#Medicinalmente pensando
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Entre Latidos: La Danza del Estrés
En el pecho el peso del mundo me agobia,
el estrés, torrente que nunca amaina.
Como una válvula que cede y exhala,
busco alivio, intentando dejar que el miedo se vaya.
El corazón, testigo de esta vorágine,
latiendo apresurado, ¡qué torbellino tan grande!
El estrés se cuela, sin pedir permiso,
cada latido, un recordatorio impreciso.
El torrente del estrés, en su vaivén,
se cuela en la vida, sin pausa, sin tren.
Con palabras sentidas, sin tecnicismos crudos,
una historia de latidos desnudos.
El silencio del latir, cardias afónico,
susurros de infarto, un miocardio preso.
Angustia, sin colores, sombra en proceso,
un nudo en la aorta, eco estruendoso y crónico.
Torrente en la piel, noche oscura,
recovecos de isquemia ansiosa,
rubor venoso, vida morosa
arteria estrecha donde el miedo perdura.
Miocardio herido, y un eco que reclama,
sangre errante en su murmullo sutil,
luz en penumbra, desvelo incierto,
un mudo testigo, de ablaciones y arterias en riesgo.
El síndrome del seno enfermo,
al amor se rinde,
cada pulso, un soplo,
cada latido, un linde.
El amor, una resonancia magnética de pasión,
un eco de emociones, un rubor, una canción.
En el nódulo auriculoventricular se entrelaza,
cada latido, un sueño, cada impulso, una plaza.
La insuficiencia cardíaca un riesgo se presenta,
pero el amor, como marcapasos, se adentra.
Entre trombos de incertidumbre y ansiedad,
la arteria fluye en su verdad.
El nudo sinusal, un lazo de conexión,
como un stent, mantiene viva la atracción.
En la reestenosis del deseo, un desafío,
un trasplante, un nuevo brío.
El músculo cardíaco,
cada sílaba, un latido, eterno rumor.
Así entre sinapsis y corriente,
fluye persistente y coherente.
un sentir profundo,
un lenguaje, eterno y fecundo.
El silente estruendo de un AIT,
el corazón que batalla sin cesar,
el marcapasos luchando en desigual.
El férreo alambre guía de precisión,
en su danza entre venas y razón,
busca, palpa, encuentra la lesión.
Aleteos desenfrenados, arritmias en pavor,
en la aurícula, el ventrículo, en su interior,
un ballet caótico sin director.
El aneurisma, fiel sombra que acecha,
una arteria herida que sangra y trepa,
la angina, cual grito en la pechera.
Este cuerpo, entre arterias y tejido,
un viaje sin retorno, un latir perdido,
en el mar del corazón, un baile infinito.
La enfermedad en su estrecho muro,
coronarias angostadas, un preludio
del ataque al corazón oscuro.
Placas acumuladas, riesgo latente,
angina, ataques inminentes,
corazón que responde, valiente,
al riesgo de un final urgente.
El epicardio cubre su anhelo,
la estenosis, un paso hacia el duelo,
estrechez mitral, su desconsuelo.
El estrés, un peso en cada latido,
la hipertensión, el corazón herido,
el estrógeno, un manto escondido.
El corazón, en su danza y tormento,
busca alivio, paz en el aliento,
enfrenta la fibrilación con intento.
En el estudio con radionúclidos su destino,
el gasto cardíaco, su medida en camino,
el IMC, alerta en el desatino.
Entre enzimas, un rastro de sufrir,
el estrógeno, un velo por descubrir,
la homocisteína, su señal de ir.
En el ruido, un soplo, señal temblorosa,
la resonancia traza su melodía amorosa,
el corazón, en cada latido, un mapa, una prosa.
Sarcoidosis, sarcasmo del destino,
el corazón luchando, sin ser vencido,
en su viaje, un corazón valiente y divino.
Síncope, suspiro en desmayo contenido,
la taquicardia, un latido desmedido,
en su batalla, un corazón comprometido.
Ahora, entre soplos y valvular caída,
el corazón sigue, en su danza, su vida,
en cada latido, su historia tejida.
Un final en susurros, un cierre completo,
el corazón, en su lucha, su reto,
un poema de amor, un corazón discreto.
Este corazón, envuelto en incertidumbre,
en su pulso yace su propia cumbre,
un baile con la muerte, su disfraz, su lumbre.
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1943 — Inverness, Escocia.
Una segunda luna de miel, eso arreglaría todo, o eso pensaban Claire y Frank que después de varios años de servicio habían estado separados y el matrimonio se había enfriado por la distancia. Ella era enfermera de combate en lo que había sido la Segunda Guerra Mundial y Frank oficial de la MI6. Inverness, Escocia sería el lugar de destino.
El viaje en carro había sido bastante largo, aunque nada fuera de lo normal. Lo primero que la pareja hizo fue dirigirse hacia el pequeño hotel al que se hospedarían «Mrs. Baird’s Bed and Breakfast», pero en el camino podían observar que las partes superiores y los costados de las puertas estaban manchadas y no parecía otra cosa más que sangre, aquella que probablemente fuera animal. Ideas se les cruzaban a ambos por la cabeza, como pensando en alguna clase de ritual como así también algo relacionado al paganismo. Al entrar al lugar la dueña estaba en recepción y pudo escuchar lo que ambos hablaban.
— La sangre que vieron es de un gallo negro joven. Es una vieja costumbre hacer un sacrificio en honor a San Odhran -comentó la señora Baird mientras Claire se quitaba su sombrero, que hacia juego con su abrigo y observaba como Frank disfrutaba de la conversación y aprovechó para contarle que en dos semanas partirían para Oxford ya que trabajaría como profesor y estás iban a ser como sus últimas vacaciones. — Esta noche se realiza un festival por Samhain, donde están invitados -la señora les sonrió a ambos y Claire decidió aclarar algunas dudas. — ¿Samhain es el nombre gaélico de Halloween? -preguntó y Frank fue quien respondió rápidamente a la pregunta. — De hecho Halloween proviene de Samhain.
Una vez acomodados en el Hotel, decidieron recorrer un poco las Tierras Altas, una de ellas era el viejo Castillo de Leoch. El viaje más allá de ser una excusa para luna de miel, tenía otra finalidad. Frank estaba buscando información respecto a uno de sus antecesores que había estado presente en la batalla contra los jacobitas, pero no había encontrado mucha información de ello, por lo que con la ayuda de un amigo, el Reverendo Wakefield, se encargarían de buscar en los libros que el mismo poseía, algún dato sobre el famoso Black Jack Randall por quien Frank tenía tanto interés en conocer.
Al ver que Frank estaba muy entretenido con los libros del Reverendo, Claire decidió regresar al hotel para asearse ya que había sido un día bastante largo. Ya con su camisón de seda tomó su cepillo para el cabello y se dirigió hacia el espejo que tenía a un costado de la propia habitación, desenmarañando y deshaciéndose de los pocos nudos que tenía en el pelo. En aquel ínterin se provocó un corte de luz, por lo que rápidamente le pidió algunas velas a la Sra. Baird para poder encenderlas y darle algo de luz a la habitación.
Su esposo entró por la puerta mientras terminaba de encender las velas, éste se encontraba bastante inquieto y Claire no lograba entender el porqué. — Había un hombre observándote por la ventana, ¿No te has dado cuenta? -preguntó su esposo y Claire seguía algo confundida. — No, Frank..-fue lo único que la joven respondió. — Llevaba puesto un kilt, una boina y un pequeño escudo a la vista en uno de sus hombros.-hizo una leve pausa y Claire lo tomó de las manos. — Necesito que seas sincera, ¿Has estado con otro hombre durante estos años? ¿No es alguien que viene a buscarte? -hizo una leve pausa y Claire lo observó. —Claro que no, Frank. Jamás te haría algo así..-murmuró y se volvió a acercar a su esposo.
Abrió sus ojos, era aún de madrugada, Frank le había pedido que le acompañara a ver el amanecer en las rocas de Craigh na dun. — Ven, necesito mostrarte algo..-su esposo comenzó a destaparla para que decidiera levantarse y no perderse de la sorpresa que tenía para ella. — Es de noche aún, ¿Es muy importante? -preguntó la joven entre bostezos mas decidió darle el gusto por lo que se levantó y se cambió. Aún no se acercaba el sol por el horizonte cuando la pareja se encaminó hacia las famosas piedras de las que Frank había estado hablando por un gran rato. No tardaron en llegar ya que estaba a pocas millas de distancia. Frank le pidió que la acompañara de manera silenciosa, escondiéndose detrás de unos arbustos. Desde allí se podían observar varias mujeres de diferentes edades, incluyendo a la dama de llaves del Reverendo Wakefield, la Sra. Graham. Frank las llamaba druidas, y estas danzaban alrededor de la piedra central del lugar, siendo éste un ritual celta que era una costumbre desde ya hacía muchos años, incluso siglos.
Una vez que amaneció estás comenzaron a retirarse del lugar lo que les facilitó a ambos el acercarse a la zona de las piedras. Claire encontró entre las mismas unas flores que la habían maravillado. En su tiempo libre se la pasaba estudiando las mismas ya que muchas de ellas servían medicinalmente, más no tuvo mucho tiempo para quedarse ya que una de las druidas regresó al lugar. Frank la tomó de la mano y comenzaron a correr hacia donde se encontraba el carro estacionado.
Al día siguiente, Frank regresó de nuevo a la casa del Reverendo pero esta vez Claire decidió quedarse a descansar y leer entre sus anotaciones a ver si tenía cierta información de aquella flor que había encontrado en el lugar la madrugada anterior. — Creo que regresare a Craigh na dun para saber más de la flor y estudiarla..-Frank no se negó, sabía que Claire prefería estar entre plantas, flores y la naturaleza que estar encerrada entre libros y polvo.
Le había dejado el carro por lo que le posibilitó el ir hacia el lugar. No tardó mucho en llegar y aprovechó el momento de sol que había para disfrutar del aire y del paraíso escocés que la rodeaba. Estacionó el carro a una distancia considerada y se dirigió hacia una de las piedras donde había encontrado la famosa flor. Quiso arrancar la misma pero un viento remolineante le llamó la atención, un zumbido se hacía cada vez más presente, éste provenía de la piedra central. Claire se acercó a la misma y posó sus manos en ella.
[…]
Mayo, 1743— Inverness, Escocia.
Abrió sus ojos confundida. No sabía por cuanto tiempo había permanecido inconsciente en aquel lugar. Una vez que se repuso se levantó y se dirigió hacia el lugar en el que había estacionado el carro con anterioridad, pero no logró encontrarlo por lo que no le quedó de otra que ir caminando. Había estado recorriendo aquella zona tiempo antes y no entendía porque se veía tan diferente, o prefería rehusarse a pensar en lo que podía estar pasando.
Comenzó a escuchar tiros y observó a algunos hombres prácticamente disfrazados con atuendos de época, ¿Acaso estaban filmado alguna película? Fue lo primero que pensó la morena. Más cuando los tiros iban directo a Claire se dio cuenta que algo estaba sucediendo, entonces se echó a correr lo más rápido que pudo. Logró esconderse tras una piedra y un hombre con una casaca roja, como la de los hombres que había visto con anterioridad estaba tomando un poco de agua a la orilla de un río. Cuando éste se dio la vuelta Claire observó a la persona que tenía enfrente. —¿Frank? -la morena preguntó algo confundida, sabiendo en su interior qué él no era su marido por más que al ver su rostro fuera exactamente el mismo que el de su esposo. — ¿Quién eres? — Jonathan Randall Esquire, Capitán del Octavo regimiento de Dragones de Su Majestad. A su servicio. -Claire al oír su nombre decidió correr rápidamente pero el famoso Black Jack Randall la acorraló contra una de las piedras colocando su espada sobre el cuello de la morena. — ¿Quién eres? -no respondió, se rehusaba a hacerlo pero el filo de la espada se hacía presente sobre su garganta. —Mi esposo me espera..-murmuró sólo aquello. — Frank, Frank Beauchamp…-fue lo primero que se le vino a la cabeza, debía pensar bien que era lo que debía responder en caso de que Frank estuviera buscándola. A pesar de su esfuerzo, el Capitán no se creía aquella historia. — Dígame quién es usted realmente y porqué anda por aquí..-la espada se mantenía allí en el mismo lugar, más la morena no dejaba de resistirse. — Suéltame, bastardo..-Claire le escupió y aquello simplemente hizo que al hombre se le cruzara por la cabeza el aprovecharse de ella. Más no tardó mucho en quedar inconsciente ya que otro hombre con la típica vestimenta escocesa golpeó su cabeza y llevó a Claire consigo. Ella quiso resistirse y gritar hasta que sintió un gran golpe en la cabeza dejándola inconsciente.
Despertó luego de aquel golpe. Se encontraba encima de un caballo y detrás de ella el hombre que la había salvado de ser violada por el Capitán Randall. Había una pequeña choza a poca distancia por lo que imaginó que bajarían allí. Entraron a aquel sitio, lo que más le llamaba la atención del lugar no era nada más ni nada menos el olor a alcohol y suciedad como si estos hombres no se hubieran bañado por días.
Cuando comenzaron a hablar en lo que ella imaginaba que era gaélico observó a sus alrededores mientras pensaba en alguna forma de escaparse sin correr algún riesgo en el trayecto.
Uno de sus hombres claramente se encontraba herido, probablemente por algún encuentro con los hombres que anteriormente la perseguían. Entre ellos buscaban la forma de acomodar el hueso de su brazo pero no era la manera correcta. — Deténgase..-Claire pegó un grito al hombre que realizaría semejante atrocidad.— Si lo hacen así perderá el brazo. Hay que acomodar el hueso dislocado antes de deslizarlo en la articulación.-Con fuerza tomó el brazo del joven al que habían llamado Jamie, su cabello cobrizo brillaba al lado de la luz que el fuego le otorgaba.— Ésta es la parte más dolorosa.-observó al joven esperando algún gesto de aprobación y al recibirlo pidió ayuda a loa hombres para sostenerlo.— Estarás adolorido por algunos días, debes mantener quieto el brazo si deseas que se cure.-miró a Jamie por un momento para luego pedir a alguno de sus compañeros algo para poder ajustar su brazo al cuerpo para que este se mantenga quieto.- Soy enfermera, no debe moverlo por un par de días. -Claire lo miró luego de ajustar el cinturón por su espalda. — ¿Cómo se siente?
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