#A quién carajo le importa?.... evidentemente a mí
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ARRONDISSEMENTS:
La ciudad de París se divide en 20 arrondissements municipaux. (No son los distritos departamentales). Más bien, son las divisiones administrativas. Son 20 distritos c/u con sus respectivos alcaldes. Estos 20 distritos forman una especie de espiral (caracol), comenzando con el N°1 en el interior hacía el N°20 en el exterior.
Los primeros distritos de París se crearon en el año (1795) durante la primera revolución francesa. Fue una medida de reforma destinada a fortalecer la ciudad tanto económica como administrativamente. El distrito #7 es considerado el más prestigioso por estar situado a orillas del Sena y poseer la T. Eiffel.
#Datos#A quién carajo le importa?.... evidentemente a mí#que me puse a averiguar sobre el tema#Podría aplicar de manera no muy armoniosa la sucesión de Fibonacci (?#Yo no sabía que eran 20 ni que tenían 20 alcaldes... todos los días se aprende algo nuevo 😊✨️#Malcolm in the Middle#en tu orbita#frases#escritos#citas#textos#realidad#palabras#pensamientos#emociones#sentir#notas#frases en español#recuerdos#latinoversos#amor#desapego#frases en fotos#blackpaper#postdeamor#frases de amor#poemas de amor#citas de desamor#te amo#literatura
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“Estoy muy cansada y Twitter es una mierda”, una reflexión sobre redes sociales y salud mental.
Vale, en realidad Twitter no es una mierda. Las RRSS no son una mierda, son lo que son, lugares que no se abarcan, llenos de gente que viene y va sin parar, algo parecido a estar parado en mitad de la calle más concurrida del mundo mientras cientos de personas pasan a tu lado y gritan, susurran, ríen, discuten, bailan, se enfadan, lloran… Todo en voz alta, para nadie y para todos. Y tú estás ahí también, y sueltas tus pensamientos, y gritas igual que los demás, y a veces no necesitas que nadie te mire, pero otras, muchas, muchas otras, te giras un poco a ver si alguien se ha dado cuenta, a ver si alguien te sonríe y puede que hasta se pare delante de ti y te diga algo antes de volver a irse. Y en ese momento se produce la magia. Alguien te ha visto. Existes.
Qué coño es la vida sino eso: existir. Todos lo hacemos. El problema es que nadie nos dice cómo se hace, cómo se hace bien, digo. Porque hay muchas maneras de existir, sobre todo en tiempos de aislamiento, de pantallas y de pandemias, en los que Twitter y las RRSS se han convertido en una manera de existir.
Cogemos nuestras vidas, las fraccionamos en momentos y los lanzamos ahí fuera, a esa calle llena de gente, como pompas de jabón. Cientos, miles de millones de putas pompas flotando y, en menos de cinco segundos,¡plof! La pompa se va al carajo, se pierde. A veces duran más tiempo, la gente mira una, la infla y tú la ves, enorme, preciosa, más y más grande, y sonríes, pero no hay que engañarse, va a reventar igualmente. Tu momento, eso que has compartido, eso que te hace existir (porque está ahí, porque tú lo has escrito, lo has publicado, todos lo han visto, es real, ¡es real!) se pierde. Y entonces necesitas otro momento, otra fracción de tu vida para volver a lanzarla ahí fuera, para volver a existir y que no ocurra la mayor catástrofe posible, esa que no deja de ocurrir en tu cabeza, que te pincha debajo de las costillas y te obliga a hacer más putas pompas de jabón. Esa hecatombe hecha voz que repite lo mismo una y otra vez:
«Se van a olvidar de ti».
Es algo parecido al típico personaje de una peli que ve fantasmas e intenta demostrar a los demás que no está loco, que son reales. A veces eso pasa con las personas, con sus vidas o con lo que sienten; si se lo quedan todo para ellas al final acaban siendo un poco como esos personajes, y también como los fantasmas. Si no te ven, es que no estás ahí.
Evidentemente no estoy contando nada nuevo. Twitter (y hablo de twitter porque es la RRSS que más uso y la que me produce este efecto) no engaña a nadie.
No hacen falta carteles de advertencia para saber que cuando caminas demasiado por esa calle llena de gente y pompas de jabón, tarde o temprano vas a dar con un agujero y seguramente te caerás dentro, o no. A lo mejor sois más conscientes que yo y cambiáis la dirección antes de meteros de lleno, o a lo mejor sois exactamente como yo y sabéis que estáis yendo hacia abajo, pero no tomáis medidas hasta que llegáis al fondo, hasta que os levantáis un día, abrís la aplicación y en vuestra cabeza resuena una palabra preciosa: basta.
O quién sabe, tal vez no tenéis ni puta idea de qué os estoy hablando y toda esta verborrea os resulta ajena y un tanto patética porque, joder, después de todo sólo es Twitter, solo son RRSS, solo son pantallas, algoritmos, aplicaciones; solo son un pedacito de tu mundo, puede que la mitad, puede que más.
El resto está al otro lado, claro, en las manos que escriben las pompas de jabón, en el lugar que te rodea cuando lo haces, en lo que ves cuando te das la vuelta o cuando miras hacia dentro, hacia tu cabeza.
Lo mismo soy una exagerada, no lo sé, lo que sí sé es que el problema no es solo de Twitter o de cómo funciona la sociedad hoy en día, también es mío. Mío por saber que hay trampas y caer en ellas igualmente, por sentirme un incordio cuando lanzo demasiados fragmentos de mí o porque los que lanzo no me parecen lo suficientemente interesantes para los demás; mío cuando pido perdón por eso; mío cuando no lo hago y me siento culpable; mío cuando tengo la impresión de que sin esas pompas, sin esa calle, sin esas miradas, sin esa atención, no existo.
No existo del todo
bien.
Pero tampoco pasa nada. Me gustan las RRSS, me gusta mucho compartir cosas en ellas (incluso esto) y veo todo lo bueno que aportan, pero es así como funcionan, lo entiendo y me entiendo. No me juzgo, os lo aseguro; en vez de eso intento aprender.
Hay algo nuevo que estoy aprendiendo, por ejemplo, y es que después de tantísimo tiempo en el que las obligaciones son imposiciones y los placeres son obligaciones autoimpuestas, se me ha olvidado cómo hacer las cosas por placer. Se me ha olvidado hacer algo por querer hacerlo y no con un “porque” o un “para” detrás. Se me ha olvidado cómo era eso de vivir mis pasiones y aficiones sin ligarlas a la culpa: culpa por jugar demasiado, culpa por no terminar lo que empiezo, culpa por no escribir lo suficiente, culpa por no ser productiva ni en mi ocio ni en mi pasión, culpa por no pasar tiempo suficiente en esa calle abarrotada para recordarle al mundo que “soy”, que estoy aquí. Culpa por estar a la mitad. Porque así me siento, a la mitad de todo. Le he dedicado tanto esfuerzo a lo que se supone que debería hacerme sentir bien que me he olvidado de preguntarme qué cojones me hace sentir bien. Y aunque estoy aprendiendo, sé que me voy a caer otra vez en las mismas trampas, pero eh, siempre puedo volver aquí, parar un momento, leerme y recordar esto:
La calle abarrotada va a estar ahí siempre y no pasa nada si no la pisas o si no puedes seguirle el ritmo. Tú decides. Las pompas se rompen y no pasa nada. Nadie te juzga. Nadie te mide. A nadie le importa una mierda. Es a ti a quien debe importarle una mierda.
Así que respira, tú, que me estás leyendo ahora mismo; para un momento y pregúntate por qué coño haces lo que haces, si quieres hacerlo de verdad, si crees que necesitas hacerlo y por qué, para qué. Date tu espacio, date tu tiempo, no tienes que demostrarle nada a nadie, no tienes que competir con nadie. El ritmo lo marcas tú. Haz lo que te salga del coño.
Y ya está.
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Sentirse Chiquita
Espero que este texto si tenga final, porque no es la primera vez que empiezo algo y luego por desidia dejo de escribirlo y no lo publico. Como es usual sólo es un vómito de palabras para dar orden a diferentes pensamientos que me agobian estos días.
Si usted alguna vez ha hecho un chiste sobre mi estatura, y me ha dicho “Luisa, ¿cómo le dicen a su familia? los enanos si bailan” o “Luisa, cuanto mide, muestre la cédula” y demás cosas, quiero que sepa que me ha ofendido profundamente y que si le he seguido el chiste o incluso he dado entrada para que continúe con el saboteo sobre mi estatura, es porque estaba fingiendo, burlándome de mí y seguir una conversación para no parecer una “delicada” o “severa flor”, como me solían decir algunos cuando me molestaba por burlas hacia mi estatura.
Mido un metro con cuarenta y tres, en la cédula tengo cuatro centímetros más, pensarán que mis tíos los registradores me hicieron un “regalo”, como me han dicho otros en esas chanzas que no soporto. Mi estatura siempre fue un gran complejo, siempre fui la primera de la fila y yo lo llevé a ser la primera en todo, por eso la obsesión con la academia. Sólo tuve dos faldas escolares, una de primero a quinto primaria y otra de sexto a once. Sin embargo, primero hay que conocer un poco la historia de mi mamá.
Mi madre, como lo he dicho varias veces es una mujer campesina que creció en la zona rural de Pamplonita, ella sólo hizo hasta quinto primaria en su escuela rural y se moría de ganas por seguir estudiando, pero no tuvo el apoyo y las oportunidades, mis abuelos hicieron hasta donde pudieron. Luego intentó hacer sexto y séptimo en la jornada nocturna de algún colegio de Cúcuta durante su adolescencia, obvio de noche porque de día trabajaba. Mi madre abandonó la secundaria porque se burlaban de su estatura, ella una mujer más baja que yo, que a sus quince años seguía teniendo un cuerpo de niña, toda flaca con esos ojos grandes, iguales a los míos y con muchos miedos.
Si para ella la burla de sus compañeros de clase que ya eran adultos en ese momento fue un motivo suficiente para renunciar a educarse ¡imagínense para mí durante toda una vida escolar! por eso los primeros diez años de mi educación básica me la pasaba escondida entre libros y tareas. Me dijeron “enana prehistórica” “chicón de piso” ¿Cómo si al piso le salieran chichones? “cucaracha lambona” y demás insultos por el estilo que todos aluden a mi estatura. Sólo me agradaba uno que me dio la profesora de sociales en séptimo grado, me decía “conejito”, porque yo toda chiquita me peinaba con una cola de caballo y una moña con dos bolas de peluche blancas, e iba de un lado al otro a preguntarle cosas y ella nunca se aprendió mi nombre, me decía “conejito” y yo era feliz.
Después aparecieron figuras públicas latinas, entre youtubers y cantantes que me hacen sentir muy cómoda con mi estatura, por ejemplo, Evaluna Montaner, Melissa Robles de Mattisse, Yuya y mi amada Natalia Lafourcade. Recuerdo ver un reality show sobre Lafourcade y el proceso de creación de su disco “Mujer Divina” reversionando esas canciones de Agustín Lara y en medio de la preparación para un concierto Natalia contesta que mide 1.49 y yo me emociono y sonrío. De todas ellas me gustan su contenido, de Yuya aprendí que no importa que carajos me quiera poner, que no debo elegir mi ropa pensando en mi estatura, que lo importante es que a mí me guste; de Evaluna el amor, que no debe existir ninguna clase de complejo ni miedo a ser amada por esa estatura; y de Natalia y Melissa adoro verlas en el escenario tocando sus instrumentos, su estética, su belleza, su voz. Todas estas mujeres me inspiran por lo identificada que me siento con ellas.
Olvidé mencionar un apodo que si he amado toda mi vida y que probablemente hasta la vejez lo lleve. Mis padres adoptivos no me dicen Luisa, yo asocio Luisa con regaño, ellos me dicen “Chiqui”, siempre seré su Chiqui. El apodo para diferenciarlo de mi madre con quién comparto el nombre y por la ternura que me suscita ser llamada así cada vez que hablo con ellos o estoy a su lado.
Quitarme el complejo de ser bajita fue difícil, no me gusta usar tacones y alguna vez oí que existía una cirugía para alargar los huesos. Mi mamá cuando me llevo al pediatra y me hicieron una radiografía de mis manos, el doctor observando mis falanges pretendió pronosticar mi estatura a los trece años. Le sugirió a mi mamá que me diera hormonas o aplicara un tratamiento para que la niña “creciera más”, pues Ana Fidelia dijo que no y yo estuve de acuerdo, pero el tema de la cirugía esa me quedo sonando. Hasta que una noche dieron esa serie de documentales en National Geographic que se llaman “Tabú”, mi mamá me llamó a la sala y me pidió que lo viera con ella y era el caso de una chica, en Estados Unidos, (supongo) que quería hacerse una cirugía para alargar los huesos y crecer unos centímetros más porque se sentía muy acomplejada por su estura. Pues bien, yo me traumaticé con eso y si le tenía fobia a cualquier procedimiento médico no me iba a someter a que literalmente me partieran los huesos para crecer un par de centímetros más.
Toda esta larga introducción sobre mi estatura tiene que ver que últimamente no sólo me he sentido chiquita de manera tangible si no todo lo contrario. Me siento chiquita de muchas formas que no alcanzaba a dimensionar, fue hasta que una amiga, Darlin me dijo una vez: “Lú es que tú eres visible”, eso me llevo a pensar que realmente me he sentido invisible, menos, insuficiente y demás sinónimos todo este tiempo.
Me sentí chiquita durante mis relaciones de pareja, en todas y cada una de ellas, porque entraba en una especie de competencia intelectual con ellos en dónde quería hacerme notar como fuese; porque pretendía encajar en sus círculos sociales y culturales modificando mis actitudes e insultando a los que ellos odiaban, así no lo sintiera sólo por ser aceptada. Con mi última pareja, él se burlaba cada que podía de mi tamaño y le encantaba que le hiciera chistes o le contara de lo mucho que me cuesta colgar la ropa en el patio porque las cuerdas son muy altas, yo pensaba que estos chistes eran ternura, pero no, eran burla. Hace poco el Adam Driver (así llamo peyorativamente a ese que no fue ni pareja ni amor ni nada) el tipo me dijo que le gustaba la “inocencia que inspira mi cuerpo”, me puse a desmenuzar este pensamiento y terminé aterrada porque mi cuerpo que si parece medio púber podría complacer gustos pedófilos.
Estos días me he sentido más minúscula que antes, sobre todo cuando estoy en conferencias o videollamadas y todo el mundo habla de sus trabajos, universidades prestigiosas de las que egresaron, dinero que ganan, viajes, maestrías y es inevitable sentirme menos, sentirme incómoda. También tiene que ver que me atrae mucho a alguien, a quien llamo “El Imposible”, y este hombre, aunque es alcanzable en medio de todo, ¡no es un Zac Efron! me siento chiquita al lado del él, porque es un tipo que pese a que me lleva dos años tiene una trayectoria importante para le periodismo colombiano. Ha ganado premios, ha publicado libros, tiene maestrías, un gran trabajo y me pongo a pensar ¡Este tipo tan brillante que se va a fijar en alguien como yo!
Me cuesta sentirme visible, me cuesta reconocer mi voz, me cuesta pensar construir este amor propio tan nulo al lado de los logros que nos pide la sociedad que ya deberíamos tener resueltos a nuestros veintes. Todo esto, aunque puede que para ustedes no tenga que ver lo uno con lo otro, tiene que ver con el sentirme amada.
Hace poco terminé de leer “Gente Normal” de la escritora irlandesa Sally Rooney y me identifiqué profundamente con su personaje femenino principal: Marianne Sherian. Marianne es una mujer muy inteligente y solitaria con un desarraigo latente por su familia y todo lo que conllevan sus raíces o amor fraternal. Ella reiteradamente repite en el libro que no merece amor, que es una persona difícil y fría, pero que no es una persona ordinaria; Marianne es una de las estudiantes más brillantes de su universidad, se gana una beca completa para estudiar ciencia política y un intercambio a Suecia y a lo largo del libro vemos como esos reconocimientos académicos intentan llenar ese vacío de no sentirse amada y es ahí dónde yo me siento muy identificada.
Desde muy niña me convencí de que sería una mujer extraordinaria, de por si mis orígenes no son nada convencionales, mi familia y lo que me rodea menos, por eso quise ser la primera en todo y la vida me fue dando respuestas a esa sensación de sentirme “especial y diferente”, “única y detergente”, dirían los memes. Once años en la Normal fui la mejor académicamente; mi ICFES estuvo entre los diez mejores del colegio; fui la niña de los discursos y pese a la negativa de las monjas di mi discurso de grado nuestro último día como estudiantes; estuve becada toda la universidad; premio Ministerio de Cultura; Charla TEDx, pero ustedes creen ¿qué eso ha sido suficiente para sentirme amada y bien conmigo misma? Evidentemente: NO.
Muchos de mis colegas tienen trabajos estables, ya están cursando sus maestrías, sus podcast y contenidos en redes sociales son los más visitados. Me cuesta creer que, a través de mis letras, mi voz, mis palabras haya hecho algún cambio o efecto en alguien. Sé muy bien que me siento miserable, tal como lo quiere el sistema. No soy la única que esta sin trabajo por este coronavirus que nos tocó a todos, no soy la única que ve su vida detenerse o para algunos acabarse en medio de esta crisis. Todo esto pueden ser meras querellas de una mujer privilegiada consentida por sus tías, que tiene techo y comida todos los días y puede hacer lo que quiera con su tiempo pues no esta obligada a nada y aún así la depresión cuando no me tiene llorando por horas repitiéndome lo despreciable que soy me tiene sentada en la cama, entregada a la desidia navegando en Netflix o Amazon Prime (que mis amigos pagan) y pensando que nada de lo que he hecho hasta ahora ha valido la pena y que mi vida siempre será así.
Entonces esta vida de mujer brillante, intelectual estas fantasías que me fabrico todos los días pensando que estará “El Imposible” conversando conmigo mientras me siento sus piernas en la mitad de nuestra casa, pasan a ser solo eso: fantasías de un futuro lejano. Sé que para algunos parezco rencorosa porque no me han publicado un libro, porque les parece que me rayan los triunfos de otros a nivel cultural en la ciudad, y sí me rayan, pero no por esos otros si no por el machismo y arquetipo de “intelectual de pueblo” que persiste en los círculos sociales de Cúcuta, pero ese es otro tema.
Puedo respirar tranquila ahora que escribí esto, quizá todo sea producto de la “crisis de los 27” y ciertamente no busco que me animen una vez lean esto, pero si logré lo que anhelaba: sacar tanta mierda circundante en mi cabeza que me repite que no puedo y no soy capaz.
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A casa, a recibir
Detestaba la monotonía tanto como la ineptitud de sus empleados. A su juicio ninguno estaba a la altura suficiente para aspirar a un aumento o a un puesto mucho más alto del que usualmente arrastraban consigo por los pasillos del departamento. Era consciente de los susurros a sus espaldas, pero ¿valdría la pena imaginar que rebajarse al comportamiento de una gentuza de escasos recursos era la salida más viable para ignorar las palabras ácidas? ¿Qué carajos le importaba a él? Una eminencia de la moda, un sujeto con la vida asegurada y el éxito en la palma de su mano a costa de un esfuerzo inhumano que nadie podría atreverse a cuestionar; mientras continuase en los tabloides y dictara órdenes lo demás era totalmente irrelevante. Bueno, hasta cierto punto. Él se excluía de la masa inútil que se expandía en cada rincón de la revista, él era un diamante en bruto al cual no permitía pulirse lo suficiente gracias a su egoísmo. Lo consideraba mucho más que un simple asistente, pero no le daría cabida al sentimentalismo. Después de tanto tiempo observando sus berrinches la osadía acaparaba bastante de su personalidad como para perpetuar el trato injusto a la única alma leal que llevaba el festejo en paz. Labios sellados, expresión neutra y el habitual movimiento de la pierna derecha sobre el piso del automóvil que liberaba la tensión mucho antes de visualizar el edificio. Era un maniático exento de equilibrio, sin la capacidad para supervisar a terceros debido a la intolerancia escurrida en sus venas.
Era de conocimiento popular que una vez Alexander dejaba entrever su presencia desde la puerta principal todo cuerpo material se transformaba en ánima, daban media vuelta y corrían a entregar el mensaje hasta el piso en el cual los siniestros se expandían como fuego en paja seca. Tres minutos y dos segundos contaba en las cavidades de su mente dentro del ascensor; siquiera le dirigía la mirada a quienes compartían su preciado espacio en ese claustrofóbico lugar y por supuesto esperaba el café humeando una vez las puertas se abrieran de par en par. Evidentemente nada era perfecto en su mundo de cristal, exigirle al cerebro humano más de lo que puede dar lo consideraba como un mal hábito del cual tenía que despojarse pronto o explotaría como dinamita. Le exigía lo mínimo a sus trabajadores, eficiencia, rapidez, responsabilidad, y a aquellos que gozaban de un salario más amplio vestir bien, tener un gusto decente y meticulosidad al escoger sus prendas; no estaban dentro de un acto circense. Avanzó en dirección a su oficina, quitándose el abrigo con el sabor despectivo entre los labios y sosteniéndolo en el dedo índice de la diestra mientras aquella muchachita corría a colgarlo. Hubiese sido un inicio perfecto, de no ser por la intervención de otra jovenzuela, esta vez narrándole las malas noticias.
– Lavandas. ¿Acaso no saben que soy alérgico a las lavandas? ¿Quién escogió esas pestilentes flores? Las devuelven todas, a mí me importa un comino lo que deban hacer para devolverlas pero no quiero ni un rastro de esas horripilantes cosas en mi evento. – Escupió empotrando los nudillos en su cintura, exclamó elevando el tono de su voz, tragó espeso perdiendo el control. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no se presentaba ante un problema tan grave como ese? Relamió sus labios y se dirijo a la fémina con ansiedad perpetuando en sus pupilas. – Dónde está, no me digas que no ha llegado porque soy capaz de…– Alexander presionó sus párpados y el puño derecho contando hasta veinte y soltando un soplido recatado. – Apenas lo veas lo envías directo a mi oficina, y si no se presenta, a tí te voy a descontar de tu salario, luego le podrás agradecer. –
Un joven apuró el paso, encontrando particularmente todo odioso esa mañana: El taconeo de las féminas que llegaban temprano, el fuerte olor a café proveniente de los vasos que parecía sostener con su diestra como si su vida dependiera de ello, su estúpida e inocente idea de que esa sería una buen día, y por sobre todo el ridículo hecho de que todo eso, contratiempos incluidos, no era más que su rutina de todos los días. No estaban ni cerca del mediodía y ya había tenido que consolar a una chica, disculparse por algo que no había hecho y asegurarle de que nadie le iba a descontar de su salario, mucho menos despedirla. El pan de todos los malditos días en aquel sitio de locos. Un acto circense que necesitaba ser orquestado, que lo necesitaba a él: el maestro de ceremonias.
Seokjin amaba su trabajo, de verdad lo hacía, pues prácticamente había desechado toda su vida personal por mantener ese puesto. Era una mezcla de amor y satisfacción de saber que sin él, seguramente no obtendrían los resultados tan espectaculares que llevaban manteniendo desde que lo habían añadido al personal. Se jactaba del rol vital que fungía en aquel estrafalario caos y en su resistencia. Workahólicos como él o no, pocos tenían la capacidad para soportar los caprichos de Alexander y mucho menos, hacer que éstos funcionaran… ¡mierda, hacer que el mismo Alexander funcionara! A veces de forma estúpida, gustaba creer que realmente poseía tanta influencia y relevancia en la vida de su jefe. Porque sí, el amor a su trabajo también estaba ligado al ridículo y dolorosamente unilateral crush que tenía por aquel frívolo sujeto. Sin embargo, no importaba cuantos suspiros hubiese soltado, Seokjin no era estúpido. Conocía de sobra su posición y sabía que a lo más que podría haber aspirado, ya era suyo: ser la mano derecha de Alexander. Era su puesto; y lo defendería a capa y espada, incluso de Alexander mismo. Con un nivel de presión casi inhumana, sus escasos amigos no hacían más que apurarlo a renunciar y encontrar un mejor trabajo, uno donde su talento fuese valorado. Más la respuesta era siempre negativa, trabajar allí había sido uno de sus más grandes sueños y aunque precisamente su vida no era color de rosa la mayor parte del tiempo, Seokjin no planeaba renunciar tan fácil a ella (ni a Alexander, no podía dejarlo solo).
Sin molestarse en reparar en la secretaria, Seokjin se abrió paso con violencia directamente en la oficina del otro hombre. Otra rutina más en la que como siempre, debía arreglar otro fin del mundo. Suspiró con pesadez, antes de carraspear para hacer notar su presencia.
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Capítulo I
Enya, el caballo imaginario y el tándem prometido.
Primero de secundaria. Estoy jodidamente nervioso. No mucha gente lo sabe, pero yo solía morirme de nervios cada primer día. Y cuando digo "primer día" no me refiero a sólo el primer día de clases, al cambiar de escuela o cambiar de grado, me refiero a todos los primeros días de la semana. En la primaria, cada lunes, tenía náuseas y nervios y oh dios, me moría por sólo sentarme y que pasara el día sin vomitar. Todos los primeros días en la primaria fueron un infierno. El primer día de la secundaria fue diferente, aunque no tanto.
Básicamente era un "No conozco a nadie aquí, excepto a mi primo, Ricardo, pero él sí conoce a gente aquí, porque él estudió en una primaria cerca de esta secundaria, y casi todas las personas de ésa primaria vienen a estudiar aquí" En serio, me muero de nervios por quedarme solo. Eh, pero mira, nos tocó en el mismo salón, éso debe ser bueno. Espera, ése de ahí es ¿Irving, mi mejor amigo de la primaria? ¿Y ESTÁ EN EL MISMO SALÓN QUE YO? ¿Acaso Dios existe? No lo sé, pero esta fue la primera señal de un cambio en mi personalidad. Mientras mi primo Ricardo se reencontraba con sus amigos, yo hablo con Irving, mi mejor amigo de la primaria, y no me siento nervioso, después, empiezo a conocer a los amigos de mi primo y se vuelven mis amigos. Les caigo bien. Los primeros días dejaron de asustarme, los lunes ya no me moría de náuseas y nervios.
Eventualmente empiezo a conocer a todos en mi salón, incluso a las chicas, y también les agrado, ya no tengo por qué sentirme nervioso. Aunque, hay alguien a quien aún no conozco. Una chica que se mantiene callada. Según la lista de los maestros, se llama Enya. Es un nombre bastante particular. Quiero conocerla. No sé por qué, pero quiero conocerla. Mírala ahí, parada en el rincón del salón, a lado de otras chicas, que están teniendo una conversación, ella es parte de ésa conversación, y al mismo tiempo no. Sólo está ahí, de pie, escuchando, o quizá ni siquiera está escuchando, su cuerpo está ahí, pero su mente no. Está callada. Cielos, es tan bonita. Trae un moño de color rosa en su cabello negro. Su piel morena hace contraste con su ropa blanca, y tiene unas mejillas grandes que hacen parecer que está "haciendo pucheros" todo el rato. Quiero conocerla... pero no lo hago. Nop. Sigo sentado en mi silla, mirándola. Ella no tiene idea de que en lo único que puedo pensar en estos momentos es en ella. Ni siquiera mira a ver hacia mi dirección. Pero, meh, ésto no es nada nuevo. Estoy acostumbrado a no hablarle a las chicas, y por ende, no gustarles. Nunca me atrevería a acercarme y hablarle sin razón, al menos no en el futuro cercano.
Algunos días después, un maestro decidió cambiar los lugares en donde se sentaba cada alumno. Principalmente porque todos eligieron dónde sentarse y así era con sus amigos y hablaban en clase. El maestro se cansó así que decidió ordenar los lugares por orden de estatura. Los más altos se sentaban hasta atrás y los más bajos adelante. Y bueno, ¿quién lo diría? Me tocó sentarme justo a su lado.
Bueno, yo era tímido e inseguro, pero no estúpido. Bueno, sí era estúpido, pero hasta yo sabía que ahora tenía más de mil maneras de hablarle. Así que lo hice. Le preguntaba la tarea, le pedía algún lápiz y cosas así. Resultó ser una chica tan rara como su nombre. E igual de linda. Es difícil describirla. Era callada, y distante, pero al mismo tiempo sentías que dentro de su cabeza había muchas cosas más sucediendo. Y joder, realmente las había. Era un poco... excéntrica en cuanto a sus decisiones emocionales, bueno, era excéntrica en general, pero llegaremos a éso luego. Eventualmente, nos llevábamos mejor y conoció a mi primo y mi mejor amigo. Ya nos conocíamos y nos hablábamos. Y yo hacía todo en mi poder para que se fijara en mí y se hiciera mi novia [o algo así]. Yo, para irme a casa, tomaba un autobus, el mismo que Ricardo e Irving toman. Entonces cuando salíamos de clases, caminaba con ellos a la parada de autobuses y esperaba, y bueno, no estaba lejos, era una esquina, quizá. Pero Enya, por el otro lado, ella tenía que caminar como 7 calles para poder tomar el camión que la llevaba a su casa, pero por ahí donde ella tomaba su camión, yo también podía tomar el mío. Ahhh... no necesito decir a dónde va ésto ¿verdad? Caminaba 7 calles más de las que tenía que hacerlo, en el jodido sol de las 2 de la tarde, sólo para pasar más tiempo con ella. No ayudaba el hecho de que ella siempre en la salida se compraba un tándem, y no, no hablo de las bicicletas dobles, si no de un sándwich de helado, que no sé si existan aún. Oh, y era bastante posesiva en cuanto a su comida. NO TOQUES la comida de Enya. NUNCA. Ella no es engorda, es tan delgada como yo pero come como si no hubiera mañana, y se jacta de éso. Verla comer el tándem en el Sol, mientras yo no podía comprar nada de éso, muriéndome de hambre, sed y calor... Ah, pero valía la pena. Una parte de mí lo veía como una manera de hacerle ver que me gustaba y que yo haría todo por ella, pero en el fondo sabía que simplemente me gustaba hablarle. No importa si era en el sol de la tarde, o en el de la mañana, mi día no sería importante si no hablábamos. Aunque cada vez que ella se iba en el autobús, y yo me quedaba ahí solo, esperando el mío, pues, no podía evitar sentir que mi día no estaba completo. Que tenía algo que hacer, y éso era evidentemente decirle lo que siento. Tenía que hacerlo. Ricardo e Irving también solían acompañarnos por las 7 calles, sólo que con menos frecuencia que yo. Ellos sí preferían llegar temrano a su casa y no exponerse al sol. La diferencia era que a mí me gustaba Enya y a ellos no. Y aunque me gustaba que ellos nos acompañaran, no podía evitar sentir bonito cuando estábamos sólo nosotros dos solos. Entonces, seguí acompañándola, y con el paso del tiempo... bueno, NO CREERÁS LO QUE SUCEDIÓ DESPUÉS, AVERIGÜALO, HAZ CLICK...pues, me hice su mejor amigo. Por supuesto, ¿Esperabas otra cosa?
¿Recuerdas cuando dije que era algo excéntrica? Bueno, porque ella solía tratarme de una manera extraña. Se ganó el apodo de "Mapache" [Mi primo se lo puso] ya que a mí me gustaban los mapaches, y ella solía "robarme" mis lentes, como los mapaches roban y todo éso. Me quitaba los lentes y no me los quería devolver, y yo tenía que perseguirla, ciego, por todo el salón. Era bastante molesto. Lo más raro no era éso, sino que ella dejaba de hablarme sin razón alguna por días enteros. O sea, ella simplemente fingía que no existía, cuando mi primo o alguien simplemente me mencionaba, ella decía "¿Quién es Alan?", incluso si yo estaba parado frente a ella. Ése tipo de cosas solía hacerlo bastante seguido, fingía no conocerme por días enteros, y al día siguiente, me saludaba y hablaba como si nada. Llegué a acostumbrarme a éso. Ella solía hablarme de un chico que le gustaba, y eran como que novios pero no oficiales. Me sentía muy mal cada vez que hablaba al respecto, pero oye, era su mejor amigo y tenía que escucharla, era mejor que no hablarle. Hasta que una vez yo estaba molestando a Enya por facebook [en modo de broma, claro] y ése tipo empezó a comentar y me amenazaba diciendo que me iba a partir la cara. Cosas así. Por alguna razón, no tuve miedo, pero después un tiempo, ellos dos terminaron su "no-relación" o algo así. Me sentía aliviado porque ya no escuchaba sobre su enamorado, pero igual y no había hecho avances con ella, sólo seguía siendo su amigo.
Había una chica, en segundo grado, que era muy bonita, sí, pero era muy bajita, sin embargo tenía un cuerpo muy delgado. Era pálida y rubia, pero de ojos oscuros. Enya y yo le llamábamos "la chica anime" por su cuerpo de muñeca y sus medias largas. Je, "medias largas", ahora me doy cuenta lo tonto que éso suena. Un día, cuando estaba acompañando a Enya a la parada de autobuses, y vi que el auto de la chica anime estaba por pasar a lado nuestro, Ricardo e Irving estaban con nosotros, y todos me retaron a que, cuando el auto pasara, yo agitara la mano y saludara a la chica anime. ¡JA! ¿Yo? ¿Saludar a una chica que no conozco? Nunca, no creerían que lo hiciera, yo tampoco me creía capaz de hacer algo así. Y luego Enya lo convirtió en una apuesta, me dijo que si la saludaba, me compraría un tándem, PARA MÍ SOLO. He soñado con comerme uno de ésos, pero nunca tenía dinero para éso. AL CARAJO, LO HARÉ, NO ME VERÉ COMO UN COBARDE FRENTE A ENYA, Y TAMPOCO PERDERÉ UN SÁNDWICH DE HELADO.
Me doy la vuelta. El carro se está acercando. Más cerca. MÁS cerca. ESTÁ AQUÍ.
"¡Holaaaaa!" dije mientras agitaba la mano, con una sonrisa, y veo cómo ella me observa con la mirada más confundida de la historia. De seguro pensó que quién carajo era ése tipo, o si ya nos conocemos y no se acuerda de mí. Ricardo, Enya e Irving muriéndose de la risa, sin poder creer lo que acaban de ver. Durante los próximos días, en la escuela, cada que me cruzaba con la chica anime, recibía una mirada fea. Bueno, ojalá el tándem valiera la pena.
Al día siguiente, le pedí a Enya que me comprara el tándem. No lo hizo. Y así pasaron varias, MUCHAS, semanas sin que me pagara. Bueno, básicamente no me pagó. Evadió mucho el tema y dejé de pedírselo. En otra ocasión, cuando la acompañaba, estábamos hablando [Ricardo e Irving también estaban con nosotros] y noté algo.
"Miren, un caballo." Dije de la manera más casual posible. Ricardo, Enya e Irving miraron a la dirección que yo señalaba... y no había un caballo. No había absolutamente nada. Empezaron a hacer bromas sobre que estaba drogado.
"NO ESTOY DROGADO. EN SERIO VI UN CABALLO. ACABA DE IRSE POR ÉSA CALLE, EN SERIO." Les dije, pero no me creyeron. Entonces, enojado, CORRÍ POR ÉSA CALLE PARA DEMOSTRARLES QUE EL CABALLO SÍ CAMINÓ POR AHÍ Y... No hay nada. No hay caballo. JODER, TE DIGO QUE VI UN CABALLO. Ellos llegaron a donde estaba yo, y sólo siguieron ríendo. Hasta éste día, juro que vi un maldito caballo. Pero las bromas sobre mí estando drogado no cesaron, y siempre había bromas sobre alucinar caballos. Una vez, también vi 3 botellas de refresco cuando sólo había 1, pero éso es otra historia. El caballo era real, lo sé. Lo que no sé es a dónde fue. Pero lo deje ir, era momento de olvidarlo.
A pesar de todos ésos momentos divertidos [y faltaron muchos], donde parecía que todo iba bien, un día Enya dejó de hablarme, como usualmente lo hace. Finge que no me conoce, y pregunta "¿Quién es Alan?". Lo mismo de siempre. El siguente día... aún no sabe quién soy. Qué raro. Pero bueno, ya luego se le pasará... Uh, 3 días sin hablarme, quizá debería hablarle yo, pero no lo hago... Woah, una semana sin hablarme... creo que estoy empezando a acostumbrarme.
Debí haberle dicho que me gustaba, quizá. Debí aprovechar cuando aún le hablaba. ¿Se habrá enojado conmigo de verdad? ¿Qué hice mal? ¿Por qué pasó ésto? Ricardo e Irving no saben nada, ni su mejor amiga sabe qué sucedió, o al menos, no quiere contarme. Pero ahora ya no somos amigos. Sin explicación alguna tuve que lidiar con perder a mi mejor amiga. Creo que la idea de que "Seguro al día siguiente sí me habla" hizo que fuera más fácil asimilar que ya no nos hablaríamos. O sea, fue más fácil porque lentamente fui perdiendo la esperanza poco a poco hasta el punto donde perdí toda esperanza, pues ya me había acostumbrado a no hablarle. Hey, me ahorro caminar en el sol por media hora más, y quizá también me estoy ahorrando cáncer de piel... ugh, pero en el fondo cada vez que la veo ir sé que preferiría mucho estar ahí hablando con ella.
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