Tumgik
#Mystrade en español
lilietherly · 10 months
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[Fanfinc! Johnlock + Mystrade]
Un regalo para Martini como conmemoración de mis 500 subs en Wattpad.
Cariño, espero que casi 10k de palabras ayuden a que me perdones por haber tardado tanto en escribir esto 🤧. Tu sabes lo que pediste, así que no debo explicar más.
Esto es, de todas formas, puro fluff amistoso y amor filial 🥰
* * *
Desde que el doctor John Watson le fue presentado a Lestrade, no hubo argumento que le hiciera cambiar de parecer acerca de lo mucho que el hombre llamaba su atención. No de una manera escandalosa, ni mucho menos; Lestrade tenía desde hacía una década a quien resguardara sus latidos y aún se dispondría a cedérselos el resto de su vida. Sin embargo, un detalle guardaba aquel atractivo hombre. Quizá en la tenacidad de su sonrisa, la pasividad salvaje de su mirada o la rectitud de su actuar, algo todavía por descubrir en él atrapó la curiosidad de Lestrade tras los primeros minutos de conocerlo.
 Dos puntos de suma importancia colocaron al hombre ante los ojos inquisitivos del astuto inspector. En primer lugar, el nombrado doctor tuvo la osadía de aceptar, aún con todos los rumores que pudieran precederlo, el compartir vivienda junto a Sherlock Holmes. En segundo lugar: decidió quedarse. Poco menos se necesitaba para convencer a Lestrade, y no obstante, una larga lista, mientras el tiempo avanzaba, seguía escribiéndose. Alargándose de maneras que Lestrade ya era incapaz de imaginar, no encontrando en el señor Holmes verdaderas razones que justificaran ese nivel de lealtad.
El detective amateur seguía tratándolo y a sus compañeros cual infantes maleducados con nulo respeto al fango, los cigarrillos a medio fumar o los pedacitos de papel medio tostados. Los declaraba ineficaces con esos despectivos ojos grises y tachaba de erróneos muchos de sus métodos de investigación. Odiaba que le pidieran repetir sus palabras susurradas y se adueñaba de las pruebas. ¡¿Cómo un hombre de tan magna terquedad e inmadurez guardaba siquiera el más ínfimo, pequeño y desesperadamente irracional vínculo con…?!
—Hay algo en tu ceño fruncido, alma mía, diciéndome que no piensas en el Holmes correcto. —Lestrade se inclinó veloz hacía la gran mano acercándose a su rostro. Se dejó acunar en la cálida palma, permitiendo que la tranquilidad volviera a esa dulce tarde de verano; al viento suave agitando las cortinas y al libro entre sus dedos. A la afable compañía del hombre en cuyo brazo descansaba su cabeza. Greg deseó, no por primera ni por última vez, lograr mantener un secreto a salvo de su amante.
—¿Te gustaría solucionarlo?
Aquellas palabras bastaron para crear fuego en medio la fría niebla de los dominantes ojos grises. Palabras que, por cuanto deseara, no salvarían a Lestrade de aceptar lo mucho que el doctor Watson lo atraía. No, de nuevo, de una manera intima —aunque más tardaría en explicarlo que su Holmes en asegurarse de darle un recordatorio de a quién pertenecía. Esa y un par de razones extra, justificaban el silencio que Lestrade imponía acerca del asunto. Hasta que descubriera el verdadero motivo, si acaso resultara posible, lo hablaría con él.
En tanto, la investigación de Lestrade continuaría, silenciosa a la vez que rampante, pese a las pocas palaras que cruzaba con el doctor, a quien, teniendo la fortuna de su lado, vería dentro de muy poco.
Sobraban motivos para hacer llamar al detective consultor, sin embargo, no es que, con el doble de esfuerzo, Lestrade no lograra resolver el asunto por su propia cuenta, e incluso su amado se mostró sorprendido y sospechoso al oírlo hablar de pedir la ayuda del joven Holmes. Por su parte, hallándose Lestrade ciertamente desesperado por algún acercamiento con el doctor Watson, ni siquiera se tomó la molestia de buscar una excusa, se limitó a reducir sus verdaderas capacidades y hacerse, por el momento, un tanto más ciego de lo que ya lo creía el señor Holmes menor y llevarse a su vez una mayor sospecha de su amado.
Si funcionó y el señor Holmes lo creía a ese bajo nivel, no importaría mientras Lestrade se ocupaba del problema secundario. Se encargaría de su reputación después. Aclarar el tema sería la mitad de fácil con su amante.
—¿Nos acompaña de nuevo, doctor Watson? —preguntó Lestrade, acaso demasiado severo, al encontrarse rezagado de la escena del crimen por el señor Holmes, que tuvo de nuevo la osadía de robar el protagonismo y dejarlo atrás a él y a su compañero de habitaciones.
—¿Apenas lo nota, Lestrade? —se interpuso la voz susurrante del señor Holmes, inclinado al ras del suelo, olisqueando el aire alrededor de un árbol medio caído. Una tos apaciguadora, proveniente del doctor Watson, detuvo cualquier respuesta irritable de Greg.
—Así es, inspector, espero no causar ningún inconveniente.
—Descuide, doctor, es imposible causar mayores problemas en comparación a… —señalando con sus ojos al señor Holmes, dijo Lestrade con voz ligera, a modo de broma, que consiguió la menor de las sonrisas en el buen doctor.
El silencio que creció entre ambos fue entonces liviano y cómodo, lo que otorgó a Lestrade la oportunidad de estudiar al hombre rubio. Todavía delgado como un palo y la piel no naturalmente morena, daba algunas señales de mejora en su decaído estado de salud. Cambio que, de manera inquietante, Lestrade notó también se reflejaba en el señor Holmes, así como la extraña cantidad de sonrisillas que ambos se dedicaban al creerse no observados y el tiempo que tardaban sus ojos en alejarse una vez se encontraban. Puesto que Lestrade nunca sería ni por asomo la mitad de torpe de lo que el señor Holmes lo creía, sonrió el inspector ante la inusitada facilidad con la que obtuvo los primeros resultados de su investigación.
Y con qué nacimiento de una hermosa amistad se encontró.
No obstante, la duración del caso relativamente sencillo dio a Lestrade poca oportunidad de continuar sus averiguaciones, y para cuando terminó, aunque varias preguntas se respondieron, algunas otras quedaron inconclusas.
—Planeas algo, amado mío, pero aún me es difícil descubrir lo que es —murmuró el Holmes mayor al oído del inspector, algunas noches después, una vez se acostaron en el lecho uno al lado del otro. Lestrade, sonriente, se acorrucó en el pecho de su gran hombre, permitiendo que una mano ancha le acariciara desde la espalda hasta los glúteos. El sueño lo abrazaba de igual forma.
—Es irrelevante por ahora, lo prometo.
Pese a creerlo de verdad, desafortunadamente, no se mantuvo irrelevante durante mucho tiempo. Al cabo de unos meses, Lestrade halló en su investigación razones para dormir apenas lo suficiente. Y qué poco tardó su Holmes en advertir su insomnio, sin embargo, de igual manera se mantuvo rezagado, dejando en claro, como siempre, que estaría ahí por si se le necesitara. Greg se preguntó, no por última vez, en qué momento de su vida había hecho un acto tan bueno que le hiciera ganar el amor a un hombre así.
A sabiendas de que la respuesta no existía y amando a Mycroft de un modo imposible, Greg se dedicó a su nuevo caso. Él no solía llevarse el trabajo a casa, mucho menos algo que todavía comenzaba a tomar forma, aun así, dada la velocidad con la que se desarrollaba el asunto, sumado al hecho de que no podía hacerlo formal sin involucrar a nadie, el propio tema tampoco le dejaba con posibilidades de actuar. Es decir, pedirle al hombre, que tan rápidamente creó lazos con el joven hermano Holmes, denunciara a su mejor amigo, no sería ni probable ni libre de escándalo.
Lejos de siquiera insinuarlo, el propio Lestrade tardó, luego de los primeros avistamientos, alrededor de cuatro meses en aceptar para sí mismo que no alucinaba ni estaba haciendo deducciones apresuradas. Por supuesto, los accidentes son imposibles de esquivar. Siendo doctor y además exsoldado, sería difícil apuntar a un culpable por lo sucedido, en cualquier caso, el hombre no parecía cambiar un ápice su aprecio por el Holmes menor o actuar diferente en su presencia. Al final, no importaban las excusas, Lestrade terminó con cada una de ellas sin opción que redimiera al joven Holmes.
Si acaso ‘redimir’ no fuera un exceso, pues no importaba en demasía el lapso transcurrido, Lestrade todavía guardaba esperanzas para con el hermano de su amante. Sabía a Mycroft no un santo ni un monje, consciente de lo que hizo y haría por él y por su patria, sería poco inteligente pensar en el joven Holmes como un ser inocente y puro… No obstante…
—¿Otro caso difícil? Creí que irían a vacacionar —Greg no tuvo que aclararlo, Watson simplemente carraspeó y, mirando al lado contrario, intentó subir inútilmente el cuello de su camisa, sonrojado.
—Ya ve cómo es, los problemas persiguen a Holmes a donde sea que vaya… —Lestrade no dijo más, incapaz de seguir avergonzando al hombre y obligarlo a continuar inventando excusas. Watson se removió en su asiento, llenando la pequeña sala de incomodidad. El movimiento, no obstante, reveló más de lo que quiso ocultar.
—Espero que haya descansado al menos un poco, doctor. —Con una diminuta sonrisa que liberó el aire alrededor, el doctor Watson se limitó a decir:
—Por supuesto, eso es posible junto a Holmes. —Ambos rieron, aunque Greg tuvo que esforzarse para hacerlo creíble.
¿Cómo un hombre de semejante intelecto haría algo tan espantoso e irredimible? ¿Y cómo el doctor Watson, el hombre valeroso, leal y respetable, lo seguía permitiendo? Las marcas en las muñecas del doctor eran frescas, su vivo color lo anunciaba claramente. Mas la tela firme de su cuello todavía resguardaba cicatrices de las líneas firmes, cortas, continuas y con apenas espacio entre ellas, de lo que claramente se trataba de un pequeño y afilado cuchillo. Tal vez alguna de las propias herramientas del doctor. Lo descubriría en cuanto reuniera evidencia palpable.
Qué haría Lestrade si resultaba estar en lo correcto, se lo preguntaría después, en esos momentos aún luchaba contra la idea del pequeño hermano de su amante ocasionando tal daño en su amigo, y de alguna forma manipularlo para que se quedara a su lado y no proporcionara, incluso en su ausencia, ninguna señal de auxilio. Lo que opinaría Mycroft tampoco lo averiguaría pronto si difícil de aceptar era para Greg, su amado hombre encontraría cien motivos para defender a su querido hermano. Y por supuesto que lo haría, considerando el cariño que sentía por su hermano.
Abandonar a su destino al pobre hombre, naturalmente, tampoco entraría en sus planes. Que el joven y descarriado Holmes abusara de esa manera a un exsoldado que claramente no salió en las mejores condiciones de la guerra, azuzaba los nervios de Lestrade e imponía un límite para actuar y liberar al amable doctor. Porque no iba a detenerse, la experiencia le indicaba que así siempre sucedía, Greg estaba muy consciente; el maltrato se elevaría hasta el punto en que no quedaría ninguna vida para defender, ¿y entonces, cuántas leyes estarían a favor? Ninguna ayudó a su madre cuando lo necesitaba y ninguna lo hizo cuando se Greg atrevió a hablar. Ahora, no le importaba qué tan valiente o fuerte pudiera ser el hombre de dulces ojos verdes, Greg lo protegería incluso del hermano menor de su amante.
Una tarea de ese tamaño, por supuesto, no se resolvería solo con buenos deseos, siendo también un asunto que por falta de pruebas le iba a ser imposible hacer oficial y ya que aún no pondría al tanto a su amante, le dejaba además sin nadie para ayudarlo. Solo, manteniendo la estabilidad de su trabajo y sin descuidar su asociación romántica, le dejaba escaso tiempo cada día para avanzar en el caso. Como resultado, de forma inevitable y dada la importancia del asunto, Lestrade supo que debía decidir a cuál responsabilidad limitar su atención para que el conjunto no terminara colapsando.
—Harás tiempo extra de nuevo —susurró Mycroft al oído de Greg, mientras lo sostenía de la cintura contra la pared, a un par de pasos de la puerta que daba a la calle—. Dame algo para recordarte y no morir de soledad. —Greg, estremeciéndose, se aferró a su amado con brazos y piernas. Lo besó hasta perder el aliento.
—Lo que desees, soy tuyo de cualquier manera…
Mycroft lo tomó entonces de una manera que nadie más podía hacerlo.
Valió la pena llegar tarde al trabajo, las marcas en su piel y la deliciosa sensación que hacía temblar sus piernas y le impedía sentarse correctamente, se abrió paso en su memoria incluso luego de que hallara la estabilidad. La calidez del cuerpo pesado y grande de su hombre lo acompañó el resto del día, y lo abrigó después de ello, cuando se enfrentó a la noche oscura, fría.
No significó ningún problema el abrirse paso al edificio desocupado en Baker Street, justo frente al 221A y 221B. Limpió la esquina de una de las ventanas y se aseguró de una caja de madera para sentarse, dispuesto a no moverse durante un lapso considerable, reconociendo a las horas nocturnas como aquellas en donde los maltratadores sentían mayor confianza para subyugar a sus víctimas. Portaba su arma, si bien no guardaba ninguna expectativa, pues normalmente su suerte no iba en esa dirección. Estaría listo de cualquier manera.
El movimiento inició casi a la media noche. Las luces se encendieron y una sombra delgada y alta apareció en la cortina: el hermano menor Holmes, por supuesto. Greg lo observó dar tres vueltas y luego quedarse a la mitad de la ventana, pensó que abriría la cortina, lo que lo empujó a esconderse contra la pared, pero no lo hizo, al contrario, la sombra fue disminuyendo su tamaño. No apareció de nuevo. Greg se marchó algunos minutos antes de las tres de la mañana.
—Tu hermano debe tener algunos problemas de sueño —dijo Greg casualmente, tras dos semanas de comenzada su vigilancia en Baker Street. Mycroft no detuvo su siguiente bocado ni mostró alguna extrañeza por el comentario de su inspector.
—En realidad, duerme mucho mejor desde hace algunos meses, diría que casi un año. Siempre tuvo problemas para dormir, tal vez ese doctor Watson le este ayudando a resolverlo. En cualquier caso, Sherlock tiende a no dormir en tanto atienda sus acertijos complejos…, ¿tiene uno de esos ahora?
—Habría pensado que no, le envié al hombre de la rata gigante. —La risa de su amado estalló en una carcajada, que rápidamente lo contagió. Greg se convenció de zanjar ahí el asunto si no quería plantar alguna sospecha haciendo demasiadas preguntas sobre el joven Holmes.
A pesar de sus esfuerzos, luego de dos meses sin conseguir una pista significativa, con la energía al límite, la falta de sueño y el anhelo por regresar a sus noches rodeado por brazos fuertes y el perfume masculino de su Holmes, Greg comenzaba a frustrarse. No, en realidad, se sentía ya sobrepasado por la frustración. Y no veía más que sombras, y las marcas en el doctor continuaban apareciendo, y la amistad de él y el Holmes menor permanecía y cada día se notaba acrecentándose.
Y, quizá, la relación de Greg y Mycroft era la que se veía afectada. El inspector no pondría en duda la estabilidad de su relación, tantos años habían pasado y de situaciones peores sobrevivieron, unidos por encima de todo y de todos. Así, por cuanto esta repentina lejanía no iba a separarlos, Greg distinguía las cicatrices amenazando con abrirse en cualquier momento. De no hacer algo que ofreciera una solución rápida, los estragos reclamarían un pago difícil de entregar estando aún comprometido con el rescate del doctor Watson.
Greg decidió entonces pedir ayuda extraoficial para su caso y, a su amante, una cita en un lugar especial para ambos. En Scotland Yard guardaba la confianza de algunos detectives inspectores, sin embargo, solo uno podía ofrecerle la seguridad de que ninguna palabra sería extraída de su boca antes de encontrar la muerte. Tan intenso espécimen, como tendía a nombrarlo Mycroft, contrario a lo que aparentaría dadas las incontables escenas en donde pudiera señalarse lo mucho que él y Greg peleaban, en realidad, guardaban una relación amistosa. Lejos de los casos y el celo profesional, el hombre era sorprendentemente cálido.
Tosco en su actuar y de lenguaje soez, aún quedaba espacio en Tobias Gregson para una sonrisa fácil y una lealtad feroz, cualidades que Greg tardó mucho en descubrir y muy poco en atesorar. Greg, tampoco siendo el mejor ejemplo de buen samaritano, y menos aún con un hombre tan competitivo como Tobias, le costó un periodo considerable demostrar sus cualidades y alcanzar el punto de amistad en que ahora se encontraba con él. En suma y sea como fuere, esa noche, durante su turno nocturno, Greg le relató sus inquietudes.
—¡Ese maldito entrometido Holmes, sabía que terminaría haciendo algo tan infame! —Greg no dudó un segundo en que Tobias reaccionaría de forma distinta, igualmente deseó que lo hiciera—. ¿Cómo puede aprovecharse así de un hombre enfermo? ¿No acaso existimos los fuertes para proteger a los débiles? Cuente conmigo para atrapar a ese hombre nefasto. Cuál es su plan, Lestrade.
Ninguno guardaba ya la necedad de creer que podían superar al señor Holmes, por lo que descartaron seguirlo lejos de la vigilancia en el edificio frente al 221 A y B. Vigilar al doctor Watson lejos de su tiempo con Holmes tampoco tendría sentido, y si el señor Holmes le imponía alguna escolta que amenazara sus pasos y procurara su silencio, podrían ambos inspectores ser descubiertos si cometían un error. No obstante, ahora que la fuerza se multiplicaba, confiándose de sus talentos, se propusieron una vigilancia exclusiva, ya de día o de noche —dependiendo de sus horarios en la Yard— para cuando los hombres estuvieran juntos.
Cuidándose las espaldas, habría pocas posibilidades de ser atrapados y, en cambio, aumentaría la probabilidad de ver al señor Holmes cometiendo un acto atroz en contra de su compañero de habitaciones. Greg, acoplado al modo en que Tobias trabajaba, nada le costó el entender sus señas o los gestos ridículos de su cara, por lo que una vez comenzaron su misión, entraron de lleno a solucionar el asunto.
Tardaron tres semanas en aceptar que no avanzaban en ninguna dirección. La cita de Greg con Mycroft se había marcado al día siguiente y, dado su ánimo agonizante, solo la muerte evitaría esa reunión. Gregson no se veía mejor. Irritado la mitad del tiempo, somnoliento y cansado la otra mitad, estallaría en cualquier momento.
—Descansemos esta noche, Gregson.
—¿Qué? No me dirá que se rinde.
—Por supuesto que no.
—Él tiene un pómulo hinchado, Lestrade.
—Lo sé.
—Dijo que le cayó una enciclopedia.
—También estaba ahí para escucharlo.
—Esta herido de una pierna y no puede ni sentarse, ¿aun así usted quiere…?
—¡Sí, Gregson! Lo sé, lo entiendo, pero hemos llegado a nada en casi un mes. Le pedí su ayuda en este caso porque logré exactamente lo mismo trabajando yo solo. Le agradezco, no piense lo contrario —añadió Greg, antes de que el inspector rubio abriera la boca—. Sin embargo, es obvio que necesitamos un enfoque distinto. Lo que no resolveremos si continuamos desgastando nuestra energía repitiendo un proceso inservible. —Su explicación apenas logró ser reconocida por Gregson, que la aceptó al cabo de unos minutos.
—Tómese un par de noches, Lestrade —suspiró Gregson, levantándose de su silla, caminó despacio hacia la puerta de la sala de detectives. Del perchero escogió su abrigo y sombrero—. Descansaré hoy y volveré a Baker Street mañana, usted ha mantenido este caso abierto sin detenerse nunca, seguramente su esposa lo extraña. —Sin pensarlo, Greg acarició el hermoso y brillante anillo de oro rosa en su dedo anular izquierdo. Una risa burlona lo despertó del recuerdo de Mycroft—. Me voy, Lestrade, su rostro es vergonzoso y no me apetece mirarlo. —Greg se pellizcó el muslo y salió justo detrás de él.
El coche de Mycroft lo esperaba afuera, no así el hombre a quien pertenecía.
—Buenas noches, inspector.
—Buenas noches, Cecil, ¿Mycroft esta en casa?
—El señor Holmes llegó hace una hora, me envió para acelerar el tiempo de su encuentro o, dado el caso, llevar un recado que lo aplace. —Lestrade asintió, sonriente, y rápidamente abrió la puerta de la berlina.
Aunque se trataba de un viaje corto, Greg estuvo ansioso cada minuto del trayecto; colmado de emoción reprimida por la falta de contacto o la menor charla insulsa que lo devolviera a la época en donde lejos de su trabajo, cada uno de sus segundos le pertenecía a su amante. Ningún inconveniente hubo en el camino, ni al ser recibido por su amado ni al salir nuevamente de casa.
Hill Street les dio la bienvenida con las farolas encendidas y una ligera llovizna, lo que terminó por ahuyentar a los ojos indiscretos. El caballeroso amante de Greg le ayudó a descender del coche, estando bajo el resguardo de una sombrilla que Cecil sostenía para ellos. Mycroft, desvergonzado, besó al inspector en los labios antes reacomodarle su clavel verde y avanzar hacia la puerta del lugar, cuya fachada deslucida contrastaba por completo con sus elegantes ropas. Cecil se marchó en el momento en que un par de ojos se revelaron tras una pequeña rendija en la puerta.
—Buenas noches, Gabriel… Belcebú —saludó la voz en el interior. Greg contuvo la risa al advertir el estremecimiento de Mycroft.
—Adrian. —Omitiendo el enfado de Mycroft o las inútiles disculpas aclaratorias, Greg compartió algunas palabras con el guardia y finalmente se les concedió el acceso.
Recogieron sus abrigos tras cruzar la tercera puerta y los condujeron en seguida a su mesa reservada. La conversación fluyó maravillosamente; Mycroft deslizando cada palabra con esos preciosos labios de ocre rosa, seduciendo a Greg, como si hiciera falta alguna prueba, en cuestión de segundos. Greg intentaba estar a la par, aunque su coqueteo, más bien físico, lo conducía a obsequiar miradas profundas, caricias suaves a esas grandes manos y deslizamientos suaves de su pie a los tobillos de su amante.
La música del trio de violines complacía a los danzantes en la pista de baile alejada de las mesas, funcionando a su vez como un adecuado acompañamiento a la comida. El maître que Mycroft adoptó para atenderles en cada visita les servía el plato fuerte cuando, a medio trago de agua, Greg vio algo que lo alarmó al punto de escupir, toser y atragantarse. Reconocido por su silencio y amabilidad distante, el maître retrocedió varios pasos, intentando limpiarse el rostro y la ropa, en tanto Mycroft de la daba a Greg sus ojos grises colmados de sorpresa y una ligera preocupación.
—Lo siento, lo siento, yo… Regresaré… —logró decir el inspector, sin apartar la vista de su objetivo.
Luego se retiró apresuradamente en dirección a los baños, justo la ruta que seguía el hombre que llamó su atención. Se abrió paso tan rápido como los asistentes lo permitían, y nada hubo que le hiciera acercarse tan pronto como su ánimo ansioso lo exigía. No se reconoció a sí mismo al apartar a cada persona tras un segundo de pedirles que se hicieran a un lado. Nada importaba. Nada tenía sentido, y de cualquier manera…
—Eso es… Soy un verdadero idiota… Eso tiene sentido… Debí haberlo… —roía el inspector entre dientes, masticando el sentido de todo cuanto lo hizo espiar a un hombre inocente, sospechar del hermano de Mycroft y pasar incontables días alejado de él.
Le temblaban las manos, sus pies nunca podrían acercarse a la rapidez que les exigía. Su cuerpo, hasta el último centímetro, carcomido por la necesidad y el hambre de la verdad más obscena en el caso más pesimamente comprendido del que alguna vez Greg tuvo la mala fortuna de ser parte. Sudor frío comenzó a abrillantarle la frente y un temblor le asaltaba las manos en el instante en que abrió de par en par la discreta puerta del baño. Dio un paso adentro y señaló a su objetivo con el dedo de aquel que ha resuelto la última pregunta sobre la vida y el universo.
La emoción del descubrimiento lo poseía.
—¡Eso lo explica todo!
El hombre rubio, de bigote perfecto, hombros anchos y amables ojos verde pasto dio media vuelta, enfrentándose al poco elegante grito. Greg observó la miríada emocional que atravesó al hombre rubio, nunca cediendo al peso de su mirada ni sintiéndose culpable por su excéntrica revelación. En cambio, se mostró abierto a la observación del hombre, considerando que ambos se encontraban en similares condiciones respecto al lugar en donde estaban. La emoción del hallazgo todavía inundando a Greg.
—Esta conclusión no absenta ningún detalle, doctor Watson, y lo admito, su simpleza me abruma —continuó Greg, acercándose al hombre que aún leía la situación—. Es solo que no pensé en relacionar sus marcas con esta situación, menos aún al ver que casi nunca sale sin compañía, estando casi siempre junto al señor… —Una repentina mano en el pecho lo detuvo.
El doctor Watson no le dio tiempo de reaccionar, sujetándolo del chaleco, empujó a Greg en el primer compartimento de la fila de inodoros y lo colocó de espaldas a él. La sorpresa impidió a Greg oír la puerta abriéndose, apenas le dio tiempo para usar las manos y no golpearse el rostro contra la pared. Comenzaba a girarse y abrir la boca para exigir una explicación antes de ser frenado por una voz en la entrada.
—¿John? —Greg, paralizado, escuchó los pasos del doctor Watson caminando hacia esa voz—. Vi a un pequeño hombre caminando furioso en esta dirección, solo compruebo que nadie te ha puesto en peligro. —El doctor Watson liberó una risilla.
El corazón de Greg se detuvo. Si el doctor se creyera en peligro por no haber leído bien su situación con Greg y llamara al señor Holmes, nada de lo que Greg hiciera serviría para evitar la sentencia del señor Holmes. Absolutamente todo iría mal, Greg lo había concluido con las marcas y su presencia en esa casa de Molly. Watson no lucía sino las señales de propiedad de un hombre que, como el hermano mayor y amante de Greg, podía con relativa facilidad hacer notar sus celos y protección sellándolos en la piel de aquel a quien poseía.
Probado quedaba, según en el recuerdo de lo que ahora reconocía como mordeduras de amor o de manos firmes sujetando las muñecas o los tobillos, el hecho innegable del peligro en el que Greg estaría de haber caído el doctor Watson en la conclusión equivocada.
—Nadie entró después de mí —aclaró el doctor Watson, tranquilizador. Greg oyó el innegable sonido de un beso apasionado y enseguida una pausa abrupta—. No aquí, ¿de acuerdo? Vuelve, terminaré aquí y continuaremos donde lo dejamos. —Greg se negó a pensar nada acerca del tono susurrante del doctor, sintiéndose en su lugar como si invadiera una conversación privada y agradeciendo que el señor Holmes no hubiera descubierto su identidad.
—Por supuesto, mon vrai cœur. —Algo en Lestrade murió en esas últimas palabras, renaciendo en una carcajada que solo contener el aire pudo evitar. Así, el señor Holmes retrocedió, marchándose luego de un último beso a Watson.
Cerrada la puerta, Greg no lo contuvo más. La risa brotó de su pecho al tiempo en que Watson lo atraía de la forma nada delicada en que lo empujó ahí. El hombre rubio lo vio ahogándose de burbujeante humor y un color ligero comenzó a teñirle las mejillas morenas. Naturalmente, la risa de Greg creció. El alivio lo inundaba y la vergüenza del doctor acrecentaba la optimista euforia. Lejos de Mycroft, pocas situaciones le habría regalado ese nivel de alegría. Unos buenos minutos después, con las manos del buen doctor Watson sosteniéndolo de las solapas con furia reprimida, Greg comenzó a limpiarse las lágrimas sin mostrarse arrepentido frente los ojos acusadores o las mejillas rojas.
—No tiene idea, doctor —dijo con voz agitada y dando palmaditas a las manos del hombre—, de cuánto me alegra verlo aquí —concluyó, lanzándose al doctor para abrazarlo fraternalmente. Regresando a su posición, no le extrañó que esos gestos ahora se mostraran confundidos. Él, claro, debía al hombre algunas palabras que explicaran el ridículo escenario—. Me abochornaría demasiado decirle los verdaderos motivos de mi alegría, doctor, sin embargo, le ruego fiarse de mí. No estoy aquí, como bien habrá notado, para causar problemas y menos aún a usted o al señor Holmes. —El hombre rubio no pareció convencerse, lo que era de esperar, según la situación en que Greg lo dejaba.
—Su clavel no me es suficiente, inspector.
Y como obviamente Greg no daría una prueba definitiva —tal cual lo exigía la situación—, solo besando al primer hombre que se le cruzara, se alzó de hombros he hizo lo debido con el doctor Watson. O lo intentó. Alejándose el doctor al reconocer las intenciones de Greg, por fin lo liberó de las solapas.
—¿Qué otra prueba me exige, pues? Dudo mucho que me permita salir sin nada que lo compruebe.
—Y el daño que podría hacerle a Holmes sería irreparable, soy incapaz de…
—¡Oh, por supuesto! —dijo Greg, con su sonrisa orgullosa e interminable—. No se preocupe, doctor Watson, soy incapaz de enviar a una celda al amado hermano menor de mi amante. —Y de igual manera, como si su simple voz pudiera convocarlo, desde las afueras del baño la voz de Mycroft lo llamaba.
—¡Greg! ¡Greg! —Lestrade no dudó en devolverle el favor a Watson, enviándolo al interior del cubículo que hace poco él abandonó en, valga esa locura, iguales circunstancias. Así, la puerta se abrió y el señor Gran Hombre hizo acto de presencia—. Greg, ¿qué sucedió? ¿Qué te ha poseído? —Greg lo alcanzó antes de que avanzara al cubículo de Watson.
—Una falsa alarma, me temo, creí haber visto a un conocido de hace mucho tiempo, pero ya me disculpé por mi error, así que simplemente aprovecharé que estoy aquí y haré mis asuntos. ¿Me esperarás en nuestra mesa? Le pediré perdón a Françoise y continuaremos nuestra cita —rogó el inspector, sonriente. Creciendo sus ya grandes ojos castaños y batiendo sus largas pestañas algunas veces, una estrategia a la que Mycroft nunca se resistiría. Su amante lo besó en la frente.
—Date prisa, mi pequeña estrella. —Greg sonrió a las dulces palabras, se levantó de puntillas y aguardó a que Mycroft se inclinara para besarlo correctamente. Una vez se separaron y la puerta se cerró detrás de su amante, ya tranquilizado gracias a su presencia, Greg se cruzó de brazos, encarando al hombre rubio que lo miraba con sospechosos ojos verdes.
—No dude por mi comportamiento, doctor, en realidad no me avergüenzan los nombres cariñosos de Mycroft. —Los gestos firmes del doctor Watson se derrumbaron frente a Greg, reemplazados por una mezcla de asombro, sorpresa y cierta desconfianza, que Lestrade supo, no iba a desaparecer aquella noche.
Entonces, el hombre comenzó a rodearlo, buscando la salida.
—Holmes regresará si no vuelvo pronto, usted… —Greg levantó las manos, apaciguadoramente.
—Sé que es difícil de procesar, Doctor.
—Si intenta algo contra Holmes, aunque sea usted el amante de su hermano…
—Ni siquiera planeo decírselo, si acaso no lo sabe ya, es un asunto familiar en el que no voy a inmiscuirme. —Watson le frunció el ceño, ya en la puerta.
—Lo mantendré vigilado. —Sentenció.
Greg bajó las manos en cuanto el doctor se marchó, terminó sus asuntos en el baño y regresó a la mesa, con Mycroft, para continuar el resto de su magnífica velada. Olvidándose de la pantomima risible que sucedió en el baño no prestó la menor atención a cual haya sido la amenaza del hombre rubio, reconociendo que no existía ningún peligro si, como dijo, nada hacía contra el joven Holmes. Y no planeaba hacerlo. La felicidad de saber que aquellas marcas no eran producto del maltrato ejercido, que el ojo hinchado posiblemente sí se debía al golpe de una enciclopedia y que esa cojera pensada en un inicio como la consecuencia de un golpe pudiera ser a causa de otras actividades un tanto más peligrosas; aún mantenían a Greg al borde de su asiento, vibrando de feliz energía contenida.
La noche fue sublime.
Al día siguiente ya tenía un motivo convincente que justificara para Gregson la resolución del caso y, unas horas después, sentado Watson en la silla delante de su escritorio, solo ellos dos estaban al tanto de los motivos que justificaban la amenaza silenciosa en los ojos del hombre rubio. Lestrade le sonreía, como ayer por la noche, quieto y nada pretencioso.
Entendía el miedo del doctor de la misma forma en que entendía cómo el terror de ser descubierto formando una relación amorosa con otro hombre nunca lo abandonaría. Sin embargo, con la sabiduría de quien ha conservado esa misma relación durante casi doce años, Greg podría asegurarle al doctor Watson una red de apoyo, invisible para casi todos, en donde pudiera prometerle cierta seguridad. Cierto sentido de pertenencia en dónde hallar un poco de serenidad o al menos la certeza de que no estaba solo, peleando él y su compañero contra el mundo. Que Greg nada haría para lastimarlos.
—¿Puedo ofrecerle té, doctor Watson?
—Cuál es su precio, inspector. Pida lo que quiera, simplemente no involucre a Holmes en esto. —Greg sonrió.
Eso no iba a ser fácil. Si bien el asunto parecía girar en torno al Holmes menor, el propio doctor valía el esfuerzo de Lestrade, tuviera o no relación alguna con el señor Holmes, sus escasos encuentros servían a Greg de prueba para justificar otorgarle algunos de sus secretos. Y, naturalmente, el que de hecho el doctor sea la causa de tantos cambios positivos en el amado hermanito de Mycroft, impulsaba casi de forma obligatoria el que Lestrade le ofreciera algún alivio.
—¿Sabía que las habitaciones y salas privadas en el bar de Hill Street se inauguraron hace casi once años? Una excelente decisión, ¿no lo cree? En ese entonces Adrian se negaba a convertir su restaurant en un ‘prostíbulo’, sin embargo, puesto que fue mi idea, logré convencerlo de que ese no sería el caso, pues el prostíbulo estaría detrás del bar, en el recientemente desalojado edificio. Mycroft y yo nos casamos unos días antes de la inauguración.
La sorpresa de su declaración, observó Greg, menguó un ápice el irascible humor de doctor Watson. Reconociendo que necesitaría de mayores palabras y quizá un par de pruebas que demostraran su sinceridad, Greg se relajó contra su asiento, suspirando. Deseó tener el tiempo para hacerlo de un modo considerado y nada escandaloso.
—Pasamos nuestra primera noche como un matrimonio no reconocido en la habitación Júpiter, donde accidentalmente dejamos coja la mesita de noche. Adrian nos mataría si de casualidad se enteraba, así que Mycroft no ofreció una compensación; regresé al día siguiente fingiendo haberme olvidado de las ligas de mis calcetas y llevando un botecito de resina en el bolcillo. Desde esa noche, durante una década, la maldita pata de esa mesita ha estado del revés.
Si Watson le creyó y, al irse, corrió directo a la habitación Júpiter o simplemente no quiso permanecer ante su mentirosa cara luego de que un par de policías entraron para buscarlo, Greg no lo averiguó el resto de la semana. Poco le preocupaba lo que el hombre hiciera o se propusiera hacer, no es que tuviera algún poder sobre él, y en especial, Greg hizo el primer movimiento para que estuvieran en iguales condiciones, ¿qué haría? ¿Denunciarlo? Al final, nunca señalaría al doctor Watson de ser un corto de intelecto o de una sensibilidad en extremo frágil.
No se equivocó, y el doctor regresó ocho días después, con un ánimo positivamente abierto al dialogo.
—Estoy muy avergonzado con usted, inspector, desearía…
—Yo habría actuado igual, doctor, si acaso no peor.
—Aún me gustaría reparar el daño. —Greg sonrió, el resto de su vida no pensaría mal de un hombre tan respetable.
Acabado el turno de Greg, se encontraron en un pub escondido a un par de minutos de la Yard. Al principio, ninguno dijo palabra, y si bien el inspector no logró interpretar el silencio, personalmente no le causó malestar alguno. Ni siquiera sabía si estaban ahí para hablar o solo para cobrar un favor. Cierto es que apenas conocía al hombre sentado frente a él y, por todas las buenas características que pudo haber deducido, nada le aseguraba que pudiera tenerlas a su favor.
Cualesquiera que fueran las intenciones, Greg seguiría feliz que haberse equivocado con el origen de las heridas del doctor. Viéndolo ahora de cerca, Greg advertía que el furioso color rodeando el ojo verde, disminuyó considerablemente su intensidad. Las marcas en las muñecas y en el cuello no dejarían de aparecer, sin embargo, cada una de ellas parecían ser consensuadas. Greg no alcanzó a retirar su atención, siendo descubierto por el doctor, que se tocó la herida en el rostro.
—Holmes no es un hombre violento por naturaleza, esto lo causó un verdadero accidente.
De alguna forma, dado el nivel de comprensión que Greg podía ofrecerle, las cosas se resolvieron fácilmente desde ese punto. Palabras fluyeron sin esfuerzo, los temas de conversación, aunque no intrusivos y por el momento y el lugar, no descuidados; resultaron fascinantes. Ya una rata gigante, ya ligeros incidentes con víctimas intrusas o el clásico culpable que pretende no serlo y que por un descuidó de lo más estúpido echa abajo su cuartada, los dos se encontraron, horas después, riendo a carcajada limpia por el caso de un borracho con los pantalones en las rodillas que huyó de Greg antes de que descubriera su deplorable estado.
Greg llegó a casa deshecho y feliz, colapsó en los brazos de su esposo y, sonriente, durmió sin pausa hasta el amanecer.
No era que a Greg le resultara imposible hablar sobre ciertos asuntos con Mycroft, no obstante, al tener de esposo al hombre más inteligente del país, si acaso no del mundo, limitaba algunos temas que, frente a una mente igual a la suya, podrían desenvolverse de maravillosas formas. No planeaba negarlo, en comparación a Mycroft, Greg nunca sería el hombre más inteligente, aunque jamás se autodenominaría un tonto, su esposo se hallaba muy por encima de lo común. Siendo así, al tanto de a quién el doctor Watson tenía por amante, considerando además que en la corta temporada de vigilancia el buen doctor apenas tuvo contacto con otras personas, fácil se le hizo pensar que estaría en la misma situación.
Greg conocía a otros hombres que compartían su particular gusto, llenaba su lista desde abogados, barrenderos, cocheros y un par de contadores, médicos también, por supuesto. Pero ¿cuántos de ellos de verdad entenderían lo que significaba compartir la vida con un Holmes? No solo el genio, el político despiadado que fácilmente sustituiría a la reina, el hermano protector o el amante posesivo, ¿cómo Greg explicaría a gente tan extraordinariamente ordinaria, por cuanto los respetara o estuviera en el mismo nivel, lo que experimentaba cada día al convivir con su Mycroft?
No se trataba del amor ni de lo que ocurriría en la alcoba eso que le impedía hablar con nadie sobre su relación. Envidiando la facilidad de los hombres de Hill Street para conversar sobre sus amantes y formar amistades en donde no se vieran obligados a cuidar los pronombres de tales, Greg nunca consiguió dar ese paso. Ni qué decir en el trabajo, al ser doble la dificultad incluso para fingir que en casa lo recibiría la esposa que siempre rechazaba las ofertas de las esposas de sus compañeros para tomar el té. En un lugar lo tacharían de engreído y en el otro, sencillamente lo arrojarían a una celda.
Por eso, cuando el doctor Watson le ofreció encontrarse de nuevo, Greg no dudó en aceptarlo, tal vez un poco demasiado entusiasta. La vergüenza no disminuyó su ánimo, menos aún le impidió llegar temprano... Igual que el doctor Watson, quien lo esperaba ya en la mesa que ocuparon la primera vez. Greg, intentando pensar de manera coherente y no con el anhelo infantil de haber tropezado con un hombre en un escenario similar al suyo, lo tomó como un hecho arbitrario que muy poco habría de significar para el doctor.
La facilidad con la que un tema sencillo evolucionaba y se deslizaba al siguiente de manera inadvertida, las risas compartidas y la comprensión de ambos en situaciones a los que muy pocos lograban sobrevivir, comenzó a darle a Greg la confianza de liberar una censura que por décadas mantuvo cerrándole la garganta cada vez que debía entablar una conversación amistosa fuera de su hogar. No saltaría al vació de la ciega confianza tan deliberadamente, sin embargo, de continuar sus salidas con el doctor por ese buen camino, ninguna opción le quedaría.
Muy pocas dudas guardaría, así como de limitadas serían sus esperanzas. De ese modo, siguiendo el plan y poniendo lo justo de su parte, para su buena fortuna, aquella noche terminó de manera excelsa. Y la siguiente docena también.
Greg maldijo algunas veces no haber invitado antes al doctor Watson, aun si no conociera su secreto, el hombre extraordinario habría sido una gran compañía desde el principio. Ahora, un año y medio después, de vez en vez lo cubría una emoción que advertía su lentitud para no ver lo obvio; lo mucho que tenía en común con el doctor y las altas probabilidades de hallar en él un gran amigo.
No obstante, quizá el tiempo y la forma del descubrimiento, hayan sido el mejor de los escenarios. ¿Cuánto habría tardado en convencer al doctor Watson para que entrara en aquella pastelería tan bonita, les comprara algunos pastelillos y luego, cual niños maleducados, se adentraran a comerlos en la floresta del parque Saint James? Los pastelillos que servían cada par de semanas en la casa de molly y que provenían de un lugar al que ningún hombre decente accedía sin la compañía o el encargo de alguna mujer. Greg anunciaría su descubrimiento a su esposo al llegar a casa, en tanto, comería sin arrepentimientos.
—Probé uno de estos la primera vez que Sherlock me llevó a Hill Street —dijo Watson, tomando una pequeña porción de esponjosa crema. Al principio, Greg no cayó en cuenta de que esa era la primera vez que hacían alguna referencia a sus particulares gustos—. Estar ahí me tenía tan nervioso que ni siquiera pude saborearlo. —Greg soltó una ligera risa.
—Cuando los ofrecieron la primera vez, Mycroft comió tres de ellos —respondió Greg, haciendo lo propio con su pastelillo. Watson no perdió el tiempo para contestar.
—Comprensible, es un hombre grande.
—Oh, vaya que lo es.
Greg cayó en cuenta de la doble interpretación de su comentario al mismo tiempo que el doctor. Se miraron unos segundos, tras los cuales, las risas de ambos estallaron. Mycroft lo entendería de estar en el ánimo correcto, en definitiva no en medio esa clase de situación totalmente inocente. Los ojos llorosos de ambos se encontraron y, sin decirse nada, la comprensión absoluta los alcanzó. He ahí el paso faltante, la pequeña chispa que iluminó el sendero de su amistad, ampliando el campo de visión acerca de lo que podían o no hablar.
Levantó su pastelillo en dirección a Watson, brindando silenciosamente por el nacimiento de una amistad única.
Sonrientes, el buen humor instalado les impidió ver las señales de una abrupta interrupción cuando, de entre los árboles a sus espaldas, un hombre irascible apareció, apuntándolos con su bbastó; de aliento agitado y un leve sonrojo en sus mejillas delgadas. Greg apenas detuvo su risa, la situación en realidad no se advertía peligrosa, quizá por la nada intimidante presencia del hombre pese a la brusquedad de su entrada o la obvia constitución, que descartaba en su delgadez cualquier experiencia de combate. El doctor Watson, a su lado, tampoco reaccionó más allá, limitándose a detener el siguiente bocado. Greg incluso tuvo el ánimo de apreciar la similitud de sus reacciones tras estudiar al hombre.
—Son ellos, oficiales. Estos son los invertidos que pervierten la… —Greg dejó se prestar atención, ahora por completo seguro de que el escenario no podía ser menos peligroso.
Tres policías llegaron corriendo a donde el hombre furioso. Greg levantó una ceja, tragó el pastel que apenas terminó de masticar y miró a Watson, preguntando en silencio si estaría bien ponerse de pie o si sería acaso darle demasiada importancia al asunto. El hombre rubio se levantó de hombros, permitiendo que Greg tomara la decisión mordiendo de nuevo su postre. Por el otro lado, los oficiales ya habían recuperado el aliento y, detrás del hombre adusto, los observaron, identificándolos al instante.
—I-inspector Lestrade, do-doctor Watson…, se-señor… —tartamudeó el primer oficial, dándole a Greg una suerte de venia militar. Gesto que imitaron el segundo y el tercer agente. Eso convenció al inspector de ponerse de pie, y Watson lo imitó.
—Oficiales, ¿cómo van las rondas hoy? Espero que no pretendan seguir todas las falsas alarmas que les anuncien —dijo, apenas una ligera nota de humor en su tono. Lo cierto es que por ninguna razón aceptaría que lo llamaran “invertido”.
—¿Inspector, doctor? —repitió el hombre indignado, estudiando a Greg y a Watson de los pies a la cabeza. Greg pensó que se vería más profesional sin migajas en la ropa, aunque igualmente estas no le quitarían el título de detective inspector.
—¿Y bien? —preguntó Lestrade, sin esperar otra cosa que no fuera tener de vuelta a los policías haciendo sus rondas. Levantó una ceja a los tres hombres y contuvo una sonrisa al verlos temblar ligeramente. Ellos comenzaron a retroceder y a despedirse antes de que el hombrecillo molesto los interrumpiera.
—¡No, alto!, ¿no lo hacen sus títulos incluso peor? Estos hombres están cometiendo un ultraje a la buena sociedad y ustedes deben encargarse de ello. —Greg frunció el ceño luego de que los policías volvieran a quedarse en su lugar. Watson le dio una nueva mordida a su postre.
—E-el doctor Watson esta comprometido y el inspector ha estado casado desde hace… —Ahora Greg no se contuvo, y la ira reflejada en su rostro hizo temblar a los agentes. ¿De verdad se justificaban con el hombre?
—Oficiales, retírense, yo me encargaré de esto. —Dio un paso amenazante y el trío tardó un segundo en acatar la orden. Miró a Watson y él le devolvió el gesto; un poco de su molestia retrocedió al ver la mejilla y la nariz del doctor con pequeñas manchas de crema. Comenzó a señalarle para que se limpiara, pero nuevamente lo interrumpieron.
—Ustedes ya no tienen para mí ninguna autoridad, y si esos ineptos no se harán cargo… —A punto de advertirle Greg que su discurso se dirigía a un camino desagradable, él osó levantar su bastón en contra de Greg.
Tan rápidamente que el hombre no tuvo la menor ventaja, Greg le arrebató el bastón, lo golpeó en la espinilla, y colocándose detrás de él, empujó la parte interna de sus rodillas, obligándolo a hincarse. Watson, todavía manchado de crema, le aplaudió un par de veces. Greg, halagado, hizo una graciosa reverencia. Después dejó que el bastón descansara en el hombro del atrevido, su presencia una amenaza silenciosa.
—Solo hay una cosa que lo salvará de ir al calabozo el resto del mes —dijo el inspector con una voz que aseveraba la única oportunidad que le daría al hombre.
Aun así, algunas veces Greg era demasiado amable, porque una vez el hombre, sin decir palabra, echó a correr por donde había venido, no se tomó la molesta de iniciar una persecución. Watson se colocó a su lado y ambos observaron cómo el hombre se perdía entre los árboles. Suspiraron, vencidos, a sabiendas de la inevitable realidad. Por fortuna, orgullosos y fuertes como se sabían, tuvieron la voluntad de mantener la estabilidad de su burbuja.
Estableciéndose de regreso un silencio ligero, aprovechó el inspector para señalarle a Watson los restos de crema. Las pequeñas manchas, sin embargo, esquivaron los intentos del doctor, por lo que Greg, riendo, aceptó ayudarlo. Extrajo de su bolsillo uno de los pañuelos de ceda que su esposo le obsequió y lo levantó a donde la mejilla de Watson.
El sonido de ramitas quebrándose en el suelo volvió a detenerlos. Greg no escuchó ninguna repetición o voz que hiciera eco, por lo que en esta ocasión logró reconocer lo que lo originaba. No así Watson, que permaneció atento a lo que pudiera venir. Greg lo atrajo del mentón y, ocupándose de las machas, dijo, susurrante:
—Esta bien, solo es Bülent. —Watson le dirigió su atención de inmediato, la duda plasmada en su rostro—. Es un agente no oficial al servicio de Mycroft, normalmente cuida al señor Holmes, sin embargo, ha comenzado a seguirnos desde hace un mes.
—Nunca lo he visto.
—Diría que, en cuestión de espionaje, tiene un talento similar al del señor Holmes, si acaso no mejor, yo no lo habría descubierto si no supiera lo que estoy buscando. —Con el atractivo rostro limpio, ambos se dirigieron a la manta que aún resguardaba un par de pastelillos y media botella de sidra.
—¿Entonces, puede que él nos haya estado siguiendo desde un principio?
—No —dijo Lestrade despreocupadamente, eligiendo a la siguiente dulce víctima—, él no esta aquí para cuidarme, lo que descarta su presencia temprana. —Watson enarcó una ceja.
—Supongo que no es porque el señor Holmes me crea una amenaza. —Bebió un trago de sidra—. Sherlock lo encontraría muy divertido.
—¿Amenaza? No en el sentido que pueda pensar, doctor —dijo Greg con calma. Watson escupió su bebida.
—No podría ser… No, imposible. —Lestrade se ofendió ante la doble negación.
—¿Por qué la repentina crueldad? No creo ser tan repelente, si debo decirlo.
—Claro que no, querido amigo, es solo que… —Burlándose Greg de la forma en que Watson pretendía explicarle sin obtener resultado, moviendo la boca inútilmente, añadió:
—De acuerdo, lo entiendo, no diga más o el reporte que Bülent haga llegar a Mycroft le dará un ataque.
—Si ese es el caso, yo diría entonces, sin embargo… —Comiendo, Greg prestó atención a su amigo, extrañándose por el leve brillo de travesura en sus ojos verde pasto—. Que de haberme encontrado primero con usted y no con Sherlock, no hubiera dudado en… —Greg lo silenció estrellándole el pastelillo en la boca, carmín tiñéndole el rostro e ira presionando su ceño.
—¡Dispáreme antes de condenarme a una muerte lenta! ¿Qué demonio lo ha poseído? —sus dramáticos lamentos cayeron en oídos sordos; de tener suerte, Watson se ahogaría entre su risa con pastel.
Watson no murió, el pequeño desayuno terminó de maravillosa manera y, trascurrido su turno nocturno en la Yard, Greg regresó a casa de un humor lo suficientemente bueno como para haber olvidado la cruel travesura del doctor. Se dio un baño y durmió sus horas, anhelando la presencia de su hombre en el lado vacío de la cama. Soñar con él le alegró la tarde.
Felizmente realizó las tareas hogareñas, cocinó un bufet para su gran señor y, animado como estaba, conociendo el horario de Mycroft, decidió llevarle una comida ligera a Pall Mall. Los chefs del club hacían comida esplendida, aun así, la desventaja de ese horario al no poder dormir con su esposo, le daba la oportunidad de alimentarlo como era debido, sin entregarle lo que quisiera solo porque le pagaban.
Greg se sorprendió al ser recibido por Jude, el secretario personal de Mycroft, quien durante el trabajo se despegaba del escritorio delante de su oficina, exclusivamente por una razón. Aunque ya no hiciera falta que lo guiaran, Greg caminó tras Jude a una sala vacía, donde esperaría a que Mycroft terminara la reunión con su hermano pequeño. Una vez la puerta estuvo cerrada, se sorprendió al oír al otro lado la distintiva voz de Bülent, que luego de intercambiar algunas palabras con Jude, se retiró.
A Greg lo recorrió un escalofrío, como si mil serpientes venenosas le acariciaran la nuca. El recuerdo de la travesura de Watson le hizo temblar las piernas, apenas dándole oportunidad de alcanzar una silla. Oh, cuánto no se arrepentía Greg de cada palabra halagadora que pudo haber pensado a su favor… Y cuánto se lamentaba de no haber pensado más, casi al punto de idolatrarlo como, ahora, sin lugar a dudas lo merecía.
Delante de Greg, dados los recientes hechos, un nuevo vértice de maravillosas posibilidades se abría ante esta renovada amistad con el buen doctor. Qué clase de magia rodeaba al hombre, quizá Greg nunca lo sabría, aun así, jamás se cansaría de agradecerlo.
A Greg no le costaba imaginarlo, el repentino conocimiento de la clase de travesuras que podría pactar con Watson reavivó el estremecimiento de la cabeza a la punta de los pies. Recordar la manera extraordinaria en que Mycroft reaccionaba a los celos y el cómo solía encargarse de dejar en claro la imposibilidad de que cualquier otro hombre, nunca, bajo ninguna circunstancia, sería capaz de imitar un ápice de lo que hacía sentir a Greg tanto en cuerpo como en alma, tuvo a Greg vibrando de energía.
Energía que debería contener si planeaba seguir fingiendo que el trato abusivo de su esposo no le gustaba en esas circunstancias.
Tres días después, recibió a Watson con un abrazo efusivo y un claro agradecimiento que no tardó en vocalizar, palmeando su brazo cariñosamente. Habría hecho más si el pequeño y discreto restaurante en donde se encontraban o el pensamiento de que el hombre rubio poco entendería de su gratitud lo hubieran permitido.
Greg aún lucía radiante, aún le dolía sentarse y docenas de marcas de todo tipo le adornaban la piel por debajo de la ropa, un brillo etéreo le iluminaba los ojos y cierto tono rojizo natural le teñía las mejillas y los labios, cuya enorme sonrisa exaltaba un corte en ellos. Sentados frente a frente, miro a Watson y Watson lo miró a él. Greg, que planeaba decir con palabras de ocultos significados los motivos de su dicha, no tardó en reconocer viniendo de Watson la misma esencia de eso que no podría decir en voz alta, sumado a las tonalidades, acaso ligeramente inclinadas al color rosa, marcando de igual forma el rostro de bigote perfecto.
Watson hizo amago de ajustarse el cuello almidonado de su camisa, permitiendo que Greg viera, accidentalmente, las incontables marcas en su piel; como si el detective necesitara de alguna prueba. Sonriendo, llamó al mesero y ordenó lo que comería.
—¿Fue esto causado por el Incidente del Saint James? —preguntó Greg, reacomodándose en la silla. Watson, con una sonrisa practicada que escondería fácilmente tras sus labios perfectos los pecados del mundo, asintió—. No sabía que el señor Holmes comprendía los alcances de mi… asociación con su hermano.
—Y no era el caso, nada más que sospechas, mismas que yo compartía antes de nuestro encuentro en Hill Street. Luego del “Incidente del Saint James”, fue convocado a Pall Mall. Sherlock pensaba que sería un caso de Su Majestad, sin embargo, una vez retornó a Baker Street ni tres horas después, él… —carraspeó—. Digamos que apenas logré convencerlo para que cerrara la puerta.
Nada significativo lograron decir luego de eso. La comida llegó en silencio y en silencio acabaron con ella. Sus miradas, no obstante, contaban una historia diferente. Códigos secretos a los que pueden acceder solo esos que comparten historias similares, fueron y vinieron entre ellos. Preguntas y oraciones completas quedaron entredichas sin ninguna oportunidad de erróneos entendimientos o significados ocultos.
—¿Bülent esta aquí?
—Oh, por supuesto, y no solo él, su esposa vino para ayudarlo. —Watson detuvo su copa a mitad del camino a la mesa.
—¿Dilay? —Greg asintió—, ¿no estaba ella embarazada?
—Al parecer no lo suficiente como para ignorar esta misión. —El silencio los acogió nuevamente, en tanto sus ojos declaraban planes inconcebibles a oídos ajenos.
—Es una experiencia que deberíamos repetir —dijo Lestrade una vez terminaron. No se refería a la comida, como quien lo escuchara hubiera supuesto. Watson, que ya extraía su cigarrera, falló en ocultar un leve brillo de diversión en la esquina de sus ojos.
—Jamás podría negarme, fue una… comida deliciosa. —Greg sonrió, pagó la cuenta y salieron, él aceptó un cigarrillo de Watson.
Caminaron hacia su siguiente destino, el doctor le ofreció su brazo y Greg no dudó en tomarlo, atravesando la calle como buenos y respetables caballeros.
—Aunque deberíamos tomarnos una pausa. —Watson rio con ligereza.
—Quería proponerlo también, no solo el cuerpo debe… recuperarse, si lo hacemos continuamente, podría sospecharse la naturaleza de este inusitado plan. Y si ya hay indicios de la similitud en las respuestas de los hermanos Holmes, ¿me equivoco si digo que, de enterarse, su señor Holmes detendría de inmediato tan reaccionarias atenciones?
—En absoluto, mi buen amigo, el hombre es un controlador de primera, y puesto que nada le costaría castigarme con su abandono, ya que es también un hombre de lo más perezoso, el que se niegue a ejercer su voluntad sería desgarrador. Por lo que calcular una fecha adecuada es preciso, no obstante de la alarma que ya se despliega cada vez que nos encontramos.
—Oh, sin duda, no deberíamos llevarlo más lejos por ahora, pero me pregunto, ¿es este un límite adecuado? —Greg estudió sus brazos cruzados por primera vez.
—Si no lo es, en todo caso puede ser justificado, ¿qué clase de hombre respetable no caminaría del brazo con su mejor amigo?
Greg lamentó el desliz al comprender lo dicho. Es decir, que él considerara al buen doctor como su único y mejor amigo podría no significar nada para el doctor, y nunca él haber impuesto esa clase de título hasta, al menos, que se diera la apertura del tema y tuviera así la libertad de exponer sus sentimientos. No así, definitivamente no en esas circunstancias. Quiso arrepentirse y anunciar una disculpa al tiempo en que se alejaba de Watson, enseguida él lo detuvo.
—Sería una tragedia, ¿no es cierto? Nadie justificaría una ofensa de ese tamaño. —Fue inevitable que la barbilla de Greg temblara un par de segundos. Al volver sobre sus pies ofreció una liviana sonrisa al hombre encantador.
Desde que el doctor John Watson le fue presentado a Lestrade, no hubo argumento que le hiciera cambiar de parecer acerca de lo mucho que el hombre llamaba su atención. Ahora, siendo su mejor amigo, Greg comprobaba de primera mano una pequeña parte de los motivos que hacían a Watson un hombre tan valeroso y tan digno de ser respetado y amado.
Igualmente, leal y divertido como ninguno, Greg aprovecharía esta inusitada conexión para hacer de su vida algo mucho más interesante; algo por lo que incluso su esposo iba a beneficiarse. Solo gracias a un par de travesuras inocentes.
Oh, tan inocentes.
* * *
Muchas gracias por llegar aquí, aquí tienes mi corazón.
Te amo 🫀🫀🫀
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pestana-extrana · 2 years
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Mycroft toma una foto de Greg. A Mycroft le encanta pero Greg no puede lidiarla
La oficina de MI6 de Mycroft solía estar una zona prohibida. Greg sabia que existía, pero no tenia ninguna razón para visitarla. Veía a Mycroft en su oficina parlamentaria y de casa y ya estaba. No le importaba.
Hoy, fue diferente. Hubo un caso muy sensible y estuvieron trabajando juntos para resolverlo. Y, por eso, Greg se encontraba a si mismo en la oficina secreta.
Era bastante oscura y dramática. No había ventanas, y la única luz que entraba venia por un tragaluz. Había cuadrados brillantes a través del suelo. Cada vez que entraba Greg, pensaba que sera el tipo de oficina que otras personas les imaginaba que tendría Mycroft.
Cambio de lugar la silla de invitados y, de repente, le dio cuenta una nueva foto encima del escritorio. Una nueva foto de el mismo.
-Que cono es?- el le pregunto a Mycroft, se levantando la foto para mirarla mejor.
Era una foto del su cita al opera. Greg se llevaba puesto un traje gris, y mirando a las cantantes con mucha concentración. Se veía como si nunca hubiera visto un opera antes, y eso, al menos, era cierto. Sin embargo, no tenia ninguna idea por que Mycroft tendría esa foto sobre su escritorio, a menos que quisiera demostrar el nivel de estupidez de su pareja.
-Una foto- respondio Mycroft, y se veia confundido. -Podemos devolvernos a la cuestion de..-
-Y por que esta alla?-
Mycroft se siguió viendo confundido.
-Por que eres mi pareja. Greg, por favor...-
-Pero... tienes miles de fotos bonita de mi. Y yo lo se porque las tienes en cada parte de la casa. Por que tendrías esa puta foto en esta oficina? Es horrible.-
Mycroft fruncio el ceño.
-Es una de mis fotos favoritas. Ya sabia que no te gustaría, y por eso la guardo aquí.-
-Esa... una de tus favoritas?-
Mycroft suspiro.
-Sabes que te gusta verme mientras estoy durmiendo o relajándome o riéndome porque doy permiso muy pocas personas que véanme en tantas situaciones? Siento lo mismo. Me encanta verte cuando estas tranquilo, cuando tienes paz y te estas concentrando solo para la placer de entender. Me encanta. Me encantas.-
Entonces ya estaba sonriendo Greg.
-Esta bien. Esta todo bien. Todavía la odio- dijo. -Pero puedo entender por que te gusta.-
-Buenísimo. Podemos hacer nuestros trabajos ahora?-
Ya paso la medianoche pero espero que todavía le aceptes mi fic @mystradepromptsandscenarios :)
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ao3feed-destiel-02 · 1 year
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The Mexican Mistake
The Mexican Mistake https://ift.tt/yqBeb5j by Hell_She_Hulk Sam no supo qué responder, no había muchos indicios a la vista que pudiesen delatar su ubicación. Tal vez si buscaba en internet, usando Google Maps... En un segundo, después de teclear en su celular que milagrosamente siempre tenía WiFi, supo en dónde se encontraban, qué hora era, y el segundo "oh mierda" de la noche se hizo presente en esa noche que estaba dejando su silencio sepulcral, despedazado por el chillido de los zanates en las copas de los árboles: "5:45AM, Estado de México, México". O, una chica mexicana hace correcciones a sus shows favoritos de forma brusca. En realidad, le grita a todo el mundo (mientras llora) acerca de qué errores tienen. Words: 5158, Chapters: 2/32, Language: Español Fandoms: Sherlock (TV), Sherlock Holmes - Arthur Conan Doyle, Supernatural (TV 2005), The Walking Dead (TV), Multi-Fandom, Superlock-Fandom Rating: Teen And Up Audiences Warnings: Creator Chose Not To Use Archive Warnings Categories: F/M, Gen, M/M Characters: Sherlock Holmes, John Watson, Mycroft Holmes, Greg Lestrade, Molly Hooper, Mrs. Hudson (Sherlock Holmes), Sally Donovan, Phillip Anderson, Dean Winchester, Sam Winchester, Castiel (Supernatural), Daryl Dixon, Rick Grimes, Michonne (Walking Dead), Carl Grimes, Judith Grimes, Original Characters, Original Female Character(s) Relationships: Sherlock Holmes/John Watson, Castiel/Dean Winchester, Rick Grimes/Michonne, Sherlock Holmes/Original Character(s) Additional Tags: longfic, Crossover, Magic, Crime Scenes, Witchcraft, Fake Witchcraft, Demons, Terror, Mystery, Hellhounds, Nightmares, cementery, Drugs, Alcohol, Swearing, Alternate Universe - Canon Divergence, Alternate Universe - The French Mistake (Supernatural) Fusion, Inspired by Episode: s06e15 The French Mistake (Supernatural), Zombies, Playlist, Mexican slang, Mexican culture, Mexican Character, attempts of humor, a bit of Mary Sue, Implied/Referenced Suicide, Internalized Homophobia, References to Drugs, Hurt/Comfort, Slice of Life, Sherlock/Original Character - Freeform, something that tastes like Mystrade, Ace!Sherlock Holmes, bi characters, Established Relationship, Love Confessions, Love Triangles, Jealousy, Unrequited Love, John Watson is Good at Mysteries, Dean Winchester is Loved, BAMF Mrs. Hudson, Awesome Mrs. Hudson, Rick Grimes is Fucking Great, Castiel Appreciation Post, no beta we die like men, I wrote this mostly for me but you can read it too via AO3 works tagged 'Castiel/Dean Winchester' https://ift.tt/ceqTIM0 May 04, 2023 at 11:14PM
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'Ya no hay nada que puedo hacer'
-Quería demostrar cuánto aprecio nuestra amistad-, dijo, con cuidado. -Yo sé que tu caso actual te ha causado mucho estrés y mientras había poco para hacer esta tarde esperaba que una hora de compañía y alrededores limpios te ayudarían.-
Él miró mientras Greg suspiro.
-¿Piensas tú que no sé?- el dijo. -Yo sé no te tomaría la molestia de quedar conmigo si no te gusté en unos niveles, amigo. Por cierto, el sentimiento es mutuo.- *
‘I wanted to demonstrate how much I value your friendship’, he said carefully. ‘I know your current case has been causing you stress, and with little to be done this afternoon, I hoped an hour of company and clean surroundings might… help.’
He watched Greg sigh.
‘You think I don’t know?’ he said. ‘I know you wouldn’t bother with me if you didn’t like me on some level, mate. The feeling’s mutual, by the way.’
Full fic under the cut, because I really like this one! Please come say hi on AO3 if you like it. And, of course, thanks to @mystradepromptsandscenarios for the prompt ❤️
Esa reunión determinada, se instalaba en un cuarto privado en parte de atrás del Diogenes, había pasado de mal a peor.
Greg se puso furioso desde hace el principio, le molestaba inmediatamente por Mycroft tomarle de su escena de crimen. Luego habían reñido sobre Sherlock, Greg ofendido por ser visto como una máquina para dispensar crímenes cada vez Sherlock chocar contra un problema. Había sido algo sobre privilegio. Y después la cuestión de la evidencia desaparecida había llegado otra vez y Mycroft se había hecho un esfuerzo por mentir.
En conjunto, era el contrario bien de lo que había esperado.
Había querido ofrecer respiro de un día difícil con amistad y conversación, alabar a Greg por como se había encargado del lucha de Sherlock, expresar su agradecimiento para su presencia siguiendo en su vida personal y profesional. Pero sus pensamientos habían llegado mezclado y demasiadísimo formal y ahora le miraba Greg con la misma expresión guardada y sospecha que inspiraba Mycroft en todas personas a las que conoció, pero en ese momento, la expresión no estuvo lo que quería.
Se sintió frustrado y decepcionado y como si había perdido pie.
-Tengo miedo que ha expresado mal a mi mismo- dijo, se encogiendo por subestimación lamentable. -Esto no es… lo que tenia intención de lo que sea.-
-Ah?- Greg dijo. Su voz no tuvo la calidad afectuosa y abierta la que Mycroft había ansiado desde hace mucho tiempo, pero sorbió su bebida sin embargo, y se apoyó cómodamente en su sillón. -Entonces, ¿que tuviste intención de pasar?-
-I…- Mycroft dijo.
No fue una persona quien hacía declaraciones directas, y particularmente algo de este género requería un toque delicado. No tenía casi ninguna idea en qué manera la tuviera Greg la revelación, y mientras Greg ya estaba molestado, parecía una medida más peligrosa que antes.
-Quería demostrar cuánto aprecio nuestra amistad-, dijo, con cuidado. -Yo sé que tu caso actual te ha causado mucho estrés y mientras había poco para hacer esta tarde esperaba que una hora de compañía y alrededores limpios te ayudarían.-
Él miró mientras Greg suspiro.
-¿Piensas tú que no sé?- el dijo. -Yo sé no te tomaría la molestia de quedar conmigo si no te gusté en unos niveles, amigo. Por cierto, el sentimiento es mutuo.-
Mycroft frunció el ceño.
-Todavía no pienso que te das cuenta, de hecho-, él dijo.
Su corazón golpeó en el pecho y luego era el turno de Greg para fruncir el ceño.
-¿Que?- el dijo.
-No pienso que te das cuenta-, Mycroft repitió. -Y tanto como dudo que el sentimiento sea mutuo, pensaba lo mejor de confesar en un momento de elección mío en lugar de revelar la mano por descuido.-
Él tomó una respira, sus ojos apartado de la cara de Greg, no deseando ver cómo cayó en la cuenta y su horror.
-Ya no hay nada que pueda hacer para suprimirlo. Presumo que la revelación incitaría un susto a varios colegas míos, pero espero que me conozcas suficiente, al menos, no pensar en mi como incapaz de sentir.-
-Mycroft-, Greg dijo. Todavía Mycroft no miraba a él, y estaba sorprendido oír que su voz era ronca. -¿Quieres decir lo que pienso que quieras decir?-
-Casi desde luego- él dijo, su propia voz casi no más alta que cuchicheo.
Él escuchó que la tela se deslizaba y el peso del cuerpo se movía. Se preparó para pasos se retirando y el final clic decidido del picaporte cerrando.
En sus lugares, las manos calientes tocaron su cara, la inclinaron así que no tenía ninguna elección excepto ver adentro los ojos de Greg. Y ante de podría entender mucho - una sonrisa, las palmas sacas, el revoloteo de las pestañas - una pareja de labios calientitos presionaron, por una duración demasiado corta, contras las suyas.
‘Si?- Greg preguntó, apartarse bruscamente, esos ojos hipnóticos de caoba buscando en la cara de Mycroft.
Estaba temblando, se dio cuenta.
-Si- Mycroft respiro, su voz temblando también. Con incredulidad se movieron sus dedos a través de la mandíbula de Greg. -Eso exactamente.-
*
That particular meeting, ensconced in a private room at the back of the Diogenes, had gone from bad to worse.
Greg’s hackles had been raised from the get-go, irritated immediately by Mycroft removing him from his crime scene. Then they had bickered about Sherlock, Greg affronted at being seen as a crime-dispensing machine every time the younger Holmes hit a roadblock. There had been something about entitlement. And then the matter of the disappearing evidence had come up again, and Mycroft had been forced to lie.
All in all, it was the very opposite of what he had hoped.
He had meant to offer respite from a difficult day with company and conversation, to praise Greg’s handling of Sherlock’s struggles, to express his gratitude for Greg’s continued presence in his life, both personal and professional. But it had come out jumbled and far too formal, and now Greg was watching him with the same guarded, suspicious expression that Mycroft seemed to inspire in everyone, except that, this time, that expression was not what he wanted.
Mycroft felt frustrated, and disappointed, and several leagues out of his depth.
‘I fear I’ve expressed myself badly’, he said, wincing at the woeful understatement. ‘This is… not at all what I intended.’
‘Oh?’ Greg said. His voice didn’t have the warm, open timbre that Mycroft had grown to crave, but he took a sip of his drink nonetheless, and leaned back easily in his chair. ‘What did you intend then?’
‘I - ’ Mycroft said.
He wasn’t one for blunt pronouncements, and something of this nature in particular required a delicate touch. He had very little idea of how this revelation would be taken, and with Greg already irritated, it felt like an even more dangerous step than it had before.
‘I wanted to demonstrate how much I value your friendship’, he said carefully. ‘I know your current case has been causing you stress, and with little to be done this afternoon, I hoped an hour of company and clean surroundings might… help.’
He watched Greg sigh.
‘You think I don’t know?’ he said. ‘I know you wouldn’t bother with me if you didn’t like me on some level, mate. The feeling’s mutual, by the way.’
Mycroft frowned.
‘I still don’t think you realise, in fact’, he said.
His heart hammered in his chest, and now it was Greg’s turn to frown.
‘What?’ he said.
‘I don’t think you realise’, Mycroft repeated. ‘And much as I highly doubt the feeling is mutual, I thought it best to confess at a time of my choosing rather than reveal my hand inadvertently.’
He took a breath, eyes averted from Greg’s face, not wishing to see the dawning realisation and horror.
‘There’s nothing I can do anymore to suppress it. I presume the revelation would provoke bald-faced shock in a number of my colleagues, but I hope you know me well enough, at least, to not think me incapable of feeling.’
‘Mycroft’, Greg said. Mycroft still wasn’t looking at him, and he was surprised to hear a hoarseness to his voice. ‘Do you mean what I think you mean?’
‘Almost certainly’, he said, his own voice barely above a whisper.
He heard the slide of fabric, of bodyweight shifting slowly. He braced himself for receding footsteps and the final, decisive click of the latch closing.
Instead, warm hands cupped his face, tilting it up so that he had no choice but to look into Greg’s eyes. And before he could register much - a smile, dry palms, the flutter of eyelashes - a warm pair of lips pressed, far too briefly, against his own
‘Yes?’ Greg asked, pulling back, those swirling mahogany eyes searching Mycroft’s face.
He was trembling, he realised.
‘Yes’, Mycroft breathed, his voice quaking too. He ran his fingers disbelievingly across Greg’s jaw. ‘Exactly that.’
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ladykirkland21 · 7 years
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Capitulo 1
Sherlock puso los ojos en blanco resistiendo la tentación de decirle a la princesa que cerrara su estúpida boca.
  Desde hace varios minutos la prometida de su hermano había empezado a hablar sobre una absurda leyenda, la cual decia que un hilo rojo te conecta desde tu nacimiento con la persona que esta destinada a ser tu pareja. Casi agradecía que su hermano se tuviera que casar con ella, no podía imaginarse al reino vecino en manos de... De... ¿Giovanna? ¿Gabriela?
  —¿De verdad crees todas esas estupideces? Tal vez estar tanto tiempo cerca de tu sirviente Anderson te quemó algunas neuronas
  —¡Sherlock! ¡Comportate!—Mycroft regañó a su hermano menor, el cual ni siquiera lo miró al escucharlo, ignorándolo completamente.
  —¡No son estupideces! La bruja de mi reino me dijo hace unos años que mi hilo lo tenía un Holmes y pronto nos vamos a casar—Exclamó con una gran sonrisa sin molestarse por el comentario de su cuñado, le sorprendía que la haya dejado contarles sobre la leyenda sin hacer ningún comentario—Le ha mostrado su hilo a muchas personas que ni siquiera se conocían y ahora esas personas están casadas. La bruja de mi reino es realmente talentosa
  —¿Talentosa? Oh por el amor de Dios—Suspiró con cansancio antes de comenzar a hablar, realmente la estupidez de las personas lo fastidiaban—Yo también puedo hacer eso. Es simple deducción, Greta-   —Grace—Corrigieron al mismo tiempo Mycroft y su prometida.   —Grace—Dijo antes de continuar, acomodando sus manos debajo de su barbilla —Desde que conociste a Mycroft hace unos años siempre que vienes a nuestro reino, o tuviste que por algún motivo cruzarte con nosotros, siempre apretaste mas tu corset y te esforzabas por verte bien. Las princesas son educadas para estar en todo momento presentables, pero este no es el caso. Cada vez que te acercabas a mi hermano sonreias mas seguido que con otras personas, acomodabas cada 8 minutos tu cabello y sin darte cuenta al tomar el té comenzabas a moverte como él, como si de un espejo se tratase, si él cruzaba las piernas tu lo hacías, si Mycroft apoyaba su mentón en su mano entonces tu también. Dejando de lado que siempre que venías al castillo traías algo para merdendar con él, tus ojos se dilataban y buscabas cualquier excusa para hablarle. Para cualquiera era obvio que te gustaba y te sigue gustando, por alguna razón inexplicable, mi hermano. Así que la bruja te dijo algo que todos ya sabiamos—Dijo notando que la leve sonrisa de esta no desaparecía de su rostro. Lestrade le caía bien, no es algo que diría en voz alta pero lo hacia. Desde sus 8 años se conocían y desde entonces ella solia ir seguido a su reino, por lo cual cuando su hermano mayor no estaba se quedaban hablando mientras caminaban por el palacio de los Holmes.
  —No me agrada decir esto, pero mi querido hermano tiene razón, Grace—Dijo Mycroft con tono despectivo al mirar a Sherlock—La bruja que conoces solo saca probabilidades de quien podría ser la mejor pareja para sus clientes y se los dice como si fuera verdad. Ellos le creen y eventualmente terminaran tratando de ser pareja de esa persona que es su "destinada"—Dijo haciendo un ademán con la mano ante la ultima palabra.
  —Yo tampoco le creía una palabra al principio... Pero ella puede ver tu hilo y seguirlo hasta mostrarte quien es esa persona, incluso aunque nunca te haya visto. Realmente creo que tiene razón —Dijo Grace dejando su taza de té ya vacía en la mesa frente a ella.
  —Si tan cierto es entonces que lo pruebe —Dijo Sherlock dejando su taza también vacía sobre la mesa—Tenemos dos semana libre antes de su boda y me estoy aburriendo bastante   —Si tu hermano esta de acuerdo vamos a buscarla y que nos muestre tu hilo—Respondió Lestrade mirando de reojo a su prometido sentado junto a ella.
  Mycroft suspiró antes de terminar su té de un trago. No había sido su plan pasar el resto del dia cumpliendo el capricho de su futura esposa al demostrar que la tan famosa bruja decia la verdad, pero realmente tampoco tenia mucho que hacer ese día.
  —¿A donde debemos ir a hablar con esa bruja?
  Grace y Sherlock se miraron con una leve sonrisa antes de levantarse de sus asientos.
  ...
  Luego de ir a buscar a la bruja esta los hizo ir en un carruaje hasta la zona comercial del reino. Sherlock no habia podido evitar sentirse intrigado al conocerla. Se había imaginado a una anciana mentirosa con verrugas en la cara y voz raspada, pero la bruja no encajaba con sus pensamientos.
  Definitivamente no había esperado encontrarse con una joven mujer con movimientos elegantes, mirada astuta y gestos que rayaban en la sensualidad. Aunque eso no era lo que realmente le llamaba la atención de la bruja llamada Irene Adler.
  Al principio no pudo encontrar ninguna deducción al verla, era la primera vez que eso le sucedía. Solo luego de varios minutos logró hacerlo. Enamorada, inteligente, lesbiana, dominante, guardaba secretos, realmente parecía decirles la verdad al hablar del supuesto hilo rojo(o al menos ella lo creía real), era buena deduciendo(no tanto como su hermano o él pero era alguien digna de admirar).
  Esta comenzó a contarles sobre las posibilidades de que aun no sea el tiempo de conocer a su hilo rojo, que tal vez esa persona solo estaria con él cuando sean ancianos, que tal vez ni siquiera podrían ser pareja en toda su vida, puede que hasta conozca de joven a esa persona y siempre allá ignorado su presencia.
  —Ahí está
  Las personas de la realeza se acercaron con curiosidad a ver hacia donde Irene apuntaba. Pero ahí solo habia una mujer casada consolando a una niña de 4 años que acababa de ser tirada de su caballo por culpa de su hermana mayor, en su cabeza se podia apreciar del lado izquierdo de su frente un corte que evidentemente dejaría una cicatriz.
  —¿Acaso esto es una broma de mal gusto, señorita Adler?—Preguntó Mycroft con molestia en su voz. Esa mujer estaba felizmente casada, no podía ser la supuesta alma gemela de su hermano.
  Sin embargo, la bruja solo sonrió de lado mirando como el príncipe menor miraba con curiosidad a la pequeña lastimada.
  —Les dije que tal vez nunca serian pareja o aun no era el momento para que se conocieran—Dijo con seguridad antes de que el mayor simplemente la ignorara y se dirigiera a carruaje murmurando que todo el asunto había sido una pérdida de tiempo.
  —Estaba equivocada, señorita Adler—Dijo el joven príncipe de 12 años mirando como su cuñada y su hermano esperaban por el en el carruaje—Nosotros no somos estúpidos como todos los clientes desesperados por amor que usted tiene
  —Le comprobare que todo lo que digo es cierto—Dijo con seguridad la bruja sacando un collar con el dije de una mariposa azul—Cuando el dia llegue, la persona que tiene tu hilo tendra este collar puesto y así sabrás que yo tuve razón
  —Podria venir cualquier persona con ese collar el dia de mañana a tocar las puertas del palacio diciendo ser mi supuesta alma gemela—Respondió con aire aburrido, realmente todo el asunto habia sido una perdida de tiempo.
  —Claro que no su majestad, porque yo mantengo mi palabra y esa persona nunca sabrá que este collar significa que yo tuve la razón —Dijo con una sonrisa de lado mientras miraba al príncipe suspirar para comenzar a caminar hacia el carruaje.
  —Le aseguro que eso no pasara. Adios—Dijo Sherlock antes de subirse al carruaje que lo llevaria al palacio nuevamente.
  —Que tenga buen viaje, su majestad—Dijo con una sonrisa la bruja antes de ver como el carruaje comenzaba a alejarse.
  ...
  Varios años habían pasado desde ese momento. Ahora el príncipe Sherlock tenia 25 años y habia llegado a la edad limite para estar soltero, necesitaba una esposa para ser rey. Así que con fastidio ahora deducía a cada una de las posibles prometidas para él, descartándolas una a una hasta que llegó la ultima.
  La linda rubia de flequillo recto se sentó frente a él con una amable sonrisa, aunque era evidente que estaba nerviosa.
  —Es un honor poder conocerlo, su majestad. Yo soy-
  —Eres joven, probablemente entre 17 o 18 años. Tu postura y movimientos son parecidos a los de un soldado, pero no admiten mujeres entre los militares así que probablemente te criaste con uno de alto rango, tu padre obviamente, él cual debe de ser un sargento bastante estricto con respecto a los modales a los tuyos y a los de tu hermana, obviamente. Tu familia esta en bancarrota por sus descuidos. Tu vestido bien cuidado no es nuevo y al no tener tanto dinero lo has cosido dos veces. Tus zapatos son caros pero dos tallas mas grandes de la tuya, por lo cual caminas mas lento para que nadie note que están rellenos para que te entren, las marcas a los lados de estos son debido a que su anterior dueña solía tambalearse al llevarlos puestos, descuidandolos constantemente, probablemente por problemas de alcoholismo. Acaba de dejar a su esposo, si tuviera dinero para zapatos lo gastaria en alcohol y por el descuido de estos no es una mujer que sea realmente cuidadosa con sus zapatos, fue un regalo, pero no de tu familia, mas bien de una pareja. Las personas son sentimentales, si su esposo la hubiera dejado ella los hubiera conservado, pero te los regaló incluso si no son de tu talle, quería deshacerce de ellos. Dejando ese tema de lado, eres enfermera, te has olvidado de sacarte la pulsera azul que suelen llevar justamente las enfermeras de los hospitales del centro de la ciudad. Pero solo hay dos hospitales que utilizan pulseras azules en sus uniformes, así que... ¿St Barts o Richmond?
  Sherlock había comenzado a hablar rápidamente diciéndole cada una de sus deducciones a la joven enfermera frente a él, sin darle tiempo a hablar. Cada una de las mujeres que le habían presentado habían reaccionado negativamente a sus deducciones, por lo cual se sorprendió cuando vio que la joven frente a él lo miraba con asombro y admiración.
  —Eso fue... ¡Increíble!
  El príncipe borró su arrogante sonrisa para mirarla con confusión.
  —¿De verdad lo crees?
  —¡Por supuesto! Habia escuchado que el príncipe era un genio, pero eso fue... Wow, eso fue fantástico
  —Eso no es lo que las personas suelen decirme...
  —¿Y que es lo que dicen?
  —Quieren responderme peor pero como soy de la realeza solo dicen "Metase en sus propios asuntos, su majestad"
  La rubia rió al escucharlo. El príncipe no pudo evitar sonreír mientras servía té en dos tazas y le pasaba una a su acompañante.
  —Aun no respondes... ¿St Barts o Richmond?
  —Gracias—Dijo al tomar la taza en sus manos mientras sonreia ampliamente —St Barts. Por cierto, te equivocaste en solo una cosa, mi hermana dejó a su novia, no a su esposo
  —Oh... Detalles—Dijo el príncipe sin darle importancia al asunto.
  —Joan Watson. Ese es mi nombre, te lo iba a decir antes de que me interrumpieras
  —Es un gusto, señorita Watson.
  ...
  Habían tenido que esperar seis meses a que la joven cumpliera 18 para poder contraer matrimonio.
  Ni siquiera Sherlock podía entender como es que ambos habían podido comenzar a sentir amor por el contrario. Era como si la joven Watson y él hubieran sido hechos para el otro, podían pasar todos los días juntos con una comodidad digna de personas que se conocen hace décadas.
  El día de su boda vio entrar a la joven enfermera con el velo tapando su rostro, sorprendiéndose al notar que traía ese collar con una mariposa azul que hace mas de 10 años que no veia. Sin embargo, su sorpresa no hizo mas que aumentar cuando esta levanto el velo dejando ver que con su peinado había recogido también su flequillo dejando ver una cicatriz del lado izquierdo de su frente.
  Puede que la bruja no estuviera tan equivocada, después de todo.
________________________ Muchas gracias por leer~
Si algo no te gusto dimelo en los comentarios.
-Emily Kirkland
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lilietherly · 2 years
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[Reto Omegacember]
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Actualización de historias terminadas :D
(Link a la historia aquí en tumblr no editada 🩵 // descarga (formato de hoja A4) 🐝 (formato de hoja A5) 🪼 // link a wattpad 💩// link a Ao3 ❤️)
1 Voz, 🩵 // 🐝 // 🪼 // 💩 // ❤️
2 Aroma, 🩵 // 🐝 // 🪼 // 💩 // ❤️
3 Instinto, 🩵 // 🐝 // 🪼 // 💩 // ❤️
4 Cuello, 🩵 // 🐝 // 🪼 // 💩 // ❤️
5 Autocontrol, 🩵 // 🐝 // 🪼 // 💩 // ❤️
6 Ofrenda, 🩵 // 🐝 // 🪼 // 💩 // ❤️
7 Ronroneo Alfa, 🩵 // 🐝 // 🪼 // 💩 // ❤️
8 Celos, 🩵 // 🐝 // 🪼 // 💩 // ❤️
9 Mordida, 🩵 // 🐝 // 🪼 // 💩 // ❤️
10 Parche, 🩵 // 🐝 // 🪼 // 💩 // ❤️
11 Construcción de nido, 🩵 // 🐝 // 🪼 // 💩 // ❤️
12 Supresor, 🩵 // 🐝 // 🪼 // 💩 // ❤️
13 Gargantilla, 🩵 // 🐝 // 🪼 // 💩 // ❤️
14 Bozal, 🩵 // 🐝 // 🪼 // 💩 // ❤️
15 Collar de protección, 🩵 // 🐝 // 🪼 // 💩 // ❤️
Ok, ok, no sé si hay un límite de links para compartir, pero esta wea se niega a guardar el post, así que lo dejaré aquí y seguiré añadiendo al rebloguearlo :3
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lilietherly · 2 years
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[Fanfic! Mystrade Victoriano]
Relación establecida.
Pensamientos (lujuriosos) intrucivos.
R18 (por recuerdos e imágenes mentales explícitas).
Alfa Mycroft/Omega Greg. (Pero Greg no aparece aquí).
Alfa Sherlock.
(Intento de) Humor.
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Finalmente me decidí por Mystrade 😌, como dije en el post de hace un par de días, es muy seguro que todas las ships de las que escribo pasen por un tema así, no obstante, creo que es genial que Mystrade sea la primera, ¡y eso que aún no escribo un smut completo de estos dos! Lo haré, de eso no hay duda, pero ese no es el punto jajaa 😆
Ok, no escribiré mucho porque espero que mis etiquetas de allá arriba te hayan llamado suficiente la atención como para saltarte esto si agrego más 😏, así que solo me disculparé por los errores de ortografía y ya, ¡espero que te guste! 😈
* * *
Por décima ocasión, Mycroft se volvió hacia el reloj en la esquina de su escritorio. Todavía eran las tres de la tarde, aparentemente cada esfuerzo mental en adelantar las horas que aún tenía de trabajo seguía sin dar resultados positivos. Así como el reporte frente a él no mostraba ningún avance de querer completarse por la mera voluntad de los deseos de Mycroft. El calor aumentaba su irritación, y el viento y la suave lluvia del exterior poco hacían para darle un motivo de que fuera a cambiar; su piel se derretiría tarde o temprano… lo deseó con fuerza. No obstante, un minuto después mucho se sorprendió de mantenerse vivo, aunque no tan estable como le gustaría.
Las frías corrientes que entraban en su oficina y que desde hace mucho apagaron el fuego de la chimenea no ayudaban a estabilizar nada. Las manos de Mycroft seguían temblando, su respiración carecía de compás o profundidad, sus piernas lo derribarían si intentara forzarlas a erguirse y sus ojos, atraídos al reloj, abandonaron cualquier motivo para enfocarse en un objeto diferente entre él y los pañuelos perfectamente doblados que descansaban en el diván, sobre un cojín y dentro de una cajita de cristal medio abierta, junto a la ventana. Cada inhalación, aunque dolorosa por la baja temperatura, traía consigo un sutil aroma a Omega. Su Omega.
Su Omega que, comprensivo como ninguno, aceptó dejarlo ir aquella mañana aun considerando la precaria situación, sabiendo de antemano cuánto Holmes haría por su trabajo. En realidad, ninguno lucho demasiado, ni por quedarse en casa ni por ir a cumplir con el horario laboral. Mycroft podía soportarlo todavía, su concentración era la clave y los pañuelos con la esencia de su Omega el último recurso. Tenía dos semanas para que el orden de las esferas políticas se mantuviera estable durante su celo y, por cuanto resultase una absoluta distracción, lo cumpliría como cada cuatro meses.
En la actualidad, a dos o tres días de entrar a plenitud en ello, casi todos los preparativos estaban completados. Nada impedía, naturalmente, que sin importar los preparativos y toda acción repetida puntualmente acorde a la fecha en su calendario, la situación se hiciera menos difícil de concluir. Ahí estaba él, obligándose a permanecer en su asiento y permanecer ahí hasta que la necesidad se hiciera insoportable y ni siquiera su ejercitado autocontrol bastara para no arrojarse a la cajita de cristal. Habiendo cedido a abrirla y colocarla en donde toda corriente de aire le llevaría el aroma, debía, contra toda hirviente necesidad, contenerse. Una gota de sudor resbaló por su sien y poco tardó en limpiarla, el simple hecho de pensar un minuto en algo relacionado a su Omega traía consigo el comienzo de una erección.
Si no hallaba algo para distraerse, y quedaba ya sentado que nada referente al trabajo sería suficiente, sepultaría su voluntad, atrayéndolo hacia los pañuelos. Recordó la forma en que los obtuvo, sosteniendo a Greg contra su pecho y sobre sus muslos, de costado, con un pañuelo en su pequeño polla y el otro entre la raja de sus nalgas generosas; lo masturbó tortuosamente rápido durante el tiempo que debería ocupar en vestirse. La sedosa tela resguardando la esencia del lubricante natural y el semen fue doblada y puesta al resguardo con devoción en la pequeña caja hecha a la medida, construida con ese único propósito.
No iba a soportar así el resto del día. No cuando debería estar con su Omega, cuidándolo y proporcionándole cuantas cosas hicieran falta para que les construyera un nido adecuado, asegurándose de que habría comida, almacenando mantas, almohadas y toallas; colmándose de dulce aroma Omega y prometiéndole diez intensos días de placer donde se esforzaría en llenarlo de cachorros y… Mycroft tuvo la fuerza golpear la cabeza contra el escritorio, deteniendo con eficacia cualquier idea inconveniente. Con los ojos cerrados tomó un par de frías inhalaciones, una vez logró concentrarse descubrió que había arruinado entre sus manos el trabajo en el que tanto esfuerzo invirtió.
De cualquier manera, probablemente nada en él guardaba un ápice de sentido.
Terminó de arrugar el papel, lanzándolo a la chimenea, el punto blanco en el fondo negro lo ayudó a concentrarse. Pasados tres minutos se juzgó con la voluntad necesaria para zanjar las últimas tareas, aún debía responder media docena de cartas, verificar que algunas gráficas coincidieran con sus números y escribir tres reportes distintos al respecto. Después, una vez estuviera libre durante los próximos quince días, aún no se permitiría ir a casa. Su Omega no estaría y Mycroft debía encargarse de que tendrían lo necesario para enfocarse en lo que de verdad importaba: mantener a Greg desnudo, abierto, lubricado y dispuesto durante días, preparado y rogando por su gran…
—¡Señor Holmes! —Mycroft no pudo agradecer la interrupción, sin embargo lo hizo, de lo contrario habría tenido que hacerse un nuevo huevo de ganso en la cabeza. Un par de personas corrían hacia su puerta, reconoció a ambos de inmediato y sonrió. Se tomó su tiempo reordenándose el cabello para cubrir la hinchazón de su frente y la desesperación de no saber qué hacer con las manos, colocando hojas limpias frente a él. Jude volvió a gritar—. ¡Señor Holmes, por favor, no es buen momento! —La voz del segundo hombre, muy por delante de Jude, respondió antes de abrir la puerta. La sonrisa de Mycroft se mantuvo, ahora acompañada de un ligero aire de petulancia.
—Nunca es buen momento, solo quiero ver a mi hermano. —La puerta se abrió de par en par—. ¿Por qué esta tan frío aquí adentro? — Mycroft tuvo la oportunidad de ver a Jude cubriéndose la nariz. Sherlock se detuvo en la entrada, olisqueando el aire, el asco en su rostro delgado no tardó en aparecer—. Olvídalo, ¿qué es este tufo?
—Si te hubieras detenido y quedado a escuchar, Jude te lo habría explicado.
Pero, naturalmente, su joven hermano jamás se habría detenido a oír que Mycroft entraría en celo en los próximos dos o tres días, que su cuerpo ya emitía el perfume de Alfa Sangre Pesada preparándose para la tarea de salvar entre siete y diez días consecutivos de sexo obsceno y desenfrenado con su precioso Omega. Lo que implicaba también la eliminación casi absoluta de su sentido común, quitándole estos días previos y cada vez durante lapsos mayores sus pensamientos lógicos.
Dejando en su cabeza la única imagen de su Omega, su hermoso Greg y el dulce aroma que emitía, sus pezones erectos, su culo húmedo y apretado, su boca atrevida y cada centímetro de su piel tierna… Además de un sentimiento protector que, si Jude permitía el paso a la oficina de quien no fuera Greg, podía hacerle reaccionar de las peores y violentas formas. Para fortuna de Sherlock, Mycroft se hallaba medianamente tranquilo. Y él lo supo casi de inmediato, pues cerrándole la puerta a Jude —que dada la profundidad del aroma se veía imposibilitado de entrar— irrumpió a la oficina buscando en su viejo pantalón un par de pañuelos, que al encontrar procedió a introducir en su nariz. El muchacho se sirvió medio vaso de wiski, sentándose al fin ante Mycroft.
—Apestas —dijo Sherlock, Holmes mayor aumentó su sonrisa.
—Y tú no eres quién para hablar.
—Estoy en un caso, no puedo pasearme por los barrios bajos si huelo a Alfa.
—Finalmente tienes un caso, felicidades, ¿no estarás escuchando de nuevo en secreto a la policía, cierto?
—No, es genuino, alguien vino a mí. —Mycroft se alegró de corazón por él, apenas tenía idea de lo que el muchacho esperaba lograr, sin embargo, mientras se mantuviera con vida y dada la imposición de que, si deseaba permanecer en la vida de Sherlock no iba a entrometerse, no importaba cuán interesado estuviera, se guardaría sus preguntas—. Hueles como un vertedero en el que arrojaron tres cadáveres.
—¿Solo tres? —Observó a su hermanito contener una arcada mas no moverse de su asiento, listo para irse. Debería ser importante el motivo que alimentaba su voluntad para quedarse, considerando que eran familia cercana, Sherlock percibiría su aroma a pre-celo un par de niveles más nauseabundos que su divertida descripción—. ¿Qué es lo que te trae a esta humilde oficina, Sherlock?
—Información. —Mycroft frunció el ceño.
—Sabes que hay datos que no puedo proporcionarte. —Sherlock bufó, Mycroft no se enorgullecía tan a la ligera de conocer al muchacho—. Sin embargo, mis libros están disponibles si es lo único que… —Sherlock lo ignoró una vez se le dio pase libre. Conociendo de sobra la ubicación de los libros, saltó de la silla y rápidamente comenzó a apilarlos en su brazo izquierdo. Mycroft se burló—. De verdad, ¿por qué la prisa? Pensé que querrías platicar un poco, tal vez acabar con mi wiski. Puedo pedirle a Jude que te prepare un bocadillo. —El joven Holmes resopló.
—El pobre hombre ni siquiera puede entrar aquí y esta atmósfera pestilente es apenas respirable para mí.
—¿En serio? Que cruel.
—Lo normal, espero. Tuve la fortuna de olvidar algo tan espantoso —dijo, su voz gangosa y conteniendo otra arcada, paseándose entre las estanterías—. ¿En qué etapa estás? No recuerdo haber tenido tantas arcadas en tan poco tiempo. —Ayudado por la distracción, Mycroft volvió a su informe.
—Este es mi último día aquí, mi celo llegará en dos o tres días.
—Demonios, Mycroft.
—Lenguaje.
—¡Y por eso es que apestas así! Padre siempre nos llevó a la choza cinco días antes. ¿Qué es lo que haces aquí? ¿No debería ya ese inspector tuyo prohibirte salir o lo que sea que hagan los Omegas en situaciones como estas? —Un gruñido abrupto nació desde lo profundo del pecho de Mycroft.
—No seas irrespetuoso cuando hables de mi Omega. —Sherlock ignoró por completo la amenaza.
—Y ahí esta la sensibilidad. —Mycroft lo oyó susurrar. El enojo desapareció con la misma rapidez de su aparición. Pronto, Sherlock se veía conforme con la cantidad de libros acumulados, ya se dirigía a la salida, obviamente incapaz de siquiera agradecer o decir que se iba, no si apenas podía respirar. Quizá se despediría una vez estuviera en el lado correcto de la puerta.
—Espera, Sherlock.
—Y ahí la falta de cordura. — El Holmes mayor lo ignoró.
—Quédate un poco más, ¿quieres? La presencia de otro Alfa me ayudaría a completar mis tareas más rápido.
—¿A cambio de la estabilidad de mi estómago y la ansiedad por irme de aquí tan pronto como sea posible? Creo que prescindiré de la oferta, querido hermano. Podría, sin embrago, acercarte aquella caja de cristal tan bonita. —Mycroft gruñó en el instante en que Sherlock señaló hacia el preciado tesoro que resguardaba la esencia de su divino Omega—. ¿No? Es una lástima. —Y tras esa última burla, el desconsiderado se marchó.
Mycroft no tuvo la fuerza para enojarse, su cuerpo simplemente se negaba a derrochar energía en eso, mejor le valía enfocarse en el nuevo intento de informe y aprovechar los minutos de paz que la rápida visita de su hermano trajo consigo. Quién sabe cuánto soportaría evitar el que su mente se encaminara hacia… temas poco remunerables ahora mismo, cada segundo que sucedía su cuerpo se sublevaba al autocontrol forjado a lo largo de los años. Solo debía resistir unas horas y, una vez llegara a casa, habría ganado con creces su recompensa por el esfuerzo sobrehumano que ahora ejercía.
Esa era una prueba que superaba cada cuatro meses y que, para su fortuna, desde hace un par de años compartía felizmente con su precioso y seductor…
Mycroft se aferró a la pluma como quien se abraza a la copa de un árbol en medio de un incendio forestal. Inevitable esquivarlo, ciertamente, ayudaba no obstante a aplazar el final.
Un final de piernas abiertas, un agujero estrecho, húmedo para él, respiraciones agitadas y…
* * *
No sabes, cariñoso amor mío, cuánto luché por retener el impulso y, de alguna manera, no completar el smut Mystrade 🥵, fue incluso difícil hacer que Sherlock apareciera y lo enfriara todo un poco. Verás, antes de decidirme a que Sherlock interrumpiera, la otra opción que no incluía un smut, era que Mycroft cediera y, arrojándose a la cajita, se hiciera... terminar 🥴...
Afortunadamente la meta de este fic se cumplió 🥳 y logré hacer algo puerco (aunque no tanto como me hubiera gustado 🥵) sin que fuera smut jajaa, (pero no sé cuánto más pueda soportar, espero escribir otro fic fluff antes de que me superenlas ganas y... me rinda 🤤).
Entonces, eso es todo por ahora, dime qué es lo que te pareció, estaré esperando para leerte. Nos veremos pronto 😘
¡Te amo! Muchas gracias por leer 🥰💖💖💖
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pestana-extrana · 2 years
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A Greg le gusta incluir verdades a medias y cuentos chinos adentro de sus historias y a Mycroft se los gusta tomar nota
Ha empezado con suficiente inocencia.
Hubo estado su primera cita juntos, y Greg había tratando de explicar un caso reciente. Había sido difícil, y por eso parecía un tema apropiado por la situación. Impresionante. Claro, Sherlock le había ayudado, pero Greg trataba de faltar esos detalles lo mas posible. No quería hablar del hermano de Mycroft esa noche y, de todas formas, el propio el había hecho mucho trabajo en ese caso especifico. Había descubro el avance decisivo. Mycroft le veía con interés fuerte y Greg nunca quería que parara.
Y, de repente, todo se perdía su control en espiral.
Siempre intentaba a atribuir el esfuerzo de su equipo. Y, claro, estaba un puto cabrón, pero siempre expresaba a su agradecido para Sherlock también. Pero, en ese momento, al otro lado de la mesa de Mycroft, con esos ojos azules brillantes mirando los suyas, olvidaba a si mismo. Una pieza de inteligencia, enterado por tres personas, se convertía en un triunfo suyo. Una persecución, en que Sally había puesto la zancadilla al sospechoso así que Greg le podía detenerlo, se convertía en una carrera valiente sin ayuda. Y lo mas que le mentía, lo mas que Mycroft sonreía. No tenia ningún poder para parar.
Estaba seguro que Mycroft sabia, pero nunca lo mencionaba. Y, después de esa primera cita, se volvía un juego. Mycroft preguntaría algo simple, con inocencia, pero Greg vería la mirada en sus ojos. Esa sonrisa pequeña en los labios, quizás un momentito en que se puede ver la lengua en el rincón de la boca.
Y, por tanto, haría lo que Mycroft quería. Le diría historias con adornos ridículos y le miraría a Mycroft, con risas en los ojos, y una miraba muy en serio, mientras le asentía con la cabeza. Ni Greg ni Mycroft nunca lo reconocería, pero no era necesario. Era suyo ritual sagrado, evidencia, como si la necesitaran, que les entendían profundamente.
En el día de su boda, muchos anos mas tarde, Greg pensaría en esa primera cita. Recordaba sus propios nervios, y la manera en que Mycroft había podido calmarlos. Pensaría que necesitaba algo parecido en ese momento, estando en pie en frente del altar. Las manos estaban temblando. No tenia ninguna razón que le diera miedo, pero todavía lo sentía. No importa que fuera Mycroft, quien nunca le lastimaría. En ese momento, solo recordaba a su ex-esposa, y su traición. Y, por eso, hacia la única cosa que podía. La única cosa que tenia sentido.
-Sabes que?- dijo a Mycroft, con voz baja. -Pienso que ese sastre estaba tramando algo.-
El sastre había sido encantador, un hombre viejo y pequeñito con ojos grises que arrugado cuando riera. Pero eso no era lo importante.
-Viste esa camioneta fuera de la tienda?- siguió. -Y su asistente, también...-
Miraba como una sonrisa enorme crecía a través de la cara de Mycroft, y Greg sabia. Iban a estar bien. Todo iba a estar bien.
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Gracias a @mystradepromptsandscenarios, como siempre, por siendo un apuntador increíble ❤️
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pestana-extrana · 2 years
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Cuantas horas llevan pasado desde duermas?
Mycroft apareció en la sala en su pijama. En el sofá estaba Greg, todavía usando la ropa del día anterior, un portátil en sus piernas y otro taza de café. Su duodécimo, Mycroft pensara.
-Cuantas horas llevan pasado desde duermas?- le preguntó, y Greg saltó con tanta fuerza que su bebida se derramó hasta el suelo.
-Puta mierda- Greg dijo, una mano en el corazón. -Me dabas mucho miedo... avísame antes de entrar el cuarto, madre mía.-
Mycroft dio a el una sonrisa pequeña. Ya lo hubo sospechado el alcance del problema, aunque todavía le preocupo. Y fue una senal mal que su entrada en una sala iluminada intensamente todavía causaba tanta reacción.
-Y la cifra?-
-Ya la sabes- Greg dijo. -Así que párate de ser cabrón y uname aquí, o te marches.-
-Si senor- Mycroft le respondo. Estuvo tratando que no sonriera mas. -Digame... todavia estas seguro que investigando los muertos de personas reales van a distraerte bien?-
Greg le frunció a ceno. Le empujó el portátil mas allá a Mycroft.
-Que piensas de eso?- le preguntó. -No puede ser natural, verdad? El angulo de salpicar...-
-No soy psiquiatra, es cierto- Mycroft dijo. -Pero en mi mente, al pensar mas en el tema, pero en el contexto del mundo real, solo va a hacer que el problema sea peor.-
Escuchó que Greg tomó una respira fuerte.
-Piensas que ella estuviera comido?-
Se vio horrorizado, y hubiera sido gracioso si Mycroft no estuviera tan preocupado por su falta de descanso.
-No,- le dijo suavemente. -No pienso que esa mujer falleció por una joven poseído por el diablo. Ni pienso que ella va a aparecer en el apartamento si no enciendas las luces. Ven a la cama. Por favor.-
Greg suspiró.
-No pienso que pueda.-
-Si, puedes.- Mycroft le dijo. -Estaré aquí mismo.-
Tomó una pausa, y hizo una decisión.
-Podemos dormir con las luces encendidas, también- dijo.
For @mystradepromptsandscenarios (translation coming tomorrow, once I have energy)
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pestana-extrana · 2 years
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'Siempre podemos estar tan cercanos?'
Cuando Mycroft se le hubo empujado en la pared, su cerebro había convertido en gachas. Cuando le hubo besado con entusiasmo - caliente y fuerte, su lengua moviendo con la de el antes de que podía pensar en lo que había acabado de pasar - pensó que quizás fuera a desmayarse.
Y, cuando Mycroft se reclinó y le habló con una voz baja y entrecortada, era cierto que ya no tenia control ni de su boca, ni las manos, ni el cuerpo en general.
-Pienso que se han ido- dijo Mycroft, con mejillas rosas. -Le agradezco suya cooperación, inspector.-
Pero Greg ya no tenia capaz de responder prudentemente ni con la distancia que solían mantener. Después de todo, el todavía se quedaba las manos en el piel de Greg, abajo de su camisa. Y eso no era justo.
-Siempre podemos estar tan cercanos?- Greg dijo. No pudo respirar bien, abajo de los ojos de Mycroft - esos ojos como el hielo, los ojos que había aparecido en cada fantasía de el desde se han conocido hace tres anos. -Estoy en serio- dijo. -Te deseo. Te deseo mucho mas cercano que has estado hasta ahora.-
Entonces, por un momentito, pensó que ha cometido un error grandísimo.
Hasta que los ojos de Mycroft cerraron.
Hasta que el suspiró suavemente y susurró, su voz bajisima: 'Finalmente'.
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pestana-extrana · 2 years
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'Vengas aquí. Me tomes la mano.'
Greg pudo ver la manera en que las palabras de su hermanito le dolían. Según Sherlock, era aburrido o entrometido o gordo, cada vez mas horrible, y después de anos y anos de lo mismo sentía el dolor de ellas como si las palabras sea para el mismo, y no Mycroft.
No tenia sentido de todas formas. Puede ser que sea parcial, pero Mycroft no era ninguna cosa que se lo acusaba Sherlock. Era el hombre mas fascinante que nunca había conocido. Era una persona que cuidaba profundamente. Y, para Greg, estaba demasiado delgado. Siempre estaba tratando de cocinar mas comida para el, cuando pueda. Y, claro, no le importaba su talla - era buenísimo y tan perfecto que le duele el corazón - pero preocupaba por el.
Esa tarde, Sherlock estaba hablando en el tema mismo, de nuevo, y le ponía a Greg enojado. A su lado, pudo ver como cambiaba la cara de Mycroft. Nadie mas se hubiera dado cuenta, pero Greg, si. Siempre.
Y por esa costumbre especifica de Sherlock, Mycroft todavía no había encontrado el valor para contar su hermano de su relación. Le ponía a Greg triste, pero Mycroft no quería que Sherlock odia a Greg para el. No parecía importarle que Greg hubiera elegido a Mycroft en vez de Sherlock unas miles de veces, su única prioridad era una vida simple para Greg.
Pero esa vez - pues, Greg ya estaba harto de su actitud.
Miró a Mycroft. No queria hacerle incomodo, pero necesitaba a decir algo. Y, lentamente, Mycroft asintió con la cabeza. Se veía fuerte. Les entendían.
-Vengas aquí- le dijo Greg, en una voz suave, pero suficiente alta que cada persona en el cuarto podría escuchar. -Me tomes la mano.-
Y, hasta mas lentamente que había asentido con la cabeza, Mycroft lo hizo - con resolución y dignidad. Greg le pudo imaginar la cara de Sherlock pero no le importo en ese momento. Lo importante fue que le movió así que pudo abrazar a Mycroft. Lo importante fue que le dijo en la oreja: te quiero. Y no me importa quien sepa, y que Mycroft le respondió A ti también, mi amor. Solo perdóname por la esperanza larga. Lo importante fue el momento en que Mycroft le relajaba en sus brazos.
Al final, miraba arriba, y Sherlock todavía estaba allá, les miraba fijamente. Incluso su boca quedaba abierta.
Greg iba a hablar, entonces, algo como:
-Es un hombre increíble. Y me he quedado tranquilo demasiado. Nunca quiero que insultes a tu hermano en mi presencia de nuevo.-
Pero Mycroft le gano. Y, de la seguridad de los brazos de Greg, enchaba una bronca a su hermano, finalmente, que les hubiera hecho llorar la mayoría de hombres adultos.
Greg nunca había sentido tan orgullo. Y incluso Sherlock parecía impresionado.
Y, ademas, Greg le parecía Sherlock incomodo y inseguro y de repente pensaba que no había dado cuenta el dano que causen sus palabras. No era una excusa. Pero explicaría mucho.
Necesitarían hablar, ellos tres. Los hermanos lo mas de todos ellos. Pero Greg sintió, estado en pie al lado de Mycroft, completamente contento. Hubo sido un paso importante, y el esperaba que sea el primer de muchos mas.
(Para @mystradepromptsandscenarios ❤️)
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lilietherly · 2 years
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[Fanfic! Mystrade Victoriano]
Omegaverse.
Omega Greg Lestrade/Alfa Mycroft Holmes.
Relación establecida.
Romance.
Fluff.
Smut/PWP. No menores de 18 años.
Bottom Greg Lestrade/Top Mycroft Holmes.
Blowjob.
Orgasmos múltiples.
Belly bulge.
Anundado Alfa.
Seeeh~, lo siento, todavía no he podido hacer el cartel para marcar el reto Omegacember jajaa. De todas formas, este es el día 21 "Celo Omega" :D
Es además el último smut que escribí del 2022 y el primero que publicaré en este nuevo ciclo de traslación planetaria, bitácora de la capitana, año 2023 :) (?). ¡Es también mi primer smut Mystrade! ¡Y es tan maravillosamente obsceno! XD
Hablando de la historia, la primera parte es juego previo muy travieso y la segunda parte es el espectáculo principal de Mycroft dándole a Greg como cajón que no cierra, y como anoté debidamente en las etiquetas del principio, le da también sus buenas acomodadas de tripas...
Porque, demonios, eso es lo que quiero escribir, obscenidad pura y dura, ¡¿por qué me he estado censurando?! Ok, ok, estoy cambiando de tema ^^Uuu.
Como iba diciendo, esto es un smut de principio a fin ¬w¬, tan o más descriptivo de lo que suelo hacer, y creo que notarás la palabra del día casi de inmediato jajaa. Entonces, por supuesto, no agrego más, cariño, ¡espero que te guste!
* * *
—¿Estás listo, précieux? —susurró Mycroft con voz grave al oído de Greg, quien recostado contra su pecho y sobre sus muslos, negó suavemente.
—Aún no, mon roi, esto es demasiado cómodo —respondió Greg, acariciando con los pies las piernas de su esposo.
—La siguiente ola llegará pronto y el agua comienza a enfriarse. —Greg asintió aunque nada hizo para levantarse, escuchó una profunda risa de su Alfa y al instante advirtió esas grandes manos en la cara interna de sus muslos. Greg gimió, si Mycroft contaba el tiempo en que llegaría la próxima ola de su celo, pues debajo del agua ningún olor podía filtrarse, Greg la notaba en el vientre… desde hacía aproximadamente diez minutos.
—Tómame aquí, mon chevalier parfait, no quiero irme.
—Es el segundo día, si lo hacemos fuera de nuestro nido, no te sentirás bien. —Greg dio un pequeño golpe en la superficie del agua y, resoplando, aceptó. Sin embargo, puesto que no estaba de acuerdo y su Alfa no lo complacería, iba a complicarle el llevarlo al nido.
—Bien, tienes razón. —Y al tenía—. Entonces, será mejor… —Comenzó a levantarse, cuidando de sus pasos y su estabilidad, así como de no ver la dormida polla de su Alfa ni caer en su encanto. Salió de la tina y en lugar de tomar una de las toallas, miró directo a los ojos de Mycroft—… que me encuentres pronto. —Dicho eso, corrió fuera del baño, apenas alcanzando la bata de su esposo. Oyó su risa a lo lejos.
—Travieso ratón, solo intento cuidarte…
Greg no había olvidado la irritable sensación de no pasar los primeros días del celo en su nido. La simple idea ya traía cierta angustia, no obstante, ahora mismo sabía que estaría ahí para cuando lo necesitara y que no se quedaría la duda en si existía la posibilidad de tener uno. Por ese motivo es que corría, con la sonrisa más grande y juguetona plasmada en el rostro una vez se colocó la bata de Mycroft. Un calor delicioso le recorría el cuerpo, erizándolo, levantando su polla y lubricándole el ano, de tan maravillosa forma que le provocaba jugar con su Alfa. Confianza plena lo envolvía, dándole a su lado Omega la libertad de exponerse sin necesitar de ninguna protección.
Recorrió los largos pasillos y las interminables puertas, buscando las mejores rutas y habitaciones para esconderse. Pese a que su Alfa le daba siempre el tiempo necesario, Greg nunca se confiaba, en caso de que no lo hiciera esta vez. Dejó algunas puertas a su paso y se adentró en otras tantas, sentándose en cualquier lugar detrás del que pudiera ocultarse, permitiendo que el lubricante lo marcara. Siendo el lugar tan enorme, su Alfa tardaría en descartar los rastros falsos.
La casa de campo que Mycroft adquirió para ellos una vez comenzó el cortejo de celo no era en absoluto una casa. Más bien cabría en la descripción de ‘castillo’. Greg se negó a usarlo de manera rotunda cada vez que se acercaba su celo o el de su ahora esposo, dijo algunas cosas sobre el despilfarro de dinero, sobre no ser merecedor y media docena de argumentos de los que Mycroft poco tardó en silenciar, colmándolo de besos y palabras devotas. El Omega tardó casi dos años en sentir el lugar como suyo, y gran parte del logro fue gracias a la insistencia de Mycroft, su amor y la gravísima costumbre de mimar a Greg como si fuera él un Gamma. Luego de tres años de matrimonio, finalmente Greg tuvo la confianza de ser el Omega de su Alfa durante sus celos lejos de la residencia en Pall Mall.
Cada habitación del castillo se mandaba a limpiar días antes de que el celo llegara, pues a estas alturas, estando ya unidos por la marca de su Holmes desde hacía años, sus calores se acoplaban al punto de que se presentaban con un día de diferencia. Así pues, dada la eficacia del equipo de limpieza contratado por su esposo, el Omega podía restregarse y disponer su aroma allá donde lo creyera conveniente, confiando en la pulcritud de las superficies. No todas las estancias podían abrirse, algunas se hallaban vacías, otras se amueblaron como alcobas para invitados o como salas de juego, entre ellas también se contaba una segunda biblioteca, una gran sala de reuniones y un bar. De las que se tenía acceso, así estuvieran desiertas, contaban sin excepción con una silla, diván, sofá, cama o superficie suave en la que ningún par de rodillas, manos, espaldas o culos sensibles tuvieran algún inconveniente al ser restregados sobre ellos.
Los muslos amoratados y mordidos del Omega se abrieron sobre una de aquellas estilizadas camas, aún si no igual de cómoda que su nido, montó uno de los bordes como si tratara de lubricar la polla de su Alfa. Se tragó un suspiro ante la caricia de la áspera manta contra su ano sensible, negándose a detenerse, el dolor tenue aumentaba el recuerdo del escozor que lo sacudía al tomar la verga de Mycroft. Esperó un par de segundos y, satisfecho con la cantidad de lubricante en la tela, tomó algunas gotas en sus dedos, dibujando con ellas un rastro que caía hacia la alfombra y al espacio bajo la cama. El rastro se secaría antes de que Mycroft lo descubriera y perdería el tiempo apartando las cobijas que casi tocaban el suelo.
Debía hacer tantos rastros que resultara imposible a su esposo seguirlo a través de su aroma, como un Alfa Sangre Pesada, podía descartar fácilmente las pistas que no lo guarían correctamente. Greg se adentró en una habitación vacía, tomó la silla que se ubicaba en el centro y la colocó junto al arco de la puerta, que no cerró al entrar. Subió una rodilla y se equilibró con su diestra en el brazo de madera sólida, apartando la larga bata arrastró la mano izquierda a su culo, quizá él mismo no fuera capaz de acariciarse del modo provocador en que lo hacían las grandes manos de Mycroft, mas pensando en él, el lubricante que necesitaba para su misión se desbordó de su abertura en cuestión de segundos. Gimió el nombre de su esposo un par de veces al notar el lubricante deslizándose por sus muslos.
Cuidadoso, evitando derramar gotas en el suelo, regresó al pasillo. Conocía cada esquina y lo que contenía cada estancia, si las puertas se abrirían y dónde encontraría el mejor lugar para esconderse, incluso si no bajaría a al primero piso ni iría a al de arriba, aquella planta contaba con las habitaciones necesarias para un juego de caza adecuado. Quizá dentro de algunos días, una vez se sintiera seguro de ser profanado por su Alfa lejos del nido, se aventuraría al bosque que rodeaba el patio trasero, perdiéndose en el camino de altos arbustos de rosas y camelias, pintando su rastro en la estatua del querubín, el invernadero o acaso en el gazebo, sentándose en una de las ornamentadas sillas de hierro fundido bajo la sombra de un rododendro o tal vez caminaría directo a la floresta. Hoy, se quedaría al resguardo del hogar, entre las altas y firmes paredes.
Sus pies avanzaron silenciosamente sobre las alfombras de los pasillos, el largo de la bata de su esposo se arrastraba como la capa de un rey, sosteniéndose en la cara interna de sus codos. Greg extendió el brazo hacía atrás, una vez obtuvo un poco de lubricante en sus dedos, tocó a su paso los bustos, las estatuas, las armaduras, paredes y adornos que decoraban allá donde posara la vista, se atrevió incluso a marcar las molduras de un par de pinturas. El lugar guardaba ya su aroma, aquella travesura no sería detectada por los empleados Beta, y una vez seco tampoco dejaría rastro, para Mycroft, no obstante, aparte de una señal que podía seguir, reafirmaba la aceptación de su Omega al lugar que adquirió para él, le confirmaba su aprobación como un hogar digno de su inspector.
Acercándose al ala este, se adentró a un salón de reuniones. Las pesadas cortinas que parecían cubrir del techo al suelo a las ventanas, sirvieron en algunos juegos de un escondite perfecto, ahora Greg se detuvo detrás de una de ellas para asegurarse de impregnar su aroma ahí. Las espesas y grandes telas le recordaron al abrazo posesivo de su esposo, provocando un ligero temblor en sus caderas y espalda, el vientre que ya le enviaba mensajes de sentirse vacío. Aumentó la molestia a un enérgico recordatorio, aunque todavía soportable. Greg colocó una mano en la ventana, recordando a su Alfa penetrándolo insistentemente contra ella, mientras los jardineros cuidaban las flores a lo lejos.
La bata medio caída se desplomó como un suave charco en el suelo de madera, Greg hizo un esfuerzo para controlar su respiración y el deseo. El juego de la caza no terminaba aún, rendirse ante a él por las gratas memorias no haría satisfactorio el encuentro. Abandonó su posición después de un minuto, decidió irse sin la bata, ella y las espesas gotas que escaparon de su ano vehemente instarían a Mycroft a atravesar todo el salón, topándose con la ausencia de Greg. Se limpió los pies húmedos en la suave tela. Al salir, lo hizo por la puerta lateral, en caso de que el tiempo se acabara.
Probablemente su esposo ya había comenzado la caza, a sabiendas de que el hombre perezoso e inteligente no lo iba a perseguir corriendo y en cambio seguiría el aroma con mesurados pasos; consistía en la parte inteligente del Alfa aquello en lo que Greg enfocaba su cuidado. La cantidad de señales falsas apenas lo confundirían y retendrían su avance, los puntos donde su aroma se percibiera con mayor fuerza, mezclados entre las demás marcas, se convertirían en la base de todo. Tampoco ignoraría el que Mycroft contaba los minutos para que Greg se derrumbara en cualquier superficie y rogara por su polla, pudiendo calcular desde ahí el punto de máximo alcance del inspector.
Así, Greg se dispuso a ocultarse en un lugar ventajoso antes de que eso último sucediera. Temiendo que hacer un retroceso en el camino acelerara el ser atrapado, siguió adelante. Logró esparcir su aroma en dos habitaciones antes de que el dolor lo interrumpiera, anunciando que el tiempo se acababa. Por fortuna, a excepción de las habitaciones vacías, los interiores tenían al menos un objeto bajo, entre o dentro del cual Greg lograra esconderse, lo que le daba algunos minutos para respirar con calma. Y a sus piernas temblorosas, su útero vacío y piel hambrienta, realmente les faltaba una pizca de paz.
Adentrándose en una nueva habitación para invitados, esta con un lujo mayor a las otras, Greg apenas alcanzó el diván frente a la cama. La sedosa tela le acarició la polla y los pezones una vez se acostó bocabajo, lo que poco le reconfortó. Levantando el ávido culo llevó hacia atrás ambos brazos, una mano separó las medias lunas, la segunda rodeó el perímetro de su ano, lubricante lo bañó en un segundo. Por cuanto deseaba atravesar el borde, se abstuvo, de ir rápido nada lo detendría, ni siquiera un orgasmo; en ese punto, aún si eyaculara sin la verga de su esposo, no estaría satisfecho hasta sentir el cálido esperma inundándolo y el gran tamaño de su polla abriéndolo. Sollozó como un animal herido, el pensamiento de la herramienta de su Alfa abusando de su interior acrecentaba la necesidad.
En contra de la razón, ignoró al rato aquello que lo detenía. Usó su diestra para masturbarse mientras sus dedos medio y anular se internaban a su caverna. Greg se mordió el labio inferior, si bien el diámetro conjunto de sus dedos no se acercaba ni un poco a la verga de Mycroft, apaciguaban en menor medida el hambre. Su interior pareció conformarse al iniciar un apresurado vaivén. Ni siquiera se frustró ante el hecho de que sus dígitos fueran demasiado cortos para tocarse la próstata, la carne de su ano Omega era casi igual de sensible en cada centímetro, multiplicándose al estar en celo.
Al eyacular varios minutos después, sus dedos continuaron entrando y saliendo de su agujero; supo que lo haría, y aun así se disgustó por la falta de una verdadera polla. Menos le costó abandonar su pene que salir de su interior, su mano trabajaba como un ente ajeno de su cuerpo, tal cual el deseo de su lado Omega hubiera poseído su brazo, instando a sus dedos a un autoabuso que, al final, todavía no bastaba. Sin embargo, conociéndose al punto en que se conocía, Greg no se mintió, apenas por debajo de la superficie todo él reclamaba quedarse ahí a la espera de su Alfa, intentando que sus dedos lo apaciguaran hasta ese momento. Y poco le faltó para rendirse, pensando en no decepcionar a su esposo, detuvo la insistencia de sus dedos.
Se limpió el lubricante en las dos puertas siguientes, avanzando lentamente ahora. En la nueva habitación se masturbó la polla aún dura, haciendo que cayeran en una de las esquinas algunas gotas de presemen, al cerrar pintó la puerta a continuación y supo que el recorrido había terminado. Suspiró con alivio, reconociendo su buen trabajo. Como recompensa, ya que no podría esperar a los halagos de su esposo, dispuso de algunos segundos para acariciarse el cuerpo, inclinándose contra la puerta comenzó desde los hombros al pecho, pasando por los brazos y luego a las costillas, haló sus pezones un par de veces, trazó círculos en su vientre ligeramente marcado, imaginándolo hinchado por la polla de su Alfa o quizá por un cachorro en camino. Se masajeó los muslos, el culo y la línea que lo separaba. Evocando el nombre de su Alfa, retomó la misión.
Volvió a alcoba elegante. El aroma de su semen cubriría su verdadera presencia, su presemen en las habitaciones de adelante llamarían a Mycroft, obligándolo a descubrir que Greg no se hallaba en ninguna de ellas. Regresaría a esa habitación después de verificar las últimas. Con su mente diluida, no iba a plantearse las posibilidades de que el plan funcionara. Buscando el mejor lugar para esconderse, oyó a lo lejos el estruendo de las puertas del salón de reuniones cerrándose. El ánimo de la caza le recorrió la piel. Su Alfa demostraba nuevamente ser un experto cazador.
Apartó las mantas gruesas de la cama, pensando en que si se convencía correctamente, podría aceptar ser tomado ahí y no en su nido. Acomodó algunas almohadas de forma tal que pareciera que estaba debajo de las mantas, aunque básico, le daría a Greg algunas risas si su esposo le daba tres segundos de su atención. Extendió las sábanas para que escondieran la parte baja de la cama y descorrió las largas cortinas, impidiendo el paso del sol del medio día. Pronto estuvo delante del gran guardarropa, vacío a excepción de un par de tablas que podían acomodarse para formar una repisa. Se adentró tan rápido y tan al fondo como parecía posible, no cerró las puertas, imaginando eso como señal de que no intentaría ocultarse en un lugar tan obvio que además se veía abierto.
El aroma de su semilla estéril en el diván permanecería encima de su lubricante y los rastros de presemen que su polla manaba constantemente. Respiraba por la boca, algunos gemidos se le escapaban, su cuerpo rogando segundo a segundo tener ya la atención de su Alfa. Escuchó el golpe seco de los zapatos de Mycroft en la alfombra y se cubrió los labios. Su corazón latió deprisa, anhelando ser descubierto y a su vez vencer por un momento a su Alfa. Imaginándose ya lo que vería, casi ignorando las emociones duales en su interior, se sorprendió al escuchar la puerta de la habitación siendo empujada para darle paso a su esposo, lo miró vistiendo su vestimenta típica; saco y chaleco incluidos. Ni uno de sus cabellos negros fuera de su lugar y emanando libremente sus feromonas de Alfa Sangre Pesada en celo.
Greg contuvo un jadeo, preguntándose cómo tuvo la suerte de que el atractivo e inteligente ángel lo hiciera suyo. Asomándose a través de la rendija de las puertas, observó a su esposo olisqueando el aire, su actuar apacible desmentido completamente por la masiva erección encerrada en sus planchados pantalones. Saliva inundó la boca de Greg, que terminó obligándose a prestar atención en donde hacía falta. Los ojos de Mycroft recorrieron la alcoba, el Omega se enorgulleció al presenciar la manera en que su esposo lamió sus labios al detectar el pequeño charco de esperma. Orgullo que tardó un instante para convertirse en lascivia, una vez Mycroft se acercara y con la punta de sus largos dedos tomara una muestra de la eyaculación que terminó levándose a la boca. Él susurró:
—Délicieuse. Gracias por el regalo, mon univers…
Creyendo que había sido atrapado, Greg esperó a que lo llamaran, en ese punto carecía de importancia cuánto tiempo escapó de su esposo, quería solo exponer su culo y ser invadido ahí mismo. A su pesar y ligera alegría, Mycroft comenzó a retirarse, en cuestión de un parpadeo salió de la habitación. Greg pudo detenerse antes de golpear la cabeza contra la madera del guardarropa, su corazón corría a tal velocidad que le causó extrañeza el que Mycroft no lo hubiera oído. En última estancia, gracias a lo sucedido y que nada pudiera hacer para evitarlo, el Omega comenzó a masturbarse, invirtiendo su escasa voluntad en limitar los toques —en extremo lentos— solo a su polla. Una mano aún le cubría los labios.
Los pasos firmes se alejaron, sin premura en ellos. Ninguna de las siguientes dos puertas, según el cálculo de la ahogada mente de Greg, se abrió, como un recordatorio de que su esposo, pese a estar en celo, mantenía un claro autocontrol dentro de la búsqueda. En ese momento Mycroft debía estar en la habitación donde se tocó e hizo caer algunas gotas de presemen, detectando que el rastro se terminaba poco después. Dividendo su concentración entre su polla y el sonido de las puertas abriéndose, un salto de felicidad sacudió su corazón al oír que su Alfa volvía sobre sus pasos.
El avance lento y decidido se frenó de golpe en la puerta de la habitación elegante, Greg se liberó y cubrió su aliento con ambas manos. Amaba el modo en que Mycroft cazaba, no como una bestia cuya falta de cerebro lo hacía perseguir a su Omega dando brincos por todos lados. Su Alfa era un pensador, la mayor parte de su energía la guardaba para cuando acorralara a su presa, entre tanto, se enfocaba en los detalles, aquello que le ensañara el camino correcto a su travieso esposo, quien escapó de su intento de llevarlo al nido.
—Sé que estás aquí, ma petite étoile, ¿por qué no vienes y terminamos con esto? No lo compliques, estás atrapado.
Dicho eso dejó pasar unos segundos, al no haber algún resultado caminó hacia el diván, tomó un pañuelo de su bolsillo y cuidadosamente limpió la crema deliciosa. Mantuvo el pañuelo en su diestra y procedió a sentarse con aquella calma tan favorecedora, digna de un cazador que aguarda el momento idóneo para lanzarse a una presa que se le ofrecería por voluntad propia. Una presa que ya advertía la rendición, acercándose veloz al estudiar las cuidadosas acciones de su esposo. Atento desde que lo tuvo a la vista, se preguntó qué haría una vez se sentara. El panorama se aclaró ante sus ojos al advertir a Mycroft recostándose, separando las piernas se acarició la verga por encima del pantalón y pronto la mano que no sostenía el pañuelo fue retirando la tela que la cubría. Su erección hinchada y llorosa se liberó de un salto. La enorme verga Alfa superaba el amplio volumen de su estómago y se levantaba todavía más allá.
Era una polla tan larga y tan gruesa como el mismo Mycroft, y al igual que Mycroft solo pertenecía a un hombre.
Usando su gran mano se dio un par de caricias, rodó en la punta del glande casi violeta su dedo índice, en seguida desdobló el pañuelo con la esencia de su Omega y la usó para acariciarse el tronco. Greg se aferró a cada gramo de la cordura que aún conservaba para evitar caer de rodillas. En general, ver a su Alfa siempre razonable, inteligente y tranquilo, fuera de su papel de caballero perfecto, provocaba a Greg de maneras indescriptibles. Actuando vulgar y sin embargo vestido como si tuviera una entrevista con Su Majestad, además de ser Greg quien tuviera la dicha y el privilegio de provocar aquella liviandad en su esposo, terminó con su ya escaso control.
—Ven a mí, Omega. —Greg gimió bajo la natural y erótica manera en que Mycroft extendió la orden. No una petición ni una pregunta, el tono grave aceptaría exclusivamente una respuesta, una a la que el Omega cedió en segundos.
Greg abrió la puerta del guardarropa y salió despacio, Mycroft sonrió al escucharlo pero no detuvo el masaje en su perfecta polla. Un par de brillantes ojos grises se posaron en el inspector y no halló él más excusa para mantenerse erguido. Sus manos y rodillas golpearon el suelo sin dar un paso hacia su Alfa, la lujosa alfombra ayudó en su aterrizaje, aunque apenas hubiera dado importancia a alguna lesión menor. Su concentración no se alejaría de aquella majestuosa e ingente verga, de las manos que la mimaban y los hilos transparentes que brotaban cual fuente de ella; del Alfa poderoso que le entregaba una nueva oportunidad de adorarlo y alabarlo.
El inspector gateó y se colocó en medio de los amplios muslos, cuidadosamente colocó sus manos en ellos, casi como si un movimiento en falso le arrebatara la oportunidad de venerar a su Alfa. Tragó ruidosamente, saliva no paraba de inundarlo al igual que su agujero creaba tal cantidad de lubricante que ya formaba un charco en la alfombra, eso tampoco apartó su atención de la magnánima polla.
—Haz sido un buen Omega, seré ser un buen Alfa para ti. Déjame alimentarte como es debido —gruñó, ofreciendo su verga a la boca sedienta de Greg, quien renegó toda voluntad de contenerse.
Una vez la lengua del inspector probó el elixir de su Alfa, el afán se desató en el interior de su vientre. Lamió sediento los caminos de presemen, masturbándolo con sus pequeñas manos e incitando a que continuara brotando. Gemía a la par de los gruñidos placenteros de su Alfa, disfrutando tanto de tener la verga en su boca como Mycroft de sus atenciones. Greg pasó de lamidas y besos a ligeras succiones a lo largo y ancho, hizo bailar su lengua ávida en la corona y siguió cada vena resaltada hasta la base, donde acunó cada pesada esfera, tirando de ellas amorosamente.
Al sentir una gran mano acariciándole la mejilla y un suave empuje que lo regresaba a la punta, el Omega entendió el deseo de su Alfa. Queriendo recompensar de nuevo todo cuanto su adorado esposo hacía por él, así como felicitar la manera en que lo capturó, demostrando una vez más ser un Alfa perfecto; Greg abrió la boca al máximo posible. Cubrieron sus labios los dientes y tragó la verga de su esposo hasta el fondo de su garganta. Eso aún no cubría ni la mitad de la herramienta obscena, entonces sus manos se encargaron del resto, bajando y subiendo a la par de su boca. Respirar se volvía una opción cuando se trataba de darle placer a su esposo y de disfrutar el oscuro anhelo por la suculenta polla.
Los sabores explotaban en su lengua, colmaban su hambre y, del modo en que lo haría una droga, lo hacían codiciar y tomar tanto que aun si pudiera secar a su Alfa, seguiría codiciando su esencia. Mycroft le masajeaba el cuero cabelludo, guiándolo según lo necesitara, obteniendo su placer de la experta boca del Omega. Greg, al igual que antes, se dejó conducir, disfrutando libremente de la gorda y celestial polla sabiendo que su esposo recordaría el punto máximo de la velocidad, profundidad y el tiempo que tardaba Greg en recuperar el aliento. En cuestión de minutos alcanzaron aquellos límites, y Greg no pudo agradecerlo en voz alta.
—Mon beau… Mon amour… La boca de ninguna cortesana podrá jamás compararse a la tuya.
Demostrando su agradecimiento por el cumplido, Greg hizo vibrar su garganta, provocando la expulsión de algunos cálidos hilos de exquisito esperma. Sus ojos lagrimearon al retomar el sube y baja, dolorosamente complacido con el sabor, en consecuencia su agujero aumentó la producción de lubricante, hacer feliz a su Alfa lo hacía feliz a él. La prueba de la ambrosía incrementó el llamado en su vientre, el vacío gritaba ahora, desgarrándole el interior. Sin embargo, peleándose contra su hambre de polla, no realizó ningún movimiento para frenar a Mycroft. De estar en su nido, utilizaría alguno de los juguetes que su esposo mandó a hacer con su tamaño exacto, disfrutando del sabor, el largo y el grosor de su verga en la boca otro par de minutos; no siendo el caso, las caderas de Greg comenzaron a moverse de arriba abajo, cabalgando el aire.
—Codicioso y cruel Omega… —Greg emitió algunas quejas cuando Mycroft redujo la velocidad de sus embates, él tampoco le permito a su Omega hacerlo por sí mismo. Encontró sus ojos desde abajo y le frunció el ceño, aunque no se detuvo, separó una de sus manos y con ella le amasó el saco cargado de esperma—. Te duele, e incluso así…
El inspector logró resistir los primeros intentos que hizo Mycroft para sepáralo de su polla, consiguiéndolo al hacer el intercambio de tres de sus gruesos y largos dedos, que todavía guardaban un poco de su presemen. Greg, ciego y atado a una gula interminable, los succionó enérgicamente, siguiéndolos sin quejarse. Acabado el sabor, se descubrió aferrado a los suaves dígitos, sentado en un blando regazo y frente al rostro de su Alfa; sus protestas terminaron ahí. Se le abrazó al cuello y lamió cada centímetro de él, también el mentón, los labios y mejillas. Enredando los dedos en los hilos de cabello oscuro, se entregó a un beso salvaje, apasionado, aceptando ser sometido bajo la lengua dominante y los dientes afilados.
Las manos de su Alfa vagaron a través de su pecho, uñas trazaron caminos en su espalda, dirigiéndose pronto a su cintura y caderas, cada zona ya debidamente decorada con moretones y mordeduras posesivas. A ese Alfa pertenecía y maldita fuera cualquiera que se atreva a acercársele, era un Omega al resguardo de un Alfa que sabía proteger su propiedad al punto en que se había ganado el derecho de colocar su marca en donde quisiera. Un escalofrío recorrió a Greg al advertir aquellas grandes manos acariciándole el maltratado cuerpo, rogando internamente que le hiciera aún más. Apunto de externar su anhelo, soltó un agudo suspiro contra la boca de su Alfa al sentir su polla dividiéndole la raja del culo.
Balanceó sus caderas de atrás hacia delante, golpeando su propia polla en el estómago de su Alfa y arruinando la elegante vestimenta. Aún no le pediría que se desnudara, si bien se estaba perdiendo la visión del amplio estomago en el que le imprimió sus rasguños y mordidas o del pecho colmado de moretones, amaba igualmente ser tomado desnudo con su amante vestido en su totalidad. Mycroft le lamió el labio, casi como una señal de que sus sentimientos eran los mismos. Y de no ser el caso y pretendiera ocultarse por razones ajenas, Greg iba a encargarse nuevamente de hacerle entender a su señor Gran Hombre cuánto amaba cada pliegue y esquina de su cuerpo lascivo.
Mycroft le acarició el agujero con su larga y gruesa polla un par de veces, la cabeza goteante besándolo, impregnándole su aroma descaradamente. Antes de colocarle las manos bajo los muslos, sostenerlos y levantarse, algo dentro del Omega comenzó a sustituir con rapidez su lujuria. Greg formó un mueca, resoplando, luchó contra lo que se avecinaba y pese a la erótica promesa en la verga de su Alfa. Un escalofrío le erizó la espalda de la peor manera, lo azotó la impresión de que alguien vendría en esa delicada situación a matar a su Alfa para tomarlo y aprovechar su celo, que debía estar en su nido y cerrar tantas puertas al exterior como sea posible asegurándose de que nadie sino su Alfa intente preñarlo. Los pensamientos intrusivos opacaban a la razón y frenaban de un tajo lo que hubo deseado hace no menos de un minuto.
Abrazándose al cuello de Mycroft inició la vigilancia en los alrededores, la habitación vacía poco hizo para menguar las advertencias cosquilleándole la piel. Agudizó sus sentidos, una vez salieron de la habitación, dispuesto a descubrir las amenazas para que su Alfa se encargara de ellas. Una mano en su cadera le repartió caricias a lo largo de la espalda, las nalgas y el muslo, despertando una parte de su conciencia de un modo eficaz aunque paulatino.
—Llegaste muy lejos en esta ocasión, amado mío, temo que calculé mal lo que le tomaría a una nueva ola del celo alcanzarte. Debimos habernos ido hace tres minutos, es imperdonable. —Greg le mordió el lóbulo, llamando su atención. Le susurró al oído:
—No te culpes, valió la pena… Me alimentaste como el Alfa perfecto que eres.
Las palabras cumplieron su intención. Gruñendo, Mycroft lo golpeó contra la pared del pasillo, le mordió en la marca del cuello e introdujo en su ano tres dedos hasta el límite de los nudillos. El grito hedónico del Omega resonó en todas direcciones. Si bien no se trataba de una polla, ser abierto repentinamente luego de tener solo sus dos pequeños dedos, aunado a los dientes en la marca sensible en su glándula de olor, jugaron juntos para provocarle un orgasmo. Consiguiendo el doble de lo que buscaba incitar al pronunciar su oración. Quizá olvidó que, igual a él, Mycroft lo necesitaba con una urgencia comparable a la suya.
—¡Sí… Sí, por favor! —imploró el Omega, cabalgando los gruesos dedos. Mas la facilidad de olvidar la urgencia de regresar al nido volvió tan pronto como se rindió al encanto de aquellos dedos. La dualidad del hecho incrementaba la distancia que lo separaba de su destino. Esa boca que pronto le selló los labios no ayudó en absoluto.
—Prometo… —inició Mycroft, Greg apenas captó el esfuerzo que hacía en formar las palabras—… que mantendré mis dedos en tu interior si detienes cualquier palabra de esos labios indecentes.
—¿Los… los moverás? —Mycroft respondió agitando sus dedos, Greg tembló entre sus brazos el resto del camino, ocupando sus labios indecentes en la piel a su alcance.
La habitación del nido, iluminada por lámparas de gas, guardaba aún sus aromas, conservando los restos de la última ola del calor. La cama en forma de abanico, empotrada contra la esquina más alejada de la puerta, estaba sobre una plataforma de madera firme quela levantaba del nivel del suelo. Un poste en cada esquina recta formaban un dosel bajo el que nadie podría entrar erguido si este no se desmontara al ser innecesario, siendo el caso, las cortinas que lo cerraban permanecían caídas desde cada mástil. Un muro sobresalía casi cuarenta centímetros sobre el ángulo convexo de la cama, hecho de largas y exquisitas telas, firmes en la base y delicadas en la cima, trenzadas entre ellas con el mayor cuidado y dedicación para que, incrustados en las amarras de las paredes, se conservaran erguidas pese a cualquier movimiento en la cama. Así, una vez Mycroft subió uno de los dos escalones de madera para superar el muro, Greg se encontró dulcemente en el centro del nido que creó para su Alfa.
Ocupó algunos segundos para ver el par de armas en la pequeña mesa a las afueras del nido, la reglamentaría de la Yard y el regalo sublime de Mycroft en su segundo aniversario; ambas limpias y cargadas, casi al alcance de la mano, dispuestas a defender a su Alfa y su nido. Greg se restregó ligeramente en las mantas sedosas, impregnando en ellas su perfume, puesto que colocó un par limpio al terminar la última ola del celo. Satisfecho, extendió una mano hacia su Alfa, la ansiedad de un peligro medio imposible sucedía su lugar al ya indiscutible vacío en su vientre.
Mycroft le besó en el dorso, acomodándose entre sus piernas, dirigió los labios a sus rodillas y muslos. Greg lo detuvo al ver a dónde quería llegar. En lugar de aclararlo, se decantó por deshacerse de una vez de las prendas que osaban esconder el cuerpo de su esposo. Si bien la erecta polla y las esferas permanecían expuestas, formando una imagen con la que Greg había eyaculado mil veces, nada superaba la visión de su Gran Hombre completamente desnudo. Comprendido el mensaje, pronto sus pieles se reunieron de nuevo. El calor, las feromonas y las manos vagabundas redescubrieron el lugar al que pertenecían, fundiéndose, danzando, se convirtieron en pasión y voluntad sin diluir.
—Alfa, por favor…
Greg se abrió de par en par, sosteniéndose de la cara interna de las rodillas para exponer su ano ambicioso, brillante y hambriento, deseoso de la verga Alfa, de su dureza, su largo, de aquel grosor que nunca fallaba en romperle los sentidos y las caderas. Mycroft se elevó sobre él opacando las luces, haciéndose de una suerte de halo sobrenatural e indómito que reafirmaba su condición de todopoderoso, del ángel que baja de la tierra por el comando de dios a imponer su castigo a los pecadores. Y qué lubricidad hallaba. Qué castigo no impondría en el Omega que rogaba por su polla, exhibiéndose su indecencia para recibirlo.
Los pensamientos de Greg murieron en el mismo instante en que Mycroft, frotándose los nuevos hilos de presemen alrededor de la verga, guio la punta hasta su agujero. Dilatado por los dedos de su esposo, aún la ancha cabeza tardó en acoplarse, Greg gimió del placer más absoluto, aceptando cada punzada se permitió caer de lleno en la dicha de ser finalmente profanado. Marcó las yemas de sus propios dedos en sus muslos, abriéndose tanto como la generosa verga lo necesitara. Sin detenerlo, sin dar la menor señal de que no era eso lo que exigía su alma, consintió cada centímetro de su esposo en el abrigo estrecho de su orificio. La satisfacción inundándolo al punto en que, antes de asimilarlo todo, un orgasmo no advertido, cegada su mente y su carne por la inmensa verga, lo sacudió.
Naturalmente, eso no detuvo la exigencia que nacía desde su útero o la lujuria que ordenaba ser complacida por la polla de su Alfa. El tiempo perdió sentido una vez logró contenerlo todo. Un ligero movimiento de esa verga provocaba en Greg un jadeo agudo, una vez Mycroft aceleró, los gritos y los sollozos de Greg nunca dejaron de suplicar la piedad de su Alfa, rogando que colmara con su polla colosal el anhelo, la sed, la ansiedad de su ano codicioso. Que apagara con espesa eyaculación el fuego ardiendo en su vientre.
Mycroft, cansado de inclinarse pese a la cantidad de almohadas elevando a su Omega, sostuvo sus caderas y lo levantó aún más. El nuevo ángulo provocó lágrimas de éxtasis divino, Greg se aferró a las mantas revueltas por una vida carente de valor si esa polla se alejaba, si se atreviera a tener compasión y le diera una calma que ahora podría matarlo. Tembló, su cuerpo entero siendo invadido, divido por la verga monstruosa que en cada estocada le abultaba el vientre, le hacía perder el control de sus piernas, de su cabeza, de su boca. Eyaculó de nuevo, el placer no se detuvo, mucho menos las estocadas de la bestia que ahora tomaba el papel de su Alfa.
Bestia a quien le encantaba reducir a su Omega a poco menos que una masa de nervios carente de sentido, voluntad y opinión, rendido a su mandato. Dispuesto a complacerlo con su ano estrecho si aquello saciaba el hambre de polla y de esperma cálido que le daría a los mejores cachorros. El Omega se arqueó, feliz de ser el esclavo de su Alfa y de su polla, impaciente de mostrar cuánto le complacía su ferocidad, cuánto su pequeño agujero podía abrirse para recibirlo. Cuánto se deformaba y lo bien que se sentía. Cómo podía expandirse con sus cachorros.
El nudo de Mycroft comenzó a formarse, el interior de Greg ya estaba preparado para él. Lo cargó fácilmente, el cuerpo laxo, sumiso y confiado, lo sostuvo contra su pecho sin permitirle el contacto con la cama. El Omega se aferró a él, expuso su cuello amoratado, gimiendo por su nudo y su semen. La dificultad del vaivén convertía cada golpe, aunque lento, en indescriptiblemente perfecto. Conforme la verga ya monumental aumentaba su grosor, un estremecimiento final los sacudió al tiempo en que el tamaño imposible detuvo cualquier pretensión de estocada.
Cálido y abundante semen fue vertido dentro del Omega, leche espesa que inundó su sed, extrayendo de su cuerpo clímax celestial, eterno. Y la madre naturaleza, recompensando la intención de perdurar la especie, condicionándolos a repetirlo si acaso no diera resultados, obsequió a sus cuerpos de un largo y profundo orgasmo. Permanecieron durante tres minutos en convulsa dicha.
Descendiendo del paraíso y descubriéndose devuelta en la cama, dentro de los brazos de su esposo, Greg se preguntó si acaso ese iba a marcarse como el orgasmo más pequeño que disfrutaron desde que comenzó su celo. Cual sea el caso, ciertamente no interpondría ninguna queja. Su Alfa acurrucándolo en un abrazo apretado descartó el asunto. Greg sonrió al ver los colmillos de su esposo comenzando a retraerse, cuatro hermosos y nada aterradores pares que saldrían a jugar sobre su cuello la próxima vez. Se ofreció a ellos aún si no le atravesarían la piel. Mycroft le mordisqueó ambas glándulas, las dos con su respectiva marca e igual de sensibles que su polla, misma que ahora descansaba inerte entre su estómago y el de su esposo.
—Mycie… Mycie… —susurró Greg, riendo. Su voz silenciada y rota por los gritos. Los traviesos mordiscos continuarían si no pronunciaba las palabras correctas—. Mycie… te amo… —Entonces, Mycroft se detuvo. Lo miró a los ojos, su piel blanca resaltaba el sonrojo y algunas pecas en la nariz, su cabello negro impresentable en la buena sociedad. Sin embargo, su sonrisa… ¡Esa sonrisa! Greg mataría por esa sonrisa.
—Te amo, alma mía.
Y eso era el mundo.
* * *
Primero, traducciones;
Précieux: precioso.
Mon roi: mi rey.
Mon chevalier parfait: mi perfecto caballero.
Délicieuse: delicioso
Mon univers: mi universo.
Ma petite étoile: mi pequeña estrella.
Mon beau: mi hermoso.
Mon amour: mi amor.
Segundo, ¡ocupé cuatro horas de mi vida buscando información sobre jardines victorianos y solo lo mencioné en un párrafo! ¬¬*. Y tercero: ¡Sí, mi Greg sabe francés! :D
Ahora, cariño, solo me resta disculparme por las faltas de ortografía. Espero que esta cosita traviesa te haya gustado, porque sin lugar a dudas vendrán muchas igual o más divertidas uwu. Por cierto, ¡feliz dominio público! Ahora todas y cada una de las historias de Sherlock Holmes están libres de derechos de autor :D
¡Déjame saber lo que piensas! ¡Feliz inicio de año!
¡Muchas gracias por leer!
¡Te amo! <3 <3 <3 <3
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lilietherly · 4 years
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[MiniFic! Mystrade]
Hurt/Confort.
Drama.
Fluff.
Vigésimo primera parte ❤️
Vigésimo segunda parte.
Vigésimo tercera parte ❤️
(¡Muchas gracias por continuar conmigo en esta historia
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:D)
* * *
¡Lo siento! u-u La historia ha terminado así que he borrado este capítulo… Pero no te preocupes, volverá, solo dame un tiempo para editarlo y presentarte una mejor versión <3
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(¡Amor mío, estamos en la recta final! :D)
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lilietherly · 4 years
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[MiniFic! Mystrade]
Fluff suave, esponjoso, posesivo y orgulloso.
Décimo sexta parte ❤️
Décimo séptima parte.
Décimo octava parte ❤️
(¡Ya sé que es lo que voy a hacer con Charles! Ah, y también ya di nombres a todos los capítulos :D)
* * *
¡Lo siento! u-u La historia ha terminado así que he borrado este capítulo… Pero no te preocupes, volverá, solo dame un tiempo para editarlo y presentarte una mejor versión <3
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(¡Perdona por los horrores ortográficos que puedas encontrar! Terminé este capítulo hace nada y bueno... para variar habrá un montón de cosas que no tengan sentido XD. Prometo corregirlo, obviamente :)
(Gracias por leer, te quiero. ¡Ciao! <3 <3 <3)
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lilietherly · 4 years
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[MiniFic! Mystrade]
Drama (?)/Fluff.
Mycroft posesivo.
Décimo quinta parte ❤️
Décimo sexta parte.
Décimo séptima parte  ❤️
(¡Lamento haber tardado tanto con la actualización! 😭)
(Por otra parte... 🎊✨🎊✨🎊✨🎊✨🎊 ¡Hemos superado las 30k de palabras! ✨🎊✨🎊✨🎊✨✨🎊✨🎊 Solo para darte una idea, mi historia completa más larga hasta ahora ha sido "Por amor", con poco más de 36k, y me tardé dos años en completarla 🤣🤣🤣 así que vamos a celebrar ✨🎊✨🎊✨🎊✨🎊✨🎊✨, que esto no es un logro de todos los días. Amor mío, en serio, te agradezco infinitamente por seguir leyendo esta locura, realmente estoy muy sorprendida de mi misma, pero nada de esto sería posible si no estuvieras aquí para leer, así que ¡muchas, muchas gracias! 😚❤️💕✨)
* * *
¡Lo siento! u-u La historia ha terminado así que he borrado este capítulo… Pero no te preocupes, volverá, solo dame un tiempo para editarlo y presentarte una mejor versión <3
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(¡Muchas gracias por leer! Espero que este nuevo capitulo no te haya parecido aburrido o tedioso, prometo hacerlo mejor 😄, aun no decido que va ha pasar con Charles, pero juro que ya se a dónde llevar a Mycroft y Greg, el único problema es escribirlo y combinarlo todo jajaa 🤣)
(Intentaré corregir los errores de ortografía cuánto antes, así que perdónalos por ahora. Me despido, ¡ciaooo! Te quiero 😚❤️💗✨)
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lilietherly · 4 years
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[MiniFic! Mystrade]
Basado en los personajes de Granada TV.
Angst.
Hurt/Confort.
Décimo primera parte ❤️
Décimo segunda parte.
Décimo tercer capítulo ❤️
(¡Muy bien! Ya es oficial, el nombre de está historia será "Insulto" 😚. Más tarde cambiare los links de los corazones por el título definitivo, o tal vez mañana 🤔... Uno de estos dias seguramente jajaa 😜)
(Seguiré intentando con mis portadas, probando qué tal queda el título, pero así se mantendrá de todas formas, aun me falta el resumen, pero eso ya es lo de menos 😋)
(Este capítulo es... Bueno, rayos si no es uno de mis favoritos, me rompió todavía más el corazón escribirlo, pero también fue hermoso😄. Para mí se sintió más bien como una montaña rusa emocional, no sé cómo será desde tu perspectiva, pero aun así espero que te guste leerlo al menos una pequeña parte de lo mucho que amé escribirlo ❤️✨)
* * *
Lestrade mantuvo un tranquilo silencio escuchando al querido y amable doctor Evans, quien lo regañó por el negligente e irresponsable cuidado de sus heridas. El hombre lo conocía muy bien, no se relacionaban exclusivamente por el trabajo, si las cenas tardías en compañía de su esposa y las casi siete navidades pasadas en su casa decían algo a favor de su amistad. Esto, tan desafortunado como podía ser, traía consigo el aparente derecho de reprender al inspector tal cual lo haría a un especialmente molesto e irresponsable hermano menor.
—Voy a hacer que despidan a ese bastardo —gruñó, colocando una nueva venda alrededor del hombro de Lestrade, quien de espaldas, se guardó cualquier aguda réplica que pudiera habérsele ocurrido.
Diederik Evans, habiéndose ganado a pulso el derecho de ser un hermano mayor en niveles muy por encima de sus propios hermanos mayores, sostenía en sus manos la confidencialidad obtenida de un hombre que comparte gustos similares. Gustos tan exquisitos que, en las propias palabras del doctor, no se limitaban a la hermosa y delicada belleza de las mujeres, sino que también, evolucionado, se veía capaz de fundirse en igual medida en el espeso y almizclado fervor masculino.
—Al demonio con eso, yo me encargaré de…
—Nada —lo cortó Lestrade, masajeándose el muslo, lo que sea que le hubiera dado el doctor ya surtía efecto, el dolor se convertía de a poco en una simple punzada—. Me encargué de eso y no hay otra cosa en la que puedas o debas involucrarte —añadió, su voz calmada, ocultando a la perfección lo afectado y débil que se sentía.
Algo en su interior amenazaba colapsar su ya delicado equilibrio. ¿Así lo soportaba un hombre? Se preguntó, su voz temerosa golpeando las delicadas paredes de su mente. La confusión llegaba a un límite que hacía imposible siquiera una respuesta al millón de dudas, incluso una cosa tan simple le hacía titubear. Recibió de su amigo un golpe amistoso en el hombro y un resoplido de mediana aceptación, sacándolo de sus pensamientos.
—¿Querrás convencerme del mismo modo en el caso de Charles? —cuestionó el doctor, poniéndolo de pie y ayudándolo a recostarse en la pequeña cama en donde pasó una incómoda noche. La piel blanca de Diederik manchada de un rojo furioso, casi a la par de su cabello y su barba espesa—. Sé que no puedo hacer nada sobre el asunto, sin embargo me gustaría saber que al menos evitarás exponerte descaradamente al peligro. Te conozco, Greg, y no quiero imaginarme identificando tu cuerpo si decides que ponerte como cebo para atrapar a ese hombre es la única solución.
Lestrade se sintió atrapado. Esquivó la mirada del doctor y le ayudó a quitarse los tirantes, desabotonar y levantarse la camisa. La herida en su vientre, aunque menos profunda se trataba de la más larga, si bien cicatrizada, todavía le causaba molestia. La carne sensible fue palpada duramente, en definitiva como una especie de castigo, por los gruesos fríos dedos. Se tragó un insulto.
—Aún estoy buscándolo, si lo encuentro antes que él a mí puedo prometerte que seré yo quien jale del gatillo, lo óptimo sería, ambos lo sabemos, llevarlo ante el juez —mirando la expresión en el rostro del doctor descubrió que sus palabras fueron apenas una respuesta viable—. Puedo sentirlo, Dirk, estamos cerca —dijo, conciliador, sin mentir y tampoco diciendo toda la verdad. El doctor asintió, creyéndole o no, lo aceptaba.
Prometiendo llevarle un bastón tan pronto lo consiguiera, ya que su pierna en definitiva acabó sufriendo por encima de lo esperado, bajo el techo de la pequeña casa desolada permanecieron nuevamente la confortable cantidad de dos cabezas. Mycroft acompañó al doctor hasta la puerta mientras Lestrade intentaba acomodar su ropa. Con toda la concentración que precisaba para enfocarse en el caso, su mente intranquila se veía superada ante pensamientos de inexistente relación. En toda su altura y atractivo, el hombre que lo desembocaba hizo acto de presencia.
Verlo causó que un estremecimiento recorriera su espalda. Repentinamente debilitado, apartó su rostro de la espesa bruma grisácea. Su corazón estallaría contra las costillas en un segundo ante el peso de esa repentina emoción, notaba las piernas temblar aun si seguía sentado, un sonrojo impetuoso se abrió paso de manera vergonzosa. El control de su ya endeble cuerpo se perdía veloz. La presencia de Mycroft imponía, modificando a su alrededor la luz y el oxígeno, muy aparte de lo que mostraba su físico o sus ojos, su aura misma hacía colapsar a Greg, fácil y voraz, pareciera estar en medio de una tormenta.
Un vendaval devastador que derrumbaba sus paredes, dejándolo indefenso, como una herida abierta, exponiendo hechos que nunca llegó a sentir en un nivel de intensidad siquiera parecido en ningún otro momento de su vida.
El pensar en lo sucedido al preparar el desayuno aumentó su timidez, su debilidad. Recordar la dulce sensación de su abrazo, de los besos demandantes, las caricias y aquella risa sublime —profunda, atronadora, la cúspide de lo masculino—, el sentirse a salvo al recostarse contra su pecho; no existía la culpa entre sus brazos, ni gritos ni insultos, ni voces que se precipitaran a hacerle saber cómo un hombre debería ser. De una forma incomprensible, se volvía correcto. Estaba bien sentirse frágil, dejarse llevar, dejarse proteger.
Y deseaba regresar. Entregarse una vez más, entregarse para siempre. Cuando aquella pesada niebla se mantuvo fijamente en él, arrancándole de un tajo el último gramo de fuerza, le dejó apenas cubrirse el vientre usando los brazos, bajo su intensidad desvío la mirada. Evitando mostrar sus cicatrices. ¿A Mycroft le molestarían?
El corazón se le atoró en la garganta al escuchar sus pasos, un temblor le recorrió el cuerpo, sus sentidos sobrecargados, casi preparándose para caer desde un acantilado. Un peso descomunal de súbito volcado en su ser. Se encontró ávido. Sumamente necesitado. Lo quería de nuevo. Lo ansiaba tanto. Quería ser sostenido. Le faltaba la respiración, su corazón dolía, quería saber que al menos durante un segundo estaría bien, que caería confortable sobre su pecho. Poderosos brazos volvieron a tomarlo, llevándolo hasta sentarlo en los suaves muslos, sabiéndose rodeado de Mycroft, sintió la primera lágrima caer. Llevó las manos a su rostro, tocando la humedad entre los dedos y mirándola confuso, sin entender a quién pertenecía o de dónde provenía. Apenas consciente de nada, un suave puño contrajo sus latidos, respirar se complicó aún más.
—Está bien —susurró Mycroft usando una calmada voz—, todo estará bien. —Acariciaba su espalda y lo aferraba como si la vida dependiera de ello. Un diluvio de lágrimas se desencadenó desde los castaños ojos de Greg, después de la primera ya nada pudo detener las siguientes, ni siquiera su falta de comprensión.
Ocultó su rostro contra el cuello de Mycroft, sujetó con fuerza la tela oscura del saco, una idéntica angustia repentina deslizó hacia su cuerpo un miedo frío e imprudente antes reprimido en su interior, gritó. Todo dolía, pero era tan bueno. Todo era oscuro, pero tan increíblemente hermoso. Todo era dulce, pero tan incorrecto. Sabía tan bien sobre su piel, pero no debería serlo. Y sin embargo, en su dulzura ilógica, lo quería. Lo amaba.
He aquí su revolución, la rendición de lo que sabía contra lo que sentía. Su grito de triunfo y derrota. Su naturaleza y su insulto. La última estaca de la rebelión. He aquí al ganador, que victorioso cantaba su gloria despidiendo a los perdedores a través de sus ojos. Su final, su principio; cerrando su garganta en emociones infinitas, oníricas e inefables. ¿El resultado? Ni positivo ni negativo, solo Greg Lestrade. En su yo más puro. Entregándose sin reparos, dentro de su inseguridad y descubrimiento, al hombre que lo abrazaba. A quien lo acariciaba cariñosamente, tanto como su alma frágil, agotada, lo exigía. A quien le susurraba amor y colmaba su espíritu de paz, otorgándole un refugio en donde podía descansar. Ser como realmente era.
—¿Por qué? —cuestionó, su voz rasposa apenas audible, todavía escondido y seguro en su brazos. Algo le hizo preguntar—. No tenías ninguna razón y aun así…
—Aun así besé tu mano —imitando a sus palabras lo tomó de la mano, simplemente sosteniéndolo contra su pecho luego de un beso tranquilo, al igual que el resto de su cuerpo, sin el menor atisbo de flaquear en su agarre—. Te equivocas al pensar que no había ninguna razón, siendo que fuiste tú quien me obligó a actuar. Te veías hermoso bajo la suave luz, luego el sonido de tu voz, el brillo en tus ojos… Y en el hospital, rodeado de ese impoluto blanco… —decía, separándose un poco, lo justo para coincidir sus miradas. Avergonzado, Lestrade intentó volver a su refugio, Mycroft lo detuvo encajando en la bisagra de su mentón los meñiques, un par de pulgares limpiaron los rastros húmedos, dejó de moverse, aceptando la atención—. Me gustaría que pudieras mirarte. Tus mejillas, tus labios, ¿cómo podría existir otra forma de adorar tal exquisitez? —Un par de nuevas lágrimas abandonaron sus ojos. Su corazón dolía, recibiendo lleno de temor cada palabra. No poseía ya la fuerza para rechazar cualquier cosa. Su debilidad le provocaba un hambre incontrolable, quería ser el centro de su atención, derrumbarse ante el caballero de tacto como la seda y sucumbir a sus caprichos.
Al mismo tiempo que se rendía ante el beso que Mycroft regalaba a sus labios, la paz volvía a su cuerpo, relajando a sus sentidos y el corazón, permitiéndose una entrega total, sin dudas o culpabilidad. Se dejó arrastrar por la tormenta, se dejó cuidar por la niebla. Y rendido logró comprender, aunque solo fuera el inicio, la verdadera emoción de seguridad ante su delicadeza. Liberó un suspiro, la boca ajena colocó un beso en su sien.
Recostándose entonces en el hombro de su Holmes, notó al fin la mano en su cadera desnuda. El ancho terso pulgar dibujaba gráciles líneas en su piel enrojecida y marcada por la cicatriz, evitó decir algo. Nada había de qué hablar, las palabras sobraban contra el afable toque. En silencio aceptó las caricias, estremeciéndose al sentirlas viajar a sus costillas y su pecho. Gruesos dedos enrojecían su piel ante la presión de su contacto, al tenerlos bajo su nuca cedió al beso demandante, rindiéndose a su fuerza, recibiendo anhelante cuanto su caballero quisiera entregar.
El aliento le faltaba e incomprensiblemente el deseo de alejarse permanecía sin aparecer, viendo su esfuerzo recompensado al sentir la palma sobre su espalda descender hacia sus caderas. Con el brazo libre se sujetó del grueso cuello de Mycroft antes de que la otra mano repartiera caricias a su muslo, el tacto suave aún a través de la tela. Al separarse elogios llovieron sobre sus oídos, su exhalación errática fluyendo silenciosa bajo cada halago. No escuchó burlas sobre su inexperiencia o rechazo a su torpe empeño de querer corresponder, estaba bien.
Al oír un par de golpes azotar la puerta, se sintió tranquilo al punto de no sentir pesadez o abandono al ser alejado de Mycroft, que prometiendo tener cuidado, volvió a tomar su mano para besarla antes de salir de la habitación. Esta vez, por primera vez, ninguna sensación confusa o pensamientos erráticos amenazaron con hacerlo flaquear. Al tenerlo de vuelta sin embargo, aun si lo sentó nuevamente en su regazo, el gesto de extrañeza instalado en el atractivo rostro no lo abandonó un segundo. El único culpable; el papel entre sus manos.
—¿Crees en él? —cuestionó Mycroft luego de que ambos hubieran repasado un par de veces las cortas líneas en la hoja. El humor anterior apenas sujetándose a su piel por los ocasionales roces de las manos de su amante sobre sus brazos o piernas.
«Inspector;
A nombre y honor mío, tenga por seguro que su búsqueda dirigida al señor Charles Delacroix se volverá completamente infructífera cuando, el sábado al amanecer, huyamos juntos a Francia.
Como su compañero de vida, estoy dispuesto a asegurarle que, al encontrarnos fuera de esta nauseabunda nación, ningún otro crimen se cometerá en nombre de nuestra apasionada aventura.
Reduzca su persecución, pues, hasta el día en que finalmente consiga liberarse del amante devoto cuya única meta es tenerme entre sus brazos.
Reniegue de mi petición y sufrirá las consecuencias.
R.»
—No importa si lo creo o no, Charles ha asesinado a diez hombres, ninguno de ellos tenía relación entre sí. Incluso si estas palabras son reales... —agregó en un susurró— ningún amor justifica la muerte de un hombre. —No convencido al detalle de sus propias palabras. Debería de estarlo, y en definitiva existía por algún sitio la culpa de no sentirse como se supone lo haría un protector de la ley. Sin embargo, habiendo probado ya el paraíso, probablemente desataría el infierno si se viera obligado a separarse de su caballero.
—Provocaría guerras por ti, Greg Lestrade —declaró, sosteniendo su rostro. Ante la firmeza de su voz el inspector tragó con fuerza, de alguna forma las palabras sonaban capaces de hacerse realidad. Un leve temor lo hizo estremecer un santiamén antes de desvanecerse, contrario a lo que debería sentir, saber lo que Mycroft estaría listo para hacer teniendo la única intención de conservarlo junto a él, nunca se mentiría, le hacía feliz.
Su pecho dolía, mientras su mente se empeñaba en concentrarse el resto de su cuerpo rogaba una vez más por los labios ajenos. Por el contacto. Consideró inadmisible planear deshacerse de la sensación, mucho menos si la tentación en persona mantenía aquel gesto sobrio, firmes los ojos en su rostro, atentos, observando con tanta intensidad. Se contagió del calor bajo esa mirada, del hambre reflejada en ella. No intentó resistir.
Abandonándose de nueva cuenta entre sus brazos, permitió que aquellos labios adictivos regresaran a su boca.
Suspiró, rendido.
Por ese depredador quería ser devorado.
(No puedo decir mucho sobre el próximo capítulo, pero estoy tan terriblemente tentada a escribir smut 😚... Sé que no sería bueno, pienso en que Lestrade aún está demasiado "fresco" en su nueva manera de sentirse que escribir un smut igual es demasiado 🤔. Tal vez sea excesivo y le dé más peso emocional del que ahora pueda soportar, no sé que tan claro logré plasmar el sentir de mi inspector, así que dime cuales son tus propias conclusiones ¿ok? 😊)
(Oh, casi lo olvido. No tengo la menor idea como es que he logrado escribir un nuevo capítulo por semana, pero de lo que si estoy segura es que no voy a prometer seguir con esta racha. Disfrútalo mientras pueda asdfghjkl 🤣🤣🤣, obviamente me seguiré esforzando por continuar, está historia solo me gusta más y más ❤️✨❤️✨)
(Me despido, mil gracias por leer 🤗❤️💕✨. Perdón por los errores ortográficos, serán corregidos cuanto antes 😚❤️. Te amo ❤️💕💞✨)
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