#Tengo un volcan y no quiero respirar
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Miriam Tirado, experta en crianza, sobre la gestión de la rabia infantil: “El fuego no se apaga con gasolina”
By Carolina García publicado en El País La periodista y escritora explica en su último cuento ‘Tengo un volcán. Y no quiero respirar’ la importancia de que padres y madres tengan las herramientas para gestionar la ira de sus hijos La calma es una actitud que algunas personas pueden tener de forma innata, pero hay otras que no la poseen. Y muchos niños y niñas, y también padres, la tienen que…
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Hace mas de un año decidi juntarme, hoy solo quiero salir corriendo, solo quiero regresar a casa, solo quiero regresar a una epoca en donde no dolia vivir. Quiero llorar pero hay gente a mi alrededor, siento como cuesta respirar y como me doy cuenta que acá no soy feliz, no como quisiera. Estar acá a dolido demasiado, ya no tengo nada que hacer acá, solo... espero tener las fuerzas suficientes para irme.
Lo curioso es que hubo un tiempo en donde solia viajar, subir volcanes, salia a donde podia, no conozco la persona que soy ahora, no conozco esta vida.
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cecilia vicuña (de la lista mujeres así quiero ser cuando grande)
AMADA AMIGA Las personas que me visitan no imaginan lo que desencadenan en mí. C. no sabe que sueño con acariciarla sin que me vea mientras le echa dulce de camote al pan parece que juega con cálices y piedras sagradas, el modo como levanta la mano para llenar el cuchillo de mantequilla es un gesto donde los mares hacen equilibrio donde las mujeres que tienen frío se solazan. Tiene oleajes y consecuencias como una línea en el radar. Cuando se levanta la falda para mostrarme el calzón plateado veo grupos ondulantes de caderas que repiten la redondez y la perfección hasta alcanzar una estridencia grande. Anhelo que no se mueva demasiado par a alcanzar a vivir en ella a respirar y dormir en esas planicies. Está tan oscuro el muslo tan brillante el pelo que parece habla en otro idioma. Lo que digo es tan torpe pero cómo voy a decir: "Eres tan hermosa" "Me alegro tanto de que hayas llegado." Cuando subo el libro del Renacimiento donde vemos primitivos italianos quisiera decirte: "En esta ciudad te encuentro" "Tú eres esas colinas" "Tú las pintaste." Tus dedos son iguales a la curva de las aletas de la sirena representada en la alegoría. Pero no es exactamente esto. Tú eres de un país con ciudades de Lorenzetti. Tú y yo alguna vez volveremos a esa ciudad. No sufras porque en este cuadro dos mujeres se acarician yo alguna vez te acariciaré. No te preocupes de que estés envejeciendo, tú vas a otra clase de tiempo y yo también. Aliméntate del relato que me haces de la copa de vino cruzando el umbral. Aliméntate y enjóyate, no dejes de soñar con el cuadro. del maestro de Fontainebleu donde una mujer le toma a otra un pezón: durante épocas enteras nadie soltará tu pezón. Quiero sufrir enterrarme en ti, ahorcarte y hacer un hoyo profundo, donde te empiece a tapar la tierra lentamente y ver tus colores pudrirse bajo el café. ¿No te gusta tanto la combinación de violeta y café? No quería hablarte de la muerte pero ya que la temes tanto ¿cómo no voy a hablar? Es escaso el tiempo que tenemos para vernos y conversar. Me gustaría ser hombre para seducirte y obligarte a que abandones tu casa y te olvides de todo, pero esta idea no me gusta. Separados y solitarios los hombres siempre están fuera y nada necesitan con más urgencia que estar dentro, probar alguna tibieza, altas y bajasmar. Estoy cansada de ti de tus resistencias y conciencias. Nunca te dejas llevar, me gusta más que no lo hagas, cuando lo haces parece que el corazón te va a estallar te va a florecer te va a doler. Es mentira que me haya cansado. Es de mí que me canso. Deseo verte nada más que te enamores de otros y nunca te apercibas de mí. Cuando te vistes con camisa de franela y calcetines de lana por una semana y te afeas y avejentas para morir un poco quiero estar cuando resucites y sea una gloria de ojos húmedos y oscuros. Quiero ser un indio que está escondido en las montañas y nunca viene a las laderas porque todo le duele. Iluminarme con mis propias luces. Naciste del cruce de tu madre con la muerte, ni siquiera en la infancia habrás sido rosada. Los que hacen el amor contigo creen que nunca regresarán que se van a hundir que les vas a tejer una tela húmeda en la espalda y como es probable que tengas conexiones con la boca de los volcanes por ahí tirarás a tus amantes y si ellos se liberan es porque te compadeces. Te tengo miedo porque no puedes mirarme como yo te miro no puedes amarme como yo te amo no puedes ni siquiera desear acariciarme y vivir algún tiempo conmigo haciéndome peinados góticos o pidiéndome que revuelva el té con la punta de mi pezón. Tu lado humano no está a la altura de tu lado bestial. Algunos te imaginan dueña de regiones orgullosas y llenas de daño, pero los que te han visto con fiebre o en épocas de menstruación te aman muy en contra de tu voluntad, si es que tienes voluntad. Solamente una intensidad le da poderes a tu vida y la muerte se ve acabada por fuentes peludas y calientes miradas Qué daría la muerte porque no tuvieras esos ojos redondos ni esos senos ni esos muslos ni esos tobillos para dominarte envolverte y guardarte de una vez por todas.
- Cecilia Vicuña
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Tepoztlan.
Llegamos a Tepoztlan un viernes por la noche.
Hacía 7 años que no hablaba con esa chica, Andrea. Quería experimentar un mochilazo, le dije que sonaba romántico cuando contabas las anécdotas tiempo después, pero cuando estas sin dinero en un calor inmenso bajo miradas hostiles es el maldito infierno. No importa, quería vivirlo, no la culpo, la libertad es una perra brava y atractiva.
Así que llegamos a Tepoztlan un viernes por la noche.
Llevaba en mi mochila, una cobija, una navaja, una botella de agua, dos encendedores y un paquete de cacahuates, era un viajero descuidado siempre olvidaba llevar calcetines. Al diablo los calcetines. Ella llevaba una gran mochila, grande como el extrañamiento que sentía al mirarla, llevaba ropa, cobijas, audífonos, cámara, cargadores, comida, etc. Le dije que estaba muy bien pero que así no podría caminar ligero por el mundo, me sonrió y siguió caminando, tal vez soy el único loco que le interesa caminar como hoja de otoño.
Bueno, como decía llegamos a Tepoztlan un viernes por la noche.
Tomamos un transporte para acampar dos cerros adelante, Jorge nos dejo dormir en un terreno suyo, el lugar era un paraíso de insectos. Prendí una fogata y me encargue de mantenerla viva, es un gran pasatiempo, la televisión del campo. Mi celular se descargo, al diablo mi celular, yo quería ver luciernagas, escuchar brujas, perseguir polillas, respirar humo, contemplar montañas, escalar silencios... Andrea pronto entendió lo que le dije en la ciudad, no soportaba los insectos que curoseaban su cuerpo, ni el frío agudo que azotaba la noche. Quería escuchar música y moverse, por suerte los arboles bloqueaban las ondas electromagnéticas o quizás eran las arañas, como sea, no había señal, ni luz. Todo oscuro como un secreto bien guardado.
A medianoche saque los acidos, nos tragamos los pedazos de papel y yo sentía que el cielo se me venía encima. No quería pisar el pasto porque temía matar insectos en su propio hogar, “muy hippie, demasiado hippie hermano”, me decía Andrea escondida en la tienda. De pronto las plantas emanaban luz, ese acido estaba muy fuerte, veía la negrura del cielo salpicado de estrellas y me sentía afortunado de estar vivo. Mientras tanto ella se retorcía de tanta psicodelia, “tengo miedo de quedar loca”, miedo común y miedo racional, pero es injusto con el LSD, me explico: la locura empieza desde que te obligan a no correr en el recreo a las 6 años, cuando la tarea de todos los días es copiar putas paginas de libros, cuando escuchas a tu madre llorar desde que tienes memoria porque la noción de familia es tan subjetiva como la noción de engaño; la locura inicia cuando te das cuenta que toda tu vida otros han decidido por ti y han decidido que tu creas que lo has decidido, a través de la publicidad, nos obligan a ser como dicen que deberíamos ser; inicia cuando no sabes porque levantarte y no quieres verle la jeta a nadie; el malviaje lo traemos dentro es injusto culpar a las sustancias. Yo le mentí: “No quedaras loca, tranquila”, quería decirle: “Estás más loca que una cabra” pero la llama de compasión budista cada vez arde más fuerte dentro de mí y me obliga a buscar la iluminación a través de mis actos... salvación sólo quiero un pedazo de salvación, ¿cuánto cuesta? ¿dónde puedo comprarla? ¿aceptan tarjeta de crédito? Pensaba esto mientras ella seguía retorciéndose en la locura que no sabe que tiene. Pensaba, pensaba mucho, pensaba en el hambre mundial y en una manera de acabarlo, pensaba en la soledad y sus engaños, pensaba en olor del infierno y en la noche desde el cielo, pensaba en mis hermosas manos duras y ásperas, pensaba en el río que escuchaba, pensaba en los grillos y el coro de ángeles que ocultan, todo esto al mismo tiempo. Reí, ella preguntó: “¿qué piensas?“ “Nada” no podía hablar pero tampoco era mentira, pensaba en la nada inmensa que constituye cada fenómeno, no lo digo yo, lo dijo el Buda, mientras yo, cabeza hueca, llevo años tratando de entenderlo y la respuesta siempre estuvo allí, tan evidente y tan brillante...
Eran las dos de la mañana y aún teníamos 10 horas de psicodelia frente a nosotros, “no voy a poder dormir” yo me sentía como gelatina aún así me moví y la bese, estábamos drogados en medio de un cerro en medio de la nada budista del vacío más cuántico y lo único que podíamos hacer era besarnos, yo lo sabía muy bien. Honestamente no se cómo pasó el tiempo, de pronto había luz y estábamos desnudos del cuerpo y la cabeza. Ella durmió como volcan inactivo, yo salí a lavarme al río y a bendecirlo todo. Me bañe en el río frío, me dolía la garganta pero me importo poco porque estaba vivo y porque extrañaba sentir piedras en mis pies desnudos, cuando salí practique kung-fu sobre una gran roca como en las películas, seguro yo no lucia tan genial pero sentía que todo fluía junto con mis manos y mis pies. Camine a la casa de Jorge y me encontré de frente al cerro vecino, al cerro hermano, al cerro amigo... era hermoso como un domingo en primavera, me incline ante él y le ofrecí mis respetos a ese gran pedazo de tierra que había visto ir y venir a tantos hippies como estrellas en la noche. Encontré una silla y me senté a meditar, a buscar la iluminación total, que imbécil, me dolía la espalda de tanto espíritu. Escuche pasos cerca y me sentí ridículo, pensarán que soy un pseudo-espiritual nada comprometido con la salvación que solo medita para que los demás lo vean meditando, al carajo apague la mente y observe el pasto: verde y hermoso.
Se levanto Andrea y nos fuimos al pueblo, tomé su cámara y fotografié a todos los perros callejeros que encontraba, a las moscas en los puestos y a las flores en las casas, fotografía puertas y fotografié ventanas, supongo que quería que le tomara fotos a ella, es hermosa pero no tanto como las piedras y mientras antes lo entienda mejor. Subimos a una combi rumbo a Tepoztlan, todos se saludaban, yo quería formar parte de la comunidad, los saludaba y me sonreían, ancianas con mandiles, viejos con sombreros, hombres con cabello largo y barba, mujeres con bolsa de mandado, niños morenos con grandes ojos, todos eran yo y yo no era ninguno, lo sabían y por eso me sonreían. Despues de 20 minutos de polvo llegamos al pueblo hippioso de Tepoztlan, hermano moría por un jugo de toronja fresco, pero tenía apenas el dinero para el boleto de regreso. Seguí tomándole foto a todo lo que se moviera frente a mis ojos, la gente, los murales, las artesanías, la vida todo esa fiesta de vida.
Cuando subimos el Tepozteco seguía ácido, tenía hambre y no había dormido. Toda la gente subía maldiciendo la subida, yo subía bendiciendo mis piernas, fácil, demasiado fácil, conquiste la montaña y subí la pirámide, me acabe la batería de la cámara y nos olvidamos de las fotos arriba, pero no hace falta, arriba uno se siente tan ligero que cree volar, maldición somos un mal chiste sin alas. En la cima miramos el pueblo como dos horas no hablamos ni una sola vez, a veces me miraba pensando: “¿en qué piensas?” pero sabía que era inutil preguntar aunque se lo dijera no entendería. Bajamos el Tepozteco casi corriendo y comimos quesadillas hasta reventar, buscamos un camión y regresamos al culo del mundo: la ciudad de México. Ella durmió en el camión yo miraba el paisaje y pensaba en todo el paisaje que me falta por ver, demonios tengo prisa por vivir...
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