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Aprovechó el momento y escapó. Saltó al cielo buscándolo, sentía un jalón en la muñeca, era el cordón rojo el que la llevaba por el aire, la subía, haciéndola dejar atrás las colinas y montañas, y el mar verde que cantaba lleno de gozo por el abrazo del Sol, al cual ella era elevada.
Alto, más alto, subía y, al pasar por las nubes, al más profundo azul del alto cielo, se le enredaban trozos de ellas en el cabello, como cintas trenzándose en su larga cabellera. Estaba en el borde, donde el etéreo silencio celeste se encuentra con el bullicio de la vida, y se quedó allí un momento, suspendida, con los brazos abiertos y los ojos cerrados, queriendo empaparse de lo sublime que tocaba cada centímetro de su cuerpo. Sintió, de repente, que el cordón de la muñeca la jalaba. Sonriendo se dejó llevar, feliz de saber que él la pensaba, que la llamaba. Su alma se alegró y cobró la velocidad que sólo puede imprimir la felicidad más absoluta. Al bajar, vio a los pájaros curiosos volar junto a ella; querían ver por qué estaba tan feliz ese ser que, aun sin alas, se atrevía a surcar el cielo.
Bajando esta vez por en medio de las nubes y, al ver que se volvían más grandes las cosas que parecían tan pequeñas desde el cielo, se percató de que se había olvidado de su pequeñez. Al acercarse vio algo que brillaba como una estrella blanca, era la pluma plateada de un ángel, olvidada en una nube, probablemente del lugar en donde había estado descansando y observando a la humanidad. Estiró la mano lo más que pudo, atrapándola y pegándosela en el corazón, mientras descendía hasta donde estaba el anhelo de su alma. Su forma astral se materializó junto a él. Estaba en aquel café al que siempre le gustaba ir, sentado, observando el horizonte donde el mar besa al cielo, y pensaba en ella. Libreta abierta, lápiz empuñado y dispuesto, pero pausado, mientras su alma se derramaba.
Brillaba el cordón rojo en su muñeca y palpitaba destellos llegando al de ella. Ella lo contempló con infinita ternura y, por un momento, se quedó allí, sintiendo palpitar el cordón que los unía. Cerró los ojos y dijo una oración, mientras sostenía la pluma del ángel en su pecho. Caminó unos pasos hasta él y se la puso en el bolsillo de la camisa, justo sobre su corazón. En ese momento él miró hacia arriba directo a sus ojos y se tocó el pecho con sorpresa, poniendo su mano sobre la etérica de ella.
En ese momento, refulgió como un Sol el cordón que los unía y ella despertó sonriendo.
e.v.e.
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Cronica #4
Un hombre con una mochila gigante caminaba de casa en casa,
"Enciclopedias, Diccionarios para las tareas de los niños" gritaba retumbante en la calle. Mi madre salía siempre como si lo esperara desde hace años, caminaba revisando los bolsillos de su vestido verde y sacaba unos fajos de billetes.
"Páguela en dos partes o páguela en cuotas de seis meses"
Parecía un viajero del mundo, con lentes de montura dorada y un pañuelo siempre en la mano. Mi madre empolvada y con el cabello recogido en un moño lo esperaba muy erguida, ella en la reja del jardín, saca su mano y lo dirige a casa.
Vaya para adentro que vamos a conversar los grandes, me decía y yo la veía sentada junto con el hombre cansado que le pedía un vaso de agua con mucho hielo y que revolvía con el dedo índice, los bloques flotantes en el vaso de la vajilla que solo se sacaba cuando un invitado importante llegaba. Hacían el intercambio y el hombre se despedía secándose la frente y caminando por la polvareda de la calle.
Bloques de papel se amontonaban en la sala y mi madre los observaba orgullosa y repetía en voz alta lo que siempre le reprochaba a la vida. - Yo hubiera estudiado Psicología por correspondencia - Me tocaba el hombro y volvía a la rutina de la casa y los tomos de la enciclopedia se quedaban en la sala acompañando a los otros que había comprado meses atrás. Sentía mi madre un gusto por los libros, en especial por los diccionarios ilustrados que dejaba abiertos siempre en alguna página aleatoria.
Yo siempre fui un niño solitario, me costaba relacionarme con los niños del barrio por mi inclinación natural a lo prohibido según las normas establecidas en ese pueblo. Corría y movía las manos, caminaba y flotaba, me detenía a mirar las flores o si hablaba mi tono de voz agudo avergonzaba a los hombres. No había reunión donde no tuviera que mantener mis manos en los bolsillos y con mi cabello peinado de lado me sentaba en una esquina mientras los demás niños jugaban con una pelota que yo nunca supe patear o con pistolas de plástico de alguna piñata que me parecía una locura. Yo que veía el juego de tazas de mi prima Anabel con sus florecitas bordadas y envidiaba sentarme con ella. ¡Qué horror! Hubiera sido aquel escenario. Entonces, convencido de mi desgracia, me quedaba sentado viendo a las amigas de mi abuela, o escondido tras la puerta, viendo el ritual de mujer de mi madre, polvos en la cara y rojo en los labios frente a ese espejo heredado con el marco grabado en madera. La belleza veía yo, del otro lado los niños en la sala me evitaban y si alguno se acercaba era retirado, pues era el hijo de los García que sembraba flores y se decoraba los pelos con izoras.
En la Biblioteca de la sala paciente me esperaban las enciclopedias y los diccionarios y buscaba las palabras que había aprendido. Cielo, Dios, Corazón, Castigo, Infierno y la palabra prohibida Homosexual.
"Persona inclinada hacia individuos del mismo sexo"
¡Qué espanto!, y cerraba de golpe aquel diccionario azul y borraba evidencia de haber buscado esa palabra alisando las páginas para que nadie sospechara que busco justo allí abriendo en libro, en la letra H cerca de la palabra Hogar, aquel horrible conjunto de letras que formaba esa palabra que cuando la decían en la iglesia significaba tormento, castigo, depravación.
Escogí entonces aquellas palabras amables, Poesía, Arte, Pintura y las ilustraciones hermosas me removían el espíritu de niño y en las noches hablaba con Dios diciéndole que me perdonara por interesarme en saber el significado de las cosas malvadas, de las cosas condenadas por los predicadores con traje que en el pulpito de la iglesia hablaban del amor de Cristo y de las consecuencias de no seguir sus estatutos.
Una tarde, Vicente Graterol llegó a la casa con dos libros. Era un hombre alto y poco agraciado, bebedor y electricista; no le temía a la corriente y arreglaba los cables de la casa cuando algún fusible se quemaba. Tenía en sus manos unos tomos de una biblioteca infantil; uno de esos libros se llamaba "El mundo de los niños" regaló uno a mi tía y otro a mi madre que, como siempre, una enciclopedia le recordaba a sus años de querer estudiar. Entonces, nuevamente junto con los demás libros, con una tapa dura y color marfil, me esperaba lo que fue mi mayor revelación. No cabía en mi duda de que aquellas imágenes me hablaban en el idioma que entendía. Veía los colores y las situaciones y comencé a sentirme acompañado por esos hombres majestuosos de mármol y cada ángel, paisaje o deidad antigua me miraba y yo me enamoraba de esos cuerpos bellamente iluminados y de esos rostros con ojos vidriosos. Fue mi primer amor el David de Miguel Ángel
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“¿Tan poco interesante es mi mundo que todos al final terminan marchándose?”, ella le preguntó a sus únicas amigas, las estrellitas danzantes de la noche. “¿Por qué pareciera que soy interesante al principio y al final huyen como si mi universo los fuera a devorar?”. Ella era feliz así, solitaria… En silencio y bajo el chispeante cielo estelar. Nada la hacía sentir más plena que el viento y la natural melodía resonante de esa dama nocturna. Cerraba sus ojitos mientras sus piecitos jugaban con la tierra y se dejaba abrazar por el viento donde evocaba el abrazo del amigo que siempre ha anhelado tener. El columpio se balanceaba, el viento se hacía más fuerte y así mismo el abrazo que evitaba que sus lagrimitas emergieran y que aumentaba el rubor de sus mejillas aún plagadas de inocencia y de fe por ser besadas por el tacto del verdadero amor.
“Díganme estrellas, ¿por qué todos se van? ¿Por qué nadie se queda? Me gusta mi mundo, a mí me gusta mucho, creo que él y yo tenemos mucho que aportar a otro ser humano, creo yo que tengo mucha ternura qué obsequiar, muchos abracitos con mis manitas pequeñas y muchos besitos con la humedad de mis labios. Anhelo tener un amigo. Sí… Amo mi soledad, y es gracias a ella que he aprendido a amarme pero, todo este amor que ahora soy quiero compartirlo con alguien más. No soy de darme a todo mundo… Me gusta caminar a solas, pensar, imaginar, soñar y escribir sobre la tierra. Me gusta platicar con los ángeles y con esos seres en mi cabeza que siempre han estado ahí para aconsejarme a bien. Mi locura ahuyenta. ¿No habrá por ahí otro loquito que quiera conjugarse conmigo? ¿Que se interese por adentrarse a mi esencia y que quiera caminar de mi mano bajo la sombra de los árboles durante horas, conversando sobre lo mágico que resulta ser niños? Ojalá, ojalá estrellitas titilantes, se enciendan aún más y guíen a esa almita hacia mí… A esa a la que yo pueda rodear con mis brazos y no se asuste porque derramo todo mi amor encima de él. Ojalá y ese alguien me abrace tan fuerte, tan fuerte, sumamente fuerte, que se asegure de conocer mi noche, se enamore de ella, se involucre con ella, se vuelva cometa y me lleve a dar un paseo que dure un infinito. Porque, repito, aunque me siento plena así, creo que merezco columpiarme con alguien y ya no jugar solita jamás.”
—Paloma.
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tumblr;la aplicación de los secretos,donde nadie conoce a nadie pero donde simpatizan por las tristezas que guardan,tu sigues....
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Entre Amigas...
Mientras toman algo, dos amigas María y Violeta, mantienen una conversación:
María - Yo quiero un amor sin reglas, como la menopausia
Violeta - Para eso tienes que hacer la operación mosca, vamos… mandar todos a la mierda, para que me entiendas.
María - Así no se va enamorar nadie de mí, en mi vida, tia
Violeta – Ya… es que, si no toleras todo, le vas a enseñar a la gente como tratarte…
María – Ya… pero si yo lo que quiero es, no estar sola
Violeta – Tia, nadie se muere por estar sol@. Es más, hay personas que están muertas en vida al lado de la persona equivocada.
María – Sí, eso es verdad, lo que pasa, que yo siempre “la cago”
Violeta – A ver María, puedes “cagarla” de vez en cuando, pero tia, no puedes vivir con “diarrea” toda la vida, por que no es sano corazón.
María – A veces las cosas pasan por algo. Por imbécil… ¡por ejemplo!
Violeta – Que no tia, que no digo que tú seas imbécil…tú eres poesía. Los demás son un puro cuento pero, si encuentras el amor…por favor, ¡no te cases!
María - ¿Pero, porqué…? ¡Si es la ilusión de mi vida!
Violeta – Porque eso, fijo, es un crimen… ¿Por qué te crees, que piden testigos?
María – Tia, yo sé que mi media naranja está cerca, yo lo presiento.
Violeta – A ver si va a tener gastritis y no tolera los cítricos
María - ¡Vendito amor!
Violeta – Para amor, el tuyo propio. Y no hay más…Sigue leyendo aquí https://www.elrinconderovica.com/entre-amigas/
Rovica.
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La física de la inmortalidad - 8.¿En descenso?
(Parte 8 de 10)
Lo que nace en el infierno, ¿se queda en el infierno?
Cielo e infierno. Infierno y cielo. Dos realidades opuestas y contrarias, imposibles de conjugar en una misma frase. Hasta que llego Grasfel.
El demonio que parece un ángel. El ángel que se comporta como un demonio. ¿Anomalía imposible o el primero de su clase?
Agarath, un demonio rebelde y Fanael, un arcángel de aguda inteligencia, no pararán hasta averiguarlo.
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Descubrí a tumblr por error gracias un amigo, hace 13 años y mi mundo estaba revuelto, creo que a muchos que estamos aquí nos pasa y por eso amamos este bello rincón personal.
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— Oye disculpa, una pregunta: ¿No te duele ser tan bonita?
Serendipia
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Escribir sobre ti para calmar la ansiedad de no tenerte.
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Prólogo
Erik despertó tosiendo. Volvía de una pesadilla y encontró que el mundo real no era mejor. Tenía la garganta seca, le picaba como si hubiese tragado ceniza. Trataba de respirar pero, por alguna razón, llenaba los pulmones de un aire contaminado que no le permitía sentir el oxígeno. Se ahogaba. Abrió los ojos, asustado, y vio que la habitación estaba ardiendo.
Sorprendentemente, no se sintió arrancado de la cama para huir porque la visión del fuego le atrapó de forma poderosa. Hacía tiempo que no veía esos colores tan vivos (naranjas intensos, rojos brillantes y azules profundos en la base de las llamas) y se sintió asombrado de que todavía existiesen. Las llamas danzaban hipnóticamente, lenguas de fuego que se retorcían y estiraban hacia el techo ennegrecido. Tuvo que forzarse a moverse, convencerse de que podía morir para así reaccionar, pues era casi incapaz de apartar la mirada del brillo del fuego, que sus ojos disfrutaban como un banquete.
Se levantó tambaleándose, el suelo caliente bajo sus pies descalzos. Al salir de su cuarto, vio que el pasillo se extendía ante él como un túnel infernal. Las paredes, antes blancas e inmaculadas, ahora estaban manchadas de hollín y lamidas por el fuego.
Avanzó con rapidez dejando atrás estancias ardiendo, con los huéspedes corriendo hacia cualquier dirección y chocando de forma salvaje con las paredes o entre ellos. Otros estaban quietos, con sus ojos ciegos muy abiertos. Gritando.
La Casa entera ardía como una tea gigantesca. A través de las ventanas rotas, Erik podía ver el cielo nocturno teñido de un naranja enfermizo, iluminado por el resplandor del incendio. Este fuego tan violento no podía haber sido un accidente casual. Pensó que toda esta gente, sin guía, no tendría oportunidad alguna y sus cenizas se confundirían con las del edificio. No le importó. Pero entonces recordó que el cuadro, su querido cuadro, correría la misma suerte. Eso le hizo dar la vuelta y correr hacia el interior del edificio que se consumía.
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Mi dulce perdición: mi musa, mi reina y la dueña del bosque oscuro
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Musa del bosque oscuro, quien llama y atrae mi alma con dulce seducción. Sin pronunciar palabra alguna, solo con su imponente presencia, me embruja cual sirena, y me atrae hacia ella para mi inevitable y perfecta perdición. Y yo, sin oponer resistencia, recorro el sendero que sus ojos me trazan, con el corazón enloquecido y la mente colmada de ilusiones. Sé que estoy perdido, pero también sé que avanzo hacia un paraíso colmado de fervor. Me entrego, pues, a esta sutil tentación, a este poderoso magnetismo que tu mirada, tus labios y tu sonrisa provocan en este caótico escritor, dispuesto a ser todo lo que desees, sin medida ni temor. Mi alma, mi mente y mi arte en letras, todo te pertenece, pues eres tú quien lo inspira y lo provoca, allí, en ese bosque que es tu reino de oscuridad. Musa del bosque oscuro, quien atrae mi ser hacia sí, quien llama incansablemente a mi alma y ofrece un camino a mi corazón. Aquí estoy, recorriendo tu sendero despacio, pues deseo observar, sin prisa, cada detalle en ti. Quiero que, al tomar tus manos y caer preso en tu eternidad, pueda relatar en prosa y elevar en oda cada fino lunar, cada peca de tu piel, cada ínfimo detalle tuyo, que te hace perfecta ante estos ojos que no pueden mirar en otra dirección. Así que mi supuesta perdición me espera, aunque sé que será más mi cielo y el hogar al que pertenezco, pues no puedo concebir que estar junto a ti sea una completa oscuridad. Más bien, es hallar la luz donde nadie la puede ver. Sí, soy consciente de que eres musa, reina del bosque y dueña de la penumbra, pero también eres un ser de luz oculto, solo visible para aquellos que comprenden la verdadera belleza, la nobleza y la dulce perdición de un corazón que sabe amar con complicidad y entrega total.
— Cuentos y relatos cortos || @jorgema
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Otoño, para siempre.
II
"General... ¡General! ¿Por qué se retrasó tanto? El portal está por abrirse. Si usted no hubiera llegado a tiempo…”. No alcanzó a terminar la oración, cuyo final sabíamos hubiera tenido matices apocalípticos. "Soren se habría horrorizado de haber sabido lo que ha venido hacer aquí. ¿Por qué habría de darle el corazón de nuestro pueblo, la última esperanza por sobrevivir, a alguien que nos había traicionado?”, casi podía escuchar su pregunta incrédula en mi cabeza.
Alana no había cambiado nada, aún en esta encarnación conservaba toda su belleza; su inocencia y su candor seguían presentes en sus verdes ojos. Me había quedado más de lo que hubiese sido prudente, pero es que no podía despegarle los ojos. Ella, mi mal logrado amor, y quien había sido sacrificada por el bien de los nuestros, pero, al mismo tiempo, había sido tildada como la más infame de las traidoras en nuestros libros de historia —aunque eso sólo el consejo y yo lo sabíamos—. A petición suya, sus valientes acciones y sacrificio permanecían en el más absoluto de los secretos. Me corroía el alma oír a la gente hablar, con odio en sus voces, sobre ella, así como escupir al mencionar su nombre. Mi bella Alana, tan sabía, tan valiente y yo... la maté... al arrancarle el cristal de Khaladar del pecho para salvar a nuestro pueblo. Todavía recuerdo a la luz extinguirse de sus ojos.
Los cristales de Khaladar contienen la energía mágica de un individuo y están conectados a nuestro corazón. Arrancárselo a alguien era considerado el peor de los crímenes, pues resultaba en una muerte dolorosa e irremediable. El de Alana tenía un poder increíble, ya que, al ser la última del linaje de sacerdotisas de nuestro pueblo, la hacían poseedora de una energía extremadamente purificadora y vivificante, algo que no sabíamos al momento de conocernos.
La guerra con los Quirzon había agotado nuestros recursos. Estábamos condenados al exterminio o a la extinción; ambas muertes inevitables con la sola distinción en el tiempo que necesitaban para producirse. Eran estos portales mágicos nuestra única salvación, pues mediante ellos podíamos hallar mundos de los cuales recolectar energía para recargar nuestros cristales y seguir luchando. Cuando los Quirzon drenaron la energía del PortaCristal atestaron un golpe mortal a nuestro pueblo, mas, el sacrificio de Alana logró recargarlo. Sin embargo, su energía ha comenzado a menguar desde hace un par de años. Los ancianos y yo creemos que tiene que ver con la reencarnación de Alana, pero no tenemos información suficiente para comprenderlo. Por ello es que vine aquí, para averiguar la razón, pero jamás me imaginé que me iba a sentir tan fascinado al verla y al darle el último pedazo del cristal de Khaladar que había latido con su corazón.
Era hora de regresar a casa y darle mi reporte al consejo. La neblina pronto se disiparía y el portal quedaría al descubierto. Los portales eran cada vez más inestables y las sacerdotisas tenían problemas para controlarlos. Oré por que esto funcionará y que nuestra corazonada fuera acertada: que, de algún modo, el último pedazo de Khaladar sería capaz de reconocer a su dueña y cobraría vida de nuevo. Pasara lo que pasara, estaba seguro de que volvería a Alana pronto. La verdad, no quería separarme de ella ni un instante, pero el consejo me había llamado a casa y debía acudir a dar mi reporte, además de ayudar a estabilizar el PortaCristal —cosa que cada vez requería más energía—. “Nos vemos pronto, Alana, amor mío, espérame”, murmuré y atravesé el portal que me llevaría de vuelta a Kalhadar y a su cielo índigo de dos lunas.
III
¿Seguía soñando o estaba despierta? Alana abrió los ojos para toparse con el anillo que, el hombre tan extraño que había conocido en el café, le había dado el día anterior. Parecía un anillo de plata común y corriente, engarzado con una piedra transparente que, probablemente, era zirconio o cuarzo. No podría ser un diamante, ya que era demasiado grande para serlo y dudaba mucho que hubieran extraños que fueran por ahí, regalando anillos de diamantes a diestra y siniestra como si fuesen chocolates. Lo tomó en sus manos y lo examinó con cuidado. No parecía nada fuera de lo común, excepto que estaba grabado con unos símbolos extraños en la parte interior de la banda. ¡Qué encuentro más bizarro! El día anterior, el extraño desapareció en la bruma y, pese a haberlo buscado por espacio de media hora, no había logrado dar con su paradero. Preguntó a los empleados del café si alguien lo conocía, pero era la primera vez que alguien lo veía. Alana esperó, por un buen rato, para ver si regresaba, pero no lo hizo. Había sido imposible seguir escribiendo por lo que regresó a su casa. Igualmente bizarro había sido el sueño que había tenido esa noche. Era una plétora de imágenes disyuntivas; sangre, caos, una luz refulgente, dolor y esos ojos de un inconfundible azul zafiro, mirándola llenos de lágrimas.
Viendo el reloj que ya vaticinaba la llegada tarde a su trabajo, Alana se levantó de un salto de la cama. Dejando atrás todas sus preguntas y preocupaciones en el ajetreo de la mañana. Llegó a su trabajo, en el despacho contable, con cinco minutos de retraso. Por suerte, su jefe todavía no llegaba. Se apresuró a encender la computadora y a revisar los correos que le habían entrado a su bandeja, procediendo a continuar con las partidas que había dejado por anotar en el sistema contable. El día transcurrió como era lo usual, sumamente ocupado. El modesto despacho contable en el que trabajaba le llevaba la contabilidad a varios negocios pequeños del pueblo por precios muy módicos, por lo que la oficina estaba atestada de trabajo.
La hora de salida llegó antes de que se diera cuenta y, con un gesto de despedida, les dijo hasta pronto a sus compañeros de trabajo y se dirigió al café de la montaña. En su bolsillo cargaba con la cajita que contenía el anillo que el atractivo extraño le había dado. Caminando por el sendero que llevaba al café, se llenaba de tranquilidad, mientras respiraba y, de vez en vez, se detenía para mirar hacia las nubes y meditar un poco. Estar en contacto con la naturaleza la energizaba. Podía escuchar esas melodías que producían las hojas al chocar con la fugacidad del viento que envolvía, de repente, a los árboles, así como sentir el nacimiento y crecimiento de la grama, mientras el olor a invierno le acariciaba la nariz con el aire que respiraba.
Ya estaba llegando al café cuando sintió algo. Era difícil para ella describirlo, pues, de pronto, se percibió envuelta en un escalofrío que, al mismo tiempo, le hacía vibrar la piel. Esa energía parecía proceder de la dirección en donde se podía ver un claro en la profundidad del bosque. Por lo general, Alana no era una persona curiosa y bien hubiera ignorado ese sentimiento, pero era demasiado fuerte para ignorarlo. Parecía como si fuese una ligadura de hierro y ella un magneto. Fue así que, jalada por la fuerza que emitía el claro, se adentró en el bosque, hasta donde la luz de la luna iluminaba. Había una formación rocosa en el centro, en cuyo reflejo la luz de la luna parecía un espejo. De repente, le pareció ver que brillaba con una luz verde. En ese preciso momento sintió que una mano le amordazada la boca y un aliento caliente le humedecía el oído.
“Por Kandar, ¿cómo demonios nos halló Quirlon aquí? Debió haber perdido energía el escudo. Alana, escúchame, no tengo tiempo de explicarte. Necesito que confíes en mí, por favor.”
El pánico la embargaba al ver que, sobre las rocas, se abría un hoyo resplandeciente de energía verduzca y por el que tres hombres, muy altos y delgados, salían de él. Sin embargo, algo la hacía sentir confiada también, y eso lo provocaba el hombre que, con mirada suplicante, la observaba.
“Debemos correr. Por favor, no grites. Voy a soltarte la boca. Asiente con la cabeza si entiendes lo que te estoy diciendo”.
Alcanzó a asentir con su cabeza y él, sin mediar otra palabra, la tomó de la mano y procedió a correr hacia lo más profundo del bosque. Así corrieron por varios minutos hasta quedarse sin aliento. Por fin, tomaron asiento bajo el abrigo de un gigantesco abeto.
“¿Quién es usted y quiénes son esos hombres?", Alana le preguntó al recuperar el aliento.
“Soy Valdar y ése era Quirion y su secuaces. Deben haber seguido el rastro de energía del portal hasta aquí. Lo siento, Alana. Lo último que quería era traerlos hasta ti.”
“¿Por qué me llama Alana? Mi nombre es Alina. Creo que me ha confundido con alguien más".
Procedió a sacar la cajita que contenía el anillo de su bolsillo y lo abrió para entregárselo cuando, repentinamente, se le cayó de las manos. Se arrodilló de inmediato a buscarlo, pero, su mala suerte era tanta, que se cortó la mano con el filo de una roca mientras lo buscaba entre la hojarasca; aun así, lo encontró y, al levantarlo, extendiendo su mano hacia el extraño que la miraba, se percató de la expresión de asombro que éste tenía en el rostro.
Un poquito de sangre había caído sobre la piedra, pero Alina no creía que su aversión a ella fuera tanta para ameritar la expresión en su rostro. El anillo seguía igual. El extraño despegó los ojos del anillo y la miró directamente a los ojos. Esos ojos parecían dos pozos azules profundos, en cuyos yacían innumerables secretos que la amenazaban con tragársela entera. De repente, el extraño se desabotonó la camisa. Yacía sobre su corazón una pequeña gema que resplandecía con una luz rojiza. Los ojos de Alina debieron haber delatado su asombro al ver cómo la gema cambiaba a un color violeta y después un profundo azul.
“¿ Qué miras?”, le preguntó el extraño.
“Es muy curioso cómo cambia de color”, Alina le respondió.
“En Kandar, de donde provengo, los cristales que tenemos en el pecho son incoloros para todos, excepto para aquel o aquella con quien hemos establecido un vínculo de alma. Esa persona puede ver los colores de nuestras emociones reflejados en ella. Así como tú ves los mios, yo veo los tuyos, Alana", le dijo, mientras la miraba con el peso de un siglo de dolor en su mirada.
"Ya le dije que mi nombre no es Alana es Alina".
“Tú eres mi Alana y esto lo confirma. No sólo que tú puedas ver los colores de mi cristal, sino que yo pueda ver los del tuyo”, sostuvo su mano en la suya y tomó el anillo entre sus dedos. “Refluye de un profundo gris casi negro, porque estás confundida y temes, pero también veo un destello azul. Tu alma recuerda la mía".
E.V.E
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Crónica #2
De los recuerdos mas antiguos. La infancia almacena los mas atroces. La muerte de los perros siempre fue un suceso devastador. Vivir en el campo es un suceso salvaje que condiciona la vida. Cuando murió Princesa, la perra de mamá, nos vino de sorpresa; era sábado y nos alistábamos para ir a la iglesia. Mamá había salido al patio cuando llamo a Papá para que viera lo que sucedía. Princesa estaba acostada en su almohada debajo de la caseta heredada por los ancestros animales que antes vivieron allí. Estiraba las patas como quien corre, pensamos a primeras que estaba dormida y tenia pesadillas y por eso su cuerpo temblaba. Podría estar entrando en proceso de parto ya que tenia casi tres meses desde que los perros del barrio le rompieron el pañal de fique y la montaron mientras estaba en celo.
Tiene algo papi, le dijo mamá a mi padre.
El el suelo de la caseta, una culebra amarilla estaba enrollada con la cabeza mordisqueada. Princesa la había matado en la noche cuando todos dormíamos, quizá en medio de aquella lucha la culebra le mordió en algún lado y ahora ese sábado en la mañana veíamos a la pobre herida intentando pujar, intentando sacar el veneno.
Los perritos que llevaba dentro todos había muerto dijo el veterinario. Mamá había usado de sus ahorros para llevarla, tenía muchos años con esa perra, era la hija que no tuvo y la lloro tanto que se le corrió el rímel del maquillaje y fue tanto el liquido negro que con eso pinte un retrato de la difunta.
La perra está ciega y paralitica, los perritos se murieron, si quiere la dejamos así pero no podrá caminar y no la podrá ver, dijo el doctor quitándose los guantes después de haberle inducido un parto rápido al animal confirmando que eran cinco cadáveres los que llevaba dentro.
Mamá la mandó a dormir, no quería vivir con un animal en esas condiciones. recuerdo el rostro maltrecho de Mamá llorando días después.
Mas de quinientos bolos dijo mamá con un llanto fúrico, mas de lo que gano a la semana para que igual se muriera.
Eso lo cuenta mamá quien fue al doctor con la perra en una caja y regreso sin caja y sin perra, pero con el vestido de la iglesia manchado por el llanto y arrugado de tanto apretarlo en los costados.
El campo es un espacio gigante donde conviven lo monstruoso, la naturaleza es grotesca y cruel, enfermiza. Rambo era otro de estos míticos animales del cementerio familiar, lo encontramos en un saco en los potreros, junto con otros cuatro perros que ya no respiraban. No se como sobrevivió allí, estuvo en la casa un año y algo hasta que le dio por comer mierda de gallina. Entraba al gallinero y se saciaba mientras de la boca le escurrían hilos de baba, mamá lo regañaba y le limpiaba el hocico sucio de excrementos, le daba agua con una jeringa y reusaba a beberla. Con el tiempo se fue volviendo flaco hasta que desapareció y días después lo encontramos lleno de hormigas debajo de un escaparate de la sala.
Pasábamos de tener cinco perros rondando y luego cinco huecos en el patio donde los metíamos envueltos en cobijas.
La pobreza de los entierros era evidente al igual que la pobreza de la casa.
Les va a pasar algo muy malo a todos ustedes decía Juan sin camisa cuando un carro atropelló a Yogui mientras jugaba con los primos y el perro quedó chorreando sangre por la boca y por el culo. Este perro no se va a salvar dijo Tío José. Toca matarlo. Nadie tuvo el valor de matar al perro moribundo y con taquicardia y sudores Tío José y papá enterraron vivo a Yogui para que muriera ahogado bajo la tierra del patio y acompañara a los demás ancestros del cementerio común.
La pobreza que seguía consumiendo la casa, no permitía lujos. Si no hay para comer no hay para tener un perro decía abuela, pero aun así los perros, gatos y loros abundaban y así como el campo nos daba la vida, el mismo campo también la quitaba con sus lluvias eternas que desenterraban a los perros muertos y el monzón hacia flotar los huesos de los difuntos para luego tener que volver a enterrarlos.
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**RELATO CORTO**
“No puedo hablar del amor, sin antes hablar de él…”
No puedo hablarte del amor si es que antes no te hablo de él. Sí, te parecerá absurda mi respuesta, tal vez te parezca hasta exagerado mi proceder, pero créeme, si antes no te hablo de él, no podré explicarte cómo es que yo logré conocer el verdadero amor.
Siempre soñé con un amor, uno de esos correspondidos que desde pequeñita observé en esas películas llenas de un melifluo romance. Soñaba con amar y ser amada hasta de una manera irracional, desmedida y utópica. Será que nací bajo esa estrella de la tinta que define el nombre de un poeta, de un escritor. Soy una loca, una demente, una lunática de todo lo que abrigue a ese tema del amor romántico. Le escribo al amor todo el tiempo… y ya antes de conocerle le escribía al amor… Pero, no fue hasta que lo conocí que puedo decir que mi visión de ese estado que nos vuelve resistentes y endebles al mismo tiempo, logró aclararse y hasta cierto grado llenarse de una dulce acritud.
Lo conocí en el mes que divide al año. En un anochecer húmedo, gris, de viento gélido, donde los susurros de los árboles arrullan hasta a las almas plagadas de desdén. No se percibían los astros, los nimbos mullidos se agolpaban en el lienzo renegrido que había dejado ya de ser cielo. Yo escribía en mi diario, sobre la mesita de madera que me había acompañado en mis soñadoras travesías desde que tenía yo nueve años. Tenía la ventana abierta en toda su integridad. Me gustaba mirar al firmamento, pedir y pedir día con día muchísimo amor, un profundo amor para redactar mi amada poesía. Siempre sola. Siempre melancólica. Sin embargo… dentro de todo, feliz. Bastante ambivalente mi vida, pero qué puedo decirte, así es la vida de un escritor.
Mi amante inspiración se vio súbitamente paralizada por la voz de este joven; su timbre era grave y su entonación muy desesperada, parecía que hablaba con alguien, al escucharlo pude inferir que hablaba por teléfono. Gritaba y le reclamaba a su interlocutor por una supuesta deslealtad. De verdad, se me fracturó el corazón al escucharlo; no parecía engrandecer su dolor, realmente estaba sufriendo por su decepción. Sentí una profunda compasión por él.
Me incorporé de mi lugar y, cuidando de no ser descubierta, apagué la lucecita de mi lámpara de escritorio e, inquieta, busqué su imagen. Era un joven de aproximadamente 27 años, delgado y alto, de tez blanca, su cabello parecía oscuro, y se empañaba aún más porque iba húmedo por la lluvia. Llevaba una barba no tan prominente en su rostro.
Puedo jurar que al verlo, de alguna manera me conecté a su dolor. No sé cómo fue, pero, sentí tan mía su desolación.
Recuerdo que se recargó en la pared de la casa de enfrente mientras colgaba la llamada y acto seguido aventaba su celular. Veía al cielo en tanto mordía sus labios con bastante frustración, yo ya no podía saber si lo que recorría su mohíno rostro eran sus lágrimas o las prominentes gotas que se precipitaban de los nubarrones.
Él temblaba. Temblaban sus manos, temblaban sus piernas, temblaba su vientre… Su humanidad entera vibraba en la energía del miedo y del dolor.
Quise ayudarlo. Él cuestionaba a Dios sobre su situación, buscaba una respuesta, pero, nadie respondía a su súplica. Temí por su vida, es así que rápidamente escribí, con un plumón que tenía al alcance, sobre una hoja de mi diario —que antes arranqué —: “Toda ruptura trae un nuevo nacimiento. Y nacer, puede doler. Pero… volverás a ser tú, volverás a crecer, volverás a amar, volverás a tener fe.” Y firmé con mis iniciales: “Z.A”. De inmediato alcancé una bolsita de plástico pequeña y ahí metí el papelito —no sin antes doblarlo— con una pulserita mía de abalorios de varios colores, para ponerle peso a la misma y así lanzarla más fácilmente. Cuando lo vi bajar su rostro, elevé mi brazo y con todas mis fuerzas arrojé el mensaje. De esta forma logré llegar a él. Rápidamente volví a ocultarme y ahí me quedé entre las sombras, sin volver a saber de su existencia. Día y noche yo esperaba que de alguna manera mis palabras le hubieran ayudado a mermar un poco su dolor… Y, en mi fantasía, yo llegué a tener la esperanza de que ese pequeño recado lo hubiera tomado como la respuesta que en ese momento esperaba recibir de Dios. En fin. No supe más de él. En ese entonces yo tenía 21 años, acababa de egresarme de mi carrera tres meses atrás, soy Licenciada en Filosofía y letras, escritora, ensayista y profesora de una universidad de la ciudad en la que ahora vivo, pues me mudé de mi lugar natal; tenía cinco libros publicados ya en ese momento, donde ya habían transcurrido curiosamente también, cinco años desde ese evento. Mi última novela escrita hasta entonces era precisamente: “No puedo hablar del amor, sin antes hablar de él…”, mi novela más leída y con mayor éxito. Les contaré porqué.
Yo trabajé para varios diarios y para revistas, gracias a eso pude abrirme camino e ir publicando mis obras. Sin embargo jamás, y debo de admitir que por mi timidez y mi introversión, quise mostrar mucho mi rostro o incluso mi nombre. Todo mi trabajo está firmado bajo las siglas ‘Z.A’.
Aquella mañana que evocaba mucho a esa noche cuando ese joven quedó grabado en mi alma, yo tenía que hacer mi presentación de esa novela. Ya estaba todo listo. Me habían invitado a exponerla y aún a sabiendas de mi falta de valentía para hablar delante de un público, acepté la propuesta. Jamás a nadie nunca confesé, que lo que me había inspirado a escribirla había sido ese lozano hombre y todo lo que imaginé de él gracias al contexto en el que lo conocí. Ciertamente él y yo conectamos nuestras almas aquél momento, triste para él y afortunado para mí, pues gracias a ese amor que emergió de mi ser al conocerle, siendo unos absolutos desconocidos, se pudo engendrar una sublime creatividad en la totalidad de mi ser. Armé toda una historia acerca de un amor onírico, que muy en el fondo, supe que era real.
La sala estaba llena, cosa que mi ego profesional agradeció mas no mi retraimiento. Mi corazón bombeaba más sangre de lo que debía y sentía que me asfixiaba hasta desfallecer. Era la primera vez que hablaba ante un público por espacio de más de una hora: entre la exposición, las preguntas que debía responder y los autógrafos. Estaba sumergida en una exacerbada inquietud.
Por fortuna pude hablar bien y sin ninguna muletilla que delatara mi falta de experiencia en comunicación oral. La etapa de preguntas y respuestas también avanzó sin mayor preámbulo, todo de forma bastante fluida. Y por fin llegó el momento de dar autógrafos y agradecer a la gente por leer mi trabajo.
Una larga fila de personas aguardaba por su firma, dedicatoria y una fotografía con la autora. De forma automática yo deslizaba la pluma poniendo mis iniciales, tímidamente sonreía y participaba de la toma fotográfica.
Hasta que…
Él extendió mi libro frente a mi mirada.
Los rostros que impactan para bien o para mal jamás se olvidan.
Era él…
Sí, era el joven por quien quedé obnubilada aquella noche y también la razón de estar ese día ahí, presentando mi trabajo.
—¿Z.A? —Puso el libro en mis manos— ¿Eres la misma Z.A?
Se tomó el tiempo de meter su mano derecha en el bolsillo de su pantalón para sacar la nota que yo le había redactado varios años atrás. Por unos instantes quedé aturdida y sentí que todo el calor del centro de la tierra se agolpaba en la totalidad de mi rostro. Enmudecí ante una multitud de testigos que aguardaban en la fila y me observaban con una amplia sonrisa. Quise desaparecer, pero al mismo tiempo, mi alma deseó desnudarse de los prejuicios, de los miedos, de mi cortedad y… simplemente gritar que sí, que yo era esa ‘Z.A’ a la que embelesó sin intención cuando él estaba rompiendo su relación.
—Eres mi Z.A… Lo eres.
Me dijo con la voz trémula en tanto me tomaba de la muñeca para observar una pulserita de abalorios parecida a la que en aquel momento lancé junto con el mensaje.
—Te estuve buscando por muchos años… Tu libro me trajo a ti, esa historia que has redactado, ese amor que emana de tus páginas… No sé aún cómo te llamas realmente, no sé qué significan esas iniciales… Sólo sé que has movido mi mundo y me has llenado de fe. Si no cometí una locura aquella vez fue por tu nota. Gracias por todo… ‘Z.A’
No pude articular palabra. Inesperadamente mi alrededor desapareció. La gélida brisa del exterior invadía todo el lugar. El petricor cautivaba cada uno de mis sentidos. Sentí que estaba dentro de la historia de un libro. Sentí que abandoné mi cuerpo y súbitamente me convertí en alma. Parecía que el corazón se iba a detener. De verdad, me gustaba, me gustaba y ya le quería. Era rara esa sensación… es ilógico estar enamorado de alguien a quien ni siquiera conoces, pero eso sentía, y ni yo misma era capaz de definir el porqué.
—Dime al menos tu nombre, no puedo vivir con esta obsesión toda mi vida. He seguido tus pasos y algo dentro de mí que no sé cómo llamarle, una chispa, una intuición…
—¿Puedes esperarme a terminar, por favor?…
Deseaba que la tarde se dilatara pero, no fue así.
El evento terminó y tuvo bastante éxito.
Él esperaba sentado, un tanto inquieto, en una de las sillas de metal de la explanada donde ya antes había yo dado mi discurso.
Me acerqué a él, un tanto tímida; mis manos sudaban a borbotones. Estaba experimentando bastante ansiedad por ese suceso repentino. Me puse de pie frente a él. El tiempo se detuvo.
Él alzó su mirada y sin ningún ápice de prisa, me observó detenidamente el rostro. No puedo recordar por cuánto tiempo permanecimos en silencio.
—Zhayli… Así me llamo… ¿Y tú?
—¿Qué significa la letra ‘A’? —Repuso con bastante curiosidad haciendo caso omiso a mi pregunta y acto seguido se puso de pie.
—Amor… Zhayli Amor.
—¿Amor? Cuándo iba a dar con tu apellido… Demasiado poco común como lo eres tú… Me gustas ‘Z.A’, quiero conocerte y quiero tener una oportunidad contigo… Grabaste tu nombre en mi mente, en mi alma y en mi corazón… Te busqué por muchos años. Sé, por tu obra que tú también me has estado esperando… No soy un sueño, no soy una utopía, no soy un imposible… Aquí estoy y estaré para ti si así me lo permites, mujer bonita.
Y… Se lo permití.
Alberto, así es como se llamaba el amor de mi vida. Y sí, en definitiva él fue el amor de toda mi vida y no sólo de ella, sino de mi inspiración, de mis escritos, de mis sueños, de mis desvelos, de mi alegría y de mi dolor. Y hablo de que así se llamaba porque, justamente hace cinco años falleció. Nos conocimos poco, no requerimos de conocernos más pues ya nos conocíamos de otras vidas, de otros mundos, de otros planos. Éramos almas enamoradas y lo seguiremos siendo. Tuvimos una hija, ella ya es adulta y es arquitecta. Es aún soltera, pues espera el arribo de su alma gemela o una historia parecida a la de sus padres.
Estoy escribiendo las últimas líneas en mi diario, una libretita color esmeralda que Alberto me regaló en nuestro primer aniversario. Las últimas, sí… Ya soy una mujer vieja y enferma de ochenta y un años. Escribo estas líneas para hacerles saber que el amor de almas realmente existe. No pierdas la fe de encontrar tu amor. Siempre hay alguien para uno, siempre seremos de un alguien, el tema aquí es ser lo suficientemente pacientes para esperarlo y lo suficientemente fuertes para hacer nuestra vida y dedicarla a lo que más amamos mientras llega nuestro compañero de vida.
Es probable que hoy mi corazón al final del día se detenga, pero no mis letras… ni mi amor por él, ni mi amor por el mismo amor. Era necesario decirte a ti, que me lees, que no podía hablar del amor sin antes mencionarlo a él.
Dime… ¿quién que no te ame de verdad se guardará para ti no importa el tiempo ni la distancia ni las condiciones?
Sólo aquel que conjugue el amor a través de su propia acción, a través de su propio nombre.
—PalomaZerimar.
**Imagen Pinterest**
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Tumblr;siempre va a ser mi lugar seguro
gracias..
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Relato Corto...
Ella lo esperaba en el aeropuerto, con una pancarta que decía "Bienvenido a casa, mi amor". Él bajó del avión, con una sonrisa que iluminaba su rostro. Se encontraron, se abrazaron con fuerza como si quisieran fundirse en uno solo. Habían pasado dos años desde la última vez que se vieron, pero su amor no había menguado ni un ápice. Se besaron con pasión, sin importarles las miradas de los demás. Sabían que tenían mucho que contarse, pero lo único que importaba en ese momento era estar juntos. Él le dijo: "Te quiero". Ella le respondió: "Yo también". Y se quedaron abrazados, sintiendo la calidez de sus cuerpos y el latido de sus corazones. No necesitaban nada más. Estaban juntos. Eran felices.
El amor un tema universal y eterno, que nunca se agota ni pasa de moda. El amor es la...Sigue leyendo aquí https://www.elrinconderovica.com/relato-corto/
Rovica.
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