piernas va apenas por la mitad del segundo vaso. Se olvida de la autopista, de las servilletas, pasa por alto el sonido ahogado de los golpes de las puertas del coche de Emanuel cerrándose adelante, en la calle, y el timbre agudo de la voz de Mailén. Acomoda la cabeza contra la palma, el codo sobre la mesa a su vez: los ojos se le cierran y quiere hacer fuerza para que no, pero no. Entran haciendo bardo los tres, como siempre. ‘¿Ya llegó Simón? Dejá tranquilo al micho, gorda, vení’, ‘está poniendo los platos en el fondo’. Con el calor de la galería, después de un par de minutos absolutamente todo se torna indescifrable.
Llega a correr el plato, los cubiertos y el vaso de vino antes de cruzar los brazos encima del mantel, arrugándolo en el interín, y acomodar la cabeza entre medio.
Cuando Julieta finalmente sale al patio, su pequeña asida firmemente de su mano, lo encuentra ya dormidísimo, la respiración pausada, larga y tendida cada inspiración. Mailén sólo lo mira, los ojos claros van a ella después y suspira, la benjamina de los Zandoná arquea las cejas preguntándose de dónde sacará todo ese teatro (de ella, obviamente. Emanuel la oye y sólo la mira. Se ríe, le aprieta los cachetes y le dice que no puede, realmente no puede amarla tanto, porque amarla más de lo que la ama sería lisa y llanamente de otro planeta).
‘Otra vez lo mismo’, dice, la voz jovencísima y aguda de la infancia, y su mamá hace fuerza para no matarse de risa.
‘¿Viste? Pero qué cosa’ chasquea la lengua, la nena sonríe y las mejillas le rozan las pestañas claras de abajo al hacerlo. ‘¿Querés un poquito de jugo? Anda a pedirle a la nonna que te de un vasito de plástico.’
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Joyería
9 de Marzo 2019
Hola Isaaa! no prometo que el orden de esta carta sea e mejor del mundo, espero no confundirte. antes que nada, espero que hayas podido soluciona lo de tu compu, odio que las cosas “nuevas” duren menos cada vez, algunas se descomponen por todo! El lado positivo es que el cambio de letra le dio un toque a la carta. Lo que mencionaste de tener una discusión es el ejemplo perfecto, odio cuando me pasa eso y lo peor es que es bastante seguido (Aunque no porque discuta seguido) normalmente me pasa con la comunicación en general, soy muy mala expresando lo que pienso y siento verbalmente y cuando la situación se presenta me pongo nerviosa, dos segundos después se me ocurre todas las formas de estructurar lo que pienso pero ya es demasiado tarde. Estaría padre poder parar un poco el tiempo y pensar bien en lo que quieres decir, nos ahorraría muchos problemas, sobretodo cuando estás de malas o cuando contestas solo para defenderte en vez de escuchar, analizar y luego dar una mejor respuesta.
Siento que conocer a la gente es una de las mejores cosas que hay porque nunca terminas de hacerlo, siempre hay algo más que aprender, ya sea porque sus gustos cambiaron o porque nunca había salido un tema en concreto en las pláticas casuales, al final no podremos conocer a alguien al 100%, ni a nosotros mismos. Supongo que estas cartas nos ayudarán a aumentar el porcentaje. Debo admitir que he visto Hércules máximo 3 veces en mi vida, pero las canciones son muy buenas! La única película que recuerdo haber visto en VHS fue Blanca Nieves, esa princesa me encantaba en un grado bastante odioso, aunque pensar en ese formato me trae muy buenos recuerdos de la infancia.
Me parece super interesante que hayas decidido buscar la cura por tu cuenta y no solo eso, sino que lo hayas logrado. Normalmente soy de las personas que terminan pensando que morirán cuando buscan síntomas en internet, por eso prefiero no hacerlo (pero lo sigo haciendo). Tengo muchas amigas que pasaron o siguen pasando por la misma situación que tu tuviste, pero ellas solo se quejan de lo inefectivo que es el tratamiento y se dan por vencidas, que bueno que hiciste algo al respecto!. Por otro lado, ¿No te choca la dependencia que tenemos los humanos a los hábitos? me choca hacer las cosas en automático porque te pierdes de mucho, hay veces que me estoy bañando y no recuerdo qué hice y qué no hice, seguro repito muchas cosas sin darme cuenta, y sé que no soy la única. Me encanta el ejemplo de la avioneta (siempre lo cuento), en resumen, me iba a subir a un globo aerostático y nos contaron la historia del señor que tenía una avioneta, siempre se subía, se ponía el cinturón de seguridad (Entre otras cosas) y daba vueltas en el aire, un día un amigo suyo se subió con el, estaba distraído y pensó que ya se había puesto el cinturón de seguridad, dio una vuelta en el aire y salió volando. Seguro ya te había contado esto en algún punto, supongo que se volvió un hábito contarlo.
¡Definitivamente no me esperaba el final del ejemplo que diste de nuestra pregunta! Lo primero que pensé fue sobre lo que dijiste “No todas las creaciones de [Dios] son perfectas” siento que nuestra influencia, relación o interacción con las cosas creadas es extremadamente importante en estos casos, no se nada de medicina... pero lo intentaré explicar con el mismo ejemplo. Lo que se me ocurre es la automedicación, tengo entendido que es peligroso porque la bacteria que tienes se acostumbra al antibiótico y se hace inmune porque evoluciona de cierta forma. Si lo ves por el lado “humanitario” si es bastante horrible que una enfermedad de ese tipo pueda matar a alguien, pero si lo ves desde el punto de la enfermedad, me parece que la forma en la que fue creada para adaptarse y evolucionar en cualquier ambiente para sobrevivir pase lo que pase sin que alguien tenga que ayudar, es bastante interesante. Algo que parece muy sencillo e insignificante está diseñado para que pueda ser (en algunos niveles) auto sustentable. La idea de crear algo que se actualice en su totalidad dependiendo del entorno sin necesitar intervención humana me parece interesante. Volviendo al punto humanitario, estoy totalmente de acuerdo en nuestro papel de controlar estas creaciones de forma que actúen en nuestro favor y no en contra. ¡Si no estás de acuerdo me encantaría leer tu punto de vista!
La clase de joyería que tuve logró cambiar la percepción que tenía sobre el tema, me encanta la relación que hay entre prácticamente todas las cosas. Normalmente piensas en la joyería como un accesorio o decoración de diferentes materiales con un propósito principalmente estético, pero en la clase nos hablaron de los diferentes tipos de joyería, principalmente el contemporáneo, que demuestran como es más que algo decorativo. Habló de muchos artistas, el que más me llamó la atención fue uno que cubrió sus anillos, de oro y diamantes, con un plástico negro para lograr dos cosas: la primera, confianza en que el anillo de verdad está hecho con lo que prometió y dos, que solo el artista y la persona que compro el anillo saben su verdadero valor, lo que es un poco contradictorio con un tema que habíamos mencionado antes, sobre cómo la gente es la que le da validez a las cosas, argumentos, arte, etc. Otro tema que tocamos fue el de la innovación, otra vez. Debo admitir que tengo sentimientos encontrados con el tema, por un lado está padre que la innovación que tuviste te defina como artista, pero por el otro (que me gusta un poco más) hay veces que me parece muy forzado lo que los artistas “innovan”, por ejemplo:
¿Crees que alguien pensó en crear el collar de carne y luego puso la frase para justificarlo o que la frase fue primero y el collar solo ilustra lo que dice? Llevándolo a los artistas, me recuerda a Lady Gaga.
Para mi, así es como se ve que alguien hizo un collar de uñas, por ejemplo. ¡Demasiado forzado y exagerado! super fácil de justificar diciendo que eligieron las uñas porque es una parte del cuerpo donde se nota la ansiedad que ha estado atormentando la vida de muchas personas últimamente y usarlo es como aceptar la realidad mientras te enfrentas a ella. No se, solo es lo que se me ocurre ahorita. Acabo de buscar un collar de uñas en internet y no encontré uno, seguro en las profundidades hay millones.
Como podrás ver, escribí la carta un día que amanecí con ganas de platicar, así que lo relacionaré con la pregunta lo más resumido que pueda. Tomando en cuenta que [Dios] o como quieras llamarlo, nos creo a todos con características diferentes, tanto externas como internas. ¿Por qué seguimos luchando por diferenciarnos de los demás con objetos, si ya lo somos sin ellos? Ni siquiera gemelos “idénticos” son exactamente iguales.
¿Hasta qué punto los objetos son necesarios para hacer nuestra vida más cómoda y fácil?¿ Son todos una necesidad creada?
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Experiencia ESDE 2.0
INTRODUCCIÓN
Este escrito es un testimonio de lo comprendido hasta el día de hoy gracias al trabajo en El Silencio Donde Escucho (en adelante EDSE) de la mano de la dirección del maestro en Sebastián, habiendo atravesado –y atravesando aún- bajo su tutela talleres, charlas, intensivos, eventuales viajes, reuniones individuales de revisión interna y reuniones grupales prácticas. Más allá de que el camino hacia el auto-desarrollo va marcándose desde el inicio y viene designado desde arriba a realizarse, las formas particulares que toma dicha misión va dando el carácter a cada experiencia particular. Procederé a marcar algunos puntos en el espacio a fin de situar al lector y contribuir a la fluidez de la lectura.
Allá por el año 2015, vuelta a la Ciudad de Córdoba, a casa de mi padre, de un viaje excitante por las costas uruguayas, sintiendo sin entender la razón del estancamiento propio que procede de aquellos grandes movimientos externos, comencé a buscar respuesta a una repentina depresión. Durante el viaje, entre tanto movimiento, se me había demostrado aquello de que el mundo sostiene los pasos, de que las personas precisas aguardan, cuidan, guían y enseñan, de manera en que suceda lo que debe suceder en el camino de uno por la existencia: el crecimiento. Una vez en casa, todo aquel movimiento mágico pareció detenerse. Lo sagrado comprendido de la vida fue tapándose en la rutina y los impulsos desordenados de “mi vida personal”. Los amigos interesados por el regreso progresivamente iban perdiendo el interés en verme y ningún vínculo parecía sostenerse en el tiempo, a menos de que fuese por un capricho personal obstinado desde mí.
La “vida social” fue empequeñeciéndose, y se hicieron permanentes en mí una especie de pena, y una profunda ansiedad por que se me fuesen revelados los misterios de la existencia. ¿Por qué cantan los pájaros? ¿Por qué puedo verlos? ¿Para qué sirven? ¿Para qué sirvo? ¿Tengo que estudiar? ¿Por qué? ¿Qué me interesa? ¿Hay algo que me interese como para abocar todos los días de mi vida en eso? ¿Por qué nadie dice la verdad? ¿Por qué nadie puede definir qué es el amor? ¿O qué es la gente? Comencé a editar un libro de manera independiente de poesías escritas en el viaje y entre eso y la presentación del libro, se cruzó el trabajo con ESDE
Me crucé con la página de El Silencio Donde Escucho porque conocía a Seba, de vista, por contactos de oficio con mis padres, el circo, los encuentros, etc.
Pregunté por mensaje privado si podían avisarme cuando hicieran otro retiro (había visto un evento en Facebook que lo anunciaba) y la respuesta conmovió y revolvió una sensibilidad en mí que había permanecido inmóvil, impotente.
Aquí el mensaje de respuesta a mi consulta:
Hola Luna querida. ¿Cómo estás?
Aquí muy bien. Yo bien. Nosotros. Gracias
Aún no tenemos fecha determinada para otro taller, otro encuentro.
Habrá. Sí. En breve.
También abriremos el trabajo bajo alguna otra forma con encuentros más espaciados. Semanalmente uno quizás.
Mas. También, sabés, me tenés en la ciudad, y cuando quieras en lo que pueda servirte.
Me llamás o venís a casa previo aviso (o no… bajo riesgo que no esté o que no pueda atenderte en ese momento)
Te avisaremos. Gracias
Abrazo grande
Benditos Somos y abrazos a la familia completa y extensa
Dentro de la profunda insensibilidad que ahogaba en mí todo impulso puro, este mensaje restituyo de alguna forma mi fe en la humanidad y en mi existencia misma. Un mensaje…casi desconocidos, plena apertura. Claro que es ahora recién que puedo verlo de esta forma en que lo cuento. Por aquellos tiempos todo en mi cabeza era una sola nebulosa que no podía explicarse a sí misma, y que no veía descanso ni sosiego, pero que caminaba con paso firme hacia no-sabía-exactamente-donde.
Entré en contacto con ESDE en un principio a través de algunos encuentros y talleres, resolviendo que todo lo que desde allí se decía era verdad, (un sentimiento inexplicable de devoción hacia el comportamiento de Seba, el cuidado profundo de Euge, la mirada a los ojos) por lo que, debería seguir yendo. No entendía bien qué era aquello que señalaba Seba. En verdad, iba en completa ignorancia sobre las cuestiones del estudio de la enseñanza. Los cuatro acuerdos, los diez mandamientos (de oído), Jodorowsky y el I Ching formaban casi toda la información (no comprendida) sobre las cuestiones de conocimiento del Ser adquiridas hasta ese entonces, por lo cual, lo que escuchaba desde Seba, entraba casi sin resistencia en mi mente. Durante los ejercicios que Seba proponía me acompañaba siempre una especie de angustia por no llegar a ser, por no poder realizar lo propuesto. Siempre una persona aquí dentro tratando de ver algo extraordinario, más allá de lo que realmente sucedía. Algo que realmente demostrara mi compromiso, mi devoción, mi interés y la realidad del trabajo que Seba realizaba. Quería ser la muestra de que aquello era verdad: siempre queriendo iluminarme para que me viesen. Caminé a ciegas, en dirección a un Hacer librado de toda vanidad, de toda soberbia, de todo engreimiento, de toda ignorancia y dedicado al servicio de Dios, haciendo espacio entre todas mis bajezas a algo simple, humilde y sagrado: el Ser.
Más, existiendo los antes nombrados sentimientos de profunda fé en relación a el propósito de ESDE (todas estas cosas, innombrables, inexplicables para mí, -no podía ni pude explicarlo realmente, hasta que finalmente, pude, a fuerza de creer y crecer- explicármelo a mí misma, y a los demás) una vez del otro lado del portón azul, mi propia existencia me tragaba como un remolino: No tenía control sobre nada en relación a mí misma: las reuniones ocurrían, los amoríos ocurrían, las emocionalidades ocurrían, las especulaciones ocurrían, las comidas ocurrían sin pedír ningún esfuerzo de mi parte para que sucedieran. Volver a casa de Seba era en verdad, la única cosa que demandaba esfuerzo para mí, realizar. Era devastador, y francamente muy difícil: atravesar en umbral de la puerta, decidirme a llevar el cuerpo hasta ahí. Hurgar adentro, encontrar algo que mostrar, decidirme a pisar la vergüenza, la culpa, etc, para poder entablar una conversación que me resultase alimenticia. Una vez adentro, habiendo pasado ya el ‘mal trago’ de la charla, habiendo encontrado –a veces sí, a veces no- alguna claridad en torno a la cual seguir indagando, pensaba que podría vivir allí el resto de la vida, haciendo lo que fuera por convivir con aquella paz, verdad, claridad, amorosidad, compasión. Más, una vez afuera, el polo opuesto, la total aversión al que vigila, al que mata lo que no es real, me secuestraba y podía hacerme desaparecer de allí semanas y meses. Volver, a señalar ese remolino, implicaba volver a decir: yo no estoy iluminada ni puedo detener las cosas del mundo que se avalanchan sobre mí. De hecho, ni si quiera puedo ver cuando comienzan.
De eso se trató por largo tiempo el trabajo particular: una especie de consejería individual con Sebastián, de volver y decir “no, todavía no puedo evitar esto” “todavía no puedo ver cómo es que esto pasa” “todavía no sé cuáles son mis cualidades” “todavía no sé qué hacer”. A lo que Seba respondía con imparcialidad separando lo real de lo falso; a veces, las más, sosteniendo una severa manera para dirigirse a mí. Recordando que nada tenía que ver el Trabajo de sumisión y entrega al Absoluto con los pequeños problemas personales que yo traía. Arriesgo a decir que esa era la única forma de hacer, en ese entonces, que algo penetrase en mi mente: mediante los tratos cálidos, Luna se derivaba rápidamente hacia el placer mundano del “ser suficientemente buena para el otro” y detenía su escucha, por ende, su crecimiento; y afloraba en el trato el engreimiento del complejo mental “lugar seguro”. En cambio con lo inflexible, algo dentro pugnaba por superarse a sí, para merecer el trato cálido de la autoridad. (Ahora entiendo, que ese trato cálido hacia el que avanzaba, no va en dirección externa: El trato cálido se consigue a través del recibimiento, del perdón, de la compasión y de la responsabilidad del uno que aspira a evolucionar, para consigo mismo.) Una vez que pude escuchar las vergonzosas confesiones de la persona débil centrando su atención en sí misma, en sus construcciones o sea, en lo falso, y separar de aquello el Ser, que estaba ahí y que oía con imparcialidad comencé a dar unos primeros pasos soltando la mano, reconociendo cierta madurez interna, y a la que podía volver cuando me sentía sin dirección. Hoy, a fines del 2017 formo parte integral de El Silencio Donde Escucho, en trabajo codo a codo, conviviendo, aprendiendo aún, más allá de las formas que la relación va tomando. Hoy trabajo y Trabajo en familia, con ellos, para Dios.
Quienes emprendan el Trabajo habrán de ver, y aquellos que ya están dentro del mismo, habrán comprobado ya, la calidad de movimiento espiralado como uno de las formas de orden propia de los procesos de orden de la naturaleza, y, por lo tanto también, de la naturaleza del Trabajo. Debido a esta condición de la manifestación, explicar de una manera justa el contexto de las comprensiones a través de la experiencia y el estudio y sus metamorfosis a través del tiempo hasta hoy, sería suficiente para escribir otro libro. De manera que: De arriba a abajo, de izquierda a derecha, de un polo al otro, pasando por unas y otras circunstancias, volviendo a llegar a problemas y comprensiones similares, pero a distintos niveles de comprensión (y de problemas) el Trabajo ha sido, es y será reconocer el eje impersonal que atraviesa y da cauce al espíritu para Realizarse en la tierra. Seguir fiel a aquello, haciendo cada vez lo preciso, soltando cada vez las posiciones rígidas que impiden la comprensión, tomando cada vez la forma de lo que la existencia exige. En eso reside de fondo, siempre, el Trabajo. Lo que cambia es el ‘a qué –o en qué nivel- se nos presenta ahora la existencia para comprenderla e integrarla’ Salud.
“En fin, y por principio, lo que he comprendido del Trabajo ha sido gracias a la disposición y el ofrecimiento, la apertura a compartir los procesos, a co-operar, en convivencia. En una convivencia que está siendo leída desde cada punto-ser que lo integra, cada cual desde su grado de comprensión y desde su propósito. Decir que he-aprehendido-de-los-ejercicios excluye esto que también realmente ha sido alimento del ser, que es, vivir viendo la vida sucediéndose y viendo fuera lo que sucede dentro, en un entorno sin máscaras. Ir viendo lo mutable cambiar de forma, en orden con lo que se dicta, abarcando todo -lo que se puede abarcar- lo que se mueve por extensión de ese impulso, que surge en la contemplación.
Me atrevo a decir que un entorno sincero, amable es lo que el humano precisa para desenredar en paz, los nudos que le tocan.
(y, así mismo, uno inflexible y severo).
En tanto se consigue, -¿consigue?-, se anima, se atreve uno a rodearse de estos nutrientes, puede conformar dentro de sí los mismos atributos para ofrecer. (No podría decir que una cosa sigue a la otra, el crecimiento, el dar y recibir se realizan al unísono, y, en principio, cuando uno está ciego para ver el amor circundante, ha de procurarse ser su propia fuente, prepararse, lavarse para poder comer-de-sí.
Del trabajando con El Silencio donde Escucho. Gracias.” “Lo que me atrajo repetidas veces al trabajo dirigido fue lo tácito -pero no oculto- de su conocimiento y comprensión sobre los roles. En los talleres Seba a veces nombraba alguno, o hacía referencia a “la naturaleza de tal o cual esencia” dejando ver que había varias, cada una con su “cosa aprendida” y su “cosa a aprender”. Con el tiempo en el trabajo fui comprendiendo sobre la realidad de las esencias y de la esencia en mí. Hoy el trabajo radica en recordar cada vez, qué soy.” Luna Gil.
P R O L O G O Donde el mundo dicta una constante competencia exterior, el trabajo se centra en lo opuesto, en una suerte de competencia interior y entrega exterior: de uno consigo mismo, en pos de una auto-superación y de uno con el otro en un recibimiento incondicional.
El trabajo, en un principio acota el universo a la vivencia y comprensión de la convivencia de uno consigo -y todas las partes que ello guarda-.
SER para poder ver ejecutándose la aceptación y el rechazo y en su opuesto al recibimiento en torno a los sucesos.
Saber para discernir lo real de lo falso.
Estar permeable para poder hacer en consecuencia de lo que es propuesto.
Como en potencia, latía dentro de mí la certeza de que en algún lugar estaba la verdad.
La cosa verdadera, la explicación a todo el desplante que veía, aquello que resolviera toda la incoherencia, todo lo ‘errado’ que parecía no tener ni origen ni aparente explicación.
Muchas preguntas fueron acercándome, sin que yo lo viera, a encontrarme con las respuestas. Ofuscaciones, comprensiones, crisis, ánimo de auto-expresión.
Harta, harta, harta del qué lindo, qué feo, qué vas a hacer de tu vida, qué música te gusta.
Harta de relatar la historia personal a cada punto al que llegaba estando de viaje. Al fin y al cabo ¿para qué sirve? Y ¿Cuál es la diferencia entre dos que caminan juntos y dos que van separados?
¿Para qué es la vida?
Cierto acercamiento se dio a través de ceremonias, temazcales, libros, biodescodificación. Todas allí tenían algo de verdadero y aún, algo de falso, de inaplicable.
Sí, y ¿ahora? ¿Cuando salgo de la sesión? ¿Del temazcal? ¿Al final del libro? ¿Qué hago para extender aquella sensación de certeza de que el mundo no es sólo lo que aparenta?
En un momento de hastío profundo, de incertidumbre y resignación me crucé con Seba.
En tanto entré en contacto con él, y por tanto con El Silencio Donde Escucho, hubieron ciertas calidades que reconocí instantáneamente: la gracia y la fuerza.
En sentido cristiano, según Steiner, “gracia es la facultad del alma de hacer el Bien por voluntad interior”. Es el prescindir de las leyes externas, haciendo lo que- se sabe es hacer- dentro de un contexto que, en consecuencia, no oprime.
La perseverancia en lo justo y en lo recto, la fuerza direccionada, la seguridad, la fe.
Todo en orden.
Aquel entorno afianzó la certeza que en un primer momento se supo y se formó en palabras:
‘Acá es’.
Amaestrarse en el arte de estar se convierte en una base sólida sobre la cual uno puede continuar con la existencia en el mundo con nociones que muestran lo que hay detrás de aquello que nos aqueja, (cosas que parecen un sin-sentido y de las cuales nos victimizamos) y que explican su razón de ser.
¿Qué es el trabajo?, ¿qué hace? , ¿Para qué sirve? ¿qué se hizo en la relación con ESDE? El trabajo y el Trabajo se distinguen en este libro de esta forma trabajo señala aquello que se hace para poder realizar el Trabajo, de alguna forma, la ejercitación en la realización de cierto tipo de dinámicas, fortalecen al ser y van limpiando el terreno que él es para poder, fortalecido y centrado en lo real, abocarse al Trabajo. y Trabajo, es aquello que uno asume como misión interna: no se ve reflejado necesariamente en un qué hacer específico (como salir a evangelizar, abstenerse de drogas, etc,etc) ni bajo ninguna forma cristalizada, dogmatizada, si no como un compromiso profundo con un ‘ir leyendo’ qué es lo que le toca a uno hacer en relación a su vida espiritual real y a su existencia mundana en cada momento situacional, teniendo en cuenta todo aquello que pueda uno considerar. Abocar la vida a un plan que excede lo que “una sola vida” pudiese hacer por su crecimiento personal. Abocar la vida a Dios, y descubrir cada vez qué implica eso.
A través de un -curso acelerado para la vida- como es el trabajo direccionado ofrecido desde ESDE, lo que sucede es que se ve uno -de manera ‘inducida’ (por voluntad propia)- a enfrentarse con los miedos que le tocan atravesar, en un ámbito cuidado, direccionado y guiado, lo que provoca en cierto grado, un ‘avance consciente’ en la propia evolución a través de los ‘choques conscientes’ –como llama Gurdjieff al ‘ir hacia donde siento aversión para ver qué de eso entrega un dato, y dejar de ir hacia donde tiendo a ir para ver qué de eso entrega un dato’, todo en pos del autodesarrollo de la consciencia-.
El desarrollo de la consciencia sirve para cada vez poder abarcar y recibir el mundo, para poder hacer con lo dado, para vivir poniendo paz, para vivir realmente, y dejar a un lado toda resistencia a la vida.
Las “formas de toque” entre ESDE y mi discipulado fueron cambiando, más, siempre se movieron en un entorno de convivencia. Convivir uno con sus pensamientos y sus emociones, convivir uno con su familia, ajena al proceso interno que genera el trabajar para el Trabajo, convivir uno con los otros estudiantes en ESDE, cada uno en su nivel, proceso, propósito y entrega, convivir uno con Sebastian, convivir uno con los acuerdos establecidos para el trabajo bajo su dirección, convivir, convivir, convivir. Y, en ese mismo proceso, aprender entonces siempre a discernir esta nueva concepción de “yo” con respecto a “mi familia”, de “yo” con respecto a “mi trabajo”, “yo” con “los problemas que creo que tengo, y que creo que tengo que solucionar de algún específico modo para que las cosas sean como creo que deben ser”
De todos los sueños, de todas las ilusiones viene el trabajo a quitarnos. El trabajo, al ser en gran parte un proceso de orden, pone las cosas en su lugar, en órdenes de realidad, de relevancia y de profundidad.
El Trabajo invita a ponerse uno bajo la influencia de lo real particular -y universal a la vez- que reside en sí mismo y a ser y hacer a través de aquello.
En aquel “simulacro” ve uno salir a flote los caprichos, miedos, aversiones y adicciones (que en el fondo conocemos que guardamos) y, una vez ahí, frente a frente consigo mismo, el Trabajo como fuerza que emerge cuando se le da lugar, ejerce su sentido y las enseñanzas todas se alinean en pos de la evolución del individuo en un ejercicio pleno de su Voluntad para el fortalecimiento de lo real en sí mismo y en pos de una futura devolución de lo recibido.
Capitulo I ‘Debe haber algo tan simple por acá para resolver esto’ He aquí una importante arista del trabajo: modificando el habla, modifico el pensamiento y viceversa. Modificando el comportamiento, modifico el pensamiento y viceversa. Y cada modificación va expandiendo en ese movimiento de roce con sus propios límites la conciencia. A través del trabajo de cambiar de raíz la forma de funcionar de la mente es que puede el Trabajo real, manifestarse en la existencia. A continuación, este primer capítulo dará un vistazo a algunos conceptos –intercalados con fragmentos de experiencias y frases de Sebastián que ilustran- que servirán de estructura para la comprensión del texto y del trabajo que se señala. Salud.
El que ignora que ignora no puede saber. I) Entrega
Para iniciar un Trabajo sobre sí, hay varios pasos previos. Uno de ellos es la (primera) entrega de la persona (sobre la cual el Trabajo trabaja).
Entregar hasta el punto en que pueda/quiera/vea dar junto a un maestro externo que oriente los primeros pasos para dicho trabajo sobre la parte entregada.
El primer paso para poder verse uno permeable a la enseñanza, sea como llegue uno a esa instancia, es la entrega: volverse aprendiz, entregar paulatinamente los esquemas adquiridos para integrar lo nuevo, sumirse a aquello que se considera real y digno de Averiguar, de Realizar, la entrega del tiempo para dedicarle, o sea, la entrega de otras actividades que no tengan que ver con el estudio y la práctica del trabajo que lleva al Trabajo… y volver. El gran trabajo de volver. Volver a que el maestro mire lo que traigo, volver a decir lo que veo, volver a mostrar lo que siento, volver a ponerme frente a la verdad para que queme de mí lo falso que me frena y poder seguir caminando cada vez, y cada vez, volviendo a revisarse. ¿Sigo entregando la vida a Dios? ¿Sigo limpiando? ¿Sigo queriendo esto más que a cualquier otra cosa en el mundo? ¿Sigo en el camino difícil pero real para mí? Hoy, ¿sigo haciendo lo que es hacer detrás de cada movimiento?
II) Atención
Para conocerme, tengo que estar despierto, y para estar despierto, en un principio preciso que me despierten cada vez que me duermo. Puede que uno aparentemente viva en estado de vigilia, mas, en tanto el afuera -que es en un principio el eje al que se responde-, se desestabiliza (para nuestra percepción) allá vamos nosotros, sin poder de estancia, arrastrados por la corriente de lo externo que inmediatamente nos influencia, tomándonos.
“En los talleres lo inquietante era darme cuenta de que estaba distraída. Una vez descubierto el sentido de la Atención, vi que no podía mantenerla. Sebastián llamaba a recuperarla, y con razón, a los pocos segundos de posar la atención “en nada” (o sea, en todo) ocurrían raptos: memorias, recuerdos, suposiciones, emociones atravesando, cualquier tironeo interno se llevaba por delante la atención direccionada.” “El que ignora no puede saber”, clarísimo, uno no sabe que está distraído, por que ignora la calidad de la Presencia Real. Y cuando la descubre, no puede sostenerla, porque aún no se tiene la fuerza para sostener la atención que permite su ejecución.
La Presencia es una práctica que precisa de atención para estar encendida, por ende, si no hay ejercicio en el hacer, no hay Realización de la Actividad. Y si no hay práctica, el esfuerzo por ponerla en marcha exige muchísima energía cada vez.
Todos pensamos que estamos despiertos, cuando en verdad, la mayor parte de las cosas solo nos suceden, nos llevan por delante, incluso las mismas palabras que surgen de nuestra boca nos sorprenden si realmente las escuchamos. Hasta que uno va y se encuentra con el contraste que le revela el ensueño en el que se mece, piensa que está despierto, que ya tiene conciencia total y completa sobre todas las cosas que le atraviesan y que le incumben.
Y el primer paso para salir de la ignorancia, es admitir la plena ignorancia, admitir que estamos débiles e ignorantes frente al mundo sutil. Esa misma admisión da paso a la escucha, actividad humilde que no puede llevarse a cabo en mentes y corazones saturados de cosas adicionadas. Decir “Yo ignoro” es decir “yo tengo espacio para concebir una respuesta” “Hube de subordinarme por completo para aprender, cada vez.” ¿y por qué atender? Solo quien sabe de sí mismo y de lo que hay, puede obrar consecuentemente con aquello que le toca. III) Lenguaje “Bajo cualquier forma, la primer etapa del trabajo implica llevar lo de fuera adentro.” Sebastián Rojo. “Sobre todo atraía mi interés la vigilancia sobre el habla que se guardaba. Quería integrarlo todo, aprender las ecuaciones para decir lo justo, para aplicar aquello a esa existencia corrupta que llenaba todo mi campo de visión.” En un lugar honesto en el que se trabaja para Dios, el aprendiz ha de amigarse de que: De buenas a primeras nada se le va a ser dado así sin más: Incluso para ser recibido, uno tiene que entregar su presencia para “ir a que lo reciban”-
Para evacuar las preguntas, primero se tiene que averiguar cómo preguntarlas, o sea, admitir que no se sabe ni siquiera preguntar y mucho menos sabe para qué quiere saber aquello que quiere saber. Voy por más, ni siquiera sabe que cree que ya tiene la respuesta de aquello que pregunta, y ni siquiera sabe que lo que quiere preguntando, no es saber la respuesta, si no, ver su ‘propia’ respuesta confirmada por la persona a la que se le pregunta.
El -dar por hecho- simplemente no funciona: quizás lo que uno piensa que son las cosas coincide con la realidad, más, el paso de conscientemente arriesgar las certezas internas a un análisis externo es un trabajo al que hay que animarse: solo lo que se comparte está dado para discernir qué parte es verdad, y que parte es falso.
“Hay una magia en ese acuerdo de total vigilancia en el habla en que las suposiciones caen, en que aquello que no tiene respaldo, simplemente se desvanece, no tiene respuesta, y no hay por eso, ninguna clase de culpa, o castigo. Al contrario, genera un campo fácil para la verdadera comunicación.” Este acuerdo obliga a replantear la visión al contar una simple anécdota, ya que cualquier proyección sobre el otro basada en una imagen–de responsabilidad, de culpa, etc- quedaba en evidencia según el armado de las frases, por ejemplo: “entonces tal me hizo” o “porque tal hizo tal cosa, yo hice otra”, etc. Mi, mío, yo, me. Es cuestión de oírlas y encender todos los radares: probablemente la persona se encuentra tomando posiciones, juzgando, o culpando, siempre respondiendo a las imágenes de sus ideas, y teniendo esto en cuenta, se puede replantear en tiempo real el punto de vista desde el que se relata, poniendo lo interno y lo externo en sus respectivos lugares, reconociendo así cuándo el punto de vista lo quita a uno de la observación objetiva y lo pone en condición inferior, superior o indiferente de la cosa que se busca analizar.
‘El mundo no me hace nada’.
-Sebastián Rojo
. IV) Responsabilidad El Saber de sí es una responsabilidad. El Trabajo, y la Presencia son haceres humanos que atañen a toda la humanidad, mas es una decisión únicamente individual el decidirse a realizarlas. Saber de sí, volverse consciente del espacio interno y por consiguiente del externo es algo que, en mi experiencia, sólo a través del trabajo consciente –y dirigido- se puede conseguir. Saber lo que hay, saber lo que hacer con rectitud: la certeza en base a la cual moverse reside dentro de cada uno y se refresca cada vez. La posibilidad de ver, de despertarse a la verdad, de comprobarla y aplicarla también. El hecho de que sea una posibilidad, de hecho, no implica que esté funcionando. Mientras no se haga, seguirá siempre siendo una posibilidad, y mientras se dé por hecho que se hace, una ilusión. (Como con la actividad de la Atención) Mantener la Atención para Ver lo que hay, y por consiguiente Saber qué es lo que es hacer, exige un compromiso y una responsabilidad dignas de un ser Adulto, dispuesto a poner las cosas en su lugar, por más que aquello exceda a su comprensión o a sus gustos. V) Dar y recibir No hay cosa que pueda ser recibida sin haber entregado espacio antes para que aquello, lo que sea que se busque, ingrese. “En ESDE simplemente se abría el espacio-temporal para dedicar a algo que en lo común las personas nunca hacemos: Averiguar. Sentados allí en ronda, no había temas pactados, ni lluvia de ideas, ni comentarios superfluos, ni sarcasmos. Lo que dirigía el encuentro era otra cosa: un pleno vacío compartido en el que se habría de encontrar la cosa sobre la cual trabajar ese día, y cada día, cada vez.”
-Es preciso dar para recibir- En la investigación la cuestión ha de surgir en medio del estado de pregunta. La pregunta puede estar dirigida hacia algo, o también puede estar vacía. La pregunta –o el estado de pregunta- es parecida a la espera, porque para ambas se precisa la misma cosa: calma y desenfado. Se hace un espacio grande en el cual, la cosa a investigar, aparece por sí misma, decanta de todas las cosas conocidas, dispuestas como en un estanque, a que se sublime de ellas una respuesta Real y fresca, útil en ese momento, en ese tiempo, en ese espacio, para esa situación particular.
En esa instancia, a través de la práctica, se va aprendiendo a investigar. El investigar supone que uno no conoce aquello que está buscando. Para buscar es preciso abrir espacio y dejar que entren aquellas cosas que están guardadas dentro. En la dialéctica que sucede entre la Presencia, el estar haciendo espacio consciente en torno a una pregunta y el conocimiento que se mueve dentro entrelazándose y desuniéndose sin prisa, se ha de llegar a aquello desconocido que dará respuesta a nuestra pregunta.
En dicha dialéctica de la sabiduría con el conocimiento y la disposición se experiencia en carne propia esta frase, casi cliché que es que ‘el dar es recibir’ y ‘el recibir es dar’
VI) El maestro “Cuando el alumno está preparado, el maestro simplemente llega. Se encuentran y se reconocen.” Uno se entrena en el fundamental ser señalado, en poder recibir la marca. Para ello que el trabajo direccionado contiene un “quien dirige”, ya que habilita a ver las situaciones de manera despersonalizada, lo que las torna más claras. La existencia de ese rol jerárquicamente superior, que no da lugar a lo falso, deja en evidencia las percepciones preconcebidas y cristalizadas que trabajan sobre el discípulo sin que se dé cuenta. Las percepciones e imágenes que se van formando y las que ya se encuentran cristalizadas sobre todas las ideas quedan fácilmente evidenciadas: las ideas sobre todo el bagaje familiar y las adquiridas a lo largo del trabajo, como las de los roles, los lazos, los acuerdos, la autoridad dentro y fuera, entre otras tantas. Éstas trabajan ocultas, por debajo de lo que en lo corriente podemos leer, y van distorsionando el estar de uno en relación a las cosas de la existencia sobre las cuales proyectamos nuestras ideas, quitando objetividad de la visión.
El maestro se encarga de vivir la Verdad, provocando a su alrededor la caída de todo lo falso. Para ponerse en frente de un maestro, ha de estar uno completamente dispuesto a morir a todo lo que cree que es, y conjuntamente, ha de estar en lo profundo unido con él, su “verdugo”, sabiendo que lo que muere, no es nada real, y que quien mata, simplemente está Realizando lo que es Realizar para el desarrollo común: Discernir lo real de lo falso, para así librarse de la propia ilusoria realidad, y seguir avanzando. “-¡Las consignas están puestas para algo!” S.R. Trabajando con el maestro no hay lugar para el desacato de las tareas. Están puestas allí con un objeto y el ir a hacerlas es lo alimenticio, si uno logra estar y ver qué es lo que sucede. Hay que ir a hacer. Es una condición. Y hay que decir. Procurar sincerarse con uno mismo, y con el maestro hace posible el crecimiento mutuo: Si no traigo material con el cual trabajar, no hay cosa que hacer, nada que direccionar. Llega el momento de admitir que uno siempre tiene que seguir limándose. No hay punto en el trabajo en el que ya no se encuentren aspectos que mejorar. Esto hay que tenerlo en cuenta gravemente. Caer en el error de que uno ya no erra es contraproducente, aletargante y falso. Cuanto antes pueda uno salir de aquella ilusión podrá continuar el ascendiendo directo. “Aquello por lo que habíamos pasado, o aquella comprensión que habíamos rescatado, podía ser encontrada ya en un libro sobre las enseñanzas, ya en un texto de Seba. La teoría demostraba la dirección de la práctica. Hay un carácter de flexibilidad, de tire y afloje en las formas que el maestro encuentra para utilizar, que hace amable continuar la revisión. En las revisiones se fluctuaba entre momentos de amabilidad, y momentos de gran severidad.” El trabajo en lo de Sebastián y bajo su dirección es a intercambio consciente, en ambos sentidos, y en varios niveles, es decir, de allá para acá, y de acá para allá): Se da lo que se sabe que es dar, cada vez, según las oportunidades reales de cada momento y cada ser, y se recibe lo que se sabe que es recibir. El trato con este acuerdo genera trabajo, las posiciones que uno va tomando, modifican su forma a través del tiempo, las encrucijadas y las comprensiones.
VII)Roles Los niveles, momentos y formas de comprensión varían de un sujeto a otro. Así como para uno, una frase pasa inadvertida, para otro representa una encrucijada, un acertijo, y para un tercero, significa una afirmación de aquello que sabe. Las formas cambian de persona a persona, según lo que a cada uno le es preciso recibir. “Sebastián tomaba en el instante ciertas manifestaciones nuestras y las ponía al servicio, para que cada quien trabajara con lo suyo. Muchas veces, dejando en evidencia las cosas en lugar de explicitarlas. Así, por medio de maniobras indirectas, se dejaban ver las cualidades de los que integrábamos el grupo.
La cualidad de lo indirecto despertaba el ánimo indagatorio. Frente a una acción aparentemente aislada de Sebastián, adentro surgía la pregunta ¿Qué quiere decir esto? A lo cual, cada quien, internamente, adjudicaba una razón distinta, y de allí que surgían las distintas comprensiones sobre un mismo hecho.” Las cualidades y sus extremos diferencian un rol del otro: cuidar, mostrar, guiar, curar, sanar, etc: Cada rol comprende ciertas tendencias que se dejan ver en las manifestaciones.
“En grupo aprendimos a leer ese que hay por debajo. Señalándonos las cualidades entre nosotros fuimos diagramando, y descubriendo hacia dónde perfilaba cada integrante con sus ‘maneras de ser’, sus asuntos trascendidos y por trascender. Recuerdo una vez, particular en la que Sebastián preguntó –ya en un ámbito de charla, terminada la reunión- a cada uno, menos a mí, qué libros estaban leyendo. Cuando todos hubieron terminado de responder, yo sin que me preguntara dije el libro que estaba leyendo. En ese momento sentí un poco de vergüenza, Seba me palmeó el hombro y se rio. Tiempo después, reflexionando sobre las cualidades individuales de cada uno, mis compañeros señalaron en mí la honestidad. Pasó un tiempo hasta que en mi cabeza ambas situaciones se unieron en una comprensión de esa cualidad y de sus desequilibrios en mí.” Muchas veces, con respecto a quien dirige, al estar en aquel lugar en el que nadie quiere estar, se levantan barreras psicológicas, en defensa de la persona -que no quiere morir-. Dichas barreras pueden tomar diferentes formas dependiendo de las cualidades del Ser en el que se generan, ya que cada uno siente aversión por distintas imágenes. El hecho de que en el trabajo se insista en mostrar a las personas aquella parte de sí mismas que no es real y a la que éstas se aferran, es una de las principales causas que llevan al abandono del trabajo sobre Sí. A lo largo del trabajo, el vínculo con el maestro se vuelve o bien necesariamente cada vez más limpio, más sincero, más dinámico o cada vez más frágil, inexistente. Durante los intensivos, los talleres e incluso durante las reuniones grupales anuales este hecho se veía rotundo: Las personas se ven tomadas por su construcción, “no quieren trabajar” y en consecuencia, desertan. Lo cierto es que se necesita una real voluntad para sostener el vínculo con lo sagrado, haciendo de eso una práctica, un ejercicio, una labor sacrificada, más allá de todos los agregados que ponemos para evadir dicha actividad y volver a lo cómodo. VIII)La identificación Hay un contenido adentro que cada vez que es atraído, se configura en una respuesta predeterminada en base a recuerdos, para hacer llegar la sensación ‘pertinente’ de rico o feo, lindo, o desagradable, desubicado, etc. Toda esa construcción de respuesta se establece de forma inconsciente y para la supervivencia, partiendo de la base de que se está trabajando incompleto, -claro, falta el observador observando y poniendo orden en ese mismo acto-. El conjunto humano ha estado funcionando sin supervisión, de la forma en la que ha podido. Ahí dentro, todo ha de ser puesto en orden paso a paso cuando el observador aparece. En este punto se vuelve crucial identificarse uno como el contenedor y no como el contenido de todo aquello que surge dentro: Pensamientos, emociones, sensaciones. Todo llega y todo pasa, por ende, es lo que está, lo que hay ahora, no lo que soy. IX) La libertad Libertad es la de poder-hacer lo que no quiero, y poder no-hacer lo que quiero. Dominio: discernimiento, abstención e intervención, cada vez. “Hay que animarse a ir.” En este caso particular, desde la experiencia propia y lo comprendido hasta hoy, hay algo que se vuelve evidente: Si tanto rechazo ‘hay�� pues, está claro que hay que ir a ver qué sucede ahí. Frente a aquello que ‘no me gusta’, no hay forma más fácil y vaga que la evasión. Si esto está aquí, para algo está, y si se mantiene uno perseverante, pues, podrá ver que hay detrás. De este modo, la aversión es una herramienta que está señalando algo que ver. Del mismo modo, la atracción también está trayendo datos. Ambos, aversión y atracción son polos que, considerados en un mapa más amplio, dejan ver cuál es el centro que los alimenta, los fabrica y los acciona cada vez.
“Confieso que he estado presa, viendo dejar pasar semanas enteras en este limbo mental en el que uno piensa todo el tiempo en que ‘tiene que ir’ al encuentro del maestro y aun así, no lo hace. >>El hecho mismo de estar perdido en estos pensamientos es la principal causa de la postergación que se acusa<<”
La voluntad es flaca, y sólo mediante la ejercitación consciente se puede hacer que ese músculo responda por aquellos intereses que uno llama superiores, superiores al mero confort, a la comodidad acomodada, a la basura bajo la alfombra. El trabajo requiere trabajo Ejercer dominio sobre el cuerpo para ir allá a donde no quiero ir, es requerido. Revisar, para ordenar, para preparar el terreno es requerido. Admitir que otro direccione mientras la voluntad es flaca, es requerido. Dar muerte a los gustos, pequeños placeres, caprichos, emocionalidades negativas y hábitos funestos de la persona, es requerido. Y es que detrás de todas esas cosas a revisar reside una verdad que ver. Aquellos requerimientos no están en pos de censurar, más para develar el mecanismo que las opera por debajo sin nuestro consentimiento, desparramando nuestra energía en cada contacto, en cada movimiento derivado uno de otro, en cada asociación automática instantánea, en cada reacción. Hay que detenerlo todo, lograr sostener la atención encendida, Realizando la Presencia, y en eso, atravesando cada circunstancia, en ese sostenerse y recogerse. Abstenerse de aquellas situaciones donde no puedo sostener la Presencia, y multiplicar las situaciones en las que se facilita” Las cuestiones de nosotros mismos que nos disgustan representan, en cierto punto, las más fáciles de ver. Porque claro, después de ésas, están las que nos gustan, esas se tornan un poco más difíciles de ver, de soltar y en algunos casos, hasta de retomar. Capítulo II En este capítulo a modo de ítems, se va mostrando el producto de cómo el trabajo dirigido repercute al día de hoy en la experiencia de quien escribe. El trabajo es un haciendo, y va tomando lugar a medida que se le entrega. Lo que se dice aquí está completamente permeable a seguir siendo transformado por el trabajo, pulido, mejorado comprendido a niveles más sutiles. Por lo tanto no señala un fin en sí mismo, sino un punto comparativo desde el inicio hasta el momento, y como punto de partida desde el cual seguir haciendo.
“En Luna, al comenzar el trabajo toda señal de espontaneidad murió. El control y el dominio ejercido sobre el cuerpo, la mente y las emociones para el entendimiento de las estructuras fabricadas por el ego, tomaron largo tiempo el que hacer y no hubo espacio para la distención ni las ‘manifestaciones naturales de la personalidad’. Auto-represión y culpa anduvieron mezcladas largo tiempo con las reales herramientas del trabajo que iban penetrando y a través de las cuales se iban identificando y corrigiendo las actividades tendenciosas. Éstas ‘reacciones colaterales’ van apareciendo con mayor y menor intensidad cada vez, dependiendo del grado de identificación adquirido con el tema en cuestión. Ahora, puedo decir, que después de un importante caos descubierto dentro, la natural espontaneidad va resurgiendo, de la mano de una seguridad interna, de un temple de las emociones, del eje cada vez más visible y estable. Lo esencial permanece intacto, y el goce de ser espectador de esa cierta madurez que se conforma es consecuencia y fruto del trabajo. Todo lo entregado es devuelto, en orden.”
-Tolerancia al medio en la existencia en el que estoy. Pensamientos, proyecciones al y de afuera, a los otros, juicios, suposiciones, condiciones, cualidades, exacerbaciones, etc. El trabajo, en un principio acota el universo a la vivencia y comprensión de la convivencia de uno consigo -y todas las partes que ello guarda. Podría pensarse que lo que se genera es sólo tolerancia hacia el otro, más, junto con el andar del trabajo se va haciendo indispensable el generar la tolerancia hacia uno mismo. Uno comienza a pensar todas las cosas en relación a uno. En una etapa inicial del trabajo, el otro no existe. Se descarta todo lo demás para poder centrarse uno en la posición que tiene tomada respecto de sus propias percepciones de lo que si mismo, el mundo, Dios, y la vida son, y deberían ser. Quitando el peso del otro, volviéndolo un “x” que está allí como componente y que en conjunto con todo lo otro forma parte de una ecuación analizable, o comprensible; amainan la cantidad de pensamientos y proyecciones que uno en lo corriente se permite proyectar afuera, más, en este salto de la atención desde lo externo hacia lo interno se corre el riesgo de irritarse, culparse y pretender de sí lo que no puede darse, resolverse o canalizarse aún a través de uno. Este caso es, de nuevo lo mismo: usarse a sí como base para proyectar las imágenes sobre sí mismo, sigue siendo “poner afuera”. Sabiendo que las proyecciones no son reales, y que, en tanto uno les presta atención las alimenta, puede uno mantener su atención firme en lo que es, y simplemente responder a lo verdadero. Uno mismo (la consciencia) va convirtiéndose en la mesa donde presenta las cuestiones que llaman su atención, uno, como lugar de resolución a donde traer aquello que ‘hace ruido’. Ejercicio para el dominio: -Las reacciones se van controlando, primero desde lo externo, poniendo dominio sobre el cuerpo y sus movimientos, sus gestos, procurando reducir todo movimiento, luego integrando los pensamientos, viendo las cosas que ata, unas a otras para dar paso quizá a la emoción que trae cierta tensión para la reacción. Después posicionar la atención entre la piel y la impresión que llega desde el afuera, -y desde el adentro- y más adelante, trabajando el dominio sobre todas estas partes, poder llegar a concebir y entender qué es lo que sucede en el colectivo ‘cuerpo, mente, emoción’ y debido a qué, en cada circunstancia. Propósito Llegar a llegar antes que el primer movimiento interno de respuesta a los estímulos sucediendo es el objetivo evidente.
-Sentido del ser. Comprender es ese resultado de la interacción dialéctica entre experiencia, conocimiento y escucha de la respuesta interna, genuina. Todas aquellas prácticas que dicen reunir a uno con Dios, las teorías sobre las personalidades en relación al universo y las influencias, las técnicas, etc. van generando una base de datos desde la cual se puede, de la mano de la escucha y la reflexión conscientes, conseguir comprensiones verdaderas sobre la naturaleza del propio Ser.
El estudio y el acumular conocimientos al respecto es parte del hacer, del trabajo. Bien sabemos que no puede haber comprensión de no fusionarse la experiencia con el dato, la teoría con la práctica, etc. Y así mismo, lo es también el ir probando sin peso aquellas prácticas que nos llaman la curiosidad, ese intensivo, o aquel ayuno, siempre y cuando pueda contemplarse en el hacer cuál es la intención, el objetivo que nos mueve a la realización de cada experiencia: ¿por qué? ¿Para qué?
Toda búsqueda de referencia en torno al ser de uno alimenta un compendio de datos que ir comprobando y descartando de manera de ir acercándose uno a una “imagen” de sí más realista, amplia y maleable. En el trabajo, en consecuencia de la investigación exhaustiva sobre las personalidades de uno (qué están ocultando el origen de la confusión que las conforma) uno va reconociendo cuales son aquellas cualidades que lo hacen particular, que por debajo de los hábitos, se pueden discernir en cada uno de los haceres que implican que ‘yo de algo’. Éstas pueden ser llevadas a uno u otro extremo por la persona, que, en tanto trabaja sin vigilancia, va y viene de un extremo a otro por simple tendencia, atracción, distracción, y aversión. (También pueden estar las cualidades completamente ocultas. Por medio de diferentes dinámicas, el trabajo se ocupa de ir “llamándolas a surgir”.) -Ver, saber, hacer cada vez. El que hacer no es algo que se pueda adivinar, ni imaginar. Procurar dejar de intentar hacerlo ha sido fundamental. El “intentar hacer” no contiene hacer, contiene especular, andar con la mente vagando sobre hipótesis sobre el ‘hacer’ que no son ‘hacer el hacer’. Además el ‘intentar’ está sujeto al fracaso ya que “quiere ir” hacia el hacer con una imagen de “cómo este debe ser o hacerse” pretensión ésta que jamás podrá condecirse con la realidad. Duda, no tiene certeza. La realidad está por un lado y la idea por otro. La misma imagen mental sirve de velo para no poder ver lo que en la existencia está siendo señalado para ser Realizado. Intentar es -no hacer nada-. Ejercicio para el dominio Lo que uno procura, desde el trabajo, es ver el momento y lugar en el que surge la imagen que está condicionando el hacer y verla disolverse. Entonces, en contacto directo con la realidad, hacer. Propósito del ejercicio Ese poder ver la imagen cuando surge, es dado por la práctica de la presencia. Si estoy allí, veo lo que hay, y por ende, lo que hay que hacer. Si no, las cosas pasan sin que yo de cuenta, condicionando y reflejándose en una postura corporal, una postura mental que obstaculizan el hacer objetivo en relación a la realidad objetiva añadiendo factores que ‘embarran la cancha’. -Conservar la flexibilidad. En ese indagar es el maestro quien propone el hacer. Va sugiriendo formas, métodos en pos de ir cambiando el predeterminado hacer por alguna otra forma que nos demande Poder para realizarse. Ejercicio de la voluntad. Queda en uno “aprovechar” o no aquella sugerencia, que viene a poner en jaque ideas preconcebidas que trabajan en uno sin que se sepa de su acción. En ese cambio de forma se deja ver la tendencia a repetir cierto hacer y la imagen que lo mueve por detrás. Ese hacer no está sucediendo solo. Funciona en dependencia con ideas, sentimientos, emociones que están atadas entre sí y que aún suceden más rápido de lo que, con nuestra atención, podemos seguir. En el hacer lo que no quiero reside el principio de la libertad. El trabajo no tiene que ver con las formas, se sirve de ellas, de todas, para ir poniendo a prueba. Ir estirando el límite puesto, alterando la forma a la que uno responde por costumbre, hasta quebrar la percepción y librarse de aquel limite. Lo que se decida luego con respecto a aquel hacer particular puesto a prueba es decidido con una mayor amplitud de visión respecto a la cosa, es decir, con ‘mayor libertad’. -Libertad. Ir a hacer lo que no quiero. En detrimento de uno para el crecimiento del otro. Si no puedo evitar hacer algo, no es que me guste, es que estoy preso de la idea que tengo de eso, del placer que se deriva del poder hacerlo, de la parte de aquello que ‘me define’, que ‘es parte de lo que soy’. Pura identificación. Libertad como una acción: ir a enfrentarse al automatismo que maneja mi existencia, mis movimientos. Allí, en la presencia, en el estar en frente a los puntos débiles buscando saber cada vez cómo trabajar con ellos, reside el sentido de esta libertad. El ego se arma estructuras y es lo corriente que ande funcionando dentro de ellas. La persona no tiene real voluntad (es la manifestación de la tendencia inconsciente) y para salirse de aquellas estructuras es preciso poder. La fricción entre el –hacer lo que no me gusta- y las estructuras habituales del ego ejercita la voluntad: cada vez puedo ir a por un poquito más, porque se está más fuerte. La libertad implica poder, y el poder implica voluntad consciente de hacer aquello que me demanda esfuerzo, aquello que me quita del lugar cómodo que el ego fabrica. La persona ha de ir cediendo sus quehaceres personales, que responden a los intereses del ego, y el Ser ha de ir haciéndose presente: uno cuidando, entregándole espacio para ser, atención. (Como a cualquier manifestación en etapa de nacimiento y crecimiento). -Nacer al Ser Esta etapa se caracteriza por la fricción seguida por la calma, la quietud seguida del caos: duda, perdida de los ideales, seguido de ocupar un lugar en el que no hay hacer que hacer, sino ser que habitar. (Toda esta cuestión tutelada, cuidada y enderezada por la dirección de Sebastián, en mi experiencia, cuyas acciones justas disminuyeron cada vez el desasosiego en que uno mismo se encuentra en ese tironeo entre ‘ser-querer ser’, ‘saber que hacer- querer hacer’, entre las influencias del espíritu y las de las personas.) -Dejar de ser muchos para ser uno. La consistencia. En un principio uno es uno cuando se levanta y otro al segundo siguiente. Uno con sus amigos y otro con sus padres. El principio de la consistencia reside en decidirse ser uno quien dirige todo aquello sobre lo que se puede tener dominio (cuerpo, mente, emoción). Una de las personalidades va haciendo el trabajo de quitar realidad a las otras personalidades,-que tironean cada una para un lado distinto- para poder temporalmente tener el mando, procurar coherencia entre lo que dice, hace, piensa, siente, emociona, etc. Esta personalidad va preparando el terreno, va “limpiando la casa” interna, vaciando, disponiendo para dar lugar al arribo del espíritu que viene a realizarse en la existencia a través del estado del Ser. La persona es quien se va ejercitando, va comprendiendo las cuestiones de la existencia para poder disponer de su tiempo en esta actividad, mientras las “cosas de la vida” externas, van siendo resueltas. En este punto, habiendo entrado uno en cierta actividad espiritualidad concreta, en la que invierte sin aparente resultado, sin evidencias más que la del maestro, es que puede ser útil aplicar: “Si no tienen Fe, imítela.” -Jodorowsky Finalmente, en el fondo, la persona que prepara el terreno ha de saber que ella es mentira también. Que cumple un rol temporal y que su única determinación real tiene que ser cumplir con su propósito: correrse para dar paso a lo real.
Capitulo III El trabajo como aporte propicio y preciso que puedo hacer para alimentar y reconocer la verdad. “La vida en la existencia se torna ‘menos grave’ en relación a ‘las cosas que me pasan’ en tanto la importancia personal se va diluyendo y ‘lo interno’ se vuelve campo propicio para la investigación, práctica, experimentación y estancia. Va realizándose la identificación con lo impermanente, que permite un hacer desligado y a través del cual el ser puede bañar de amor al mundo.” -Comprender lo que no es pensar (y por ende lo que sí es). ¿Pensaste o te pensaron? El hilo de asociaciones que se va formando mientras no lo veo: eso no es pensar. Llegado el punto en que se lo puede ver desenrollarse, eso tampoco es pensar. Justamente, detenido aquello entonces hay lugar para pensar. En sostener aquel vacío en forma de -pregunta sin contenido- reside la primera cosa. Puede sugerir uno un tópico, enviarlo ahí dentro de aquel vacío y esperar respuesta, sin pretensión alguna. Sólo mantener el vacío. Donde no hay –yo pensando- hay pensar. Mientras se pretenda algo más, no se acercará uno a realizar la acción real. Pensar conscientemente no es estrictamente analizar algo que ya pasó.(…) -Cambiar cambio y supresión por comprensión de los patrones tras las formas y disolución. Cada vez, una nueva vez para reconocer. A través del trabajo uno dimensiona el mecanismo evasivo del ego con el que éste procura no dar consigo mismo. Cambiar la forma pero mantener el mecanismo es la táctica de permanencia del mismo. Cambia la cosa, más, el motor que sustenta la actividad es el mismo. Una vez que esto es reconocido uno ejerce dominio sobre el cuerpo, detiene el movimiento (cada movimiento) y observa. El reconocimiento de la verdad provoca la disolución, la muerte de la mentira, de lo que no tiene realidad. Es cuestión de poner la verdad al lado de las cosas. Entonces, sólo la verdad de estas permanece. -Comprensión de los verdaderos usos de la mente en uno. En lo corriente, la mente suele ser fuente de estrés, de soberbia, de aislamiento, etc. Del mal uso de la herramienta, surgen todas aquellas resultantes trastornadas y trastornantes. La mente tiene usos correctos, que corresponden a la naturaleza de lo que ella hace. El poder distinguir cuándo la mente está funcionando bajo la inspección de uno y cuándo está funcionando automáticamente surge del hecho de la desidentificación de uno con sus pensamientos y de la identificación de uno con el contenedor, con aquello que contiene todo el contenido que va y viene. -Tregua En el proceso del trabajo cada quien va descubriendo que lo que la persona, detrás de las distintas formas recurrentes que toma, es un urgente pedido de amor. La persona y sus trastornos pide amor, y el amor reside en enderezar a la persona. El acto mismo de mirar el laberinto fabricado por esa urgencia, es suficiente para saciar la falta de atención que nuestros trastornos demandan. Frente a la presencia de estas manifestaciones, uno comprende, habita y va siendo testigo de la transformación de aquellas súplicas aisladas en completitud e integración. Las personas dentro de uno son como niños chicos. Hay que ir comprendiendo sus miedos y procurando mostrarles lo ilusorio, de manera que se vayan acoplando a la forma de estar de quien sabe lo que es. Ecuánime, calmo, dispuesto. -Imágenes Quitarlas para poder seguir avanzando. Las imágenes son imágenes. No son lo que es. Las personas dentro de uno, mediante la memoria van generando imágenes. A medida que recaudan datos, ordenándolos debajo de motes, generan imágenes que van condicionando la relación de uno con las cosas (con todo ‘el otro’, incluso con ellas mismas, las personas dentro del Ser). En cuanto uno acepta el mote, la cristalización, se vuelve difícil darse cuenta cuándo está actuando. Más, si se mantiene uno receptivo, y logra separarse del complejo psicológico, el mote cae, frente a la presencia de la observación, del discernimiento, de la verdad. “En una ocasión, Nat, una de las compañeras comenzó a caer en la cuenta de que podía conectarse al flujo de información al que acceden algunas personas de algunas naturalezas. Causalmente, la naturaleza de la esencia de Luna no poseía tal “favor”. Luna fue encomendada a trabajar a la par de Nat en colaboración de para que aquella conexión se diera y actuara. A aquello sucedió un juego de superioridad-inferioridad entre Luna y Nat, en el que Luna fomentaba la duda que negaba a su esencia,- la de la certeza-, y Nat, como consecuencia de –tampoco-haber-podido-estar-antes- tomó el lugar de superioridad, en tendencia a lo que lo externo pedía, queriendo guiar a Luna a llegar a aquello a lo que ella había llegado. En fin, Sebastián vio aquello, señaló los gestos que en ambas mostraban el juego de polos y entonces, Luna y Nat se salieron de aquellos sitios.”
-Orden en el decir. Responsabilidad y vigilancia en cuanto al habla. Respecto a la forma de hablar que uno trae y reproduce. Sebastián extendió una estructura en la que se ofrecía un acuerdo: “estas palabras señalan estas cuestiones” . Aquello sirve de sostén y es un orden que, en tanto uno toma, puede usar para el propio crecimiento, aplicando a las situaciones que uno procura llevar, cierta terminología convenida que vuelve loable una puesta en común que habilite de manera eficaz a la investigación. A través del habla se deja ver cuál es la relación entre uno y las cosas que nombra (o que ‘incluye tácitamente’). La palabra, el tono, la gestualidad, el volumen, la intención que se deja ver comunica y da datos. Mediante el orden en el decir, se puede en algún nivel, dar orden a los pensamientos y viceversa. Escuchando uno la propia forma de hablar puede observar dicha relación y en tanto hay reconocimiento, puede haber comprensión, y por lo tanto, transformación. Cuando el hablar tiene orden, las intenciones se vuelven legibles y transparentes. No deja lugar a interpretación. Hay más trabajo en procurar nombrar la cosa objetivamente que en “dejarla como está”: Así, hay más trabajo en diferenciar lo que ‘hago’ de lo que ‘soy’, lo que ‘puedo hacer’ de lo que ‘quiero hacer’, la empresa de celular que ‘uso’ de lo que ‘yo soy’, el ‘estado sentimental que llevo’ de lo que ‘yo soy’, lo que ‘pienso/opino’ de lo que ‘soy’, lo que ‘hice’ de lo que ‘sucedió’, etc. Mediante la forma de expresión puedo elegir si condeno o no, si juzgo o no, si me vuelvo condescendiente o no, si quiero convencer al otro o no. Éste es un hábito que ejercita el intencionar, o sea, el dirigir, el Realizar aquello que se sabe que es hacer y decir –y no otra cosa- y de qué forma para contribuir a la claridad en la existencia. -Puntualidad y entrega. La maestría del estar antes y el alimento del ser. El Trabajo, en lo externo refleja calma y buenos modales, más, por debajo, lo que está en marcha son los valores de la coherencia, y de la incondicionalidad, trabajando conscientemente. Al contrario de las ideas e imágenes cristalizadas que en lo cotidiano usualmente suceden y hacen a una persona “agradable” “limpia” u “ordenada” -mantener una imagen para afuera, hacer lo que hay que hacer, etc.- son ideas que en el fondo señalan quizás comportamientos justos, más, tomados superficialmente, se tornan insanos, aún aunque breguen por el orden y la amorosidad –y puntualmente por eso, porque bregan, es que se distinguen del trabajo consciente-. El que trabaja está de continuo preguntándose, buscando saber qué, como, cuando, cuanto, porqué y para qué de cada cosa, renovando sus votos cada vez frente a cada situación. ¿Cómo se hace para saber qué hacer? Bien, y esto depende de la naturaleza que se esté preguntando. Luna, por ejemplo, encuentra un primer paso en ir al encuentro de aquel que sabe…Donde IR constituye un hacer. Hacer para saber qué hacer es el primer quehacer para llegar a comprender y realizar un quehacer concreto, particular, propio. La puntualidad se transformó en una de las primeras entregas completas al trabajo, ceder los quince minutos más en la cama, por ejemplo. “Si y no, no hay excusa válida para faltar a la reunión grupal. Y si, se puede comprender que alguno en algún caso no pueda llegar. Además de la llegada unos minutos antes, del cuerpo físico al lugar; estar implica estar presente allí antes, con la atención y el dominio sobre cualquier indisposición que pudiera aparecer: frio, “hambre”, malestar, lo que fuera. Mantener el eje para sostener el grupo. La fuerza grupal intencionada a cumplir y la rectitud de quien dirigía volvían los encuentros factibles, posibles, viables a causa del sentido en común compartido. Aquello, en lo superficial, en lo que se puede ver, nos tornó más atentos del tiempo y la consideración en tanto a la apertura y disposición del otro. Y también nos volvió puntuales en lo interno: no dejar plantado al trabajo en nosotros mismos; el hábito fuerte de no abandonar el objetivo grupal, de no olvidarse uno y de no olvidar el quehacer; de entregar cada vez espacio y tiempo al trabajo para que crezca, para que se Realice en aquel espacio cedido por uno incondicionalmente, para alimentar -casi por primera vez- algo distinto de los intereses personales. -Certeza de estar sostenido por la vida. El trabajo y el sentido que cobra la existencia. Al ubicarse el Trabajo como ‘lo más importante’ la calidad de la sumisión va provocando un trascender de los sucesos en la existencia más liviano. Como todo propósito está puesto allí, en aquella misión grande, que excede al uno como individuo, el trabajo se vuelve una gran base o contenedor en la que uno y las cosas que suceden están comprendidos y sirven al crecimiento, pudiendo ver desde este punto la realidad en la que no hay pérdida: Ahí donde se encuentra el trabajo, todo puede ser fructífero. Hay grandes comprensiones con cada choque (suceso critico ocasionado por uno u ocasional) así como en momentos de tranquilidad y análisis. La vida, la fuente, está para reconocerla. Ése es el pequeño trabajo que toca hacer. Mientras uno se ocupa de lo que genuinamente le toca, el resto de los sucesos se alinean y todo es como es y como tiene que ser.
-Parar de correr: Atravesar y ser atravesado por las situaciones que llegan. Contener los movimientos externos y observar los internos, ver cómo pasan. En el trabajo, todo lo que pasa no soy, lo que permanece, soy/es. Llegar antes que la percepción, ir a atender debajo de la piel, llegar antes que las percepciones al punto de recepción, para recibir las impresiones externas e integrarlas, recibirlas. Permitirle a los estímulos llegar, estar e irse. Precisa un permanecer en uno -aún aunque lo que llega “no me guste” o “no me vaya a gustar”-. Un permanecer en eje por más agradable que sea el estímulo externo, por más tendencia a querer prolongar aquello que “me gusta”. Permanecer ahí y ver cómo desaparece. -Recibir sin percibir con lo conocido, el poder de estar con lo nuevo. Ni aceptar ni rechazar, recibir al desconocido. En el trabajo comprendí que la disposición habilita al dar-recibir-hacer, todo en un momento al unísono. Disponerse: como extender la mano con los ojos cerrados y utilizar lo que llega como guía para seguir camino. En esa acción no hay lugar para otra cosa: es lo que es, se hace lo que se sabe y se sigue. Confiando. “¿Qué es lo peor que puede pasar?” Sebastián animaba a seguir y deshacía la consideración personal a la vez. Hay que estar libre del miedo, que está ahí pero no toma el lugar. Para poder recibir hay que estar desidentificado del cuerpo, de los gustos, del daño, del dolor, de las ideas, de las formas que nos conforman. -Cuestionarlo todo. Cada costumbre, frase y forma que me conforma. Cuestionarlo todo para comprender el origen de su aparición. Si uno atrae lo que uno es ¿a qué parte de esto que soy viene esto otro a aparejarse? es decir ¿A qué responde?, ¿Para qué sirve? ¿Cuándo aparece? y ¿Bajo qué formas? Paralelamente lidiar con la distorsión y tensión que traen la culpa, la pretensión de ser inequívoco, de proteger y ocultar “mis falencias”, de ocultar aquella parte de uno que aún está sumida en el miedo y la confusión*. El cuestionamiento, en cierta parte, se torna en una suerte de auto-análisis psicológico exhaustivo de las personalidades que uno ha fabricado: “¿Por qué Luna responde así? ¿Qué está pretendiendo con ese tono?: Probablemente, reconocimiento externo.” El cuestionamiento es una forma de fricción poderosa. Es un encontrar el nuevo disfraz que se inventa la persona cada vez. Realizar esto supone un gran esfuerzo y, en un momento, junto con la obstinación de las personalidades, la intensidad de esta actividad amaina. *’Parte de uno que aún está sumida en el miedo…’ más, en vías de enderezarse. No puede ser corregido aquello que no ha sido visto, y al reconocerse que hay algo que uno quiere esconder,- a través del hacer lo que no quiero- se muestra ese algo a quien está direccionando el trabajo sobre sí, dándole la oportunidad a la cosa de ser vista, comprendida, discernida y entonces ordenada. -La enseñanza junto al aprendizaje. Lo comprendido por cada uno es en relación a su estado del Ser, la verdad se adecúa tomando forma acorde al estado evolutivo del humano que ha de recibirla. La calidad de alimento que se puede percibir de las impresiones está sujeta a aquello. A medida que uno avanza en el trabajo, ir limpiando las precepciones habilita a poder estar en presencia cada vez durante mayor tiempo, en variedad de lugares, y el ir recolectando nuevos datos que sirvan a mi situación del ser actual. La desidentificación va dando fuerza de presencia y la capacidad de recepción para con las cosas que pasan, y lógico, una mirada objetivizante que va abarcando, permite estar en la existencia sin ser tomado por ella. Al comunicarse con otro, tener en cuenta esto sirve a la real comunicación: poder ver en el otro qué es lo que está en condiciones de ‘digerir’, qué está ‘pidiendo’. Y en eso, en la escucha, nutrirse de la visión del otro para ver la verdad de fondo cada vez. ‘El problema a solucionar reside adentro y no afuera’ “En una ocasión, distendida, Sebastián sugiere a Luna que estudie modelaje para equilibrar. Luna en ese momento, sabe que no es necesario equilibrar ninguna cosa. “En algún punto revocar paredes y pintar rostros es similar” piensa, más no entra en discusión con el maestro. La próxima vez que Luna va, lleva los ojos pintados. Sebastián pregunta: ¿Es por lo que hablamos? A lo que Luna responde: “si, no, más o menos.”(¡Caos!) (Imágenes atravesando el habla, la postura corporal, el tono de voz, evidente.) Seba explica que aquel actuar señala algo importante que ver respecto a las imágenes puestas en el vínculo, que interfieren en la relación. Saltan muchas personas dentro de Luna a querer poner el problema afuera. Luna revisa: la imagen de autoridad proyectada sobre Sebastián –el maestro- está condicionando un actuar que en realidad ‘debe’ de ser dirigido por una autoridad interna, en coherencia con lo que se sabe que es, y que no tiene que ver con la consideración del rol que se acuerda con Seba para trabajar, ni mucho menos con un “equilibrar superficial”, ni mucho menos con nada. La autoridad a su lugar: adentro y arriba.” -Lo que depende no es real La verdad no tiene origen y reside en el origen de todas las cosas La mayor parte de los problemas que uno puede reconocer en sí mismo, ‘son problemas’ porque hay una parte que no podemos descifrar. El discernimiento, cualidad del espíritu, da muerte a todo lo que no es real. Allí donde se posa, sólo lo que Es puede permanecer. Desde esta base, cualquier cosa que nos esté trayendo malestar es nada más y nada menos que una ecuación que no estamos pudiendo decodificar. Y ese no poder, en lo corriente, viene atado a que en algún punto, sentimos que si damos solución a aquello, una parte de nosotros va a morir. ¡Lo cual es cierto! Pero como nada real puede morir, en verdad, no es exactamente así. Se trata de una identificación de uno con aquello que hay que resolver, la cual está funcionando como velo. En tanto uno puede identificar la identificación, puede formular la ecuación de manera objetiva. Y en tanto puede hacer eso, la “solución”, o la verdad sobre la cosa, (que siempre estuvo ahí) salta a la luz o sea, se pone en su lugar, se ordena.
En El Silencio Donde Escucho básicamente comprendí que sí hay un hacer que atañe a cada persona individualmente. Que sí existen, viven, y actúan sobre el mundo la verdad, lo objetivo y lo justo. -Reconocimiento de la naturaleza y recibimiento de las incumbencias y roles particulares. El rol esencial. Conocerse a sí para ordenarse a sí y orientarse a sí. Solo quien sabe de sí mismo y de lo que hay, puede obrar consecuentemente con aquello que le toca. Hay ciertas cualidades que son dadas al comienzo de la manifestación de uno en la existencia. Poniéndolas en función, procurando reconocer su punto equilibrado, recto, son herramientas de las cuales uno se puede valer para la práctica del reconocimiento de sí mismo, y a través de las que uno puede ver cuales ‘cualidades’ ha de fortalecer (aquellas de las que carezco, o están para desarrollarse) y de cuales se puede valer. Ubicados los extremos que nuestras personas tocan,-una vez reconocidas nuestras cualidades- tenemos ya un campo de trabajo claro sobre el cual reconocer y sofrenar las tendencias que nos llevan a la -ausencia-con-instantes-de-lucidez. Cada persona guarda en su naturaleza un quehacer que se corresponde con sus cualidades y ‘debilidades’. Es decir, a través de la puesta en función de las cualidades para el trabajo, son señaladas aquellas cosas a trabajar. Ya sea el miedo a tal o cual situación, la inseguridad, la incertidumbre, la vagancia, etc. Aquí, una especie de resignación a aquello que a cada uno corresponde -la persona va a ir a querer aquel rol de allá, va a preferir aquella forma de comportarse o va a negar que su rol es su rol ‘tiene que haber alguna confusión por aquí’- dice. Con respecto a esto vuelve a aparecer el tema de las imágenes. Conforme uno va acumulando datos con respecto a su rol y a los roles en general, se van formando imágenes distorisionantes de un ‘cómo debe ser’ aquello que es. En ese acumular datos específicos, acción intelectual, puede perder uno la visión total que se ha logrado, la cual debe procurarse siempre expandir. También puede suceder que uno, habiendo recibido y comprendido su rol, se ponga a pretender que aquello ‘rápidamente le dé algo’, ‘sea de determinada forma’,‘le traiga reconocimiento’, ‘le dé de comer’, etc. No, basta, muerte una y otra vez de lo que no es real. No es real poder comer un fruto de una planta joven, pretenderlo es injusto. Es preciso alimentar desinteresadamente la cosa para empezar a percibir algo de aquella y es preciso estar dispuesto a ‘morir’, a dejar de alimentar a todo lo demás para poder hacerlo. Suena exagerado. Aquí de nuevo, sí y no. Sí, la entrega es directamente proporcional a la realidad que el trabajo pueda ir tomando en la existencia de uno. Y no, no es así de total la muerte de la personalidad en uno. Vamos, estamos yendo detrás de un equilibrio. El lugar al que aspiro ha de sobrepasar la meta, esto no es un ‘balance’ y nada más. Es precisa una transformación integral, un estar dispuesto a darlo todo, a morir, a transformarse. Para equilibrar, he de poner todas las fuerzas en el otro extremo. Luego de la sacudida, aquello que es genuino, aún con más fuerza que al principio se hace presente. Y aquello que no, se desprende.
-El real valor. “Ir es entregar o volver a casa sin haber aprovechado el momento del encuentro. Los encuentros tienen un perfil psicológico e interpelativo. Lo expone a uno a verse a sí mismo en un ámbito contenido y la severidad es la que pasa a través para rectificar lo chueco, lo corrido.”
Para ir a ‘exponerse’, a ser muerto todo lo que en uno es falso se precisa valor. El trabajo lo lleva a uno a reconsiderarse a sí mismo en la existencia y reconsiderar también el valor de ‘las cosas que pasan’. Cierta consideración interna repercute en lo externo y se manifiesta en la relación en la que entra uno, con respecto a su entorno inmediato. Entonces, conceptos vaciados como el de la abundancia recobran su sentido al poder ser concebidos dentro de un acontecer integrado en el que puede ser realmente vista esa cualidad del universo. La abundancia es un atributo que baña todas las cosas, sin distinción. No hay puntos no abundantes, estamos en una dimensión en donde hay. Y hay mucho. El valor que uno pueda percibir en las cosas que lo rodean depende del estado de madurez de su ser. En este punto y avanzando sobre el trabajo sobre sí, las situaciones van perdiendo su lado trágico. Como ha sido dicho antes, el trabajo toma un lugar tan trascendental, que uno se torna tán flexible –por estar enraizado a su eje- que es capaz de atravesar cualquier suceso y alimentarse de aquello. Ponga aquí lo que a usted más miedo le dé. Puede caer en la quiebra, puede tener hambre, puede perder a sus amigos, puede perder a su familia, su posición, sus bienes, cualquier cosa. El trabajo late debajo de todas las cosas y uno siempre puede aspirar a comprender qué es aquello que la verdad señala a través de todas las formas de su manifestación: desde las más burdas a las más sutiles. Todas están allí señalando lo real. -Admitir la ignorancia. Práctica incesante Nunca perder de vista la posibilidad de admitir la ignorancia. ¿Cómo voy a saber qué es lo que tengo que aprender si no sé que no se? Admitir la propia nulidad sobre uno, sobre tal o cual cosa abre a la posibilidad a la pregunta, que nos obliga a volver la atención sobre sí misma para encontrar respuesta. -Cultivar la práctica de tomarse tiempos largos a solas. El hábito de habitar el vacío. Estarse tranquilo y no aquietado. En este punto se realiza la entrega de todo el tiempo que uno dispone para hacer las cosas que uno cree que debería hacer, o que le gustan, o que quiere. Llevarse uno al encuentro, a estar con aquel vacío que uno es y nada más. En los intentos de Realizar esto –de los cuales hablamos arriba- es curioso, suceden múltiples maniobras evasivas. Directo desde mi experiencia: Pensarse que es un momento de catarsis, de llorar; pensarse que es un momento de sobre-pensar las cosas en relación al trabajo; pensarse que es como dormir una siesta; en fin, pensarse que es de un modo determinado. Todo aquello sucede en base a imágenes que uno guarda con respecto a un hacer tan simple como lo es estar solo con uno mismo. Las imágenes básicamente actúan de relleno. Cuando las imágenes se acaban, uno se encuentra con lo que es. Aquel vacío del que tanto se rehúye finalmente es encontrado, y finalmente es habitado. Las distracciones siguen apareciendo, más, uno puede verlas venir, y verlas irse, sin irse con ellas, porque está reconociéndose a sí y a su hacer. “Me llevó tiempo realmente caer en la cuenta de lo genuino de estar en compañía de sí. La tensión provocada por todas las ideas atadas a aquello va cediendo su lugar a una profunda sensación de certeza interna. En un principio parece exiguo, más, de la mano de aquella impresión viene la evidencia de que puede ampliarse: la consciencia se amplía mientras se lo hace.” -No dar perlas a los chanchos. ¿Qué le va a decir al ignorante si todo lo ignora? La consecuencia de dar perlas a los chanchos es la probabilidad de verlos vomitar perlas. Esta metáfora es aplicable tanto a lo psicológico como a lo situacional. No dejes que tu persona se entrometa en cuestiones del tipo psicológicas que no le incumben. No hay nada que hacer, ni que explicar. La persona está allí y si se entromete, probablemente traiga confusiones. Se la deja y se hace lo que se tiene que hacer. Pues, lo mismo afuera. Sucede que cuando uno se encuentra con el trabajo, hay un punto de ‘peligro’ en el que uno puede llegar a pensar que: o bien, todos deberían hacer el trabajo y considerar y comprender a quien lo hace y son unos idiotas por no verlo, o la persona lo usa como maniobra para realizar sus intereses personales, ya sea, recibir reconocimiento, atraer gente, no sentirse solo, sentirse especial, raro, etc. (Esta distorsión puede tomar las mil formas dependiendo de la persona dentro del humano que las tome, estos son ejemplos ilustrativos) Y del otro lado… ego llama a ego. El trabajo deja de ser trabajo en cuanto se convierte en otro disfraz de la persona. Si el trabajo se vuelve un tópico de charla subjetiva en la que hay pura distracción, pues, el esfuerzo de la persona por evolucionar está echado a perder y el trabajo, manchado. Y en verdad con esto lo único ‘perjudicado’ es uno, pues es quien debe rectificar el error si quiere seguir trabajando. Sabido es: La verdad siempre es la verdad. La mancha es temporal e incluso irreal, lo que se mancha es uno, que al no aplicar el discernimiento entre lo que es y lo que no es, se embarra. -Al principio todo era caos. Sobre la identificación, la desidentificación, la aceptación y el rechazo. Si todo es ruido, si todo es confusión, lo primero es dejar de desordenar. Detener el movimiento del desorden e integrar lo desordenado en el campo de visión implica dejar de ser el desorden para ser ahora, quien lo está viendo. Considerarlo frente a cada situación que la existencia trae. Ésta con sus estímulos trae los datos precisos para averiguar el origen de los desórdenes. En cada accionar, en un comienzo indetenible, hay para ver la inercia bajo la que uno “es actuado”. Automáticamente tomamos lugares en relación al afuera, sin un adentro limpio al que asirse en coherencia más allá de las condiciones externas. Reconocerse en aquel punto en el que uno ignora cuál es su eje, y por tanto se subordina a los sucesos externos es fundamental. Una vez que logra detener ese reaccionar que está atado al contenido, a aquel desorden; puede uno pasar a saberse contenedor. Iniciar el proceso de desidentificación con lo que hay en mí –en base a lo cual vengo actuando- y comenzar a reconocerme espacio en el cual las cosas pasan, –tanto externas como internas- ambas son ‘contenido’. En un principio los lazos se ven condicionados por la práctica del trabajo. Como el ego, la inconsciencia colectiva está identificada con ese ‘ir detrás de las cosas, a identificarse con el afuera’, el retrotraimiento de uno provoca rechazo, reprobación. Instancia fundamental para uno en el trabajo, por despertar ésta cantidades de labor interno. Se podría decir que una vez llegado a este punto, en el que uno puede hacer la disociación contenedor-contenido, puede comenzar a ver actuar las ataduras provocadas por la identificación y simplemente procurar dejar de alimentarlas. –El alimento de las mismas es la atención- Si, lo mismo que puede alimentar al ser, puede alimentar lo falso. Pero como lo falso no puede crecer, en verdad, solo es tiempo utilizado en vanidades. En tanto quito el reconocimiento de aquella cristalización estática que dice quién soy, cómo soy, qué me gusta; lo que está sucediendo es que estoy atravesando esos límites que, por ser imaginarios, se disuelven en tanto dejo de crearlos. El ’divorcio’ con el circulo humano que me mantiene cómodo es crucial para el conocimiento de uno y de su naturaleza, de sus personalidades, cualidades, etc. El entorno, por estar –sin saberlo- defendiendo la postura del quedarse cómodos, no hace más que de contrapeso, balanza en la que en un principio, por relaciones de poder y fuerza, no podemos balancear así como así, sin el gran trabajo que conlleva por delante y para siempre’. No es algo que ‘nuestros cercanos hagan a propósito’, no hay poder en la ignorancia que uno carga en un principio con respecto a sus lazos y vínculos afectivos, más, si hay seducción: mientras más cercanía en lo cotidiano con aquel ‘imán colectivo de inconsciencia’ trabajando en nosotros, mayor es la influencia que puede tener aquel sobre el estar y el rendimiento del discípulo en el trabajo. En esta etapa, como en todas las nombradas anteriormente, el discípulo corre el riesgo de abandonar el trabajo. El trabajo cuesta trabajo. Aquel que por falta de fe, o de confianza, o de disposición no pueda invertir en aquello que ‘todavía no tiene frutos visibles’, pues, está destinado a dar ‘una vueltita más’*, antes de seguir con su desarrollo consciente. Hay una práctica que uno puede hacer ante cualquier situación que traiga la duda de si continuar trabajando o no, es balancear con preguntas hasta encontrar el propósito que uno llega a ver en ese instante: ¿Qué soy? ¿Para qué sirvo? ¿Qué quiero? ¿Tal cosa o el trabajo? ¿Novio o el trabajo? ¿Amigos o el trabajo? ¿Reconocimiento institucional o el trabajo? ¿Aceptación o el trabajo? Cualquier cosa puede ponerse en la balanza y la decisión siempre radica en uno. * ’Una vueltita más’ en palabras por Sebastián, se refiere al hecho de que la humanidad en sí misma, en su esencia está destinada a hacer el Trabajo, a evolucionar. La ilusión del ‘libre albedrío’ es solamente la “oportunidad” de dilatar el ascenso directo y consciente. Ni mal ni bien. Toda etapa alcanzada se convierte a la vez en preparatoria para la siguiente. A quien más entrega, más se le pide –y más se le es dado para trabajar-, y al que menos entrega, menos se le pide –y menos se le es dado para trabajar-. Porque al que tiene, se le dará más, pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Marcos 4:25 Sólo se pide lo que se puede dar. y Sólo se da a hacer lo que se está preparado para hacer.
Actualmente, (2017) formo parte del cuerpo integral de El Silencio Donde Escucho en pos de extender lo aprehendido a quien pudiere recibirlo, para alimentar la fuente del trabajo a través de la cual di con la enseñanza y con su práctica. Desde allí estamos con el proyecto en gesta de construir un espacio de retiro en las afueras de Córdoba, y dicho sea de paso cualquier donación pertinente a dicho fin es bienvenida. En dicho caso usted puede contactarse con ESDE a través del mail a [email protected] o por la página web www.elsilencidondeescucho.wordpress.com. Gracias!
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Creepypasta
Ansiedad y depresión
Tiempo de lectura: cerca de 10 minutos.
E. Z. Morgan creó esta historia, escrita originalmente en inglés bajo el título Anxiety and Depression.
Traductor: Creepypastas.com
En caso de que no lo hayas notado, existe un estigma en contra de que los hombres accedan a servicios de salud mental. Se me había inculcado que solo lo aguantara y que dejara de estar triste. Incluso a la edad de ocho años, mis padres no tenían ninguna tolerancia para mi miseria. Los dos son de China. Como padres chinos tradicionales, no creen en la terapia. Solo querían que me hiciera más fuerte.
Pero lo único que sentía era debilidad.
No estoy seguro, exactamente, de cuándo convertí los sentimientos en amigos imaginarios, pero no recuerdo ningún momento sin ellos. Sus nombres son Ansiedad y Depresión. Supongo que los culpo por todos mis problemas. Cuando me visitan, sé que las cosas se pondrán mal. Puedo estar en un lugar congestionado, y ellos me causarán un ataque de pánico que tomará control de mi cuerpo. Dormían encima de mí por la noche, constriñendo mi respiración. Me seguían de lugar a lugar sin ningún remordimiento. A decir verdad, me acechaban.
Ansiedad es un hombre delgado sin brazos. Está completamente desnudo, con dedos que salen de su piel. Burbujea baba y escupe pedazos de moco por todos lados. Cuando no está babeando, me está murmurando cosas. Siempre murmurando. «Tus padres te odian». «Nunca serás nadie». «Te morirás pronto». Su voz sonaba sorprendentemente como el inglés maltrecho de mi padre. Las cosas que dice son terribles, pero es cuando me toca que es inaguantable. Su piel de dedos diminutos se cepilla contra la mía como si fuera un milpiés. Me encojo y me rasco. Mi madre ha encontrado cortes largos en mis brazos. He tratado de explicarle que fue Ansiedad, pero solo me ha acusado de querer atención.
Depresión es muy diferente. Se ve como una mujer normal en una mitad de su cuerpo, pero la otra mitad está completamente derretida. Hay una herida abierta en su cuero cabelludo, la cual sangra constantemente y escupe charcos de pus verdoso. En lugar de lágrimas, llora dientes de leche sobre el pliegue de su propia piel. Le gusta usar su brazo bueno para aplicar presión sobre mi pecho. El peso de ella me hace encorvarme. No habla por medio de palabras; más bien, produce un gemido grave como el llamado de un búho. Lo escucho todo el tiempo. El sonido melancólico hace que mi corazón me duela. No puedo dormir por culpa de ese ruido, pero tampoco me puedo salir de la cama por su presión constante.
Lógicamente, sabía que no eran reales en un sentido tradicional. Eran producto de mi imaginación. Pero su impacto era innegable. Trabajaban juntos para hacer mi vida lo más difícil posible. Me encontraba totalmente solo, excepto por ellos dos.
Al menos hasta esta mañana.
Me desperté con Depresión durmiendo sobre mi pecho. Su herida de cabeza repugnante estaba escupiendo pus dentro de mi boca. Traté de hablar, de pedir ayuda, pero su bilis mantuvo mi voz en silencio. Ansiedad se escabulló desde el suelo. Cepilló su terrible piel de dedos a lo largo de mis brazos. Apenas podía respirar. Ansiedad sonrió con superioridad y escupió baba encima de mi cara.
Llegaron tres golpes a la puerta. Depresión y Ansiedad se pusieron rígidos, liberando sus agarres por un momento. La voz de mi hermana Kim provino desde el pasillo.
—Levántate. Mamá dice que te tengo que llevar a la escuela.
Traté de hablar, pero la acidez de Depresión aún estaba atascada en mi garganta. Kim suspiró ruidosamente y abrió la puerta a la fuerza.
—¡Dije que te levantaras!
Grité cuando la vi. Ella tembló por la sorpresa.
—¿Qué mierda pasa contigo? —me cuestionó.
Mi hermana se quedó parada en el marco de la puerta, su rostro era una combinación de confusión y repulsión. Pero, en su hombro… estaba una criatura. Era un esqueleto como el de un ave con sus garras enterradas en el cuello de ella. Su cabeza era un tazón pútrido de vómito. Había dos ojos flotando en el líquido rancio, girando en círculos. Kim me observó, completamente inconsciente de la cosa que estaba encima de ella.
—Kim, ¡¿qué es eso?!
—¿Qué es qué? — Apunté a su hombro; ella observó alrededor, pero no vio nada—. Eres un maldito psicópata, ¿sabías eso? Ahora levántate para que te pueda llevar a la escuela.
La cosa en su hombro hizo un sonido ruidoso de gorgoteo y luego comenzó a hablar. Su voz era una combinación de la voz de mi madre y un lamento agudo.
—Estaba señalando tu grasa. A tu cuerpo obeso y feo. Eres una cerda asquerosa. Nunca serás lo suficientemente delgada. —Las facciones de Kim se inhibieron un poco.
—¿Por qué está diciendo eso? —me lamenté.
Ella me observó como si fuera una cucaracha.
—Te has vuelto loco oficialmente. —Se dio la vuelta y se fue. La escuché entrar al baño.
Me quedé acostado en mi cama por unos momentos. ¿Qué acababa de ver? Temblando, me paré. Quizá Kim tenía razón: me estaba volviendo loco. En realidad, no me sorprendería. Ansiedad se espabiló y me susurró: «Siempre has estado loco».
Depresión arrastró su forma derretida detrás de mí mientras me estaba vistiendo. Traté de pretender que no acababa de ver a ese demonio rasguñando a mi hermana. Era temprano, quizá fue un sueño. Fui al piso de abajo mientras Ansiedad me empujaba con sus dedos diminutos.
—Vas tarde. Tu familia te odiará aún más.
Mis padres estaban en la cocina. Detrás de ellos, había copias idénticas de ellos mismos, excepto que habían sido vendadas con camisas de fuerza hechas de alambre de púas. Las copias estaban gritando, forcejeando en contra de sus ataduras. Pero mis padres no las notaban. Mi padre estaba leyendo el periódico. Mi madre estaba terminando su desayuno. Su copia se arrojó al refrigerador, tratando de hablar. Se vertió arena de su boca.
—Buenos días —me dijo mi madre alegremente.
Se me cayó la quijada. ¿Cómo era que no podían ver… ni oír a esas copias repulsivas? Kim pasó a mi lado para entrar a la cocina. El monstruo aún estaba posado encima de ella; su cráneo de vómito era un poco más grande. Ella agarró las llaves del mostrador.
—Vamos, psicópata.
En el auto, traté de orillarme tan lejos de Kim como era posible. La cosa en su hombro no parecía estar interesada en mí. Solo seguía hablando con ella.
—Cerda gorda. Nadie te ama. Puta vaca fea y enferma. —Kim conducía en silencio.
Me di cuenta pronto de que no era solo mi familia. Todos con los que nos cruzábamos tenían algo enfermizo encima o cerca de ellos. Los demonios marcaban a los transeúntes. Ninguno se veía igual, pero cada uno era perturbador. Un hombre tenía un lobo gigante que enterraba sus dientes en su espalda. Una mujer estaba rodeada por una nube negra con cientos de manos extendidas. Traté de cerrar mis ojos, pero Ansiedad utilizó sus dedos diminutos para abrir mis párpados a la fuerza.
Kim me dejó en la escuela en menos de diez minutos. Vi a los chicos en mi salón de clases, chicos que había conocido por años, siendo acechados por criaturas repulsivas. No quería salir del auto. Kim entrecerró sus ojos.
—En serio, ¿estás bien?
Alcé mi mirada hacia ella. Quería decirle desesperadamente lo que estaba sucediendo. Depresión me pegó un puñetazo en el estómago. Ansiedad me murmuró: «No pongas esta carga en ella. No vales la pena».
—Estoy bien —dije silenciosamente. Salí del auto y me dirigí al edificio.
No me podía concentrar en nada. Lo único que podía ver eran los seres horribles que estaban atormentando a mis compañeros de clase. Alicia, la chica que siempre me había gustado, tenía una lengua distintivamente larga colgando desde el reverso de su cabeza. Le lamía su cabello y continuaba jalándolo. Si ella tomaba una hebra individual, la lengua dejaba de lamerla por un momento antes de comenzar de nuevo. Benny, mi mejor amigo, se encontraba cara a cara con una versión de su padre. Excepto que esta versión era pequeña, más o menos del tamaño de una manzana, y estaba sentado en su oreja. Le gritaba: «Sé el buen chico de papi. No le digas a tu mami. Este es nuestro secreto. Qué buen niño». Carrie, la estudiante más inteligente de la clase, tenía dos cabezas que estaban creciendo desde su cuello. Una se veía enferma y estaba muriendo, tosiendo pus similar al que Depresión supuraba de su cráneo. La otra cabeza estaba en llamas, riendo histéricamente y mordiéndole las mejillas.
Incluso mi profesor, don Morris, tenía un demonio. El de él era un hombre de palitos con flores negras muertas que crecían desde su piel de madera. Una de sus manos estaba enrollada a manera de puño. La otra sujetaba firmemente los genitales de don Morris. El hombre de palitos presionaba sus dientes y escurría espuma de la boca.
—Alicia es una niña tan inocente —dijo—. Probablemente aún es virgen. Tan pura. Podríamos desflorarla. Podríamos partirla desde la mitad. —Don Morris continuó dando la clase sin notarlo.
Una vez que el primer período había terminado, sabía que me tenía que ir de ahí. Me escabullí y escapé por el campo detrás de la escuela. Ansiedad y Depresión me siguieron muy de cerca. Me había acostumbrado a ellos, eran mis monstruos. Pero ver a los seres horribles que acechaban a quienes me rodeaban… fue demasiado.
Me detuve en la pequeña área arbolada justo más allá del campo. Era un gran alivio no tener que ver a nadie. Ninguna persona significaba ningún monstruo. Fui capaz de dar tres respiros hondos antes de que escuchara una rama partirse detrás de mí. Me di la vuelta y vi a Gerald Anderson. Gerald estaba unos grados por encima de mí. Era conocido como el bravucón más grande de la escuela. Pero a mí nunca me había molestado realmente. Yo era demasiado callado como para atraer mucha atención.
Succioné mi aliento, preparándome para la criatura terrorífica que representaría su miedo. Pero Gerald estaba solo. No había ningún monstruo con él. Inclinó su cabeza en mi dirección, retirando un cigarro de su boca.
—Eres ese chico asiático de noveno grado, ¿verdad?
—Eh, sí. —Ansiedad revoloteó a mi alrededor, murmurando repetidamente. Depresión se apoyó sobre mi espalda.
Gerald dio un paso más cerca.
—Te ves como que te está tocando un día difícil.
No tenía idea de por qué me hablaba. Su voz era monótona, pero me sentía extrañamente consolado por ella. Era la primera vez en mucho tiempo que alguien reconocía mi dolor.
—Sí. —Se me partió la voz. Ansiedad susurró: «Suenas como una marica».
—Sabes, la vida se pone dura a veces —musitó Gerald—. Casi te hace preguntarte por qué lo hacemos.
Parpadeé.
—Sí, supongo.
—Es decir —continuó—, ¿cuál es el punto de vivir si lo único que conseguimos es miseria? Bueno, es lo que tú consigues. En mi caso, no he tenido muchas emociones. Mi terapeuta lo llama trastorno de personalidad antisocial. ¿Puedes creer eso? ¡Soy una persona social! Estoy aquí, hablando contigo. ¿Cierto?
No entendía nuestra conversación. Pero Ansiedad movió mis labios por mí:
—Cierto.
Ahora Gerald estaba más cerca, a punto de estarme tocando.
—Deberías suicidarte.
Depresión lloró dientes de leche jubilosamente por todo mi pecho.
—¿Qué?
De todas formas, vivir no tiene sentido. El suicidio es la mejor solución. Les he estado diciendo esto a las personas durante años. Logré que Sam lo hiciera el abril pasado, y te apuesto que ahora está más feliz —Acarició su cabello—. Te deberías suicidar, niño. Tú también serás más feliz.
Depresión envolvió su piel derretida alrededor de mi cuerpo. Me acarició con su pus sangriento.
—¿En realidad crees que eso es lo que debería ser?
—Sí, lo creo —Se acercó y me pellizcó el brazo; me contraje—. Ya no sentirás más dolor —Dio un paso hacia atrás y se rio—. Pero, lo que sea, no me importa qué mierda hagas.
Gerald me dio espalda y se fue caminando. Lo observé irse hasta que regresó al edificio de la escuela.
Me dirigí a casa. Es aquí en donde estoy ahora. Estoy sentado en el piso del baño, escribiendo esto. Necesito hacerlo antes de que mi familia vuelva a casa. No creo que pueda llevarlo a cabo si ellos están aquí.
Depresión ha dejado la llave abierta. La bañera se está llenando. Ansiedad está sosteniendo la hoja de afeitar. «Hazlo. Hazlo», me susurra. Depresión está levantando mi brazo a la altura de la hoja.
Lo siento, pero ya no puedo vivir con estos monstruos. Ni puedo vivir sabiendo que todos los demás los tienen también. Todos excepto Gerald. Quizá él no necesita un monstruo.
Nos vemos. Espero que tú puedas manejar el tuyo mejor de lo que yo lo hice con los míos.
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