#Ana Fuente Montes de Oca
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Chicharrón de oso - Ana Fuente Montes de Oca
La gente lleva el destino grabado en el nombre. es el caso de mi mamá, a quien Soledad le queda como anillo al dedo, y es también el del tío Valente, mi tío Valente. Si yo lo extraño, estoy segura de que a ella le hace mucha más falta, pero no me he atrevido a preguntar, y eso que el rancho ya tiene un buen rato soportando el vacío que dejó.
Él no es mi tío; no era. No sé si es o era; no sé si habrá llegado bien. Así ocurre en la frontera, incertidumbre pura, porque pareciera que cruzarla es entrar a otra dimensión. Nunca hemos tenido noticia de las personas que se regresan ni de los que se ha llevado la migra. No quiero pensar en eso. Quiero imaginar que finalmente cumplió su sueño de volver a Aguililla, estar ahí para la boda de su hija y poner su negocio de carnitas en la carretera, porque para eso vivió tantos años aquí, lejos de su gente, trabajando más horas de las que tiene el día y ahorrando cada centavo que ganaba. Yo creo que también anhelaba regresar con su esposa; nunca me tragué eso de que fuera viudo, sin embargo entiendo que mi mamá haya preferido pensar que sí. Si no hubiera tenido mujer, digo yo, le habría mandado el dinero a sus hijas para quedarse de este lado con mi mamá, pero las cosas no fueron así. El caso es que Valente no era mi tío, ni siquiera compartíamos sangre, sino que recibí la instrucción de llamarlo de esa manera el día que le dije “papá” y él mismo me aclaró que tenía dos hijas y yo no era una de ellas.
Él llegó al rancho tiempo antes que nosotras. No sé cuánto porque a Valente no se le preguntaban cosas, se le observaba y se le escuchaba; no se le pedían explicaciones pues era como topar con pared: él hablaba cuando así lo dictaba su voluntad y al único al que le respondía era al patrón. Entre semana yo nunca lo veía: se levantaba antes del amanecer y trabajaba hasta bien entrada la noche. Alguna vez, entre sueños, alcancé a percibir que su sombra se colaba para compartir el lecho con mi mamá, pero tampoco me consta. Nunca lo vi acostado; por lo que sé, bien pudo haber dormido parado o colgado del techo. Quién sabe. Yo convivía con él los domingos, cuando se sentaba en el porchecito de la casa de servicio y se dedicaba a la contemplación. Observaba todo como si lo estuviera descubriendo por primera vez, escondido tras su sombrero y su pipa, entre la espesa mata de sus cejas pobladas y su barba negra y tupida. Me sentaba cerca de él y esperaba a que soltara entre dientes alguna historia, como si contarla le ayudara a mantener vivo el recuerdo. Así me enteré de la existencia de Socorro y Dolores, sus hijas, que tenían un par de años más que yo y vivían, decía él, con una tía. A mí más bien se me hace que Valente trataba de “tíos” y “tías” a todas las relaciones que no podía —o no quería— explicar.
Esos domingos llegaban anunciados por el aroma a tabaco de la pipa de cedro que él mismo había hecho. Hacía de todo: abría ostras con más destreza que una nutria, se encargaba de la instalación eléctrica y de las tuberías, usaba la escopeta y el tractor, araba, cosechaba las hortalizas y cocinaba riquísimo. Aunque todos en el rancho envidiaban su habilidad, a Valente le pesaba no poder enviarle cartas a sus hijas porque no sabía leer ni escribir. La única vez que me pidió ayuda, le pregunté por qué no las había traído a vivir en Oregon, pero, inexpresivo y silencioso como era, rompió la hoja y me regaló la pluma. Me quedé fría, avergonzada por no haber sabido ser su confidente y triste porque entendí que no volvería a pedírmelo.
Extraño pasar mis días tratando de descifrarlo. Valente era como un baúl lleno: aunque yo no tenía la llave, a veces alcanzaba a distinguir algunos detalles si me asomaba muy de cerca. Siempre supe, por ejemplo, que era capaz de matar sin que le temblara el pulso, sin embargo nunca imaginé que lo vería llorar. Mucho menos pensé que todo fuera a suceder el mismo día.
Fue en mi fiesta de quince años. Vinieron muchos paisanos de las rancherías cercanas, más animados por la pachanga que por celebrarme, pero eso no era importante. Hubo todo lo que extrañamos aquí en el otro lado: tamalitos, taquitos dorados, carnitas, agua de jamaica e incluso una piñata. Todo iba muy bien, hasta que de la montaña bajó un oso negro a sembrar el terror. Ninguno de nosotros había visto uno en vivo; no conocíamos ese tamaño de animal ni de garras ni de colmillos. no faltó quien tratara de asustarlo, pero lo único que se logró fue que, si antes había un oso curioso en el rancho, ahora tuviéramos uno en pleno ataque de furia. Algunos regresaron corriendo a sus casas, otros se escondieron bajo las mesas y unos más se metieron a nuestros cuartos dejándonos afuera.
Valente salió del cobertizo caminando, se dirigió directamente a él como si se tratara de un viejo conocido y ambos se miraron cara a cara. Parecían vaqueros a punto de retarse a duelo. el animal no tenía intención de calmarse, así que, cuando se apoyó en las patas traseras y lanzó un rugido que nos dejó fríos, mi tío le acomodó un tiro de escopeta justo entre las costillas. aquél cayó de golpe rendido a sus pies.
Mientras los demás celebraban el regreso de la calma, Valente sostenía entre sus manos la cabeza de su rival. Le pidió a otros trabajadores que le ayudaran a cargarlo y lo llevaron a la parte de atrás del cobertizo, donde empezó a destazarlo. Atraída por el morbo y horrorizada por la cantidad de sangre que casi había formado un estanque bajo sus pies, me acerqué. Lo escuché llorar por primera y única vez. Al saberse acompañado, ni siquiera volteó a verme cuando justificó sus lágrimas:
—Es un animal hermoso y no voy a dejar que se pudra sólo para que se lo coman los zopilotes.
No dije nada, ni a él ni a nadie. Durante varias semanas comimos las mejores carnitas y el mejor chicharrón que preparó en todos sus años en el rancho. Cuando el patrón le preguntó de dónde había salido todo eso, Valente dijo que le habían regalado unos puercos y los había cocinado todos juntos para mi festejo: por fin compartíamos un secreto. Me gusta recordar que me guiñó un ojo, aunque no haya sido así. Logré abrir una rendijita del baúl del más valiente de mis tíos y por eso el chicharrón de oso me supo a puritita gloria. Información adicional: tomado de Chicharrón de oso y algunos cuentos del fracaso, México: Fondo Editorial Tierra Adentro, 2018, pp. 12-15.
Sobre la autora (tomado de la página de Tierra Adentro):
(Ciudad de México, 1984). Estudió la licenciatura en lengua y literaturas hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de México. De 2015 a 2016 fue becaria del Programa Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca). Se ha desempeñado como traductora de inglés y francés y profesora de secundaria, preparatoria y universidad. Es colaboradora de las revistas La Peste y Coma Suspensivos e imparte talleres de cuento en Ensenada, Baja California, donde reside actualmente.
Ana Fuente Montes de Oca. Foto de Alejandro Meter.
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Agosto 2020: Epístolas sobre el agua: un video colaborativo en torno al Bestiario Fantástico de las islas.
Con la participación de: ESCUELA SECUNDARIA Nª7 CACIQUE PINCEN/ PROYECTO MARTÍN GARCÍA/ BIBLIOTECA FELICARIA GENOVEVA
Las epístolas fueron motorizadas por Sebastián Russo del Proyecto Martín Garcia y Celeste Florez de la Escuela Pincen.
Un agradecimiento especial a Marisa Negri de la BIBLIOTECA FELICARIA GENOVEVA por impulsar el Bestiario Fantástico de islas.
Agradecemos también a Carmen de la Fuente por motorizar los videos de cámara "subjetiva" y acercar el Bestiario al PMG, a Daniel Santoro, al Centro de Investigaciones Ribereñas, a Pintó la isla y todas las personas que colaboraron con este video.
Participan del video: Daniel Santoro, Javier Barrio, Sebastián Russo, Marisa Negri, Celeste Florez, Ramiro Fidalgo, Mora Fidalgo, Iara Marsall, Rita Jost, Samuel Ricciardo, Facundo Ricciardo, Ana Camerota, Lucrecia Camerota, Laureano Camerota, Luciano Marsall, Tamara Ferreyra, Gerardo Montes de Oca, Ignacio Garbalena y Gabriel Martino.
Este video colaborativo se realizó entre los meses de junio y agosto de 2020 en el contexto del aislamiento social preventivo y obligatorio.
Edición: Javier Barrio/ Música: Los Prendidos Fuego- Isla Martín García
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¿Por qué no habrá Bienal de La Habana en 2018?
Esquina del Centro Wilfredo Lam, en La Habnaa Vieja (Foto: Ana León)
LA HABANA, Cuba.- Es oficial: producto de la devastación causada por el huracán Irma, el Ministerio de Cultura ha decidido posponer la 13ava edición de la Bienal de La Habana, que se efectuaría en octubre de 2018, para el año 2019. La alta demanda de recursos para reconstruir las estructuras dañadas y ayudar a los damnificados ha dejado casi sin presupuesto al Ministerio, que se ha visto obligado a reprogramar la mayor parte del calendario cultural proyectado para el futuro inmediato.
La decisión no ha sorprendido a nadie. El huracán Irma ha sido, en cierto modo, oportuno, pues sus estragos han eclipsado la presencia de otros factores que comprometen seriamente la continuidad de la Bienal como son la proverbial ineficiencia del Consejo Nacional de Artes Plásticas y la disfuncionalidad del Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, encargado de organizar el principal acontecimiento de las artes plásticas en la Isla.
La Bienal de La Habana surgió en la década de 1980 con el objetivo de abrir un espacio al arte de los países subdesarrollados de Asia, África, América Latina y el Caribe, cuyos creadores “eran marginados de los grandes emporios artísticos y sus bienales elitistas”. Con el paulatino desmoronamiento del sistema, lo que se concibió como un megaproyecto cultural se ha convertido en un alarde político y un negocio redondo.
Durante los diez años (2007-2017) de desastrosa gestión acometida por Rubén del Valle Lantarón al frente del Consejo Nacional de Artes Plásticas, se verificó una lamentable desconexión entre esta entidad rectora y las principales instituciones consagradas a las artes visuales cubanas. La peor parte le tocó al Centro Wifredo Lam y al Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, plazas medulares para el diagnóstico, promoción y difusión del arte contemporáneo cubano. Ambas testimonian lo mucho que padece la cultura cuando es dirigida por cuadros políticos.
Durante la 12ava Bienal de La Habana (2015) se hizo evidente cuánto terreno ha perdido el Centro de Arte Contemporáneo en lo concerniente a organización, gestión e impacto social. Todo el trabajo que allí se hizo fue opacado por Zona Franca, muestra colateral ubicada en la fortaleza de La Cabaña y coordinada por Isabel Pérez, periodista devenida curadora y -¿coincidentemente?- esposa de Rubén del Valle.
Biblioteca del Centro Wilfredo Lam (Foto: Ana León)
El epicentro de la Bienal no fue el Wifredo Lam, sino los pabellones al otro lado de la bahía; dos polos muy distintos en términos estéticos y presupuestarios. Zona Franca contó con el apoyo absoluto de Rubén del Valle y las entidades auspiciadoras -Ministerio de Cultura, Consejo Nacional de Artes Plásticas y Fondo Cubano de Bienes Culturales. La Bienal “real”, por el contrario, tuvo que mendigar los recursos y sobreexplotar a los trabajadores del Centro Wifredo Lam para sacar adelante un proyecto de tal magnitud, con un presupuesto “canibaleado” y la presión de los politicastros disfrazados de intelectuales.
Hoy el Centro de Arte Contemporáneo no posee la mitad del personal calificado que trabajó en 2015. Varias especialistas jóvenes se han ido al extranjero; mientras que los curadores han envejecido y no ocultan su hartazgo ante el caos organizativo, la falta de financiamiento y la desconsideración por parte de quienes toman decisiones “arriba” sin conocer las condiciones en que trabajan sus subordinados.
La era de Rubén del Valle fue tan nefasta para el Centro Wifredo Lam que hasta su fondo bibliográfico, altamente valioso, corre el riesgo de echarse a perder debido a las inadecuadas condiciones para su conservación. No hay una sala de lectura para brindar mayor comodidad a los usuarios, que deben hacinarse en la única mesa disponible y sudar a mares mientras consultan las fuentes.
Una institución tan venida a menos que es imposible identificarla como centro de arte, y cuya fachada lateral se ha convertido en extensión de la Bodeguita del Medio, no es capaz de inspirar entre sus propios trabajadores un sentimiento de pertenencia.
La decadencia del centro es la peor consecuencia del abuso de poder y la incompetencia de Rubén del Valle, cuya gestión será siempre recordada como un monumento al nepotismo, entre otras acciones de dudosa legalidad que nunca fueron esclarecidas.
Grafitis en uno de los muros del Centro de Arte Contemporáneo Wilfredo Lam (Foto: Ana León)
Con tanto cabildeo, es fácil comprender hasta qué punto el huracán Irma aportó un noble pretexto para retrasar la 13ava edición de la Bienal de La Habana, que demanda no menos de un cuarto de millón de pesos en ambas monedas (CUP y CUC). El verdadero problema radica en la falta de personal competente, la corrupción que se traga el presupuesto, la politiquería desmedida que atenta contra la voluntad de hacer las cosas bien, y la alienante burocracia que genera al Centro de Arte Contemporáneo la pérdida de miles de pesos en multas por concepto de devolución de obras; un costo deducido del presupuesto destinado a la Bienal.
Aunque no hubiese pasado Irma, la Bienal de La Habana estaba “en remojo”, y para 2019 los augurios no son alentadores. El Consejo Nacional de Artes Plásticas se encuentra temporalmente bajo la responsabilidad de Teresa Domínguez -hasta que surja otro Rubén del Valle-; mientras el Centro Wifredo Lam está en manos de Dannys Montes de Oca -curadora y ensayista-, quien tiene por delante una tarea demoledora para devolverle el prestigio a la institución cimera del arte contemporáneo cubano.
¿Por qué no habrá Bienal de La Habana en 2018?
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