#Anís turco
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monaguillointergalactico · 1 year ago
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EL MONAGUILLO INTERGALÁCTICO en: "Alcohol en barra".
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autoreffyvas · 3 years ago
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Tzatziki
Esta salsa griega con influencias turcas se ha vuelto muy popular en Europa, logrando conquistar el paladar de todo el que la prueba. Se sirve principalmente en los meze, unos tipos de entradas, ya que la gastronomía griega no acostumbra a servir un primer plato, sino pequeñas porciones estilo entradas.
Originalmente fue creada en el Imperio Otomano, siendo un plato de nueces trituradas y vinagre conocido como “Tarator”, a partir de ahí distintas preparaciones de sopas, salsas y ensaladas empezaron a llevar el nombre. El término llegó a Turquía y los Balcanes, para referirse a una combinación de yogur y pepino, algunas veces se agregan hierbas o nueces.
De hecho la palabra Tzatziki proviene del griego moderno τζατζίκι, que se deriva del turco cacık; sin embargo Grecia tomó su propia forma de preparación, creando una salsa fresca y con mucho sabor, para acompañar platos fuertes o simplemente siendo parte de los meze, siendo servidos con un licor de sabor de anís llamado Ouzo.
El Tzatziki griego es una salsa hecha con yogur a base de leche de cabra u oveja, que se mezcla con pepinos, ajo, sal y aceite de oliva, para la salsa tradicional. En otras variantes se le coloca jugo de limón, eneldo o menta, y perejil. Normalmente se sirve frío, o la temperatura normal del yogur con el que se prepara.
Es perfecto para fiestas y reuniones familiares, muy típicas de las familia griegas las cuales son muy unidas, sirven de ejemplo e inspiración para cualquier familia allí afuera.
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lavidadej · 4 years ago
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Pam
Sucedieron varias cosas de forma más o menos simultáneas en cuanto abrió la puerta de aquel antro. A saber: la bala de nueve milímetros estalló contra la madera de contrachapado que pintaba las paredes del bar. Diego, aún pensando en la locura de la situación que le había llevado hasta allí, dejó caer el paquete al suelo y por su mente tan solo rebotaba de un extremo a otro la idea de que el contenido misterioso fuese una bomba que lo iba a hacer estallar en pedacitos pequeñitos que alguien contemplaría en un futuro cercano bajo una mirada de asco y curiosidad con un leve puag de banda sonora. Su cuerpo, no obstante, obedecía otro tipo de señales más prácticas y decidió, con acierto, que sería buena idea echar cuerpo a tierra e ir rezando un padrenuestro o lo que fuera que Diego continuase recordando de sus años en los Salesianos.
    El segundo estruendo salió del arma pero no impactó. No impactó dentro del local, naturalmente. Alguna criatura descubriría a la mañana siguiente un precioso agujero en su flamante Ford Fiesta negro que por supuesto el seguro no iba a cubrir de ninguna manera. Desde luego aquello no era problema de Diego, que ya había tomado acción en todo aquello y, sin despegar la cara del suelo mugriento, ya estaba gritando el nombre que le habían dado.
    一¡Flervis! 一gritó, tan pegado al suelo que los labios tocaban la baldosa ennegrecida y no le permitía pronunciar correctamente.
    一¿Qué? 一se escuchó al fondo del bar con un grito seco.
    一¡Elvis! ¡Elvis!
    Al menos ya no dispara, pensó, levantando un poco la vista. Y el paquete tampoco había explotado, lo cual eran buenas noticias, o al menos no las peores de ellas. Escuchó entonces cómo se movían sillas y alguna mesa. De los ecos que captaban sus orejas deducía que no había nadie más en aquel lugar salvo aquella voz, más o menos femenina, que resoplaba al fondo.
    一Menudo susto mamona. Tu te crees… el pamplina este. ¿Tu quién eres?
    Las últimas letras de algunas palabras se las iba dejando atrás, denotando algún acento que Diego no llegó a reconocer, más por estar centrado en aguantar la orina en su vejiga que por incapacidad.
    一Diego 一se atrevió finalmente a tartamudear sin despegarse del suelo. Había levantado las manos de forma instintiva y parecía estar haciendo ese ejercicio que Rodri le hacía repetir en el gimnasio cada martes y jueves 一para fortalecer lumbares y espalda, decía el muy sádico一.
    La mujer, grande, robusta… gorda, se acercó a la criatura y lo observó con cautela. El arma continuaba caliente en su mano derecha y sorbía los mocos con frecuencia, probablemente a cuenta de la camiseta semitransparente de mangas cortas que llevaba como todo abrigo aquella noche de fin de año. Lo puso en pie con menos esmero que interés y le dedicó una mirada incrédula.
    一Su paquete 一dijo Diego mientras le tendía la caja.
    一¿Amazon express?
    Diego negó confuso. No lo había pillado, claro. El estrés.
    一¿Cómo te llamas?
    一Diego. Me lo ha dado…
    一Ya sé quién te lo ha dado. ¿Dónde está?
    Él no sabía si contestar. La presencia de la mujer le imponía, le transmitía miedo, inseguridad. Si no hubiera tenido el arma en la mano todo habría sido exactamente igual.
    一Muerto 一se decidió al fin.
    Ella chasqueó la lengua, molesta. Aquello no le venía bien, obviamente. La gente muerta no suele venir bien para casi nada en esta vida, y ella lo sabía. El resto de mortales solía pensar que los muertos facilitaban según qué negocios. «Te quitas a este del medio y listo», solían decirle al hacerle los pedidos. «A ese te lo cargas y problema resuelto» . Un muerto es un cadáver, los cadáveres sugieren preguntas, muchas preguntas. Policía, investigaciones, interrogatorios, chivos expiatorios, cabezas de turco y, en el peor de los casos, pistas. Pistas sólidas para llevarles hasta ella. Un muerto nunca venía bien.
    一¿Cómo te llamas?
    Un segundo. Dos.
    一Diego 一repitió él.
    一Eso coño, Diego. Yo soy Cali. Siento lo de intentar matarte y todo eso. Una noche complicada.
    一Ya. Imagino. Bueno… yo me voy a ir yendo 一A Diego le encantaba decir aquella frase, sobre todo cuando llegaban los ingleses a la oficina para alguna reunión de las tochas. Se volvían locos intentando traducirla.
    Cali echó a reír jocosamente. Su gordura le impedía respirar con facilidad y se veía obligada a reír y tomar aire por la boca al mismo tiempo, originando esa risa de cochinillo al trote.
    一No. Tu te quedas. Vente paca’ anda. ¿Qué bebes?
    Durante los siguientes quince minutos Diego le contó todo lo que Calíope quiso saber. Profesión, sexualidad, grupo sanguíneo, estado civil… la mayoría de las preguntas eran puro teatro. A Cali se la sudaba saber a quien se tirase, si había ido a su urólogo recientemente o si la letra de su DNI era la W 一eso último estaba relacionado con una teoría que le habían contado hacía poco一 pero lo consideraba parte del proceso. Un ritual basado en absolutamente nada que había construido con los años en la profesión. Y la suya era una profesión complicada, así que el reclutamiento debía ser… exhaustivo.
    一¿Reclutamiento? 一gritó Diego一. ¿No has oído nada de lo que te acabo de decir? Mi mujer y mis hijos me están esperando en casa de mi cuñada. Estarán a punto de llamar a la policía. ¡Me ha llamado tres veces! ¡Tres! ¿Tú sabes cuánto es eso en idioma matrimonio? 一naturalmente Cali no tenía ni idea. Ni pretendía一. No hay ningún reclutamiento. Yo me largo. Ni siquiera me has preguntado cómo he conseguido el paquete. ¡Podría haber matado yo mismo a ese tío para robarle!
    De nuevo la risa de la mujer estalló en aquel antro vacío. Las carcajadas hacían que sus piercings bailasen. Dos en la nariz. Uno en la ceja, acompañando al color rosa fucsia que llevaba como sombra de ojos. Lápiz de ojos negro, negro oscuro. Rabillo hasta la oreja. Pelo rapado. Mohicano teñido con los colores del arcoíris 一un puto unicornio con sobrepeso, pensó Diego一.
    一No habrías matado a Elvis ni en tres vidas, colega. Es Nochevieja, estabas en casa de tus cuñados. Te has bajado a fumar porque tu mujercita o quien sea no te deja fumar con los niños cerca. Has oído un petardo mas fuerte de la cuenta, has ido a husmear y te has encontrado a un tío con una bala en el estómago que te ha pedido que me traigas esto. «Di que vas de parte de Elvis», te habrá dicho. O algo así. Yo que sé. Que no me rayes y te sientes, carajo.
    Diego recobró la calma, más o menos. El frío arreciaba con fuerza y se enrolló en su abrigó con tanto ahínco como pudo. Desde luego había dado en el clavo con la retahíla. Pensó si sería el primero en aparecer por allí de aquella guisa. Probablemente no, sentenció mirando de soslayo a su acompañante.
    Por primera vez echó mano de la copa que Cali le había servido. Anís del mono, caliente. Le quemó la garganta y el estómago. La cosa pintaba chunga.
    一A ver, criatura. Has tenido la mala suerte de toparte conmigo. Pero tu no te preocupes que ya verás qué fácil se soluciona todo. ¿Has visto Transporter?
    一¿Qué?
    一Transporter, la del calvo coño. Que conduce que flipas y controla el carro ajín con una mano 一había extendido el brazo izquierdo, inclinado el cuello y puesto cara de velocidad, ruidito incluido.
    一¿Fast and Furious? 一intentó acertar Diego.
    一No carajo. La de la pelirroja que se mete en el maletero y se la lleva de paquete.
    一¡Ah! 一al fin caía一. Si.
    一Pues este paquete es la pelirroja 一concluyó triunfante Cali con una sonrisa bobalicona.
    一¿Y el calvo? 一preguntó despacio. Alargando la pregunta. Sabiendo la respuesta. Cali le miró la cabellera y soltó un par de carcajadas gorrinas.
    一Tu que crees, miarma.
      El plan era, de hecho, bastante simple. Incluía alguna parte un tanto confusa, como la de colarse en casa de ese tipo «para nada peligroso pero ve con cuidado» que Calíope había descrito con pocos detalles y de cuyo domicilio le había dado las llaves para, con velocidad y apremio pero pies de plomo, dejarle el paquete 一en adelante, la pelirroja一 debajo del árbol de navidad y salir de allí cagando hostias.
    一Y cuando hayas salido coges el móvil que te he dado y te lo cargas. Contra el suelo, a martillazos o con el rabo. Me la pela. Pero te lo cargas.
    一No estará armado, ¿no?
    一Que no hombre. Mira, esto es un mero trámite. ¿Sabes ese miedo de todos los españoles cuando se acercan las elecciones y miramos en el buzón? ¿Qué abres así, con cuidado, mirando por el bordecito, no vaya ser que la carta te salte a la cara y te toque estar en mesa toda la jornada electoral?. Pues te ha llegado la carta.
    Diego exhaló con fuerza y resignación.
    一Podrías decirme al menos de qué va todo esto. No voy a matar a nadie, ¿no?
    一Diego, colega, como un sabio dijo una vez: cuanto menos, mejor para ti el mayor beneficio, el nuestro peor para todos.
    Aunque solo fuera por haber parafraseado a Rajoy sin trabarse una sola vez 一algo solo alcanzable para el emisor original de la frase一, Diego lo dejó estar y asumió el papel que le había tocado aquella noche sin comerlo ni beberlo. Así, porque sí. El destino 一pensó Diego mientras se levantaba y recogía a la pelirroja一 tiene estos caprichos. Por la mañana tienes pelo y por la noche te toca ser calvo. El calvo.
    一Dieguito 一exclamó Calíope antes de que cruzase la puerta del bar. Unas palabras de aliento, pensó Diego, antes de la misión.
   一La mascarilla, crack.
       La parada reglamentaria en casa de su cuñada había sido fácil. Fácil por partes. Llamar al timbre y subir, esa había sido la parte fácil. El resto de partes no, para nada. Excusar cuarenta y cinco minutos de ausencia. Cinco llamadas perdidas. Un paquete misterioso 一si, Diego podría haberlo dejado fuera, o esconderlo, pero no lo hizo一 que no se podía abrir, por todo aquello de Transporter, las reglas y todo eso. El olor a anís y a tasca sumergida en podredumbre y para rematar, como colofón final a la mejor noche de fin de año de todos los tiempos, una pequeñísima pero notable mancha de sangre en la camisa.
    一¡Ay! 一gritaba Ana mientras le palpaba todo el cuerpo, pelirroja incluida一. ¡Ay, ay, ay! ¿Qué te ha pasado?
    一No. Nada. Que estoy bien mujer. Estás asustando a los niños…
    Otra parte del plan que Diego no había calculado muy bien era la mentira. Naturalmente la verdad en un foro como aquel no era, en absoluto, plausible, así que colocar la historia iba a ser muy complicado.
    一Un… un… un perro. Un perro que lo han atropellado al pobre. Ya sabéis, con los petardos y todo eso echó a correr y bueno. Pam. 一El gesto y la onomatopeya no cayó especialmente bien entre su audiencia, que lo miraban como se mira a una persona sin corazón. Con desprecio一. He intentado hacer algo pero yo que voy a hacer, calcularle algo en Excell como mucho, pero más allá pues… Bueno total que han llegado los dueños y se lo han llevado y ya está.
    Aunque no convencidos, todos prefirieron creer aquella versión de los hechos. Ana por su máxima de no montar números ni espectáculos delante de los niños. Sus cuñados por la máxima de no aceptar inquilinos de última hora en casa por tiempo indefinido一y aquel teatro olía a inquilina más cachorros, inadmisible一. Y los niños seguían con la mirada fija en la mancha de sangre imaginando a un pobre perro desangrándose entre los brazos heroicos del hombre. Vamos, un show.
       Con los niños acostados y Ana refugiada en su capa de resignación, cabreo e indiferencia, todo se disponía para su escapada nocturna.
    一Me voy al sofá 一musitó Diego, como cachorrillo empapado haciéndose, encima, la víctima. Mañana aparezco con churros 一pensó一, friego todos los platos, me llevo los niños a dar una vuelta y hago comida y cena. Y a la noche un buen masaje 一con final feliz a ser posible一. Le iba a costar caro enmendar todo aquel entuerto en el que se había metido, pero sabría encontrar la forma de arreglarlo, siempre lo hacía. De eso iba el matrimonio al fin y al cabo.
     Cinco minutos después salió por la puerta de casa, con la pelirroja enfundada en su chaqueta y el tembleque de quien va a cometer un delito. Delito que, de facto, iba a cometer. Condujo hasta un lugar lo suficientemente cerca de la casa misteriosa como para poder acercarse andando y alejarse corriendo, pero lo suficientemente alejada como para trazar otro plan en caso de tener que improvisar 一hacer planes estaba empezando a ser necesario一.
    Anduvo unos cinco minutos tras abandonar el coche en un barrio residencial, uno en el que nunca había estado pero por el que siempre pasaba de camino al trabajo. Cada mañana pasaba por delante de aquellas casas sin prestarles atención, sin reparar en ellas, en sus vecinos, en las personas que podrían vivir allí. Cada lamentable día, pensaba, en el que toda su misión había sido respetar la tan adorada rutina que pone orden y paz en el mundo. Levántate, prepara a los niños, llévalos al cole, conduce hasta la oficina, aguanta tus ocho horas calentando silla, llega a casa, acuesta a los niños, acuéstate tú y pon a remojo tus ideas y ambiciones hasta que les brote por alguna fisura ese «algún día» en el que tanto nos gusta escudarnos. Con suerte echaba un polvo a la semana, yuju. Día tras día, mes a mes. Durante años. Le pareció anecdótico, cuando menos, que desde hacía unas semanas venía repitiéndose esa cantinela: no sabía cómo había llegado allí. Sabía cómo había encontrado el trabajo, cómo había encontrado a su pareja, cómo había creado vida con ayuda de su compañera, cómo habían comprado la casa, el coche. Sabía qué palabras utilizó para conseguir el ascenso y hasta recordaba cómo había practicado la sonrisa fingida de padre de familia feliz para que nadie pensase que no lo era. Lo que no sabía era cómo había llegado hasta ahí. Ese punto, ese punto exacto en el que no disfrutaba ni con su mujer, ni con sus hijos, ni con su trabajo. Cómo su casa no le parecía un hogar y cómo sus días se iban arrancando de un calendario oscuro con no más proyecciones que las de hacerse viejo viendo la vida pasar. Y ahora, justo ahora, justo cuando más presionaban esas preguntas contra el pilar más férreo de su existencialismo 一el cual comenzaba a resquebrajarse一 aparecía aquel tipo ensangrentado en un callejón, le disparaban al entrar en un garito al que no habría entrado jamás y se encaminaba a colarse en una de esas casas por las que tantas veces había pasado y en las que nunca se fijó.
    Tampoco es que tuviera mucha más opción a réplica, pensó. Cali tenía un arma y capacidad para matarle, eso seguro. Aunque algo en su subconsciente, ese subconsciente del que todo el mundo intenta escapar cuando el consciente nos dice que eso que ronda nuestra cabeza esta mal, muy mal, le decía, le gritaba, que aunque Cali hubiera sido una niñita de diez años y en vez de pistola llevase un peluche, habría seguido exactamente todos y cada uno de los pasos que le habían llevado hasta allí. Dejar el paquete y salir, se repetía mientras enfrentaba la casa. Dejar el paquete y salir.
    一Bonito consejo para la vida 一se dijo en alto.
      Atravesó la primera cancela sin muchas complicaciones, tratando de mitigar al máximo el chirrido del hierro al abrir y cerrar la portezuela. No tenía cerradura, tan solo un pestillo de mano  fácilmente accesible desde el exterior. Se acercó entonces a la puerta principal, se santiguó 一sin ser él creyente ni nada de eso一 e introdujo la llave en la cerradura. Giro de muñeca, suave, piano, pianissimo. Clack. Diego cerró los ojos al instante. Suspiró aliviado. La cerradura cedió y comenzó a abrir lentamente, pero la cadena frenó en seco el avance. El intruso forcejeó varias veces, como si no comprendiera lo que estaba sucediendo. Volvió a cerrar los ojos, esta vez maldiciendo. Introdujo su mano izquierda por la ranura de la puerta que quedaba abierta y trasteó durante un rato. La cadena cada vez hacía más ruido al chocar contra el marco de la puerta y aunque de vez en cuando sonaba algún estruendo proveniente de la pirotecnia que algún nocturno lanzaba, el silencio de la noche propiciaba que fuera descubierto allí mismo. Tuvo entonces una genial idea. Una de esas ideas que cuando sus amigos y familiares escuchaban la frase «tengo una idea» de sus labios automáticamente tornaban los ojos a blanco. Una de esas magistrales, profundas y sensacionales ideas que solo a él, Don Diego Vázquez de la Rosa, se le podrían ocurrir.
    Acomodó a la pelirroja cuidadosamente sobre el suelo de la entrada, a un lado, para que no estorbase, y sacó de su bolsillo el teléfono móvil que Cali le había dado 一al menos no usó el suyo一. Introdujo de nuevo la mano por el hueco, esta vez sosteniendo el teléfono en vertical y tanteó el pestillo con la parte superior del mismo hasta encontrar la cadena. Resultó ser, en realidad, una idea no tan mala que a punto estuvo de lograr su objetivo. De pronto, en plena oscuridad, en plena alevosía silenciosa, el móvil comenzó a sonar y vibrar. Tono de llamada: al máximo. El corazón comenzó a taconear en el pecho de Diego, el móvil cayó al suelo y la parsimonia y cuidado extremo se abolió en pos de la urgencia y la prisa. El ruido del teléfono vibrando contra el mármol y emitiendo ese soniquete mundialmente conocido, tapaba vagamente los manotazos que Diego estaba dando contra la cadena. Finalmente logró quitarla y se abalanzó sobre el teléfono, descolgando la llamada y poniéndose el teléfono al oído.
    一¿Que cojones haces? 一gritó entre susurros. Ni siquiera planteó la posibilidad de que fuera otra persona la que estuviera al otro lado.
    一Joder Dieguito, pues llamarte a ver como va la pelirroja ¿Qué voy a hacer?
    Sintió la presión en la cabeza. La adrenalina disparada. De nuevo sentía que se orinaba encima.
    一Me van a pillar por tu culpa, joder 一continuaba susurrando一. Acabo de entrar, has tenido que despertar a toda la casa. Fijo. Fijísimo. Joder. Yo me largo de aquí.
    一Escucha, hombre. Tu no te agobies. Si ya estás dentro, planta el pino y vete. Que no tiene ni alarma ni perro ni periquito ni na’.
    El pobre Diego se había sentado en el suelo apoyando la espalda sobre la puerta de la entrada principal. A su derecha veía un pasillo más o menos largo con unas escaleras al fondo. Cerca de donde él estaba había una puerta, presumiblemente la del salón. Cogió a la pelirroja y gateó como pudo, sin soltar el teléfono, hasta allí.
    一Veo el árbol 一susurró, ahora más calmado, a Cali.
    一Bien chaval. Pues ahora…
    Diego mandó guardar silencio al otro lado. Cali podía oír el jadeo insistente.
    一Mierda, se ha encendido la luz de las escaleras. Me he metido en el salón, pero creo que va a bajar alguien.
    Calíope torció el gesto y apretó los labios. Cerró los ojos. Ensombreció el tono.
    一Diego, deja el paquete en el árbol y vete. Ya.
    一Ha cerrado la puerta 一ahora el susurro era casi imperceptible. Solo se escuchaba su respiración, agitada.
    Los dos se quedaron en silencio. Podía notar las pulsaciones de Diego a través del teléfono, su nerviosismo, su miedo. Podía imaginar la adrenalina recorriendo todo su cuerpo. Sus extremidades tensándose en un acto reflejo. La boca se le habría secado hacía rato y un pitido penetrante habría perforado sus oídos para instalarse cómodamente. Un pequeño sobresalto al otro lado del móvil indicaba que algo no iba bien, pero no se atrevía a hablar. Tragó saliva. Deseaba gritar, chillarle al teléfono que le pusiera el manos libres y  arrancarle a gritos la piel a aquel cabrón que ya presumía habría cargado la escopeta que guardaba bajo la cama. Se escucharon golpes, porrazos, jadeos insistentes. En su cabeza Cali trataba de dibujar el recorrido de Diego sin éxito. Tras unos instantes de silencio, escuchó el resoplido del transportista improvisado. Cali apretó con fuerza los ojos intentando afinar el oído, estaba sollozando, pidiendo en voz muy bajita ayuda al aire. Luego comenzó a pedir perdón. Se disculpaba con su mujer por no haberse quedado en la cama con ella, por no explicarle lo que sucedía, por no haberle dicho que la quería pese a toda la mierda de los últimos meses. Le pedía perdón a sus hijos porque no iba a poder llevarles al parque al día siguiente. Por no poder llevarles al parque nunca más. El sollozo se transformó en llanto, llanto con rabia. Gritaba. Maldecía. Insultaba con los pulmones llenos de desesperación.
    一No. No. Por favor. Esto no es lo que…
    Pitido largo. Llamada cortada.
    Cali se mantuvo con el teléfono en la oreja los siguientes treinta segundos. Sin escuchar nada, solo pensaba. O lo intentaba. Otra vez no, se repetía. El nudo del estómago superaba en tamaño al de la garganta, las náuseas iban ganando terreno. De pronto, llamada entrante. Mismo número.
    一¿Qué le has hecho? 一gimió Calíope.
    Una respiración madura, serena y constante se oía al otro lado. Pudo entonces escuchar el guardamanos del arma retroceder preparando los cartuchos para salir disparados con violencia.
    一Feliz año, Calíope 一dijo la voz al otro lado, con sorna. Luego. Pam.
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myr1-the-shad0w0lf · 7 years ago
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Aquí en el estado de Nuevo León, México, existen una clase de empanadas llamadas “turcos” los cuales están hechos de carne de cerdo mezclado con especias (azúcar, clavo, canela, anís)
aqui les dejo la receta X y una imagen
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lacafeteraperfecta · 4 years ago
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¿Sabes cómo hacer café turco auténtico? Te lo contamos enseguida =)
El café turco es un procedimiento de preparación de café que normalmente lleva a un café realmente fuerte. De forma tradicional se sirve con agua a un lado para adecentar el paladar ya antes de cada sorbo.
El café turco se produjo, lo adivinó, en Turquía y ahora se considera una parte de su patrimonio cultural. No obstante, se ha extendido desde su sitio de nacimiento a otras muchas zonas, entre ellas Europa oriental, África del Norte, el Oriente Medio y otros muchos lugares.
No debes ir a un bar especializado para probar el café turco. Con solo unos pocos ingredientes puedes hacerlo mismo en casa.
Los materiales para hacer café turco
La máquina de café tradicional, el cezve, es un pequeño recipiente de cobre o bien latón con un cuello estrecho y un asa larga. Los cezves vienen en múltiples tamaños, cada uno de ellos con un pequeño número en la parte inferior que señala el número de tazas.
Si no tienes un cezve, una pequeña olla de leche servirá, si bien tarda más en hervir. Asimismo precisarás un molinillo de café. Para hacer café turco, el molido ha de ser finísimo. Acá hay una lista completa del equipo que necesita:
Molino turco o bien molino ordinario
Cezve
Café turco o bien café normal
Agua
Azúcar
Cuchase
Tazas.
¿De qué forma se hacer café turco tradicional?
Cuando hayas reunido todos y cada uno de los materiales, es hora de comenzar el proceso. Con todo, no va a llevar considerablemente más tiempo que hacer una taza de café normal.
Solo debes continuar los próximos pasos:
Las proporciones del café turco son simples: 1 una parte de café y 1 una parte de agua por taza. Si el cezve tiene una capacidad de dos tazas, ponga dos cucharaditas redondeadas de café turco en él (el café es finísimo, con lo que es simple lograr 1 cucharada redondeada).
Entonces, vierta dos cucharadas redondas de azúcar: como el azúcar no se sostiene tan de manera fácil como el café, la cuchase ha de estar lo más llena posible para dar el sabor “moderadamente dulce” apreciado por los occidentales.
Por último, con una de las tazas pequeñas en las que se tomará el café, vierta dos tazas de agua en el cezve. En esta etapa, puedes cambiar las posibilidades agregando cardamomo, canela o bien anís.
Poner a hervir el cezve a fuego bastante bajo. Cuando la mezcla amenace con hervir, retire el cezve del fuego, revuélvalo y devuélvalo al fuego. Tan pronto como el café comience a hervir nuevamente, sáquelo del fuego, esta vez sin remover.
Ponlo nuevamente en el fuego y, cuando la espuma suba por tercera vez, retira el cezve del fuego y distribuye su contenido de forma alternativa en las dos tazas, asegurándose de que tengan exactamente la misma cantidad de espuma.
El café turco se sirve de forma frecuente con un vaso de agua y un loukoum. A este café jamás se le agrega leche o bien crema.
Un poco de cultura sobre el café turco
Históricamente, la preparación se hace en una pequeña cacerola de estaño o bien cobre llamada cezve en Turquía y Armenia, zazwa en Argelia y Túnez, briki (μπρίκι) en Grecia, ibric en Rumania y diferentes nombres en los países árabes: rakwa (ركوة) en el Líbano y Siria, kanaka (كنكة) en Egipto.
Se vierte café molido finísimo y azúcar en agua fría. Ponga la mezcla en el fuego hasta el momento en que hierva a fuego lento. El café no debe hervir. Ha de ser retirado del calor cuando el café esté espumoso. La operación se repite múltiples veces en dependencia de los países y las costumbres.
Por último, se pueden verter unas gotas de agua fría para asentar los suelos y el café caliente se sirve de forma inmediata. El café de esta forma preparado puede disfrutarse chupando la bebida para no tragar los posos.
Tras el consumo, la costumbre era verter la taza en el platillo y leer el futuro en los patrones que dejaba el poso de café en los bordes o bien en el fondo de la taza.
En general, hay 3 tipos de preparación, en función de la cantidad de azúcar:
Puro, una cucharada de café, en sade turco, en sketos helenos (Σκέτος).
Medio, una cucharada de café y una cucharada de azúcar, en turco orta, en heleno metrios (Μέτριος).
Dulce, una cucharada de café y 2 cucharadas de azúcar, en turco şekerli, en heleno glykos (Γλυκός).
Variaciones al hacer café turco 
En Turquía, en el sureste del país, en ocasiones se agregan semillas de pistacho como en Menengiç kahvesi.
En Arabia, frecuentemente se agregan semillas de cardamomo.
Se puede incorporar una gota de agua de azahar.
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La entrada ¿Cómo Hacer Café Turco Tradicional? se publicó primero en La Cafetera Perfecta.
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