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Si tienes qué preguntarte si eres feliz.
No eres feliz.
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Aprender a volar [ III ]
Saltar al vacío siempre se me ha antojado el más tentador de los suicidios.
Donde la duda a saber volar se hace grande y el miedo a comprobar no saber hacerlo es enorme.
Y es que hay sonrisas que parecen parapentes, que te llevan a disfrutar paisajes que caben dentro de una boca.
Su sonrisa es de ésas. De las que dudan y ya te han regalado una noche de insomnio.
Sus manos arrebatan, no lo saben, pero arrebatan. Pueden desenvolver un regalo a rasguños, con la furia de quien lo quiere todo pero con la duda de si para siempre.
Más abajo sus caderas. Las que bailan, las que te recitan una canción a puro tacto. Con ese estribillo pegadizo que uno memoriza por las noches y tararea por el resto de los días. Y entonces planeo y vuelvo a subir a sus ojos. Cómo no volar con esos ojos que esquivan las miradas porque alguien vino a contarle que mirar enamora. Y que enamorarse es tan peligroso como caer pero nunca como ella. Como si la libertad no estuviera hecha de la misma hebra.
Y entonces desciendo un poco, de a poco, a las manzanas que tiene por pechos, al excelso petricor de su piel que huele a tantas cosas en invierno.
Y mientras aterrizo, la vida que lo sabe todo, me susurra el más sagrado de los secretos, saltar al vacío no se trata de la caída, se trata de los paisajes que vas a mirar mientras vas cayendo.
Y ahí caigo, siempre caigo, con el pretexto que cuando llegue al suelo, mire hacia arriba y sean sus manos las que me levanten.
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Aprender a volar [ II ]
Hay horas que no se quieren, por miedo.
Hay mares que no se navegan, por miedo.
Hay sueños que no se sueñan, por miedo.
Hay nombres que no se nombran, por miedo.
Hay miedos de los que se huyen, por miedo.
Y sin embargo aquí estamos, muertos de miedo, echados a la vida, sin que nos preguntaran si queríamos venir.
Y desde entonces, irremediablemente no nos queda de otra, que vivir.
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Aprender a volar [ I ]
Es alrededor de media noche y todos sabemos que la noche tiene eso, un dulce olor a pecado y tentación. Me atraviesas con un beso en la cocina. Y los dos sabemos eso, que después del primer beso no conocemos límites, que pareciera que nuestra piel no nos basta y vamos directo a meternos por debajo del otro. La música suena de fondo, como un recurso premeditado que va a ponerle soundtrack a nuestra escena. Pasan dos, tres, cuatro canciones. ¡Qué manera de medir cuánto tiempo se puede estar deshaciéndose en el otro!
Y de pronto llega el momento, ese momento en que por un breve instante somos uno solo. Es alrededor de media noche y comprobamos que no hay abrazo más hendido que la piel trasminándose por la piel. Hacemos un silencio tendidos sobre el piso, exhaustos, completos. Y no sabes, no lo sabes, no tienes forma de saberlo, pero mientras de fondo se escucha Gonna be you and me, me confino a quererte de una manera que me desborda. Y ya no, ya no quiero irme a ninguna parte. Y eso hago. No lo sabes, pero ahí me quedo. Ahí sigo. Sin que mucho importe, sin que tal vez nada importe.
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Las guerras que prefiero.
La gente prefiere hablar más de guerras que de orgasmos, le espanta más “le petit mort” que las bombas que desmembran ciudades enteras. Yo me rehuso, creo en el equilibrio del universo como una encomienda a la que atendemos poco. Hemos ninguneado el único acto que nos acerca a la divinidad para devolvernos más humanos.
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La curiosa forma de ser curioso.
Siempre he creído que la curiosidad es un cuchillo de doble filo a la que es difícil adivinarle dónde está el mango. Y dan ganas de agarrarla como sea y descubrir de qué lado corta más. La curiosidad se me antoja de varias formas, vestida de oscuridad, vestida de ojos, de ojos profundos, de soledad, de soledad gozosa. Vestida con lo justo para que den ganas de desvestirla y quedarse a explorar, como un náufrago en una isla desierta o un astronauta en un planeta desconocido, buscando vida a tientas, sin la certeza de encontrarla pero con la esperanza de disfrutar el viaje.
La curiosidad es hermosa por misteriosa, por la misma razón que se antoja peligrosa, porque el miedo a lo desconocido siempre tiene el mismo prólogo, pero no siempre el mismo final (eso me ha enseñado la vida). De todas las formas en cómo me ha seducido la curiosidad, admito que hay una que es mi favorita, esa que tiene forma de recovecos donde cabe una mano o una boca. Las mías. Haciendo lo justo para amoldarse y descubrir que embonan perfecto. La que tiene forma de tres de la mañana sin sueño y se convierte en unas enormes ganas de no querer que llegue el amanecer.
Curiosa es la forma que tengo de ser curioso, curiosa es la forma en cómo llegué tan lejos de la orilla, sin planearlo, sin pedirlo, solo nadando para querer descubrir lo que hay más allá del miedo.
Siempre he creído que hay mares que uno es capaz de querer cruzar sin brújula, porque de nada sirve saber a dónde vas, porque la deriva te lleva a conocer paisajes que estando anclado no conocerías. La curiosidad me ha traído hasta aquí, a estas aguas donde puedo sumergirme y ahogarme, mientras intuyo que la única forma de rescatarme tú ya la sabes.
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La vez que conocí a la muerte.
Trataré ser breve, no por economía de palabras si no de tiempo. Esta historia tiene que ver con el tiempo, con lo breve que es el cúmulo de tiempo que llamamos vida y que apreciamos tan poco hasta que un día nos toca mirar a la muerte a los ojos. Y estoy seguro que si se vive lo suficiente, nadie se va de esta vida sin por lo menos, alguna vez, haber mirado la muerte a los ojos como primer aviso, de ahí en adelante, si hacemos caso, ya no vivimos igual y si hacemos mucho caso, vivimos mejor.
Hasta aquí, algunos pensarán que la historia que estoy por contar es una metáfora y vaya que las hay. Gente que a punto de ser atropellada es salvada de último momento por un poste o el que recibe una bala a un lado del corazón y siente que le apagan para siempre las venas. Esa gente, tiempo después cuenta haber visto a la muerte en ese preciso momento y la metáfora es cumplida. No, nada de eso. Mi historia no va de metáforas, con lo realista que soy me tocó conocerla en un sueño.
PARTE I.
EL PRIMER AVISO.
Una madrugada (porque tengo la hipótesis que los sueños más perturbadores suceden en la madrugada), tuve un sueño vívido, cabe aclarar que recién había llegado a vivir a otro país y tenía menos de un mes durmiendo en mi nuevo hogar, así que aún no lo sentía tan mío. Regresando al sueño, había sido lo suficiente vívido para recordarlo nítidamente al día siguiente, quien los ha tenido sabrá a lo que me refiero. La escena fue concisa, yo manejaba de noche por una carretera solitaria y oscura, la velocidad era la suficiente como para perder el control al tomar una curva y salir volando a un precipicio, en ese momento, en ese preciso momento todo fue en cámara lenta, tal vez mi afición al cine es la que me provee de estos recursos narrativos tan dramáticos, no lo sé, lo que sí sé y tengo muy claro es que el tiempo fue más lento mientras el auto atravesaba la contención enclenque y se disponía a formar una parábola perfecta como una moneda lanzada a una fuente; en ese instante dentro de mí experimentaba una sensación rara, era una certeza incómoda, era como si la vida me concediera un milisegundo para entenderlo todo, y antes de entenderlo todo me asaltaban las dudas: ¿Ése era mi momento?, ¿así se siente saber que te vas para siempre?, ¿c'est fini? Y como si a la vida no le alcanzara con tan contundente evento para responderme, yo por instinto miraba el espejo retrovisor y al hacerlo se me helaba la sangre. Muy estoica, seria y con un gesto profundo y compasivo desde el asiento de atrás me miraba una mujer de tez morena, rasgos indígenas, pelo largo cano y dos coletas que dividían el pelo por la mitad formando un surco perfecto al centro de su cabeza. En ese instante tenía la respuesta, como un rayo que surge entre las entrañas y te llega al corazón, era abrazado por una certeza abrumadora, era la muerte. Ahí el cine me falló porque no era como en las películas, supongo que la muerte es diferente para cada quien. Cuando cruzamos miradas no hicieron falta las palabras, mi instinto de supervivencia entendió que era inútil luchar, algunos dirán que si vas cayendo a un precipicio el instinto no tiene mucho por hacer, pero es mentira, está comprobado que el instinto de supervivencia en esas situaciones hace su parte y compacta el cuerpo, compunge al alma y le pide a lo que cree que lo salve, en una de esas, se salva. Uno no está muerto hasta que lo está. Pero mis circunstancias eran distintas, por eso el instinto se dio por vencido; verla acompañándome me hizo comprender que si alguien no está para perder tiempo es ella, así que entré en un breve e incomprensible estado de paz, no sentí miedo, acepté que así era morirse, dejar de existir, c’est fini.
Después de esa sensación, la cámara lenta dejó de ser y la fuerza de gravedad regresó a la realidad. Un vuelco en el estómago me hizo despertarme de golpe. Muy desconcertado me senté a la orilla de la cama y me palpé el cuerpo, porque no me dejarán mentir, pero esa línea somnolienta que te regresa a la realidad es confusa, quería comprobar si seguía en este plano. Me incorporé y miré por la ventana, queriendo ver el afuera, buscando un atisbo de realidad. Después de unos segundos sí, seguía acá, o allá (porque ya no vivo en ese país) y sólo tenía el pulso acelerado, acababa de experimentar un sueño muy raro, la sensación era rara, podía jurar que aquello no había sido un sueño si no una premonición, un primer aviso. El rostro de esa mujer estaba grabado con una nitidez que me dejaba intranquilo, nunca me había pasado recordar tan bien en un sueño el rostro de alguien a quien no conocía, y en esas estaba, buscándole “chichis a las hormigas” como suelo decir, porque aquello no podía ser una casualidad, al menos, era la sensación que me había dejado. Cuando de pronto me atravesó un flashazo de sien a sien, súbitamente un pensamiento llegado de veteasaberdonde me descifró el secreto, juro que no era mi subconsciente hablando, era una voz metida en mi cerebro que profería la siguiente sentencia: “La próxima vez que veas a esa mujer sabrás que el momento ha llegado”. Es un recuerdo que sigue intacto. No se ha ido.
Como suele suceder siempre, no sabía si tan avasalladora revelación era para sentirme afortunado o paranoico. ¿Cómo afrontas ese tipo de presagios?, ¿cómo sigues viviendo como si nada después de eso?. Sea la fuerza que sea que me estaba haciendo pasar por eso desconocía si yo creía en el destino, entonces se me hacía injusto que viniera a proveerme de información innecesaria. Ya todos sabemos que nos vamos a morir, no hace falta que te lo haga saber un mensajero. Las preguntas subyacentes que me quedaron todo el resto de ese día fueron, ¿cuándo?, ¿sería pronto?, ¿eso quiso decir el sueño?, ¿era un llamado de urgencia para terminar algo?, ¿debía empezar a despedirme?, ¿ahí estaba la fortuna de quien es enterado del primer aviso?, ¿quién carajos pensó que yo quería saber eso?, ni modo, no hay respuestas para eso, a lo más, supuestos, para colmo, supuestos que uno mismo se hace sin más certeza que su propio criterio. En conclusión, estaba ante un misterio que más valía por mi salud mental dejarlo como una anécdota. Decidí no darle más vueltas, el sueño aún podía sentirlo y recordarlo entero. Y ese rostro, el rostro de la muerte. Tan sereno, tan imponente no se iba ir tan fácil, pero insisto, decidí intentar no darle más vueltas.
PARTE II.
EL MENSAJERO.
Dos semanas tenía de haberme mudado al nuevo apartamento por habitar. Las mudanzas son pesadas y más si son de país a país. Todo nuevo y diferente. Cajas arrumbadas esperando ser abiertas y un montón de trámites propios del hogar nuevo. Vivir solo da muchas ventajas pero también desventajas, una de ellas es saber que tienes que encargarte de todo tú solo. Todo eso, sumado al día a día del trabajo lo complica un poco, así que cualquier ayuda brindada por alguien externo acaba siendo invaluable. Afortunadamente en el mismo edificio vivía el que era mi jefe junto con su esposa, que también tenían poco de haber llegado al país y me llevaban tan solo un mes de ventaja en eso de conocer el nuevo terreno. Por la coincidencia de ser vecinos y la complicidad de compartir condición de extranjeros, se compadecieron de mí y me iban adiestrando en los atajos por tomar para que la transición se me hiciera más fácil, cosa que agradecí a mares. Ya saben, “acá puedes comprar verdura, no salgas a pie ni de noche, la playa queda a hora y media, la gente acá es amable, allá encuentras un súper, allá otro mejor surtido”. Tener quien te enseñe atajos siempre es una bendición, así que cualquier duda que tenía de logística se las preguntaba a ellos y ellos amables que eran (son), me guiaban con la ventaja de ser un mes más viejos en el país. Después de desempacar todo lo pendiente y proveerme de los muebles básicos para sentirme de una vez por todas en mi nuevo hogar me llegó la necesidad de que alguien fuera a hacer el aseo una vez por semana. Y ya sabemos cómo es eso, siempre debe ser alguien de confianza. Lo suficiente como para dejarla sola y yo poder irme a trabajar tranquilo sabiendo que a mi regreso el apartamento además de limpio, iba a estar completo. Así que acudí una vez más a mis guías, aproveché que me invitaron a comer un sábado y les expuse la imperiosa necesidad de encontrar alguien honrado y eficaz para dichos menesteres, ellos ya tenían ese servicio que alguien del trabajo les había recomendado ampliamente y a ojos cerrados. Así que esa misma tarde me pasaron su número telefónico y llamé. El tono marcó tres, cuatro veces y contestó una mujer algo apurada, le comenté lo mucho que me la habían recomendado y pactamos el servicio, día, hora y paga. El lunes a primera hora estaría a las 9 de la mañana; hice hincapié en la puntualidad ya que a esa hora salía hacia el trabajo con el tiempo justo para no llegar tarde. Anastasia muy cortesmente me dijo: “No se preocupe señor Jesús, yo estoy puntual a esa hora”.
Los lunes a uno le cuesta arrancar. Así que después de sonar cuatro veces el despertador, finalmente lo apagué a las 7:48 am y comencé atendiendo un par de mensajes de whatsapp, esa gente que le da por joder desde temprano. Me quedé tonteando un poco en el celular hasta que finalmente me metí al baño para abrir ambas llaves y templar el agua. El baño hizo lo suyo y me acabó por despertar; salí y me vestí. Justo estaba por terminar de acicalarme cuando sonó el timbre de mi apartamento, ahí caí en cuentas que estaba esperando a Anastasia como habíamos quedado, por acto reflejo miré la hora y sí, eran las 9:02 am, puntual sí lo era, ahora sólo bastaba comprobar que fuera honrada y bien hecha. Salí de mi cuarto, recorrí el pasillo, me peiné un poco con las manos en el trayecto y le di vuelta al cerrojo. Cabe mencionar que los pasillos exteriores de los apartamentos no tenían ventanas, por consecuencia no había luz natural que los iluminaran y eran alumbrados por luces con sensor de movimiento, uno salía del ascensor y era imposible saber la hora del día, para colmo, en cuanto uno dejaba de caminar el sensor apagaba la luz, así que si uno iba de visita, llegaba a tocar el timbre y el tiempo que tardaban en salir siempre era suficiente para que la luz se apagara, una jodienda para el visitante estar a oscuras mientras espera. Así que con toda esa atmósfera afuera de mi apartamento abrí la puerta para develar la figura a contraluz de quien había tocado mi puerta, en cuanto mi vista disipó formas se me heló sangre. Era una mujer de tez morena, rasgos indígenas, pelo largo cano y dos coletas que dividían el pelo por la mitad formando un surco perfecto al centro de su cabeza. Serena, estoica y seria. Fueron unos segundos tensos. Mi cabeza fue muy rápido, un gatillo disparando un reconocimiento facial inaudito, la certeza de conocer a una mujer que nunca había visto en vida pero sí en un sueño. Pagaría por saber la cara que puse, todo era muy surreal, aún para mí que vengo de la tierra de Pedro Páramo. Su voz me desembelesó, una voz ronca y gruesa preguntó: ¿Señor Jesús?. En mi contexto, esa pregunta la interpreté como una mala broma, ¿acaso a la muerte no le pasaban una foto actual o por lo menos un retrato hablado del implicado para evitar hacer preguntas incómodas?, así que asumí que eso sólo quería decir dos cosas, o era despistada igual que yo y ya en alguna ocasión se había llevado al equivocado y ahora lo usaba como método de confirmación, por eso de que el trámite de regresarlos siempre fuera más complicado o era simplemente el protocolo formal para presentarse y después te conviniera a que la acompañaras, total, todos sabemos que es más fácil irse con alguien a quien ya no consideramos desconocido. Y en esas estaba, confundido, cuando por instinto ni siquiera pude elucubrar un método de escape donde decía No, aquí no vive. A lo que seguro ella me contestaría con una risita irónica, ehhh, eso de “aquí no vive” me suena a que se está adelantando un poco a los hechos. Y ¡pum! Ramalazo con su Oz y listo, aquí ya fue Jesús, Chizo, Jes, Chuy, Chucho. Después de hacerme toda esta película más como mecanismo de defensa atiné a sólo contestar con un seco Sí, soy yo. Debió ver mi cara de resignación así que tranquila pero con gesto confuso contestó: Soy Anastasia. ¡Claro, Anastasia!, ¿quién más?. Sonreí nervioso y le dije dudoso: Pase Anastasia. Con el riesgo de que tal vez invitarla a pasar fuera la clave.
Anastasia dejó un pequeño morral sobre la mesa y me miró. Yo disimulando mi película, comencé a darle instrucciones y a enseñarle donde se encontraba todo lo necesario para las tareas. Una vez que acabé, la dejé en la sala y fui a mi habitación a terminar de alistarme para el trabajo, tan pronto lo hice regresé a decirle que se quedaba con confianza y que cuando se fuera solo cerrara la puerta. Estuve a nada de aclararle que por ningún motivo me fuera a esperar, que se fuera en cuanto terminara y listo. Ciao. Bye. Hasta luego. OK, sí, hasta luego.
Sobra decir que sigo aquí y sólo fue una de las anécdotas más bizarras que me han sucedido en la vida. Sin explicaciones, por lo menos hasta ahora. Han de saber que esos días subsecuentes fueron de los más paranoicos de mi existencia. Manejaba angustiado, rebanaba la piña con cautela, aumentaba las precauciones al bañarme y me ponía ansioso usar un ascensor. Tonto ha de ser uno si piensa que se puede postergar nuestro momento, el momento es el que tiene que ser y punto. De nada vale darle cabida a lo inevitable y morir mil veces antes de morir, ahora con saberme finito me basta y con saberme vivo me sobra. Por eso evito a toda costa las adivinaciones, suficiente tengo con ocuparme del presente como para querer saber de antemano el futuro, prefiero que cuando llegue (si llega) sea una sorpresa, linda o no, eso ya lo descubriremos.
Si llegaste hasta acá te agradezco el tiempo, que como dije al principio, es lo que tenemos y mientras lo tengamos, que no se nos olvide qué bonito es tenerlo. De eso va la vida hasta que nos llegue nuestro momento.
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La melancolía.
La melancolía es un dardo que ataca cuando menos te lo esperas y depende donde pegue te pone de buen o mal ánimo. Siempre he abrazado a la melancolía, nunca la dejo con los brazos extendidos, porque aparte de mala educación se me hace un acto cobarde. Y como dicen por ahí, los valientes, los verdaderos valientes no querían serlo, les toca ser valientes por plantarle cara a las circunstancias cuando las circunstancias son ineludibles. La melancolía hoy pegó. Y aquí estamos siendo valientes porque no queda de otra, porque un abrazo en estas fechas, venga de quién venga, es bien recibido.
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Los abriles no me quieren.
Los abriles no me quieren.
Si hoy fuera el comienzo de una nueva era (que lo es), pero si lo fuera declaradamente y hubiera la posibilidad de hacerle una petición al nuevo mundo, le pediría borrar del calendario el mes de abril y si acaso alguien se opusiera con argumentos astronómicos que justifican la vuelta al sol y esas cosas, entonces pediría cambiarle el nombre o por lo menos, que marzo o mayo se hicieran más largos. ¡Ay abril!, tan hijo de puta saliste de unos años a la fecha. Tan simpático que parecías, tan alegre lleno de flores, rebosado de sol con soundtrack de jilgueros, tan jacarandoso. Pero bien dicen que de lo bello desconfíes porque no es eterno.
Así que lo único que pido es que pases rápido, que desaparezcas pronto, como ese fantasma que se desvanece en cuanto enciendes la luz o esa promesa que no voy a cumplir si nadie nunca la supo. Vete, vete y llévate todo lo que rompiste. Bueno casi todo, déjame a mí, ése es el único que no te sirve roto, lo sé porque ni yo me sirvo. Llévate las espadas que cortaron el aire aquella noche y las palabras de la boca que nunca más fue mía. Llévate el silencio que se hizo aquella tarde de funeral, ahógalo con tus colores de temporada. Vete y desaparece de una vez por todas los malos recuerdos, el último ocaso juntos al pie del lago, la cerveza que se puso tibia, las ganas de no tener ganas, el sabor a cobre en el paladar, la intermitencia que suena después de una llamada, el miedo a querer querer, las balas que llevaban intención de matar y no mataron, las palabras hechas rehenes que nadie pagó su rescate. Todo eso, llévatelo cuanto antes junto contigo. Con gusto le regalaría a Sabina todos los abriles que a él le han robado, que se los quede quien quiera.
Porque a mí los abriles no me quieren.
Muy hijos de puta son, que en plena primavera me han puesto mirar los paisajes más tristes sin que lo parezcan.
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La vida sigue.
La vida sigue, sin duda. Siempre. Por encima de nosotros y apesar de todas las veces que queremos detenerla. Por eso, cuando a la gente se le ocurre decir: "la vida sigue" sé que lo hace en un esfuerzo por lograr con palabras lo que solucionaría mejor con un silencio.
Y sin embargo, tiempo después entiendes, que se dice eso porque es una verdad, vana, austera, simplona, pero verdad al fin. Lo malo no es decirla, lo malo es el tiempo en que se dice, la herida está muy fresca como para procesarla. De ahí ha de venir eso de que las verdades duelen.
Y sí, la vida sigue, y un día te va a rebasar y dejarte atrás. Hace 8 años cuando murió mi hermano, recuerdo que fue de las frases que más escuché. Y sí. La vida siguió. A pesar del dolor y mis circunstancias.
Porque que hay gente que se muere para enseñarte a vivir, poca cosa no es, un día dejan de existir y entre tanto nubarrón y desazón que deja lo inevitable, se te acaba por aclarar un poco más el panorama.
Entonces abrazas cuando tienes que hacerlo. Dices cuando tienes que decirlo. Y cuando dudas si estás haciendo lo correcto o no, piensas que la vida sigue, a pesar de tus indecisiones. Así que más vale atreverse y no perder el tiempo.
Yo creo que es por eso que se vuelve tan importante para todos los que hemos perdido a alguien que amamos, entender que mientras la vida siga, a nuestros muertos hay que tenerlos más vivos que nunca.
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Pedazos de historias del 19S.
1
“Los cuerpos no se sacan por el mismo lado que los escombros, los cuerpos se sacan por la parte de atrás, a escondidas, sin que casi nadie se entere, porque en esas circunstancias lo que menos se quiere saber es cuántos van muertos, si no cuántos quedan vivos y el balance nunca cuadra a favor. Esa cifra nos la tenemos que comer nosotros, los encargados de sacar los muertos. Si la gente se entera que hay más muertos que la posibilidad de encontrar vivos, todo se cae. Imagínate, un polín de madera puede sostener hasta un techo o lo que queda de él, pero no hay polin que sostenga la esperanza humana. Esa la sostenemos nosotros. Y al final de todo, ése precio a pagar es el consuelo que nos queda, es así, a veces la esperanza de algunos tiene que ser la desgracia de otros”.
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2
La madre corrió como pudo, tomó sus dos hijos, uno en cada mano y corrió hacia la salida. Adelantó al primero sin soltarlo para que saliera por la puerta, ella, siendo el eslabón de la cadena salió después y el tercero que venía al último nunca salió.
Ya afuera, la ladera se derrumbó, arrebatándole al primero de su mano, entre tierra y piedras se lo llevó. En un santiamén el temblor le había arrancado a sus dos hijos de las manos. En un santiamén, la vida ya valía menos que la muerte.
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3
Recojo de entre los escombros una fotografía, así, olvidada, polvosa, roída, maltratada. Un padre carga a su hija y los dos sonríen. Me le quedo mirando un rato, la contemplo con la misma incertidumbre que todos tendríamos ante semejante escena. ¿Seguirán vivos?, ¿Se salvaron?, Aunque sea uno, ¿En qué piso vivirían?, Por favor que haya sido planta baja y hayan alcanzado a salir, ¿Cómo se llamarán?, ¿Cuántos años tendrá la foto?, ¿Estarían juntos?, ¿Se dirían te quiero esa mañana?
Las respuestas inciertas duelen como estocadas. Porque esa tarde todos nos quedamos sin palabras, esa tarde nadie sabía nada y todos queríamos olvidarlo todo.
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4
“Se cimbra el suelo. Uno, dos, tres jalones. No para. Las escaleras parecen estar hechas por un arquitecto surrealista. La gente corre, grita, empuja, todo lo que te dicen que no hay que hacer cuando tiembla. La teoría siempre es una mierda inútil a la hora de practicarla.
Salimos, logramos salir sin saber cómo. Y nos quedamos mirando desde afuera. Hay un silencio. La tierra deja de moverse. Los minutos pasan, las redes se saturan, las llamadas no entran ni salen. Sólo sabemos que estuvo fuerte. Nada más. En la esquina de San Luis Potosí y Medellín, en la mera esquina hay, había un puesto de dulces, lo atendía una niña, trece, catorce años, no más. Estaba de encargada. La ingenuidad les gana a algunos y deciden regresar por sus cosas. Entre ellos a esa niña que al parecer su única responsabilidad era cuidar el puesto. Cincuenta minutos después de pasado el temblor, los cimientos ceden. Por un instante el tiempo se detuvo, después todo crujió, todo, los cristales, las estructuras, el puesto de lámina, los huesos, los corazones, los ojos. Todo crujió. Y aún sigue crujiendo. Porque hay dolores que no se van. Y yo no he dejado de pensar en esa niña, y mira que yo creo en el destino, pero hay destinos que me cuestan creer. Como el suyo, que por ignorancia de perder poco se perdió ella”.
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5
“Ahí abajo, sólo escuchas tu respiración y te pones a pensar en todo lo que no hiciste y te prometes a ti mismo, que si sales de esa, ahora sí vas a hacerlo. Es como negociar con la vida, con dios, con lo que sea que sean tus creencias. Es como decirle: Si sobrevivo, ahora sí… Y el tiempo pasa y no pasa nada. Pierdes noción del tiempo, no sabes si es de día o de noche. Al principio sí, luego ya no. Tanto tiempo pasas ahí con la pierna hecha trizas, que dejas de sentir dolor; llegas a pensar que a lo mejor ya estás muerto y eso es la muerte. La nada. Después oyes ruidos, voces lejanas. Ahí te regresa la esperanza. No sabes para qué quieres vivir, pero vivir se vuelve tu meta. Y cuando te sacan, cuando por fin te logran sacar, comprendes que para realmente vivir, antes tienes que morirte un poquito”.
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En tu cumpleaños.
Hoy es tu cumpleaños hermano. Decir que la vida sigue igual es mentira. Sólo sigue. Desde que te fuiste sólo sigue, como diría Sabina: …Y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.
Mi madre te busca desde una silla para que le aguante la existencia. Mi padre, en una cama que tiene tu nombre y la forma de tu última morada. Y tus sobrinos solo saben que te querían, con el recuerdo que se guarda a los 18, 12, 8, 3 años. Y haces falta gordo. No hay Navidad en que no te lloremos, porque por esas fechas te nos fuiste y porque llorar es la forma que nos dejaste para comprobar que seguimos un poquito vivos.
Los tanatólogos dicen que soltar es el camino, yo digo que chinguenasumadre sus teorías si no saben lo que es sujetarle la mano a un hermano en el último aliento de vida, queriendo irse a donde quiera que se haya ido.
Que para allá vamos todos dice la verdad más ineludible, yo digo que esa mañana queríamos irnos todos contigo, porque era domingo, porque no se trabajaba, porque qué más daba. Y lo más que logramos, es que se fuera una parte de nosotros. Créeme.
Tuviste tantas muertes y ninguna te mató que por eso que te creímos invencible.
36 de tus años fueron suficientes para enseñarnos mucha vida, pero pocos para tenerte de nuestro lado. Acá. Donde nos preocupamos por tonterías como la inflación y el sueldo.
Y haces falta gordo. Siempre haces falta.
Haces falta en las anécdotas nuevas que queremos tener para compartir Lucy y yo, Paty y Ray. Todos.
Hoy es tu cumpleaños hermano, quién lo iba a decir, por fin tenemos la misma edad y ahora te entiendo, a los 36 aún no se madura. De regalo te tengo ese abrazo pendiente y dos tequilas. Los tequilas hoy me los tomo en tu memoria, el abrazo, cuando volvamos a vernos.
Feliz cumpleaños gordo.
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Sauvignon
Anda, ven y acuéstate a mi lado.
Apaga la luz.
Vamos a bebernos los años.
Los tuyos, los míos, los de este vino descorchado.
Que los años fermentan la vida
y sólo una vida fermentada está lista para embriagarse.
Así que ya va siendo hora de embriagarnos,
De meternos en la piel del otro
y cocernos promesas por debajo de la lengua.
Anda, ven y agita tu respiración aquí cerquita.
Rómpelo todo a tu paso.
Las costumbres y las culpas.
Los “te quiero” no correspondidos.
Las heridas que te hicieron en el pasado.
Anda, ven y quítame la ropa junto con los prejuicios.
Conóceme todo.
Que al tiempo nadie le enseña a llegar a tiempo.
Que es preciso y precioso,
que lo mejora todo, que nos da sabor y nos quita penas.
Que es ahora y no antes ni nunca,
que es aquí y contigo,
que son los años los que crearon las distancias justas
para aún no habernos conocido,
que la vida es un festejo para relajar el alma,
que si te quedas dormida, te velaré las horas.
y si amaneces primero despiértame como tú sabes.
Anda, ven y dime que la vida recién comienza.
Que somos como las uvas que se machacan,
que tienen que morirse para saber mejor.
Y yo quiero saber contigo todo lo venidero.
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Antes y después del viaje.
En la vida te vas a encontrar con gente de todo tipo, porque abundan, y esa gente, está ahí por alguna razón, a veces conoces esa razón, a veces no. A veces, muchas veces, y mucho tiempo después la sabes. A veces nunca la encuentras. Algunos lo llaman destino, otros casualidades. Unos más realistas le llaman vida. Y esa gente, (no siempre malintencionada) te va a decir lo malo que es el mundo, que no salgas, que no vayas, que no busques, que no hurgues donde no te llaman, que te quedes con la curiosidad, que es mejor así. Esa gente te la vas a encontrar en todos lados y de todas formas. No les hagas caso. Sonríeles, agradece su consejo y sigue. A tu ritmo, a tus horas, a tus ganas.
Te lo advierto. El mundo está lleno de gente que ve en ti sus propios miedos y los ataca sin misericordia, pensando que advirtiéndolos los vencerá. Pero nunca es así. Nadie vence lo que no enfrenta. No te preocupes mucho por eso. Avanza. Sigue y suelta, siempre encárgate de soltar. Porque un equipaje pesado hace cansado cualquier viaje. Recuerda que te tienes a ti y a tu circunstancia. Eras el que eras antes de llegar a cualquier destino. Acumula vivencias, aprendizajes, sonrisas, besos, consejos, son los únicos que no pagan sobreequipaje.
El mundo está lleno de gente que te va a cuestionar el tiempo perdido, que te va a tratar de convencer que no tenías que irte tan lejos para obtener lo que querías, no les des explicaciones. Habrá gente que va a intentar persuadirte de quedarte, también hay de esos, invítalos a levantarse y conocer otro mundo. Habrá quien te chantajee diciendo que pares, que no estás yendo a ninguna parte. Con las ojeras a cuestas y la piel curtida bien podrás decirle que “parar” es precisamente ir a ninguna parte. Habrá gente que te hablará las trágicas consecuencias de ser nómada y con paciencia podrás contarle una historia que en su vida hubiera conocido de no ser por ti. Habrá gente que te hará dudar de tus decisiones, la misma que nunca ha tenido el valor de tomar una. Habrá gente que te diga que el mundo es peligroso, muéstrale tus cicatrices mientras se te ilumina la cara y le cuentas cómo te las hiciste y lo vivo que estás.
Habrá gente, mucha gente que te preguntará si ha valido la pena. Y entonces podrás decir o callar, es decisión propia. Pero cada vez que lo hagan, va a ser inevitable recordar todo lo siguiente:
Cada vez que te sentías perdido te encontraste a ti.
Ganaste mucho cada vez que perdiste el miedo.
Fuiste por una cosa y regresaste con lo que jamás esperaste encontrar.
Conociste lo que no estaba en el plan. Bien. Muy bien.
Un plan asesina la aventura y ninguna aventura sucede encerrado en la casa.
Tus sentidos experimentaron cosas que por más que te esfuerces jamás podrás transmitírselo a nadie. Se llama tesoro personal. Único e intransferible. Cuídalo.
Eres más sabio. No por intelectual, si no por sensibilidad.
Tus mejores memorias llevarán una sonrisa inevitable en el rostro, un pequeño nudo en la garganta, una lágrima contenida en los ojos o las tres al mismo tiempo.
Son ésas las que (tiempo después sabrás) marcarían tu vida para siempre.
Habrá gente, siempre habrá gente que va a intentar detenerte. Una sola cosa tienes que tener clara. Que esa gente no seas tú mismo. Con eso basta y es suficiente.
Amén.
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mátate
Con todo y todo, mátate.
Mata al que piensa mucho y actúa poco. Al moralista, ése que te cuestiona siempre y más que todos. Al ignorante, el que se conforma con saber poco para no cuestionarse mucho. Al perezoso, que roba aire y no vida. Al crítico, el que vive opinando y no haciendo. Al iluso, ése que piensa que lo imposible no es posible. Al pesimista, el que cree que las cosas no van a cambiar porque nunca ha querido cambiar.
Mátate ya. Por el bien tuyo, por el bien de todos.
Pero sobretodo, mata a ése que se muere de miedo de hacer lo que te haría más feliz.
Hoy que inicia un nuevo ciclo, mátate.
Confía, eso es lo mejor que te puedes hacer.
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la dicha en la ducha.
hicieron el amor en la ducha, en el piso, contra todo pronóstico de buenas costumbres y buenas posturas. comprobándose una vez más que el amor todo lo puede.
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a mí me gusta el vino.
hay uvas dulces, llenas de jugo y de vida, de ésas estás hecha, sin duda. de ésas que me hacen cuando te deshaces. y me embriagan y me ponen a contar cuentos, a coserle palabras a mis labios para regalártelas. a ponerle moño a mis noches y sueño a la herida. hay uvas dulces, que con el tiempo adecuado y las manos correctas se convierten en vino. y a mí con lo que me encanta el vino y el tiempo, y tus manos, y tus manos con tiempo y tu tiempo en mi boca. y mi boca en tu vino.
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