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#Cieneguillas de Azul Casa
jujuygrafico · 2 years
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Positivo balance de la esquila de vicuñas: 36 chakus en 2022
#Jujuy #Economía #ComunidadAborigen #Puna | Positivo balance de la #esquila de #vicuñas: 36 #chakus en 2022
Se obtuvieron 854 kilos de fibra de vicuña en la temporada de Chakus 2022 que concluyó con un número histórico de 36 esquilas sustentables de vicuñas en silvestrías junto a comunidades de la Puna en Jujuy.La temporada 2022 de Chakus finalizó con un balance altamente positivo, la esquila sustentable de fibra de vicuña realizada por las Comunidades Andinas Manejadoras de Vicuñas en diferentes…
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Un paseo por Antioquía (provincia de Huarochirí, departamento de Lima)
(Domingo 8 de agosto de 2021)
Ayer fui con mis sobrinos, mi hermana y mi cuñado a visitar la provincia de Huarochirí. Nos levantamos a las 4 am porque partíamos muy temprano. Quise bañarme, pero los chicos abajo se estaban duchando con el agua caliente y si la usaba también yo, se reventaban los plomos de la casa, así que tuve que lavarme con agua fría. Cuando salí, Salvador me trajo una rebanada de chifón que me envió su mamá y unos tres tequeños con queso para llevar como fiambre, además de pan de semillas con jamonada (ambas cosas las compré yo por cantidad para todos el día anterior). Entramos con las justas todos en un taxi y llegamos a Plaza Norte, de donde partía el bus a Huarochirí.
Encontramos el bus con muchas dificultades y, una vez arriba, me senté con mi sobrina Victoria. Josi se sentó con Isabelle; Salvador y Guillermo estaban juntos y Alex iba con una muchacha desconocida. Vicky se puso a leer un libro juvenil, mientras yo la alumbraba con mi celular, porque aún no amanecía. Ya sea por la tensión o por lo que fuera, sentí náuseas ni bien partimos, y tuve que tomarme una Gravol. Pero también me dio hambre y me comí el chifón y la mitad del emparedado, más allá incluso arrasé con los tequeños. La otra mitad de mi emparedado se perdió en el fondo de mi mochila y solo la pude encontrar mucho después. También abrí un paquete de Kit Kat, que venía con un extraño regalo: cinco dados de color rojo. Hasta ahora me pregunto qué hacían esos dados en el fondo del paquete. Compartí el chocolate con Vicky, mis demás sobrinos no querían saber nada de golosinas.
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A cada instante, debía sujetar el facial, el libro y la botella de agua mineral de Vicky que se escurrían por el suelo. Las muchachas que iban detrás de nosotras eran dos palomillas adolescentes que llevaban unos shorts microscópicos. Hacían una bulla espantosa que no dejaba que los demás descansáramos. Una de ellas, la mayor, no había llevado audífonos para escuchar música y debió conformarse con las salsas antiguas que puso el chofer. Son buenas canciones, pero normalmente prefiero otro tipo de música. Sin embargo, el chofer insistió tanto con las salsas del recuerdo, que faltó poco para que me vuelva fan de Eddie Santiago. xD
Atrás de Josi iba un grupo de señoras, a las que nuestra guía bautizó con el apodo de: “Vírgenes del sol”, que reían por cualquier motivo, como si estuviesen en medio de una juerga.
Nuestra primera parada fue la Plaza de Armas del distrito de Cieneguilla, provincia de Lima. Vicky y yo nos fuimos a la plaza a tomarnos fotos, pero los demás se demoraron un siglo en el servicio. Una muchacha muy delgada y de rostro bonito se nos acercó para vendernos dulce de chirimoya y manjar blanco. Nos dio a probar y como estaba tan rico, le compré un pote de dulce de fruta. Cuando los demás salieron del baño, nos tomamos fotos en un lugar llamado: “La catarata del amor”, que es una especie de pequeña cascada con un corazón grabado de fondo, todo muy huachafo y pedestre. Después nos fuimos a la iglesia San José de la plaza, que tiene dos hermosos ángeles grabados en los flancos del portón y un bonito color rojo oscuro en las paredes. También hay una bella estatua de la Virgen María con el niño en el lado derecho.
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Regresamos al bus y la siguiente parada fue el Centro Arqueológico de Molle, para lo cual, hicimos escala primero en una especie de club turístico del pueblo, y luego un joven nos invitó a escalar un cerro lleno de vegetación propia de la sierra. El camino era de tierra y daba algunas vueltas, en algunos puntos de la trocha había viveros o pequeños restaurantes, si así podía llamárseles, porque tenían un mobiliario casi inexistente. Josi me dijo que llevara el mochilón con mis cosas y todas las de la familia: agua, papel, comida y hasta una botella de vino que nos había regalado la guía del bus por ser una de las familias más numerosas que emprendían el viaje. Así que cuando llegué a la cima del cerro, luego de sortear algunas motos y camiones que venían a toda velocidad por la trocha, estaba sudando y con el rostro congestionado por la sangre.
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Las ruinas se componen de un pequeño cementerio para el pueblo ichma y otro para los curacas, una sala de audiencia con adornos que señalaban los cuatro suyos y unos agujeros en el piso que servían como refrigeradoras a los antiguos aborígenes. La vista que desde arriba se tenía del valle era maravillosa, los picos de los cerros estaban cubiertos de niebla y los árboles del valle eran muy tupidos y de un precioso color esmeralda. Hicimos una pequeña representación en la que la adolescente del short diminuto era el curaca de los ichmas, para lo cual se vistió con una túnica blanca y una especie de diadema. A mi sobrina Vicky la escogieron de chasqui y debía venir corriendo desde el pueblo vecino para entregarle un quipu al curaca del short diminuto, lo cual hizo arrodillándose y con un gesto muy teatral que le valió una salva de aplausos por parte de los turistas. Esos quipus contenían datos importantes como las cosechas recientes de los pueblos vecinos, el nivel de agua de los ríos más próximos, etc. Mientras escuchaba al guía, yo iba degustando mi dulce de chirimoya, que estaba buenazo, lo cual creo que no le hizo mucha gracia. Sin embargo, se dio cuenta que pese a todo prestaba atención a su charla, ya que hice preguntas que consideró muy buenas. 😊
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Cuando bajamos de la cima del cerro, paramos en el restaurante de pocos recursos: solo se componía de una mesa donde vendían sánduches y bebidas, una especie de mostrador donde pedías cosas más consistentes que se hallaba al lado de una jaula muy espaciosa llena de chivos y ovejas, y un baño situado al lado de tres chiqueros. Como la mesa que escogimos era muy pequeña, me senté en una enorme piedra que había bajo un árbol a comer lo que quedaba del dulce de chirimoya y también a probar el desayuno que nos dio la guía del bus, compuesto por unas galletitas saladas y un jugo de durazno. No estuvo mal del todo, la verdad, aunque la gente tenía qué hacer conmigo, me miraban como si yo fuese un marciano, para variar, solo porque me había sentado en una piedra. A mi lado había un auto estacionado con la puerta abierta y la radio encendida, con cumbias que no he escuchado en mi vida. Una música rarísima. Terminé de comer y enfilé mis baterías hacia el baño; cuando estaba a punto de entrar, me topé de manos a boca con uno de los cuidadores de los cerdos, que me pidió perdón porque casi nos estrellamos. Él estaba barriendo el agua que se había acumulado en los chiqueros a causa de la lluvia. Ingresé al baño que era todo de calaminas y me causó extrañeza ver botellas del champú de nuez de macadamia que usé durante el año de la pandemia, como si la gente de provincias alejadas nunca usara productos de belleza. Cuando salí, me puse a observar los tres chiqueros: en uno de ellos había una cerda blanca alimentando a sus crías con sus innumerables tetas, en el recuadro del centro una cerda rosada de proporciones colosales le servía de colchón a una montaña de chanchitos y en el otro solo había un cerdo negro que más parecía un jabalí. De pronto, vi que una cabeza humana se movía en el recuadro de la izquierda y era que un jovencito, cuyas ropas estaban cubiertas de barro, se había mimetizado con el ambiente húmedo del patio. Cuando salí de ahí, me dirigí a la jaula de los chivos, que se acercaron a mirarme con la curiosidad pintada en sus ojos almendrados. Acaricié los morros y las narices de algunos, pero como los vi hambrientos, busqué algo de comer para ellos y vi que a mi lado había unos frutos de maracuyá que ellos miraban con ojos libidinosos. Entonces le acerqué una fruta al más grande de ellos y de inmediato las cascó con sus dientes y se chupó de una sola vez todo el jugo y las semillas. Fue un deleite verlo comer. Había en la jaula una pobre oveja atada a un árbol, que se moría por salir de su prisión; qué horrible que mantengan encerrados a animalitos que aman caminar por el campo.
Bajamos del cerro de la desdicha y nuestra guía nos animó a subir a unas cuatrimotos muy chulas, cuyo precio también era una chulada. Como también había paseos a caballo, Vicky e Isabelle subieron a sendos ponis, y las llevaron a dar una vuelta por el río que corría a solo unos metros. Yo me acerqué a un puestito de adornos artesanales que había cerca de un puente de madera y la señora me ofreció conejitos y cuyes hechos con lana de alpaca bebé. El día anterior había muerto en nuestra casa la pequeña Julia, la hámster de mis sobrinos, y encontré que uno de los cuyes de alpaca tenía los mismos colores que nuestra Juli. Como los chicos estaban aún tristones por lo ocurrido, les regalé a la Juli de lana y quedaron muy contentos. Fue un momento bonito. 😊
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Después me dirigí al río con Josi y los chicos y me senté en una roca enorme que se hallaba al lado de la corriente; ver y escuchar cómo discurre el río puede ser muy relajante, o lo era hasta que la chica del short microscópico se lanzó de panza al río, y cayó como una malagua, mojando a todo su grupo.
Regresamos al bus y luego recalamos en Cochahuayco, un pueblito pequeñito pero acogedor. Hacía mucho calor, era casi la una de la tarde y no habíamos almorzado. Fuimos primero a lavarnos en los servicios y luego asaltamos un puesto de chocotejas, néctares de aguaymanto y membrillo, además de mermeladas. Nos daban a degustar gratis de todo, compré un frasco de mermelada de membrillo; la manzana y el membrillo son los productos estrella de la zona. Muy rica la mermelada, la verdad, Josi compró chocolates. Al lado había otro puestito donde compré un silbato azul con la forma de un ave propia del lugar, la habían adornado con tonos lilas en las alas, y rojos en el pecho y cola. El pico es de un amarillo encendido. La muchacha que vendía los silbatos me dijo que si lo llenaba de agua fría podía hacer que suene como un ave de verdad. La chica era muy linda, con los ojos almendrados y con un rostro de forma perfecta. Su hijito me hacía bromas y carantoñas mientras les compraba y la muchacha lo reconvenía entre risas. Salimos de ahí para la casa de la señora Jovita, que tiene una bodega pintada de colores vivos, con ventanas cuyos marcos tienen la forma de una manzana brillante y de un apetitoso membrillo. Eran tan bellas las ventanas que no resistí a tomarme fotos al lado de ellas. También podías subir al balcón verde de madera para tomarte fotos. Al subir vi a un anciano haciendo la siesta, en un cuarto contiguo, se despertó cuando pasé y lo saludé, a lo cual respondió muy gentilmente. Las personas del lugar son siempre muy amables y tienen un carácter suave. Salimos de la bodega y nos dirigimos a una heladería, donde había helados de cerveza negra y de flores propias de la zona, yo tomé uno de eucalipto. No subimos al campanario de la pequeña iglesia, porque nuestro bus ya partía. Al menos nos refrescamos un poco con los helados, que eran riquísimos, con frutos cosechados por los vecinos, pero enviados a pueblos cercanos donde contaban con las batidoras adecuadas.
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Nos dirigimos por fin a Antioquía, un lugar de ensueño, cuyas casitas están pintadas con flores y aves de colores preciosos, que me hacen recordar a los adornos de las casitas de campo rusas. Primero recalamos casi en las afueras del pueblo, en la casa de uno de los agricultores de la zona que nos había preparado el almuerzo. De menú había trucha a la parrilla, pollo, chicharrón de cerdo y cabrito, acompañado todo con una rica ensalada, arroz a la jardinera y jugo de manzana. En la entrada del lugar había una mesa con manzanas y membrillos de la huerta del dueño de casa y también latas de cerveza, por si a la gente se le antojaba. Nos hicieron pasar a un patio entoldado con una tela muy fina que dejaba pasar el sol, cuyo piso estaba lleno de barro en las esquinas. Como en una de esas esquinas había una ruma de sillas, enfilé hacia esa zona, y me destrocé los zapatos con el barro, pero conseguí cinco sillas para mi familia. La comida estaba deliciosa, la carne hecha a la parrilla tenía un sabor divino, quizás por el carbón que usan. El rocoto también lo asan en la parrilla antes de licuarlo, lo cual le da un toque especial. El jugo de manzana había sido hervido con leña y el sabor no le gustó a Guillermo, pero estaba bueno. Sacaron a la Juli de lana y se pusieron a jugar con ella, mientras hablábamos de las incidencias del viaje. Mis sobrinos estaban de buen humor a causa de lo rico de la comida. Fui al servicio, que tenía una puerta de metal recubierta con una cortina con un estampado de algo que parecían cerezas o flores. Vi que en una especie de huerta-jardín, el dueño de la casa, un hombre muy amable de rostro bronceado y cabello ondulado, se encargaba de asar los diversos tipos de carne. Al lado del jardín había cuatro habitaciones muy humildes, sin puertas solo recubiertas por cortinas de colores. Al fondo del jardín había jaulitas con gallinas y cuyes, plantas de membrillo y macetitas muy limpias y ordenadas con diversas florecitas propias del valle. Era un ambiente agradable.
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Había también tres perritos muy cariñosos a los que les invitamos nuestro almuerzo. A la salida, compré algunas manzanas, para probar. A Josi le regalaron membrillos. Fuimos al mirador de Amancaes, que está adornado con un molino de viento de color azul. No me gustó, el viento tan fuerte suele darme miedo. Aunque la vista privilegiada que hay desde ahí sobre el Valle de Lurín es única. Sin embargo, los chicos les encantó subir, los vi muy animados, incluso corrían. Bajamos al pueblo y vimos una canchita de futbol, donde una alpaca deportista con pelota y todo se tomaba fotos con los turistas. A un lado, una muchachita vendía bolsos estampados muy bellos. Un chico me ganó el diseño de corazón que a mí me gustaba. Todas las muchachas del valle son muy parecidas: pequeñas y muy delgadas, de piel dorada y mejillas rojas, cabello castaño y rostro perfecto. Casi todas las vendedoras con las que me topé eran igualitas, como si las hubiesen fabricado con el mismo molde de galletas. Fuimos a recorrer el pueblo, y dimos con el puesto ambulante de una señora rellenita y achinada, que me vendió una réplica en miniatura de la iglesia colonial del pueblo, llamada del Espíritu Santo, y una tórtola de color rojo fuego, adornada con ramitas turquesas y flores amarillas. Me gustó mucho esta tortolita porque tiene un pecho gordito de forma graciosa. La vendedora también tenía toritos de Pucará, pero eran algo caros y su acabado no era muy bueno.
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Alex se prendió de un puesto de helados artesanales, donde compramos helados con sabor a brownie. Seguimos bajando, la cantidad de casas con paredes llenas de obras de arte es realmente muy alta. En el gobierno de Alan García se organizó un concurso llamado: “Colores para Antioquía”, donde se buscaba un artista plástico que diseñara los motivos que iban a adornar las calles. Ganó el pintor Enrique Bustamante y él se encargó de adornar las paredes con palomas (que representan al Espíritu Santo, ya que ese es el verdadero nombre del pueblo: Espíritu Santo de Antioquía), flores, árboles, caballitos, etc. Los alumnos de la Universidad La Cantuta le ayudaron en la realización de esta empresa y el resultado no pudo ser más maravilloso. Mi hermana y yo corríamos de un lado a otro de las calles a fotografiar las paredes, puertas, techos y ventanas cubiertos por flores y ángeles, de tonos encendidos o pasteles, con combinaciones exquisitas.
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Hay una casa cubierta de tulipanes azules, otras con puertas y ventanas verdes, otra con ventanas rosas, otra con alas multicolores de ángeles, otra con aves como mosqueritos, calandrias, palomas, etc., la cantidad de fotos que uno puede sacar es enorme, y no termina uno de deleitarse con tanta belleza. Entramos a una tienda donde vendían nacimientos diminutos dentro de huevos de pascua decorados, muy bellos, pero no me animé a comprar porque me pareció algo caro el precio: 25 soles. Cuando me decidí y volví a buscar la tienda, no la encontré, como si esta se hubiese evaporado. Pero en el camino de vuelta al bus compré una taza para café decorada con los caballitos propios de Antioquía, con crines rojas decoradas con flores y medallones. Enseguida nos tomamos fotos en la preciosa Iglesia de Espíritu Santo, en la plaza de armas adornada con ángeles dorados, en la pileta cuyo centro tiene una paloma, que representa al Santo Espíritu, y en todos los balcones de colores.
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Fuimos también a cruzar un puente movedizo y luego subimos al bus. Estábamos muy cansados. La guía nos pidió que bajáramos en un pueblo fantasma a la vuelta, pero no me bajé del carro, estaba más muerta que viva y el pueblo y la iglesia del lugar se veían lúgubres. Tampoco me bajé en el pueblo de Nieve-Nieve a comer picarones. La vuelta fue pesada e interminable debido a las carreteras de una sola vía, muy peligrosas, pues dan a abismos, y al tráfico de las afueras de Lima. Pero en conjunto resultó todo muy bien. 😊 Tenía tanta hambre que, con un poco de esfuerzo, encontré en las profundidades de mi mochila el sánduche de jamonada que había perdido por la mañana, Josi me regaló más chifón y comí rebanadas de pan de semillas, además del néctar de aguaymanto que compré en un mercadito de Antioquía y los dedos de Kit Kat que faltaban. Quisiera volver solo a este pueblo a fotografiar los edificios, ojalá se pueda. :3 Muy recomendable si es que eligen un tour que se dedique a pasearlos solo por Antioquía, porque eso de ir a tantos pueblitos en un solo día es matador. La agencia que nos brindó sus servicios se llama Vive Ya Travel. La guía era muy amable y servicial, lo único malo es que se paró bajo el cajón donde estaba la mochila de Vicky y esta le cayó en la cabeza. Pobre. Pero nos tomó muchas fotos en el camino, siempre con mucha paciencia y bondad.
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