#Cisne de Cuello Negro
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magneticovitalblog · 2 years ago
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La noche de los engaños
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Era una noche de carnaval en Venecia, la ciudad de los canales y los palacios, donde el lujo y la belleza se mezclaban con el misterio y la intriga. En uno de los salones más suntuosos, se celebraba un baile de máscaras al que acudían las más altas personalidades de la nobleza y la política, así como algunos aventureros y artistas que buscaban diversión o fortuna.
Entre la multitud de invitados, destacaba una pareja que llamaba la atención por su elegancia y su porte. Él vestía un traje negro con adornos dorados y una capa del mismo color que le cubría los hombros. Su máscara era la de un león, símbolo de la república veneciana. Ella lucía un vestido blanco con encajes y perlas, y una máscara de cisne que resaltaba su belleza. Su cabello rubio caía en rizos sobre su cuello y sus hombros.
Ambos bailaban con gracia y armonía, sin separarse el uno del otro, como si fueran almas gemelas. Sus miradas se cruzaban con intensidad a través de las aberturas de sus máscaras, expresando un sentimiento profundo y apasionado. Nadie sabía quiénes eran ni de dónde venían, pero todos admiraban su presencia y su encanto.
Sin embargo, lo que nadie sospechaba era que tras esas máscaras se ocultaba un secreto que podía cambiar el destino de Venecia. Él era un espía al servicio del rey de Francia, que había venido a infiltrarse en la corte veneciana para obtener información sobre sus planes militares y diplomáticos. Ella era una cortesana al servicio del dogo, el gobernante de Venecia, que había sido enviada a seducir al espía para descubrir sus intenciones y traicionarlo.
Ambos habían fingido enamorarse desde el primer momento en que se vieron, pero en realidad solo buscaban cumplir con su misión. Sin embargo, lo que ninguno de los dos esperaba era que el juego del amor se convirtiera en realidad. A medida que bailaban y conversaban, fueron sintiendo una atracción irresistible el uno por el otro, una conexión que iba más allá de las palabras y los gestos. Se dieron cuenta de que tenían mucho en común: ambos eran inteligentes, valientes, audaces y aventureros. Ambos habían vivido una vida llena de riesgos y peligros, sin conocer la paz ni la felicidad. Ambos anhelaban escapar de esa vida y encontrar un lugar donde ser libres y felices.
Así fue como decidieron olvidar sus deberes y entregarse a su amor. Se escaparon del baile y se dirigieron a una góndola que les esperaba en uno de los canales. Allí se quitaron las máscaras y se besaron con pasión, sin importarles nada más. Se juraron amor eterno y se prometieron huir juntos al amanecer.
Pero su sueño no duró mucho. Al llegar a la orilla opuesta del canal, fueron sorprendidos por un grupo de soldados venecianos que les apuntaron con sus armas. El dogo había descubierto su traición y había ordenado su captura. El espía intentó defenderse, pero fue herido por una bala. La cortesana corrió a socorrerlo, pero fue detenida por dos soldados que la sujetaron con fuerza.
Los dos amantes se miraron con desesperación y tristeza. Se dieron cuenta de que habían sido engañados por sus propios sentimientos y por los intereses de sus amos. Se dieron cuenta de que habían perdido todo: su honor, su libertad y sus planes de felicidad,una pena siendo una noche iluminada por una gran luna majestuosa, complice de lo ocurrido,se ve a los lejos brillar dos mascaras en el suelo sin sus dueños,un gran silencio se hizo y un sueño roto sin compromiso..
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anamariapastorsblog · 1 year ago
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Seno silencios
Hipotenusa aguerrida
Cisnes negros
Desplumados sin
Tejido familiar
Ahogo en el cuello
De una botella.
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laopiniononline · 1 year ago
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Con programa de revegetación, Esval apoya la conservación del ecosistema en el Tranque de La Luz.
Nueva publicación en https://ct2.cl/9c
Con programa de revegetación, Esval apoya la conservación del ecosistema en el Tranque de La Luz.
La sanitaria realizó positiva evaluación de plan medioambiental en el embalse, con la instalación de biorrollos que favorecen el crecimiento de especies vegetales. Esto ha permitido proteger aves y al “Sapito de cuatro ojos”, especie en categoría de conservación.
Positivos avances registra el proyecto de conservación del ecosistema del tranque La Luz, en Placilla de Peñuelas. Esval inició en 2022 este programa para apoyar la protección de las aves en la zona y del “Sapito de cuatro ojos”, especie en categoría de conservación que se ha visto amenazada en nuestro país.
La iniciativa continúa realizándose, pues las especies se adaptan a los biorrollos -cilindros de fibras naturales- que contienen compuestos orgánicos y vegetales, y que están en etapa de crecimiento. Además, este proyecto favorece el desarrollo de las especies ya existentes en el tranque, como juncos, totoras e insectos.
“Para nosotros esta es una gran iniciativa que va de la mano con la sostenibilidad y protección del medio ambiente. Estamos comprometidos con el desarrollo de este embalse, que nos ha permitido mantener la continuidad del suministro de agua potable para más de 15 mil hogares de Placilla de Peñuelas, pese a la mega sequía que afecta a nuestra Región de Valparaíso hace más de 15 años. Creemos que este proyecto significa un gran aporte para resguardar de mejor manera el ecosistema de esta reserva hídrica. Necesitamos también el apoyo de todos, por lo que el llamado a la comunidad es a colaborar con el cuidado del entorno”, dijo el gerente regional de la sanitaria, Alejandro Salas.
“Resultados óptimos para el medioambiente”
El biólogo jefe de ERA Sustentable, Juan Fernández, quien está a cargo del proceso de conservación ambiental que ejecuta Esval en el tranque La Luz, explicó que “estamos en pleno desarrollo de esta revegetación de laderas por medio de los biorollos. Llevamos más de un año, es un proceso largo pero que trae resultados óptimos para el medioambiente. Tendremos disponibilidad de refugio para las aves, anfibios y la atracción de nuevas especies, como por ejemplo, la llegada del cisne de cuello negro”.
Agregó que “se trata de una técnica de restauración ribereña, que genera un beneficio biológico, paisajístico y sociocultural. La cubierta vegetal de estos biorrollos proporciona un sistema de depuración natural del agua y de estabilización de la ribera, junto con aportar a la fijación de CO2 mediante el proceso de fotosíntesis. Además, los núcleos tienen una piscina en su interior, que permite al Sapito de cuatro ojos (pleurodema thaul) completar su ciclo reproductivo en una zona húmeda y tener un refugio que favorece su conservación”.
La instalación de los biorrollos se inició en marzo de 2022, en el embarcadero, el mirador y otros sectores del tranque. Actualmente, un equipo de especialistas se mantiene en permanente supervisión de las condiciones de salud, crecimiento y vigor de las especies vegetales presentes en este embalse.
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myparadisemyblog · 1 year ago
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I need you, I desire you. I love you.
“Hola Giselle. Quiero verte esta noche, ¿puedes?”
Así ponía en su mensaje que llegó por la mañana , aun adormilada le respondí con una afirmación después de darle los buenos días.
“... trae un vestido negro , me acompañarás a una cena con unos amigos.”- me indicó
 “Negro? Negro formal?” Pregunté.
“Negro como quieras , pero corto. Es una cena por fin de año con unos amigos que no veo hace tiempo.  Te veo a las ocho en punto donde siempre”
“donde siempre” era el cruce entre dos calles específicas , tenía la curiosa manía de querer recogerme ahí casi todas la veces que habíamos salido.
No pregunté más detalles, solo me apegué a sus instrucciones a la hora de arreglarme, lo demás lo elegí por mí misma.
Opté por  un vestido de corte asimétrico, con una sola manga abombada  que dejaba mi otro hombro al descubierto, llegaba pocos centímetros debajo del muslo; lo acompañe con stilettos de un rojo vivo adornados con un moño por detrás y medias negras muy transparentes .
Mientras  me planteaba ideas para acomodarme el pelo pensaba en Leo, dentro de un par de horas estaría en sus brazos en uno de esos días perfectos de Diciembre; elegí una coleta baja con el pelo alisado.
Al estar esperando en el sitio indicado tenía la sensación de que el corazón se me hubiera subido a la garganta, estaba nerviosa , nerviosísima, ni siquiera tenía idea de qué le hubiera hablado de mi a personas de su entorno << ¿Lo había hecho?>>
Se estacionó y bajo del auto para abrirme la puerta, ya en el interior nos saludamos.
Inhale su característica loción que llenaba la totalidad del ambiente, tomo mi cuello para acercarme y darme un beso en los labios
-��Así estoy bien?- le pregunté al separarnos , mostrándole el vestido.
-Así me encantas. Te traje algo!- dijo abriendo la guantera y sacando una cajita azul rey cuadrada casi plana
Cuando la abrió dejo a la vista una gargantilla color plata con una perla pendiendo del centro, al acercarme un poco más para apreciar los detalles noté el diminuto cisne icónico de Swarovski justo sobre la perla. Abrí los ojos muy grandes llevándome una mano hacia los labios.
Leo tomó la gargantilla y tras acariciarme el hombro desnudo la coloco con delicadeza alrededor de mi cuello.
-Eres una gatita hermosa-
Me sonrojé , sonreí y le agradecí
Condujo por cerca de veinte minutos hacia un restaurante durante los cuales conversamos a cerca de como había ido nuestra semana.
Afuera del restaurante había otra pareja esperándonos, él parecía de una edad similar a la de Leo y su acompañante quizá un par de años menor, tenía el pelo claro y una tez pálida que hacía resaltar sus labios de un rojo intenso y sus ojos delineados.
Nos saludaron con calidez y cortesía, Leo nos presentó.
-¿Ya llegó Alejandro?- preguntó Leo
-No , llegará dentro de poco – le respondió la chica.
Unos minutos después llegó Alejandro, era un tipo apuesto con el pelo lacio y negro, tez blanca y estatura media. Iba vestido con un pantalón de vestir de color azul marino y un suéter cerrado azul rey.
Entramos juntos; al  parecer la chica , llamada Lucía  ya había hecho reservación; la hostess nos condujo hasta una mesa en el fondo, pegada a la pared, no había demasiadas  personas además de nosotros.
Durante la cena conversaron entre ellos, yo solo sonreía con gesto  amable y me limitaba a responder si me preguntaban algo, la pareja de Lucía era el que más hablaba. 
Tras una media hora de terminar la cena Lucía y su … ¿novio? se despidieron argumentando que al día siguiente saldrían de vacaciones. Nos quedamos en la mesa solamente Leo, su amigo Alejandro y yo.
Conversaron un rato más mientras bebían whiskey , yo tenía una copa de vino espumoso en las manos. Ellos parecían ser amigos más cercanos.
De repente  Alejandro se levantó para ir al sanitario,   nos quedamos solos Leo y yo, en cuanto Alejandro se fue, Leo me acaricio la pierna, empezando por mi rodilla y subiendo hasta mi muslo
-Quiero que se la chupes, nena-
-¿Qué?- Hice que repitiera la indicación y tras asimilar lo que estaba escuchando Leo me dio instrucciones precisas respecto a lo que quería que hiciera cuando Alejandro volviera.
 Al volver se sentó de frente a nosotros y tras un cómodo silencio, Leo le dijo con impresionante naturalidad:
-Voy a prestarte a mi gatita-
Alejandro pareció  un poco desconcertado.
El calor subió hasta mis mejillas ruborizándome, pero antes de que Alejandro pudiera notarlo al voltear a verme  Leo puso su mano sobre la mía apretándola e hice lo que me había indicado, me metí debajo de la mesa , las piernas de Alejandro ya estaban separadas así que me puse entre ellas, le acaricie los muslos con las manos, después pasé la palma abierta justo por sobre el cierre de su pantalón, le froté con suavidad mientras sentía como se iba endureciendo poco a poco, acerque mi boca al bulto que había crecido bajo su pantalón y lo presione con mis labios , dejando mi aliento cálido sobre él. Así permanecí unos segundos exhalando sobre su erección.
Mientras estaba ahí debajo de rodillas ellos seguían conversando como si nada, bueno , en realidad Leo hablaba y Alejandro solo asentía o emitía pequeñas expresiones de elocuencia;  escuche al mesero venir solo una vez para preguntar si se les ofrecía algo más , en cuanto este se retiró  Alejandro se removió en su asiento , llevo sus manos a los broches del pantalón para soltarlos y libero su erección, sacudió su miembro frente a mis labios , dio unos golpecitos sobre ellos y después me tomo por la nuca con una mano , abrí la boca, lamí el glande pero en seguida me empujo por el cuello para hacerla llegar hasta el fondo de mi garganta, respire profundo y lo recibí , comencé a mover mis mejillas y mi lengua. Noté como Alejandro se estremecía y comenzaba a respirar ,más profundo después de reprimir un saltito sobre el asiento.
-Suficiente, Giselle, ven- escuché decir a Leo sin cambiar su tono de voz, como si siguiera dirigiéndose a Alejandro
De inmediato me detuve y me arrastré hasta el asiento al lado de Leo.
-Necesito más de ella- le escuche decir a Alejandro en voz baja antes de retirarme  al tocador con el previo consentimiento de Leo, solo para verificar que mi aspecto fuera el adecuado .
Cuando volví ya habían pagado la cuenta, no sé como todo había pasado tan rápido, Leo se puso de pie colocando su saco sobre mis hombros y me dio el paso para que saliera por delante de él.
Alejandro subió a su auto sin despedirse, después Leo me hizo entrar al suyo.
-¿Qué pasa? ¿Ya se va?- le pregunté a Leo extrañada
-Vamos a ir a su casa- 
Al escucharlo un escalofrió de excitación me recorrió la espalda
-…Vas a complacerlo un rato – siguió mientras me tomaba de la barbilla.
No tengo clara la expresión que pudo leer en mi rostro pero completó con un: “- No tengas miedo, estaré todo el tiempo allí, contigo. Y si lo haces bien después podrás tener lo que en verdad necesitas y deseas … de mí”
-Dijiste que no me compartirías con ningún otro hombre…- reclamé  contrariada
-Cambie de opinión- respondió concluyente y poniendo el auto en marcha.
Mientras conducía tomo mi mano y mantuvo el contacto conmigo todo el camino.
Se estacionó fuera de una fachada color naranja con una puerta blanca y grande, supuse que era la casa de Alejandro.
Antes de bajar, paso una de sus manos por sobre mis pechos, primero sobre uno, apretándolo con toda la palma y después sobre el otro repitiendo el movimiento, metió la otra mano entre mis piernas , subió por mis muslos hasta llegara mi sexo, removió en puente de mis bragas y me acarició deslizando un dedo hacia mi interior
-Estas escurriendo, putita… lo vas a hacer bien, no te preocupes-
Me dio un beso y bajó del auto para abrirme la puerta.
Alejandro nos recibió́ en la puerta, se veía que había llegado hace rato, ya estaba descalzó y sin suéter , solo con una camisa blanca con las mangas dobladas hasta los codos. Después de hacernos pasar a la sala se sentó en un sillón con tapicería color crema,  Leo se recargó en el borde de un escritorio que estaba en frente, a unos dos metros de distancia , apretó́ mi cintura  y me dijo -“Ve con él”-
Asentí́ y con cautela me acerqué a Alejandro , me recibió́ tomándome por la cintura  y riéndose se dirigió hacia Leo -“ ¿Cómo haces para que te obedezca en todo?” -
Como respuesta obtuvo una sonrisa de suficiencia de los labios de Leo, de esos labios carnosos que yo deseaba tanto sobre mi piel, todo el tiempo, por los que yo haría todo a cambio de su validación expresada mediante escuetos halagos, otra veces recorriéndome el torso desnudo con paciencia.
Recargue una de mis rodillas en el sillón , entre las piernas de Alejandro , me incliné sobre su cuerpo y lo besé, me lamió los labios con su ágil lengua, me sujetó por el cuello con una sola mano  y me recostó́ en el sillón, se levantó para ponerse encima de mí, yo no podía dejar de pensar en que Leo estaba observándonos << ¿Cómo le gustaría que yo me comportara?>>, aunque debo reconocer que Alejandro resultaba muy atractivo para mí, era un hombre bastante pulcro, educado y olía bien, tenía las manos amplias y el tacto suave, totalmente digno de que cualquier mujer se perdiera en sus caricias.
Esta vez él puso su rodilla entre mis muslos, haciendo que la falda del vestido se plegara hacia mi cintura , me sujeté de la suya para jalarme hacia él y  tallar mi entrepierna contra su rodilla, llevó ambas manos a mi cintura, localizó el elástico de las medias y comenzó a deslizarlas por mis piernas enrollandolas hacia abajo, puso una de mis piernas extendida sobre su pecho , me descalzó y después de quitarme la media me dio una mordida en el muslo, suspire y curvé la espalda. Repitió la misma secuencia con mi otra pierna.
Al terminar de quitarme las medias, volvió́ a ponerme de pie, se puso detrás de mi espalda y después de besarme un hombro bajó el cierre del vestido, lo echo hacia delante descubriéndome el torso, apretó uno de mis pechos dándome otro beso en el cuello. Terminé de quitarme el vestido por completo sacándomelo por los pies. Debajo llevaba lencería negra: un sujetador de aros con encaje y una braga en el mismo acabado. Alejandro me apreció unos segundos , me miró los pechos pasó uno de sus dedos por el borde del sujetador , me mordí los labios cuando deslizo sus finos dedos por debajo de la tela y después rodeo mi espalda para desabrocharlo, tomó algo del reposabrazos del sillón y me pinzó los pezones , ambos, haciéndome ahogar un par de grititos.
-“Desnúdame”- me pidió , poniendo mis brazos sobre sus hombros
Dirigí́ la vista hacia Leo , él asintió́ con gesto aprobatorio.
Levé mis manos hacia los botones de la camisa y comencé́ a desabrochárselos, la deslice por sobre sus hombros, su pecho era amplio, con poco vello. Empecé a besar su torso por sobre la línea media mientras acariciaba su espalda hasta llegar a su ombligo. Me arrodillé, le saque el cinturón y solté los broches de su pantalón, volví a  ponerme de pie, lo tomé por la pretina y lo deslicé hacia abajo, me acerqué a su cuerpo, tallé mi pelvis contra su apretada erección,  el puso ambas manos sobre mis nalgas. Mientras se terminó el mismo de desnudar por completo me subí al sillón , de rodillas y de espaldas esperándolo…
Un instante después sentí como sujetó mi cintura, dirigiendo mi cadera un poco hacia arriba , me dio una nalgada , corrió el puente de mis bragas y metío su mano por detrás acariciándome la vulva, al sentir su pene rozándome la entrepierna me sobresalté, se sentía pesado y  firme ya.
<<Estas muy nerviosa… tranquila. >> me dijo haciendo una pausa para poner sus manos sobre mis hombros y acariciarme unos segundos, volvió́ a adquirir la posición anterior y tras dar unos golpecitos sobre mis nalgas con su pene totalmente erecto se hundió́ en el centro  de mis piernas, emití́ un profundo gemido al sentirlo llenarme. Empujé mi cadera hacia él y comencé́ a moverla en círculos, él empezó́ a embestirme con más fuerza , le extendí́ uno de mis brazos para que lo tomara y me jalara hacia su cuerpo. Inesperadamente comenzó́ a masajear alrededor de mi ano
-No, no , no…- le dije entre gemidos y doblándome hacia delante
-Sí – me respondió llevando sus dedos a mi boca, los lamí y los devolvió hacía mi periné , siguió masajeando mientras me penetraba.
De repente estábamos tan fundidos que Leo se esfumó de mi pensamiento por completo , Alejandro me mantenía  fuertemente abrazada contra su cuerpo y nos movíamos juntos al mismo ritmo.
Unos segundos después Alejandro volvió a sentarse
-Hazme terminar, preciosa- me dijo acariciandome la mejilla. -con tu boquita-
Volví a ponerme en cuatro y metí mi cara entre sus piernas, atrape su glande con mis labios , estaba ascendiendo e inesperadamente de reojo vi caer el cinturón de Leo a uno de mis costados , sentí su calor detrás de mí , acercarse , invadirme . Comenzó a estimular al rededor de mi ano , gemí más fuerte al darme cuenta de sus intenciones , sentí cuando metió la punta del glande y se recargó contra mis nalgas haciendo que yo me retorciera y por momentos dejara de lamer el pene de Alejandro.
Con todo mi esfuerzo logré no restarle atención a Alejandro , coloqué mis labios a la mitad de su longitud total , los presioné y succioné cuidadosamente pero con fuerza; eso lo hizo correrse en mi boca al instante; justo en ese momento deje caer mi cuerpo extenuado sobre el suelo, solo mantuve la cadera levantada, Leo seguía haciendo uso de mí.
Cerré los ojos, esperé a que terminara , percibí la tibieza de su semen sobre mis gluteos. Cuando volví a abrir los ojos Leo me tenía en sus brazos, llenándome de caricias delicadas, en el pelo y en las mejillas.
-¿Estás bien?- me preguntó
Asentí y hundí la cara en su pecho <<Por fin, en mi lugar favorito en el mundo>> . Olía delicioso, como siempre.
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ochoislas · 2 years ago
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EL ALMUERZO ADEREZADO
Hija, deja ya a un lado la aguja y la lana; está al llegar el amo; en la mesa de roble, sobre nuevo mantel de ofuscadores pliegues, dispón la loza clara y los lúcidos vasos. En la ensenada copa con cuello de cisne, sobre pámpanas verdes, pon fruta escogida: los priscos que recubre un veludillo virgen, onustos gajos negros, mezcla con dorados. Que bien cortado pan colme los azafates; luego cierra la puerta y espanta las abejas. Abrasa fuera el sol, se cuece la muralla. Remedemos la noche entornando las hojas, conque la estancia así, sumida en la sombra, se embeba de la fruta que la mesa abruma. Y ahora ve al corral a sacar agua fresca; y, viniendo de vuelta, mira bien que el jarro no pierda en mucho rato, fundiéndose gélido, un vaho muy liviano pegado a su panza.
*
LE REPAS PRÉPARÉ
Ma fille, laisse là ton aiguille et ta laine ; Le maître va rentrer ; sur la table de chêne Avec la nappe neuve aux plis étincelants Mets la faïence claire et les verres brillants. Dans la coupe arrondie à l’anse en col de cygne Pose les fruits choisis sur des feuilles de vigne : Les pêches que recouvre un velours vierge encor, Et les lourds raisins bleus mêlés aux raisins d’or. Que le pain bien coupé remplisse les corbeilles, Et puis ferme la porte et chasse les abeilles. Dehors le soleil brûle, et la muraille cuit. Rapprochons les volets, faisons presque la nuit, Afin qu’ainsi la salle, aux ténèbres plongée, S’embaume toute aux fruits dont la table est chargée. Maintenant, va puiser l’eau fraîche dans la cour ; Et veille que surtout la cruche, à ton retour, Garde longtemps, glacée et lentement fondue, Une vapeur légère à ses flancs suspendue.
Albert Samain
di-versión©ochoislas
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oscarpetrel · 2 years ago
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Tanto mar para nuestros remos
Llegamos a Angelmó un domingo, poco antes de las cuatro de la tarde y la lancha Patagonia ya estaba en el muelle. Antes de embarcarnos, cargamos varios sacos de trigo que enviaba Sofía a su familia. Sofía es una amiga del sur. Es hija de Marlene Neumann, directora de la Escuela Unificada de Isla Huar y nosotros viajábamos hacia la isla.
Ya adentro de la cabina de los pasajeros, me recosté en los colchones y salvavidas que estaban amontonados en la proa de la embarcación. Allí se escuchaba el fluir de las aguas y en cada golpe de ola crujían los maderos, como si el mar estuviese jugando con la embarcación, queriendo verla por dentro. Como si el Seno Reloncaví estuviese abriendo el fuelle de un acordeón marino.
Después de dos horas de viaje llegamos Huar. Dicen que la isla se llama así en homenaje a un indígena chono llamado Huercán. Esa versión indígena colisiona con un relato exagerado que cuenta que la isla entera fue regalada por una misión católica que nombró al sector San Felipe de Huar, en homenaje a un cura misionero. No es descabellado leer la isla desde lo religioso, sobre todo porque hasta el día de hoy es una isla que posee cinco iglesias funcionando para sus cerca de mil quinientos habitantes.  
Cuando llegamos en el embarcadero apareció una camioneta antigua y enorme de color rojo que esperaba el cargamento de sacos de trigo para las gallinas. También nos esperaba la señora Angélica que nos llevó a su bondadoso hospedaje.
Viajamos con la bailarina Paulina Aburto que presentó Mi propia fiesta; una obra que da cuenta de su propia historia por las danzas folclóricas del norte y del sur bajo el lenguaje de la danza contemporánea. El público estuvo compuesto por la totalidad del alumnado, además de los profesores y profesoras de la escuela. También tuvimos tiempo de hacer una clase de literatura para releer un relato maravilloso escrito por el músico Javier Aravena en nuestro libro Poesía a Cielo Abierto: travesías literarias isleñas. Editado por Provincianos editores. Finalizamos con una exposición del propio ilustrador del libro; Francolibrí. Sobre la mesa aparecieron tintas, gubias y rodillos quizás por primera vez.
En la pandemia, con el editor Andrés Urzúa y Franco, realizamos ese libro infantil antológico. Fue escrito por poetas, narradores y músicos. El capitán Helmuth se encargó de distribuirlo por algunas de las escuelas del Seno Reloncaví; en los mismos establecimientos educativos que habíamos visitado en las travesías literarias de Cielo Abierto en años anteriores. Ser original es volver al origen, dice el poeta Nelson Navarro.
Carolina y Julia amarraron toda la producción de esta vuelta al mar.  Volvimos a este lugar que resguarda en su interior a cintos de cisnes de cuello negro y enormes cormoranes. Carolina y Julia hicieron la técnica y el sonido, y fueron la miel de todos los mates. Ellas son las nuevas exploradoras de nuestra cartografía del maritorio.
            De vuelta en Calbuco almorzamos sopa de mariscos mientras sonaba una radio de otro tiempo. Como si una señal perdida de los años 90 hubiese entrado de golpe a un presente ajeno. Es que en el mar se pliegan los tiempos.
Puerto Montt desde la isla Huar se ve pequeñísimo. Como un dibujo futurista que brota entremedio de eternos volcanes y cerros magnéticos. Mucho más grande se expande el Seno Reloncaví; sobre sus aguas surcan las barcazas y las historias que cruzan de un lado para el otro sobre el lomo de las más furiosas y tiernas corrientes marinas.
Oscar Petrel
Pelluco
Marzo del 2023
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lapoema · 2 years ago
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130 cisnes de cuello negro han muerto por causas bacteriológicas efectos de la expoliación de los últimos dos siglos estaban en uruguay cuando murieron ahora sus almas están con las nuestras en este poema cuyas abejas diluyeron los cadáveres en una miel ácida
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jorgeluisborgestv · 4 years ago
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El podio de padres ejemplares en la naturaleza patagónica
#NaturalezaViva #PNLanin El podio de padres ejemplares en la naturaleza patagónica #DíaDelPadre
Desde el Parque Nacional Lanín (PNL) homenajean en este domingo especial a tres dedicados padres que habitan el bosque andino patagónico e instintivamente dan su ejemplo. La ranita de Darwin, la lagartija iridiscente y el cisne de cuello negro conforman el podio ganador entre toda la fauna que se encuentra en la región del área potregida, en el siguiente orden: La medalla de bronce es para el…
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elcorreografico · 4 years ago
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5 Destinos ideales para la Observación de Aves
📬 #5Destinos ideales para la #ObservacióndeAves ▶️ #Turismo #MedioAmbiente #Viaje #Argentina #Aves #Birdwatching Booking.com 📲
La Observación de Aves (Birdwatching) es una de las actividades turísticas emergentes más sustentables que puede hacerse al aire libre, descubriendo, estudiando y conociendo la importante diversidad que habita y vuela los cielos de nuestro país. El avistaje de aves es una forma distinta de recorrer el país, interactuando y disfrutando de la naturaleza en destinos como: Misiones, Córdoba, Ushuaia,…
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thelittleredblanket · 3 years ago
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Cisne de Cuello Negro en la Universidad de Concepción
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cesarik2 · 3 years ago
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En la orilla de la playa los los Cisnes cuello negro 🌅⛱️🦢🦢🦢 #nikon #naturaleza #nature #nikond5600 #nikonphotography #chileadicto #chiledenorteasur #chilegram #chile #penco #atardecer #adventure #adictoachile #atardeceres #avesdechile #aves #birdslovers #birds #cisnes #swan #lugaresquehablan #landscape (en Playa Negra) https://www.instagram.com/p/CWYsuZQvnau/?utm_medium=tumblr
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plumas-en-resistencia · 3 years ago
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Cisne de Cuello negro 
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maryelliot · 4 years ago
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Laguna Torca. Chile 
Ubicada en la Región del Maule, provincia de Curico, comuna de Vichuquén. Es uno de los ambientes húmedos e importantes de la zona central de este país. Tiene una diversidad de avifauna, como especies catalogadas en peligro de extinción como el cuervo del pantano y el cisne coscoroba, el cisne de cuello negro, el águila pescadora y el quique; y raras, como la garza cuca, la gaviota garuma.
https://goo.gl/maps/wKKHf1XZEFFk1c6b9
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grancityblog · 4 years ago
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Loftstories
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¡Hola amigos!
Hoy os voy a descubrir un nuevo espacio en la ciudad, en el corazón de Poblenou, el que fuera el barrio por antonomasia de la revolución industrial de Barcelona en el siglo XIX donde se alzaron las industrias que movieron durante años el nuevo hilo económico de la ciudad y que después se convirtió en un barrio de moda. Las fábricas se trasladaron a las afueras y dieron paso a edificios vacíos que se llenaron de espacios dedicados al diseño, escuelas y talleres creativos.
Me he acercado a conocer a Lana y Sebas, una pareja que además de compartir sus vidas comparten la gestión de su negocio. Hace unos días me abrieron las puertas de Loftstories, un loft dedicado a albergar desde sesiones de fotos hasta showrooms, presentaciones de producto y hasta rodajes de película.
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Su idea inicial fue la de conocer gente, sin intención de convertir su loft en un negocio si no más bien como una manera de hacer networking ayudando a que los proyectos e ideas de mucha gente creativa pudieran acabar siendo una realidad. De ahí que el nombre de su espacio venga de la fusión de “loft” y de “stories”. Muchas historias de pequeños y grandes proyectos pasaron por aquí. Muchos proyectos nacieron en su espacio, y otros en cambio, siguen en pie gracias al apoyo que recibiron en Loftstories.
Poco a poco, el alquiler de su espacio les ofreció la posibilidad de ampliar su red de contactos creando sinergias con otros profesionales y haciendo crecer su actividad comercial. Hoy Lana, además de confeccionar su propia línea de moda, ofrece la producción de diseños de otras marcas en su taller.
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El espacio cuenta con una pared de punta a punta donde entra luz natural y que te permite prescindir de focos de luz. Las fotos que hice durante mi visita fueron hechas sólo con la luz de los ventanales.
La decoración y atrezzo galopan a medio camino entre lo minimalista y lo kitsch. Tienes la libertad de mover cualquier objeto y mueble o incluso si lo prefieres, traer tu propio atrezzo y recolocar todo a tu antojo.
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El espacio está pensado para dar lugar a lo que necesites.
Además, ofrecen la posibilidad de utilizarlo como sala de reuniones de empresa, y fiestas privadas. Cuentan con cocina, zona de estar, lavabo. Y en el caso de caterings te ofrecen la gestión para que te despreocupes de eso. Trabajan con varias empresas de restauración en el distrito.
No dudes en contactarles para dar forma a lo que tienes planeado.
LoftStories
@loftstoriesbcn en Instagram
C Llull, 27. Barcelona
¡Nos leemos en el próximo artículo!
Ángel.
Vestuario:
Sudadera blanca relaxed fit de H&M Pantalón vaquero skinny lavado claro de Mango  Jersey cuello cisne Mobo Pantalón vaquero skinny negro lavado de Mango
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cuadernodeliteratura · 4 years ago
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«Antártida», Claire Keegan.
Cada vez que la mujer felizmente casada salía, se preguntaba cómo sería dormir con otro hombre. Ese fin de semana estaba decidida a descubrirlo. Era diciembre; sintió que se corría un telón sobre otro año. Quería hacer eso antes de ponerse demasiado vieja. Estaba segura de que se iba a desilusionar.
El viernes a la noche tomó el tren a la ciudad, se sentó a leer en un vagón de primera clase. El libro no llegó a interesarle; ya podía prever el final. Del otro lado de la ventana, las casas iluminadas pasaban veloces en la oscuridad. Había dejado afuera un plato de macarrones y queso para los chicos, había ido a buscar a la tintorería los trajes de su marido. Le había dicho que iba a hacer las compras de Navidad. No había razón para que no confiara en ella.
Cuando llegó a la ciudad, tomó un taxi hasta el hotel. Le dieron un cuarto pequeño y blanco, con vista a Vicar’s Close, una de las calles más antiguas de Inglaterra, una hilera de casas de piedra, con altas chimeneas de granito, donde vivía el clero. Esa noche se sentó en el bar del hotel a beber tequila con lima. Los viejos leían periódicos, no había mucho movimiento, pero no le importó, necesitaba una noche de descanso. Se metió en la cama que pagó y cayó en un sueño sin sueños, y se despertó con el sonido de las campanas que repicaban en la catedral.
El sábado fue hasta el shopping. Las familias habían salido a empujar cochecitos, a través de la muchedumbre matinal, un espeso torrente de personas que circulaba por las puertas automáticas. Compró regalos inusuales para los chicos, cosas que pensó no iban a imaginarse. Al hijo mayor le compró una afeitadora eléctrica —ya era hora—, un atlas para la niña y, para su marido, un costoso reloj de oro con esfera plana y blanca.
A la tarde se vistió, se puso un vestido color ciruela, tacos altos, su lápiz labial más oscuro y volvió al centro. Una canción de fonola, «La balada de Lucy Jordan», la atrajo al pub, una cárcel transformada, con barrotes en las ventanas y un techo bajo brillante. En un rincón, titilaban las máquinas tragamonedas y, en el momento en que se sentó en el taburete junto a la barra, por la canaleta cayó un montón de monedas.
—Hola —le dijo el tipo que estaba sentado al lado de ella—. No te había visto antes.
Tenía tez rojiza, una cadena de oro debajo de la camisa hawaiana de cuello abierto, cabello color barro y su vaso estaba casi vacío.
—¿Qué estás tomando? —preguntó ella.
Resultó ser un verdadero parlanchín. Le contó la historia de su vida, que trabajaba por las noches en un geriátrico. Que vivía solo, era huérfano, que no tenía familiares, salvo un primo lejano al que nunca había conocido. No llevaba anillo en el dedo.
—Soy el hombre más solitario del mundo —dijo—. ¿Qué hay de ti?
—Soy casada —le dijo, antes de saber lo que estaba diciendo.
Él se rio.
—Juguemos al pool.
—No sé jugar.
—No importa —dijo el hombre—. Te enseñaré. Vas a embocar esa negra antes de darte cuenta.
Puso monedas en una ranura y tiró de algo, y un pequeño estruendo de bolas de billar se derramó dentro de un agujero oscuro debajo de la mesa.
—Rayadas y lisas[1] —dijo, poniéndole tiza al taco—. O eres unas o eres otras. Yo empiezo.
Le enseñó a inclinarse y medir la bola, a observar la bola del taco cuando le daba, pero no la dejó ganar ni un juego. Cuando ella fue al baño, estaba borracha. No pudo encontrar la punta del papel higiénico. Apoyó la frente contra el frío del espejo. No recordaba haber estado tan borracha alguna vez. Bebieron sus copas y salieron. El aire le dolía en los pulmones. Las nubes se estrellaban unas contra otras en el cielo. Dejó caer la cabeza hacia atrás para verlas. Deseó que el mundo pudiera volverse de un rojo fantástico y escandaloso para combinar con su humor.
—Caminemos —dijo él—. Te llevaré a dar una vuelta.
Caminó a la par de él, oyendo el crujido de su campera de cuero, mientras él la guiaba por una vereda donde se curvaba el foso que había alrededor de la catedral. Afuera del Palacio del Obispo había un viejo que vendía pan duro para los pájaros. Le compraron y se quedaron junto al borde del agua, alimentando a cinco cisnes cuyas plumas se estaban poniendo blancas. Unos patos marrones cruzaron el agua volando y aterrizaron en el foso con un leve y delicado movimiento. En el momento en que un labrador negro se apareció a los saltos por la vereda, un desorden de palomas levantó vuelo al mismo tiempo, y se posó mágicamente sobre los árboles.
—Me siento como si fuera San Francisco de Asís — dijo ella riéndose.
Empezó a llover; sintió que la lluvia caía sobre su rostro como si fuera pequeñas descargas eléctricas. Volvieron sobre sus pasos hasta el mercado, donde se habían montado puestos protegidos por una lona alquitranada. Vendían de todo: libros hediondos de segunda mano y porcelana, grandes estrellas federales rojas, coronas navideñas, adornos de cobre, pescado fresco que yacía sobre hielo, con ojos muertos.
—Ven a casa —le dijo él—. Te cocinaré.
—¿Me cocinarás?
—¿Comes pescado?
—Como de todo —dijo la mujer y él parecía divertido.
—Conozco a las de tu tipo —dijo el hombre—. Eres salvaje. Eres una de esas mujeres salvajes de clase media.
Escogió una trucha que se veía como si todavía estuviese viva. El pescadero le cortó la cabeza y la envolvió en papel metalizado. A una mujer italiana que atendía el puesto al final de la feria el hombre le compró un frasco de aceitunas negras y un pedazo de queso feta. Compró limas y café de Colombia. Siempre, cuando pasaban delante de los puestos, le preguntaba a ella si quería algo. Era desprendido con el dinero, lo llevaba arrugado en los bolsillos, como si fuera facturas viejas, ni siquiera alisaba los billetes cuando los daba. Camino a la casa de él, se detuvieron en una licorería, compraron dos botellas de Chianti y un número de la lotería, todo lo cual ella insistió en pagar.
—Si ganamos, dividimos —dijo la mujer—. Vamos a las Bahamas.
—Sí, puedes esperar sentada —le dijo el hombre y la vio cruzar la puerta que él le había abierto. Pasearon por calles adoquinadas, dejaron atrás una barbería en la que un hombre, sentado con la cabeza hacia atrás, estaba siendo afeitado. Las calles se hicieron angostas y serpenteantes: ahora estaban fuera de la ciudad.
—¿Vives en los suburbios? —preguntó la mujer.
Él no respondió, siguió caminando. La mujer sintió el olor del pescado. Cuando llegaron a un portón de hierro forjado, él le dijo «dobla a la izquierda». Pasaron debajo de una arcada que daba a un callejón sin salida. Él abrió la puerta de una casa de esa cuadra y la siguió escaleras arriba en dirección al piso más alto.
—Sigue caminando —le decía, cuando ella se detenía en los descansos. Ella se reía nerviosa y subía, volvía a reírse nerviosa y volvía a subir. Arriba de todo se detuvo.
La puerta necesitaba aceite; los goznes chirriaron cuando se abrió. Las paredes del departamento no tenían adornos y estaban amarillentas, los alféizares estaban polvorientos. En la pileta de la cocina había una taza sucia. Un gato persa blanco saltó de un sofá en la sala de estar. Estaba abandonado, como un lugar donde ya no viviera nadie; olor a humedad, ningún signo de teléfono, ninguna foto, adornos, árbol de Navidad. El gomero del living se arrastraba por la alfombra en dirección a un cuadrado de luz que venía de la calle.
Había en el baño una gran bañera de hierro fundido, con patas de acero azul.
—Un baño —dijo ella.
—¿Quieres un baño? —preguntó el hombre—. Pruébala. La llenas y te metes. Vamos, adelante.
La mujer llenó la bañera, mantuvo el agua tan caliente como pudo soportarla. Él entró y se desnudó hasta la cintura, y se afeitó en el lavabo, dándole la espalda. Ella cerró los ojos y lo escuchó batir la espuma de afeitar, golpear la navaja contra el lavabo, afeitarse. Era como si ya lo hubieran hecho antes. Pensó que él era el hombre menos amenazador que hubiese conocido. Se apretó la nariz y se deslizó debajo del agua, oyendo cómo la sangre le bombeaba en la cabeza, el ajetreo y la nube en su cerebro. Cuando emergió, él estaba ahí, entre el vapor, limpiándose rastros de espuma de afeitar del mentón, sonriente.
—¿Te diviertes? —preguntó él.
Cuando él se puso a enjabonar una toalla de mano, ella se incorporó. El agua le caía por los hombros y le chorreaba por las piernas. Él comenzó por los pies y fue subiendo, enjabonándola lenta y enérgicamente. La mujer lucía bien a la luz amarilla de la espuma; levantaba los pies y los brazos y, ante su requerimiento, se daba vuelta como una niña. La hizo meterse nuevamente en el agua y la enjuagó. La envolvió en una toalla.
—Ya sé lo que necesitas —le dijo él—. Necesitas que te cuiden. No hay una sola mujer en el mundo que no necesite que la cuiden. No te muevas —añadió y salió para volver con un peine y comenzar a peinarle los nudos del cabello—. Mírate. Eres una verdadera rubia. Tienes vello rubio, como un durazno. —Y los nudillos de él se deslizaron por su nuca y siguieron por su columna.
Su cama era de bronce con un acolchado blanco de duvet y fundas de almohada negras. Ella le desabrochó el cinturón, se lo sacó de las presillas. La hebilla tintineó cuando tocó el suelo. Lo liberó de los calzoncillos. Desnudo no era bello, aunque había algo voluptuoso en él, algo inquebrantable y recio en su constitución. Tenía la piel caliente.
—Suponte que eres América —le dijo ella—. Yo seré Colón.
Debajo de la ropa de cama, entre la humedad de los muslos del hombre, ella exploró su desnudez. El cuerpo de él era una novedad. Cuando los pies de ella se enredaron en las sábanas, se las sacó de encima. En la cama, ella tenía una fortaleza sorprendente, una urgencia que lo lastimaba. Lo tomó del cabello y le llevó la cabeza hacia atrás, borracha con el olor de un extraño jabón en el cuello de él. El hombre la besó y la besó. No había ningún apuro. Sus palmas eran las manos ásperas de un obrero. Lucharon contra su deseo, combatieron contra lo que al final les iba a ganar.
Después, fumaron; ella no había fumado en años, había dejado después del primer hijo. Se estiraba para buscar el cenicero, cuando, debajo de su radio reloj, vio un cartucho de escopeta.
—¿Qué es eso?
Lo levantó. Era más pesado de lo que parecía.
—Ah, eso. Es algo que me regalaron.
—Qué regalo —dijo la mujer—. Parece que no solo te gustan los tiros del pool.
—Ven acá.
Ella se acurrucó contra él y rápidamente se durmieron, el adorable sueño de niños, y se despertaron en la oscuridad, hambrientos.
Mientras él se hacía cargo de la cena, ella se sentó en el sofá, con el gato en el regazo, y miró un documental sobre la Antártida, millas de nieve, pingüinos que arrastraban las patas con vientos bajo cero, el Capitán Cook navegando en busca del continente perdido. Él se apareció con una servilleta en el hombro y le ofreció una copa de vino helado.
—Tú —le dijo— tienes algo con los exploradores. —Y se inclinó sobre el respaldo del sofá y la besó.
—¿Con qué te ayudo? —preguntó la mujer.
—Con nada —respondió él y volvió a la cocina.
Ella bebió su vino y sintió cómo el frío le bajaba por el estómago. Lo podía oír cortando verduras, el hervor del agua sobre la hornalla. El olor de la cena flotó por los cuartos. Coriandro, jugo de lima, cebollas. Podría seguir borracha; podría vivir así. Él volvió y dispuso los cubiertos en la mesa, encendió una vela verde y gorda, dobló las servilletas de papel. Se veían como pirámides pequeñas y blancas, bajo la vigilancia de la llama. Ella apagó el televisor y acarició al gato. Su pelo blanco cayó en la bata azul oscura, de talla mucho más grande que la suya. Vio el humo del fuego de otro hombre del otro lado de la ventana, pero no pensó en su marido, y su amante tampoco mencionó la vida hogareña de ella ni una vez.
En cambio, con ensalada griega y trucha grillada, por alguna razón la conversación tuvo al infierno como tema.
De niña, le habían dicho que el infierno era diferente para cada persona, la peor de las situaciones posibles que uno imaginara.
—Siempre pensé que el infierno sería un sitio insoportablemente frío, en el cual una estaría medio congelada, pero sin perder la conciencia y sin sentir verdaderamente nada —dijo la mujer—. No habría nada, salvo un sol frío y el diablo, allí, mirándote.
Tembló y se sacudió. Estaba colorada. Llevó la copa a sus labios e inclinó el cuello hacia atrás mientras tragaba. Tenía un cuello hermoso y largo.
—En ese caso —dijo él—, para mí, el infierno estaría desierto; no habría nadie. Ni siquiera el diablo. Siempre quise considerar que el infierno está poblado. Todos mis amigos irán al infierno.
El hombre le echó más pimienta a su plato de ensalada y arrancó un pedazo blanco del centro del pan.
—En la escuela —dijo la mujer, sacándole la piel a su trucha—, la monja nos dijo que el infierno iba a durar toda la eternidad. Y cuando le preguntamos cuánto iba a durar la eternidad, nos contestó: «Piensen en toda la arena del mundo, todas las playas, toda la arena de las canteras, el lecho de los océanos, los desiertos. Ahora imagínense todos esos granos en un reloj de arena, una clepsidra gigante. Si por año cae un grano de arena, la eternidad es el lapso que a toda la arena del mundo le toma atravesar ese vidrio». ¡Qué te parece! Nos aterrorizó. Éramos muy niñas.
—Aún no crees en el infierno —dijo él.
—No. ¿Qué te creíste? Ojalá la hermana Emmanuel pudiera verme ahora, cogiéndome a un completo desconocido. Qué risa —dijo y, sacándole una escama a la trucha, comió un pedazo con las manos.
Él dejó los cubiertos de lado, apoyó las manos sobre sus propios muslos y se la quedó mirando. Estaba satisfecha, jugaba con la comida.
—De modo que piensas que también todos tus amigos irán al infierno —dijo la mujer—. Qué bien.
—Pero no al de tu monja.
—¿Tienes muchos amigos? Supongo que conoces gente del trabajo.
—A algunos —respondió—. ¿Y tú?
—Tengo dos buenos amigos —dijo ella—. Dos personas por quienes moriría.
—Tienes suerte —le dijo el hombre, y se levantó para hacer el café.
Esa noche, él fue voraz, entregándose totalmente a ella. No había nada que no habría hecho.
—Eres un amante generoso —le dijo ella más tarde, pasándole un cigarrillo—. Eres muy generoso y punto.
El gato se trepó a la cama y la sobresaltó. Había algo escalofriante en ese gato.
Las cenizas del cigarrillo cayeron sobre el acolchado, pero estaban demasiado borrachos como para preocuparse. Borrachos y descuidados y en la misma cama la misma noche. En realidad, todo era muy simple. Del departamento de abajo comenzó a subir música navideña. Canto gregoriano, monjes cantando.
—¿A quién tienes de vecino?
—Oh, a una viejita. Sorda como una tapia. Canta, también. Ahí abajo está en su mundo, tiene horarios extraños.
Se dispusieron a dormir; ella, con la cabeza apoyada en el hombro de él. Él le acariciaba el brazo, arrullándola como a un animal. La mujer imitó el ronroneo de un gato, haciendo sonar las erres de la manera en que le habían enseñado en las clases de castellano, mientras el granizo golpeteaba contra los cristales de las ventanas.
—Te voy a extrañar cuando te vayas.
Ella no dijo nada, se quedó ahí mirando cómo cambiaban los números rojos de la radio reloj hasta que se quedó dormida.
El domingo la mujer se despertó temprano. Durante la noche había caído una helada blanca. Se vistió, lo observó dormir, con la cabeza sobre la almohada negra. En el baño, miró dentro del botiquín. Estaba vacío. En el living, leyó los lomos de los libros. Estaban ordenados alfabéticamente. Atravesando el pavimento traicionero, se encaminó al hotel para pagar la cuenta. Se perdió y tuvo que preguntarle cómo seguir a una señora de aspecto preocupado y con un caniche. En el lobby del hotel resplandecía un gran árbol de Navidad. Su valija estaba abierta sobre la cama. La ropa olía a humo de cigarrillo. Se duchó y se cambió. La mucama llamó a las diez, pero ella le indicó que se fuera, le dijo que no la molestara, le dijo que nadie debería trabajar los domingos.
En el lobby, se sentó en la cabina de teléfono y llamó a su casa. Preguntó por los chicos, por el tiempo, le preguntó a su marido cómo había sido su día, le contó los regalos que les había comprado a los chicos. Volvería a los cuartos desordenados y revueltos, a los pisos sucios, a las rodillas lastimadas, a un vestíbulo con bicicletas y skates. Preguntas. Cortó, se dio cuenta de que detrás de ella había una presencia que esperaba.
—Nunca dijiste adiós.
Ella sintió la respiración de él en su cuello.
Ahí estaba, una gorra de lana negra le cubría las orejas, ocultándole la frente.
—Dormías —respondió.
—Te escabulliste —le dijo el hombre—. Eres discreta.
—Yo…
—¿Querías escabullirte para almorzar y emborracharte? —dijo, empujándola dentro de la cabina y besándola, un beso largo y húmedo—. Me desperté a la mañana con tu olor en las sábanas —le dijo—. Fue hermoso.
—Envásalo —respondió ella— y nos haremos ricos.
Almorzaron en un lugar con paredes de dos metros, ventanas en arco y piso de lajas. Su mesa estaba al lado del fuego. Comiendo carne asada con Yorkshire pudding, volvieron a emborracharse, pero no hablaron mucho. Ella bebía Bloody Marys y le decía al mozo que no fuera tímido con la salsa tabasco. Empezaron con cerveza, luego pasaron a los gin tonics, todo lo que pudiese alejar la perspectiva inminente de su separación.
—Por lo general, yo no bebo así —dijo la mujer—. ¿Y tú?
—No —dijo él y le hizo una seña al mozo para que trajera otra ronda.
Se tomaron más tiempo del debido con el postre y los diarios dominicales. Vino la patrona y echó más leña al fuego. En un momento dado, mientras daba vuelta la página del diario, ella levantó la vista. Él le estaba mirando fijo la boca.
—Sonríe —dijo el hombre.
—¿Qué?
—Sonríe.
Sonrió y él se estiró para poner la punta de su dedo índice contra los dientes de ella.
—Listo —le dijo, mostrándole un pedacito de comida —. Ya está.
Cuando pasaron por el mercado, caía una niebla espesa sobre la ciudad, tan espesa que ella apenas podía leer los carteles. Los vendedores domingueros rezagados, salidos para hacer las ventas de Navidad, mostraban sus porcelanas.
—¿Terminaste con las compras de Navidad? —preguntó ella.
—No. ¿Acaso tengo a alguien a quien regalarle algo? Soy huérfano. ¿Recuerdas?
—Lo siento.
—Vamos. Caminemos.
Él la tomó de la mano y la condujo por una calle sucia que daba a un bosque negro, más allá de las casas. Le apretaba la mano; a ella le dolían los dedos.
—Me estás lastimando —le dijo.
Dejó de apretarla, pero no se disculpó. La luz abandonaba el día. El atardecer avanzaba sobre el cielo, sobornando a la luz para que oscureciese. Caminaron un buen rato sin hablar, limitándose a sentir el silencio del domingo, oyendo a los árboles que se tensaban contra el viento helado.
—Me casé una vez, estuve en África de luna de miel —dijo repentinamente el hombre—. No duró. Tenía una casa grande, muebles, de todo. Era una buena mujer; también, una maravillosa jardinera. ¿Viste la planta esa que hay en mi living? Bueno, era suya. Durante años estuve esperando que se muriese, pero la mierda esa sigue creciendo.
Ella recordó la planta que reptaba por el piso, del tamaño de un hombre adulto, con una maceta no más grande que una cacerola, las raíces secas enmarañadas sobre la maceta. Un milagro que todavía estuviera viva.
—Hay cosas sobre las que uno no tiene control —dijo el hombre, rascándose la cabeza—. Me dijo que sin ella no duraría ni un año. Ja, se equivocó —agregó y la miró sonriéndole, una extraña sonrisa de victoria.
Para entonces ya se habían adentrado mucho en el bosque; salvo por el sonido de sus pasos sobre el camino y por la franja de cielo entre los árboles, ella podría no haber estado segura de dónde estaba el sendero. De pronto, él la agarró y la tiró debajo de los árboles, la empujó contra un tronco. Ella no podía ver. Sintió la corteza a través del abrigo, el vientre de él contra el suyo, pudo oler el gin en su aliento.
—No me olvidarás —le dijo él, sacándole el cabello de los ojos—. Dilo. Di que no me olvidarás.
—No te olvidaré.
En la oscuridad, pasó sus dedos por el rostro de ella, como si fuera un ciego tratando de memorizarla.
—Tampoco yo te olvidaré. Algo de ti quedará latiendo acá —dijo el hombre, tomándole la mano y poniéndola dentro de su camisa. Ella sintió latir el corazón del hombre debajo de su piel caliente. Él la besó entonces como si en la boca de ella hubiese algo que quería. Palabras, probablemente. En ese momento repicaron las campanas de la catedral y ella se preguntó qué hora era. Su tren partía a las seis, pero había empacado todo, no había prisa.
—¿Ya dejaste el hotel?
—Sí —se rio ella—. Creen que soy la pasajera más pulcra que jamás tuvieron. Mi equipaje está en el lobby.
—Ven a mi casa. Te llamaré un taxi, voy a despedirte.
Ella no estaba de ánimo para sexo. Mentalmente, ya se había ido, se encontraba con su esposo en la estación. Se sentía limpia, plena y afectuosa; lo único que ahora quería era un buen sueñito en el tren. Pero, finalmente, no pudo pensar en ninguna razón para no ir y, a modo de regalo de despedida, le dijo que sí.
Salieron de la oscuridad del bosque, caminaron por Vicar’s Close y aparecieron debajo del foso, no lejos del hotel. Había gaviotas. Revoloteaban sobre las aves acuáticas, se lanzaban en picada y se apoderaban del pan que un grupo de estadounidenses les arrojaba a los cisnes. Ella recogió la valija y caminó por las calles resbalosas hasta la casa de él. Las habitaciones estaban frías. Los platos sucios del día anterior habían quedado en remojo en la pileta, había un reborde de agua grasienta sobre el aluminio. Un resto de luz se filtraba por el espacio que quedaba entre las cortinas, pero el hombre no encendió la luz.
—Ven —le dijo.
Se sacó la campera y se arrodilló ante ella. Le desabrochó las botas, desatando los cordones lentamente, le sacó las medias, le bajó la bombacha hasta los tobillos. Se incorporó y le abrió cuidadosamente la blusa, contempló los botones, le bajó el cierre de la falda, deslizó el reloj de la mujer hasta tenerlo en la mano. Luego, buscó debajo del cabello de ella y le sacó los aros. Eran aros colgantes, hojas de oro que el marido le había regalado para su cumpleaños. La desnudó; tenía todo el tiempo del mundo. Ella se sentía como una niña a la que van a acostar. No tenía que hacer nada con él, para él. Ningún deber, lo único era estar ahí.
—Acuéstate —le dijo.
Desnuda, se dejó caer sobre el acolchado.
—Podría dormirme —dijo, cerrando los ojos.
—Todavía no —respondió él.
El cuarto estaba frío, pero él transpiraba; ella podía oler su transpiración. Con una mano, le inmovilizó las muñecas por encima de la cabeza y le besó la garganta. Una gota de sudor cayó sobre el cuello de ella. Se abrió un cajón y algo hizo un ruido metálico. Esposas. La mujer se sobresaltó, pero no pensó con la suficiente rapidez como para oponerse.
—Te va a gustar —le dijo él—. Confía en mí.
La esposó a la cabecera de la cama de bronce. Una parte de la mente de ella entró en pánico. Había en él algo premeditado, algo callado y avasallador. Más gotas de sudor cayeron sobre ella. Sintió el gusto picante de la sal en la piel de él. Retrocedía y avanzaba, la hizo pedir más, acabar.
El hombre se levantó. Salió y la dejó allí, esposada a la cabecera. Se encendió la luz de la cocina. Ella olió el café, lo oyó cascar huevos. Volvió con una bandeja y se sentó a su lado.
—Tengo que…
—No te muevas —dijo con tranquilidad. Estaba absolutamente sereno.
—Sacame las…
—Shhhh —dijo—. Come. Come antes de irte. —Y le extendió un pedazo de huevo revuelto pinchado a un tenedor, y ella lo tragó. Tenía gusto a sal y pimienta. Volvió la cabeza. En el reloj se leía 5.32.
—Dios, mira la hora que…
—No blasfemes —le dijo—. Come. Y bebe. Bebe esto. Ya traigo las llaves.
—¿Por qué no…?
—Vamos, bebe. Anda. Bebí contigo, ¿recuerdas? Todavía esposada, bebió el café de la taza que él le acercó a la boca. Fue apenas un minuto. Sintió una sensación cálida y oscura, y luego se durmió.
Cuando despertó, él estaba de pie, en la brutal luz fluorescente, vistiéndose. Seguía esposada a la cama. Trató de hablar, pero estaba amordazada. Uno de sus tobillos también estaba esposado a la pata de la cama con otro par de esposas. Él continuaba vistiéndose, abrochándose la camisa de jean.
—Tengo que ir a trabajar —dijo, atándose los cordones—. No tengo otra.
Salió y volvió con una palangana.
—Por si te hace falta —dijo, dejándola sobre la cama.
La arropó y luego la besó, un beso rápido y normal, y apagó la luz. Se detuvo en el vestíbulo y se volvió hacia ella. Su sombra se irguió amenazante sobre la cama. Ella abrió grandes los ojos, suplicante. Trató de alcanzarlo con los ojos. Él estiró las manos y le mostró las palmas.
—No es lo que crees —le dijo—. No es para nada eso. Te amo. Trata de comprender.
Y entonces se dio media vuelta y se fue. Lo oyó irse, lo oyó en las escaleras, un cierre relámpago que se cerraba. La luz del vestíbulo se apagó, el portazo, lo oyó caminar sobre el pavimento, los pasos menguantes.
Frenética, hizo lo que pudo para sacarse las esposas. Hizo de todo para liberarse. Era una mujer fuerte. Intentó separar la cabecera, pero cuando logró zafar de un codazo la sábana, descubrió que estaba sujeta con pernos al elástico. Durante un buen rato se sacudió en la cama. Quería gritar «¡Fuego!». Eso es lo que la policía les decía a las mujeres que gritaran en una emergencia, pero, con la venda, no podía articular. Se las arregló para apoyar el pie libre en el suelo y para patear sobre la alfombra. Luego se acordó de la abuela sorda del piso de abajo. Pasaron horas antes de que se calmase para pensar y oír. Su respiración se estabilizó. Oyó que en el cuarto de al lado la cortina golpeaba. Él había dejado abierta la ventana. Con la conmoción, el acolchado había caído al piso y ella estaba desnuda. No podía alcanzarlo. Entraba frío, inundando la casa, llenando los cuartos. Tembló. El aire frío baja, pensó. De a poco, los temblores pasaron. Un entumecimiento persistente le fue ganando el cuerpo; se imaginó que la sangre reducía la velocidad en sus venas, que el corazón se le encogía. El gato saltó y aterrizó en la cama, trazando círculos sobre el colchón. Su rabia embotada se transformó en terror. Eso también pasó. Ahora, la cortina de la habitación de al lado golpeaba más rápido: el viento era más fuerte. Pensó en el hombre y no sintió nada. Pensó en su esposo y en sus hijos. Tal vez nunca la encontrarían. Tal vez nunca volvería a verlos. No importaba. Podía ver su propio aliento en la oscuridad, sentir el frío que le atenazaba la cabeza. Empezaba a emerger sobre ella un frío y lento sol que iluminaba el este. ¿Era su imaginación o era la nieve que caía más allá de los vidrios de las ventanas? Contempló el reloj sobre la mesa de luz, los números rojos que cambiaban. El gato la observaba, sus ojos oscuros como semillas de manzana. Pensó en la Antártida, en la nieve y en el hielo y en los cuerpos de los exploradores muertos. Luego pensó en el infierno; después, en la eternidad.
Autor: Claire Keegan
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ochoislas · 2 years ago
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LAS AGUAS TENDIDAS
I
Si acaso piensan las abejas, no lo sabemos, pero la trasera del gusano es lo que más se menea, los piscardos oyen, y las mariposas, jaldes y azules, gozan con el lenguaje de aromas y baile. Por tanto rechazo el mundo del perro por más que escuche más alto que el do y el tordo detenido en medio de su canto.
Y admito mi veleidad con Dios, mi anhelo de picos, negros collados, rolantes nieblas que mudan con cada quiebro del viento, los campos no canoros donde no resuellan bofes, donde la luz es piedra. Vuelvo donde hubo fuego, a la orilla socarrada del mar donde cetrinos puones de yerba alfileran la ceniza renegrida, y rimeros de troncos se pelan al sol de la tarde, donde el agua dulce y la salada se encuentran, y las brisas del mar corren entre los pinos, un país de abras y ancones, y de arroyuelos bajando al mar.
II
Mnetha, Madre de Har, guárdame del avance y retirada del gusano, del estrago de la mariposa, del lento hundirse del tómbolo-isla, del florecer del coral, de incierta mudanza marina, pulsantes arenas, y marinos deudos tentaculados.
¿Pero qué hay de ella...? quien engrandece la mañana con sus ojos, la estrella que guiña más allá de sí, la voz de grillo hondo en el campo a medianoche, la chara azul rutando del pino chaparro.
¡Qué despacio muere el goce!... La flor enjuta reventando en la cuarteada nava, la primera nieve del año en el fosco abeto. Sintiendo, aún me recreo en mi caída final.
III
Cuando la trucha y el joven salmón brincan tras los insectos que vuelan bajo, y el estolón de yedra, derribado al suelo, hinca raíces en el serrín, y el pino, de una pieza con sus raíces, se hunde en el estero, donde se inclina, escorado al este, posadero del guincho, y un pescador trastea en un pontón de madera, estas olas al sol me recuerdan flores: el blanco punzante de la azucena, la atigrada, mejor en el rincón de un humedal, el heliotropo, venado como pez, la vivaz ipomea, y el bronce de un lampazo muerto orillas de un lago del prado, abajo junto al fiemo que se encoge con el ojo alcalino.
He llegado aquí sin lisonja de silencio, agraciado por los labios de un viento flojo, a un opulento erial de viento y agua, a un regolfo encañonado, donde el agua salada se refresca con arroyuelos que corren bajo abetos caídos.
IV
En el brumoso gris de la madrugada, sobre las finas, plumosas ondas que rompen leves contra el litoral remellado... plumas del largo tumbo, lustrosas, oleosas casi... una única ola arriba como el cuello de un gran cisne surcando lenta, su dorso erizado por vientos cruzados, hasta un árbol tendido, de copa medio rota.
Recuerdo una peña tajando la voraginosa corriente, ni blanca ni roja, en el muerto tablazo, donde no rige ya el impulso, ni la sombra que lobreguece, un lugar vulnerable, cercado de arena, conchas rotas, despojos del agua.
V
Como la luz que refleja un lago, al anochecer, cuando vuelan murciélagos, cerca del agua oblicua y parda, y la mareta barre una ribera guijosa, como la lumbrarada de un fuego, que ya parecía muerto, al refregón de la chimenea, o como brisa que cubre las rodillas barriendo desde una loma, así el viento del mar despierta el anhelo. Mi cuerpo cintila como una llama tenue.
Veo en las aguas que se adelantan y arredran la forma que vino de mi sueño, plañendo: la eterna, el niño, la tremolante rama de enredadera, el numinoso anillo que ciñe la flor que se abre, el amigo que me adelanta corriendo por el ventoso morro, aquello que no es ni voz ni visión.
Yo, que torné de la hondura riendo estentóreo, me convertí en otra cosa; mis ojos abarcan allende el remoto florar de las olas; me pierdo y me encuentro en el agua tendida; me reconstituyo una vez más; abrazo el mundo.
*
THE LONG WATERS
I
Whether the bees have thoughts, we cannot say, But the hind part of the worm wiggles the most, Minnows can hear, and butterflies, yellow and blue, Rejoice in the language of smells and dancing. Therefore I reject the world of the dog Though he hear a note higher than C And the thrush stopped in the middle of his song.
And I acknowledge my foolishness with God, My desire for the peaks, the black ravines, the rolling mists Changing with every twist of wind, The unsinging fields where no lungs breathe, Where light is stone. I return where fire has been, To the charred edge of the sea Where the yellowish prongs of grass poke through the blackened ash, And the bunched logs peel in the afternoon sunlight, Where the fresh and salt waters meet, And the sea-winds move through the pine trees, A country of bays and inlets, and small streams flowing seaward.
II
Mnetha, Mother of Har, protect me From the worm’s advance and retreat, from the butterfly’s havoc, From the slow sinking of the island peninsula, the coral efflorescence, The dubious sea-change, the heaving sands, and my tentacled seacousins.
But what of her?— Who magnifies the morning with her eyes, That star winking beyond itself, The cricket-voice deep in the midnight field, The blue jay rasping from the stunted pine.
How slowly pleasure dies!— The dry bloom splitting in the wrinkled vale, The first snow of the year in the dark fir. Feeling, I still delight in my last fall.
III
In time when the trout and young salmon leap for the low-flying insects, And the ivy-branch, cast to the ground, puts down roots into the sawdust, And the pine, whole with its roots, sinks into the estuary, Where it leans, tilted east, a perch for the osprey, And a fisherman dawdles over a wooden bridge, These waves, in the sun, remind me of flowers: The lily’s piercing white, The mottled tiger, best in the corner of a damp place, The heliotrope, veined like a fish, the persistent morning-glory, And the bronze of a dead burdock at the edge of a prairie lake, Down by the muck shrinking to the alkaline center.
I have come here without courting silence, Blessed by the lips of a low wind, To a rich desolation of wind and water, To a landlocked bay, where the salt water is freshened By small streams running down under fallen fir trees.
IV
In the vaporous grey of early morning, Over the thin, feathery ripples breaking lightly against the irregular shoreline— Feathers of the long swell, burnished, almost oily— A single wave comes in like the neck of a great swan Swimming slowly, its back ruffled by the light cross-winds, To a tree lying flat, its crown half broken.
I remember a stone breaking the eddying current, Neither white nor red, in the dead middle way, Where impulse no longer dictates, nor the darkening shadow, A vulnerable place, Surrounded by sand, broken shells, the wreckage of water.
V
As light reflects from a lake, in late evening, When bats fly, close to slightly tilting brownish water, And the low ripples run over a pebbly shoreline, As a fire, seemingly long dead, flares up from a downdraft of air in a chimney, Or a breeze moves over the knees from a low hill, So the sea wind wakes desire. My body shimmers with a light flame.
I see in the advancing and retreating waters The shape that came from my sleep, weeping: The eternal one, the child, the swaying vine branch, The numinous ring around the opening flower, The friend that runs before me on the windy headlands, Neither voice nor vision.
I, who came back from the depths laughing too loudly, Become another thing; My eyes extend beyond the farthest bloom of the waves; I lose and find myself in the long water; I am gathered together once more; I embrace the world.
Theodore Roethke
di-versión©ochoislas
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