#Si era mayor de edad cuando entró entonces tendría alrededor de 40 años o más
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Que ganas tengo de saber absolutamente todo sobre las vidas de Medina, Ravenna y Lamponne. Quiero saber cómo conocieron a Santos, que hacían antes y como se volvieron tan buenos en sus posiciones....
#Szifron entregame el lore.....#Aparte que aparentemente Lamponne fue a defender las Malvinas#Saqué una cuenta más o menos y si la serie toma lugar en 2002 o por ahí cuando se estrenó#Si era mayor de edad cuando entró entonces tendría alrededor de 40 años o más#De verdad quiero saber sus edades☹️#Al menos se asume que Ravenna es el más joven#pero también es confuso pq dice tener 29 AL FRENTE de su madre (que no lo corrige) y Lamponne dice que miente#así que o esta mintiendo por inseguridad o por alguna otra razón y su mamá no lo corrige#O está diciendo la verdad y Lamponne asume que es mentira#Prefiero la primera opción#pero bueno#QUIERO saber también que hacía Medina antes y si su personalidad cambió tras el divorcio o fue simplemente desarrollo de personaje para#Hacerlo más característico#Pq en los primeros capítulos el casi hacia el rol de Lamponne siendo serio y medio recluso#los simuladores#lamponne#medina#ravenna#simulacro.txt#Un pequeño hc mío es que Ravenna no conoció a Victoria#al menos no tan bien como la habrá conocido Lamponne o quizás Medina#No se como va la línea de tiempo pero me gusta pensar q empezaron con operativos pequeños sin Ravenna (solo Santos y Lamponne)#Y luego se integró Medina#Después entró Ravenna y en unos meses murió Victoria#Luego hubo un paro y muuuucho después siguieron haciendo operativos#Aunque me gusta la idea que solo Lamponne conociera a Santos cuando era Francisco#Aunque mi idea sólida es que o Ravenna o Medina fueron los últimos en entrar#Por eso Ravenna en el primero no conocía bien a la mujer de Medina#la ex mujer*
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Madre con derecho quiere obligarme a casarme con su hijo y me falta el respeto. Termina espantada.
Buenos días a todos.
Explicaré mi primer encuentro directo con una madre con derecho. Había visto a gente con derecho antes, pero nunca me había enfrentado a una persona hasta éste caso. La historia transcurre más o menos una semana antes del confinamiento en España (9 marzo); a pocas semans de cumplir 21. Está transcrita de un audio de whatsapp que le envíe a una conocida que sabe de mi relación.
No me considero una chica muy guapa, de hecho bastante normal, pero sí llamativa por mi estilo. Es como una combinación entre el gótico y cuando le pusieron una camisa y unos pantalones con tirantes a Edward Manostijeras. Solo que con el pelo largo (alrededor de 70 cm, midiendo 1'69), los ojos verdes con ojeras y mirada asesina y una cara eslava, aunque no de modelo.
Ese día salí con mi pareja a tomar algo en algún bar. No solemos hacerlo debido a la diferencia de edad y porque se vería mal en su trabajo (es profesor de secundaria y -en mi caso cuando era estudiante- de bachillerato. Es un buen profesor y muchos alumnos lo quieren, mientras que tiene compañeros que le tienen tirria y aprovecharían cualquier excusa).
Estuvimos una media hora sentados en la terraza de una cafetería casi vacía tomando un café, y en algún momento vino un chico hacia nosotros. Lo había visto pasar cerca nuestro junto a una señora (su madre), y sentarse en la misma terraza en el otro extremo de nuestra mesa, justo delante de mí con varias mesas de separación. Se quedó frente a nosotros, mirándonos.
Miré a mi pareja, pensando que tal vez era un exalumno suyo. No sabría decir si tendría más años que yo; era alto y grande, hasta tenía una barba corta, pero he conocido a chicos como él que parecen tener 25 pero tienen 16 años.
P - Pareja.
C - Chico.
M - Madre con derecho.
P: ¿Ocurre algo, chico?
C, después de despertar de una especie de trance: Oh, hola. Querría aprovechar la oportunidad y pedirle salir a tu hija -me miró y yo puse mi mirada de "si te acercas te quedas sin un brazo"-. Quisiera intercambiar números... y eso, tal vez quedar algún día.
Me quedé un poco sorprendida, pero me hizo gracia lo de "pedirle salir a tu hija". Miré a mi pareja y él me echó una mirada de que debía contestar y que, a parte, él también se estaba riendo y necesitaba ver cómo seguía.
Yo: Ehm... No.
C: ¿Y eso? ¿Por qué?
Yo, intentando no fruncir el ceño: Porque no, no necesito una explicación.
C: Pero -entonces miró a mi pareja y murmuró antes de volver a su mesa-... Vale.
No me gusta que me entren, pero si son amables es soportable. Y aún podría decir el par de pelotas que debe tener para pedirle eso a una chica que va con su "padre", el problema es cuando empiezan a insistir o suenan desesperados.
El chico volvió a su mesa y mi pareja estuvo bromeando un poco sobre lo que acababa de ocurrir, pero en seguida volvimos a retomar el tema de conversación. De vez en cuando notaba algo raro en la otra mesa y al echar un vistazo, me pareció que la madre miraba hacia nosotros, pero pensé que era mi imaginación. Unos quince minutos después, mi pareja entró para pagar (me gusta pagar lo mío, pero él siempre insiste) y yo aproveché para ver rápidamente las notificaciones del móvil. Entonces, escuché una especie de suspiro-gruñido.
Al lado de la silla ocupada por él, estaba esa mujer bajita, posiblemente mayor de 40 y (increíblemente parecida al estereotipo "Karen") con el pelo corto y rubio, recogido en una pequeña coleta.
M: ¿Por qué has rechazado a mi hijo? -un poco confundida, observé alrededor buscando a ese chico, pero no estaba en ninguna parte-.
Yo: Perdón, ¿qué ha dicho?
M en un tono de superioridad teatral, con sus separaciones entre palabras: ¿Por qué has rechazado a mi hijo? Él ha venido muy educadamente a preguntarte si serías su novia y lo has rechazado.
Yo: En realidad no, me preguntó para salir y le dije que no. Ni siquiera sé quiénes sois.
M: ¿A caso no lo has entendido? Él se ha molestado en ir hasta aquí para preguntar si serías su novia. Podrías tener un poco de respeto por él.
Yo: Bueno, no le pegué, solo lo rechacé.
M: Ya, seguro. He visto como os habéis estado riendo de él. Seguro que fue tu padre quien dijo que lo rechazaras.
(En realidad, no sé con qué conclusión sacan que mi pareja es mi padre. No nos parecemos fisicamente.)
Yo: Nadie puede decidir con quien salgo. Además, ya tengo pareja es... -miré el interior de la cafetería, pero él no estaba, así que supuse que fue al baño-.
M: Te he estado mirando, serías una buena esposa, mi hijo es un buen hombre. Seguro que ese novio tuyo no existe, te lo acabas de inventar.
Yo, levantándome para empezar a irme: Señora, no la conozco. Deje de molestarme. Si su hijo busca novia, que se descargue Tinder o alguna mierda de esas.
M: ¿¡Cómo te atreves a faltar el respeto!? ¿Así que de esas páginas de pervertidos sacas a todos tus novios?
No sé cómo debía ser mi cara en ese momento, estaba a punto de reirme en toda su cara. A parte, seguro que mucha gente nos estaba mirando mientras pasaba: Señora, déjelo ya.
M: No hasta que aceptes a mi hijo. Te educará para que seas una buena esposa. Quiero nietos...
Bueno, allí es cuando vi a mi pareja salir de la cafetería y caminar hacia mí mientras sacaba un cigarrillo.
P: ¿Amiga nueva?
Yo: No...
M: ¡Señor! Sé que le dijo a ésta que rechazara a mi hijo.
P: ¿El qué?
M: Pero no voy a consentir que le falte el respeto ni a mi hijo ni a mí. A parte de mal educada, es una fresca; ha confesado que está saliendo con varios hombres a la vez de esas páginas de pervertidos.
P: ¿A sí? -me miró sugerentemente mientras intentaba aguantarse la risa-. No me diga.
M: Sí, tengo razones para creer que ha estado metiendo hombres a su casa y cobrando por ello.
Yo estaba flipando en ese punto, mi pareja abrió los abrió los ojos sorprendido mientras la madre cruzaba los brazos mirándome con una sonrisa de superioridad. Él me miró y me abrazó por la cintura.
P: Vaya, ¿no me digas que es solo el precio del café? ¿O es que tengo descuento?
Yo le di una palmada en el pecho mientras pasaba un brazo por sus hombros y soltaba una risita: También descuenta las veces que me paso por tu casa, las películas, los libros y el perfume que te pones.
Nos besamos rápidamente, pero no tanto como esa madre cambiando de tono de piel y expresión. Su piel empalideció casi como la mía y tenía una cara entre asombro y espanto tan grande que apenas pudo soltar un grito antes de darse la vuelta e irse rápidamente.
Nosotros también nos fuimos. No vaya a ser que llamemos más la atención.
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Las mujeres chinas que se peinaban solas
Las 'zishunü' conquistaron hace un siglo el derecho a ser solteras. La presión a las jóvenes chinas para que se casen continúa hoy
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Liang Jieyun, una de las pocas “mujeres que se peinaban solas” supervivientes, en Bingyutang. M. V. L.
“El primer golpe de peine para la buena suerte; el segundo, para la longevidad; el tercero para la satisfacción; el cuarto, para la seguridad; el quinto para la libertad; el sexto para las hermanas que se han jurado amor…”
La mañana en que Liang Jieyun renunció para siempre a casarse, hace casi 70 años, se levantó temprano. Su familia sacrificó una gallina a la diosa Guanyin, protectora de la fortuna y de las mujeres, en el templo de su aldea de Cantón, en el sureste de China. Su madre le deshizo la trenza que la identificaba como doncella. A continuación, murmurando entre dientes las palabras rituales, y con golpes de peine expertos, le ató el cabello en el moño característico de las mujeres casadas. Ella, sonriente, ofreció té y viandas a sus parientes, como en cualquier otra boda. Pero no había marido. A los 22 años, Liang había elegido convertirse en una zishunü, una “mujer que se peina sola”.
Casarse y tener hijos siempre ha sido un destino sin discusión para la inmensa mayoría de los jóvenes chinos. La tradición confuciana obliga a que los hijos continúen el linaje y se hagan cargo de sus padres mayores y hace que los progenitores no consideren completa su labor hasta que el último de sus vástagos no se haya casado. Aún hoy, es posible ver en los parques chinos a hombres y mujeres mayores con fotos y currículum de sus hijos en edad de merecer, para tratar de encontrarles una pareja adecuada. Las reuniones familiares suelen convertirse en una sesión de interrogatorio para los solteros. Sobre todo si se trata de una mujer y se acerca a los 30, la edad en la que corre peligro -según las comadres- de quedarse soltera, una “mujer sobrante”.
Aunque para las mujeres persiste la desigualdad en muchas áreas -diferencia salarial, violencia de género, una mentalidad que aún prefiere hijos varones, especialmente en el campo-, algunas cosas están cambiando. El índice de matrimonios desciende cada año y asciende el de divorcios. Cada vez más mujeres, optan por anteponer su carrera a una vida de pareja; una boda queda para más adelante, o no llega nunca. Pero esa decisión aún suele chocar en las familias y los círculos de amigos.
No fue así siempre. No en toda China. Hasta los años 40 del siglo pasado, entre las mujeres del delta del río de la Perla, en Cantón, la de Liang no era una decisión rara. Desde el siglo XIX, con los estertores de la dinastía Qing y el auge de la industria de la seda, se había convertido en costumbre en esta zona que las muchachas que lo desearan -o que sentían que no había más opción- trabajaran por su cuenta, sin depender de nadie y sin casarse jamás. Eran las llamadas zishunü, en mandarín, o jisornoi en cantonés.
"Niña, ¿cuándo piensas casarte?"
“¿A qué esperas para casarte? ¿No estás esperando demasiado? ¿No eres demasiado exigente? Prácticamente todas las familias de China preguntan lo mismo. Una chica tiene que tener un novio, un buen chico que te cuide. No conciben que no te cases”, explica Lisa Yin, una administrativa de 30 años residente en Pekín y soltera.
Pero los jóvenes cada vez resisten más esa presión familiar y social. La cohabitación, una rareza hace veinte años, es cada vez más habitual. En 2016 las bodas cayeron en un 6,7% con respecto al año anterior. En 2015, el descenso fue del 6,3%, según el Ministerio de Asuntos Civiles. La edad media de los contrayentes va subiendo: en el censo de 2010, para los varones era de 26,7 años y para las mujeres, 24,9; diez años antes, ellos se casaban a una edad media de 25,3 años, y ellas a los 23,4.
Entre las mujeres de 18 a 29 años, aproximadamente un tercio de las de clase alta, un 18% de las de clase media y un 22% de las de clase trabajadora están solteras, según una encuesta elaborada por Pan Suining, director honorario del Instituto para la Investigación sobre Sexualidad y Género de la Universidad Renmin, y que publica el digital “Sixth Tone”.
Chi Jinli, de 42 años, no se ha casado nunca. “Cuando llegué a los 27 años, mis padres estaban muy preocupados sobre mi boda. Según la tradición, ya iba tarde. Estuvieron preguntando a la gente que conocían para que me presentaran hombres solteros. Salí con algunos un par de veces, pero nunca tuve ganas de casarme con ninguno. Me siento cómoda viviendo sola. Y a partir de los 35 años mis padres debieron pensar que ya nadie querría casarse con un vejestorio como yo, así que desde entonces me han dejado en paz”.
Aunque para las zishunü, su relativo grado de autonomía no vino privado de sacrificios. Para poder “peinarse solas” debían aceptar una vida de abstinencia sexual. Y una estricta vigilancia de su comportamiento por parte de sus vecinos.
Para Liang, la decisión fue algo natural, según recuerda ahora a sus 89 ó 90 años (no sabe con seguridad). Bajo el peso de años de desgobierno y guerras, el día a día de aquella esquina de una China rural paupérrima era durísimo. Las familias se veían diezmadas por las enfermedades, la emigración, la comida escasa y el trabajo agotador. Para las muchachas más pobres, el matrimonio podía ser un destino muy cruel: ligadas por el deber de obediencia a la familia de su marido, podía no haber gran diferencia entre ellas y una esclava. Cuando no eran entregadas como concubinas o esposos mucho más mayores o gravemente enfermos, con la esperanza de que su sangre juvenil transmitiera a sus cónyuges nuevo vigor.
“Yo era la octava de doce hermanos, pero únicamente cuatro llegamos a adultos. Sabía que si me casaba y tenía hijos, intentar sacarlos adelante supondría enormes sufrimientos”, cuenta. En cambio, si elegía “peinarse sola”, “tendría más oportunidades y podría ayudar a mis padres y mis hermanos con mi trabajo”.
Los padres de Liang habían intentado buscarle marido en varias ocasiones. “Querían presentarme candidatos, pero yo no. Uno estaba empecinado en casarse conmigo, pero yo le rechacé”, recuerda con una sonrisa pícara esta mujer menuda y encorvada, cuyo cabello aún oscuro y vitalidad desbordante contradicen su avanzada edad.
Liang habla en el templo de Bingyutang, en la aldea de Shatou, al que acude cada día para echar una mano. Desde 2012, esta apacible construcción de dos pisos, que con su jardín de moreras, arcos y patio cuadrado puede recordar a una mezquita, se ha transformado en museo para homenajear a esas mujeres que con su independencia fueron -por elección o necesidad, y desde luego sin pretenderlo- una suerte de protofeministas chinas. En su interior, aún es posible creerse casi en la China de los años 40. Fuera, polígono tras polígono industrial revela la actual prosperidad del otrora depauperado delta, hoy una de las regiones más ricas del país.
Convertirse en zishunü requería una solemne ceremonia que marcaba que, a partir de entonces, la joven dejaba de ser casadera. Tras bañarse y llevar las ofrendas al templo, llegaba el momento de que su madre, o una zishunü veterana, le deshiciera la trenza. A partir de entonces, la joven quedaba comprometida a “peinarse sola, cocinarse sola, compartir las lágrimas y las alegrías solo consigo misma y vivir su propia vida”.
Arrepentirse y fundar una familia, una vez dado ese paso, era imposible. La promesa equivalía a un voto religioso y romper la castidad costaba la muerte a manos de sus convecinos. Pero Liang asegura que a ella nunca se le pasó por la cabeza cambiar de situación.
Formulada la promesa, algunas de las zishunü siguieron viviendo en la casa familiar para cuidar de sus padres. Otras convivían con grupos de más “peinadoras solas”. Muchas se emplearon en fábricas o como trabajadoras domésticas. Liang se marchó a la ciudad, a Cantón, para cuidar niños. “Sabía hacer muchas cosas. Sabía criar peces, coser, cuidar de los gusanos de seda y de los animales de granja. Me podía ganar la vida con facilidad”.
Estas mujeres vivían frugalmente. El dinero que ganaban, además de sustentarlas, iba a parar a sus familias, a costear la educación, las bodas u otros gastos de sus hermanos o padres.
A partir de los años 40, con la guerra y la transformación de China, la seda perdió empuje y la cultura zishunü entró en decadencia. Muchas de estas mujeres emigraron a Hong Kong, a Malasia o a Singapur, desde donde siguieron enviando un dinero fundamental en un país pobre hasta hace apenas tres décadas. Edificaciones como Bingyutang se construyeron para acogerlas y cuidarlas a medida que fueron envejeciendo y regresando.
Apenas quedan ya supervivientes y en Bingyutang ya no habita nadie. Fuera de Cantón o de la vecina Hong Kong, poca gente ha oído hablar de las mujeres que se peinaban solas. En una de sus esquinas, frente a un altar, arden unos palillos de incienso. Son ofrendas a los cerca de 360 nombres inscritos en una tablilla, los de las zishunü de Shatou y los alrededores. Unas tiras rojas marcan los de aquellas aún vivas: una escasa decena, apenas.
Liang asegura que no lamenta ni se arrepiente de nada. La suya ha sido, asegura, una buena vida. Mira con benevolencia a las mujeres de hoy que reclaman igualdad y quieren desarrollar una carrera, ser libres, triunfar y ver mundo con o sin pareja, aunque insiste en que la situación “es diferente”.
“Entonces, se buscaba la independencia para poder apoyar económicamente a las familias. Era una cuestión de responsabilidad. Cuando las mujeres de hoy quieren independencia, es quizá para no tener esas cargas”, opina. Aunque añade, con una nueva sonrisa: “pero, de todos modos, es algo bueno”.
Elpais Politica
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