#PlanetaSangrando

[franciscoarayapizarro]

TIERRA DE ESPEJISMOS

Óxion era un mundo casi hueco, ahogado por su propio valor. Las sombras largas de los Nizrek, robots impasibles, se extendían como una red sobre sus cielos apagados y montañas heridas. Los habitantes restantes, conocidos como los Halcones, vestían el polvo de la resistencia en sus chaquetas desgastadas, y sus motocicletas aladas, unas máquinas únicas de acero y energía antigua, eran lo único que los mantenía alejados de la desesperación. Kairos, el líder, no recordaba un Óxion sin Nizrek, sin la agonía de la extracción. A su lado, Zeira, mecánica y piloto, podía escuchar el pulso de cada sistema, el latido artificial de las máquinas. Y luego estaba Rhon, el más joven, un explorador feroz que sentía a Óxion en su esencia misma, como una vibración sutil. Habían escuchado rumores de una "Redención": la terraformación final de los Nizrek que lo consumiría todo. Para los robots, Óxion no era más que un suministro interminable de energetek, el mineral de energía que levantaba civilizaciones completas, todas menos la suya. La muerte lenta del planeta, sin embargo, parecía no molestar a los robots.

En su escondite subterráneo, Kairos observaba una pantalla parpadeante con la cuenta atrás hacia la última extracción, la final, en el valle sagrado. Sabía lo que significaba: los Nizrek dejarían tras de sí una concha seca de lo que había sido su hogar.

“No tenemos nada que perder", dijo finalmente. Las palabras resonaron con la aspereza de una tierra que ya no le debía nada a sus habitantes.

La batalla que siguió fue una danza fatalista. Las motocicletas aladas de los Halcones zumbaban entre los tanques y drones de los Nizrek, alzándose y sumergiéndose en ataques suicidas, mientras el cielo se oscurecía con nubes de polvo y fragmentos de metal. Rhon se deslizó por el aire con precisión milimétrica, evadiendo los sensores de los Nizrek. Su motocicleta, un destello gris oscuro, se fusionaba con el paisaje, invisible y rápido como el propio aire. A cada ataque, la resistencia se fortalecía, y los Halcones se adentraban más en el territorio de la maquinaria, alcanzando el núcleo de la Redención, una torre que absorbía energetek directamente desde el corazón del planeta. El metal vibraba en sintonía con la energía latente de este mundo. Zeira, golpeada pero indomable, detectó un patrón, una falla en el sistema de retroalimentación. Activó un pulso de onda que resonó por la torre, causando una sobrecarga. Kairos y los demás observaban la torre colapsaría en una espiral de fuego, un espectáculo de cenizas y humo. Pero lo que había comenzado no podía detenerse, y el planeta Óxion comenzó a temblar bajo el peso de su carga extraída.

Al final, solo quedaron las sombras de los Halcones, extendidas en el crepúsculo, mientras Óxion volvía a ser una vez más una distorsión de sí mismo, un espejismo envuelto en cicatrices, más allá de la redención.