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Víctor Parkas
LA IRRELEVANCIA
El bloqueo del escritor es la manera que tiene el subconsciente de advertirte que no tienes nada interesante que decir. No te enfrentes a él. No luches. La sección de la biblioteca dedicada al lacrimal del hombre blanco hetero no necesita más entradas. Tus devaneos sentimentales no interesan a nadie. Tu colección de discos no interesa a nadie. Tu historia familiar de clase obrera no interesa a nadie. Tu dominio de la retórica no va a hacer de tus problemas otra cosa diferente a lo que son: polvo en el mundo. Si fuiste cordial con tus compañeros en la facultad de periodismo, quizá veas publicada alguna reseña favorable hacia tu trabajo. Si intercambiaste apuntes con la gente adecuada, con aquellas y aquellos que terminarán, como tú, malviviendo en los medios generalistas, puede incluso que te entrevisten. Lo hacen con la esperanza de que, cuando estén en tu lugar, cuando conviertan sus problemas en un libro tan accesorio como el tuyo, seas tú quien les dediques una entrevista a ellos.
Ah, por cierto: te acabo de resumir la prensa cultural española de las últimas cuatro décadas. Cuarenta años de paz. No hay de qué. Sigamos.
El bloqueo del escritor sólo puede ser del escritor, porque lo que ha bloqueado históricamente a las escritoras rara vez ha sido intangible. Las escritoras no necesitan musas: como concluyó Vitginia Wolf, un cuarto propio es suficiente para que ellas se pongan a escribir.
¿Qué detiene, entonces, al hombre que escribe? ¿Qué lluvia le frena?
El bloqueo del escritor aparece cuando ese escritor se sabe privilegiado, porque saberse privilegiado hace que sea muy difícil sonar convincente. Sobretodo, cuando el sujeto a convencer es uno mismo. Para alcanzar esa autogestión, el escritor parte de una mentira, y esa mentira es que no todos los hombres somos iguales. Los hay más sensibles. Los hay más vulnerables. Los hay, incluso, feministas. El matiz que hace distinto a un hombre de otro, sin embargo, es el mismo que hace distintos, entre sí, a dos periquitos: plumaje, pico y dureza de uñas. Yo no soy distinto a un violador. Yo no soy distinto a un maltratador. Yo no soy distinto a un proxeneta. Como varón, tengo el suficiente poder para actuar bajo cualquiera de esos tres perfiles; simplemente, he decidido no ejercerlo. He decidido ser un hombre civilizado: el equivalente, hecho carne, a una monarquía consitucional, a una banca ética, a un ejército en misión humanitaria.
Quiero una medalla.
Quiero una rebaja de pena por buen comportamiento.
Quiero ser voz proncipal en el coro de una cárcel donde ya ocupo el puesto de alcaide.
El bloqeo del escritor, la obseción por sortearlo, comparte constantes con ese impulso visceral que acaba desembocando en accidentes de tráfico: se fuerzan las marchas, se adelantan en doble continua, se quitan los frenos en nombre de la luna. Y todo, para colmar la única ambición de la que un hombre es capaz: humillar a sus coetáneos. Ser el más sensible. El más vulnerable. El más feminista, incluso. Convertirse en la voz de una generación. Empujar al resto de colegas generacionales fuera de la vía. Obligarles a desempeñar aquellas ocupaciones que resten vacantes. Por supuesto, eso nunca acaece: el arcén acaba siendo casa de todos nosotros.
Porque todo hombre blanco hetero tiene, como nexo común con sus iguales, la irrelevancia.
*Víctor Parkas (Sant Boi de Llobregat, 1990) es periodista cultural y narrador. Sus textos han aparecido en medios digitales como Barcelonés, Serielizados, Nylon o Eslang. También ha publicado en cabeceras como El Periódico y Tentaciones de El País, y actualmente es redactor en PlayGround. El fragmento anterior pertenece a Game Boy, su primer libro y editado por Caballo de Troya.
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Elisa Victoria
BLOODY PUSSIES
porn, anal, period
Naomi Russell
Nombre completo: Naomi Devosh Dechter>
Nacimiento: 25 de septiembre de 1983, Loa Ángeles, California, EEUU
Películas recomendadas: Sex Slaves 2, I love Naomi
Datos relevantes: Angulosa, escurridiza, abnegada, adaptable
Viajé seiscientos kilómetros para consumar un romance y me volví en ayunas. La excusa oficial fue que tenía la regla. Me dio rabia primero porque siempre me parece que se aprovechan de la menstruación para escaquearse. Pero luego también me jodió que se pusiera tan altiva y no poder confesarle que ver su coño burbujeando sangre me apetecía el doble.
Me hospedaba en su casa el fin de semana entero. Ella recalcaba constantemente su dolor con una actitud de lo menos fidedigna. No me ofreció toallas, no me enseñó la cocina, no me preparó el desayuno. Creo que ni se cambió de pijama en los dos días y medio.
El domingo le pedí el ordenador mientras ella veía la tele y me metí en el baño antes de marcharme. No le hizo ni pizca de gracias pensar que iba a cagar con su portátil sobre las piernas. Lo que hice fue masturbarme. Mirando japonesas que se sacaban los tampones y jóvenes esposas poniéndolo todo perdido de rojo. Muslos, sábanas, polla, manos, pelos. No borré el historial, sabiendo que una mujer menstruando que te presta el ordenador lo primero que hace es seguir todos tus pasos en busca de un motivo para quejarse.
No puedo asegurar que aprendiese una lección provechosa porque apenas volvió a hablarme. De todas formas a esta muchacha le faltaba un hervor.
*Elisa Victoria (España, 1985). Autora de “Porn and Pains” y “La Sombra de los Pinos”, editados por Esto es Berlín. Ha escrito para Vice y El País. El presente relato es tomado de “Porn and Pains” (2007).
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Jenny Valencia Alzate
EL TÍO
Era de noche. El gato caminaba intranquilo por el corredor. En la casa solo estábamos mi tío y yo. Rox le aullaba a la luna desde la terraza. Al pasar hacia el baño vi a mi tío brillando las medallas de sus viejas glorias militares, sobre el nochero tenía un vaso de whisky y líneas de cocaína en el espejo acostado. De regreso a mi cuarto vi una sombra que apareció en la cocina, y progresivamente tomó la forma de un cuervo que voló hasta desvanecerse en la claraboya. Entonces sentí la presencia inminente de la muerte.
Desde pequeña fui instruida en el arte de los presentimientos. Pasaron apenas unas horas y me bastó ver las anchas botas en el umbral de mi puerta, sentir el olor a licor, oír su respiración en mi cuello. El tío se acercó a mi cama, me tapó la boca con la cabeza de una Barbie, me sujetó los brazos por encima de la cabeza, me rompió el piyama, me separó las piernas y me partió de dolor. Antes de irse a su cuarto me puso un cuchillo en la garganta para obligarme a guardar silencio.
Cuando la familia llegó de la fiesta, el padecimiento me había quitado la voz.
Durante los siguientes años bailé la danza de la muerte, la aprendí de una tía ya difunta; cada fin de mes dancé bajo la luna llena con una sesta de restos mortuorios que conseguí en el cementerio. Ayer por fin me llegó la asistencia; el santo de yeso empezó a llorar lágrimas de sangre, aterrado, el corazón de mi tío explotó.
Mientras la familia llora alrededor del féretro, yo río en silencio al ver su espíritu errante señalándome con su dedo traslúcido desde la cocina. En casa siempre hemos oído la voz de los difuntos, en su último adiós nos claman justicia si la necesitan para partir tranquilos al más allá. Pero mi tío no puede gritar, los cuchillos de mis muertos se lo impiden.
*Jenny Valencia Alzate (Colombia, 1984). Escritora, cronista y docente de literatura. El relato es tomado de su primer libro de cuentos publicado, “El diablo del barrio Obrero y otros cuentos de terror”, editado por Caza de libros en el años 2016. El relato es tomado con permiso de la autora.
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Manuel Villacorte
BAILARINAS DE BALLET
Venía caminando a la altura de la calle Venezuela y Perú tipo 7:05 de la tarde. El sol se ocultaba entre los edificios de San Telmo y yo con los lentes oscuros evadía los últimos rayos de luz que pegaban de frente a los ojos.
Tomé Perú con la idea de llegar a Independencia para luego seguir directo a casa.
Mientras contaba algunas baldosas rotas de la vereda, vi que venían acercándose a mí con hermosos movimientos de pies y manos un par de chicas con las caras perfectamente maquilladas con rubor, labial y sombras (creo que se llaman). El cabello atado sutil y fuerte a sus cabezas dando más seguridad a los gestos profundos de sus rostros llenos de deseos y califico yo en sus miradas algo como de ansiedades insaciables.
Daban saltitos pisando con las puntas de los pies pequeños trozos de adoquinado y haciendo ademanes delicados de como tomar un rostro, acariciar, mirar, penetrar y besar...
Me perdí. Era el cuerpo de una de las chicas que era iluminada por la luz y la sombra de árboles con pocas hojas. Perdí de vista la secuencia de sus movimientos y detuve mi mirada en su cintura y mientras mi mirada acariciaba el relieve de sus nalgas...
Caí. Me tropecé. De rodillas al piso.Me golpeé. Pisé una de aquellas baldosas que no pude contar. Me perdí en su cuerpo.
Caí feo. El piso, mi cuerpo y la baldosa rota sonaron al mismo tiempo, haciendo énfasis en que me había caído realmente. Ellas miraron y ninguna de ellas llegó a socorrerme. Cambiaron sus gestos eróticos por los de gracia y burlas. Se taparon las caras.Pasaron sobre mi cuerpo herido y lastimado y siguieron, siguieron como si nada les importara en sus dulces y hermosos cuerpos pueriles.
Las bailarinas de ballet se fueron cagadas de la risa. Las hijas de puta. Cagadas de la risa. Bailarinas de mierda.
*Manuel Villacorte (Cali, 1993). Escribe desde la adolescencia, vive actualmente en Buenos Aires. Pueden seguirlo en fb.
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Leonardo Tello
INFORTUNIOS DE UN HOMBRE CON PARAGUAS
I
A mí no me gustaba Bel. La había visto varias veces en la U, siempre rodeada de mucha gente. Se me hacia el tipo de chica linda y popular que todos, hombres y mujeres, desean de alguna forma. No es que no me pareciera atractiva. A veces ella y su combo inundaban de ruido la cafetería y yo le lanzaba una mirada de rabia encogida porque no me dejaba leer, ella respondía con una sonrisa pícara. A veces trataba de atarse una banda en el cabello y estiraba los brazos revelando unas perfectas axilas lechosas y yo tenía que parar lo que estuviera haciendo y mirarla. En todo caso no habría hablado jamás con ella. Consideré varias veces la idea de lamerle todo, de tirármela despacio mientras le acariciaba las axilas. Pero ¿Hablarle? ¡Jamás!
II
Era sábado y me había pasado todo el día tirado en la cama mirando hacia arriba. Me ayudaba a aclarar mis pensamientos y cuando madre se asomaba por la ventana del cuarto a pedirme que hiciera algo podía pretender que estaba imbuido en algún pensamiento profundo – que es lo que hacemos los estudiantes de filosofía- o cerrar los ojos y fingir que estaba durmiendo. Ambas opciones igualmente formidables: si estaba pensando, madre traería algo de comer porque el niño tenía que alimentar esas ideas tan importantes, porque un día iba a ser un grande; si estaba durmiendo madre se alejaba caminando en puntillas y no volvía a molestar. Tenía la certeza abúlica de que todo por fuera del límite de mi puerta me aburría a muerte. Así que prefería mirar hacia arriba y perderme en el blanco manchado del cielo falso y olvidarme del piso, de los pasos, de tener que existir y que elegir, de las mujeres, de los amigos, de los bares, sobrevivir, estudiar, trabajar, familia, hacer el bien sin mirar a quien, dinero, sexo que quiero pero no puedo, sexo que puedo pero no me gusta, este país que se va a la mierda, pasear el perro, herpes, talco y rocanrol. Entre una y otra cosa mejor masturbarse, siesta, la cena y se acabó el día.
Desde el pasillo me gritó madre, era Mario al teléfono. Voy arrastrando los pies. Me pregunta que hago. Chupar techo. A ambos nos gustaba chupar techo y olvidar todo. Tedium vitae, dice Mario. Esa era nuestra clave. Decir tedium vitae era un llamado ineludible, de esas cosas de amigos. Si alguien usa la clave hay que salirle a la calle y si es necesario aburrirnos juntos. En 20 en las lagartijas, me da pereza el baño. Mario dice “party”, yo respiro resignado y me voy a la ducha.
III
Esta fiesta está encendida, dijo Mario. Yo sentía que me quemaba de tanto calor humano. La gente me da náuseas y ahí ya no cabía ni dios. Me largo, le grito. Ya viene lo bueno, me responde. Le bajan por fin a ese ritmo apretado que retumba y suena una salsa. Los sudorosos van saliendo. Mario me dice que saque el talento. Yo no sé bailar. Me dice que el otro. Abro los brazos preguntando ¿a cuál? Me señala un par de lentes al lado de la barra. La miro. My type. Volteo y le digo a Mario que vale tres; él se va bailando y regresa con tres shots de ginebra que bebo sin pensar. Me acerco a la pelirroja de lentes. ¿Sartre o Camus? Me mira con cara de despistada. Gané esta ronda del juego pero perdí mi tiempo. Hay que leer, pienso en gritarle; pero pido disculpas por la molestia y me doy la vuelta. Del otro lado Mario está muerto de risa. Avanzo medio paso hacia él y escucho la voz de Bel que grita “Heidegger” a mi espalda. Me quedo como congelado, como si eso fuera posible en medio de ese calor. La ginebra me acaricia la entraña y me digo ¿por qué no? Doy vuelta de nuevo, me acerco diciendo ¿Faulkner o Hemingway? ella dice Burroughs y se ríe picara como esas tantas otras veces. Veo sus labios moverse cuadro a cuadro ¿fumás? Pregunta. Pienso en sus axilas y en que esto es una invitación. Una fuerza incontenible se apodera de mis pantalones. Ella también debe estar ginebra. Asiento con la cabeza. Me toma de la mano y me va llevando hacia afuera por el cigarro, paso al lado de un atónito Mario. Estiro la boca para señalar a la de lentes y digo Sartre. Mario sonríe con satisfacción, se arregla el cuello de la camisa y se lanza. Cuando me doy cuenta estoy en la puerta hurgándome el bolsillo con un mano para encontrar los cigarros, en la otra mano está Bel diciendo algo que no entiendo y no me importa. No puedo dejar de mirarle la boca.
IV
Lo que me gustaba de Bel era que estaba Loca. Tenía los pechos esponjosos, las manos grandes, unas nalgas firmes, el sexo y la boca más jugosos que he probado, en esta vida y en cualquier otra. Pero todo esto junto no me habría afectado tanto de no haber sido por su forma desgarradora de devorarme. Un día cualquiera podía aparecerse fuera de mi clase, asomada por el vidrio de la puerta con su cara de ciervo moribundo y de inmediato yo empacaba todo en la maleta y salía a buscarla. Nos encontrábamos fuera de los baños bajo el auditorio, y pasábamos horas encerrados en el pequeño almacén donde se guardaban los traperos. Entre la humedad y los ruidos de los inodoros nos consumíamos casi hasta el desmayo. A veces me encontraba leyendo tarde en la noche, esperaba hasta ver vacía la cafetería y me decía que me ayudaría a estudiar mientas se escurría bajo la mesa para jugar entre mis pantalones. Naturalmente mi promedio se fue al carajo y me tenía sin cuidado. Probamos cada rincón oculto y otros no tanto que pudiera tener la universidad y ahora creo que esos fueron mis mejores años.
Bel estudiaba literatura y le encantaba leer a Rimbaud. No escribía pero estoy seguro que sobre ella se escribía mucho. Quería ser artista. Yo de arte no sé nada. Un día, nene, un día, me decía. Yo guardaba silencio y pensaba en los sueños y encendía un cigarro con otro. A veces me daba por pensar que con esa boca podía ser lo que quisiera y yo era apenas el hijo de una generación de adictos a todo y fieles a nada. Quizá por eso estudiaba filosofía, porque me gusta la ironía. No tengo nada que perder, además.
No digo que Bel estaba loca por su apetito voraz, para comer y para tirar. Estaba loca porque hablaba con su sombra, porque aullaba en sus orgasmos, porque era amiga de todos y en secreto los odiaba, porque me hablaba de los pechos de su mamá mientras me acariciaba en las graderías de la cancha, porque tenía fotos de gente desconocida en su billetera, porque gritaba en la biblioteca, y sobre todo porque siempre llevaba en el bolso alguna cosa extraña sobre la cual esparcir mi semen. Hacélo aquí, me decía. En vasos, en platos, en botellitas al principio; y poco a poco escalando, en juguetes, en frutas, ceniceros, sombreros y hasta zapatos. Todo lo que pudiera meter en su bolso entraba en la lista de potenciales receptáculos de mi semen. La primera vez me pareció un juego kinky; con el tiempo se me hizo normal. Le aporte ideas una que otra vez. Eventualmente no pude concebir una faena sexual de otra forma y aún conservo la costumbre de escurrirme sobre un par de cosas ante la mirada indignada de alguna conquista casual.
V
Ok. Me importa un pito que se haya ido sin decirme, pensé. Solo Mario sabía de lo mío con Bel. Nunca nos saludamos delante de sus o mis amigos. Oficialmente nunca existimos. Y estaba bien porque solo con un minuto de existencia ya la vida te va pisando aplastante, como en esa primera palmada del médico que debería más bien una bofetada de castigo. No existimos, no fuimos, y mi conciencia pública estaba limpia. Para el mundo jamás le hablé y mi honor de intelectual solitario estaba salvado. Tedium vitae, le decía a Mario. Pero sin llorarla, me respondía. No party. Nos dedicábamos a caminar y beber y hablar. Yo hacia el recuento de casa cosa que me fascinaba de ella, la maldecía cada diez palabras y encendía un cigarro cuando me venían las ganas de llorar. A la media noche tenía tres paquetes vacíos en los bolsillos. Mario guardaba silencio y solo abría la boca para invitarme a jugar. ¿Cuántos puntos por esa? Preguntaba entre risas. Yo lo miraba con ira, esta noche el dinero no le iba a alcanzar. Y así pasaban las horas, los días, los años, la vida. Un día por fin me gradué, conseguí un empleo y sobreviví a los 27.
VI
El camino a casa de madre eran solo unas cuantas calles desde el trabajo. Me había mudado con Mario hacia un par de años, pero esa rata abandonó el barco y se casó con una chica de higiene dudosa. Yo no lo juzgaba, quizá habría hecho lo mismo. En el fondo nadie quiere dormir solo, yo solo acostarme con alguien. Desde la partida de Mario era mejor el almuerzo de Madre que la sopa de sobre, y hacía la caminata a diario. Madre ya estaba entrada en años pero siempre me recibía como su niño el que un día iba a ser un grande. Quizá había sobrevivido tantos años porque lo que le sobraba era esperanza. Por suerte ese tipo de obstinaciones no se llevan en la sangre. Lo han llamado toda la mañana, me dijo madre. No tengo deudas porque no tengo nada, respondí. Si fue una muchacha que lo andaba buscando. Nadie me había buscado o al menos realmente tratado de encontrarme en un buen rato, menos para llamar a casa de madre. Supuse que se trataría del pasado, de alguna victima cuyo rostro no recuerdo que me quería vomitar encima las letanías de un reclamo. Voy a pensar, madre. Y ¿si lo llaman? Que dejen el mensaje. Me tumbé en el sofá pensando en la clase de estupideces que tendría que escuchar madre si se ofrecía a guardar el recado. Me dormí sin darme cuenta y creo que soñé que corría bajo una lluvia ligera buscando alguna cosa que no sé qué. Corría por unas calles desiertas y mojadas, que no eran las de Cali porque aquí hace años que no llueve. Me gustaba soñar con la lluvia pero desperté cansado y con ganas de fumar. Habían pasado dos horas. Fui a la cocina y encendí el cigarro en la boquilla de la estufa; cosa que madre detestaba quizá más que verme fumar. Lo volvieron a llamar, me dijo con los ojos apretados; seguro que estaba enojada. ¿Y dejaron el mensaje? Que lo esperan a las 7 en el Museo, que para una presentación. Exhibición, mamá. Y que por favor no olvide llevar un paraguas. He ido al museo dos veces en la vida, solo para ligar. ¿Y quién era? Una tal Bel. Sentí un calor repentino en la cara, un ardor en el pecho. Sin duda era el pasado que siempre regresa con su fuerza demencial, que no perdona el mínimo detalle. Una tipa que me gustaba y que no quería enredarse conmigo me dijo una vez que había que vivir el ahora. Y mientras decía ahora se le iba escurriendo el tiempo entre las manos y ya todo era pasado. Creo que le respondí que el presente era solo la negación del presente. Solo vivimos en el pasado. No sé si me entendió pero nos besamos. Olvidarme de Bel me había costado más que a cierto barbado creerse el hijo de una paloma. Cosas de hipsters. Le di un abrazo a madre y salí de inmediato.
VII
6:59. Llegué anticipado a pesar del tráfico. Es romántica la idea de ser un animal de transporte urbano; tengo licencia para enamorarme en silencio, entre estaciones y sin reclamos. Mientras me vestía en el apartamento pensaba en cada cosa que tuve para decirle a Bel todos estos años, una docena por cada prenda que esperaba que ella me arrancara hoy. No es que pensara que pasaría algo, pero ella tenía esas costumbres. Las locas. Me ha dado por pensar que yo no las elijo, que me persiguen porque debo tener algo, un aire de muerto escapado de la fosa, de pez, de caradura. Quizá es porque doy esa sensación de siempre andar buscando algo que jamás voy a encontrar. Bel no aparece aún y sigo pensando en qué decirle primero ¿Debo actuar como si no hubiera pasado nada o abrazarla en silencio? Seguro me escupe en la cara. Jamás le voy a decir lo que pienso. Me voy a limitar a temas puramente intelectuales. Unas cuantas aporías ¿Y el paraguas? En Cali ya no llueve, y eso me convence más de que este encuentro será épico. Se le habrá ocurrido meterse debajo y dejar que caiga como rocío todo mi líquido. Me voy a quedar sin el paraguas que no necesito y que nunca he usado. Aquí ya no llueve, y yo nunca voy a donde llueva. 7:30. Sin rastro de Bel. Para no aburrirme voy a la taquilla y pido dos boletos para la exhibición, me arrepiento en último momento y digo que solo uno. La taquillera me mira y me alcanza la boleta con desprecio.
Un cartoncito verde, en el centro se lee “Infortunios”. Me encanta el nombre. Entro en la sala Uribe de Urdinola, adentro está atestado de snobs con caras enfermas e intelectuales de turno. Siento que, como en tantas otras ocasiones en las que voy a un sitio al que en soledad no iría, he sido estafado. El arte jamás fue lo mío y creo que me sentía muy viejo para empezar a entenderlo. Entre este montón de basura que alguien recogió de alguna caneca burguesa debe haber una metáfora de la vida que yo no advierto. Pienso que deben ser canecas burguesas porque la basura de los pobres es solo basura. Quizá ahí está la metáfora. Estoy solo, rodeado de gente en cuarto lleno de chécheres; y no comprendo en verdad qué espero, pero no me queda más que esperar. Me paseo en silencio entre esta gente cavilosa que observa con atención camisas arrugadas, sillas, libros viejos, fotos diluidas. Todo tan bien puesto. Todo bajo una luz cálida. El espacio blanco de las paredes se hace infinito. Tantos desperdicios olvidados por quiénsabequien. Aquí todo parece tan único pero no es más que producción en masa que ya nadie quiso.
Escucho de nuevo su voz. Lejana, en un rincón. Ahí está Bel. Su boca tan jugosa moviéndose para todos. La gente se concentra a su alrededor. Me quedo atrás porque detesto los tumultos y porque no tengo idea qué más hacer. Los años le han dado un aire melancólico y un brillo inalcanzable. Supongo que mi única opción es seguir esperando en silencio. Habrá un momento, me digo. Soy apenas una mancha como estas sobre un espejo de cuerpo entero que tengo en frente.
Me quedo tieso. Si, tieso es la palabra. Entumecido y duro. En las paredes, sobre canastos, por el suelo, bajo las luces, muy bien curados; reposa todo sobre lo que alguna vez deje caer mi semen a la salud de Bel. Reconozco el cenicero, el sombrero, un par de medias, mi reloj con pulso de cuero, algunos platos, la paginas sueltas de los libros de filosofía. Me produce una jaqueca desgarradora ver a mis pequeños renacuajos muertos como material de exhibición. Descubro con horror, en los rincones, revistas y lentes y toallas y botellas y otras tantas cosas que nunca vi; que sé que no son mías. Descubro con horror que todos estos años Bel se ha dedicado a la ordeña. Descubro con horror que fui un experimento y ni siquiera el único experimento, pero me siento el más fallido de todos. Semen y otros materiales. Técnica mixta. Me da asco terminar de leer la nota curatorial. De repente me siento desnudo y salgo del lugar. Tengo el estómago revuelto. Invitarme era necesario o su obra no estaría completa. Me voy arrastrando a pasos enfermos hasta la parada del bus. Siento el peso del paraguas que traigo, en la ciudad que no llueve, solo porque pensé que una chica querría que le pusiera mi semilla encima como en los buenos viejos tiempos. Me siento ridículo. Levanto la cabeza y me fijo en la demás gente de la parada. Noto que estoy en una fila con varios hombres con paraguas en la mano. Todos ellos, como yo, con caras de horror, caras largas y miserables. Deben ser otras víctimas. Mis hermanos. Me río con fuerza. En el fondo no es tan malo. Al menos nuestro sexo es arte.
*Leonardo Tello (Cali, 1990). Licenciado en lenguas extranjeras y estudiante de filosofía de la Universidad del Vale. Relato extraído de “Relatos del infortunio”, editado por Fallido Editores.
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Alexandra Espinosa
NATURALEZA MUERTA
Hace veintidós años entendí al fin el propósito último de mi vida. Leí en su totalidad la Nacar-Colunga y cuando terminé la última frase “La gracia del señor Jesús este con todos los santos, amén”, lo vi claramente, necesitaba comprar una Wistar albina con problemas de crecimiento, cuyo peso y talla fueran muy inferiores a la media para su especie. Yo caminaba por el costado derecho de la vía y el cielo estaba lleno de nubes que tenían el mismo color, exactamente el mismo color que el costado de un edificio nuevo en esa calle. Viéndolo de lejos me pareció increíble que un edificio tan alto pudiera camuflarse así, es decir, que se hubiera logrado cubrir una superficie tan amplia con un color tan complicado de replicar, y sentí que todo naturalmente se trataba de la necesidad arquitectónica de ocultar un error muy grande, un edificio de bases inestables construido sobre arcillas altamente deformables del subsuelo. Al cruzar la calle vi que el edificio había comenzado a hundirse en el pavimento. Estuve pensando a qué velocidad increíblemente lenta debía haber comenzado todo ese hormigón a mover la tierra bajo de sí con su peso de diez pisos de departamentos sin vigilante pero con doble cerrojo en cada puerta de entrada a los garajes, mientras el suelo a su alrededor comenzaba a fracturarse literalmente y el concreto se separaba en una línea muy fina que rodeaba el edificio como una falla geológica. Cuando lo vi, entendí que debía ir inmediatamente a una tienda de mascotas, así que caminé en línea recta junto a la fractura del suelo, es decir paralela a esta especie de surco que no era para nada perfecto pero si muy delgado, y un par de casas adelante me paré en silencio frente a unos ventanales de tamaño promedio a través de los cuales se veían unos cristalitos más pequeños que conformaban unas cajas transparentes en las que yo esperaba que hubiesen varios, o ya directamente bastantes ratones muy pequeños revolcándose en los montones de delgadas láminas enroscadas de madera, y cuando no vi ningún animal a través de los cristales, sino que me vi a mi misma parada ahí en silencio, no me gustó mucho, de modo que preferí entrar a la tienda de mascotas diciendo hola, y el dependiente de la tienda me miró fijamente como si yo estuviera haciendo una ponencia sobre la noción de poder en Foucault y la implicación directa de esa idea sobre los discursos acerca de las dificultades para establecer un salario igualitario entre géneros, no directamente sexos, noción que tiraba por los nuevos suelos ex-acuíferos toda la diferenciación entre hombres y mujeres que creíamos que existía tan sagrada y binariamente. Entonces el dependiente seguía viéndome y se tocaba la barbilla con interés, de modo que yo comencé a mover la pierna derecha como si estuviera impaciente hasta que por fin cedió y se agachó por debajo del mostrador. Al subir me dio una cajita de cartón sellada y me dijo, vete por favor y gracias por tu compra, y yo tomé la cajita y le dije, bueno pero no te he dado un solo centavo, y él dijo gracias por tu compra, y yo dije, no tengo dinero ahora, y él dijo gracias por tu compra, y yo dije, quizá puedo pasar en un rato pero no estoy segura de que eso vaya a ocurrir, y él dijo gracias por tu compra, ya vete por favor, y yo dije, no es una compra a menos de que exista un intercambio monetario real, y él dijo, está bien, y me dio un billete nuevo con la cara de Carlos Lleras Restrepo, y yo dije, creo que no es suficiente, y él sacó de su bolsillo otro billete idéntico y me lo entregó, y yo le dije, ahora es seguro que hemos concretado este negocio, y él dijo gracias por tu compra, y yo dije gracias a ti. Me llevé la cajita y caminé hasta mi casa sin abrirla, y le puse al ratón mi nombre y se lo susurré muy despacio a través de las fibras de papel entretejidas, una capa sobre la otra sin ningún cuidado hasta formar la fuerte mezcla de fibra de pino y papel reciclado y en la habitación puse una jaula de pájaros colgando del techo, como si fuera una casa de té en Beijing antes de la llegada de los comunistas, y me las arreglé para meter la pequeña caja ahí dentro, y de pie a una distancia de un metro por lo menos me acomodé para observar un momento al ratón. La caja no tenía agujeritos para que pudiera respirar, las virutas no crujían entrechocando dentro y por eso no sonaba nada, creía que el ratón dormía y prendí un cigarrillo para ponérmelo en la boca mientras me quitaba la chaqueta, apreté el nudo de los cordones de mis zapatos y decidí que lo mejor era limpiar el sitio, entonces saqué de la habitación la cama, el escritorio, el armario y la mesa de noche, puse todo eso en el pasillo, y después traje lejía y alcanfor y estuve toda la noche tallando los espacios entre una baldosa y otra, de rodillas, con los ojos cerrados como un perro ciego que se arrastra oliendo a su amo de un lado al otro de la habitación, y luego de tres o cuatro horas ya me dolía la piel de las manos, mis rodillas tibias y rosadas se comportaban muy temblorosas por la posición que había tenido que adoptar en la vida, finalmente cuando terminé de tallar agarré varios pañuelos Hermès de última temporada con grabados orientales en dos colores y sequé todo lo que hacía falta, y tiré los pañuelos a la basura y mientras estaba afuera de la habitación me quité los zapatos porque ahora el sitio era prácticamente un Tatami sin virtud aparente solo por estar a nivel del suelo, es decir, por ser el suelo mismo, sin embargo, tan limpio, y tibio a pesar de todo porque para cuando terminé eran las tres de la tarde del día siguiente y todo estaba iluminado, y el sol calentaba las baldosas. Mientras estuve afuera me di una ducha y luego me puse la ropa más cómoda que encontré, una sudadera gris, y unas medias blancas nuevas, y una camiseta esqueleto también blanca y 100% cotton. Entré con el cabello húmedo, los calcetines blancos y relucientes y me puse de pie frente a la jaulita otra vez a un metro de distancia y comencé a mirar al ratón que seguía dentro de la caja sin hacer ruido, y entonces me di cuenta que era un animalito tan silencioso casi como yo y además tenía mi nombre, y creo que por eso comencé a llorar, y prendí otro cigarrillo mientras la luz del sol entraba por las ventanas y atravesaba linealmente los espacios entre un trozo de persiana y el otro, entre un trozo de aluminio de la persiana veneciana y el otro, y mis piernas parecían algo especial cuidadosamente puesto allí como parte de este momento hecho para que el ratón pudiera sentirse tranquilo mientras dormía dentro de la caja. Me quedé mirándolo muy seriamente, muy seriamente de verdad, sintiendo que era un momento único entre nosotros, y cuando terminé de fumar, puse la colilla en un cenicero de cristal que me recordaba las ventanas de la tienda de mascotas, y aplasté la colilla despacio y con mucha fuerza sobre el cenicero sin quitarle la mirada de encima al ratón, sintiendo que mi vida y la suya eran un evento fílmico de baja categoría, pero en el que mi papel era representado por Philip Seymour Hoffman al igual que el del ratón, y mientras todavía las lágrimas me escurrían por la cara, le dije, tú y yo sabíamos de qué se trataba esto, tú y yo lo sabíamos, y me sentí después con la obligación moral de explicárselo, te compré porque te odio, le dije, te odio de verdad, de un modo tan miserable que inclusive me siento culpable, me parece que eres el peor trato que haya hecho en la vida, y creo que eres penosamente inferior, no creo nunca que puedas procrear ni crecer ni amar ni entender nada, pienso que eres inútil y no quisiera tener que verte nunca más. Dentro de la caja no había ningún ruido. Pero lo único que tengo en la vida, seguí, es esta habitación impecable en la que debo pasar los próximos diez o quince años, y ahora como la habitación está vacía, solo estás tú, ¿entiendes lo que significa? eres lo único que tengo en el mundo, lo único que tengo en este mundo eres tú, y te odio, te odio tanto, pero vamos a tener que aprender a lidiar con eso porque siento que luego de haber tomado esta decisión y a pesar de las promesas de la Nacar-Colunga, además de esta unión perfecta en el mundo ya no hay nada.
*Alexandra Espinosa (Bogotá, 1995). Estudiante de psicología. Algunos de sus poemas han aparecido en Los Perros Románticos, Tenían Veinte años, Revista tn, Otro Paramo, Cráneo de Pangea y en las antologías 1.000 millones, Poesía en lengua española del siglo XXI (Rosario, 2015), Pasarás de Moda (Editorial Montea, 2017) y Vientre de Luz/Ventre de Lumière (2017). Escribe en el blog, Efervecer.
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Luz Angélica Solares
FRAGMENTOS DE RELATOS DEL SOL
O………O VIII
El perro veía escurrir la tarde y el sudor por la frente y las mejillas de la niña Sol mientras jugaba en el patio y por las calles altibajas se acercaba el carro de las nieves. La niña Sol se asomó a ver pasar el carro de la canción y era como la del sueño; gritó Blanca y la niña salió de su casa con un vestido vaporoso en chanclas y el cabello recogido provocando en Sol su primera envidia; Blanca apenas dos o tres días más grande que ella, parecía aún mayor con las mismas mejillas sonrosadas por el calor.
— ¡Oh! Tengo que encontrar otra niña por llamar, que se la lleven a esta los del carro.
La niña Sol tan pequeña jugaba sola en el patio y el perro la veía desde la ventana, cada día que pasaba de la niña Sol se escurría algo nuevo y algo nuevo aparecía, y el perro veía la transición y sabía que ya no volvería ver a la misma Sol. Regresó la niña al patio, juntó piedras calientes, juntó flores, y pintó en las piedras rastros rojizos, rosas, cafés, verdes; paisajes, caras: dibujos rupestres en toda su esencia.
Por la noche regresó a la esquina del perro, como ofrenda le dejó una piedra coloreada especialmente a su sombredad: un dibujo rupestre, otoñal, en una piedra blanca caliza que representaba a un perro ancestral y divino fungiendo como juez del mundo. El perro aletargado dio un narizazo a la ofrenda mirando a la niña Sol dormir.
O……….O XI
—¿Cómo llegamos a este punto? En el que me encuentro pendiente de ti y tú de mí y además nos cobijamos bajo las nubes densas que no tapan ni a las estrellas. ¿Por qué tu cuerpo tieso y frígido me brinda la calidez que tienen tus manos oculta para todos los demás? Tu tez se yergue pasiva ante mis ojos pero yo veo su inquietud. Siento la coraza que te impones pero soy capaz de acceder a tu blandura…
—Cuídate de mí que en este punto es cuando soy más peligrosa…
Sol y Adán se encuentran como dos felinos pardos en los cerros, dominantes y agresivos, sin zarpar, agazapados, queriendo encontrarse pero alejados en la medida que no se pierden de vista… el miedo les llena los ojos pero la atracción quema entre ellos la distancia…
...Casi.
—Sol, de donde acabo de salir no hay nada más que esa blancura. Atravesé un cerro y su cañón por tí, me transporté sobre vías de un tren a pie por ver tus ojos… porque a través de ti, a través de un filtro color Sol es como quiero ver el mundo. Sol, la blancura me llenaba las uñas y la naríz y poco a poco mis entrañas no fueron más que blancas. Sol, mi nariz sangraba y mi sangre también era blanca. Sol, y a través de ese blanco tuve que aprender a ver el mundo porque no quería verlo de otra forma. Pero ahora ya no… Blanco también era el lunar de alguien que conocí… —confesó Adán— no era mágico, no sé qué era; el lunar le cubría el ojo y le hacía canas en las pestañas. Le conocí de pequeño, frente a mi casa que era de dos pisos jugábamos, y un día me invitó a su patio. Los carritos los llevábamos en una cubeta en la que luego se paraba para alcanzar caminos más lejanos, hasta que se cayó de ella en una curva alta y quedó sobre mí, vi su ojo canoso cerca de mi ojo y le di un beso en la boca. El niño se metió corriendo y yo subí rápido por las escaleras hasta mi casa, me escondí bajo la cama. Escuché a su madre tocando mi puerta, a mi tía saliendo a hablar con ella, y más tarde a mi madre gritando por mí.
—Sí Adán, yo recuerdo todas las veces que fuiste por mí. Recuerdo como vi tu sombra aclarando la noche, atravesar su espesura, y acercarte a mí con un paso breve, agonizante, Lo que odio de esta ciudad es su parte pueblerina: sus atajos subterráneos, llenos de arañas y perros yonkeros, y sus caminos indefinidos, tierra roja y zarzales secos, y más aún odio que hayan sido esas calles vacías las que cruzaste por mí.
Unos años antes, Sol recuerda recorrer los cerros bajo un calor intenso, su protección sólo los árboles olivo bajo las cuáles accedía caminando de cuclillas y arrastrándose hacia dentro. Alternando el caminar y el protegerse del sol, llegó a la presa, en tiempo que es pequeña; a lo lejos se veían dos hombres pescar y dos niños bañándose; en la contemplación sintió pavor viendo el agua ser succionada y la presa empezó a vaciarse y a dejar en su paso al epicentro, un camino de anillos de lodo, ramas, escombro, animales muertos, fango verdoso, y al último, en el aro más pequeño, cuerpos de niños desnudos e incompletos, niños sin dedos y sin aura. Cuando Sol evoca el camino que Adán recorrió, la imagen de los niños rotos le llena de zozobra y de ganas de besarle todos los dedos.
Sin embargo Adán está acostumbrado a esas cosas. En las calles que quiso recorrer siempre había tarántulas y perros yonkeros. Ahora, le gusta donde está, el ahí, ver todo eso desde lejos, en conjunto, donde dejan de ser caminos indefinidos que se ven a pedazos y se convierten en mapas de luz misteriosos. Ocultan lo terrible de lo singular con las luces que, lo presumen -al ser contempladas por él durante un segundo- de atópico, hasta que regrese a su cuerpo y a sus ojos. Lo único que sube y baja y se pierde es su mirada sobre los cerros y las calles, ya sea hace un minuto sobre las luces remanentes de la noche, ya sea en un minuto sobre los techos iluminados del amanecer.
* Luz Angélica Solares, 1993 Tijuana, escribe en el tumblr: Anyelicux, estudió filosofía.
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Jose Gentile
Fragmento
Se llamaba Dante, tenía dieciocho años, y acababa de despertarse aturdido y desorientado, con un sabor amargo en la garganta. Deslizó el brazo entumecido fuera de las sábanas en dirección a la mesita de luz, cogió el celular e, instintivamente, le encendió la pantalla con el pulgar y, poco a poco, lo acercó a su rostro. De este modo, lo sostuvo a unos metros de su campo visual mientras, gradualmente, abría sus párpados al intenso resplandor que emitía la luz digital del aparato, el cual le revelaba que ya era mediodía. Revisó Whatsapp. Tenía un mensaje de Pablo –recibido a las diez de la mañana– no leído, el cual rezaba: «Tenemos que hablar».
Dante observó la pantalla, confundido, en un vago estado de conciencia y –como si fuera un ordenador antiguo con poca velocidad de procesamiento– tardó un lapso de ochenta segundos en asimilar la información hasta que, finalmente, escribió: «¿Qué pasa?». Y al cabo de un instante de haber enviado su respuesta, se dio cuenta de que le estaba respondiendo a uno de sus mejores amigos con más de una hora de tardanza. «Perdón, estaba durmiendo» agregó al chat. Cerró la ventana de Whatsapp y regresó el celular a su sitio.
Dante se sentó al borde de la cama bostezando, estirando los brazos, y logró ponerse de pie. Se arrastró, descalzo, saliendo del dormitorio de sus hermanos y recorriendo la casa con una tensa erección bajo la ropa interior –que intentaba esconder estirándose la remera–, percatándose de que ni sus hermanos ni sus padres se hallaban en casa. Regresó al dormitorio y se dirigió al cuarto de baño de sus hermanos. Arrugó el rostro cuando un hedor putrefacto, mezcla de olor a orina y heces, le ingresó a las fosas nasales. Le pareció desconcertante la indiferencia hacia la higiene que tenían sus hermanos en lo que a aquel sitio respectaba; había moscas zumbando alrededor de una toalla en el suelo ennegrecida por la suciedad y restos de vello púbico adornaban la escena esparcidos por doquier.
Dante se aproximó al lavamanos y se miró al espejo, descubriendo que los granos de la cara se le habían hinchado, plus, unas antiestéticas ojeras asomaban bajo sus ojos cansados. «Dios mío», pensó Dante, acercando su rostro al espejo y estirándose la piel de las mejillas con las manos. Dante volvió a tomar cierta distancia del espejo y se quedó observando su reflejo, ensimismado, durante un período de un minuto y veinte segundos, casi de manera inconsciente y como si una parte de él aún no saliera de un estado de vigilia. Generalmente, evitaba mirarse fijamente al espejo por más de cuarenta segundos desde que había leído un artículo titulado El Experimento del Espejo, el cual le aterraba. «El participante sólo tiene que mirar a su rostro reflejado en el espejo, y por lo general», decía el artículo, «en menos de un minuto, el observador empezará a percibir una extraña ilusión». Pero no tenía miedo de ver una ilusión óptica o fantasmagórica en el espejo. ¡Le daba miedo verse a sí mismo!
Cuando se percató de lo que estaba haciendo, alejó la mirada del espejo en dirección espontánea y se quedó inmóvil, con la vista fija en el techo de madera barnizado, examinándolo de manera abstracta y pensando en cuánto le costaba empezar el día.
*Jose Gentile (Argentina, 1997), estudia Licenciatura en Psicología en la Universidad Católica de Cuyo (en San Juan, Argentina). Escribe en josegentile.tumblr.com.
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Richard Chiem
DE CÓMO SOBREVIVIR A UN ACCIDENTE DE AUTO
Di “sí” cuando James te invite a L.A. con él por el fin de semana. Pregúntale qué tipo de gente va a haber allá. Camina con las manos en los bolsillos y date cuenta de que no conoces muy bien a James. Siente un respeto mutuo y cálido porque has leído sus poemas en clases antes y te gustó el del niño que se come un ruiseñor. Ten conversaciones sobre la vida y la muerte y bromea sobre eso. Pregunta cómo salió ese tema en primer lugar. Comenta sobre su fedora negra, que crees que te gustan las fedoras negras.
Conoce a Jenny en un estacionamiento desocupado, aún azul por la luz de la mañana. Mírala a los ojos porque ella es importante para ti. Tiéndanse en el techo del auto esperando a James al frente de su casa. Escuchen a Wu-Tang Clan haciendo vibrar el metal del techo en que están tendidos. Imagínate estar sentado a dentro de un avión cuando uno vuele sobre ustedes. Podrías escuchar la no-ansiedad inducida por drogas cubriendo la voz de James cuando se pregunta dónde están sus llaves.
Toma la I-5 Norte hacia L.A. / San Bernardino. Siéntate shotgun y sé asignado DJ. Escucha los clicks calmantes de tu iPod. Acéptale chicle de menta a Jenny. Reconoce que nunca has hecho nada con estos dos amigos antes. Jenny parece brillar mientras maneja. James en los asientos de atrás se hunde en el cojín, cierra los ojos.
Abre y cierra ventanas. Habla de relaciones pasadas y ríanse al unísono en las partes sexuales. Distráete con otros pasajeros en la carretera. Imagina relaciones con los que hagan contacto visual contigo. Trata, y recuerda a Mary en una manera positiva y corta el viento con tu mano, por tu ventana abierta.
Pon Bon Iver. Enciende un cigarrillo para compartir con todos en el auto. Toma bocanadas inconscientes de humo.
Lentamente pasa un semicamión de dieciséis ruedas a tu derecha. Escucha Skinny Love. Nota un auto adelante cambiarse a tu pista bruscamente. Observa al auto cambiarse de vuelta a su pista bruscamente. Exhala cuando Jenny reacciona y gira el manubrio hacia ti. Agarra el brazo de la puerta mientras tu propio auto se desliza fuera de control. Nota cuán calmada está tu respiración. Deja que las cosas pasen. Deslízate contra el semi a tu derecha. Choca con el impulso de la cabina del auto y todo lo que está atrás tuyo. Cierra tus ojos. Agáchate de alguna manera. El techo sobre ti se aplasta y aplasta de nuevo. El sonido es tremendo. Vidrios se rompen y llueven en pedacitos pequeños y caen sobre tus jeans y los de tus amigos.
Nota que el auto está atrapado bajo el semi. Sé arrastrado debajo mientras el semi está frenando en la I-5 Norte.
Pierde tus anteojos. Ve borroso y corto de vista. Abandona el auto por la puerta del conductor de Jenny y sigue caminando. Siente un impulso extraño de seguir yéndote. Decide por pasos de bebé. Jenny está adelante y James está atrás tuyo. Pregunta con los labios si todos están bien.
Escucha a tus amigos decir tu nombre un par de veces. Mira a Jenny cubrirse su boca. Experimenta tu sangre recubriendo tus mejillas. Dicen que eres el único herido.
Tiéndete en el pavimento caliente frente al camión. Nota que estás masticando tu chicle aún, mientras los autos están pasando todavía. Cuando James empiece a hacerte preguntas de Bon Iver, nota la suavidad en su voz y sabe que está tratando de mantenerte consciente. Mastica el chicle desabrido y responde todas sus preguntas. Habla sobre todo lo que sabes de Bon Iver. Cubre tu cabeza con la camisa blanca de vestir de James. Escucha a Jenny llorando y jadeando mientras está de pie sobre ti con su celular. Entiende que tienes un tajo. Di algo raro, como que todavía estás masticando tu chicle.
Ama tu vida. Piensa sobre luchar.
Di que estás consciente cuando un hombre aparezca. Di “gracias” cuando el hombre identifique que es un doctor, alguien que se detuvo, vestido en ropa de civil. Di que tu nombre es “Richard” y llámalo “Brian.” Di que estás consciente cuando haya paramédicos. Di que no sientes dolor en tus piernas cuando pregunte. Mira las nubes que se mueven cuando te masajeen hasta entrar en un collar cervical. Di que estás consciente. Esta es la primera vez que has estado en una ambulancia, así que recuerda todo. Ama tu vida. Siéntete convencido de que no estás arrepentido de nada. Siente la ambulancia irse y el camino bajo tu espalda.
*Richard Chiem, (EEUU, 1987), es autor de You Private Person, (Scrambler Books). Su trabajo ha sido publicado en Thought Catalog. El presente relato, “How to survive a car accident”, apareció en The Yolo Pages (Boost House). También en Thought Catalog La traducción pertenece a Matías Fleischmann.
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Raquel Aragón
CUATRO ENTRE DOS
Me despierto y miro alrededor de esta acogedora habitación de paredes azules, sin recordar por un momento cómo he llegado aquí y recordando por un momento el sueño que acabo de tener pero que no es relevante como otras veces, sino recurrente y repetitivo, quizá con un posible valor simbólico, pero ese no es el tema. Olvidando el sueño trato de recordar mis andanzas de anoche, y cómo las paredes azules entonces me parecieron del color más adecuado. El suelo de madera está frío y yo he dormido enredada en un edredón blanco, fuera del colchón donde ellos dos siguen durmiendo ahora, desnudos y abrazados. Los miro con ternura que se me inunda de tristeza y compruebo que yo también me deshice de mi ropa anoche. Además del colchón sobre el suelo, en la habitación solo hay una silla y un escritorio de madera vieja, y un armario blanco. Me levanto y los observo más de cerca, pieles sudorosas pegadas en esta mañana de verano, no recuerdo qué día dijo Pau que volvían sus padres, pero recuerdo que dijo que hasta entonces podíamos quedarnos aquí todas las noches que quisiéramos. Los miro y hacen demasiado buena pareja y me da la tentación de meterme en la cama y estropear y romper el momento bonito que están viviendo entre sueños. Me da la tentación de meterme en el armario y esconderme ahí, pero no lo hago. En vez de eso solo lo abro y dejo que me empape el olor de su ropa. He tenido suficiente así que vuelvo a recorrer la habitación para abrir la ventana por la que entra un radiante sol de mediodía, pero también un viento fresco característico de las ciudades con mar. Si fumara sería un momento idílico, igual que anoche después de follar se encendió Pau un cigarro porque se lo pedía el cuerpo; es lo que hacen los fumadores.
Otra amiga me había comentado hacía poco que los mejores cigarros eran los de después de comer y los de después de follar. Yo cuando fumaba no hacía ninguna de esas dos cosas así que asentí sin tener ni idea.
Mientras Pau fumaba anoche en la ventana, Gonzalo y yo le observamos desde el colchón. Me abrazaba desde atrás, colocados estratégicamente para no mirarnos a la cara y no mostrar ni lo más mínimo lo que estábamos pensando. Recuerdo que en un primer momento yo sonreía incontrolablemente, con la buena sensación que se me queda en el cuerpo después de follar. Y recuerdo que me miré en el espejo de la puerta del armario y me vi desnuda diferente como muchas otras veces de acostarme con cada uno por separado. Fue después cuando volví a la cama y Gonzalo me abrazó por la espalda mientras Pau fumaba en la ventana y le observábamos. Y ahí temí que los dos le miráramos de la misma manera. Me sentí como la pieza que los había unido, como si me hubieran usado como excusa para acostarse ellos dos y no sentirse culpables, ni por ellos ni por mí. Y le pedí con el cuerpo que me abrazara más fuerte y lo hizo, y con esa fuerza contuve las lágrimas que guardaba en mi garganta y me pedían salir, y seguí sonriendo. Y seguí sonriendo cuando Pau volvió de la ventana para besarnos y volver a meterse en la cama.
Mirándolos por la mañana desde la ventana, recordar la noche anterior me deja una sensación desagradable en el cuerpo. Así que decido mirar hacia fuera en vez de hacia dentro por si acaso alguno de los dos bellos durmientes abre el ojo y me ve llorar sin querer. Oigo entonces a María entrar en la habitación y me siento culpable por haber olvidado su presencia por completo. Justo entonces Gonzalo y Pau se despiertan y la reciben en la cama con besos y abrazos, y yo me planteo el tirarme por la ventana porque no haría mucha diferencia. “El cigarrito de por la mañana también está en mi top tres”, dice María acercándose a la ventana desde donde yo les seguía observando fuera de lugar. Le ofrece uno a Pau y uno a mí también por educación. Me aparto de la ventana para dejarles hueco y con intención de desterrarme a mí misma me dirijo hacia la puerta, pero Gonzalo me mira desde la cama así que me tumbo con él. Aunque no estoy de humor y él lo sabe −prefiero que no me pregunte y no lo hace−, me da besitos en la cara y me hace masajes. A veces no sé si Gonzalo tiene la incapacidad de darse cuenta de los momentos incómodos o es que le da igual o lo disimula muy bien. O es que yo me siento excesivamente incómoda en la mayoría de las ocasiones.
Mientras me muerde la oreja y el cuello yo me distraigo mirando a los otros dos en la ventana. Tanto bromeando y riendo casualmente como serios fumando en silencio me producen envidia sin saber por qué. Por esto no me gustan los números pares, siempre se pueden dividir entre dos y no dejan lugar a que uno se quede solo, aunque la soledad está presente aun rodeado de las personas que sean. Me encantan estas paredes azules y si no lo pienso demasiado podría quedarme aquí, así, para siempre; pero si lo pienso... debato conmigo misma y sin creer en la inteligencia barajo salidas de esa situación en busca de la más inteligente. Miro a mi alrededor y no encuentro mi sitio en estas paredes azules, no encuentro mi capacidad de adaptarme a nuevas situaciones. Pero estoy tan acostumbrada a esta incomodidad que ni me sorprendo. Me imagino levantándome y saliendo de la habitación y de la casa en silencio, como un muerto, sin mirar hacia atrás, aunque resonara mi nombre en boca de alguno de ellos, pero seguro que tendrían mejores cosas con las que llenarse la boca. Y yo, que me lleno la boca con las palabras que no digo, viéndolos a los tres juntos desnudos me incomodo con su comodidad, me muero con su vitalidad, y quiero escapar de esta habitación acogedora. Los veo a los tres juntos porque no nos veo a los cuatro. En los tríos todos se abrazan. A una mesa le basta con tres patas, es más pop-art, y no cojea; yo soy la cuarta pata que la hace cojear. Yo soy... yo no soy nada. Y cuánto nos quejamos de estar solos cuando lo estamos y qué solos nos sentimos cuando no lo estamos. No puedo salir de aquí. Nunca encuentro el sentido común cuando lo busco, siempre lo pierdo cuando lo necesito, creyendo que lo tengo sólo porque me lo decía mi madre.
La voz de Pau me saca de mi abstracción. Se ha girado y nos mira sonriéndose a Gonzalo, que ahora descansa apoyado en mi pecho, y a mí. “Bueno, ¿qué? Esta noche repetimos, ¿no?”.
*Raquel Aragón, Boston, EEUU, 1998, vive en España. escribe en raquelsanstitre. También puede leerse en el grupo de La Brujas de Mayo.
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Kevin Castro
Voy a escribir la historia más jodida del mundo. Será un film de 1 h 30 min.
Opening: Kultura Babylon, Laguna Pai
I. Fin de semana
La primera parte irá de un tipo universitario que adora el cine ‘experimental’ y que odia todo lo que se ha producido en Hollywood después de los 90. El tipo en cuestión vive despotricando contra todas las películas comerciales de Hollywood (y en general, en contra de cualquier película comercial que pueda ser vista en Cineplanet). En una de las escenas el tipo está intentando ligarse a una chica, hasta que comienzan a discutir de cine, porque a ella le aburre y asquea Viva la muerte de Arrabal y prefiere Saturday Night Fever con John Travolta. La discusión se torna innecesariamente ruda, así que la chica se va molesta y deja que él pague la cuenta. En otra escena el tipo está intentando ligarse a otra chica, pero vuelven a discutir porque ella quiere ver una comedia romántica en el cine y él una película de Woody Allen en un cineclub. Finalmente no se ponen de acuerdo y ella se va. El tipo pasa cada vez más tiempo mirando cine experimental raro y leyendo crítica de cine raro. Un día, mientras lee una revista de cine independiente, se da cuenta de que se ha quedado ciego. El tipo se asusta y acude a todas las clínicas caras de Lima a buscar un doctor u oftalmólogo o cirujano que le devuelva la visión. Pero todos los cirujanos y oftalmólogos de Lima han desaparecido misteriosamente, así que el tipo se deprime y decide pasarse el fin de semana durmiendo. El primer día del fin de semana sueña con su madre. En el sueño su madre es niña y ha matado un alacrán echándole desinfectante de baños. Le tiemblan las rodillas. El segundo día del fin de semana sueña que está solo en medio de un desierto en cuyo horizonte se avista el mar. Camina rumbo al mar, pero luego de mucho tiempo el mar parece encontrarse a la misma distancia. Entonces desiste y abraza un cactus. El último día del fin de semana el tipo sueña con un cerdo gigante que come pastillas rosadas acumuladas en una montaña gigante de pastillas rosadas. El tipo lo espía con cuidado de no ser visto, pero sin darse cuenta patea una cucharita de metal mientras retrocede. Cuando el cerdo se da cuenta de que el tipo lo está mirando, corre hacia él para comérselo, entonces el tipo, asustado, comienza a correr hacia ningún lugar. Cuando el tipo despierta está empapado en sudor y ha recuperado un 20% de la visión, por lo que puede distinguir ciertas formas y colores, aunque sin nitidez. El tipo se emociona y va a la cocina a servirse un trago, pero descubre que en la cocina hay formas humanas con armas. Desesperado, trata de esconderse, pero las formas humanas descubren que ha despertado, sacan sus armas y le disparan por todos lados. El tipo muere.
II. El desquite
La segunda parte del film irá de la misma historia desde la perspectiva de uno de los matones, el jefe, que es en realidad un poderoso narcotraficante de cocaína que acaba de ser estafado a lo grande —lo que es considerado más que una afrenta en el mundo del narcotráfico—, y quiere vengarse del afrentador, pero por algún motivo es imposible, así que decide desquitarse de todos modos con alguien inocente. Al tipo afrentador lo llama Afrentador. Hay una escena algo larga (aprox. 3’ 30’’) del narcotraficante rabiando mientras viaja en su auto por una carretera X. La música que suena de fondo es Fuck you de Lily Allen. Al final de esta larga escena el tipo llega a un grifo y se encuentra con otros cuatro tipos bien vestidos y con buenos carros, todos se saludan, encienden sus cigarrillos, conversan largo rato sobre ‘el desquite’. Al parecer todos ya han planeado algo que hacer para ejecutar ese desquite, así que hablan de algo que no se llega a entender del todo. Luego de esto, se suben a sus autos y manejan rumbo a Lima. En una de las escenas en los autos uno de los cuatro tipos colegas del narcotraficante principal le cuenta un chiste a su copiloto: ‘—¿Cómo terminas con tu esposa luego de diez años de matrimonio sin hacerla llorar ni perder tus propiedades? —¿Cómo? —Le disparas en las tetas. —¿...? —Sí, en las tetas. —… —¡Claro! Nadie le dispara en las tetas a su esposa. —… —¿...?’. Cuando todos llegan a Lima se encuentran con un quinto tipo que tiene cara de oriental. El tipo oriental saca un teléfono móvil en el cual ha instalado una aplicación de desarrollo propio. Les explica que la aplicación se llama Kill the clone y es un juego que tiene dos funcionalidades principales: Primero, contrasta la cara de Afrentador con la base de datos de fotos del DNI de todos los ciudadanos limeños. El sistema elige a los cinco más parecidos y los asigna a los teléfonos móviles de cada uno de los cinco tipos que han acudido donde el tipo oriental, que funge de árbitro. Luego, los cinco tipos deben enfrentar a su personaje contra los otros (lanzando ataques mágicos, aplicando llaves, usando armas, etc.) hasta que uno solo quede vivo. Cuando esto sucede, el sistema revela los datos del sujeto de la foto del DNI para que los tipos narcotraficantes vayan a su casa y acometan su venganza. El tipo oriental ejecuta el programa en su teléfono, el sistema asigna a los teléfonos de los cinco sujetos un personaje y todos se ponen a competir. Mientras se desarrolla el juego, el primer narcotraficante se da cuenta de que siente placer al ver a su personaje recibir golpes, pero como se ha ensañado con su personaje no quiere perder, quiere ganar para matarlo en la vida real, entonces se desarrollan varios minutos de escenas de lucha virtual en la que uno de los personajes animados gana todas las peleas no sin antes dejarse atestar unos cuantos ataques brutales. La música de fondo de esta escena es No games de Rick Ross & Future. Cuando el jefe narcotraficante gana, enciende un cigarrillo y deja que el sistema le muestre los datos de su ahora víctima. El personaje corresponde al tipo ‘cinéfilo’ que odia el cine comercial. Luego de ver sus datos, los narcotraficantes se dirigen a su casa y lo encuentran dormido. El jefe narcotraficante decide que no es divertido matarlo si está dormido, así que ordena esperar a que despierte. Los narcotraficantes toman un café en la cocina esperando a que esto suceda. Cuando el tipo despierta y ellos se dan cuenta, todos le disparan en todos lados y muere.
III. El congreso
La tercera y última parte de la película va de unos médicos que viajan en bus rumbo a algo así como un congreso nacional de médicos. Como ese, hay siete buses más llenos de médicos yendo en la misma dirección. Con el pasar de los minutos se hace más visible que se trata de un congreso de cirujanos oftalmólogos. Todos hablan de distintas cosas profesionales excepto uno de los grupos de médicos, sentados en la fila de asientos de atrás, que habla del negocio de la pornografía mientras el más joven los escucha muy atento. Todos los de este grupo están de acuerdo en que, a diferencia de otras artes, la pornografía se mueve básicamente en torno al dinero, y que tonterías como el post-porno o el porno artístico o el porno mormón son puras mierdas o a lo mucho mierdas secundarias comparadas con el tipo de porno que mueve realmente la industria pornográfica. Coinciden en que la pornografía básicamente se ha quedado en lo mismo: rubias tetonas, enfermeras, colegialas, dancing bears y similares. Sin embargo, añaden, los videos caseros o amateur se han ido ganando el corazón de los espectadores hasta volverse las búsquedas más populares. El oftalmólogo cirujano más joven (24) pregunta si en realidad el Congreso es lo que le han dicho: rubias tetonas, enfermeras, colegialas, etc. Los médicos mayores que hablaban de la industria pornográfica ríen. Uno de ellos le dice: ‘Vas a tener que ponerte hielo allí abajo’. Lo que sigue a esta escena es una serie de extractos de conferencias de oftalmólogos filmados con una cámara casera. Los extractos resumen el día 1 y 2 del congreso de oftalmólogos cirujanos. La siguiente escena es de los médicos en una discoteca enorme repleta de prostitutas desnudas bailando electro pop. Todos se están divirtiendo, especialmente el médico joven, que se ha prendido a una de las prostitutas y le toca los pechos. Lo siguiente que sucede es que decenas de tipos irrumpen en el local y empiezan a dispararles a las putas en las tetas y a los médicos que se interponen. Uno de los agresores es el jefe narcotraficante. Los médicos mayores sacan armas de sus bolsillos y comienzan a dispararles a los agresores, que se muestran sorprendidos. Todo se convierte en una gran balacera en la que muere mucha gente, aunque es obvio que los agresores son muchos más, así que se supone que matarán a todas las putas y médicos. En el piso hay muchos muertos. Uno de los caídos es el jefe narcotraficante. El médico joven se arrastra por el suelo tratando de esquivar los disparos y logra refugiarse en un rincón junto a una de las prostitutas que, llorando, le hace la señal de ‘shhh’ con el dedo índice en la boca. Se acurruca junto a ella y se abrazan y lloran hasta que la imagen se va desvaneciendo mientras empieza a sonar La Calor de Bareto y aparecen los créditos.
*Kevin Castro, nació en Lima, Perú, en 1993. Publicó los libros de poesía Los tiempos jurásicos (C.A.C.A. Editores, Lima, 2013; 89plus y LUMA Foundation, Zurich, 2014) y Norcorea (Neutrinos, Rosario, 2016). Es editor de la revista Mutantres y del proyecto C.A.C.A. Editores. Integra las antologías 1.000 millones. Poesía en lengua española del siglo XXI (EMR, Rosario, 2014), Mil novecientos violeta (El Gaviero, Barcelona, 2015) y Pasarás de moda (Montea, León, 2015). El relato que se presenta aquí hace parte del libro “Norcorea”, se publica con autorización del autor.
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xTx
BECOMING. THE BULL.
Ellos no eran padres, hermanos, tíos, vecinos, mecánicos, funcionarios, conductores de bus, empleados de tiendas, jugadores de fútbol, payasos de rodeo, o dentistas o médicos: eran hombres. Aquel día. Sujetándola. Les tomó mucho. Ella conocía su fuerza al igual que ellos. Llegaron preparados. ¿Cómo se puede matar a un gigante? Trajeron todo. Cuerdas. Cables. Cadenas. Armas de fuego. Cuchillos. Antorchas. Ellos rieron. “¡Dónde están las putas horcas!" Camionetas. Un tractor. Alambre de púas. Cubos. Un cabrestante. Una escopeta. Sábanas y mantas para su boca. Enfriadores de cerveza. Protección sobre sus carnes. Una montaña a escalar. Los árboles ayudaron a mantenerla abajo.
Su especie, una traición. Sabían dónde encontrarla. Predecible en su miedo. Predecible en su vergüenza. Nadie la echaría de menos. Ya no. La mejor oportunidad. Ella los eclipsó. ¿Qué debería hacer para dominar a los más poderosos? Ella fue cada no. Ella fue toda mujer. Ella fue mucho más femenina, ella era a todos ellos, a ellos; madres, hermanas, novias, esposas que iban a castigar. Ellos mostrarían su todo, con ella. En este lugar donde se sentía segura. En esa nada, ella en todas partes.
La llevaron abajo primero con lazos y camiones. Ella se desplomó y luego arrastró y dio vueltas. El polvo llenaba el aire, desenfrenado con la acción. Surcos hechos a partir de las rodillas, los codos, a partir de las caderas y los hombros, atada a la tierra; toda ella.
Hizo su mejor esfuerzo, pero con el tiempo, se cansó. Su miedo, luego el enojo, se agotó; reemplazado por el miedo y el agotamiento y una tibia renuncia vergonzosa. Ahora sabía cómo se sentía el toro; dagas en la espalda; la multitud de espectadores, el latido del corazón estalla a través del cerebro primitivo. Su rostro cubierto de suciedad, sudor y lágrimas. Ella se quedó allí resoplando con ojos de buey como dardos viéndolos a ellos, mientras utilizan las cadenas para enrollarla a los árboles, su cuello al torno, este nudo se mantuvo, el más mortal del que debe liberarse. Su tamaño actual podría matar a un hombre. Eso era conocido. Eso fue informado.
Pero ellos la encontraron. Cada pieza. Dentro y fuera. Por horas.
La dejaron e incluso entonces conoció cuando se lavaba; que el agua del río tomaba la suciedad, su suciedad, lejos; que parte de ellos se habían quedado con ella. Estaban allí ahora, madriguera, tomando la compra. Ella sintió la lucha de ellos, conoció la batalla, y tomándola, podría crecer fuerte en su interior antes de que todo hubiera terminado.
"Mis ángeles, mis ángeles."
*xTx, (EEUU), nadie la conoce en realidad. es autora de “Normally special”, “Billie the bull”, Today I am a book” y “Nobody trusts a black magician”, además de una gran cantidad de relatos dispersos en la red. Este fragmento pertenece a “Billie the bull”.
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Francisco Molina
CONTAR SE HA VUELTO ALGO FAMILIAR PARA NOSOTROS ♥
Tengo frío, se me congelan las patitas 23:04✓✓
Entre la entrada y su pieza hay catorce pasos: los pies frente a la sala de estar-comedor, después el baño, finalmente aparece una puerta. Él se detiene. Contó un sillón, una mesa de centro, una mesa plegable. Objetos antes de Lucas. Contó tres cojines, una lámpara sin pantalla, seis posa-vasos, un buda gordo que se ríe. Objetos de Lucas. Contó una lavadora, un teléfono fijo, cosas que nunca podrá tener. Contó, Lucas, uno, dos, tres, cientos. Es de noche, está desnudo y flácido, es de noche.
Podrías quedarte conmigo, que hoy duermo solo 23:06✓✓
Estoy ocupado 23:08✓✓
No te pongas tan grave, era solo una sugerencia 23:08✓✓
;Lucas es un color primario. Alcanzó a colocar el cuerpo sobre la cama: está boca arriba, desnudo y flácido. Su cuerpo se hizo un chorreo, son gotas de manjar que apenas bajan por una cuchara. De a poco se está hundiendo en la cama. Puede sentir al calor acompañándolo en la pieza.
Su psicólogo le recomendó que cuente hacia atrás para poder tranquilizarse, para distraer su atención en otras cosas. Comienza a contar, lo hace como si rezara, deteniéndose en cada uno de los números. Parte desde el 100. 99, un punto color Lucas aparece en una esquina. 98, el color trepa de a poco la pared. 97, la puerta entera ahora es color Lucas. Se detiene a respirar, inspira con fuerza, huele a grasa quemada. Parte de lo que se desprende le llena la nariz. Intenta retomar el ritmo. 96, la pared frontal de la habitación es Lucas. 95 aparece su rostro y brilla.
Es que puede llegar de nuevo, y comerme la cara 23:15✓✓
Por favor, ayúdame 23:15✓✓
Tengo mucho mucho miedo 23:16✓✓
Estoy ocupado 23:18✓✓
Cada vez cuesta más respirar. Sus pulmones se detuvieron cuando hoyó la vibración del celular, era otro mensaje más. 94, abre la ventana para que entre algo de frío. La sensación de frío repentino hizo que su cuerpo se adhiriera más fuerte sobre la cama. Al frente está el rostro de Lucas, lo mira sonriendo. La sensación de estarse derritiendo comienza a ser dominada por el frío, aunque sabe que necesita respirar, que desaparezca ese olor nauseabundo, que se congelen las paredes y una capa de hielo ligero cubra esa cara sonriente. Su cuerpo está manchado de sudor seco, lo siente como una pequeña picazón. Él es quien apesta. De a poco aparecen escaras entre sus muslos, intenta despegarlos pero pedacitos de su cuerpo quedan sobre la cama. Quiere moverse y cerrar la ventana, pero él puede verlo, ahí, al frente. 93.
Estás leyendo mis mensajes? 00:35✓✓
Estoy ocupado 00:37✓✓
Se sostiene el pene con ambas manos. 92, intenta masturbarse. Su estómago comienza a hacer ruidos. Recuerda: lleva una colección de condones usados en el congelador, piensa que son los hijos de Lucas, eso lo excita. Se ríe. 91, tiene los testículos llenos, le pesan, prefiere dejarlos caer entre sus piernas. Siente un poco de pena por ellos. 90, los va a despegar de la cama, pero sus brazos no responden completamente. 89, intenta superar la contradicción entre el calor y el frío. 88, pide auxilio.
Estás leyendo mis mensajes? 00:45✓✓
ESTÁS LEYENDO MIS MENSAJES?? 00:57���✓
RESPONDE MARICÓN!! 01:35✓✓
Estoy ocupado 02:00✓✓
Ser la única persona en el departamento lo obliga a recuperar su cuerpo. 88, el brazo derecho recobra un poco de movilidad, con un solo moviento, hasta volver a tocar sus testículos. Este movimiento le produce cierta molestia, acababa de ingresar aire tibio en sus pulmones. 87, se queja despacio, no quiere que nadie lo oiga. 86, le da vergüenza tener al rostro Lucas frente suyo. 85, él puede escucharlo. 84, en un esfuerzo sobrehumano se para a cerrar la ventana, llega a medio camino y cae. 83 mira hacia atrás para contar todos los pedacitos que quedaron de su cuerpo sobre la cama, 82, 81, 80. No puede levantarse, está tumbado abrazando sus rodillas. 79, encuentra un pedazo de uña sobre la alfombra. Procede a llevárselo a la boca. 78, ruega que por favor sea de Lucas.
No quieres un poco de mi leche? Sabes que te encanta cerdo 2:02✓✓
Puedes venir cuando quieras, tengo harta guardada, solo para ti 2:04✓✓
Estoy ocupado 2:04✓✓
.
El contacto de la uña con su lengua se sintió como una pequeña corriente, de inmediato recobra un poco de movilidad. 77, se sostiene del marco de la puerta. 76, cae otra vez. 75, arrastra su cuerpo hasta la cocina. Siente las temperaturas del piso. Piensa, estoy vivo. El piso hasta la cocina cambia de textura a medida que avanza. 74, sigue arrastrándose. Abre el refrigerador desde abajo, se levanta afirmándose de las rejillas vacías, lentamente, hasta ponerse de pie. 73, abre el congelador para sacar un condón usado. Su brazo libre lo guía hasta el microondas, 30 segundos. Le gusta la leche tibia.
Tú ya no me amas 2:35✓✓
Tengo la cara cortada 2:35✓✓
Anoche él entró 2:36✓✓
Tengo mucho miedo 2:36✓✓
Estoy ocupado 3:03✓✓
Deja de contar. Vuelve a la pieza, está satisfecho. Avanza despacio, se fija en los mueble. Siente que la comida se le repite en la garganta. Quiere vomitar y llenar todo el espacio con Lucas. Una mano en la boca, la otra toca los muebles. Alcanza la habitación. Un paso adentro, su cuerpo se desploma. Su cuerpo flácido se rinde al peso de los testículos. Su cuerpo se derrite. Encuentra nuevamente sus restos sobre el colchón, la habitación permanece. Escucha el celular, está vibrando al lado suyo. Lo acerca y tipea E S T O Y O C U P A D O. Responde a 15 mensajes no leídos de Lucas.
*Francisco Molina (Santiago de Chile 1992) Estudia Licenciatura en Estética en la PUC. Scout y editor para Los Libros de la Mujer Rota. Junto al poeta y traductor Matías Fleischmann, llevan el proyecto de reescritura hipermedial "Un pez con mi cara, besándome". El 2016 ganó la beca de creación del CNCA por el libro "El amor de los salmones" y del cual este relato es un adelanto de la edición que hará Los libros de la Mujer Rota. Relato cedido por el autor.
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CIRCUNVALAR
Carlos Barros
¿Por qué mierda estás vestido así?
Me tengo que meter en el papel.
Bobo hijueputa. Quítate los guantes.
Jorge tiene razón, no sé porque me vestí de negro y con guantes. Aunque el frío lo podía justificar, no debo llamar la atención. Pero ya no sirve de nada regresar al apartamento y cambiarme. Para esta ocasión me compré una Walther PPK. Estoy excitado y preocupado a la vez. La historia tiene varias grietas. Pero igual nunca hago que mis clientes se justifiquen, y mucho menos se lo voy a pedir a un amigo. Solo necesito que me den un nombre para hacer el trabajo. Y mi amigo había cumplido con esto último, ahora mi trabajo es cortar la luz del hijueputa de turno.
Esta es la calle 98 con 53. La dirección es con 57, le explico.
Dimos reversa y la enfilamos por la 93 hasta llegar a la 57 y de ahí subimos hasta la 98. No duramos mucho en conseguir el edificio.
Ahora nos toca entrar a la fiesta.
¿Qué tipo de fiesta?
De las que me gustan.
¿Me toca entrar a esa mierda?
No hay de otra.
Abren la puerta y están en un ambiente bien maldito. Fiesta hawaiana en diciembre. Me ubico en el balcón del apartamento. Jorge me iba a presentar a Gustav pero no quería conocerlo, mucho menos estrechar su mano. Da excusas por mí diciendo que estoy recién divorciado y también hace un chiste sobre mi futura membresía a la comunidad. Solo quiero que esto termine.
Nos vamos en media hora. Por cierto, te metí en un trío, ¿me perdonas?
Salgo del apartamento. Estoy en la acera de enfrente esperando a Jorge. Quito y pongo el seguro de la Walther varias veces. El Mercedes de Jorge quedó estacionado en un parqueadero para no ser visto, no podía volver al auto, así que me toca chupar frío. La media hora se transforma en hora y media. Son las 3:00 am. cuando salen. Los tres nos embarcamos en el BMW de Gustav. Le quito las llaves. Enciendo el auto y conduzco vía a la Circunvalar. Jorge tiene preparado el lote. Gustav va dormido y mi amigo está llorando. Me imagino que por Julio, su difunto novio. La verdad es que ya no quiero preguntar.
Llegamos al lote de la Circunvalar con Carrera 10. Jorge se baja del auto y, lo que yo creía que era un lote, en realidad es un taller de chatarrería. Habla con el señor que está en la garita. El señor nos abre las puertas. Entramos el auto hasta el fondo. Cuando detengo el auto, Gustav se despierta y quiere saber dónde estamos, pero Jorge le apunta con su SIG Sauer.
Le ordena que se baje. Yo me bajo primero. Apunto a Gustav desde afuera. El alemán se baja y está muy tranquilo. Jorge se baja del auto. Lo empuja tan duro que Gustav cae sobre unas llantas. Cuando se levanta, no dudo en disparar. Tres balazos que suenan secos. El primero en el brazo derecho, el segundo en el abdomen y el tercero en el cuello. El tercer disparo hace que la sangre le salpique a mi amigo.
¿Por qué no esperaste?, reclama Jorge.
Esto era lo que había que hacer.
Yo tenía que matarlo.
Estás muy borracho.
Eres muy abusivo.
Soy un pro.
Eso no lo pongo en duda.
Nos tenemos que deshacer del cuerpo.
El celacho se encarga de eso y del BM. Lo malo es que nos tenemos que ir en un Renault 4.
Nos subimos al Renault y salimos con mucha calma.
En la Circunvalar Jorge no deja de quejarse del olor de la sangre. Dice que huele a sarna. La verdad es que el hedor es insoportable. Pero no podemos parar hasta llegar a buen puerto y quemar las prendas. En este momento solo quiero llegar al apartamento para ver Friends. Ya estoy cerca de finalizar la serie y no quiero que nadie me moleste. Menos si lo hace un amigo.
*Carlos Barros Colombia, 1982. Becario del Taller de Cuento Ciudad de Bogotá 2012. Su cuento “Hit me” fue publicado en la Antología Relata 2012. Segundo puesto en el III premio nacional de cuento La Cueva 2013-2014. Finalista en el I Concurso de Relato Breve Negro y Policíaco Revista Fiat Lux 2014. Prepara su primer libro de cuentos “Fugacidad en La Vía Láctea”.
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Megan Boyle
Todos con los que tuve sexo
Adam: Tuve una gran obsesión por él que duró toda la secundaria. Sucedió mi primer año, en 2004, el año bisiesto. Me alegró de que fuera con él. Estaba un poquito borracha así que no recuerdo sentirme consiente durante el acto, pero sí a la mañana siguiente. Me dolió de una manera excitante. Hubo muchos momentos incómodos. Pesaba bastante entonces, estaba cerca de los 75. Usamos un preservativo con sabor a fresa y mis bragas decían ¡POW! como en un Roy Lichtenstein. Uno de los que mejor besaba. Fue en una fiesta para recaudar dinero para una máquina casera de cerveza artesanal. Sangré sobre las sábanas y él las hizo limpiar. Una buena persona. Fue terrible que siguiera enamorado de su ex novia. Estuve convencida, por un tiempo, de que esto había arruinado mi vida, pero ya no me siento más así.
Jake: También estaba enamorada de él en la secundaria, solamente basada en la atracción física. Si alguien me hubiera dicho en la secundaria que yo tendría sexo con cualquiera de estos chicos, no lo hubiera creído -no porque fueran de “una categoría más alta”-, simplemente yo era dolorosamente tímida e insegura y ni siquiera hablé realmente con ellos hasta mi primer año de secundaria. Jake no usó preservativo porque yo tomaba pastillas anticonceptivas y eso me impactó. Solía pensar que cada vez que no usabas un preservativo quedabas embarazada automáticamente. Tuvimos sexo periódicamente por unos años. Nunca me besó, a menos que yo lo pidiera.
Noah: Nos conocimos en la universidad. Él estaba en teatro y tenía un tatuaje de un hada. Una vez fumamos un porro debajo de unas vías de tren y empezamos a frotarnos las cabezas. Le gustaba mucho Paul Simon. El sexo era un poco rutinario pero estaba bien. Besaba mecánicamente. No usamos preservativos. Pasó un par de veces.
Nick: Fuimos juntos a cursos de verano en una escuela de arte en la secundaria y terminamos yendo a la misma universidad. Tuvo un accidente de tráfico y murió el año pasado. Estaba muy enamorada pero él no quería salir conmigo. Tuvimos sexo sólo una vez, de pie, en una lavandería. Mi amiga entró y nos interrumpió. Era su segunda vez. No usamos preservativo. Me dijo que parecía una estatua griega.
Jess: Jess es una chica y con ella tuve mi primer orgasmo con otra persona. Dos veces tuvimos sexo. Verdaderamente éramos buenas amigas. Ojalá hubiéramos tenidos más sexo. Ojalá siguiéramos siendo amigas. Se sentía raro dar/recibir sexo oral a una chica, como si mi cabeza estuviera por encima de mi cuerpo, y como surfeando o algo así. No sé cómo describirlo.
Ryan: Ryan “se sacó la lotería” porque salió con Jess y conmigo una noche e hicimos un trío. Me hacía acordar a Frodo, no me parecía lindo. No usamos preservativo. Tuvimos sexo unos tres minutos. Sólo pasó una vez. No fue bueno.
Derek: El ex novio de Jess. Una noche hablamos hasta que casi se hizo de día. Estábamos con sueño, empezamos haciendo cucharita. Luego tuvimos sexo. Todo parecía seco e inmotivado, recuerdo pensar “¿por qué estoy haciendo esto?” No usamos preservativo. Creo que no se vino. Me dijo que me debía una. Sólo pasó una vez.
Mike: El hermano de Jake. Éramos/somos buenos amigos. Una noche, en las vacaciones de primavera, fuimos a una fogata que hicieron en el bosque y comimos hotdogs. Mike vino después a mi casa y vimos “El regreso de los muertos vivientes” y “Noche de los muertos vivientes”, creo. Nos fuimos acercando hasta terminar en cucharita y después tocamos la cara del otro por un tiempo largo. Se quitó los anteojos y me preguntó cuándo se iban a levantar mis padres. Dije “tarde” y entonces sucedió. Fue realmente bueno, él me encantaba y era un gran besador. Estuve muy enamorada de él por mucho tiempo. Debemos haber tenido sexo unas cuantas veces. Tuve algunos orgasmos con él. Sin preservativo. Quizá una vez usamos.
Chico anónimo: tuvimos sexo en la fiesta de un amigo. Estaba borracha y no quería hacerlo y creo que empecé a llorar y lo hice parar.
Dave: me sorprende recordar el nombre de Dave. Una noche me siguió a casa después de una fiesta y tuvimos sexo en mi ruidoso camarote. No quería tener sexo. Tenía la regla. Estaba borracha. Él era persistente y creo que yo estaba aburrida todo el tiempo. “Hablaba sucio” y era molesto. Fui mala con él. Cuando terminó dijo, “uh, uno de los dos está sangrando”, y yo dije, “Oh, Dios mío, ¿¡ésta es tu primera vez!?” y me siguió a la ducha. Le dije, “puedes ducharte pero después tendrás que irte”. Se quería quedar. Para llegar al dormitorio de su facultad tenía 45 minutos de tren. Al día siguiente llamó y preguntó si yo tenía SIDA. “no”, dije. No usamos preservativo.
Justin: Salimos un año. Era una relación de mierda pero creo que yo sólo quería estar con alguien, lo cual es una razón de mierda para estar con alguien, pero no me di cuenta de eso en aquel momento. El sexo estaba bien, tuve orgasmos con él. Asumimos una aburrida/rutina rápidamente. Yo “llevaba los pantalones” de la relación, lo cual no parecía importarnos a primera vista pero creo ahora que en realidad le molestaba bastante. Tuvimos peleas melodramáticas. Una noche después de que rompí con él, me asaltó sexualmente y yo dejé la escuela. Sin preservativos, nunca, no lo creo.
Neil: Salimos en la secundaria y rompí con él. Después no fuimos amigos. Después fuimos amigos. Después fuimos muy buenos amigos de verdad. Después pensé que estaba enamorada de él y tuvimos sexo una noche. El me dio un orgasmo. Después le dije que estaba enamorada de él y me rechazó. De alguna manera superamos eso y somos buenos amigos. Me siento muy bien teniendo sexo con él, rara vez me siento auto-consiente. Una vez quiso meterme el puño y lo sentí íntimo y bueno, lo cual me sorprendió. Tiene una curiosidad por lo físico de una manera que siento muy parecida a la mía. Todo se siente mejor con él. Hay una línea de comunicación abierta durante el sexo, lo cual se siente genuino y natural. Tengo orgasmos. Usamos preservativo, casi siempre.
Steve: Steve fue mi otra relación seria. Alrededor de las vacaciones de invierno de 2006 salí mucho con Neil y Neil salía con Steve, así que yo también salía con Steve. Todavía estaba saliendo con Justin en ese momento. Después rompí con Justin. Después sucedió lo de Neil. Una semana después Steve y yo tomamos licor de miel y tuvimos sexo en el departamento de Neil. Estuvimos mucho tiempo juntos, y decidí intentar una relación a distancia. Después dejé el colegio y no volvió a ser a distancia nunca más. El sexo era consistentemente bueno, a veces genial, yo siempre tenía orgasmos. Era un buen besador. Tenía una cicatriz en el labio inferior que me gustaba sentir. Nos comprendíamos de un modo que todavía no sentí con otra persona. Nos gustaba escuchar el disco homónimo de Velvet Underground y “Feel good lost” de Broken social scene cuando lo hacíamos. Cerca del final me volví egoísta y no lo traté bien. Después de romper con él me arrepentí y bebí mucho y lo llamé un par de veces y empeoré las cosas. Me arrepiento de muchas cosas que pasaron con él. Nos conocimos en un mal momento. Algunas veces usábamos preservativo. Es una buena persona. No hablamos.
Ricky: Ricky y yo trabajábamos en el mismo lugar. Salimos por un mes, después de que rompiera con Steve. Después de Ricky, Steve y yo salimos por otro mes y dos meses estuvimos “confundiendo” las cosas. Ricky era un tipo bastante bueno, pero no para mí. El sexo era bastante bueno, quizá demasiado violento a veces, pero de todas maneras tenía frecuentes orgasmos. Él “hablaba sucio”, y eso siempre me saca de tema. Como que lo convierte en una parodia o algo. Usamos preservativo.
Vincent: Vincent influyó en mi decisión de romper con Ssteve, pero no quise admitirlo por un buen tiempo. Lo conocí a través de Neil. Coqueteamos una vez en Halloween y tuvimos sexo en su fiesta de navidad. A veces teníamos “citas” a las que ninguno de los dos se refería abiertamente como “citas”. El 97% de nuestras noches juntos terminaron en sexo. Una vez en un baile me emborraché mucho y le pregunté por qué no me amaba, y hablamos del sinsentido de la existencia y dos horas estuvimos sollozando. Después de eso seguimos saliendo y teniendo sexo. Lo “nuestro” duró de enero a marzo, y otro poco hasta julio. Todavía me gusta mucho, a pesar de todo. Ahora vive lejos y tiene una novia. Siempre usamos preservativo. Besaba muy bien. El sexo era aventurero, imaginativo, intenso y nos mirábamos mucho a los ojos. Sin embargo, nunca me la chupó. Una vez nos quedamos dormidos en el piso de su sótano, abrazándonos.
Jamie: Jamie es una chica. Besaba realmente bien. El sexo se sentía diferente de una buena manera, pero siempre me siento confundida cuando estoy con chicas, como si estuviera un paso afuera de mí misma, viéndome a mí misma. Tenemos la misma colcha. Es graciosa y me gusta mucho. Me gustaría sentir que podría tener una relación con una chica.
Anthony: Visité mi anterior universidad para volver a ver a mis viejos amigos y conocí a Anthony bailando. Era de primer año y era su primera vez. Besaba muy bien, realmente. Le compré a él y a sus amigos una botella de gin (después me la pagaron) y jugamos a las cartas en mi viejo cuarto. Fue lindo. Yo quería que él estuviera seguro que quería que su primera vez fuera con una extraña. Dijo que sí. Me sentí bien después. Usamos preservativo.
Will: Will es el hermano mayor de Jake y Mike. Un día después de una fogata me preguntó si quería fumar de una pipa en su casa. Terminamos teniendo sexo durante diez horas seguidas. Fue el mayor tiempo que estuve teniendo sexo con alguien. Salimos y tuvimos sexo de febrero a mayo. Nos divertimos mucho juntos. Él me preparaba el desayuno y la cena y le gustaba que cantara para él. Lo sentía como una relación pero no lo era. Yo quería una, así que la terminé. Por unos meses mientras tenía esto con Will, veía a vencen una vez por semana probablemente. Pensé que si podía combinar estas dos no-relaciones podría quizá sentirlas como una entera. Pero la verdad es que no fue así. Nunca usamos preservativo y yo no tomaba pastillas anticonceptivas. Teníamos el mismo sentido del humor. Tuvimos sexo con los pies. Me la chupó mucho. Tuve muchísimos orgasmos. Me gustaba estar con alguien que tuviera un fetiche con los pies.
Frank: Frank y yo trabajamos en el mismo lugar por unos meses y después él renunció. Coqueteábamos en el trabajo pero otra clase de charlas nos resultaban difíciles por algún motivo. Una noche lo invité a mi departamento. Dijo “oh amor” y luego mi nombre. No me gustó. Creo que tuve que evitar reírme un par de veces. Después del sexo compramos falafel. Eran las 2 más o menos. Dijo la “bendición” antes de comer su falafel. Le pregunté qué fue eso. Me dijo que una vez probó ácido y que vio a dios o algo así y que ahora bendice la comida. Masculló algo y no me miró a los ojos. Por dos horas intenté que se fuera y finalmente lo hizo a las cuatro. No respondí sus mensajes de texto ni sus llamados después de eso. Usamos preservativo.
Kevin: éramos compañeros de cuarto y creo que el sexo hizo más complicadas las cosas de lo que deberían haber sido. Yo era la agresora. Quería salir con él. Quizá tuvimos sexo dos veces, pero muchas noches nos besábamos o yo se la chupaba y él me decía que me fuera a dormir. Nos provocábamos y terminábamos en grandes discusiones y gradualmente dejamos de hablarnos. Nunca me la chupó. Besaba muy bien y usábamos preservativo. Me sentía fuertemente atraída por él. Nunca tuve un orgasmo. Pienso positivamente en él ahora.
Josh: Josh y yo nos conocimos en el trabajo. Era tímido y teníamos el mismo sentido del humor. La única vez que me mencionó a su novia fue para decirme que habían roto, aunque inferí que su situación probablemente era más “complicada” que eso. Salimos y tuvimos sexo un par de veces este verano. No estaba segura si él pensaba que era “sólo sexo” y honestamente estoy cansada y aburrida de preguntarme esto tan seguido, así que no estaba motivada como para averiguarlo. Probablemente sea el que mejor besaba de los que besé. Usamos preservativo, casi siempre. Me hubiera gustado salir con él en otras circunstancias.
James: conocía a james por amigos en común desde hacía unos cinco años. Este verano vino gente de fuera y él estaba entre ellos. Siempre me sentí atraída por él. Tiene una manera de mirarte, no a vos, sino como a través tuyo o algo así. Es un besador promedio. Probablemente la persona más “aventurera” en la cama. Duró mucho tiempo. Tuve un orgasmo. Quiso hacerlo de vuelta a la mañana pero yo tenía que ir a trabajar. No usamos preservativo. Dije, “espero que no tengas un ‘sida secreto’”. Él dijo, “espero que no tengas un ‘embarazo secreto’”. Nos reímos y nos fuimos por caminos separados. Me siento bien con esto. (A partir de ahora, no estoy embarazada ni tengo SIDA).
Kyle: Kyle era el más atractivo de la fiesta de Halloween de este año así que tuvimos sexo en el sótano. Desafortunadamente era el sótano de una chica que no sabía que la gente suele tener relaciones en las fiestas, y tenía una hermana menor que gritó, “¡váyanse de mi casa!”. Esto fue una experiencia ridícula y pienso que es divertido. No usamos preservativo. Creo que besaba bien. Estuvo bien y nada más. Los dos estábamos borrachos. Estaba vestida como una porción de pizza. Creo que él no tenía ningún disfraz.
Edad la primera vez: 18 años, 4 meses, 2 semanas, 0 días
Edad ahora: 23 años, 2 meses, 2 semanas, 2 días
Total de parejas con penetración: 21
Total de hombres: 21
Total de mujeres: 2 (2 no mencionadas, no estoy segura de que cuenten como sexo, fue sólo besos y meternos los dedos)
Total de parejas para sexo oral: 20-30
Relación de sexo oral dado/recibido: 9:3 (probablemente)
Total de relaciones oficiales: 4
Total de relaciones ambiguas: 9
Total de veces de sexo de una sola noche: 11
Total de parejas a las que les dije “te amo”: 3, quizá 2 y medio
Total de parejas que me dijeron “te amo”: 3.5
Presencia de alcohol en el primer encuentro sexual: 13
Presencia de marihuana en el primer encuentro sexual: 2
Total de ets: 0
Total de embarazos: 0
Sexo anal: 0
Que acabaron en mi cara: 0
Que acabaron en mis tetas/estomago/espalda/culo: 2+
Que preguntaron antes: 2
Lugares en los que tuve sexo: en todos los cuartos que una casa puede tener (sin contar el garaje), en autos, en una lona bajo un árbol, el bosque, baños públicos, lavanderías, trampolines, en el techo de una construcción de noche empezamos (él no era un obrero de la construcción)
Qué sentí después de terminar la lista: satisfacción por haber completado una tarea, sorprendida de cuántos detalles me acuerdo, un poco enojada conmigo misma, un poco de lástima por mí misma, triste por las relaciones que no funcionaron, contenta con algunos momentos, irracionalmente esperanzada, alegre de no estar en el pasado, confundida con el porqué de haber divertido a otra gente con mi seguridad personal, aliviada de no tener SIDA ni hijos.
*Megan Boyle (eeuu, 1985), autor de selected unpublished blog posts of a mexican panda express employee, Muumuu House, 2011. Traducido en la Argentina por Dakota ediores. Ha escrito para Vice y 3 AM Magazine. Este relato apareció en la pagina de muumuu house.
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Blanca Victoria de Lecea
Arrostrar: atreverse, arrojarse a batallar rostro a rostro con el adversario
- Qué tal, pues yo me llamo Carlos.
Sabe, yo muchas cosas las digo por el peso simbólico que portan. Es como cantar una canción que a uno le llega. A mi me llena hacer esta tontería de nombrar ciertas palabras.
¿Cachai?
No por tener un coche rojo a juego con mis gafas chuloputis. Yo no quiero correr con esas llantas.
No se debería estudiar por encontrar un buen puesto de emprendedor. Sino por ser arrastrado irremediablemente por los hados. Debiera ser una actividad en sí misma desbordante. Es lo que va a hacer que se deshilache la pesada carga de ir en contra del viento a cada sonar del despertador.
No ser regido por el mercado, eso es.
Sabe, en este mercado puede encontrar de todo... desde cactus, obstáculos que graznan y se abrochan bolsas de la compra a las manos, hasta a los amores de una vida. Y si hay que ser mozo de almacén o metedor de alimentos en bolsas, se es, diego yo.
¿No cree?
Qué mejor que trabajos donde no haya que pensar, simplemente conversar augustamente con las persianas, como ahora mismo hago yo con usted. Trabajos donde la responsabilidad sea mínima. Donde poder fumarse un cigarrito y que le de a uno la luz del sol.
Bueno, y lo mejor es que igualmente estos curros tiene que ser hechos.
“Un pringadete de turno que no estudió lo suficiente” piensan los obstáculos que graznan y acumulan bolsas. Pero oiga, eso sí, ¡shh!, debo cuidar mi vocabulario, no en todos sitios pueden ser dichas frases aparentemente sin sentido.
Bueno, eso es todo. Espero haberle respondido.
Aquí tiene su paleta de colores lista para ser engullida.
¡Gracias por su compra! ¡vuelvan pronto!
¡astro logo!
Buenos días, ¿qué colores quiere hoy comer?
- Oye Pedro, ¿tú crees que el tío loco ese del puesto de fruta, al decir eso de las personas que eran obstáculos y bueno, eso que ha dicho... se estaba refiriendo a mi? ¿me ha llamado así?
- Hombre... le has dicho que por qué no buscaba un futuro mejor. Has insinuado que la juventud era muy vaga... otro no habría tenido tanta delicadeza.
*Blanca Victoria de Lecea, nacida en Argentina en 2015 y en España en 1991. Realiza el postgrado de Estudios Artísticos, Literarios y de la Cultura, es Periodista Cultural en Drugstore Magazine. También ha escrito en ERRR Magazine y ha aparecido en diversos fanzines digitales, páginas web y en los libros de antología poética El país de los poetas y Anónimos 2.3
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Andrés Arroyave Zapata
¡Ring!
-¡Ring! ¡Ring!-.
El teléfono lo despertó. Era un ruido molesto. El aparato había sido ubicado en la sala y él no quería contestar. Seguía agitado por la mudanza y ya era de noche.
-¡Ring! ¡Ring!-.
Maldijo mentalmente. Se preguntó por Laura, no estaba a su lado. Tal vez había salido y por eso no respondía.
-¡Ring! ¡Ring! ¡Ring!-.
Podía ser algo urgente, algo importante. Se levantó, tomó la bocina.
-¿Aló?-, contestó.
Nadie respondió. Del otro lado sólo se escuchaba un vals. Colgó.
-Laura, Laura ¿estás?-, llamó en la casa.
De nuevo el silencio, decidió dormir otro rato, no pudo.
-¡Ring! ¡Ring!-.
Caminó más rápido, tomó la bocina.
-¿Aló? ¿Aló?-, dijo.
De nuevo se escuchaba el vals, ahora se oía un solo de violines.
-Está equivocado, por favor no vuelva a marcar-.
Iba a colgar, pero justo cuando iba a hacerlo le hablaron:
-No, no lo creemos, no estamos equivocados-.
No reconoció la voz, era un coro. Quiso averiguar más.
-¿Con quién hablo?-, dijo, -Tal vez este no es el número que buscan-.
-¿Y usted cómo lo sabe?-, dijo el coro.
El vals se había interrumpido.
-Si esto es una broma vayan a joder a otros-.
-No es una broma, no señor ¿es usted el señor Zapata?-.
No contestó en el momento, pero aquello ya era algo.
-Sí, soy él-, contestó, -¿Para qué quiere saberlo?-.
-Espere un momento-, dijo el coro.
De nuevo se escuchó el vals.
Volvió.
-¿El mismo señor Zapata dueño de un teléfono de mesa negro y no inalámbrico?-.
Miró el teléfono; sí era negro y sí, era de cuerda enroscada.
-Sí ¿por qué?-, preguntó.
-Porque creemos que es anticuado ¿no le interesa uno más moderno? Tenemos buenas opciones de pago-.
Ya no quería darle más largas al asunto, deseaba volver a dormir.
-Por el momento no, gracias. Además eso debo consultarlo con mi esposa-, dijo.
-¿Con Laura?-.
-¿Cómo saben su nombre?-.
-Está con nosotros, la tenemos amordazada-.
La inmovilidad le recorrió todo el cuerpo, tomó asiento.
-¿Cómo que la tienen? ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué quieren?-.
-Sólo queremos ofrecerle un mejor servicio señor Zapata, sólo eso-.
-¿Cómo sé que la tienen en verdad? ¿Quieren dinero? ¿Cuánto?-.
-No señor, no queremos dinero como regalo, no señor…Le ofrecemos un servicio, usted paga por él. Es un trato justo-.
-No entiendo, ¡pero no van a estafarme!-.
Colgó con fuerza la bocina. Siguió preguntándose por Laura.
-¡Ring! ¡Ring! ¡Ring! ¡Ring! ¡Ring!-, otra vez.
No soportó el sonido.
-¡Maldición! ¿Qué quieren?...Voy a dar aviso a la policía-.
Sonó el vals, eso no le importó mucho. Justo después se escuchó la voz de una persona algo desesperada, parecía como si estuviera en medio de un forcejeo.
-¿Es usted Laura?-, dijo el coro.
Un corto momento de silencio.
-¡Sí! Sí, soy yo-, dijo otra voz tras la bocina.
Después no habló más. Sólo se escuchaban sus gemidos.
-Pero qué… ¿Qué le hacen?-, dijo, -Déjenla ir de inmediato-.
-Lo haremos señor, lo haremos-, dijo el coro, -Aunque primero debemos acordar algo nosotros. Mire, ya tiene una casa más grande ¿no?-.
-¿Cómo saben?-.
-Lo hemos observado. Si se fija en el poste al frente de su casa hay una cámara. Hemos visto su teléfono. Tenemos nuevos teléfonos y nuevas maneras para hacerlos comunicar. Lo mejor es el precio, como para gente como usted y Laura. Ella puede salir muy fácil señor Zapata-.
Se movió el cabello. Colgó, marcó al número de emergencias.
-¿Con la policía?-, preguntó.
Nada, escuchó el mismo vals.
-¿Sí? Diga-, dijo una voz femenina.
-Necesito que me ayuden, me han llamado y me han dicho que tienen secuestrada a mi esposa-.
-Sí-, se vio interrumpido, -Eso lo sabemos. Pero no se preocupe…-.
-¿Vendrán a ayudarme?-, esta vez interrumpió él.
-No señor, no se preocupe. No es malo quien la tiene, sólo le ofrecen un servicio, y uno bueno déjeme decirle-, dijo la mujer, -Claro que ayudarla es su responsabilidad-.
No tenía caso, volvió a colgar. Por lo menos debía saber dónde se encontraba e ir solo, arriesgarse.
-¡Ring! ¡Ring!-.
Era imposible volver a dormir. Pensaba en Laura, le hacía falta.
-¡Ring! ¡Ring!-.
Quiso desconectar el teléfono, destruirlo. Volvió a pensar en Laura, no lo aceptaba, pero aquella sí era su voz, era ella, ella muy asustada. Contestó.
-¡De acuerdo!-, dijo apenas levantó la bocina, -¿Qué debo hacer? Díganme, díganme y la sueltan ¿Cómo está ella?-.
De nuevo cayó sentado.
-Eso es-, dijo el coro, -Ha tomado la decisión correcta. Ella está bien, sólo la hemos mojado un poco, no se preocupe es sólo agua fría. Usted es el único culpable-.
Escuchó otro coro como detrás, había risas.
-Lo único que le pedimos señor Zapata es hacer los pagos y firmar el contrato. Le haremos llegar a uno de nuestros hombres-.
-¿Cuánto debo esperar?-, dijo él, -¡Quiero que la suelten ya mismo!-.
-No tiene demora. De hecho ya hay un hombre esperando tras su puerta principal. Mejor levántese de nuevo y vaya a abrir. Y no se preocupe, él tiene bolígrafo-.
Caminó de inmediato a la puerta. Abrió. Era cierto, lo esperaba un hombre vestido con uniforme rojo, en una mano tenía un bolígrafo y en la otra un contrato. Al verlo, el hombrecillo le entregó ambas cosas.
-Firme aquí y aquí-, le dijo y señaló.
Él firmó. El hombrecillo le ofreció la mano:
-Ha tomado la mejor decisión señor Zapata. Estamos a su servicio-, dijo.
-¿Y Laura? ¿Cuándo la dejan libre?-.
-Debe esperar otra llamada para eso-, dijo el hombrecillo, quien saltó y le besó la mejilla, después se perdió calle abajo mientras corría.
Cerró la puerta. Se sentó junto al teléfono. Nada. Rectificó la bocina; sí, estaba colgada.
-¡Ring! ¡Ring!..-.
El corazón le volvió al cuerpo, contestó.
-Ya está todo-, dijo desesperado, -Suéltenla-.
-Sí, señor Zapata y lo felicitamos por eso. No se preocupe, su esposa ya va en camino-.
El coro no volvió a hablar. Retornó el vals, algunas risas de fondo.
Tocaron la puerta, corrió y abrió, era Laura. Volvió con algunos moretones en el cuerpo. Se abrazaron y cerraron todas las puertas y ventanas. Cortaron el cable del teléfono. La mañana siguiente debían irse. Durmieron.
Amanecía, el televisor del cuarto se encendió. No le dio importancia, tenía el remoto al lado, lo apagó. Cerró los ojos de nuevo. El aparato volvió a encenderse:
-¡Buenos días señor Zapata!-, dijo un hombre dentro del televisor.
Al instante, otra vez el vals. Se incorporó de inmediato y se volteó, ella no estaba a su lado.
* Andrés Arroyave Zapata. Palmira, 1992. No ha publicado nada.
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