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Tú me quieres blanca
Tú me quieres alba, Me quieres de espumas, Me quieres de nácar. Que sea azucena Sobre todas, casta. De perfume tenue. Corola cerrada Ni un rayo de luna Filtrado me haya. Ni una margarita Se diga mi hermana. Tú me quieres nívea, Tú me quieres blanca, Tú me quieres alba. Tú que hubiste todas Las copas a mano, De frutos y mieles Los labios morados. Tú que en el banquete Cubierto de pámpanos Dejaste las carnes Festejando a Baco. Tú que en los jardines Negros del Engaño Vestido de rojo Corriste al Estrago. Tú que el esqueleto Conservas intacto No sé todavía Por cuáles milagros, Me pretendes blanca (Dios te lo perdone), Me pretendes casta (Dios te lo perdone), ¡Me pretendes alba! Huye hacia los bosques, Vete a la montaña; Límpiate la boca; Vive en las cabañas; Toca con las manos La tierra mojada; Alimenta el cuerpo Con raíz amarga; Bebe de las rocas; Duerme sobre escarcha; Renueva tejidos Con salitre y agua; Habla con los pájaros Y lévate al alba. Y cuando las carnes Te sean tornadas, Y cuando hayas puesto En ellas el alma Que por las alcobas Se quedó enredada, Entonces, buen hombre, Preténdeme blanca, Preténdeme nívea, Preténdeme casta.
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El vuelo de mi voluntad
El amor es un pájaro y a ti te quedan pequeñas todas las metáforas. Mira, cuando el dedo apunta al cielo yo te miro a ti y pienso: joder ¿y si resulta que somos pájaros volando en la tierra? Veras, tengo al miedo recluido en un cuarto de mi cuerpo a oscuras para que se sienta cómodo y no quiera salir - disculpad la cobardía, pero a veces duermo por no encender la luz -. Si quieres domesticar a tus fantasmas dales una pistola con una única bala, una habitación sin luz, cuenta hasta tres y huye. Todos los valientes mueren en el penúltimo paso pero solo los cobardes lo saben. En el otro cuarto amanecemos tu y yo cada día como animales salvajes reducidos al instinto básico de supervivencia humano: amarse. Qué voy a decir al respecto: que no es suficiente lo demuestra la quietud de mis heridas - hay quienes se conforman con poco para vivir, otros necesitan de más para morir y a mí me basta amarte para saberte inmortal -. En la mitad que me queda llueve, a veces. Es un cuarto con goteras y los vecinos se quejan: lloras muy alto, me acusan. Déjenme quererme, les suplico. Después abro la puerta y entras tu como un vendaval sin portazo: resulta que desde que me bebes no me ahogo, bebiéndote aprendí a nadar. Una noche apagaste la lámpara y me llamaste luz: desde entonces cada vez que tengo miedo río - que sencillo es todo lo difícil cuando pasa por tus manos -. Mi temor se vuelve una cascada de aire limpio cuando me confieso en ti y por un momento soy todo lo que no soy. Como cuando tú me nombrabas: conseguías hacerme ser todo lo que nunca fui, y aún no se si te debo mi futuro o eres el nombre de mis fracasos. Sea lo que sea: gracias por el huracán, deja la puerta abierta a futuros destrozos y posibles arreglos y, por favor, no vuelvas jamás. A lo largo y a lo ancho de este mar he aprendido varias cosas. Amigo es quien pone su lágrima en el ojo cuando quieres llorar; quien vuelca su risa en tus oídos cuando quieres reír, quien te cura las heridas aunque escueza y no quien evita tu caída - caerse es necesario para aprender a andar -. El amor de una madre es insuperable, el cariño de un padre incontenible, la protección de una hermana inabarcable: la familia, en mi definición, una suerte. Amar a alguien por olvido a otro solo hará que te dejes de reconocer a ti mismo. El dolor es el amor real en futuro. Los generosos son los únicos que quieren en exceso. La música es una mujer. Llorar también es traer el mar a los ojos de uno. Los amores platónicos son luz de estrellas muertas siglos atrás; los amores reales, lluvia en el rostro. Superarse a uno mismo es un beso con lengua al amor propio. No te creas todo lo que te cuenten, ni siquiera esto: la sabiduría es individual y solo responde a las experiencias de uno mismo. Me calma tu cama, me duele tu duelo, me salva tu saliva. Eres todas esas cosas que un día me juré no necesitar, la total entrega sin escudos: un amor virgen, esa vida que rechazaba por cobarde - no llames cobarde a alguien que tiene miedo, solo abrázalo y dile que, al revés de todo, los monstruos existen hasta que les pones nombre: solo los valientes lo hacen-. Y creo que te quiero de verdad: porque no te necesito y aún así no quiero que te vayas, porque eres verdad sobre toda mi vida y tu cara parece un logro sobre esta losa que me arrastra, un beso a la flor marchita de mi lápida, porque meciste mi mano para escribir mis temores de una forma tan suave que pareció una caricia y ya no tengo miedo más allá de mi misma, porque me has hecho amar aquello en lo que dejé de creer y, mereciéndote un cielo y un nombre de diosa, te quedas en mi tierra. Te quedas en mi tierra, conmigo, que es algo así como un paraíso cuando es contigo, una estrella en espera cuando cae la noche y un solo cuerpo abrazado a sí mismo cuando me miras y no soy yo a quien ves sino a un continente hecho de lava, fuego artificial y sueños que cumplir cada noche. Me voy aquedar aquí conmigo un rato más, en mi quietud contemplativa, mirando al cielo buscándote - o viceversa - porque tu vuelo amansa la voluntad de mi daño y alguien me dijo una vez que no hay que poner comas a la calma.
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Habrá estrellas
Habrá estrellas sobre el lugar por siempre; Aunque la casa que amamos y la calle que nos encantó se pierdan, Cada vez que la tierra circula su órbita En la noche en que se atraviesa el equinoccio de otoño, Dos estrellas que sabíamos, posadas en el pico de la medianoche Llegarán a su cenit; profunda será la quietud; Habrá estrellas sobre el lugar por siempre, Habrá estrellas por siempre, mientras nosotros dormimos.
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Nos han vuelto a engañar...
Quisiera decir algo, pero quizás sea inútil. Nos han vuelto a engañar una vez más, de manera sutil, como lo suelen hacer. Hemos sido generosas, acogedoras, maternales. Hemos hablado, discutido, cantado, exhibido hasta los más ingenuos de nuestros gritos, sin comedimiento, sin pudor femenino, con la absurda esperanza de hacer comprender a quien no puede comprender, ni quiere comprender, cuanta libertad, cuanta autenticidad, cuanto amor, cuanta vida se nos ha quitado. Todo ha sido inútil hermanas. Los ojos de ese hombre que circula entre nosotras, con su cara falsamente respetuosa y que dice que quiere informarse, conocernos mejor, porque solo conociéndonos mejor podrá cambiar su relación con nosotras, de todas sus falsas e hipócritas justificaciones, esta es las más sucia. Como os iba diciendo, los ojos de este hombre son los del sempiterno macho que lo deforma todo porque lo ven en el espejo del ridículo y la burla. El sinvergüenza es siempre el mismo. Las mujeres son el pretexto para permitirle una vez más, que cuente con su zoológico, su circo, su espectáculo de variedades neurótico. Y nosotras allí, haciendo de payasas, de marcianas, montando su espectáculo para él con nuestro sufrimiento, con nuestra pasión. Este lúgubre, oscuro y extenuado califa que sepa de una vez por todas que no somos marcianas. Queremos vivir en la Tierra, esta Tierra, pero no como el estiércol como viene sucediendo desde hace cuatro mil años. Ni nos conoce, ni quiere conocernos, pero este será su error mortal, porque encerradas en la oscuridad de su harén y aisladas en nuestros guetos miserables o lujosos hemos tenido tiempo de espiarle, de observar a nuestro carcelero, a nuestro señor. Oh sí, ya sabemos quien es. Lo sabemos todo sobre ti. Tú eres el payaso, el marciano. ¡Hermanas! Miradle, mirad como se esconde...
La ciudad de las mujeres, Federico Fellini
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El Pecho
Esta es la llave.
Esta es la llave para todo.
Preciosamente.
Soy peor que los hijos del guardabosque,
picoteando en busca de plomo y pan.
Aquí estoy intentando crear perfume.
Déjame tumbarme en tu alfombra,
en tu colchón de paja -lo que tengas a mano-
porque la niña en mí se está muriendo, muriendo.
No es que sea ganado para ser comida.
No es que sea una especie de calle.
Pero tus manos me encontraron como arquitecto.
¡Jarra llena de leche! Fue tuya hace unos años
cuando habitaba el valle de mis huesos,
huesos bobos en la ciénaga. Pequeñas bagatelas.
Un xilófono quizá, con piel,
recubriéndolo todo, torpemente.
Sólo después se volvió algo real.
Después me comparé a estrellas de cine.
Y no estaba a la altura. Algo entre
mis hombros sí lo estaba. Pero nunca suficiente.
Claro, había una pradera,
pero sin ningún joven que cantara la verdad.
Nada con lo que poder distinguir la verdad.
Sabiendo nada de los hombres me tumbé junto a mis hermanas
y resurgiendo de las cenizas grité
¡mi sexo será traspasado!
Ahora soy tu madre, tu hija,
tu novedad -un caracol, un nido-.
Vivo cuando están vivos tus dedos.
Visto seda -cubierta para ser descubierta-
porque es en lo que quiero que tú pienses.
Pero para mi gusto es un tejido demasiado severo.
Así que dime lo que quieras pero recórreme como un escalador
pues aquí está el ojo, aquí la joya,
aquí la excitación que el pezón aprende.
Estoy desequilibrada -pero no estoy loca de nieve-.
Estoy loca en el modo en que las niñas están locas,
con una ofrenda, con una ofrenda…
Ardo del mismo modo que el dinero.
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Cristales de ausencia
Cristales de tu ausencia acribillan mi voz,
que se esparce en la noche
por el glacial desierto de mi alcoba.
-Yo quisiera ser ángel y soy loba-.
Yo quisiera ser luminosamente tuya y soy oscuramente mía.
Mi accidente será un buen epitafio:
Cuando una calle bajo el sol cruzaba,
de dolor -o de amor- es lo mismo,
murió desbaratada.
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El amor que calla
Si yo te odiara, mi odio te daría en las palabras, rotundo y seguro; pero te amo y mi amor no se confía a este hablar de los hombres, tan oscuro. Tú lo quisieras vuelto en alarido, y viene de tan hondo que ha deshecho su quemante raudal, desfallecido, antes de la garganta, antes del pecho. Estoy lo mismo que estanque colmado y te parezco un surtidor inerte. ¡Todo por mi callar atribulado que es más atroz que el entrar en la muerte!
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Acabar con todo
Dame, llama invisible, espada fría, tu persistente cólera, para acabar con todo, oh mundo seco, oh mundo desangrado, para acabar con todo. Arde, sombrío, arde sin llamas, apagado y ardiente, ceniza y piedra viva, desierto sin orillas. Arde en el vasto cielo, laja y nube, bajo la ciega luz que se desploma entre estériles peñas. Arde en la soledad que nos deshace, tierra de piedra ardiente, de raíces heladas y sedientas. Arde, furor oculto, ceniza que enloquece, arde invisible, arde como el mar impotente engendra nubes, olas como el rencor y espumas pétreas. Entre mis huesos delirantes, arde; arde dentro del aire hueco, horno invisible y puro; arde como arde el tiempo, como camina el tiempo entre la muerte, con sus mismas pisadas y su aliento; arde como la soledad que te devora, arde en ti mismo, ardor sin llama, soledad sin imagen, sed sin labios. Para acabar con todo, oh mundo seco, para acabar con todo.
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Avenue Of The Americas
Podemos elegir entre estar juntos y hacernos mutuamente desgraciados.
O separarnos ahora y ser también cada uno por su lado desgraciados.
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Bedford Street
Ella me dio el cuchillo y dijo: «Clávalo en el segundo espacio intercostal». «¿Cuál es?», le pregunté. Se abrió la blusa y señaló, risueña, un punto: «Aquí». Algo debía de haber en aquel viaje que lo hizo diferente. Más intenso. Se veían más cosas. Ascendíamos a inéditos sonidos y colores. No había confusión. Hasta el detalle más ínfimo nos era comprensible. Sugerí: «¿Por qué no con barbitúricos?» «Es lento», me objetó. «Ya lo he probado. Y el lavado de estómago es horrible. Como un trauma mental, pero en lo físico» Sustituí su dedo por el mío y apoyé allí el cuchillo suavemente. Y lo empujé de súbito. No fuera que cambiara de idea si iba lento.
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¡Adiós!
Las cosas que mueren jamás resucitan, las cosas que mueren no tornan jamás. ¡Se quiebran los vasos y el vidrio que queda es polvo por siempre y por siempre será! Cuando los capullos caen de la rama dos veces seguidas no florecerán... ¡Las flores tronchadas por el viento impío se agotan por siempre, por siempre jamás! ¡Los días que fueron, los días perdidos, los días inertes ya no volverán! ¡Qué tristes las horas que se desgranaron bajo el aletazo de la soledad! ¡Qué tristes las sombras, las sombras nefastas, las sombras creadas por nuestra maldad! ¡Oh, las cosas idas, las cosas marchitas, las cosas celestes que así se nos van! ¡Corazón... silencia!... ¡Cúbrete de llagas!... -de llagas infectas- ¡cúbrete de mal!... ¡Que todo el que llegue se muera al tocarte, corazón maldito que inquietas mi afán! ¡Adiós para siempre mis dulzuras todas! ¡Adiós mi alegría llena de bondad! ¡Oh, las cosas muertas, las cosas marchitas, las cosas celestes que no vuelven más! ...
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Vida, mi vida
Vida, mi vida, déjate caer, déjate doler, mi vida, déjate enlazar de fuego, de silencio ingenuo, de piedras verdes en la casa de la noche, déjate caer y doler, mi vida.
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“Sólo creo en el fuego. Vida Fuego. Estando yo misma en llamas enciendo a otros. Jamás muerte. Fuego y vida.”
- Anaïs Nin
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La balada de la masturbadora solitaria
Al final del asunto siempre es la muerte. Ella es mi taller. Ojo resbaladizo, fuera de la tribu de mí misma mi aliento te echa en falta. Espanto a los que están presentes. Estoy saciada. De noche, sola, me caso con la cama. Dedo a dedo, ahora es mía. No está tan lejos. Es mi encuentro. La taño como a una campana. Me detengo en la glorieta donde solías montarla. Me hiciste tuya sobre el edredón floreado. De noche, sola, me caso con la cama. Toma, por ejemplo, esta noche, amor mío, en la que cada pareja mezcla con un revolcón conjunto, debajo, arriba, el abundante par espuma y pluma, hincándose y empujando, cabeza contra cabeza. De noche, sola, me caso con la cama. De esta forma escapo de mi cuerpo, un milagro molesto, ¿Podría poner en exibición el mercado de los sueños? Me despliego. Crucifico. Mi pequeña ciruela, la llamabas. De noche, sola, me caso con la cama. Entonces llegó mi rival de ojos oscuros. La dama acuática, irguiéndos en la playa, en la yema de los dedos un piano, vergüenza en los labios y una voz de flauta. Entretanto, yo pasé a ser la escoba usada. De noche, sola, me caso con la cama. Ella te agarró como una mujer agarra un vestido de saldo de un estante y yo me rompí como se rompen las piedras. Te devuelvo tus libros y tu caña de pescar. El periódico de hoy dice que os habéis casado. De noche, sola, me caso con la cama. Muchachos y muchachas son uno esta noche. Se desabotonan blusas. Se bajan cremalleras. Se quitan zapatos. Apagan la luz. Las criaturas destellantes están llenas de mentiras. Se comen mutuamente. Están más que saciadas. De noche, sola, me caso con la cama.
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Falsamente tuyo, Charles Bukowski
Querida, encuentra lo que amas y deja que te mate.
Deja que consuma de ti tu todo. Deja que se adhiera a tu espalda y te agobie hasta la eventual nada. Deja que te mate, y deja que devore tus restos.
Porque de todas las cosas que te matarán, lenta o rápidamente, es mucho mejor ser asesinado por un amante.
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Itaca
Cuando emprendas tu viaje a Itaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias. No temas a los lestrigones ni a los cíclopes ni al colérico Poseidón, seres tales jamás hallarás en tu camino, si tu pensar es elevado, si selecta es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo. Ni a los lestrigones ni a los cíclopes ni al salvaje Poseidón encontrarás, si no los llevas dentro de tu alma, si no los yergue tu alma ante ti.
Pide que el camino sea largo. Que muchas sean las mañanas de verano en que llegues -¡con qué placer y alegría!- a puertos nunca vistos antes. Detente en los emporios de Fenicia y hazte con hermosas mercancías, nácar y coral, ámbar y ébano y toda suerte de perfumes sensuales, cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas. Ve a muchas ciudades egipcias a aprender, a aprender de sus sabios.
Ten siempre a Itaca en tu mente. Llegar allí es tu destino. Mas no apresures nunca el viaje. Mejor que dure muchos años y atracar, viejo ya, en la isla, enriquecido de cuanto ganaste en el camino sin aguantar a que Itaca te enriquezca.
Itaca te brindó tan hermoso viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no tiene ya nada que darte.
Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado. Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia, entenderás ya qué significan las Itacas.
Ulises y las sirenas, Carl Theodor Von Blaas
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Somos transmisores
Mientras vivimos somos transmisores de la vida. Y cuando dejamos de transmitirla, la vida deja de fluir por nosotros. Esto es parte del misterio del sexo, es un flujo hacia delante. La gente asexuada no transmite nada. Y si cuando trabajamos, podemos inyectar vida a lo que hacemos, vida, más vida nos invade, nos inunda y compensa, nos alista, y vibramos con vida a través del curso de los días. Aunque sólo fuera una mujer haciendo torta de manzana, o un hombre creando una silla, si la vida entra en la torta, buena es la torta buena es la silla: contenta la mujer, con fresca vida manando en su interior, contento el hombre. Da y te será dado es todavía la verdad acerca de la vida. Pero dar vida no es tan fácil. No significa entregarla al primer miserable, o dejar que los muertos en vida te devoren. Significa propiciar el fuego de la vida donde no lo había, aun cuando sólo fuera en la blancura de un pañuelo lavado.
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