#Ojalá haberlo visto en madrid
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Yesterday in my singing lesson my teacher showed me “in my dreams” (the Spanish version which is called “al soñar”) from Anastasia the musical and I just fell in love with it it was amazing
#The Spanish version is SOOO much better than the English one#By Spanish I mean from Spain not Latin American#Anastasia#anastasia the musical#In my dreams#al soñar#Ojalá haberlo visto en madrid#Mataría#España#madrid
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El cuento del barco roto.
O besos varados en el puerto del olvido.
Tres meses después
Hace un tiempo que abandonaste el barco.
Es una fragata de doble timón y velas blancas con una decena de camarotes en su interior.
Es pequeño y se llama Delirante, como nuestro amor. Es un nombre raro para un barco, pero bueno, solo es un nombre.
Tiene un porche de madera en la cubierta, dese donde se ven tormentas perfectas cuando el mar se desvela embravecido.
Es un buen barco y se necesita un mínimo de dos personas para manejarlo.
Era nuestro.
Lo robamos del Puerto de las Dudas aquella madrugada en que nos prometimos por primera vez.
Aguardamos escondidos a que los guardianes del miedo se quedaran dormidos. Escapamos de noche y en silencio, y a sus despertares, ya estábamos lejos.
Nos perdíamos entre los mares de algunas de nuestras canciones de amor. Las de cuando hacíamos el amor, ¿recuerdas?
Entonces parecía que Dios y su otoño estuvieran de nuestra parte. El muy idiota debió de pensar que necesitábamos su aprobación o algún tipo de excusa barata para darnos calor.
Por aquel entonces estaba de nuestro lado.
Cada vez que queríamos encontrarnos, él se asomaba a la ventana, tiraba de sus cuerdas para mover un par de nubes y así ponernos nuestra ropa favorita, la de invierno.
La que se juntaba en cada esquina donde nos besamos.
Qué bonitos fueron todos aquellos paseos en barco.
Madrid – Toledo.
De tus colmillos – A mis labios.
El mar meciéndonos en calma y nosotros tan convencidos de nuestros sentimientos (o eso parecía).
Nos arriesgamos, nos hicimos inmortales, te besé cada trozo de piel en los portales.
Nos empapamos de la bruma de los mares, y sin querernos pisar, nos caíamos a pares.
Marineros de alta ingenuidad, creídos capaces de soportar la mayor de las tempestades. De los maremotos, de los sabotajes, lo que fuera.
Las pequeñas tormentas son inevitables en todo viaje.
Las pequeñas tormentas fueron incluso tiernas.
Las pequeñas tormentas nos brindaban la oportunidad de darnos la tregua. Después de la tempestad llega la cama.
Nos creíamos tanto el asunto de la inmortalidad que superamos muchas cosas juntos.
Pero el mar es traicionero, nuestra droga cada vez más mordía más adentro, antiguos fantasmas, desilusiones, celos.
Todas las veces que se nos oxidó el alma de pensar en cosas que no había que pensar. En los momentos que no supimos relativizar las cosas, cuando hicimos de los problemas, problemas más grandes.
Los momentos bonitos se hicieron cortos.
Las mentiras, sus balas.
Y el silencio, caballos salvajes.
Aprendí a disfrutar la vida a poquitos. Que en cualquier momento te cambia los planes.
El barco parecía irse a flote en algunas tempestades. Comenzamos a vivir en camarotes distintos. Qué pronto dejamos de mirar el mar.
Pero ayer eso no nos importó demasiado, ayer arreglábamos los rotos. Bueno, en realidad, no.
Creo que nunca arreglamos los rotos, pero lo parecía, que es casi más peligroso que lo que está roto. Siempre se nos atascaba e motor con una pieza suelta, pero como al rato volvía a arrancar, nunca lo abríamos. No nos atrevimos a mirar.
Habría que haberse gritado los errores, las mentiras, las heridas.
Habría que haberse vuelto valiente, vaciar la herida, sacar la astilla y desinfectar.
Habría que haber hecho lo que no sucedía.
Un paciente necesita saber que está enfermo para ir al médico. Dos no discuten si se están besando. Y desangrando. Y de todo a la vez pero de nada al mismo tiempo.
Lo peligrosamente poético de Delirante es que los barcos de doble timón se hunden si no lo sujetan dos personas.
Cuando parecía que perecíamos definitivamente, uno de los dos salía de su camarote despavorido para agarrar su timón y salvarlos.
Nos buscábamos porque queríamos encontrarnos.
Uno de los dos siempre nos salvaba en el último momento.
Aún recuerdo mi angustia atragantada abriendo las puertas de los camarotes de par en par en busca del abrazo de la noche.
Siempre hubo abrazo de la noche y nunca camarote lo suficientemente alejado del otro como para separarnos.
A veces dormíamos tan abrazados que a la mañana siguiente no tenía muy claro dónde terminaba yo y dónde empezaba él.
Pero los guardias del miedo se despertaron del Puerto de las Dudas. Y hace meses que salieron en nuestra busca. Y quien dice «miedos» dice «terceras personas» . Y quien dice «terceras personas» . Dice «circunstancias, envidias y odio» . Y quien dice todo esto dice «inmadurez, mentiras y ganas de no hacer bien las cosas» .
Todo un ejército naval en nuestra contra.
En una de esas noches en que te buscaba con angustia en la garganta para que, por favor, regresaras al timón porque nos hundíamos, porque yo solo no podía, no te encontré.
Puerta por puerta, fui abriendo todos los camarotes del interior de nuestro pequeño Delirante. Necesitaba perderme en nuestro abrazo de dormir para encontrarme.
Pero se me acababan las puertas…
Sonó la alarma y los miedos iniciaron el abordaje de Delirante.
Ojalá hubieras estado ahí, amor mío, tendrías que haberlos visto.
Se estaban apropiando del barco.
Y se me acababan las puertas.
Destrozaron el porche de nuestras noches mirando las estrellas, incendiaron «nuestro nidito» y contaminaron nuestro mar de canciones de amor. Ya no puedo escuchar esas canciones.
Y se me acababan las puertas.
Y lloré.
Y supe que había llegado el momento de volver a mi timón, el que estaba justo al lado del tuyo, vacío.
Llegué a pensar que tú no tendrías la culpa. Que los miedos te podrían haber secuestrado mientras dormíamos. O puede que me abandonaras a la deriva cansado de las lluvias.
O quizá encontraras un barco mejor. Un beso más largo en Gran Vía. Con más velas, timones de metacrilato y sudaderas de Hollister.
Quizá con un porche colosal, con un nido más cómodo y un chico más guapo.
Antes de que el mar se tragara nuestro pequeño Delirante, de que el agua me arrastrara los pies, miré al cielo. Vi la ventana de Dios cerrada. Que ya no estaba de nuestra parte. Que no volvería a tirar de las cuerdas para movernos las nubes.
Te eché de menos más que a mí mismo.
Soñé que aparecías en el último momento como habías hecho alguna vez. Agarrando tu timón, con velas en la ventana y ganas de escucharme. Salvándonos el amor una última vez.
O enseñándome a nadar.
Soñé que serías la puta sirena que me llevara a la playa.
Pero se me acabaron las puertas.
El barco.
Y el aire.
Me hundí con nuestro pequeño Delirante en las manos.
Y si morí, fue pensando en ti.
Te confesaré un secreto… A veces, cuando imagino mi yo futuro, veo a un hombre con un hijo del que no eres el padre, recordando a Delirante antes de ir a dormir. Veo a mi niño emocionado con las aventuras de su padre, las que fueron nuestras, y ya no lloro.
A veces pienso en si debería haber saltado cuando tuve la oportunidad, en si deberías haber sido tú el último en buscarme con la angustia en la garganta de camarote en camarote.
Y creo que no.
Me gustó ahogarme por ti.
Y creo que no podría haber sido de otra manera, pues yo nunca habría sido capaz de soportar que tú murieras por mí.
Y entiendo que principios de finales siempre tuvimos muchos, pero que finales solo hicimos uno.
Y que llega.
Y que se acaba.
Porque aquella fue la única forma de terminar muriendo en aguas que sabían a ti.
El último que deje de amar pierde.
Y entonces mi yo futuro se marcha a la cama. La que comparto con el hombre que no huele a ti. Que no me abraza como tú. Que no tiene estrías por la espalda. Y ya no lloro.
(Pueyo Chris, El chico de las estrellas, España, 2015, pp. 186-192).
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1junio
Le he visto. Mar de lágrimas. Mis lágrimas. Él (aparentemente) está bien. Llevo más de 24 horas con el estómago en la garganta, triste como aquella última vez. Hace un rato he hablado con mi madre, lo he escupido todo, prácticamente he pedido auxilio. Y me siento mejor.
No sé qué es lo que me pone así. Me resulta curioso que todos mis breakdowns vengan precedidos por haberle hablado/visto. Me da miedo pensar que todavía queda algo, que veo la puerta de la tercera temporada entreabierta. Es imposible, nadie en su sano juicio volvería con una persona que le ha jodido dos veces. Yo no lo haría. Aun así no puedo evitar pensar en ello. Fantasear con ello. ¿Pero es realmente lo que quiero? No tengo ni idea.
Puede que tengas razón, probablemente tomé la decisión errónea. Huí de nuevo, como huí a Madrid, siempre fuera, buscando algo que quizás puedo encontrar aquí. Y tal vez podría haberlo encontrado contigo, con tu ayuda, en vez de convirtiéndote en otro problema más. No lo sé, en aquel momento creía que no, que era incapaz de gestionar ambas cosas, que necesitaba encontrarme primero para dejar que alguien me acompañase después. Sin embargo, ahora no lo tengo tan claro. “Me atrevo a asegurar que ahora serías más feliz” si siguiera contigo, eso me dijiste. No lo sé. Lo que si sé es que en aquel momento no lo era. Creo que ahora haría las cosas de otro modo, que no tomaría una decisión unilateral, que trataría de investigar qué estaba pasando contigo. Pero es inútil pensar en lo que podría haber hecho. Tanto tú como mi madre me habéis dicho lo mismo, que deje de pensar en el pasado, que me olvide del futuro, y empiece a vivir en el presente. Ojalá consiga hacerlo. Como te dije ayer no quiero que desaparezcas, quiero ser capaz de evolucionar sin la necesidad de cubrirte con un velo para no verte, porque por mucho que te esconda siempre vas a estar ahí. Es muy cansado esto de hacerse el fuerte, estoy agotado y solo son las 20h. Lo estoy intentando bonito, te lo prometo.
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